GUS MORNINS 16/5/17
“¿Sabe
usted lo que es el cine? El cine son los andares de Henry Fonda”
John Ford
Después de las ínclitas
fiestas de San Isidro, donde hemos comido los churritos preceptivos y bailado
el chotis sobre la superficie de un ladrillo llega el momento de recordar a un
gran actor aunque las malas lenguas dicen que no tan buen padre. Sí, amigos
guseros, porque tal día como hoy, en 1904, nació nuestro querido héroe infeliz,
Henry Fonda, grande entre los grandes. Un actor que lo mismo valía para un roto
que para un descosido. En “petit comité”, un famoso director televisivo
(actualmente bastante en candelero porque ha dirigido la serie Sin identidad) me contó que la
productora le había asignado un coche con chófer para llevarle y traerle al
plató y que el conductor en cuestión era un veterano curtido en mil batallas
que también trabajó para las grandes productoras de Hollywood cuando venían
aquí a rodar sus películas. Decía que llevó a todos los actores que uno se
podía imaginar pero que el peor de todos era Charlton Heston, según sus propias
palabras, “un tipo que hasta se comía el bocadillo reservado a los extras solo
porque tenían jamón”. Y cuando este director televisivo le preguntó a quién
pondría en el lado contrario, el chófer no lo dudó: “A Henry Fonda. A ese tío le
llevaba yo a donde él quisiese”. Contaba que le había dicho que era
encantador, modesto, que, por supuesto, le dejó una generosa propina cuando acabó
el rodaje y que, incluso, le invitó en Chicote a una cerveza y a unas tapas
mientras le preguntaba por su profesión y si se ganaba la vida bien. Un tipo de
los que no abundan, pero como también dice un buen amigo mío: “los más grandes suelen ser los mejores”.
Henry Fonda comenzó en
el teatro allá por 1929, donde impresionó por su forma de moverse y por sus
brillantes ojos azules. Los estudios no tardaron en echarle el guante y se
trasladó a Los Ángeles para participar en algunas producciones muy olvidadas
como actor secundario. Su primer papel importante vino de la mano del gran
Fritz Lang, que le escogió como pareja principal de Silvia Sydney en esa huida
hacia adelante que es Solo se vive una
vez, la historia de una pareja que se ve arrastrada hacia el robo y que
resulta perseguida hasta el final, una especie de Thelma y Louise en versión
heterosexual. Bette Davis lo reclama como su pareja para ese pedazo de
maravilla que es Jezabel, de William
Wyler, aunque su relación con ella dejó mucho que desear. Más que nada porque
las malas lenguas dicen que la Davis intentó camelar al bueno de Henry y éste
se negó en redondo. A partir de ahí doña Bette intentó hacerle la vida
imposible y comenzó a hacerle ojillos a Wyler, con el que acabó teniendo una
aventura. Habría que destacar que, justo a continuación, Fonda protagonizó una
de las mejores películas que ha hecho Hollywood sobre la Guerra Civil, titulada
Bloqueo y que, por supuesto, nunca se
estrenó en España. Esta historia sobre un granjero que se ve obligado a tomar
las armas y se enamora de una chica rusa que anda por ahí haciendo de enlace
con el gobierno de la República y que es acusada de espionaje, quizá esté lejos
de Sierra de Teruel, de Malraux e,
incluso, de la maravillosa Tierra de
todos, Antonio Isasi Isasmendi, pero supera con creces todo lo que hicieron
los americanos sobre el tema, incluyendo ese pedazo de pestiño alucinante que
es Por quién doblan las campanas, que
protagonizaron Gary Cooper e Ingrid Bergman.
Después de meterse en
la piel del hermano más famoso del western,
Jesse James, en la estupenda Tierra de
audaces y de ofrecer una interpretación maravillosa en El joven Lincoln, primera de sus colaboraciones con John Ford,
interpretando al ínclito Presidente de los Estados Unidos en los años de su
ejercicio de la abogacía, Fonda acepta el papel que, posiblemente, es el que
más ha marcado a varias generaciones de espectadores y que significó para él su
primera nominación al Oscar. El Tom Joad de Las
uvas de la ira, de John Ford, figura trágica y heroica de la lucha
proletaria que resulta ser una maravillosa obra de arte en su rostro y, por
supuesto, en sus andares perdidos en medio de la “Taza de Polvo” de Oklahoma en
busca de un nuevo Edén. Siempre dijo que no le importó ganar en esa ocasión el
Oscar porque le venció su gran amigo James Stewart, con quien se había ido de
copas la noche anterior para celebrar sus respectivas nominaciones. Stewart se
llevó la estatuilla por el periodista desencantado que tiene que cubrir la
irritante boda de una niña de papá en Historias
de Filadelfia, de George Cukor.
Vuelve a meterse en la
piel del hermano de Jesse James en la continuación de Tierra de audaces, titulada La
venganza de Frank James, dirigida otra vez por Fritz Lang que demostró lo
bien que se manejaba entre caballos y huidas. Demuestra su enorme versatilidad
pisando el terreno resbaladizo de la comedia en la estupenda Las tres noches de Eva, de Preston
Sturges. Después de la bélica El sargento
inmortal, interpretando a un soldado británico que oye las voces de su
sargento muerto (maravilloso Thomas Mitchell) en la batalla para guiar al
pelotón hacia la supervivencia y de esa auténtica pasada de película que es Incidente en Ox-Bow, de William Wellman
y que si no habéis visto, recomiendo encarecidamente que veáis para que os deis
cuenta de hacia dónde lleva la falta de presunción de inocencia, Fonda se
alista en el ejército para hacer frente a los alemanes en Europa. Dos años de
servicio activo que le convierten en un héroe, al igual que lo hace su amigo
Jimmy Stewart.
