EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LIII)
Atticus nos dijo una vez que nunca conoces realmente a
una persona hasta que no has llevado sus zapatos y has
caminado con ellos
Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird)
USA 1962. Dir: Richard
Mulligan con Gregory Peck, Mary Badham, Brook Peters, Robert Duvall.
En literatura se denomina “bartleby” a todo aquel escritor
que pasa a la posteridad gracias a una sola creación cuyo éxito le abruma y le
paraliza hasta el punto de abandonar el oficio y dejar de publicar (a lo sumo,
añadirá una o dos obras a su producción que carecerán por completo del impacto
de la predecesora). El término está sacado de un relato de Melville, autor de Moby Dick, que tenía como protagonista
a un escribiente que siempre solía eximirse de sus obligaciones alegando que
“preferiría no hacerlo”. Harper Lee es una de las bartlebys más famosas de la
literatura, y la novela que le reportó la gloria es, por supuesto, Matar a un ruiseñor.
Conocida también por su estrecha amistad con Truman Capote,
Harper Lee convirtió en un clásico de las letras estadounidenses la historia de
Atticus Finch, un abogado sureño y viudo que intenta educar a sus dos hijos en
la tolerancia en medio del hostil ambiente de la Alabama de la Gran Depresión.
Recientemente, la obra, considerada durante años lectura obligatoria en los
centros norteamericanos, fue apartada del curriculum de muchas escuelas que
consideraron que la novela alentaba el racismo y la diferencia entre culturas.
Lo peor es que fueron los padres de los propios alumnos quienes presionaron
para aplicar la medida. Incomprensible y absurda, pero ya se sabe que en estos
tiempos…
Porque precisamente si por algo aboga Matar a un ruiseñor es por el respeto, la igualdad y el
entendimiento entre las distintas razas, en especial entre la blanca y la
negra; es por eso que retirar su estudio del programa en las escuelas supone
para los intelectuales del país – y para cualquiera que tenga dos dedos de
frente- un grave retroceso al eliminar para los niños y los jóvenes el debate
sobre la cuestión racial.
En 2016, unos meses antes de su fallecimiento, Harper Lee
nos sorprendió publicando su segunda novela, Ve y pon un centinela, que en realidad era la continuación de Matar a un ruiseñor, y reanudaba la
narración veinte años después de aquella. Lo curioso es que esta secuela era en
realidad el primer borrador que Lee paseó por las editoriales en 1960 cuando
todavía no era conocida. Nadie estaba dispuesto a publicar su novela, pero
todos le decían que la historia y los personajes que estaban dentro de ella
tenían la suficiente fuerza como para intentar darle una vuelta y concederle
una nueva oportunidad. Lee decidió hacerles caso y ponerse manos a la obra convirtiendo
a la joven protagonista que en su relato volvía a su pueblo natal dos décadas
después de abandonarlo, en una niña de
diez años, plasmando así los recuerdos de su propia infancia. Así nacía la
novela que hemos conocido y ha emocionado a medio planeta, mientras el texto
original que la inspiró dormía el sueño de los justos en el fondo de un cajón
durante algo más de medio siglo.
No tuvo Ven y pon un
centinela la repercusión esperada en el momento de su edición, y en parte
era lógico porque la historia de Matar a
un ruiseñor estaba ya metida demasiado dentro de nuestros corazones. El
Atticus Finch que aparecía en esta novela - no se parecía en nada al recto
abogado que habíamos conocido siempre. Con el pasar de los años, Atticus Finch-
y no olvidemos que este era el primer Atticus que su autora había querido
presentarnos- se había convertido en un anciano racista y conservador que
renegaba de los valores que había defendido en sus años de carrera. La
metamorfosis resultaba muy difícil de creer.
Y es que el protagonista de la película de hoy ha sido un
modelo de integridad para muchos lectores primero y muchos cinéfilos después,
gracias a la magnífica composición que de él hizo en pantalla Gregory Peck en
la que es sin duda una de las grandes interpretaciones de la historia del
cine. La novela, galardonada
merecidamente con el Pulitzer en 1961, abordaba temas polémicos como la
desigualdad o la violación, y su gran acogida propició que desde el principio
fuese considerada objeto de estudio en colegios y universidades por su lucha
contra los prejuicios sociales. El éxito de la obra movió también a los estudios
a apresurarse a hacerse con los derechos para su adaptación cinematográfica.
