EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (L)
¿Por qué no madura,
Baxter? Sea un mensch, ¿sabe lo que es un mensch?
No estoy muy seguro
¡Un hombre ¡Un ser
humano¡
EL APARTAMENTO (The Apartment).
USA, 1960. Dir Billy Wilder con Jack Lemmon, Shirley
McLaine, Fred McMurray, Jack Kruschen, Ray Waltson (120 min)
Llegamos hoy al ecuador de esta serie “El cine en cien
películas” con la que tanto estamos disfrutando y tanto estamos aprendiendo (yo
el primero) sobre lo que más nos gusta a muchos en esta vida que son el cine y
las películas. Antes de seguir, me gustaría agradecer todos los comentarios
recibidos en estas cincuenta semanas por parte de todos los trillones que os
acercáis cada día a este lugar, alabanzas que sin duda, y no es falsa modestia
ni mucho menos, no merezco, como lo de que esto habría que publicarlo y
editarlo Yo no lo veo, más que nada porque antes que todo eso habría que hacer
una limpia muy grande y empezar a saco con el corrector y el detector de
mentiras; que aquí se han llegado a leer burradas muy gordas, como eso de que
Murnau se marchó a Hollywood huyendo de los nazis e incluso se ha oído mentar que
la caza de brujas la inició un tal McArthur.
En fin, que vamos desde ya por las siguientes cincuenta; también desde ya os
pido perdón por las burradas que podáis oír a partir de ahora en sucesivos
lunes. Ya sabéis, nadie es perfecto.
Pues sí, llegamos hoy al ecuador de “El cine en cien
películas” y para celebrarlo lo hacemos con un título y un director muy, muy
especiales. De sobras está decir que el nombre de Billy Wilder figura con
letras de oro en la Historia del Cine, y que al menos cuatro o cinco de sus
películas – tampoco es cuestión de abusar -merecen de manera indiscutible
figurar entre lo más exquisito que nos ha brindado a lo largo de los tiempos el
denominado Séptimo Arte . A pesar de no responder al perfil de director
virtuoso de la forma en que lo puedan ser por ejemplo un Welles o un Kubrick, resulta
indudable que el tío Billyha sido uno de los tipos más brillantes y más sabios
que se ha puesto nunca detrás de una cámara. Como dijo cierto crítico la mayor
aportación de Billy Wilder al cine es su inteligencia. El director es uno de
los mayores conocedores que ha dado el cine – no solo el norteamericano-en
materia de eso que damos en llamar naturaleza humana; Wilder fue capaz de
plasmar en sus películas todo ese ese conocimiento, diseccionando como nadie a
través de sus imágeneslos vicios y las virtudes de sus contemporáneos. Eso y su
desbordante habilidad para crear personajes, situaciones y diálogos han acabado
por situarle también entre los mejores guionistas.No obstante, él era el
primero en admitir lo poco reconocido de su profesión, y así lo hizo constar en
títulos como El crepúsculo de los dioses
(1950)o hasta incluso en su propio epitafio que reza de forma irónica: “Soy
escritor, pero nadie es perfecto”.
La filosofía wilderiana da para media docena de libros y
otras tantas tesis doctorales, pero podría resumirse en un mandamiento
principal; el mundo se divide en víctimas y aprovechados, y quizá en ninguna
película se evidencie tanto esta máxima como en El apartamento. La mirada
desencantada que su director proyecta hacia el mundo que le rodea se ha mal
interpretado siempre como un síntoma de crueldad; en el fondo y ante todo,
Wilder no dejó de ser nunca un romántico que observa la realidad con una mezcla
de ternura y cinismo.
La amargura, el desencanto –también la ironía- cabalgan por
los guiones escritor por el cineasta que abarcan un amplio abanico de géneros, desde
el drama a la comedia, pasando por el género negro o el musical. Wilder comenzó
su carrera en Hollywood poniendo su talento como escritor al servicio de otros
y componiendo guiones para Howard Hawks, Mitchell Leitsen o Ernest Lubitsch, su
gran mentor. Fernando Trueba, dejó escrito en una ocasión que Wilder aprendió a
ver la vida con los ojos de Erich Von Stroheim, aprendió a contarla en la
escuela de Lubitsch, y a fotografiarla a través de la mirada de Howard Hawks. El
hecho de que las carreras de Lubitsch y de Wilder transcurrieran en épocas y circunstancias
diferentes propició que el último viniese a revolucionar los dictados de la comedia
moderna y que en parte el discípulo terminase superando en muchos aspectos al
maestro. En cualquier caso, es conocida
la anécdota del poster que presidía una de las paredes del despacho del alumno
aventajado en el que se leía la leyenda “¿Cómo lo haría Lubitsch?”; Wilder solo
tenía que fijar la vista en él para reclamar la inspiración y que las musas
acudiesen en su auxilio.
Samuel Wilder vino al mundo, el 22 de junio de 1906 en la
ciudad de Sucha, cerca de Viena, perteneciente todavía por aquel entonces al
Imperio Austro - Húngaro. Ya desde pequeño, todo el mundo comenzó a llamarle
cariñosamente Billy, debido a la admiración que sentía hacia el personaje de
Buffalo Bill y su afición al western que conoció gracias a las películas de Tom
Mix. Su padre, Max, dueño de una cadena de cafeterías, quiso que su hijo
estudiase Derecho, pero Samuel demostró pronto su escaso interés por el mundo
de las leyes y acabó decantándose por el periodismo. Además de ejercer
esporádicamente como bailarín y gigoló (acompañaba a señoras de edad en los
bailes de sociedad), Wilder comenzó a trabajar como redactor en varias
publicaciones vienesas y no tardaría en aceptar un puesto como reportero para
una revista de Berlín. En la capital germana tuvo su primer contacto con el mundo
del cine, y empezó a escribir guiones en los estudios de la UFA donde coincidió
con alguno de los jóvenes talentos de la industria que, como él, acabaron
emigrando a Estados Unidos por razones políticas y desarrollando el grueso de
su exitosa carrera en Hollywood. Es el caso de Curt y Robert Siodmak o Fred
Zinneman con quienes colabora en el documental Gente en domingo (1930), un trabajo colectivo que relata cómo pasa
su día de descanso la clase obrera de Berlín, y que en opinión de muchos
críticos constituye un primer esbozo de la técnica neorrealista
La llegada al poder del partido de Hitler obliga a todos
esos artistas de ascendencia judía a huir del país. Wilder se refugia primero
en Francia donde se establece por un tiempo en el que continúa escribiendo para
otros. Allí dirige también su primer largometraje, Curvas peligrosas (1934), comedia que tiene como protagonista a un
joven ocioso y mimado que tras perder la protección de su acomodada familia
decide enrolarse en una banda de ladrones de coches. El film está codirigido
por Alexander Esway y es un enorme fracaso de taquilla, aunque al tratarse del
primer film del genio, está considerada hoy día como una pequeña pieza de
culto.
