EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LII)
Hay algo que nunca has entendido: los que están en la
cumbre son iguales que nosotros, podrías haber sido más que ellos tan solo
siendo tú mismo. Y conmigo lo eras. Solo conmigo”.
UN LUGAR EN LA CUMBRE (Room
at the Top). Reino Unido, 1959. Dir: Jack Cayton con Simone
Signoret, Laurence Harvey, Heather Sears (115 min)
Junto a la Nouvelle vague francesa, el free cinema inglés es
el gran movimiento que revoluciona el cine europeo a finales de la década de
los cincuenta del siglo pasado. A diferencia de sus homólogos galos, los
directores británicos sí se agrupan en torno a un documento que concede a la
escuela verdadera carta de naturaleza. Se trata del Manifiesto de los Jóvenes
Airados (Angry Young Men), sobrenombre que recibirán a partir de ese momento
los directores que lo firman y sus seguidores.
Los jóvenes airados se dejan ver por primera vez en febrero de 1956 cuando
Colin Wilson publica en prensa el artículo “The outsider” considerado como una
especie de biblia teórica del movimiento. A menudo se suele definir al free
cinema como la novuelle vague británica, y se hace como vemos de manera
inexacta, pues, aunque su repercusión en el cine que venga después sea algo
menor, su nacimiento es anterior a la irrupción en escena de los Truffaut,
Godard, y compañía.
Lo cierto es que ambas escuelas se desarrollan casi en paralelo
durante la década siguiente, persiguen unos objetivos muy similares, y su
huella en el cine actual se sigue conservando de una u otra manera. El free
cinema nace de la necesidad por parte de los jóvenes talentos de imponer una
nueva estética alejada de la artificiosidad narrativa del cine clásico inglés
demasiado vinculada a la política de estudios dentro de un modelo que imita a
Hollywood descaradamente. Ocurrirá lo mismo en los casos francés y alemán. El
referente más inmediato para todos ellos será el neorrealismo italiano, y la
idea primordial la de sacar las cámaras a la calle para pulsar la vida y la
cotidianeidad de las gentes, en especial de las clases más humildes.
Los angry men pretenden hacer frente con sus modestas armas
a las todopoderosas producciones de Hollywood con las que no pueden competir ni
en medios ni en presupuestos. No están dispuestos a hacer un cine que, según
ellos, no solamente se aleja de la realidad sino que la distorsiona, y
comienzan a reivindicar un tipo de películas diferente en el que prima el
compromiso social. Las tramas son
genéricas y tratan los problemas básicos del proletariado, abordando temas
nunca antes tratados por el cine inglés como el aborto, la homosexualidad o la
liberación de la mujer. Todo en un clima de revolución social que alienta el
nacimiento del pop con bandas como The Beatles o los Rolling Stones o la
eclosión de la cultura de las drogas con epicentro en Londres y Carnaby Street.
Entre los directores que despuntan dentro del movimiento
podemos destacar nombres como los de John Schlesinger, Lindsay Anderson, Tony
Richardson o Karel Reisz. Estos dos últimos presentan en 1955 Momma Don´t Allow, un cortometraje
documental que recrea una velada nocturna en un club de jazz, causando
verdadera conmoción entre la juventud de la época en lo que sin duda puede
considerarse un precedente de lo que vendrá después. Curiosamente, todos los
directores mencionados, acabarán sus carreras en el Hollywood que tanto
despreciaron en sus inicios, a excepción de Anderson que se queda en Reino
Unido aportando al grupo dos películas tan emblemáticas como El ingenuo salvaje (1963) e If (1969). La primera es un drama que
transcurre en un pueblo minero y tiene como protagonista a la estrella del
equipo local de rugby, un muchacho de carácter arrogante e inestable que se
redime gracias a la historia de amor que inicia con una joven viuda. La icónica
y polémica If arremete contra los
métodos de enseñanza en los centros ingleses y el establishment británico.