Finalmente, el encargado de trasladar a imágenes el texto fue Richard Mulligan
en una película que produciría el después realizador Alan J. Pakula y sería
distribuida por la Universal.
Richard Mulligan era originario de Nueva York, la ciudad que
le vio nacer el 23 de enero, y es conocido por ser uno de los miembros más
destacados de la llamada primera generación de la televisión junto a nombres
como los de Arthur Penn, Sidney Lumet o John Frankenheimer. Todos ellos se
curten en el medio televisivo antes de comenzar a trabajar en el cine, siempre
desde posiciones independientes. En concreto Mulligan, obtiene un contrato en
la CBS después de trabajar varios años en el departamento editorial del New
York Times. Allí comenzará a dirigir series dramáticas a principios de los
cincuenta y obtendrá un Emmy por su dirección en la adaptación de la obra de
Somerset Mougham The Moon and the
Sispenceque supone el debut en la televisión norteamericana del actor
británico Laurence Olivier.
Dos años antes ha rodado su primera película El precio del éxito, un drama
psicológico ambientado en el mundo del béisbol con Anthony Perkins de
protagonista que le da su primera nominación a la DGA, el premio del sindicato
de directores. En estos primeros años, Mulligan se decanta por la comedia
entregando títulos como Perdidos en la
gran ciudad (1960), o El impostor
(1961), ambos con Tony Curtis en el papel principal, aunque quizá el más
recordado de la época sea Cuando llegue
septiembre (1961) con la pareja Rock Hudson- Gina Lollobrigida. Sin
embargo, el director pincha en la taquilla con su primera incursión en el cine
de aventuras con Camino de la jungla
(1962), de nuevo con Hudson encabezando el reparto.
Tras el éxito de Matar
a un ruiseñor (1962), Mulligan repite con Pakula que produce Amores con un extraño (1963) en la que dirige a Natalie
Wood y a Steve McQueen dentro de un drama romántico con el tema del aborto de
fondo. Wood vuelve a ponerse a las órdenes del cineasta en La rebelde, atípica
comedia localizada en los años treinta y que se inscribe en el subgénero del
“cine dento del cine”. Atípica será
también la primera aportación del realizador al western con La noche de los gigantes, su segunda y
última colaboración con Gregory Peck a quien esta vez se le suma Eve Marie
Saint como compañera de cartel.
En el inicio de la siguiente década, el director firma dos
de sus títulos cumbre. Verano del 42
(1971) aborda desde una mirada tierna y nostálgica el eterno tema del despertar
sexual en la adolescencia. La reconocible y sensual banda sonora de Michael
Legrand junto a la presencia arrebatadora de Jennifer O´Neill convierten la
película en una experiencia difícil de olvidar.
El otro (1972) es una obra maestra
del cine de terror que pocas veces ha retratado de una forma tan escalofriante
al mundo de la infancia. Impresionante película que quizá se halla hoy en día
algo infravalorada pese a la influencia que ha ejercido sobre títulos
posteriores.
Tras dirigir una intriga neo noir con guion del después
cotizado Eric Roth (El hombre clave,
1974) y un drama familiar con Richard Gere (Story, sangre caliente), Mulligan despacha en el terrero de la
comedia dramática, otro de los grandes films de su carrera. El próximo año a la misma hora (1978)
adapta un éxito de Broadway que propone una reflexión sobre el mundo de la
pareja. La película tiene en la insuperable química que se establece entre Alan
Alda y Ellen Bursty una de sus mejores bazas.
De menor interés resulta ser su siguiente film, otra vez una
comedia. Bésame y esfúmate (1982) no
termina de funcionar a pesar de tener entre sus protagonistas a un auténtico
trío de ases como el que conforman Jeff Bridges, James Caan y Sally Field, y a
su en principio atractivo argumento. La historia de un romántico fantasma que
vuelve a la vida para impedir que su viuda se case con otro hombre se anticipa
en casi una década al éxito de Ghost.
