EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XL)


- No voy mucho al cine porque me canso, cuando se ha visto una película ya se han visto todas.
- Oh, gracias.
- No se ofenda, muy entretenidas para la mayoría pero las figuras de la pantalla no tienen ningún interés para mí. Porque ni hablan, ni actúan, sólo saben hacer el tonto.


CANTANDO BAJO LA LLUVIA (Singing in the rain). USA, 1952. Dir: Stanley Donen, Gene Kelly. Int: Gene Kelly, Debbie Reynolds, Donald O ´Connor, Jean Hagen (102 min)



La música ha sido siempre un componente especial e indispensable en el cine y en las películas. Durante el periodo mudo alcanzaron una enorme popularidad las proyecciones de cine con pianista que contribuyeron a la expansión del nuevo arte como espectáculo de masas. Aún hoy en día es un lujo poder disfrutar y dejarse llevar por la nostalgia con alguna de estas proyecciones que se siguen organizando de vez en cuando y de manera especial en nuestros cines y en nuestras ciudades. Antes de la llegada del sonoro, las notas de la pianola acompañaban a las imágenes de forma sincopada, marcando el ritmo de la película y guiando al espectador, subrayando según surgieran los momentos de tensión, comicidad o dramatismo. Con la desaparición del silente, la música se fue incorporando poco a poco a la banda sonora de los films; de hecho, en la actualidad, la partitura compuesta expresamente para una película recibe el nombre genérico de banda sonora.

Por convención, se tiende a considerar que la primera película sonora de la historia es un musical. En realidad, El cantor de jazz (Alan Crossland. 1927) incluía muy pocos diálogos y alguna que otra canción interpretada por Al Johnson, su protagonista principal, pero esobastó para que la cinta se convirtiera en todo un fenómeno y en un gran éxito de taquilla. Muchos directores y productores de aquellos tiempos, convencidos de queque el único soporte válido para el cine era la imagen,despreciaron en principio la llegada del sonoro y le auguraron un seguro fracaso. Después, tras el éxito de cintas como la de Crossland, pensaron poco menos que se les venía encima el apocalipsis. No fue para tanto, pero el nacimiento del cine hablado sí obligó a cambiar muchas cosas y supuso un cambio notable en la forma de hacer películas. La carrera de muchos profesionales del cine se tambaleó, de forma singular la de los actores que ya no tenían que limitarse a gestualizar –muchas veces de forma sobreactuada- ante la cámara; ahora tenían que hablar y recitar sus diálogos ante el público. Y naturalmente, no todos tenían una voz bonita o sabían declamar lo suficientemente biensus textos. Esos fueron los primeros en caer. Al final, como en todo, se impuso la ley de la selva y sólo sobrevivió el más fuerte.

Fue esa una época de incertidumbre y de cambios que se ha visto reflejada posteriormente a lo largo de la historia del séptimo arte en varias películas, englobadas todas dentro de ese fascinante subgénero que es el del “cine dentro del cine”. Quizá una de las más populares sea la oscarizada The Artist (Michael Hazanavizius) que además de reflejar los años de la decadencia del cine mudo y la llegada de sonoro, incluye homenajes a grandes clásicos del celuloide , entre ellos, como no, el que hoy comentamos. No por casualidad, Cantando bajo la lluvia es un musical y no precisamente uno cualquiera. Cantando bajo la lluvia es de manera indiscutible el musical de los musicales, una de las grandes obras maestras no ya del género sino de la Historia del Cine.  Curiosamente el mismo año del estreno de la película, el director Michael Curtiz presentaba el primero de los remakes que ha conocido El cantor de jazz (el segundo y más famoso es el que protagonizó en 1980 Neil Diamond a las órdenes de Richard Fleisher).

Los artífices de este asombroso prodigio que es Cantando bajo la lluvia fueron el realizador Stanley Donen, y el actor y bailarín Gene Kelly quien, además de protagonizar el film, aparece en los créditos como co-director gracias a su aportación en el diseño de los números coreográficos. No era la primera vez que colaboraban juntos; en 1949 codirigieron también al alimón Un día en Nueva York que además supuso el debut de los dos en el mundo de la realización. Ambos eran viejos amigos y se habían conocido en Broadway mientras participaban como miembros del cuerpo del baile de la obra Pal Joey que más tarde llevaría al cine George Sidney con Frank Sinatra y Rita Hayworth en el reparto.

Stanley Donen había nacido el 13 de abril de 1924 en Columbia, North Carolina, el pueblecito en el que se crió y pasó su infancia y su juventud. Su admiración por Fred Astaire le llevó a intentar dedicarse profesionalmente a la danza, a la que en efecto se dedicó en sus años mozos tal y como acabamos de decir. No será, sin embargo, esta faceta la que le llevará a la posteridad. El mencionado encuentro con Gene Kelly supone el comienzo de una gran amistad y le abre las puestas de Hollywood, siendo el propio Kelly quien lo introduce en la Meca del cine al conseguirle un puesto como asistente en la MGM.