El “free cinema” no
solo catapulta a los jóvenes airados al cine americano, también supone el
pasaporte al estrellato internacional para los actores que intervienen en sus
películas, caso de Albert Finney, Richard Harris o Vanessa Readgrave. En el
caso de los realizadores, el paso a la industria de Hollywood se produce a veces
de manera gradual. Tony Richardson se
convierte en uno de los abanderados del movimiento gracias a títulos como Mirando hacia atrás con ira (1958), -
de su título procede precisamente la expresión “angry men” -, Un sabor a miel (1961) o La soledad del corredor de fondo
(1963). Su triunfo absoluto en los Oscars de 1964 con Tom Jones, adaptación del clásico de la literatura satírica del
siglo XVIII supone un espaldarazo a su carrera y le lleva al cine americano
donde rueda films como Las cosas que
nunca mueren (1994) que le reporta a Jessica Lange el Oscar a la mejor
actriz principal. Será su última película antes de morir poco después víctima
del SIDA.
Otro autor que triunfa en los Oscars es John Schlesinger
cuya película Cowboy de medianoche
(1969) se convierte en el primer film con calificación X en ser reconocido por
la Academia. El éxitode la cinta que
protagonizan John Voigtht y Dustin Hoffman permite al cineasta desarrollar una
carrera en la Meca del Cine con títulos tan conocidos como Marathon Man(1976) o De
repente un extraño (1990). Antes, en su país natal ha firmado cosas tan
estimables como Darling (1965) o Lejos del mundanal ruido (1967). Por su
parte, Karel Reisz es un cineasta de origen checo que recala en el free cinema
para rodar películas como la magistral Sábado
noche, domingo mañana (1960) y desarrolla posteriormente su carrera a
caballo entre Reino Unido y Hollywood. Entre sus films posteriores quizá el más
conocido sea La mujer del teniente
francés (1981) con Meryl Strepp y Jeremy Irons.
Un caso muy especial dentro de los jóvenes airados es el del
realizador norteamericano Joseph Losey que llega al cine inglés a comienzos de
la década de los cincuenta huyendo del macartismo y pasa a ser uno más. Suya es
esa obra maestra con guión de Harold Pinter llamada El sirviente (1963). Otro norteamericano, Richard Lester se hace
famoso con las películas de The Beatles como A hard day´s night (1964) y Help
(1965), cuyo carácter experimental – se pueden considerar uno de los precedentes
más claros de los después populares videoclips- las convierte en puro “free
cinema”. Lester protagoniza uno de los hitos más determinantes de la escuela al
ganar la Palma de Oro en Cannes con la coyuntural El Knack… y cómo conseguirlo (1965) que supera en el palmarés a rivales
tan prestigiosas como La tienda de la
calle mayor del checo Jan Kandar o El
más allá del japonés Kobayashi. En
el apartado de aportaciones de realizadores foráneos al movimiento de los angry
men, se podría también discutir si se puede considerar o no free cinema Blow up (1966), la película inglesa del
italiano Michelangelo Antonioni que también triunfa en Cannes.
Como vemos, las películas de los jóvenes airados se
caracterizan, además de por cierto carácter experimental, por una serie de
elementos comunes desde el punto de vista argumental así como desde la
perspectiva de la puesta en escena. Calles adoquinadas, fachadas de ladrillo
rojo, azoteas con ropa secándose al sol en los tendedores, vías de tren
semiabandonadas y humo saliendo de las chimeneas de las fábricas, ese es el
paisaje característico que solemos ver siempre en este tipo de películas. Las
historias que nos cuentan transcurren en ambientes rurales o en reducidos
núcleos urbanos, y sus protagonistas suelen ser jóvenes pertenecientes a la
clase obrera que se rebelan contra el orden social establecido y contra la
autoridad moral de sus mayores. Y por supuesto, de fondo siempre presente la
lucha de clases.