Más allá del amor (199). Será este su antepenúltimo largometraje antes del
drama judicial El desafío de una mujer con Whoopi Goldebrg y de su definitiva
retirada con Verano en Lousiana
(1991). En su última experiencia detrás de la cámara, Mulligan vuelve al
territorio sureño donde firmó su obra maestra para filmar esta vez una trama
basada en hechos reales en la que es el debut cinematográfico de una niña
llamada Reesse Whiterspoon.
El cineasta murió en Connecticut en 2008 a la edad de 83
años. Su figura siempre estará asociada a la de Atticus, Scout y Boo Radley, y
por tanto a la emoción de un texto y unos seres irrepetibles. No obstante, no
ha pasado a la historia como uno de los grandes narradores del cine, lo cual no
deja de ser un poco una injusticia. Como dirá el crítico Marc Lee “Mulligan
hábilmente demuestra siempre que la historia está en los personajes, sus fallas
y su fragilidad, su heroísmo, su nobleza de espíritu”
La infancia de Jean Louis Finch transcurre en Maycomb, una
pequeña localidad de Alabama en los duros tiempos de la Gran Depresión. Para su
edad, seis años, Jean Louis demuestra ser bastante precoz, es audaz y amante
del riesgo y la aventura, también un poco descarada, le gusta vestir con ropa
de chico y exige que todo el mundo la llame Scout. La niña siente una profunda
admiración hacia su padre Atticus, un abogado viudo de mediana edad que desde
que hace cuatro años cuida él solo de su hija y de su hermano Jem de diez años, tratando de educar a los
pequeños en valores como la tolerancia y el respeto a los demás. La única ayuda
que recibe es la de Calpurnia, la criada negra que se ocupa de la casa desde
hace años, y que prácticamente se ha convertido ya en una más de la familia.
Sin embargo, fuera del hogar de los Finch el ambiente no es
tan idílico, recrudeciéndose cada día más la confrontación entre las
comunidades negra y blanca de Maycomb. Atticus lo va a comprobar en sus propias
carnes cuando asuma el reto de defender a Tom Robinson, un negro acusado de
defender a una joven blanca que sufre trastorno mental. El particular sentido de la justicia de Finch
le lleva a menudo a posicionarse a favor de sus vecinos más desfavorecidos a
quienes incluso ayuda a resolver asuntos legales renunciando a sus habituales
honorarios. Es el caso del Sr Cunninghan, un granjero a quien la llegada de la
depresión arruinó y que, al no tener dinero con que pagar los servicios,
obsequia regularmente a los Finch con productos de su huerto para ir saldando
la deuda.
Corren los primeros días del verano de 1932, el verano en el
que comenzará a cambiar para siempre la vida de Jem y Scout Finch. El primer
gran acontecimiento se produce el día que conocen al redicho Dill, hijo de un
importante industrial ferroviario que está pasando unos días en Maycomb en casa
de su tía y que tiene la misma edad que Scout. Lo primero que hacen los
pequeños Finch nada más conocer a su nuevo amigo es enseñarle la casa de Boo
Radley, un misterioso personaje sobre el que circulan todo tipo de leyendas. La
casa de Boo está a pocos metros de la casa de Atticus, pero sus hijos jamás se
han atrevido a entrar en ella, y cuando preguntan a su padre sobre la identidad
de sus inquilinos este siempre les responde con evasivas rogándoles que no molesten
a “esa pobre gente”.
Una noche, tras acostar a sus hijos, Atticus se sienta a
tomar el aire en el porche y recibe la visita del juez de Maycomb, el señor
Taylor que le informa de la inminente apertura del caso contra Tom
Robinson. El abogado acepta encargarse
de la defensa del joven negro.
A la mañana siguiente Jem, Dill y Scout están jugando en las
inmediaciones de la casa de Boo. Jem se acerca a la puerta y da unos pocos
golpes a la puerta para salir corriendo acto seguido. A continuación, los niños
se presentan en el juzgado, pero Atticus les descubre y les ordena que se
marchen a casa. Cuando los chicos se van, Finch se encuentra con el señor
Ewell, el padre de la presunta víctima de Robinson que se pavonea ante él.