En París, Wilder se reencuentra con Peter Lorre, intérprete
de origen húngaro que también viene de Alemania huyendo del nazismo; le había
conocido en la etapa anterior durante el rodaje de Lo que sueñan las mujeres (Geza Von Bolvary, 1933), un guion que él
mismo había escrito. Director y actor se harán grandes amigos y se desplazarán
juntos a California donde por un tiempo serán también compañeros de piso
(curiosamente nunca volverían a trabajar juntos). Mientras Lorre ficha por
Columbia y se vale del éxito de sus películas expresionistas para ir
apareciendo en películas de género, Wilder es contratado por la Paramount para
quien comienza a escribir sus primeros guiones norteamericanos. El primero es Música en el aire (1934), que pasa
prácticamente desapercibido a su paso por las carteleras.
La fama de Wilder como escritor aumenta cuando en 1936
conoce a Charles Brackett, un novelista que acababa de instalarse en Hollywood
procedente de Nueva York, con quien formará un tándem irrepetible durante algo
más de una década. Wilder y Brackett escribirán juntos algunas de las páginas
más gloriosas de la comedia romántica clásica a la que aportan su particular
toque elegante y sofisticado, y una visión romántica y nostálgica de una Europa
que, paradójicamente, se está desangrando en esos mismos momentos. La edad de
oro del género llega gracias a títulos como La octava mujer de Barba Azul(Ernes tLubitsch, 1938), Medianoche (Mitchel Leisen, 1939), Ninotchka (Ernest Lubitsch, 1939) o Bola de fuego (Howard Hawks, 1941),
todos ellos nacidos de la pluma y del ingenio de la sociedad Wilder- Brackett.
La pareja exhibe también actitudes para el drama, y prueba de ello es el
excelente libreto de Si no amaneciera
(Mitche lLeisen, 1941).
En 1942, Wilder decide rodar su primera película
estadounidense y adaptar la obra teatral de Edward Childs Carpenter El mayor y la menor, que si bien está
todavía lejos de sus proyectos más memorables y arriesgados anticipa ya algunas
de las constantes del universo fílmico del autor. Estamos ante la típica
mascarada de enredos y equívocos cuya máxima dificultad reside en creerse a una
treintañera Ginger Rogers en el papel de una niña de catorce años haciéndole
ojitos al aguerrido militar al que encarna RayMilland, por cierto todo un tabú
para la época (¡¡ y para esta ¡¡). En su segundo film USA, Cinco tumbas al Cairo (1943), Wilder y Brackett se suman a la moda
de películas que tienen como trasfondo la II Guerra Mundial y se ruedan en el
transcurso del conflicto – Casablanca se
ha estrenado solo un año antes. La película no obtiene el éxito esperado, y a
interpretación de Erich Von Stroheim es el único elemento alabado por los
críticos.
Y entonces llega Perdición (1944), una cima no solo en
la filmografía wilderianasino en la Historia del Cine. Woody Allen llegó a
decir una vez que era la mejor película jamás filmada y quién soy yo para
contradecir a mi querido gafapasta. Merezca o no el calificativo que le da
Allen, Perdición es una auténtica
obra maestra, si como maestra entendemos la que enseña, la que deja una huella
y una impronta en el cine posterior (con olor a madreselva además). Wilder le
fue infiel a su entonces inseparable Brackett que rechazó participar en el
proyecto porque la historia le parecía demasiado sórdida, y se alió con el
maestro de la novela negra, Raymond Chandler, para llevar a la pantalla la obra
de James M. Cain, autor de El cartero
siempre llama dos veces. Al igual que esta novela, Perdición reproduce un triángulo amoroso en la que un pusilánime
vendedor de seguros y una mujer sin escrúpulos planean eliminar al marido de
este para en esta ocasión poder cobrar la sustanciosa póliza de vida que dejará
el fallecido tras su desaparición. Parece ser que Chandler acabó bastante harto
de los métodos de escritura de Wilder, pero aun así los resultados no pudieron
ser más satisfactorios para una película que se beneficiaba del espléndido
trabajo de su trío protagonista. Fred
McMurray y Barbara Stanwyck llegarían a trabajar juntos hasta en cuatro
películas, estimables todas ellas, pero ninguna tan memorable como ésta. Ella
compone una de las femme fatales más recordadas del cine mientras que habrá que
esperar precisamente a El apartamento
para ver otro trabajo tan notorio de él. Para coronar la guinda del pastel, un
soberbio como siempre Edward G. Robinson, implacable junto con el enanito que
gruñe en su interior tras la pista del presunto fraude. La película cosechó
siete nominaciones al Oscar, y Wilder la primera de sus candidaturas como
director. No hubo suerte, y el vienés hubo de ceder ante el Leo McCarey de Siguiendo mi camino, la triunfadora de
la noche. En esta ocasión, a la segunda irá la vencida.
La suerte sonríe a Wilder al año
siguiente, y Días sin huella se
convierte en la gran agasajada por la Academia de Hollywood en 1945. El
realizador aborda la tragedia del alcoholismo desde la adaptación de una novela
de Charles R. Jackson, en una película que pese a adscribirse formalmente al
género dramático se aproxima a los principios del cine negro, especialmente en
lo concerniente a la puesta en escena. Wilder recuperaba a Brackett y a Ray
Milland con quien ya había trabajado en su debut norteamericano y que se haría
con el Oscar al mejor actor por su impresionante actuación. En su siguiente
largometraje, el cineasta cambia de género para despachar uno de los films más
flojos e impersonales de su carrera, algo que a fin de cuenta nos demuestra que
también era humano. El vals del
emperador es un musical ambientado en la corte vienesa de principios del XX
y desprovisto del habitual humor ácido y corrosivo que inunda las películas del
dúo Wilder – Brackett. Muchos creyeron
que los guionistas se replegaban ante el clima enrarecido que estaba generando
en Hollywood el nacimiento de la denominada caza de brujas. Y la prueba
evidente de que se equivocaban la tenemos en el siguiente grupo de películas que
viene firmada por la pareja en los años posteriores que vienen a confirmar
justo lo contrario.El film que encabeza ese grupo, también de 1948, es Berlín occidente, brillante sátira en
la que con ayuda de Marlene Dietrich Wilder se burla de la redistribución
geopolítica que sufrió la capital alemana tras la derrota nazi en la Segunda
Guerra Mundial. La película transcurre en la parte americana de la ciudad entre
cuyas ruinas surgen las frases más ingeniosas y los diálogos más chispeantes
dentro de un doble sentido continuo.