De algún modo la huella del “free cinema” sigue presente en
nuestros días, y la tradición del realismo social del cine británico ha
continuado hasta hoy adaptándose progresivamente a los nuevos tiempos.
Cineastas como Ken Loach, Mike Leigh o Sthepen Frears han tomado el relevo de
los jóvenes airados para perpetuar la tradición social en la cinematografía
británica.
Ken Loach se da a conocer en el plano internacional con la
emotiva Kess (1969) la entrañable historia
de un niño víctima de acoso escolar en un pequeño pueblo de Yorkshire que decide
criar a un pequeño halcón al que encuentra herido en la calle. Le sigue el perturbador drama psicológico Family Life(1971) en el que se atreve
con un tema tan controvertido como la esquizofrenia). Sin embargo, y esa
interesantísima intriga que es Agenda
oculta (1981), el director se centra en el drama social con películas de
contenido político cada vez más militante. En ellas su autor exhibe una
sobriedad narrativa indiscutible, pero se deja llevar más de la cuenta por un
maniqueísmo que a menudo resulta demasiado irritante. Aun así, el director nos
ha dejado títulos notables como Lloviendo
piedras (1993) o Mi nombre es Joe
(1997). Eso, y las dos palmas de oro de Cannes que atesoran, hacen de Loach uno
de los realizadores imprescindibles del último cine europeo.
A Stephen Frears lo conocimos en los ochenta gracias a su
cine “underground” con títulos como Mi
hermosa lavandería (1985) o Ábrete
de orejas (1987), comedias frescas repletas de ingenio y mordacidad que
abordan temas sociales como la inmigración o la homosexualidad. Había en ellas
cierto espíritu crítico que no gustaba nada al thatcherismo imperante en la
época. Antes, Frears ya contaba con una sólida trayectoria curtida incluso en
el cine de género con ejemplos como Detective
sin licencia (1971) o The hit
(1984). Después, y tras sorprender con un cambio de estilo en la obra maestra Las amistades peligrosas (1988) o en
ese fascinante acercamiento al neo noir que fue Los timadores (1990), el director ha alternado su – algo irregular-
carrera posterior a uno y al otro lado del charco.
Sin excluir el trasfondo social, Mike Leigh vuelca su mirada
hacia un cine más de sentimientos, sobresaliendo en el dibujo de personajes y
relaciones afectivas. Será por eso, por ser uno de los más destacado
retratistas del cine moderno, que decidió dedicar una de sus últimas películas
a Mr Turner (2014), el gran pintor
del XIX famoso por sus escenas navales. Su última película, La tragedia de Peterloo (2018) se
exhibe actualmente en cartelera y supone una nueva incursión por su parte en el
cine histórico. Otros títulos reseñables de su filmografía son Secretos y mentiras (1996) ganadora en
Cannes, o Another year (2010) que a
mí personalmente me parece una pequeña obra maestra. Parece ser que la
tradición de este tipo de cine no se agota en Reino Unido y continúa con
nombres como los de Andrea Arnold o Shane Meadows.
En un principio, Jack Clayton se suma a esta nueva ola de
cineastas del free cinema a los que no tarda en abandonar para, sin renunciar
del todo a su estilo, pasar a dirigir otro tipo de propuestas Clayton tiene relación con el cine desde una
edad temprana, pues participa como actor infantil en algunas películas a partir
de 1929. Había nacido en Brighton el 1 de marzo de 1921, y más adelante
entraría a trabajar en la productora de Alexander Korda donde llegaría a
ejercer como ayudante de dirección. Durante la Gran Guerra serviría en la
aviación – como el protagonista de Un
lugar en la cumbre- y rodaría un documental sobre la reconstrucción de
Nápoles tras la liberación de los aliados. Ya en su país Clayton vuelve a la
compañía de Korda, ascendiendo a productor ejecutivo en algunos films. Su primer cortometraje, The Bespoke Overkoat (1956), basado en un relato del ruso Nicolai
Gogol, consigue el Oscar de la categoría.