El dúo debuta en la dirección cinematográfica con Un día en Nueva York (1949), el primero de los grandes musicales de Hollywood rodado en exteriores. La película, adaptación del clásico que había estrenado en Broadway Leonard Berstein, cuenta las andanzas de tres marineros durante el día de permiso que disfrutan tras atracar su barco en la ciudad de los rascacielos.  La Metro echó el resto y dio plena libertad a Donen y a Kelly que también protagoniza el film junto a Dean Martin y Jules Murshin. Roger Edens y Lennie Hayton recogieron el Oscar a la Mejor Banda Sonora del año en una película musical. 

Dos años después, en 1951, Donen tiene la oportunidad de dirigir a su ídolo Astaire en el film Bodas reales, que contiene el famoso número en el que el bailarín se sube literalmente por las paredes. Dirige también a una joven Liz Taylor en Marido a la fuerza (1951) y vuelve a reunirse con su amigo Kelly para rodar Cantando bajo la lluvia; después de descubrir en este último film a Debbie Reynolds dirige a la actriz en Tres chicas con suerte (1953). Son los cincuenta, la nueva época dorada del musical.

La historia del compositor de musicales Siegmund Roomberg es llevada a la pantalla por Donen en 1954 bajo el título de Siempre en mi corazón. El personaje principal es interpretado por José Ferrer, pero en papeles secundarios podemos ver a Gene Kelly o Cyd Charisse que ya habían participado en Cantando bajo la lluvia. Ese mismo año llega una de las cumbres en la carrera del director que estrena Siete novias para siete hermanos que adapta de una forma muy libre y colorista el mito clásico del rapto de las sabinas. Aclamada como uno de los más grandes musicales de todos los tiempos, la película sobresale por la vistosidad de sus acrobáticos números musicales y por su nada disimulado tono kitsch, término que en cualquier caso no ha de entenderse en un sentido peyorativo. La cinta obtiene cinco nominaciones al Oscar entre ellas las de Mejor película, pero ha de conformarse con la estatuilla a la mejor banda sonora original.

La Metro creyó haber hecho un negocio redondo cuando en 1955 reunió a los dos grandes maestros del género musical de la década de los cincuenta, Stanley Donen y Vicente Minelli, para dirigir juntos una película. Sin embargo, debido a lo ingenuo de su guión y a un tratamiento excesivamente almibarado, Un extraño en el paraíso, pieza ambientada en el mundo de Las Mil y Una Noches, se quedó muy por debajo de las expectativas creadas. Mucho más positivo fue su reencuentro ese mismo año con Kelly con quien codirige Siempre hace buen tiempo. Se trata de una secuela de Un día en Nueva York, con los marinos protagonistas de la película cumpliendo la promesa de volver a verse diez años después de aquella primera juerga por las calles de la Gran Manzana. El tono es más nostálgico y menos vitalista, las cosas ya no son lo que eran, pero igualmente estamos ante un guión sólido y ante varios números musicales de altura. De Manhattan a París, Donen se va a la ciudad de la luz para rodar junto a Fred Astaire y Audrey Hepburn la deliciosa Una cara con ángel, (1957) otro de los grandes clásicos de su carrera.

Del resto de la filmografía de Donen podemos destacar sus incursiones en la comedia no estrictamente musical, aunque siempre dentro de los cánones del género romántico.  En este tipo de comedias, el cineasta se consolidará como un estupendo director de actores; ahí tenemos por ejemplo Indiscreta (1958) con Cary Grant e Ingrid Bergman revalidando su química una década después de Encadenadoso Página en blanco (1960), de nuevo con Grant acompañado esta vez por Deborah Kerr, Robert Mitchum y Jean Simmons. Hablando de Hitch, Charada(1963) supone un punto y aparte en la trayectoria de nuestro director que sin renunciar a su habitual tono elegante y sofisticado plantea una comedia de intriga y espionaje al más puro estilo del mago del suspense. Una obra maestra por la que no parece pasar el tiempo y que reúne en su reparto a dos viejos conocidos del cineasta, Gary Grant y  Audrey Hepburn liderando un elenco de ensueño en el que también encontramos a Walter Matthau, George Kennedy o James Coburn. Y Mancini, qué sería de Charada sin la partitura de Henry Mancini.