Esa misma noche, los chiquillos se internan de nuevo en la
casa de Boo, intentando entrar en ella a través del enrejado de alambre. Jem se
aproxima hasta el portal sin advertir que una sombra se cierne sobre él y pasa
de largo. Los tres escapan despavoridos, pero en la huida los pantalones de Jem
quedan enganchados en la alambrada y éste debe continuar la carrera en
calzoncillos. El incidente ocasiona un pequeño alboroto y varios vecinos se
despiertan asustados.
El verano termina dejando paso al otoño y al inicio de las
clases. El primer día de escuela resulta especialmente traumático para Scout
que debe abandonar su habitual peto vaquero y su aspecto algo desaliñado para
estrenar un vestido. Durante el recreo, la niña se mete en una pelea con el
hijo del Sr Cunninghan. Jem separa a su hermana del niño y para disculparse con
él le invita a comer ese día a casa. Pero durante la comida Scout vuelve a enfrentarse
con su invitado acusándole de comer mucho. Calpurnia le llama a capítulo a la
cocina y la reprende con dureza. Ya en el porche, Scout anuncia quejosa a
Atticus que jamás piensa volver a pisar la escuela. Entonces su padre le
pregunta si sabe lo que es un compromiso y que está dispuesto a hacer uno con
ella; si Scout vuelve a la escuela, él le dejará leer un rato todas las noches
como hasta entonces.
Un día, aparece en la calle de los Ficnch un perro vagabundo
con claros síntomas de rabia. Calpurnia, asustada, llama a Atticus a los
juzgados y este se presenta y mata al animal con un rifle. Jem y Scout se
quedan asombrados pues desconocían esa habilidad de su padre. Por la noche, Atticus va a casa de los
Robinson para entrevistarse comunicar a la familia de su defendido que ha
conseguido un aplazamiento del juicio. Sus hijos le acompañan, aunque Scout
llega al destino dormida. Jem espera en el coche y cuando ve salir a un niño
negro de la casa le saluda tímidamente desde la ventanilla. Entonces ve
aparecer a Ewell que se acerca al vehículo visiblemente ebrio y con gesto
bravucón. Jem pide al chico que entre en la casa para avisar a su padre. Al
salir este, Ewell se encara con él llamándole “amigo de los negros”.
Scout vuelve a pelearse en el colegio con otro niño
precisamente por decirle que su padre es amigo de los negros. Atticus le hace
prometer que aunque oiga eso no se meterá en más líos. La niña y su hermano
descubren que alguien ha dejado en el
interior del árbol que se levanta frente a su casa dos figuritas de barro en
las que se reconocen a ellos mismos. Jem le confiesa a Scout que este no es el
primer regalo que se ha encontrado en el hueco del árbol y le enseña una caja
en la que ha ido recogiendo los demás objetos que han ido apareciendo en el
pasado: entre ellos hay un reloj, una navaja o una medalla.
En la víspera del
juicio a Robinson, el sheriff de Maycomb traslada al acusado a la cárcel de la
localidad. El sheriff se presenta en casa de Finch advirtiéndole que esa noche
teme un linchamiento por parte de los vecinos más violentos, por lo que el
abogado decide hacer noche en la puerta del penal. Jem se entera y acude al
lugar, no pudiendo impedir que le acompañen Scout y Dill que ha vuelto a
Maycomb para pasar de nuevo las vacaciones. Los niños observan desde su
escondite como un nutrido grupo de hombres, armados algunos de ellos, se
plantan delante de Atticus con gesto amenazante. Al intuir que su padre está en
peligro los niños acuden ante el tumulto, pero Atticus les pide que se vayan a
casa. En el transcurso de la conversación, Scout reconoce en uno de los hombres
del grupo al Sr Cunningham a quien desde su inocencia consigue avergonzar. Es
el propio Cunningham el encargado de disolver la manifestación.
