EL CINE EN CIEN PELICULAS (XLIX)
Al principio fue el Verbo ¿Por qué, papá?
SACRIFICIO (Offret).
Suecia, 1986. Dir Andrei Tarkovsky con Erland Josephson, Susan Fleetwood, Alan
Eldwald. (143 min)
Aclamado tanto por buena parte de la crítica y el público
más exigente como por un amplio sector de compañeros de profesión que le
definen como el más grande autor que ha dado el cine a lo largo de su historia,
Andrei Tarkovsky es también uno de sus más influyentes teóricos. Su obra,
críptica y difícil, no resulta apta para cualquier público, y es normal que, no
solo el espectador medio sino hasta incluso el cinéfilo algo más experto se
sienta un poco intimidado la primera vez que se acerca a la filmografía del director,
tan breve- apenas siete títulos- como densa. Tarkovsky es una figura sagrada en
el mundo del cine, y como sucede en algún caso más, la sola mención de su
nombre inspira una especie de respeto reverencial que a su vez supone la mayor
fuente de prejuicios a la hora de enfrentarse a sus películas.
Tal vez el secreto para entender la relevancia de Tarkovsky
en la historia del cine- incuestionable se mire como se mire- resida en
considerarle un artista antes que un cineasta propiamente dicho. El ruso es
también un poeta y un filósofo que se sirve de las imágenes para dejar
constancia de su poesía y sus pensamientos. Al mismo tiempo, a través de sus
películas y de sus libros, Tarkovsky ensaya la independencia de un lenguaje
cinematográfico desligado del resto de disciplinas artísticas tradicionales. El
cine, como séptimo arte que es, vampiriza las seis anteriores y bebe de la
literatura, la música o la pintura; reconociendo esa relación, Tarkovksy
reclama una gramática cinematográfica propia.
Hijo de Arseni Tarkovsky, uno de los poetas rusos más
destacados del siglo XX, nuestro protagonista nació en Zavrazhie, en la región
de Ivanovo el 4 de abril de 1932. Sus padres se separaron cuando sólo tenía 5
años, y mientras su padre se alistó como voluntario para ir a la guerra, Andrei
y su hermana quedaron al cuidado de la madre y la abuela en el hogar familiar.
Tarkovsky siempre dijo que esa presencia femenina durante la infancia resultó
decisiva en su carrera y en la formación de su personalidad como hombre y como
artista. En su juventud, estudió música y pintura, e incluso trabajó como
geólogo en Siberia antes de dedicarse al cine. La experiencia siberiana marcaría
profundamente su carácter, y en la soledad del paisaje estepario encontraría
las raíces de su arte. Al volver, marchó a Moscú para inscribirse en la VGIK y
empezar a cursar cine, compaginando dichos estudios con el aprendizaje del
violín.
En su etapa de formación en la VGIK Tarkovsky filma varios
cortometrajes en colaboración con otros compañeros. El más famoso es The Killers(1958) – localizable en
Youtube con subtítulos en castellano-, basado en el mismo relato de Ernest
Hemingway que también inspira dos clásicos del cine norteamericano como Forajidos (Robert Siodmak, 1946) y Código del hampa (Don Siegel, 1964). Su obra fin de carrera es ya un mediometraje
que lleva por título El violín y la
apisonadora (1961) en la que se nos cuenta la entrañable relación que se
establece entre un niño de corta edad que sufre acoso escolar y el obrero que
trabaja eventualmente en el asfaltado de su calle. La cinta, la más tierna y
asequible de su autor, recibe varios premios internacionales; en ella,
Tarkovsky ya demuestra destreza tanto en el uso de símbolos como en el manejo
de la cámara.