El éxito de la película invita a su autor a intentar repetir la jugada en Arabesco (1966), sustituyendo esta vez a Grant y a Hepburn por  Gregory Peck y Sophia Loren como pareja protagonista; sin ser del todo una película desdeñable no llega ni de lejos a la altura de su predecesora. Dos en la carretera (1967) llega en un momento clave en la carrera de Donen. Tras el discreto paso por las carteleras de Arabesco y del fracaso de Mi amigo el diablo ese mismo año, el cineasta consigue reinventarse con esta comedia dramática que en su día fue considerada casi revolucionaria por los hallazgos que introduce en su guión. El film, protagonizado por Audrey Hepburn y por el recientemente fallecido Albert Finney, recorre doce años en la vida de un matrimonio desde sus inicios a lo que parece su inminente disolución, y se estructura en sucesivos flashbacks que remiten a los momentos evocados por la pareja durante un viaje en coche por el norte de Francia. Otro clásico más en la carrera de Donen que se hizo con la Concha de Oro de San Sebastián y obtuvo varias nominaciones a los premios de la academia de Hollywood y a los BAFTA.

La nostalgia se convierte en el ingrediente fundamental de las comedias rodadas por Donen en los setenta; es el caso de Los aventureros de Lucky Lady (1975), o lo que es lo mismo Gene Hackman y Liza Minelli pasándoselo pipa en los años de la Gran Depresión y la Ley Seca o Movie, movie (1976), homenaje a las sesiones dobles de los cines de los 30 y de los 40. El realizador se había enfrentado ya al difícil reto de llevar a la pantalla una adaptación de El principito (1974) con su colega Bob Fosse en el reparto. Donen se despide del cine en 1984 rodando Lío en Río (1984), adaptación de un film del francés Claude Berri que sorprende por su audacia y su frescura.

Es difícil imaginar a Mr Stanley alejado de la comedia romántica y el musical; lo cierto es que de forma esporádica se atrevió con otros géneros como el drama con La escalera (1969), una historia de amor homosexual con unos acertadísimos Richard Burton y Rex Harrison en los principales papeles, o incluso la ciencia ficción con Saturno 3 (1978). Sigue vivito y coleando, y hoy a sus 94 años permanece como uno de los últimos supervivientes de la época dorada de Hollywood.

Por su parte, Gene Kelly ya era un actor reconocido en el cine norteamericano cuando comenzó a dirigir películas junto a Stanley Donen. De hecho, acababa de recibir pocos años antes su primeranominación al Oscar como intérprete, una candidatura que a la postre sería también la única de toda su carrera. Fue por su trabajo en la película Levando anclas (1946) junto a Frank Sinatra a las órdenes de George Sidney que le dirigiría también en la conocida versión de Los tres mosqueteros (1948). Otras actuaciones destacadas de aquella época las encontramos en Las modelos (Charles Vidor, 1944) y El pirata (Vincente Minelli, 1948).

Había nacido el 23 de agosto de 1912 en uno de los barrios más humildes de Pittsbourgh. Su madre, una gran aficionada a la danza, abre en la ciudad una academia de baile que servirá de trampolín a su hijo quien, tras licenciarse en Económicas, viaja a Nueva York para abrirse un camino como bailarín y coreógrafo.  Comienza a trabajar en Broadway, y su talento es reconocido por el célebre productor David O´Selznick quien le propone instalarse en Hollywood para comenzar una carrera en el mundo del cine. En 1941, Gene se desplaza a Los Ángeles junto a su recién estrenada esposa Betsy Blair, futura protagonista de Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) y Marty (Delbert Mann, 1957), pero allí descubre que O´Selznick no quiere producir musicales y lo que pretende es hacer de él un actor dramático. A él no le interesa, lo único que quiere es bailar.
La oportunidad se le presenta cuando un año más tarde la Metro y el director Bursy Berkeley , el coreógrafo que puso patas arriba el mundo del musical estadunidense en los años treinta con títulos como La calle 42 ( Lloyd Bacon, 1933), le reclaman para ser la pareja de Judy Garland en el film Por mi chica y por mí. Berkeley volverá a dirigir al actor en Llévame a ver el partido (1949) donde volvería a reunirse con Frank Sinatra.

Tras su encuentro con Donen, Kelly comienza a simultanear su trabajo delante y detrás de las cámaras. Además de en los trabajos co-dirigidos junto a su amigo que ya hemos visto cuando repasamos la carrera de éste, al actor lo podemos volver a ver repitiendo a las órdenes de Minelli en la mítica Un americano en París (1951) o en Brigadoon, GerogeCukor se cruza también en su camino y le dirige en Las girls (1957) y  El multimillonario (1960) en la que se interpreta a sí mismo y junto a Bing Crosby enseña al personaje de Yves Montland trucos de seducción para conquistar a Marilyn. Siempre ligado a la comedia en general y a la comedia musical en particular, el actor tiene una aparición estelar en el drama apareciendo como secundario en La herencia del viento (1960). Como secundario sigue apareciendo en títulos como Ella y sus maridos (J. Lee Thompson, 1964), divertido enredo al servicio de Paul Newman y Shirley McLaine. El más musical de los directores de la “nouvelle vague”, Jacques Demy, le llama para un papelito en Las señoritas de Rochefort (1967), y ya en su segunda madurez llega incluso a dar la réplica a Olivia Newton- John en el éxito kitsch Xanadú (Robert Greenwald, 1980)