El día del juicio, y pese a las advertencias de Finch,
Scout, Jem y Dill deciden ir a preseciar el juicio a Robinson. A la entrada,
consiguen convencer al reverendo Skyes de que les siente junto a ellos en el
palco superior desde donde presencian el juicio los miembros de la comunidad
negro. El proceso comienza con las declaraciones de todas las partes, apuntando
todo en un principio a que Tom Robinson violó a a Mayella Ewell una noche en la
ella le pidió que entrase en su casa para hacer astillas de leña una vieja cómoda.
La propia Mayella testifica visiblemente nerviosa y sin parar de contradecirse
una y otra vez. En su declaración, Robinson confiesa que en realidad fue su
presunta víctima la que intento seducirle sin éxito e incluso llegó a besarle
en los labios. Al final, Finch acabará desmontando todas las posibles coartadas
de los Ewell que señalan al muchacho como el violador de la chica. Para
empezar, al abogado le resulta extraño que el padre de la víctima no llamase
inmediatamente a un médico nada más encontrar a su hija malherida en el suelo.
Además, demuestra que los ataques a Mayella fueron obra de un zurdo; Ewell lo
es, mientras que Robinson tiene inutilizada la mano izquierda a causa de un
accidente que sufrió de pequeño.
A pesar de las evidencias, Tom es condenado por el jurado
popular. Mientras se lo llevan esposado, Atticus le promete que apelarán el caso
y que tienen muchas posibilidades de ganarlo esa segunda vez. El abogado queda
solo en el tribunal recogiendo sus papeles mientras en los palcos solo han
quedado los negros que se levantan de sus asientos en señal de respeto. El
reverendo Skies ordena a Scout que también lo haga: “Jean Louis Finch-,
levántese – le dice- su padre está pasando”. Esa misma noche, cuando es
trasladado a otra prisión, Tom Robinson trata de huir y muere del disparo de un
policía que al tratar de herirle en la pierna equivoca el tiro. Al ser
informado de la noticia por el sheriff, Aticcus acude junto a Jem a casa de los
Robinson para comunicar a la familia del fallecido el fatal desenlace. Helen,
la esposa de Tom, se derrumba. La escena es contemplada por Robert Ewell que al
situarse en frente de Atticus le escupe a la cara. Por toda respuesta, este
saca su pañuelo y se limpia la saliva del rostro antes de montar en el coche y
volver a casa.
Meses más tarde, Jem y Scout viven la gran aventura de sus
vidas. Los dos hermanos acuden a un festival de Halloween en el que Scout se
presenta disfrazada de pieza de jamón oculta en un pesado cartón. Al regresar a
casa por el bosque, los pequeños son atacados por un hombre. La niña se zafa
del agresor que sin embargo está a punto de matar a su hermano con un cuchillo.
Es entonces cuando una mano salvadora libera a Jem y mata a su atacante con su
misma arma. Scout corre a la casa y detrás de ella avanza el desconocido
llevando en brazos a su hermano herido e inconsciente. Atticus telefonea al
sheriff que se presenta de inmediato en el hogar de los Finch para interrogar a
la niña sobre el ataque que acaban de sufrir su hermano y ella. Cuando el
hombre le pregunta sobre la identidad de su salvador, Scout le ve oculto tras
la puerta de la habitación de Jem donde se encuentran. Es un hombre alto, rubio
y de rostro inocente y aniñado al que su padre presenta como Arthur “Radley.
Por fin, Scout ha conocido al misterioso señor Boo. Cuando los hombres
abandonan la estancia, la niña coge de la mano a su ángel de la guarda y le
conduce a la cama de Jem donde este duerme con un brazo escayolado. Scout da
permiso al joven para tocar y acariciar a su hermano.
En el porche, Atticus y el sheriff discuten sobre lo
sucedido. El primero está dispuesto a llevar el caso ante el tribunal a pesar
de que se trata de un caso claro de legítima defensa; el segundo sugiere dejar
que un muerto entierre a otro muerto en alusión a Tom. La versión oficial será
que en la reyerta Ewell cayó sobre su propio cuchillo y murió en el acto.
Scout acompaña a Boo hasta su casa después de haber
permanecido unos momentos en silencio sentados en la mecedora del porche. La
justicia poética que se desprende de las palabras del sheriff es refrendada por
la niña que, ya a solas, le dice a su padre que acusar a Boo del crimen hubiese
sido algo así como matar a un ruiseñor.