Hay que esperar al año siguiente para asistir al debut cinematográfico
de Tarkovsky propiamente dicho. En La infancia de Iván (1962), el
protagonista vuelve a ser un niño que tras ver morir a toda su familia a manos
de los nazis en tiempos de la Segunda Guerra Mundial acaba colaborando con el
Ejército Rojo en labores de espionaje contra el enemigo. En realidad,
Tarkovosky toma las riendas de un proyecto que había empezado otro director,
Eduard Abalov, despedido por el régimen a las pocas semanas del inicio del
rodaje La película obtiene excelentes críticas en todo el mundo y comparte el
León de Oro en Venecia con Crónica
familiar de Valerio Zurini. La crítica especializada ensalza el lirismo y
la belleza de la puesta en escena del film, e intelectuales de la época como
Jean Paul Sartre le dedican encendidos elogios. Personalmente, creo que, en
efecto, la fuerza de La infancia de Iván
reside en la potencia de sus imágenes filmadas en un austero y expresivo blanco
y negro; no obstante me siento desconcertado ante una narración que me resulta
algo artificial, y un ritmo excesivamente moroso (a pesar de que el metraje
apenas sobrepasa los noventa minutos).
No obstante, con esta primera película se pone ya de
manifiesto una de las constantes del cine posterior de Tarkovsky, que no es
otra que la reivindicación del individuo frente los valores de la colectividad.
Ya vimos cómo desde Eisesnstein, el sistema soviético promulga justo lo
contrario, y, acorde con el ideario comunista, propone que el protagonista de
las películas no sea un héroe con nombres y apellidos, sino la masa proletaria
y anónima. Aún en plena desestalinización y en la época del deshielo, nos
encontramos con un cine en el que prima la ideología frente al carácter
espiritual y poético que plantean algunos de los directores de la nueva
generación. En este ambiente, el cine
hecho en la URSS traspasa fronteras y empieza a ser reconocido en los grandes
festivales con títulos tan notables como Cuando
pasan las cigüeñas (Mikhail Kalatozoz, 1957) o La balada del soldado (Grigori Chukrai, 1959) que si bien parecen
alinearse en principio dentro de la corriente oficialista, rompen en parte con
el dogmatismo revolucionario gracias a su contenido antimilitarista y a sus
innovadores recursos formales.
Así pues, Tarkosky se convierte desde un principio en un
personaje subversivo y molesto para el régimen que, por ejemplo, le prohíbe
dirigir una versión de El idiota de
Dostoievski o le pone trabas para poner en marcha un gran proyecto para llevar
a la pantalla los Evangelios. No es más que el comienzo de un calvario para el
cineasta que dará con sus huesos finalmente en el exilio. Su segunda película Andrei Rublev (1996) no podrá verse en
los cines hasta cinco años más tarde de su filmación. La cinta se presenta en Cannes, pero el
gobierno presiona y consigue que se proyecte en una sesión de madrugada con el
fin de que no pueda acceder a los premios más importantes (aun así se hace con
el galardón de la crítica internacional). La película nos traslada a la Rusia
de principios del siglo XV, y recorre la vida del monje pintor encargado de
decorar los frescos de la catedral de la Asunción de Kremlin. A medida que
avanza en su trabajo, Rublev es testigo de las torturas y crímenes que sufre el
pueblo por parte de las autoridades. El mensaje, por supuesto, no gustó nada al
Partido que hizo una lectura exclusivamente política del film sin apreciar el
resto de sus valores. En Andrei Rublev
hay mucho más y Tarkovsky reivindica la figura del artista, subrayando el
compromiso que este ha de adquirir con el mundo que le rodea y la sociedad a la
que representa. Visualmente, la película
es un prodigio y consolida a su director como un creador de imágenes mayúsculo dentro
de una obra que ejemplifica de la manera más coherente la necesidad del arte en
nuestras vidas. A destacar el impactante uso del travelling y el plano
secuencia en momentos como, por ejemplo, el del vuelo inicial desde el
campanario.