Tras debutar en el largo con Un lugar en la cumbre se adentra en 1961 en el cine de género con
una producción de mayor presupuesto. Suspense (The
innocents en el original) está considerada una obra maestra, y se basa en
el famoso clásico de la literatura de terror y de fantasmas de Henry James Otra vuelta de tuerca. Con la ayuda en
el guión de Truman Capote y la presencia espectacular de Deborah Kerr en el papel
principal, el film nos cuenta la historia de una puritana institutriz
contratada para cuidar a unos niños huérfanos que viven en un apartado caserón
victoriano. No es la única adaptación
cinematográfica del texto de James, pero sí, desde luego la mejor, con una
notable influencia posterior además en el atractivo subgénero de cine de casas
encantadas. En este punto, no podemos olvidarnos de Los otros (Alejandro Amenábar, 2001).
Vuelve Clayton al drama intimista con Siempre estoy sola (1963), con otra espectacular interpretación
femenina a cargo de su protagonista principal, en esta ocasión Anne Brancfort
dando vida a una mujer inestable en busca de la felicidad en su nuevo
matrimonio después de haber pasado por el altar varias veces. El guión corría a cargo del futuro premio
Nobel Harold Pinter. Y de nuevo el suspense y el terror psicológico asomaba en A las nueve cada noche (1967),
magnífico largometraje con una tensión sabiamente dosificada y con un inmenso
Dick Bogarde.
Años más tarde, en 1974 el cineasta asume el reto de cruzar
el Atlántico y rodar en Estados Unidos una nueva versión de la obra de Scott
FtzgeraldEl gran Gatsby. Se trata de
la segunda adaptación de la célebre novela después de la de 1926, todavía en el
periodo mudo. Robert Evans y la Paramount echaron el resto para que fuese la
definitiva, pero la verdad que el proyecto nació gafado desde el principio.
Truman Capote, el elegido para escribir el guión inicialmente, fue sustituido a
última hora por Francis Ford Coppola que había ganado el Oscar de la categoría
unos años antes con Patton, y estaba
a punto de convertirse en el hombre de moda en Hollywood. Lo cierto es que el
director de El Padrino no supo dar
con la tecla a la hora de trasladar a la pantalla esta historia de oropel y decadencia
en la época de la Gran Depresión norteamericana. Evans quería convertir a su
amada Ali McGraw en la Daisy de la película, pero la “huida” de la actriz con
Steve McQueen frustró sus propósitos (por los mismos motivos, Faye Dunaway
llegó al proyecto de Chinatown de
Roman Polanski). La escogida fue finalmente Mia Farrow que rodó la película
embarazada, y cuya interpretación quedó muy lejos de la de su compañero de
reparto, Robert Redford. Jack Nicholson o Warren Beatty fueron otros nombres
que se barajaron para encarnar al protagonista. La película fue masacrada por
la crítica en su momento, pero en cualquier caso resulta superior a la que
perpetró en 2013 el australiano Bazz Lhurman con Leonardo DiCaprio y Carey
Mulligan en el reparto.