Atticus permanecería en el cuarto de Jem toda la noche, y allí
estaría a la mañana siguiente cuando amaneciese.
Matar a un ruiseñor apareció por primera vez en el
mercado editorial estadounidense allá por 1960 y rápidamente se convirtió en
eso que se conoce como un clásico instantáneo. A pesar de ganar el Pulitzer de
aquel año, la obra no fue considerada ni por los expertos ni por los críticos
que se limitaron a destacar que Harper Lee había escrito una novela agradable y
sin demasiadas pretensiones. No obstante, desde su publicación el libro fue
todo un fenómeno de ventas y su repercusión social hizo que solo dos años más
tarde se pensara en su adaptación cinematográfica. Su responsable, Richard
Mulligan, supo estar más que a la altura de la difícil empresa que suponía
llevar el texto a la pantalla, regalándonos una película que hoy ocupa indiscutiblemente
un lugar destacado en el corazón de millones de personas en todo el mundo.
La primera admiradora de la versión de Mulligan fue la
propia autora que visitaba a menudo el set de rodaje de la película cuando se estaba
filmando. La escritora reconocería más tarde que en más de una ocasión se le
cayeron las lágrimas viendo trabajar a Gregory Peck, pues el actor le recordaba
mucho a su padre en quien estaba inspirado el personaje de Atticus. Amassa Coleman
Lee era editor del periódico de Monroeville, localidad natal de la familia,
donde también ejerció durante un tiempo la abogacía, al igual que el
protagonista de la novela de su hija. Lee defendió a dos jóvenes negros
acusados de asesinato sin pruebas manifiestas; después de que ambos fueran
condenados y ahorcados, el abogado decidió no volver a involucrarse en ningún
caso que estuviese relacionado con un crimen de sangre.
No fueron estos los únicos datos que Harper Lee introdujo en
su novela inspirándose en su propia vida. Al igual que Scout, la escritora
tenía un hermano cuatro años mayor que ella y de su casa se ocupaba una criada
negra que los Lee tenían contratada. Sin embargo. Amassa, y esta es la
principal diferencia que separa realidad y ficción, no enviudó hasta que Harper
tuvo veinticinco años. Pero quizá el dato autobiográfico más conocido sea la
presencia del personaje de Dill como trasunto de Truman Capote, amigo íntimo de
la autora desde su infancia. En 1948, Capote ya había incluido a Harper como la
Idabel de su obra Otras voces, otros ámbitos. Dado el carácter de
“bartleby” de Lee, siempre ha existido la sombra de la sospecha sobre si la
verdadera autoría de Matar a un ruiseñor, o al menos de algunos de sus
pasajes, corresponde en realidad al creador de A sangre fría o Desayuno
en Tiffany´s.
Fiel al estilo del gótico sureño, Mulligan supo trasladar a
la pantalla toda la intensidad emocional que impregnaba el relato de Lee. Y eso
que en un principio nadie daba un duro por la película, empezando por la propia
Universal que consideraba que la obra carecía de acción. Finalmente fue el
tenaz Alan J Pakula el encargado de convencer a los estudios para rodar la
película y a Mulligan para que la dirigiera y la coprodujera. A continuación,
el equipo se empleó a fondo en la búsqueda de un guionista y lo encontró en la
persona de Horton Foote, reticente también al principio a aceptar la empresa
ante el temor de no estar a la altura (no solamente lo estuvo, sino que además
ganaría al año siguiente el Oscar de la categoría por su trabajo).
El rodaje se inició en febrero de 1962 y se prolongó por
espacio de tres meses en localizaciones de Hollywood y de Monroeville, cuna de
la autora de la novela. En los estudios de California se reprodujeron a escala
algunas de las construcciones que aparecen en la película como el edificio de
los juzgados que hoy en día sigue en pie y se ha trasladado a Monroeville donde
sirve como reclamo turístico. No lo debieron hacer mal los directores
artísticos del film cuando su labor también fue merecedora del premio de la
Academia en aquella edición, superando propuestas tan potentes como la de El
día más largo.