El siguiente film en la carrera del cineasta es Solaris (1972) que a la larga será
también el mayor éxito comercial de toda su filmografía. El Kremlin, siempre
tan hostil hacia la obra y la persona de Tarkovsky se encarga esta vez de
cantar las bondades de la cinta y de presentársela al mundo como la respuesta
soviética de 2001, odisea del espacio de
Stanley Kubrick, estrenada cuatro años antes. Lo cierto es que las películas de
Kubrick y de Tarkovsky no tienen mucho que ver la una con la otra, más allá de
que ambas se inscriban en el género de la ciencia ficción y recreen una
expedición interespacial a otras galaxias. Al cineasta soviético, de hecho,
siempre le molestó esta comparación que, evidentemente en plena Guerra Fría,
obedecía de manera básica a intereses políticos. Solaris, adaptación de la novela homónima del polaco Stanislav Lem,
narra el viaje de un científico a un remoto planeta para investigar la extraña
muerte de un antiguo colega que fue enviado al mismo lugar en una misión
anterior. Fiel a su estilo, Tarkvovsky concibe su película como un viaje
interior hacia la propia conciencia del ser humano, y en eso se desmarca de la
propuesta de Kubrick, mucho más abierta a interpretaciones cosmogónicas sobre
el origen del Universo. En otras palabras, mientras 2001 habla de la Humanidad, Solaris
habla del hombre, sin salir perdiendo en la equiparación. Tarkovsky siempre
manifestó que esta era la película en la que menos seguro se había sentido al
estar limitado por las reglas de un género tan específico como la sci-fi. Aun
así volvió a regalarnos una obra de una singular belleza y de una profundidad
filosófica y emocional insuperable.
El cuarto largometraje de Tarkovsky, El espejo (1977) es quizá el trabajo más poético y personal de una
trayectoria ya de por sí poética y personal.
El director ruso proyecta en imágenes recuerdos de su propia infancia
que vienen a mezclarse con ensoñaciones diversas y abstractas. Todo ello sin
una linealidad narrativa convencional da como resultado una obra fascinante e
hipnótica en la que su autor llega a introducir fragmentos de poemas de su
padre, escuchados en la película a través de la omnipresente voz en off.
Brillante es igualmente su acabado estético con un perfecto empleo de la
iluminación y de la música (se intercalan obras de Bach, Pergolesi y Purcell).
Tarkovsky escribió el guión en los tiempos de Andrei Rublev, pero los dueños de los estudios Goskinó le denegaron
filmarla, por lo que el director se metió de lleno en el rodaje de Solaris. Pasados los años, decidió
retomar el proyecto, pero de nuevo se encontró con impedimentos oficiales de
todo tipo en todo lo relacionado con el estreno y la distribución del film.
Tarkovsky se sumerge de nuevo en la ciencia ficción con la
apocalíptica Stalker (1979) en la
que al igual que en Solaris propone
un nuevo viaje a la conciencia del hombre a través del símbolo y la alegoría.
En esta ocasión, el realizador se decantó por una puesta en escena minimalista
renunciando a los decorados y a la artificiosidad a diferencia de su anterior experiencia
dentro del género. El rodaje, no obstante, fue el más problemático de toda su
carrera, pues gran parte de la filmación tuvo que repetirse después de que se
quemaran buena parte de los negativos de la película (con un presupuesto más
reducido del previsto en un primer momento).
La historia sigue a un escritor y a un científico que deciden adentrarse
en “La zona”, un inhóspito paraje asolado tiempo atrás por la caída de un
meteorito cuyo acceso está restringido por parte de las autoridades. Ambos
personajes estarán acompañados en todo momento por un “stalker”, una especie de
guía espiritual que conoce los peligros del lugar. Estéticamente, volvemos a
encontrarnos con una película deslumbrante que para muchos críticos supone el
punto álgido de la filmografía de su autor.