Casi una década después Clayton rueda en Estados Unidos y de
la mano de la Disney la adaptación de la obra de Ray Bradbury El carnaval de las tinieblas (1983). De
nuevo, terror psicológico y niños adentrándose en el lado más oscuro de la
realidad, dos constantes que como vemos se repiten constantemente en la
filmografía de su director. Esta será su última gran película antes de
despedirse definitivamente del cine con La
solitaria pasión de Judith Heame (1987), un drama romántico interpretado
por Bo Hoskins y Maggie Smith. Clayton moriría el 26 de febrero de 1995,
dejando atrás una filmografía de apenas siete títulos, breve pero
imprescindible para entender el devenir del cine británico y europeo desde
mediados del siglo pasado hasta hoy,
Jack Lampton es un atractivo y ambicioso joven que viaja
desde su pequeño pueblo a la ciudad de Warntley a trabajar en la Tesorería del
Ayuntamiento. Limpton fue criado por
unos tíos tras morir sus padres durante un bombardeo en la Segunda Guerra
Mundial en la que el joven sirvió en el ejército como piloto. Al llegar a
Warntley, conoce a Charley, un compañero de trabajo que le consigue un cuartito
en la pensión en la que vive y se
convierte en su mejor amigo en la ciudad. Jack sale a divertirse por las noches
con la pandilla de Charley que es miembro de un grupo de teatro aficionado. En el
local, Jack se fija en una bella muchacha, Susan Brown, la hija del dueño de
medio Warntley, un rico industrial que en su día tuvo trabajando en su fábrica
al padre de Jack. A pesar de que todos le dicen que esa chica no es para él al
pertenecer a una clase superior, Jack se propone conquistarla. Para estar cerca
de Susan, el contable se inscribe en el grupo de teatro donde, por cierto,
exhibe unas dotes pésimas como actor.
Durante los ensayos de la obra en la que participa, Jack
conoce a Alice, una mujer diez años mayor que él que en la pieza interpreta a
su amante. Alice está casada, pero no es
óbice para que el contable la invite a salir una noche después del ensayo. En
el transcurso de la velada, Jack descubre que Alice no es feliz en su matrimonio,
le habla de sus humildes orígenes y le confiesa que le atrae Susan. Alice le
anima a salir con la joven, pero no puede evitar que Jack acabe coqueteando con
ella.
A la mañana siguiente Jack llama a Susan para invitarla al
cine al sábado siguiente, pero ella se excusa alegando que tiene una cita. Por
la tarde, después del ensayo, mientras el grupo toma algo en un pub cercano
aparece George, el marido de Alice para comunicarle a su esposa que debe
ausentarse unos días por motivos de trabajo. Cuando la actriz sale del local,
unas jóvenes comentan ante Jack que en realidad el hombre se va de fin de
semana con su secretaria, una práctica que suele ser habitual. Limpton sale del
bar y le ofrece acompañarle a casa pero esta le dice que no.
Finalmente, Susan y Jack acuden juntos al cine, y después de
la proyección, él le declara su amor a ella. En ese momento, la pareja es
interrumpida por Jack Walles, el estirado pretendiente de Susan que no para de
burlarse de los orígenes de Limpton a quien odia. Susan rompe definitivamente
con Walles y comienza a salir con el contable. No obstante, la idea no seduce
mucho a los padres de la joven que no quieren un marido pobre para su hija. El
todopoderoso Brown urde un plan para alejar a Limpton de su niña y presiona para
que el jefe de la fábrica de Dufton, su pueblo natal le ofrezca un buen puesto.
Pero al descubrir que el padre de la chica está detrás de esa sucia artimaña,
el joven rechaza el trabajo. Limpton llama a casa de los Brown, pero al
preguntar por Susan, su madre le dice que está de viaje en Francia.
Jack comienza entonces a volver a ver a Alice. Una noche los
dos van en el coche a Sparrow Hills, un” lugar en la cumbre” desde el cual se
divisa toda la ciudad y donde él la besa por primera vez. A partir de entonces, se convierten en inseparables y comienzan una
serie de citas furtivas cuyo escenario es el pequeño apartamento de Elspeth,
vieja amiga de ella. Un día, Jack y Alice tienen una fuerte discusión después
de que ella le confiese que durante su juventud sirvió de modelo a un pintor
para un desnudo. Jack pierde los nervios y rompe con su amante.
Tiempo después, durante un baile de sociedad, Limpton
encuentra a Susan cenando con sus padres y Jack Walles con quien parece haberse
reconciliado. Sin embargo, la joven vuelve a preferir a Jack que tiene sus
dudas que cree que nunca podrá tenerla completamente debido a la diferencia de
clases que les separan y acaba abandonándola.
Y Jack volverá a encontrar refugio otra vez en los brazos de Alice.
