GUS MORNINS 19/2/19

“Ah…el estrellato. Sí. Te ponen una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard y cualquier día pasas por allí y te encuentras lo que ha hecho un perro sobre ella. Y ésa es toda la historia, tío”                                   Lee Marvin
Es hora de rendir un gran homenaje a este actor que tanto nos ha entretenido porque hoy hace exactamente noventa y cinco años que nació. Con todos sus defectos y sus virtudes, a todos nos encandiló la personalidad de este duro por excelencia que también podía ser enormemente tierno (y a todos nos conquistó también en esa faceta) demostrando que era un actor de altura capaz de hacerse cargo de papeles que exigían una extrema rudeza y, al mismo tiempo, ser muy competente en la comedia o en papeles más ligeros aunque se le utilizara menos en esta faceta. Hace ya bastante tiempo hice un artículo dedicado a él y lo titulé “La personalidad del pedernal”, algo que, modestia aparte, es bastante definitorio de cómo llegué a verlo.
Lee Marvin era neoyorquino de nacimiento, hijo de un ejecutivo de publicidad y de una redactora de moda. Lo malo es que el joven Lee era un crío de cuidado y colegio en el que le inscribían sus padres, colegio del que era expulsado. Incluso sus padres, al límite ya de sus fuerzas, lo enviaron a un colegio interno en Florida, a ver si así se reformaba, pero fue inútil. Lee era rebelde y tenía salidas violentas. Sólo una cosa templó su carácter y fue la Segunda Guerra Mundial. Nada más producirse el ataque a Pearl Harbor, Lee se alistó en el Cuerpo de Marines. Tenía dieciocho años y era muy duro. Participó en varias batallas, recibiendo varias condecoraciones menores y un Corazón Púrpura, una de las máximas distinciones que se conceden en el Ejército. En junio de 1944 fue herido en la batalla de Saipán, concretamente en la espalda, lo que le ocasionó, durante toda su vida, una ciática crónica. Después de la preceptiva estancia en el hospital, se le otorgó la baja y se reintegró a la vida civil. Lee, tratando de abrirse camino en la vida ya con sus veintiún años, comenzó a trabajar de fontanero.
Es evidente que en la vida de todo gran triunfador la suerte juega un papel fundamental. El fontanero Marvin estaba reparando las cañerías de un teatro cuando, en un ensayo, un actor no se presentó y se le pidió que lo sustituyese. A Marvin le encantó la experiencia del ensayo y, sin pensárselo dos veces, se matriculó en una escuela de interpretación de segundo orden que, ante todo, era una cantera para las obras que se representaban Off-Broadway y Lee despuntó enseguida con su presencia. Pronto, le ofrecieron un papel secundario en Broadway y, también, pequeños papeles en la televisión. Visto que, dentro de la modestia, estaba teniendo un éxito aceptable, Marvin se trasladó a Hollywood para probar suerte en el cine. Su peregrinaje en personajes secundarios fue muy largo y le costó salir de ahí aunque, sin duda, dejó ya una impronta muy importante en su labor.
Después de deambular por varias películas con papeles que ni siquiera estaban acreditados, Edward Dmytrik se fijó en él para protagonizar una película titulada Ocho hombres de acero, donde Marvin ya interpretó un papel que iba a iniciar su sello de fábrica. Era un sargento al mando de un comando que trata de rescatar a un soldado que se halla perdido justo en tierra de nadie. La película era una más de tantas, pero la presencia de Marvin llamó la atención de Fritz Lang y le ofreció un papel secundario, sí, pero muy recordado: el villano Vince Stone de Los sobornados. La incorporación de Marvin como ese cruel sicario que, sin ningún remordimiento, echa una jarra de café hirviendo en el rostro de la maravillosa Gloria Grahame es una de sus señas de identidad, pero sigue sin sacarle de la consideración de secundario competente que pasea su serenidad en películas como El motín del Caine, también de Dmytrik, Salvaje, de Laszlo Benedek, Conspiración de silencio, de John Sturges, la estupenda y muy desconocida Ataque, de Robert Aldrich, El árbol de la vida, con Dmytrik de nuevo, o Los comancheros, de Michael Curtiz. Un poco desanimado, se vuelve a Nueva York para intervenir en un buen montón de programas televisivos y sólo sale de ahí porque John Ford cuenta con él para interpretar al villano del látigo de El hombre que mató a Liberty Valance. Según él mismo, sólo aceptó ese papel de “payaso vestido de lentejuelas” porque se lo ofreció Ford. Y, de hecho, Ford quedó tan encantado con Marvin que no dudó en ofrecerle el papel co-protagonista junto a John Wayne de La taberna del irlandés, probablemente la película que más peleas de borrachos exhibe en toda la historia del cine y en la que Marvin ya da muestras de que la comedia le sienta muy bien.
Don Siegel, impresionado por la planta de Marvin, le quiere para encarnar al asesino profesional al que la curiosidad le pica al comprobar que una de sus víctimas se niega a huir para enfrentarse a sus disparos en la genial Código del hampa que, a la sazón, fue la última película que hizo también Ronald Reagan. Y, después de su exhibición cómica en La taberna del irlandés, Marvin acepta el papel del borrachín cómico que le da su Oscar de interpretación al mejor actor en La ingenua explosiva, al lado de Jane Fonda. A partir de aquí, la carrera de Marvin sube como la espuma y empieza a perpetuar su papel de chico duro, muy seguro de sí mismo, con una leve sombra de turbiedad en su mirada y que saca adelante en películas tan maravillosas como Los profesionales, de Richard Brooks, con un gran duelo interpretativo con Burt Lancaster; o Doce del patíbulo, de Robert Aldrich; o A quemarropa, la excelente película de John Boorman sobre un hombre que regresa de las mismas puertas de la muerte sólo para cobrar una deuda que se podría antojar ridícula; o, por supuesto, el recordado Bert Rumson de La leyenda de la ciudad sin nombre, en la que interpretó (casi recitó) el tema de Wandering star con una voz que conquistó a todos.