El crepúsculo de los dioses (1950) es otra de esas aportaciones
supremas del tándem Wilder – Brackett a la Historia del Cine y del Arte en
general. La película sería también suúltima colaboración juntos, después de que
el segundo quedase exhausto tras la experiencia, curioso cuando menos en un
film que ante todo se erige como un homenaje a la siempre denostada figura del
guionista. La turbia relación que se establece entre el joven Joe Gills y la
decadente estrella Norma Desmond es también un fascinante ejercicio de cine
dentro del cine, planteado de nuevo en clave de cine negro. El impactante
arranque con el cadáver de Gills flotando en la piscina de su amante, poniendo
en funcionamiento el flasback que vertebra la historia sorprendió a todo el
mundo, pero no era el elegido inicialmente. Gloria Swanson volvía al cine para
interpretarse prácticamente a sí misma y construir un personaje para la
leyenda. Las imágenes que proyecta al guionista en su sala privada pertenecen a
La reina Kelly que la propia actriz
protagonizó en 1929 a las órdenes de Erich Von Stroheim que también tiene un
significativo papel en la cinta de Wilder. El papel masculino le fue ofrecido
en un principio a Montgomery Clift, pero el representante del actor hizo que lo
rechazara ante el temor a la mala prensa si su protegido interpretaba a un
gigoló que además se convertía en el amante de una mujer bastante más mayor que
él. La negativa de Clift dejó el campo libre a William Holden que completó de
esta manera la primera de sus colaboraciones con el director de la película.
Los años cincuenta constituyen
una sucesión de obras maestras y títulos míticos en la carrera de Billy Wilder.
Ahora le llega el turno a El gran
carnaval (1951), un drama en el que su autor se nos muestra como todo un
visionario en la crítica al sensacionalismo de los medios de comunicación a la
hora de tratar ciertas noticias.. El maestro no hacía más que advertirnos con
tiempo de la que se nos venía encima. No hay más que ver el tono con el que se
trató hace unos meses en radio y en televisión la tragedia del pequeño Julen
para darse cuenta de ello. Muchos nos acordamos entonces de Kirk Douglas y de
esta absoluta obra maestra en la que asoma el Wilder más cínico y a la vez el
más sabio. También con muy mala leche llega Traidor en el infierno(1953), un drama carcelario que tiene como
protagonistas a los prisioneros de un campo de concentración nazi y que le vale
a William Holden su único Oscar como actor principal. El propio Holden coprotagonizaba
la deliciosa Sabrina (1954) una de
las joyas de la comedia romántica universal que contaba la historia de
rivalidad entre dos hermanos pertenecientes a una acaudalada familia que
pugnaban por el amor de la hija de uno de sus sirvientes. El reparto lo
encabezaba Audrey Hepburn y lo completaba Humphrey Bogart en un personajel
inicialmente pensado para Gary Grant. Wilder siempre tuvo la espinita clavada
de no haber podido trabajar nunca con el actor inglés, pues además se llevó
fatal con su sustituto durante todo el rodaje. Boggie odiaba a todos los
miembros del equipo, incluidos Holden y Hepburn que iniciaron un pequeño
romance durante la filmación – ella acabaría poniéndole fin al saber que él
nunca podría darle hijos.
Precisamente, en una de las
escenas de esta película, Sabrina acudía junto a uno de sus pretendientes al
estreno teatral de La tentación vive arriba,
un título que llegaba a nombrarse un par de veces más a lo largo del film. La
adaptación de este éxito de Broadway creado por George Axelrod fue en 1955 el
siguiente proyecto de Wilder que contó en la película con el protagonista de la
obra original sobre las tablas, un desconocido para el gran público Tom Ewell.
El actor interpretaba a un oficinista bonachón que se quedaba de rodriguez en
su pequeño piso neoyorkino durante un caluroso vecino y que caía en las redes
de seducción que le tendía su despampanante vecina. Y ella era, claro, Marilyn
Monroe en su primer trabajo a las órdenes de Wilder y en el film que comenzó a
perfilar el mito. Cómo olvidar ese icónico vuelo de faldas sobre la boca del
metro en la noche de Manhattan. Sin embargo, puede que los árboles no nos dejen
ver el bosque, porque tras la leyenda se esconde una divertida comedia con
grandísimos diálogos que tal vez esté algo infravalorada dentro de la obra de
su autor.
1957 resulta ser el año más
fecundo en la carrera de Billy Wilder que logra colar hasta tres estrenos en
una misma temporada. El realizador decide trasladar al cine las memorias del
aviador Lindbergh, el primero en completar cruzar el Atlántico sin escalas
cubriendo el trayecto de Nueva York a París. La hazaña tuvo lugar en 1927 y
llegó a la pantalla tres décadas más tarde bajo el título de The Sprit of Saint Louis (El héroe solitario en su versión en
España). El resultado es una de las películas menos conocidas del director en
donde lo más destacable es la interpretación de James Stewart en el papel
principal. Más satisfactoria es sin duda la adaptación del clásico de Agatha
Christie Testigo de cargo,
considerada otra de las gemas en la trayectoria del realizador. Tyrone Power,
Marlene Dietrich y un excelso Charles Laughton encabezan el plantel de esta
pieza maestra de la intriga que se hace difícilmente olvidable en parte gracias
a su antológico desenlace. Recientemente, se filtró que Ben Affleck estaba
preparando un remake del film previsto para ser estrenado en 2020 y que, mucho
nos tememos, no llegará a la altura de su predecesor. El tercer estreno del año
para Wilder también supone su primera colaboración con el guionista I. A. L
Diamond, escritor de origen rumano que llevaba dos décadas afincado en
Hollywood y escribiendo historias para otros. Wilder, que por fin parece haber
encontrado el recambio perfecto de Brackett, ya no se separará de Diamond con
el que firmará el resto de guiones de su filmografía. El primero no es
precisamente un éxito.