Será Stalker la
última película del director rodada en la URSS., Tarkovsky se traslada en
Italia donde rueda la semiautobiográfica Nostalgia
(1983), que viene acompañada de un autorreflexivo “making off” para la
televisión, Tiempo di viaggio que el
cineasta codirige con el guionista y escritor Tonino Guerra. Todavía bajo la estrecha
vigilancia de las autoridades de su país – se trata de una coproducción italo –
soviética-, el director recrea en Nostalgia
la historia de un poeta ruso que viaja a la Toscana siguiendo los pasos de
un compositor compatriota suyo que vivió en el siglo XVI. Tartovsky quiso
retratar en esta película “el estado de ánimo particular que asalta a los rusos
que están lejos de su tierra natal “. Se trata de una película eminentemente
triste, que muchos rechazarán por su lentitud, pero al mismo tiempo nos
descubre una experiencia que no deja de ser hermosa por parte de un autor en búsqueda
permanente de la esencia, la poesía y la espiritualidad.
Y llegamos a Sacrificio.
Cansado del maltrato que sufre su obra por parte del régimen soviético,
Tarkovsky decide autoexiliarse en Suecia, país al que huye junto a su segunda
mujer nada más concluir el rodaje de Nostalgia. Por entonces ya ha escrito su imprescindible
ensayo Esculpir en el tiempo en el
que recopila sus reflexiones y teorías sobre el lenguaje cinematográfico en un
recorrido por las películas que componen su filmografía. La obra aparecerá de
manera póstuma en 1985 en Berlín e incluirá en una segunda edición apuntes
sobre la película que hoy comentamos. El director rodó el que sería su
testamento cinematográfico sabiendo ya que padecía el cáncer de pulmón que
acabaría con su vida en un hospital de París el 29 de diciembre de 1986. Solo
su hijo pudo salir de la URSS para estar unos días con su padre antes de morir.
Tenía tan solo cincuenta y cuatro años. Dos años antes, también en París y
también a esa misma edad nos había dejado François Truffaut. Quién sabe qué
películas les quedaron por hacer a estos dos de haber seguido un poco más entre
nosotros, quién sabe si el cine hoy seguiría siendo lo mismo.
Alexander, antiguo actor reconvertido en escritor y periodista
vive con sus hijos Martha y Gossen retirado en una pequeña isla sueca. En la
mañana de su cumpleaños, Alexander se dispone junto a Gossen, de seis años, a
plantar un pequeño árbol japonés junto a un lago al lado de su casa. Gossen no
puede hablar a consecuencia de una reciente operación de garganta. Mientras
ayuda a su padre en sus tareas de jardinero, Alexander le cuenta la historia de
un un monje que siglos atrás se encargó de plantar otro árbol como ese en una
montaña durante tres años. Con esta
parábola, pretende enseñarle a su hijo la importancia de llevar una metodología
en la vida.
Llega entonces un hombre montado en una bicicleta que
Alexander reconoce como el cartero del pueblo. Otto, que en calidad de amigo es
además uno de los invitados a la fiesta de la tarde cumpleaños le lleva un
telegrama contiene la felicitación de cumpleaños por parte de un profesor
conocido suyo. Alexander comienza a filosofar ante Otto que, ante la sorpresa
del escritor, demuestra ser versado en la figura de Nietzsche. Después los dos
hombres se despiden hasta la tarde
Mientras Alexander y Gossen siguen paseando, se acerca un
coche del que salen Adelaida, la ex mujer del escritor que llega a la fiesta
acompañada de Viktor, amigo de Alexander que ejerce como médico. Cuando vuelven
a quedarse solos, Alexander le habla al pequeño de cómo él y su madre
encontraron el lugar en el que viven en la actualidad, pero su monólogo deriva
hacia temas más trascendentales como el miedo a la muerte o el desequilibrio
entre lo material y lo espiritual. Alexander está tan ensimismado en sus
pensamientos que de repente se da cuenta de que el niño no está con él. Gossen
aparece por detrás para darle un susto, pero su padre le da un golpe sin querer
y el niño comienza a sangrar por la nariz. Alexander se reincorpora pero
súbitamente se desvanece con un fuerte dolor en el pecho.