Ya en solitario, Gene Kelly debuta como director nada menos que conquistando el Oso de Oro de Berlín con Invitación a la danza (1956), todo un experimento puesto en marcha la Metro que consiguió reunir tres historias contadas con el único apoyo de la música y el baile. No obstante su mayor éxito popular llega más tarde de la mano de Hello,Dolly ¡ (1969) adaptación de un clásico de Broadway repleta de memorables números musicales. Fuera de la comedia estrictamente musical, Kelly busca risas intentando explotar la química imposible entre Richard Widmark y Doris Day en Mi marido se divierte (1958), contando con la complicidad del gran Walter Matthau en Guía para el hombre casado (1967) o desmitificando el western en la irregular El club social de Cheyenne (1970). Con este último título, el protagonista de Cantando bajo la lluvia se jubiló como director, aunque posteriormente desempeñaría la labor en Hollywood, Hollywood (1975), un documental en el que junto a Fred Astaire recorre como narrador los años dorados del cine estadounidense.

En este último título Astaire y Kelly se marcaban mano a mano un bailecito; era la segunda vez que lo hacían juntos después de Ziegfeld Follies (1946), una película de episodios en la que participaron varios directores y guionistas de la MGM, así como sus grandes estrellas del momento. Astaire y Kelly, Kely y Astaire. La gente no hacía más que compararles cuando la verdad es que tenían que ver muy poco entre sí; Fred era la elegancia y la clase personificadas, mientras que en las coreografías de Gene, que en su juventud había sido un gran deportista, primaba más el elemento acrobático y lo físico. Y fue este último quien definió a la perfección esta diferencia entre los dos. “Yo –decía Kelly- era el Marlon Brando de los bailarines y él era el Cary Grant”.

Unidos o separados, juntos o revueltos, Astaire, Kelly, Donen, Minelli, todos  elloscontribuyeron a elevar a lo más alto un género que ya de por sí pretendía elevar al espectador a lo más alto. Del mismo modo que no hay “bussines” como el “show bussines”, nunca ha habido otro género como el musical en su afán por contagiarnos la alegría, la emoción y la pasión por la vida.






Una muchedumbre se agolpa a las puertas del Teatro Chino de Los Ángeles en la noche del gran acontecimiento de la temporada en Hollywood, el estreno mundial de El truhan real. Se trata de la nueva película de Don Lockwood y Lina Lamont, la pareja de moda del cine, y por supuesto nadie está dispuesto a perdérsela. Los famosos desfilan por la alfombra roja camino a la platea pasando todas ellas ante el micrófono de Dora Bailey, la reina de los chismes de Hollywood que informa a los oyentes de su programa de la llegada de las celebritys. Pero, un momento, porque por ahí aparecen Don y Lina, los auténticos protagonistas de la noche.Ante el micrófono de Dora, Don relata a sus fans sus comienzos en el mundo del espectáculo al lado siempre de su fiel amigo Cosmo Brown. Por supuesto, Don, que ahora está en la cima, se permite fantasear un poco, donde dice que los dos amigos interpretaban a Shakespeare y a Moliere en grandes teatros, recibiendo atronadores aplausos de un público entregado, póngase que en realidad estaban actuando en pequeños tugurios interpretando comedia de vaudeville y abucheados por los cuatro borrachos que se encontraban en la sala. Detalles sin importancia. El lema de Lockwood para escalar en el “show bussines” se resumía siempre en tres palabras “Dignidad, dignidad y dignidad”.

El cine unió para siempre los destinos de Locwood y Lamont, cuando aquel empezó a trabajar de extra en una de las películas protagonizadas por la diva. Por cierto, que durante la alocución del galán no la hemos oído desplegar la boca, pero muy pronto sabremos porqué. No es solo que la chica tenga una voz de pito bastante desagradable, es que además resulta ser bastante cortita. Ella cree que Don la adora, cuando en realidad la aborrece y solo acepta el paripé de la parejita feliz, con rumores de boda incluso, por motivos de publicidad.

Una vez finalizado el estreno de El truhan real, todo un éxito, el equipo del film se dirige a la fiesta que se ha organizado en casa del productor R.F. Simpson.  De camino a la fiesta, Lockwood es perseguido por unas fans y acaba en el coche que conduce Katy Selden, una joven que dice ser actriz de teatro y no reconocer al actor al que confunde con un ladrón. A los gritos de la joven acude un policía que sí reconoce a la estrella. Katy se ofrece a acercar a Don a la fiesta, y durante el trayecto le confiesa que no le gusta el cine ni lee las revistas de cotilleos. Ella no es tan superficial, ella es una actriz de teatro.