En Arianne, Wilder vuelve al género de la comedia romántica, de nuevo
en París y de nuevo con Audrey Hepburn como protagonista principal. La actriz interpreta a una joven algo ingenua
que cae rendida a los encantos de Frank Flannagan, un maduro play boy
norteamericano al que da vida Gary Cooper que se dedica a seducir a viudas de
buena posición para quedarse con su fortuna. Que la película no funcionase bien
en taquilla no auguraba un futuro halagüeño para la flamante sociedad que
Wilder había formado con su nuevo guionista, pero… ¿Estáis preparados para una
nueva toma? Pues agarraos, que vienen curvas.
Las curvas en esta ocasión las
ponen Tony Curtis y Jack Lemmon y por supuesto Marilyn. Juntos pero no
revueltos protagonizan una de las grandes comedias de todos los tiempos. De
rodillas todo el mundo, porque hablamos de Some
like it hot. Nunca me gustó del todo
el título que le pusieron en castellano que además ha servido de base a que
posteriormente se hayan hecho munchas tonterías con él. Lo cierto es que el original sí da pie a un
juego de palabras acorde con el espíritu del film. Su traducción vendría a ser
algo así como “a algunos les gusta el hot”, claro que no sabemos si con “hot”
nos referimos al ritmo musical de ese nombre o al adjetivo “caliente”. Comparad
con lo poco serios que fuimos aquí donde la última película que protagonizaron
juntos Lemmon y Matthau se llamó aprovechando que el Pisuerga pasaba por
Valladolid ¡¡ Con rumbas y a lo loco ¡¡ La película es el remake de Fanfare d´amour (Richard Poltier,
1935), una comedieta francesa que había conocido también una versión alemana a
comienzos de la década. Wilder se la llevó a su terreno y facturó una película
para la leyenda, dotada de un ritmo frenético y milimétricamente medido. Wilder
adoptó la máxima de Lubitsch - de guardar un par de segundos entre chiste y
chiste para que las carcajadas de los espectadores no pisasen los diálogos. El
argumento es de sobras conocido: Jerry y Joe son dos músicos de poca monta que
tras ser testigos de la matanza del día de San Valentín se ven obligados a
convertirse en Josephine y Daphne, y a integrarse en la orquesta de Sweet Sue y sus señoritas sincopadas para
huir de los gánsteres. La hemos visto tantas veces que nos sabemos de memoria
sus maravillosos diálogos, pero no importa, volveremos a verlas las veces que
haga falta. Y nos reiremos siempre como
la primera vez. Quien no tuvo muchos motivos para reír durante el rodaje fue el
propio Billy Wilder. A pesar de los problemas que le había causado ya durante
la filmación de La tentación vive arriba,
el vienés volvió a contar con Marilyn Monroe como estrella, consciente de que a
pesar de su carácter frágil, la actriz era un imán para la taquilla, esa eterna
amiga de tío Billy. La rubia, a desquiciar al director con sus continuos
retrasos y sus problemas a la hora de memorizar los diálogos, pero podría
decirse que al final mereció la pena. Marilyn está excelente, al igual que sus
compañeros de reparto, un arrollador Jack Lemmon y un Tony Curtis camaleónico
en el mejor momento de su carrera. Con
faldas y a lo loco obtuvo seis candidaturas al Oscar en la gran noche de
Hollywood, aunque solo pudo hacerse con un galardón, el de mejor vestuario, e
incomprensiblemente se quedó fuera de las cinco finalistas al premio gordo.
Wilder y Lemmon sí fueron nominados, pero en el año de las once estatuillas de Ben Hur nada pudieron hacer respectivamente
ante Wyller y Heston. Lo que nadie le ha
podido quitar nunca a la película es su condición de leyenda y su puesto en el
Olimpo de las grandes historias del cine.
Después de El apartamento, la película de la que hablaremos a continuación, la
actividad de Wilder no decae. En 1961, el mismo año en el que se construye el
Muro de Berlín, el realizador tiene la osadía de rodar en la capital alemana Uno, dos, tres, magistral sátira
política basada en una pieza teatral de un solo acto obra del autor húngaro
Ferenc Molnar. En pleno auge de la guerra fría, tío Billy se
despacha a gusto dejando al descubierto las vergüenzas del sistema capitalista
sin que el bando de enfrente se vaya sin recibir lo suyo. Un verborreico y
pletórico James Cagney marca la pauta en esa comedia de ritmo endiablado y
diálogos atropellados que se declaman a velocidad de vértigo. De Berlín a –
otra vez- París con Irma la dulce (1963) de nuevo con Jack Lemmon y Shirley
McLaine viviendo otro singular romance a orillas del Sena. Ella es una
prostituta de buen corazón, y él un ingenuo gendarme que acaba enamorándose
perdidamente de ella en este enésimo baile de máscaras e identidades
disfrazadas. El director volvió a adaptar un musical, en este caso de origen
francés, si bien para la película eliminó canciones y bailes y cambió la
ocupación del protagonista masculino que en el original galo era un estudiante.
Bésame tonto (1964) supone el regreso de Wilder a Estados Unidos
con una nueva farsa que ahonda en el tema de los celos y la infidelidad, y que
en última instancia se erige en una sátira mordaz al sueño americano. Inspirada
en un relato de la escritora italiana Anna Bonaci, la película levantó ampollas
en el momento de su estreno, y su director se las tuvo que ver con la Liga de
la Decencia Americana que catalogó su obra de “manifiestamente indecente y
amoral”. Hoy, la trama de intercambio de parejas que lideran Dean Martin y Kim
Novak puede parecernos hasta ingenua, pero en su día sorprendió por su
contenido. En cualquier caso, muchos críticos alegaron que Wilder y Diamond
habían perdido frescura y espontaneidad al tiempo que sus chistes eran cada vez
más procaces y menos sutiles. No sabemos si de manera consciente, tras esta
película, el director decidió volver a los orígenes.