En total la cinta sumó ocho candidaturas a la dorada
estatuilla – entre ellas Mejor Película y Mejor Director-, logrando finalmente
tres de ellas. A las ya citadas de guión adaptado y de dirección artística, hay
que añadir la conseguida por Gregory Peck como mejor actor principal en dura
pugna con Peter O´Toole que concurría por la gran ganadora de la noche, Lawrence
de Arabia de David Lean. Sin embargo, Peck no era la primera opción para encanar
a Atticus Finch ni siquiera la segunda. El papel había sido primeramente
ofrecido a Rock Hudson; tras rechazarlo este se pensó en James Stewart que
también rehusó participar en el film porque a su juicio la historia que contaba
era “demasiado liberal”. El tiempo ha venido ha demostrar que la elección final
de Peck como protagonista no pudo ser más acertada. El actor renunció a sus
tics de galán de los melodramas y las comedias románticas, se quitó el disfraz
de héroe que solía llevar en los westerns y las películas de aventuras para
pasar a interpretar a otro tipo de héroe más cotidiano y más reconocible. Peck,
que ha interpretado a lo largo de su carrera a villanos como los de Duelo al
sol o Los niños del Brasil, hizo del personaje de Atticus Finch el
prototipo del hombre integro y juicioso. Atticus es el padre cinematográfico
por excelencia; si nos preguntan por quien ha encarnado mejor la figura paterna
en la pantalla, sin duda el suyo es el primer nombre que nos viene a la mente.
Junto a la labor de Peck, en la película hay que resaltar la
presencia de la joven Mary Badham dando vida a la pequeña Scout. En su primera
aparición en el cine la actriz abordaba su personaje con una asombrosa
naturalidad que le valió una nominación al Oscar como secundaria del año.
Badhman prolongó su carrera en la pantalla durante unos pocos años más
(aparecía, por ejemplo, en Propiedad condenada de Sidney Pollack), tras
los cuales se retiró definitivamente de los focos. Hasta su muerte en 2003, el
propio Gregory Peck mantuvo relación con Badham a la que nunca dejó de llamar
Scout. Otro de los debutantes en el film fue el después conocido Robert Duvall
que llegó al personaje de Boo Radley por recomendación expresa del guionista
Horton Foote a quien el actor había conocido en sus años de juventud en una
escuela de teatro.
Pocas veces el cine ha abordado con tanta sensibilidad y
tanta maestría el universo de la infancia y el tema de la pérdida de la inocencia.
En un ambiente especialmente convulso como el de la América sureña de los años
treinta, la pequeña Scout intenta abrirse camino en la vida preguntándose desde
su ingenuidad cómo es que el mundo de los adultos puede funcionar tan mal.
Tanto ella como su hermano buscan respuestas en la mirada de Atticus y en sus
sabios consejos. Pero nadie tiene las respuestas a esas preguntas, ni siquiera
Atticus. “Hijo mío, - le dice a Jem en una ocasión- hay muchas cosas feas en el
mundo, me gustaría que no las vieras, pero no es posible.” Basten estas
palabras para hacernos recordar que una vez todos tuvimos a un Atticus a
nuestro lado que intentó de una u otra forma sacarnos adelante. Y que gracias a
él en parte estamos aquí. Una lección más de vida y otro motivo para hacer de
esta una obra que jamás debería retirarse de ningún currículo escolar.
Comentarios
"Matar a un ruiseñor" es una balada. Como una armónica que suena en mitad de la noche junto al fuego de campamento en pleno paraje inhóspito. Una luz encendida en una noche de tormenta. Una risa feliz en un momento de tensión. Un médico que sale del quirófano para explicar que todo ha ido bien.
Es mucho más que una película, es una experiencia vital. No puedes acabar de verla y no sentirte mejor persona. Scout, Atticus y Boo traspasan la pantalla para impregnarte de buenos sentimientos.
Es un conjunto de magia, no tiene truco pero te envuelve de humanidad.
No puedo decir mucho más, Dex ya lo dijo todo.
Abrazos en el porche
Atticus Finch es historia del cine, Gregory Peck se adueñó del personaje y lo convirtió en inolvidable.
Grandioso gus
Abrazos el Alabama