Ya en la fiesta, R.F. Simpson sorprende a sus invitados con una breve proyección que brinda a la mayoría su primer contacto con el cine sonoro; un hombre se acerca a la cámara y comienza a hablar a la cámara de forma que los presentes pueden escucharle; al principio, todos se lo toman con incredulidad y posteriormente con escepticismo, lo que acaban de ver es una ocurrencia que no tendrá el menor futuro. Tras la experiencia comienza la verdadera fiesta; en la sala aparece una gran tarta y de ella sale una chica. Don no da crédito a lo que ve. Es Kathy Selden, la joven que le ha llevado hasta la fiesta, la diva de los escenarios no era más que una simple bailarina que actúa en los saraos de los grandes magnates de Hollywood. Don comienza a burlarse de Kathy, y esta reacciona lanzándole un tartazo que acaba en la cara de Lina. Después la chica huye corriendo.

Pasan las semanas y Don sigue obsesionado por encontrar a la muchacha de la fiesta. Cosmo le ayuda en su búsqueda, intentando localizarla, según él mismo confiesa, en todas las tartas de la ciudad. Para animar a su amigo le canta las excelencias que supone su profesión y la capacidad de hacer reír al público. Y lo de cantar es literal (”Make ´emlaugh”). Es el propio Cosmo quien encuentra a la Selden que participa como corista en un musical sonoro que se está rodando en el mismo estudio en el que trabaja Locwood.  El encuentro entre Don y Kathy tiene lugar entre reproches; tras el incidente del tartazo, fue despedida fulminantemente de su trabajo. Luego viene la reconciliación; la joven confiesa que ha visto varias películas de la estrella que le a su vez le declara su amor como mejor sabe, cantando y bailando, bajo un decorado que representa un rojo atardecer y con el murmullo de una suave brisa provocada por un gran ventilador (“You were meant for me”).

El caballero duelista es el título de la nueva película que han comenzado ya a rodar Don y Lina. Antes de enfrentarse a su escena más romántica, Lina comunica a Don que fue ella en persona la que ordenó que echaran a Kathy de su trabajo la noche misma del tartazo, algo que provoca la indignación de su partenaire. Con las cámaras ya en marcha, la pareja se ve obligada a representar la escena de amor cubriéndose de insultos e improperios. Entonces llega Simpson al estudio hecho una furia y anunciando que el rodaje se suspende “sine die”; el triunfo del sonoro es incontestable y ya no se pueden seguir haciendo películas mudas.

Los actores aprovechan el parón para ir a visitar a sus respectivos profesores de dicción, figura clave durante esta época que proliferó con el objetivo de ayudar a los intérpretes a aclimatarse a las nuevas circunstancias. Así mientras Lina agota la paciencia de su instructora con sus “inacetables” errores y meteduras de pata, Don y Cosmo se lo montan mejor, tal vez porque “Moses suposes the roses are noses” suena mejor cantado que hablado.

Reanudada la filmación de El caballero duelista, reconvertida ya en película hablada,  todosse desesperan una y otra vez ante las torpezas de la Lamont que no parece entender muy bien para qué sirve un micrófono. El preestreno del film resulta ser un desastre, el timbre gritón de Lina es irritante, las mezclas de sonido espantosas y para colmo llega un momento en el que voces e imagen se desincronizan. El público en la sala estalla en carcajadas, y los intérpretes y el equipo del film se retiran a sus casas abochornados, conla sensación de haber hecho el más absoluto de los ridículos.

Don y Cosmo acuden esa noche a casa de Kathy para lamerse las heridas tras el fracaso. Mientras afuera cae el diluvio, en el interior a Cosmo se le ocurre una idea brillante, ¿y si El caballero duelista se convirtiese en un musical? La idea es aceptada por todos, y el día ya es para enmarcar. Solo que hoy ya no es hoy, es mañana, y por tanto toca darse los buenos días, cómo no, cantando (“Good morning”). Los tres amigos no caben en sí de gozo y ríen al recordar lo ridícula que estaba Lina en la película cuando el sonido y la imagen decidieron ir cada uno por su lado (“No, no, no,…sí, sí sí). Un momento, Cosmo pide a Kathy que se ponga delante de él y cante. Y mientras él mueve los labios siguiendo las estrofas. Vaya, este Cosmo es un genio, un verdadero genio, sin comerlo ni beberlo, resulta que ha inventado él solito el playback.

Al final, la velada ha sido inolvidable, pero ahora lo que toca es despedirse, Kathy y Don se dicen adiós en el portal y este despide a un taxi que se ofrece a llevarle a casa. Llueve a cantaros, pero a él no le importa caminar, le apetece regresar dando un paseo, ponerse a cantar y a chapotear entre los charcos como un crío. No hay nada mejor para celebrar que se es feliz que cantary bailar bajo la lluvia (“Singing in the rain”).