Wilder tuvo entonces la feliz
idea de reunir en una misma película a Jack Lemmon, con quien ya había
trabajado en otras ocasiones, y a Walter Matthau, actor que ya había destacado
en títulos como Un rostro en la multitud
(Elia Kazan, 1957) o Charada
(Stanley Donen, 1963). Lemmon y Mathau se encontraron por primera vez en En bandeja de plata (1967. Y a partir
de entonces se convertirán en un binomio inseparable que repetirá éxitos
incluso fuera del cine de Wilder; serán para siempre la extraña pareja, título
que recibirán tras protagonizar juntos la famosa película homónima que dirigió
Gene Saks basándose en el texto de Neil Simon. La citada En bandeja de plata propone un nuevo camino a la perdición en busca
de una jugosa indemnización, esta vez sin olor a madreselva y en un tono
completamente distinto. Lemmon interpreta a un honrado periodista deportivo que
durante un partido de fútbol es arrollado por uno de los jugadores
participantes, mientras Matthauda vida a su codicioso cuñado que le insta a
fingir una tara y demandar al equipo por los daños causados. Otra historia de
víctimas y aprovechados, puro Billy Wilder y una comedia con todas las letras.
Matthau, por cierto, ganó un merecidísimo Oscar como secundario del año por su
excelente trabajo.
La vida secreta de Sherlock Holmes (1970) es, sin duda, la película
más singular de todas cuantas componen la filmografía del genio Wilder; este
descolocó a todos con su decisión de marcharse a rodar a Reino Unido una
iconoclasta versión de las aventuras del personaje de Conan Doyle. Fue siempre
uno de los proyectos más queridos del director, si bien no quedó nada
satisfecho con la labor del montaje de Ernest Walker, y se desentendió durante
un tiempo de su propia película (en principio el material rodado debía servir
de soporte a una serie). Además, el equipo se vio sometido a una filmación
tortuosa que tuvo de todo y en la que se vivió incluso un intento frustrado de
suicidio por parte de su protagonista principal, Robert Sthepenson. Con todo,
el resultado es bastante vistoso, elegante y pulcro, dejando para la posteridad
un curioso y a la vez notable ejercicio de desmitificación del detective más
famoso de la ficción universal. Wilder pasa de la niebla londinense a la luz
mediterránea, y de la melancolía de nuevo a la farsa en ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (1972) que se articula bajo
la estructura típica de un vodevil. La crítica la calificó como una comedia
romántica, delicada y llena de nostalgia, y alabó la ternura con la que su
director describía a sus personajes. El crítico Johnattan Rossenbaug llegó a
decir que Wilder nunca había estado tan cerca del cine de su maestro, Ernest
Lubistch.
Uno de los grandes retos que
asume el tío Billy en este último tramo de su carrera es el de llevar
nuevamente a la pantalla el clásico de Charles McArthur y Ben Hecht The front page. Primera plana (1974) logra superar ampliamente los resultados de la
primera versión del texto rodada por Milestone en 1931 y se mantiene sin
problemas a la altura de Luna nueva
de la que ya hablamos aquí hace unos meses. Son otros tiempos y otras
sensibilidades, la mirada de Wilder es mucho más desinhibida que la de Hawks. La
película ofrecía además una segunda oportunidad de ver juntos a Lemmon y a
Mattau a las órdenes de Wilder, todo un gustazo. El público no respondió bien a
la propuesta que se inscribía en esa ola de cine retro que invadió el cine
norteamericano en los primeros setenta. Ante el estrepitoso fracaso en taquilla
y la fría acogida de la crítica, la Universal se planteó seriamente seguir
financiando los films del director austriaco. Su nuevo proyecto solo pudo
materializarse después de que un grupo de inversores alemanes se interesase por
él. Fedora (1978), siempre se ha
considerado una especie de “remake” oficioso de El crepúsculo de los dioses, a pesar de partir de un material ajeno
como era el que proponía una novela corta del escritor Tom Tyron.
En la película, William Holden
vuelve a interpretar a un productor de Hollywood que durante el funeral de una
antigua diva del celuloide recuerda el último encuentro que tuvieron ambos
apenas unas semanas antes. Es el punto de partida para otro fascinante ejercicio
de cine dentro del cine que Wilder quiso estuviese protagonizado por otra
estrella a la altura de Gloria Swanson. Marlene Dietrich era la elegida, pero a
la actriz no le gustó nada el guion. Fue uno de los múltiples problemas a los
que se enfrentó Wilder durante la preparación del film que no sin
complicaciones pudo estrenarse dentro de una retrospectiva que el Festival de
Cannes dedicó a la obra del director.
El testamento cinematográfico de
Wilder no está en opinión de muchos a la altura del resto de su producción
anterior. Aun así, Aquí un amigo
(1981), remake de la comedia francesaEl
embrollón (Edouard Molinaro, 1973) presenta algún aliciente como el de
poder volver a disfrutar de la química entre Lemmon y Matthau que asoma ya en
la estupenda escena encargada de abrir la cinta. La crítica volvió a cebarse
con Wilder, y el público no respondió como se esperaba. Cuenta la leyenda que
tras este último fracaso, las compañías aseguradoras se negaron a seguir
financiando a Wilder alegando el problema de su avanzada edad. Se cerraba así
una carrera irrepetible, aunque muchos proyectos se quedaron en el camino.
Entre ellos, destaquemos la versión de la novela Thomas Keneally, El arca de Schinlder que, en calidad de
descendiente de víctimas del Holocausto, Wilder siempre deseó dirigir, aunque
luego caería rendido ante el trabajo de Spielberg. O también esa película con
sus admirados hermanos Marx que estuvo a punto de rodarse tras el éxito de Con faldas y a lo loco (que contenía un
homenaje al gag del camarote de Una
noche en la ópera en la secuencia del tren). Billy Wilder murió el 27 de
marzo de 2002 en su casa de Beverly Hills, muy cerca de Sunset Boulevard. El
calendario marcaba que aquel año ese día coincidía con la festividad de Viernes
Santo; debe ser la fecha que eligen los dioses para marcharse de este mundo.
C.C. Baxter es un treintañero
neoyorkino que trabaja como empleado en una de las compañías aseguradoras más
grandes y más prestigiosas de la ciudad. Soltero y sin compromiso, vive desde
hace unos años en un pequeño apartamento en el número 51 de la 67 en Manhattan,
del que sin embargo no puede disfrutar todo lo que desearía. Desde hace años,
Baxter tiene un acuerdo con cuatro de sus jefes de sección que pueden disponer
de su vivienda siempre que quieran para llevar allí a sus amantes y a sus
ligues y echar una canita al aire. No importa que sea invierno o verano, que
llueva o nieve, no importa la hora ni siquiera que Baxter goce de una malísima
reputación entre sus vecinos que lo consideran un crápula que vive en una
juerga continua, especialmente el doctor Dreyfuss y su esposa, los más
cercanos. A cambio de ceder su apartamento a los jefes, el inquilino espera
poder lograr pronto un ascenso y llegar a ser directivo de la empresa.