La relación entre ambos se intensifica, e incluso pasan unas
pequeñas vacaciones en una pequeña cabaña propiedad de unos amigos de Charley
donde hacen planes de futuro. En el momento de la despedida, ella le regala su
pitillera, “para que recuerdes toda esta felicidad” le dice.
Al reincorporarse al trabajo en el Ayuntamiento, Jack recibe
un día la visita de George que le pide que no vuelva a verse nunca más con su
esposa, y le comunica que jamás le concederá a ella el divorcio. Acto seguido,
el padre de Susan le invita a comer a solas. Tras intentar chantajearle para
poner a prueba sus principios, Brown le informa de que Susan está embarazada y
tiene que casarse con ella. Jack tendrá por fin la vida que siempre deseó con
un sueldo envidiable, pero la condición es que jamás vuelva a ver a Alice.
Susan también le hace prometer lo mismo pero Jack debe ver por última vez a la
que fue su amante.
Y Alice prepara una cena romántica pensando que Jack le
traerá buenas noticias pero no es así. Tras despedirse para siempre de Limpton
baja al bar donde ahoga sus penas en alcohol. A la mañana siguiente, el joven
recibe las felicitaciones de sus compañeros que ya conocen la noticia de su
boda. En ese instante, dos chicas comentan que el cadáver de Alice ha sido
encontrado esa misma mañana al pie de Sparrow Hill desde donde su coche se
despeñó. Conteniendo la tristeza, Jack abandona la oficina.
Destrozado, viaja a Dufton para encerrarse en el pub y
emborracharse,. Allí tiene un encontronazo con el novio de una joven que intenta
ligar con él. A la salida del pub, el chico y un grupo de amigos le esperan
para darle una brutal paliza. Cuando despierta a la mañana siguiente, un niño
sucio y desnutrido le observa atentamente. Lleva un coche de juguete que
desliza sobre la acera simulando un accidente. En ese momento, llega Charley y
su novia, June, que recogen a su amigo
para llevarlo a casa.
La boda se celebra a los pocos días. Jack parece un fantasma
durante toda la ceremonia, consciente de que toda su vida ha quedado destrozada.
Su ya esposa piensa que las lágrimas que derrama en el coche cuando abandonan
la iglesia son de felicidad
Se tiende a pensar que Un
lugar en la cumbre, opera prima de Jack Clayton, es la película clave del
free cinema inglés, algo así como la obra fundacional del movimiento.
Curiosamente no es la primera que hace la escuela de los jóvenes airados a la
que ya incluso Tony Richardson ha bautizado en uno de sus títulos anteriores.
Tampoco estamos ante la mejor película de su director– se considera casi por
unanimidad que ese honor le corresponde a Suspense
– ni Clayton puede ser tenido como el máximo abanderado del movimiento
británico. Para este puesto tendrían preferencia el mencionado Richardson o
incluso por Lindsay Anderson que prolongan su idilio con el drama social antes
de pasarse a otros géneros como sí hizo Clayton.
Sí es la película de la que hablamos la primera que
realmente tiene una gran repercusión internacional y llama la atención sobre lo
que se está cociendo en el país. Prueba de ello son los dos Oscars que consigue
la cinta en la edición de 1960, el primero para la francesa Simone Signoret por
su espectacular trabajo interpretativo, y el segundo para su guión adaptado. La
película se basa en una novela del escritor John Braine que llevan a la
pantalla Neil Paterson y Mortdecai Ritcher, aunque este último no figura en los
créditos.
La trama contiene todos los ingredientes que harán después
popular el estilo de los angry men, aunque también cabe encontrar elementos del
melodrama clásico en la sólida descripción de las clases altas y en el vaivén
sentimental al que se ven sometidos los diferentes personajes. Es solo la
fachada, por debajo se esconde una nada complaciente crítica no solo a la burguesía y a las convenciones sociales, sino
también a la codicia y a la mezquindad humana en toda su extensión.