Al día siguiente, Cosmo y Don acuden a la oficina de Simpson para anunciarle la decisión de convertir la película en un musical. E incluso que ya se ha buscado solución para el problema que podría arruinar el film y que no es otro que Lina y su famosa voz de pito. Katy doblará sus diálogos y sus escenas, naturalmente a espaldas de ella. La Lamont descubre el pastel, pero lejos de amilanarse, se pone en plan diva insoportable al hacer valer la cláusula por la que Selden será su dobladora oficial los siguientes cinco años, poniendo a los estudios en una sensación límite entre la espada y la pared.

Llega el día del estreno. A la conclusión de la película, el público hace salir a Lockwood y a Lamont al escenario para saludar una y otra vez, y le pide a ella que cante poniéndola en un verdadero aprieto.  Entre Don, Cosmo y Simpson acuerdan que sea Kathy quien se situé detrás del telón y cante “Singing in the rain” mientras al otro lado Lina mueva los labios ante el auditorio. Kathy accede pero pide a cambio no volver a ver a Don en su vida. No obstante, la farsa se descubre cuando los tres hombres alzan el telón, y el público descubre a las dos mujeres, una detrás de la otra. Kathy intenta huir, pero Don ordena que la detengan y anuncia a todos que esa es realmente la voz que han oído esa noche en la película. Lockwod y Selden vuelven a declararse su amor esta vez en público y como no, cantando (“You are my lucky star”). En el último plano de la película vemos a la nueva pareja, sentimental y artística, ante el cartelón que anuncia el estreno de su primer film juntos. Su título Singing in the rain (Cantando bajo la lluvia).




La primera edad de oro del musical estadounidense coincide prácticamente con la llegada del cine sonoro. La melodía de Broadway (Harry Beaumont, 1929) es la primera película del género recompensada con un Oscar en la segunda edición de entrega de los premios. Hollywood encuentra un filón en los escenarios de Broadway y se desplazará hasta la Costa Este a la caza argumentos para esos nuevos proyectos. Son los años de las fantasías coreográficas de Bursy Bekeley que crearán escuela, de las comedias sofisticadas de Fred Astaire y Ginger Rogers, o incluso de los films de los Marx cuyos interludios musicales sirven entre otras cosas para dar una tregua al espectador entre carcajada y carcajada. Y entonces llegan Donen y Gene Kelly y lo cambian todo, sacando el musical a las calles y otorgándole un vigor y una identidad inédita hasta ese momento. Y comienza la segunda edad dorada del género.

Puede que hoy en día Cantando bajo la lluvia este considerado el musical por excelencia, pero, como suele suceder en estos casos, no nació ni mucho menos con esa vocación.  En principio, la película estaba concebida para homenajear la serie cinematográfica de las llamadas “melodías de Broadway” que habían tenido auge en los años treinta y cuarenta; la Metro no tenía problemas a la hora de tirar de su inmenso catálogo y confeccionar a partir de él una película.  La mayoría de canciones que aparecen en Cantando bajo la lluvia son viejos éxitos de los años veinte y treintacompuestos casi todos ellos por NascioHerb Brown y el letrista  y productor Arthur Fred  y remozados convenientemente por LennyeHaytonDe hecho sólo uno de los temas que suenan en la película se compuso expresamente para ella; se trata del Moses suposes que Don y Cosmo entonan ante su profesor de dicción. Además se creó para la ocasión el ballet para la larga secuencia onírica que se integra en El caballlero bailarín y en la que aparece Cyd Charysse. Ni siquiera es original –ya aparecía en 1930 dentro de la película La divorciada de Robert Z Leonard - el tema que da título en la película y que llega a cantarse hasta en tres ocasiones; además de en la escena más  famosa del film, se canta durante los títulos de crédito iniciales y es también la canción que Kathy dobla para Lina en la escena final por la que se descubre toda la farsa.

Así que los guionistas, Adolph Green y Betty Corden, debieron escribir una historia después de conocer el grueso de las canciones que iban a aparecer en la película, procurando por tanto que estas encajasen en aquella. El productor Arthur Freed venía de lograr uno de los mayores éxitos de su carrera después de haber conquistado 6 Oscars el año anterior con Un americano en París de VincenteMinelli. Dispuesto a repetir el triunfó y la jugada pensó en Stanley Donen para dirigir una nueva comedia musical que recrease esta vez los tiempos de la transición del mudo al sonoro y que habría de tener como protagonista principal a Howard Keel. El actor alcanzaría la popularidad años después con Siete novias para siete hermanos, pero Donen decidió que aún no era su momento y propuso a Kelly con el que quería volver a trabajar. Kelly no solo codirigió el film y se encargó de supervisar los números musicales sino que también encabezó su maravilloso reparto.