Acabada la contienda,
vuelve con mucha fuerza para interpretar al sheriff
Wyatt Earp en la particular visión de John Ford sobre el duelo en O. K. Corral
en la estupenda Pasión de los fuertes.
A continuación, el papel del sacerdote perseguido por las autoridades que no
permiten la libertad religiosa en El
fugitivo, la única película que, según John Ford, rodó como él realmente
quería. Y, por supuesto, el tiránico y deseoso de gloria Coronel Owen Thursday
de Fort Apache donde se halla, en mi
opinión, una de las secuencias más tristes del cine que es el baile de los
suboficiales, última ocasión en la que todos los soldados y sus esposas están
juntos antes de partir hacia la carnicería que les tenía reservados su
Coronel-Jefe. Unos años después, llega Escala
en Hawai, versión cinematográfica de su exitazo de Broadway Míster Roberts y que significa el final
de su amistad con John Ford, director que él mismo elige para la película, con
el que llega a las manos después de una serie de desencuentros y que le reporta
el despido a Ford, su consiguiente sustitución por Mervyn Le Roy y una película
que, a pesar de que tiene momentos extraordinarios, se situó por debajo de las
expectativas que había levantado. Pincha en hueso con su papel de Pierre en Guerra y paz, más que nada porque está
más que mayor para el papel, trabaja con Hitchcock en esa rareza expresionista
y pesimista que es Falso culpable y
consigue un éxito sin precedentes apostando por un joven realizador televisivo
llamado Sidney Lumet para dirigir su propia producción de Doce hombres sin piedad. Dos westerns
estupendos son Cazador de forajidos,
de Anthony Mann, y El hombre de las
pistolas de oro, de Edward Dmytrik, al lado de Anthony Quinn y Richard
Widmark. Resulta absolutamente creíble en el papel de candidato a Secretario de
Estado en la fábula política de Otto Preminger Tempestad sobre Washington y más aún en esa joya de Franklin J.
Schaffner como candidato a presidente en la estupenda El mejor hombre. Por fin, alcanza la presidencia en Punto límite, la versión seria de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú bajo
los mandos de Sidney Lumet. Fantástico en su papel cómico de La pícara soltera, de Richard Quine, al
lado de un reparto de campanillas como Tony Curtis, Natalie Wood y Lauren Bacall;
agobiado, sudoroso y creíble en esa pequeña maravilla que es El destino también juega como marido de
Joanne Woodward en lo que es el antecedente más preclaro de El golpe, de George Roy Hill; divertido
también en la comedia al lado de Lucille Ball en la delirante Tuyos, míos, nuestros; eficiente como el
que más para atrapar al asesino de mujeres más implacable de todos los tiempos
en El estrangulador de Boston, de
Richard Fleischer con un superlativo Tony Curtis.
Hace bien poco, Miguel
Rellán me decía que cómo era posible que un actor que siempre había hecho de
bueno, que había encarnado unos valores tan positivos, podía transmitir esa
maldad intrínseca que tiene su personaje en Hasta
que llegó su hora, de Sergio Leone. Además, remataba con una frase: “Además…no es que ponga cara de malo…es que
la tiene…”. Poco más cabe añadir sobre la enorme versatilidad de Henry
Fonda. No hay que olvidar al sheriff Woodward
Lopeman, honrado hasta la médula, que establece un duelo con Kirk Douglas en
ese western tan poco apreciado como
es El día de los tramposos, del gran
Joe Mankiewicz. A partir de aquí, y en parte debido a sus sucesivas dolencias,
los papeles de Henry Fonda destacan por ser, prácticamente, meras apariciones
especiales de breve presencia o películas de una marcada mediocridad. Pero los
grandes, los grandes de verdad, siempre tienen una última sorpresa en la manga.
Henry no quiso irse sin dejarnos esa preciosidad que es En el estanque dorado, de Mark Rydell, la única actuación de su
carrera al lado de Katharine Hepburn y que le reporta su segunda nominación y
su único Oscar, que ni siquiera pudo ir a recoger (encargó a Jane, su hija, que
lo recogiera en su nombre) por hallarse en un delicado estado de salud que
acabaría por llevárselo al año siguiente. Quizá allí mismo, donde están las
leyendas.
“Yo
estaré en todas partes…en todas partes. Donde quiera que mires. Donde haya una
posibilidad de que los hambrientos coman, allí estaré. Donde haya un hombre que
sufra, allí estaré. Estaré en los gritos de los hombres a los que vuelven
locos. Y estaré en las risas de los niños cuando sientan hambre y la cena esté
ya preparada. Y cuando los hombres coman de la tierra que trabajan y vivan en
las casas que levantes…allí también estaré…”. Tom Joad - Henry Fonda en "Las uvas de la ira", de John Ford.
Y después de este momento de emoción, un mosaico para dos amigos. De tendencias políticas opuestas, nunca abandonaron su amistad, e incluso trabajaron juntos en esa película muy menor, pero que no dejaba de ser bastante divertida, titulada El club social de Cheyenne, de Gene Kelly.
Comentarios
Gran recuerdo que te has marcado.
Besos nostálgicos.
low
Abrazos entusiasmados, quitándome el sombrero.
Sin duda un grande que llenaba la pantalla y me ha encantado saber que era buena gente el detalle de preguntar a su chófer si se ganaba bien la vida, tomando algo em Chicote me ha parecido enternecedor.
Besos dorados, como el estanque.
Albanta
Me conecto a duras penas desde mi movil para disfrutar del magnifico y ansiado gus.
Alban por si acaso mañana ando en la misma situacion intenta mandar tu gus a la direecion del lobo o a la de Indi...
A ver si somos capaces de sobreponernos a poratas y sabotadores....(será alguno maño?)
Carpet