Aunque sus elecciones comenzaron a ser un tanto dudosas, Marvin aún nos depararía alguna sorpresa como ese vagabundo que se las sabía todas con el enigmático nombre de A-número 1 en la estupenda El emperador del Norte, de Robert Aldrich; y también se hizo cargo del papel de Hickey, el protagonista absoluto de esa obra maestra teatral de Eugene O´Neill que es El repartidor de hielo en la adaptación cinematográfica que llevó a cabo John Frankenheimer con actores de la talla de Robert Ryan, Fredric March y Jeff Bridges. A partir de aquí, en 1973, su filmografía deja bastante que desear, con alguna que otra curiosidad, como su emparejamiento con Richard Burton en El hombre del Clan, con resultados mediocres; la trepidante El tren de los espías, que no terminó de ser una buena película debido a las dificultades que se derivaron del fallecimiento en pleno rodaje de Robert Shaw; Uno Rojo, División de Choque, la biografía bélica de Sam Fuller con Mark Hamill interpretando al director y la estupenda Gorky Park, de Michael Apted, un caso policíaco en la Rusia comunista con William Hurt tratando de saltarse todos los impedimentos de la policía política.
Murió de un ataque al corazón con apenas 63 años de edad. Era un borracho compulsivo y los médicos dictaminaron que el abuso del alcohol propició ese final tan repentino. Quizá, desde entonces, no hemos tenido una piedra tan dura como la de Lee Marvin.
Siempre dijo que la mejor escuela de interpretación que tuvo fue su estancia en los Marines porque ahí tuvo que fingir continuamente que no tenía miedo cuando debía entrar en acción.
Debido a sus servicios distinguidos en el Ejército, su cuerpo fue enterrado en el cementerio de Arlington, en Washington.
Tuvo cuatro hijos habidos de su primer matrimonio, que duró diecisiete años. Aún se casó por segunda vez. Parece ser, además, que Marvin era descendiente directo de Thomas Jefferson.
No era conocido por ser un hombre muy sentimental pero, aún así, guardó cuatro recuerdos de su carrera que, para él, eran muy queridos: El Oscar que recibió por La ingenua explosiva, el certificado que le incluyó en el Salón de la Fama de los Vaqueros por su interpretación en El hombre que mató a Liberty Valance, el disco de oro que se le otorgó por el éxito de su canción Wandering Star de La leyenda de la ciudad sin nombres (él fue el primer sorprendido de ese éxito porque siempre dijo que no sabía cantar) y el zapato de tacón alto con el que le golpea Vivien Leigh en su escena juntos de El barco de los locos, de Stanley Kramer.
Fue la primera opción para interpretar al General George S. Patton en Patton, de Franklin J. Schaffner. Lo rehusó porque no quería interpretar a “tan grandísimo hijo de puta”.
A raíz de aprender a manejar una moto para su papel en la película Salvaje, Marvin acabó siendo un apasionado de las motos, llegando a competir en carreras en el desierto.
Rechazó el papel que le ofreció Sam Peckinpah para Grupo salvaje cuando ya estaba apalabrado porque le vinieron con una oferta irrechazable para La leyenda de la ciudad sin nombre. Un millón de dólares más una participación en los beneficios. Sólo cobró el millón porque, a pesar de todo, la película fue un notorio fracaso.
John Boorman quería que Marvin y Marlon Brando fueran los protagonistas de su película Deliverance. Cuando leyó el guión, Marvin le dijo a Boorman que sería mucho mejor que los interpretasen dos actores más jóvenes como Jon Voight y Burt Reynolds. Boorman le hizo caso.
Fue uno de los primeros actores que apoyó al movimiento gay. De hecho, aseguró que no le importaría interpretar a un gay en el cine debido a que “estoy muy seguro de mi orientación sexual”.
Su labor en el ejército era la de francotirador. Participó en 21 batallas, todas en el Pacífico. Tuvo que estar 13 meses hospitalizado después de sus heridas en Saipán.
Se confesaba demócrata convencido y participó en las campañas electorales de los candidatos Eugene McCarthy (en las primarias demócratas) y George McGovern. Dejó de hacerlo en las siguientes campañas porque decía que “siempre que participo, pierden, así que se acabó”.
Odiaba profundamente una película como Doce del patíbulo. Decía que aquello no tenía nada que ver con la guerra de verdad.
Jeff Bridges dice que sólo al ver la actuación de Lee Marvin y de Robert Ryan en El repartidor de hielo se convenció del todo de que quería dedicarse a aquello. Además recalcó que eran dos tipos estupendos.
Todo lo contrario que Burt Lancaster que odió profundamente a Marvin durante el rodaje de Los profesionales debido a sus continuas borracheras. Famoso es el momento en que Burt Lancaster, harto de las tonterías de Marvin, cerró el puño para golpearle y Richard Brooks, el director le gritó: “¡No le pegues! ¡Que mañana tiene rodaje y tiene que aparecer sin marcas! ¡Espérate a que termine el rodaje y ya le damos los dos!”.
Era un hombre que, aunque no lo pareciera, era bastante alto. Llegaba al 1,90.
Era un fumador empedernido. Llegó a fumar seis!!! paquetes diarios.
Se mostró siempre en contra de la intervención americana en Vietnam.
Como vídeo…bueno, es obligatorio ¿no? Ahí está el Wandering star de La leyenda de la ciudad sin nombre.