Ya en casa, Alexander contempla un libro de iconografía
religiosa que le ha regalado Viktor. Mientras las dos criadas, Julia y María,
preparan la comida, los miembros de la familia hablan y se ponen al corriente
de sus vidas. Más tarde llega Otto portando en su bici un voluminoso regalo de
cumpleaños: un antiguo mapa de Europa lujosamente enmarcado que es del agrado
de su destinatario. Aparece Maria a quien le encargan los últimos preparativos;
cuando se retira a la cocina todos comentan que es una muchacha muy extraña.
De repente, todos echan de menos a Gossen, y Alexander sale
en su busca fuera de la casa. En su ausencia, pasa una escuadrilla de aviones rompiendo
la barrera del sonido haciendo temblar toda la casa. El escritor encuentra a
María que le dice que se va a su casa y le confirma que Gossen está en su
cuarto durmiendo. Cuando regresa, en la televisión ha comenzado un noticiario
en el que un miembro del gobierno lee un comunicado en el que alerta a la
población del inminente ataque de un ejército enemigo. Los ciudadanos han de gardar
la calma, permaneciendo en sus casas sin salir a la calle ante lo que parece el
comienzo de la guerra. Al recibir la
noticia, Adelaida sufre un ataque de histeria y Viktor debe ponerle una
inyección para sedarla. Mientras Alexander deambula por la casa y en un rincón
sin que nadie lo vea aprovecha para rezar el Pater Noster por primera vez. En
su plegaria pide a Dios que si finalmente no hay guerra, él como sacrificio
renunciará a todo lo que tiene, incluidos sus bienes y su familia. Otto le sorprende y le hace ver que la única
forma de que todo vuelva a la normalidad es que vaya a casa de María su criada,
que en realidad es una bruja, y que también como ofenda se acuesta con ella esa
noche.
A escondidas de todos, Alexander coge la bicicleta y
emprende el rumbo a casa de la sirvienta para cumplir su singular misión. Por
el camino se cae en un charco, y nada más llegar junto a María esta se apresura
a curarle. El escritor comienza a hablarle de su infancia; cuando por fin se
arma de valor y le cuenta su propósito la criada se asusta. Alexander coge entonces un revolver y amenaza
con dispararse en la sien. Maria se desnuda y accede a hacer el amor con su
señor.
Al despertar a la mañana siguiente, luce un sol radiante y
todo está como al principio. Alexander se pregunta si todo lo anterior ha sido
un sueño. Los demás desayuna en el jardín y Viktor anuncia que ha aceptado un
puesto de trabajo en Australia ante el berrinche de Adelaida a la que ya no
soporta. Alexander deja una nota a su familia diciéndoles que está con su hijo
regando el árbol que han trasplantado el día anterior y que le gustaría que
todos fuesen a verlo. En realidad, es
una excusa que él aprovecha para quemar la casa y cumplir así su promesa
divina. Alertados por las llamas, todos acuden a ver lo que pasa mientras
Alexander contempla tranquilamente su obra. Antes de que la casa quede
completamente carbonizada, aparece una ambulancia que se lleva a Alexander a un
sanatorio. El vehículo pasa por delante de Grossen que se halla regando el
arbusto junto al lago. Después, el pequeño se tumba junto al árbol y habla por
primera vez en muchos meses. “En el principio era el Verbo – dice- ¿Por qué, papá?...
Resulta algo absurdo intentar contar la sinopsis de
cualquier película de Tarkovsky. Imposible casi describir en palabras escenas y
pasajes que necesitan imperiosamente algún tipo de aportación sensorial. Siempre
hay una música, una pintura, una reflexión que complementa lo que vemos en
imágenes.
Tarkovsky rueda su última película en la Suecia de Bergman
con gran parte de los habituales del maestro sueco como el camarógrafo Sven
Nykvist o la diseñadora Anna Asp que acababa de ganar un Oscar por su magnífico
trabajo en Fanny y Alexander (1982).