Cuando Baxter recibe la llamada
del señor Sheldrake, el director de la aseguradora, piensa que por fin ha
llegado el día. De camino al piso 27 donde le espera el soñado ascenso, el
joven departe con Fran Kubelick, una de las ascensoristas de la compañía con
fama de ser implacable ante el asedio masulino. C.C está secretamente enamorado
de Fran, y aunque su amor no es correspondido, pero ella se ha fijado, por
ejemplo, que C.C es el único que se quita el sombrero cuando entra en el
ascensor y se halla en su presencia. Ya en el despacho de Sheldrake, Baxter descubre
desilusionado que su ascenso deberá esperar; el director se ha enterado de esa
llave que circula de mano en mano entre sus compañeros y pretende aprovecharse
él también de la situación. El director pide a Baxter que le preste la llave
para llevar allí esa tarde a su amiguita, torpedeando así sus planes. Justo ese
día, el muchacho tiene un resfriado de campeonato; la noche anterior, uno de
sus jefes le sacó de la cama en plena noche para utilizar el apartamento
después de ligar en un bar. Baxter solo quería llegar a casa y meterse en la
cama a curar la fiebre, pero a un director no se le puede decir que no. Cuatro manzanas, cinco manzanas, qué más da. Además,
en contrapartida Sheldrake regala a su empleado dos entradas para ver un
musical.
A la salida del trabajo, Baxter
se encuentra con Fran y le propone aprovechar juntos las dos entradas. La
ascensorista tiene una cita con un hombre, pero no obstante espera librarse
pronto de ella y acuerda encontrarse con su compañero a la entrada del teatro.
Pero Fran dejará plantado a Baxter porque su cita se demorará más de lo
previsto. Lo curioso es que la muchacha acabará en el apartamento de C.C… con
Sheldrake, su amante. Antes, la pareja ha cenado algo en un pequeño restaurante
chino al lado del trabajo, donde ha sido vista por la indiscreta señorita
Olsen, la secretaria de Sheldrake
En la víspera de la Navidad,
Baxter se muda por fin de su mesa del piso 19 a su nuevo despacho. Sus cinco
benefactores se pasan por allí para felicitarle, y ya a solas con el director
de la empresa le devuelve un pequeño espejo que su amiga se dejó en su casa la
noche anterior. El espejito está roto, pues esta se lo arrojó a su amante a la
cara en una pelea de enamorados. Ya se sabe, uno sale con una chica un par de
veces, y ya se cree que se va a divorciar de su mujer y todo eso. Baxter
arrastra a Fran a la fiesta que se monta después en la planta para celebrar las
pascuas. Mientras él va a buscar unas copas ella se encuentra con la señorita
Olsen que visiblemente ebria le habla de la fama de donjuán de Sheldrake que en
el pasado fue también uno de sus amantes. Fran queda en estado de shock ante la
noticiay para animarla CC decide invitarla a ver su nuevo despacho y enseñarle
el bombín que se ha comprado. Para que
pueda verse mejor, la ascensorista le presta su espejito que es el mismo que
Baxter encontró en su apartamento la noche que su jefe se lo pidió. Baxter
descubre que Fran y Sheldrake son amantes y pasa de repente a estar también en
shock.
Destrozado, el joven abandona la
oficina y se marcha a un bar para ahogar las penas. Allí se encuentra a Maggie,
otra alma en pena que está en las mismas, tratando de olvidar que en una noche
tan especial su marido está preso en una cárcel de Cuba (no por oponerse a la
revolución castrista sino por dopar a un caballo en el hipódromo antes de una
carrera). Completamente borrachos, Baxter y Maggie flirtean durante toda la
noche y acaban en el piso de él que unas horas antes ha estado ocupado por
Sheldrake y Fran. El ejecutivo y su amante han tenido su enésima pelotera a
cuenta de la conversación que ella ha mantenido con Olsen durante la tarde.
Fran sabe que su jefe jamás se divorciará de su esposa y seguirá coleccionando
amantes sin cuento. Él afirma que con ella es diferente, pero la humilla cuando
le entrega como regalo de Navidad un sobre con cien dólares dentro para que se
compre lo que desee. Cuando él deja el apartamento para coger el tren, ella
decide quedarse un rato para arreglarse un poco. En lugar de eso, dispuesta a
acabar con su vida se toma un frasco casi entero de somníferos que Baxter
guarda en su cuarto de baño.
Así que cuando C.C llega a su
apartamento encuentra en su cuarto a su enamorada tumbada en su cama totalmente
inconsciente. Tras echar con cajas destempladas a la ingenua Maggie corre a
aporrear la puerta del doctor Dreyfuss que acaba haciéndole un lavado de
estómago a Fran a la que salva de milagro. La joven está muy débil y deberá
pasar unos días en casa de quien Dreyfuss cree que es su novio. Baxter le sigue
el juego porque se siente halagado de que alguien piense que tiene una relación
con la ascensorista. A la mañana siguiente, Baxter llama a Sheldrake para
informarle de lo sucedido pero este que se encuentra disfrutando de las
navidades con su familia le pide a su empleado que cuide a la enferma. Baxter
obedece a su jefe y pasa el fin de semana de Navidad cuidando de Fran y
entreteniéndola jugando a las cartas.
Lo primero que hace Sheldrake
nada más volver al trabajo tras las Navidades es despedir a su secretaria que
paga pago la indiscreción que cometió días atrás ante su amante. Antes de despedirse, la señorita Olsen
telefonea a la esposa de Sheldrake para contarle de las infidelidades de su
marido, lo cual finalmente motivará que acceda a la petición de divorcio.
Mientras, el cuñado de Fran acude a su trabajo para preguntar por la joven de
la que ni él ni su mujer tienen noticias desde hace varios días y tras ser
informado de su paradero se presenta en el apartamento de Baxter para
llevársela a casa. En presencia del Dr Dreyfuss que está examinando a la
enferma en esos momentos, tras tratar de defender a su huésped, C. C se lleva
un puñetazo por parte del recién llegado, un taxista de rudos modales que no se
anda con chiquitas. Fran se despide de su enfermero con un beso en la frente.
“Pero qué loco y qué bueno es usted”, le dice.
Y por fin llega Nochevieja.