Y como mosaico, ahí le tenemos junto a Burt Lancaster, Robert Ryan y Woody Strode en esa maravillosa película que es Los profesionales.





Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Lee Marvin, el duro entrañable.

Hay que ver cuanto le debe el cine a estos duros de película capaces de dotar de carácter a personajes secundarios o principales que llenan la pantalla en cuanto aparecen. Nombres como Lee Marvin, Ernest Borgnine, James Corburn, Charles Bronson (este echado a perder en malas películas violentas de los 70)...el mismísimo Clint Eastwood (aunque este en seguida se aupó al estatus de estrella)...

No sé si en la actualidad hay actores como ellos, aunque tampoco hay papeles como aquellos. Los secundarios son más comparsas y menos roba escenas, el duro con mayúsculas se ha echado a perder con el sino de los nuevos tiempos (demasiado políticamente incorrecto). A veces queda algún resquicio por ahí, Robert Duvall o Ed harris o incluso Viggo Mortensen pueden pillar algún papel al que sacarle el jugo poniendo un rostro seco y endurecido por los tiempos. Tal vez Scott Glenn o Fred Ward le sacarían algo de provecho...

Son otra historia, al grandísimo Lee Marvin le costó encontrar hueco porque las estrellas eran Mitchum, Lancaster, Douglas, Stewart, Tracy, Fonda, Wayne...mucha tela.

Lo más parecido ahora a un tipo como Marvin podría ser...Jason Statham (años luz). Pero claro donde antes estaba el Duke ahora está Mark Whalberg...y así estamos.

Abrazos con látigo

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