Por supuesto también el actor Erland Josephson, uno de los intérpretes
bergmanianos por excelencia junto a Max Von Sydow con presencia estelar en
films como Secretos de matrimonio
(1874) o Cara a cara (1976). Bergman
consideraba a Tarkovsky como el más grande, había sido para él una revelación
desde La infancia de Iván, que decía
había plasmado en imágenes lo que él nunca había podido lograr transmitir. La
admiración era mutua, y la huella del sueco se siente en Sacrificio, empezando por la misma puesta en escena de marcado
carácter teatral. Su argumento contiene además referencias a La vergüenza (1968), drama
protagonizado por Liv Ullman y el mencionado Von Sydow que también transcurre
en una isla y se desarrolla asimismo en el ambiente previo al estallido de una
guerra.
Sacrificio remite
a una experiencia metafísica pero también mística y religiosa, corroborada por
las dos referencias principales que contiene el film: la Adoración de los Magos de Leonardo que puede verse en varias
ocasiones a lo largo del metraje (usado como fondo por en los títulos de
crédito iniciales) y la música sacra de J.S. Bach que sirve de soporte a la
banda sonora. Al igual que Bergman, Tarkovsky nos habla del silencio de Dios,
simbolizado en la mudez del hijo pequeño que en el último instante recupera el
habla para preguntarse simplemente por qué. Otra de las singularidades del film es su
carácter de testamento cinematográfico; Tarkovsky, que por primera vez rodaba
un guión que había escrito en solitario y sin la colaboración ajena, era
plenamente consciente de ello e incluso dio las últimas instrucciones sobre el
montaje y la postproducción del film desde la cama del hospital parisino en el
que pasó sus últimos meses.
Tarkovsky respeta las reglas de la dramaturgia aristotélica
al situar la acción de su obra en un único lugar y desarrollarlo en el tramo de
unas pocas horas. La idea coincide con el primer mandamiento de su filosofía
sobre el cine que ante todo debe reflejar el flujo del tiempo – de ahí que
titulase su ensayo maestro Esculpir el
tiempo. Para plasmar este paso del tiempo, el director recurre a los planos
y a los travellings largos como los que abren y cierran Sacrificio. El primero es un travelling lateral que indica que
todavía nos encontramos en el ámbito de lo material y lo terreno; el segundo es
un plano secuencia cenital que se recrea en la altura del árbol que nos
presentó al principio como idea de espiritualidad. La antepenúltima secuencia,
por cierto, causó no pocos quebraderos de cabeza al equipo: la casa del
protagonista, pasto de las llamas, se derrumbó antes de tiempo, y se debió
construir en tiempo récord una réplica del decorado para repetir una toma que
debía alargarse varios minutos.
El tema fundamental de la película es el descubrimiento
tardío de la fe en un mundo que acusa la ausencia de valores morales y
religiosos. La espiritualidad del cine de Tarkovsky le condenó para siempre al
ostracismo; en Sacrificio, su protagonista renuncia a todo como ofrenda por
recibir un nuevo bautismo. El fuego que devora su dacha en el tramo final del
film representa el fuego purificador que libera al mundo. Es lo que convierte a
este último film de Tarkovsky, que este dedica precisamente a su hijo, en un
emotivo testamento a la vez que en una hermosa epifanía.
Comentarios
Me cuesta mucho llegar a determinados puntos, a entender o disfrutar de determinados lenguajes metafísicos, filosóficos o simplemente visuales. Todos tenemos nuestras carencias, menos yo que las tengo todas y esta es sólo una más de ellas.
Quizá algún día me pueda sentar ante la pantalla y disfrutar de ese cine que todos encuentran maravilloso, ese día sin duda recordaré este gus y lograré que me sea más fácil descifrarlo.
Muchas gracias amigo.
Abrazos admirados