Sheldrake recompensa las atenciones que Baxter dispensó a su ya prometida la
semana anterior nombrándolo su asistente personal y cambiándole de despacho. C.C
le felicita por su inminente compromiso, pero cuando minutos después su jefe le
pide la llave de su apartamento se niega rotundamente a dársela. Baxter ha
decidido empezar a ser un “mensch” como le había aconsejado su vecino Dreyfuss,
y para ello renuncia a su trabajo y por supuesto a seguir esclavo de los
chantajes a los que le somete su superior. “No llevará a ninguna mujer a mi
apartamento”, le informa. “Y menos a la señorita Kubelick” añade.
Esa noche, Sheldrake se ha citado
con Fran para celebrar la despedida del año. Durante la cena comenta el
incidente de la mañana con su empleado llegando a la conclusión de que es un
estúpido por despedirse de esa forma tan absurda. Fran se queda pensativa unos
instantes, y aprovecha un despiste de su jefe para despedirse ella también sin
avisar. La muchacha corre hasta el apartamento de Baxter que en esos momentos
está embalando sus cosas y preparando la mudanza. Al subir las escaleras, Fran
oye lo que parece un disparo, y temiendo lo peor, corre a aporrear la puerta de
su amigo que le abre con una botella de champagne recién descorchada entre sus
manos. Kubelik se abre paso entre las cajas y pregunta a C.C dónde tiene las
cartas para reanudar la partida que comenzaron durante su convalecencia y
dejaron inconclusa. Mientras se acomodan en el sofá, Baxter confiesa a Fran que
está locamente enamorado de ella. Por toda, respuesta, la ascensorista le insta
a que reparta los naipes y juegue.
A pesar de que de manera habitual
se la suele englobar dentro de la comedia, El
apartamento es en realidad una película sin género. Desde luego nos hacen
gracia muchas de las situaciones y de los inteligentes diálogos que esconden
innumerables dobles sentidos, pero no deja de respirarse cierto patetismo en
las vidas de la mayoría de los personajes que pisan la película, empezando por
su protagonista principal. En este sentido, cabe señalar que el referente más
inmediato del decimoséptimo largometraje de Billy Wilder es un drama tan
rotundo como- nada menos- Breve
encuentro (1948). Cuando Wilder ve la obra de Lean se pregunta cómo será la
vida del amigo que cede su dormitorio a los protagonistas para que tengan allí
sus citas, y comienza a fantasear sobre una película en torno al personaje. La
película de C.C. Baxter carece del potencial melodramático del film británico
porque su responsable así lo quiere, y prefiere convertir su historia en un
estudio más amplio de la clase media de la época. Para muchos – entre quienes
me incluyo- El apartamento es ese
gran cuento moral con el que Hollywood despide para siempre al cine clásico y
da la bienvenida al moderno. Con el cambio de década, la sociedad
norteamericana también se transformará y con ella los gustos del público y la
sensibilidad de los artistas; tío Billy será uno de los grandes damnificados de
ese cambio, pero conseguirá adaptarse a los tiempos. Wilder es el cineasta norteamericano que mejor
ha sabido plasmar la vida cotidiana del hombre del siglo XX, y en esta película
lo demuestra con creces. Desde ese principio en el que su protagonista es capaz
de recordarnos de memoria que el 1 de noviembre de 1959 los habitantes de Nueva
York alcanzan la cifra de 8.042.783 vecinos que tumbados uno a uno en fila
india cubrirían la distancia entre Tines Square y Karachi, o que el número de
empleados de su empresa es de 31.259, queda patente que, por encima de números
o estadísticas, la de Wilder es una película para la gente y sobre la gente
Wilder viene de regalarnos la
comedia de las comedias, pero El
apartamento, su siguiente película no lo es. Dejémoslo en tragicomedia; uno
se ríe como dijimos antes, pero la sonrisa se le hiela cuando se da cuenta de
que en el fondo él también es C.C.Baxter. Todos somos C.C Baxter, todos nos
hemos tenido que prostituir alguna vez para conseguir algo que queríamos lograr,
todos nos hemos enganchado a algo aún a sabiendas de que nos estaba haciendo
daño o hemos sentido en alguna ocasión que perdíamos el control sobre nuestra
dignidad. Baxter parece un tipo bonachón y nos cae bien, pero en el fondo se
comporta durante casi todo el metraje como el típico pelotas lameculos al que
todos hemos despreciado alguna vez. O quizá hemos sido alguna vez. Y
reconocerse así en el espejo duele, por más que la mirada última de Wilder sea
condescendiente y sanadora.
Desde luego, El apartamento tampoco es esa comedia romántica al uso que dicta la
convención; el amor queda reducido al ámbito de los juegos de alcoba y la
frivolidad, y el único sentimiento puro entre dos no es correspondido. No hay
beso final entre los protagonistas, y a cambió si tenemos, en forma de sutil
eufemismo, una partida de cartas que además no sabemos quién ganará al final.
Él puede jurar una y mil veces que está enamoradísimo de ella; ella como mucho
se lo pensará. Y quién sabe, quizá C. C.Baxter termine ganando y conquistando
el corazón de su ascensorista. Tal vez le baste con ser un “mensch”, con
empezar a ser honesto. Ya ha dado un primer paso arrojándole a su jefe a la
cara la llave del lavabo de directivos y despidiéndose del trabajo para
marcharse de la ciudad y empezar de cero.
Cinco Oscars avalan la
incuestionable calidad de esta grandiosa película. Billy Wilder se convirtió en
el primer cineasta que lograba tres estatuillas por una misma película
(productor, director y guionista). Los otros dos premios fueron a manos del
montador Daniel Mandell y del director artístico Alexadre Trauner de quien
siempre se destaca su excelente labor en la recreación de la oficina del piso
diecinueve en el que transcurre la jornada laboral del protagonista. Ninguno de
los intérpretes ganó la estatuilla. Nadie se hubiese llevado las manos a la
cabeza si el Oscar al mejor actor principal del año hubiese ido a parar a las
manos de Jack Lemmon en lugar de a las del Burt Lancaster de El fuego y la palabra, el vencedor
final. Lemmon había debutado con el director en su anterior largometraje y se
convertiría a partir de aquí en el actor wilderiano por excelencia, el perfecto
“alter ego” del director y el intérprete en quien él quería que el espectador
se viese reflejado. Por su parte,
Shirley McLaine intentaba hacerse con el galardón por segunda vez (la primera
había sido dos años antes gracias a Como
un torrente de Vincent Minnelli), pero finalmente fue Liz Taylor por Una mujer marcada (Daniel Mann).