El mayor mérito de Clayton es quizá pues aunar la elegancia
del melodrama con esa técnica documentalista casi fotográfica del incipiente
realismo social. Conviene tener presente que la mirada de la película es la
mirada de un joven – en un cine hecho por jóvenes y para jóvenes—que llega por
primera vez a un lugar que no es el suyo y se propone conquistarlo. La primera
imagen no deja lugar a dudas: en ella,
lo primero que vemos en primer plano son los calcetines del protagonista que
llega a la gran ciudad repantingado en el asiento de su tren dispuesto a
comerse el mundo. El orgullo de clase
es, desde ya, una seña de identidad del free cinema.
Los Angry Young Men plantean pues sus películas como un
desafío, y Clayton no va a ser menos en esta historia de ambición y arribismo.
Se trata de una propuesta transgresora cuya base es la relación que se
establece entre un pipiolo sin escrúpulos y una mujer madura, una fórmula que
repetirá con éxito años más tarde el cine americano en El graduado (aunque el Benjamin Bradock de Dustin Hoffman allí es
de todo menos un arribista). Hay más del personaje sin escrúpulos que
interpreta aquí Laurence Harvey en el Ryes Myers de Match Point, con el que Woody Allen pretenderá darle la vuelta ya
en el presente siglo a este triángulo amoroso tan endemoniado y tan “british”.
El escándalo estaba servido en la época con unos diálogos en
los que Clayton se ahorraba en sutiliezas
y con un tratamiento del sexo demasiado atrevido para su tiempo, y el
que el director va a veces más allá de la sugerencia sin perder nunca la
clase. Desde los tiempos de las grandes
femmes fatale del viejo Hollywood nadie se había llevado a la boca un cigarrillo
con tanta elegancia como Simone Signoret en esta película.
Porque claro, hay que hablar de Simone Signoret que está
inmensa en el film, y cuyo
reconocimiento por parte de Hollywood, batiéndose el cobre con las dos Hepburn
o con Liz Taylor, es más que merecido.
La actriz, antaño musa de Becker o Clouzot, coronó aquí su mejor papel
dando vida a esa mujer maltratada por la vida que esconde su fragilidad en una
coraza de mujer valiente y dura. A su lado, Laurence Harvey, quien también fue
nominado por Hollywood, y que gracias a su personaje en el film obtuvo el
pasaporte que le permitió lanzarse al cine americano y destacar en películas
como El álamo (John Wayne, 1960) o La gata negra (Edward Dmtryck, 1962). El Joe Lampton de Un lugar en la cumbre es el mejor papel en la corta carrera del actor
que falleció en 1973 con tan solo 45 años
En su etapa como crítico cinematográfico, François Truffaut
afirmaba que Ciudadano Kane había
sido la opera prima que más vocaciones había despertado dentro de su profesión.
Por aquel entonces, el bueno de François no sabía que su debut en el cine sería
tan decisivo o más que el del genio de
Kenosha. Y junto con la suya la de
otros. Esos nuevos cines, y esos nuevos cineastas, que surgieron en Europa en
esa época cambiaron para siempre la forma de hacer y de ver las películas. Entre ellos estaba Clayton que, gracias a
obras como está, merece un pequeño lugar en la cumbre al lado de los grandes.
Comentarios
Melodrama clásico en lo que cuenta sin duda, son las formas las que harán ver que no es el cine habitual hasta el momento. hace siglos vi esta película que merece un repaso. El reclamo es este magnífico gus.
De hecho la vi hace tanto que nunca la hubiese metido en una lista de 100. Será por olvido o porque no fue tan memorable. Afortunadamente, Dex sabe de cine y es capaz de valorar por qué es imprescindible esta entrada.
Tan imprescindible como él. Gracias, de nuevo, maño.
Abrazos fumando.
Soberbio es la palabra que define este Gus y la pelicula de la que nos habla.
Brutal el papel de la Signoret.
Besos eclipsados.
Albanta