La compañera de reparto de Gene Kelly fue la tejana Debbie Reynolds que con solo veinte añitos debutaba en la gran pantalla. La actriz cantante sobresaldría después en films como La conquista del Oeste (Henry Hathaway, John Ford George Marshall, Richard Thorpe, 1962) Molly Brown siempre a flote (Charles Walters, 1964) por la que recibiría una nominación al Oscar, o en época más reciente El cielo y la tierra (Oliver Stone, 1993). Fue madre de la también actriz Carrie Fisher, otro icono del cine gracias a su interpretación de la princesa Leia en la saga Star Wars. Madre e hija fallecieron en diciembre de 2016, dándose la circunstancia de que la primera sobrevivió a la segunda el intervalo escaso de unas horas. Parece  ser que durante el rodaje de Cantando bajo la lluvia sus dos protagonistas principales no se llevaron del todo bien; Gene se quejaba todo el tiempo de la inexperiencia de su partenaire y la reñía a menudo. Cuenta la leyenda que un día, tras una de esas broncas, Debbie se retiró a llorar a un rincón del estudio para que nadie la viera, pero entonces pasó por ahí Fred Astaire que se encontraba rodando en un set continuo, y que al ver a la joven se detuvo ante ella para consolalarla y acabar convenciéndola de que volviera a la filmación.

Junto a la pareja protagonista encontramos con dos auténticos secundarios de lujo. Jean Hagen encarna en el film a la tontita e insufrible Lina Lamont, aunque por supuesto, en la vida real ni era tan tontita ni tan insufrible ni tenía una voz tan desagradable. Su extraordinaria interpretación le valió ser candidata al Oscar como mejor actriz del reparto en aquella edición,una de las dos que obtuvo el film junto a la correspondiente a la banda sonora.  La verdad es que tras el éxito en la película de Donen y Kelly, la actriz no volvió a tener otro papel relevante en el cine y decidió volcarse en su actividad dentro del mundo de la televisión. Con anterioridad, su papel más destacado había sido otro también secundario junto a la pareja Tracy- Hepburn en La costilla de Adán (George Cukor, 1949).

Pero si la presencia de Jean Hagen como Lina Lamont es impagable la de Donnald O Connor en el rol de Cosmo Brown agota todos los calificativos. El actor se hizo con un papel inicialmente pensado para ser interpretado por el cómico Oscar Levant y que supone el contrapunto humorístico a la aventura romántica que viven los protagonistas. Son especialmente memorables sus ingeniosos diálogos, su divertida gestualidad, y cómo no su memorable Mak´em laugh, numero en el que se trasmuta en un auténtico personaje de dibujo animado, y cuyos ensayos previos le costaron una pequeña lesión y una visita al hospital. Los estudios hipotecaron la carrera de O´Connor obligándole a aparecer en las películas que siguieron al éxito de Mi mula Francis (Arthur Lubin, 1950) en las que interpretaba a un soldado algo lunático que hablaba con un asno. A causa de su participación en estas películas tan bobas, el cómico no pudo desarrollar una trayectoria acorde con su talento, Se refugió en la televisión y ya en los años setenta, tras superar una enfermedad como consecuencia de su adicción al alcohol fue reclutado por Milos Forman para una breve intervención en Ragtime (1980). Apareció en Toys (Barry Levinson, 1992) junto a Robin Williams y se le pudo ver por última vez en la gran pantalla secundando a la pareja Lemmon – Matthau en el film Out of sea (1997). Sin duda, Donald O´Connor hubiese merecido alcanzar el reconocimiento que sí obtuvieron otros grandes “sohwmen” de la época dorada de Hollywood como puede ser el caso de Danny Kaye.

Hay motivos más que suficientes para que incluso los habituales detractores del género musical aprecien una película como Cantando bajo la lluvia. Lo tiene todo, es algo así como la tormenta perfecta: un guión redondo, unos espectaculares números musicales, y unos actores maravillosos. No es fácil que se cumplan estos tres requisitos a la vez; las tramas del género suelen ser a menudo endebles y su tono almibarado y hasta cursi, es posible que en algún musical haya números que flaqueen más que otros, y, por supuesto,  no todos los bailarines tienen porqué ser buenos intérpretes y viceversa.  La película cumple además con la citada regla de oro de este tipo de películas que no es otra que transmitir la pasión y la alegría por vivir, mandando los problemas a paseo. Esta es una idea transversal que recorre la historia del cine desde La Melodía de Broadway hasta La la land (sí porque en realidad lo único que transmite la nueva adaptación de A Star is born son ganas de estrangular a Bradley Cooper).  Por si fuera poco, la película nos sumerge en un periodo fascinante de la Historia del Cine y nos brinda una lección impagable. Como diría el propio Kelly “Who could ask for anything more”.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Pues si señor, otro peliculón y otro gusón (que no guasón o como dirían los americanos del norte, Joker).