McLaine era la gran favorita, pero meses antes de la ceremonia saltó el rumor
de que la actriz de los ojos violeta se encontraba gravemente enferma, motivo
por el cual, siempre según las malas lenguas, la Academia se habría apresurado
a premiarla antes de que hubiese podido llegar a ser demasiado tarde. Otro de
los actores nominados por El apartamento,
en esta ocasión en el apartado de secundarios, fue Jack Kruschen que
interpretaba al entrañable Dr Dreyfuss, aunque el triunfo recayó en Peter
Ustinov por su aparición en el Espartaco
de Stanley Kubrick. Completaban las diez candidaturas que obtuvo finalmente
la cinta los trabajos del legendario director de fotografía Josehph Lasalle y
del sonidista Gordon Sawyer; en esta lista se echa de menos la nominación a
Adolph Deutsch y a su magnífica e inolvidable partitura.
Podría pasarme horas y horas
hablando de esta obra maestra, y al acabar siempre tendría la sensación de
haberme quedado corto. Es quizá la película que habré visto en más ocasiones,
me gusta recuperarla de vez en cuando y comprobar cómo hemos cambiado ella y yo
desde la última vez. Me ocurre también con el Manhattan de Woody Allen, otra esplendorosa rapsodia a la ciudad de
Nueva York filmada en majestuoso blanco y negro. Y es curioso pero siempre que
veo a la señorita Kubelik corriendo despendolada hacia el apartamento de Baxter
para ver si todavía no se ha largado con el camión de la mudanza, pienso en
Isaac haciendo lo propio por esas mismas calles para ver si Tracy aún no ha
cogido el avión a Londres. Y viceversa.
Veo la vida pasar a través de películas como estas. He crecido junto a
Isaac, al igual que con Baxter y la señorita Kubelik, jugando con ellos a las
cartas o acompañándoles hasta el piso veintisiete. Me reencuentro con ellos una
y otra vez a ver si por fin la publicidad me deja ver sin cortes Gran Hotel con Joan Crawford, Greta
Garbo y un montón de estrellones más, o a ver si un día de estos consigo por
fin llegar a ser un mensch. Aprendiendo del mejor, el infalible tío Billy,
aunque muchas de las cosas que me enseñe definitivamente no me gusten. Sí, El apartamento es como ese espejito
roto que nos devuelve la imagen en la que vemos lo que menos nos gusta de
nosotros mismos.
Comentarios
Lo primero disculpad mi ausencia el viernes y por lo tanto no facilitar el consabido gus de estrenos, un encargo laboral de última hora me impidió cumplir con la cuestión principal. Y eran, nada menos que, 13 las películas que se estrenaban, aunque sólo "Los hermanos Sisters" tenía algún interés y esa hubiera sido la apuesta semanal de haber podido realizar el gus como pretendía.
Pero volvamos a lo principal, el increíble y maravilloso artículo que nos acaba de regalar el maño. Que dirá lo que quiera, se puede fijar, dar esplendor y hasta suprimir algún gazapo, pero como enciclopedia del cine esta colección no tiene precio, datos, anécdotas, análisis y un cariño por lo que se cuenta que se palpa según vas leyendo.
Y encima si lo que se cuenta es, como sabemos, uno de los films más arraigados en el corazoncito de quien nos lo cuenta el resultado es superlativo. Poca cosa se puede acumular a lo contado por el maño. Podría decir que para mi "Perdición" es una de mis películas perfectas y por tanto mi Wilder preferido, pero la cuestión es que es en la comedia donde más se reconoce al tio Billy y pareciera que esa como "El crepúsculo de los dioses" son rara avis en su filmografia. Por cierto si "Con faldas y a lo loco", coincido con Dex, no es un título muy afortunado, las no traducciones de "Double Indemnity" y "Sunset Bolulevard" son en algún caso hasta mejores que las originales.
En cuanto a "El apartamento", es cierto que es una comedia tan ácida que no mueve a la risa sino a la ternura, que parece entristecer y sin embargo levanta el ánimo, que re resulta simpática pero dura y que en conjunto resulta, lo mires por donde lo mires, una película encantadora. Es cierto que es una maravilla hilara tan fino en el guión para dar merecidas bofetadas a todos los personajes y terminar comprendiendoles y cogiendoles cariño. CC Baxter es cierto que es un tipo sin escrúpulos, un arribista que sólo busca medrar y triunfar con favores a los jefes antes que por su propio talento. Kubelik también tiene su parte oscura, ¿enamorada o aprovechada?, parece lo primero, pero realmente McMurray es muy obvio para que ella no sepa cual es su verdadero papel en la historia del jefazo...mucho más después de lo que le destapa la secretaria rencorosa. Y si, Mclayme vuelve con Lemmon, pero no está claro si hay amor o sólo ternura por un hombre que siempre la ha tratado bien. ¿Logrará enamorarla?. No importa son dos buenas almas perdidas, lo mejor de una ciudad llena de serpientes...Jugarán a las cartas para los restos.
Una maravilla.
Lo peor de lso guses de Dex es que hay que esperar una semana para leer el siguiente.
Abrazos con espaguetis en la raqueta.
Precisamente hace unos días volví a ver El Apartamento con una de mis hijas. Le he hablado tanto de esta peli que decidió verla y me pidió que la viéramos juntas. Le encantó y pasamos un ratito cómplice precioso. Es una de mis películas de siempre. Una historia tan bonita, tan actual, tan tierna, emotiva...siempre me llega muy dentro. Y la música es otra maravilla. Tiene frases tan buenas como la que nombras del espejo o esta otra que dice que debería inventarse una sonda para limpiar el corazón. O que las mujeres no deberían usar rímel cuando se enamoran de un hombre casado.
Gracias por este gus, maño y por traernos esta maravilla de película.
Besos repartiendo cartas.
low
Con Wilder pasa como con los hijos que si te dan a elegir, los eliges a todos, no obstante confieso que siento cierta debilidad por "Con faldas y a lo loco", hace poco la vi con mis hijas y les encantó.
Cincuenta pelis, ya que gran trabajo Dex, todo lo que hemos disfrutado y aprendido, muchísimas gracias.
Qué bonito decir "austro-húngaro" en un Gus, Berlanga se hubiese sentido orgulloso.
Besos de Violonchelista.
Albanta