Yo creo que aunque el género más puramente cinematográfico que hay es el western, el musical no le va muy a la zaga. La cuestión es que el musical no nació en la pantalla, sino en los teatros y aun hoy se representan por doquier muchos de ellos celebrados como grandes espectáculos únicos. Pero es en el cine donde dichos musicales han alcanzado sus grandes cimas, pongamos por caso "West Side Story", "El fantasma de la Ópera", "Jesucristo Superstar" o incluso "Los miserables". Ahora también se da un recorrido inverso, grandes éxitos del cine que pasan a musicalizarse y estrenarse en los teatros: "El rey león", "El jovencito Frankenstein" o "Anastasia". La cuestión es que el género se intercambia y del escenario pasa a la pantalla o al revés revitalizandose y aportando novedades y hallazgos en un arte o en el otro.

El sábado mismo por la noche estando en una reunión con unos amigos admití sinceramente que mi género preferido es el musical. Es algo que causa extrañeza porque igual que tiene grandes fans también goza de mucha gente, muy cinéfila, a la que le resulta bastante insoportable (el otro C.B. comenta a veces que muy pocas veces disfruta de una película en la que las canciones y los bailes tengan un lugar predominante, aunque siempre señala como excepción la película del gus de hoy).

Y es cierto que he visto muchos, la mayoria poco memorables, porque los años 50 dieron para mucho y no todo era genial. He visto a Mickey Rooney o a James Gagney, pequeños y pizpiertos en números de baile agradables pero poco interesantes, a marilyn y Jane Russell poniendo a los hombres mu tontos, a actrices imposibles haciendo gorgoritos como a Jeannette Mcdonald...

El musical ha aceptado casi cualquier cosa, desde la revista musical en pantalla, en la que te situaban como espectador de patio de butacas y te iban mostrando números musicales encadenados hasta operetas con canciones integradas en el argumento, grandes decorados y vestuarios pero sin bailes coreografiados. También había mucho lo que se llamó musical entre bastidores en la que la trama se desarrollaba mientras se preparaba la producción de un musical y así los números musicales aparecían en los momentos de los ensayos aunque no tuvieran que ver con la trama principal. Y luego estaban los musicales integrados en los que los números musicales si que están integrados en la acción y no sólo no la interrumpen sino que aportan información o hacen avanzar la trama.

El paradigma de estos últimos es "Cantando bajo la lluvia", el musical que lo tiene todo. Grandes canciones, una trama sencilla pero bien trabajada, números musicales inolvidables (imposible no recordar a la mujer soñada con inacabable velo blanco volando...), sueños, ensoñaciones, risas, alegrías...algún berrinche infantil...

Es una película maravillosa que te hace realmente feliz durante hora y media (el gran objetivo del musical) pero que te devuelve la alegría cuando piensas en ella,...o cuando alguien te cuenta cosas sobre ella tan bien como lo ha hecho el mano.

Muchas gracias de nuevo.

Abrazos en los charcos

Anónimo ha dicho que…
Yo también soy una enamorada de los musicales y opinó como tú, maño, transmiten como ningún otro género pasión. Intento trasmitir esa pasión tanto a familiares como a amigos y no siempre lo consigo. No sé por qué en muchas ocasiones me topo con la típica frase de: " se me ha hecho algo pesado". Me pasó el otro día con West Side Story cuando la,pasaron por la 2. Se la recomendé a una de mis hijas, a la otra no hacía falta que se la recomendara porque es una de sus pelis preferidas, el caso es que le gustó pero sin mucho entusiasmo. Lo mismo me pasó con Los Miserables. Cuando fui a verla hace unos años al cine con mi marido a la salida que me dijo que no pensaba ver un musical más... Yo ya me esperaba algo así porque el pobre no paraba de moverse en la butaca durante casi toda la peli.

Cantando bajo la lluvia pertenece a la categoría de " los musicales de antes" , así los llamo yo. Por mucho que me guste Los Miserables, El fantasma de la ópera o La la land, dudo mucho que dentro de 30 o 40 años alguien se acuerde de ellos.

Pedazo de lección magistral, maño.

Besos nostálgicos

low
Anónimo ha dicho que…
Comentaba al maño que vimos la peli "Cantando bajo la lluvia" y lo mejor que se puede decir es que estuvimos la tres embelesadas viendola.

A mi también me gustan mucho los musicales, en cine y quizás más en teatro pero es una experiencia que te hace saltar el corazón.

Gracias por este super Gus, los lunes son fiesta en esta aldea, gracias.

Besos cantarines.

Albanta

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