GUS MORNINS 12/2/19

“Si les apetece, pueden llamarme Sir. Quizá en América la gente piense que ser un “Sir” es algo grande. Yo creo que todos deberíamos ser simplemente “señores”. Yo creo que ser un “Sir” perpetúa una de las enfermedades más típicamente inglesas y es el afán de presunción, ser un “snob”. Y también hace que, de alguna manera, los nombrados con ese título tengan la consideración de “pintorescos” y yo no quiero ser eso. Y, además, el título no te sirve para nada. No es como los barones del Rey en pleno Medioevo”.                                                                  Albert Finney
Se fue el viernes, pero me vais a permitir que, dado mi afán existencialista y mi condición de tonto con galones aunque, eso sí, muy querido, le rinda homenaje en el día de hoy. Albert Finney fue un grandísimo actor y, por eso, hay que llorar su falta. Más allá de que no era, en absoluto, ninguna estrella (tampoco quiso serlo), fue un adalid de clase y de saber estar delante de una cámara o encima del escenario, todo un regalo para los sentidos.
Albert Finney era el hijo de un editor de Lancashire y, desde muy temprana edad, tuvo muy claro que él quería ser actor. Ganó una beca, dadas sus altas notas en la enseñanza reglada, para estudiar en la Real Academía de Arte Dramático de Londres donde coincidió en la misma clase que el gran Peter O´Toole y el estupendo, aunque menos conocido, Alan Bates. Se unió a la compañía de repertorio de Birmingham y se especializó en papeles shakespearianos. Su fama se extendió rápidamente por todo el país y, de hecho, la prensa no dudó en bautizarlo como “El nuevo Olivier”. Después de un éxito fulgurante interpretando una obra de los jóvenes airados como fue Billy, el mentiroso (que en el cine interpretó Tom Courtenay), el cine puso los ojos sobre él y le ofrecieron un papel secundario en El animador, de Tony Richardson que también previamente había representado en teatro y, al amparo del free cinema, comenzó a hacerse un hueco en los primeros lugares de los repartos de esta generación de directores. Su primer papel protagonista fue en Sábado noche, domingo mañana, de Karel Reisz y, después de que estaba contratado para dar el salto definitivo con Lawrence de Arabia, David Lean le sustituyó por su compañero de clase, Peter O´Toole. Finney cobró cien mil libras, su salario íntegro por no hacer el papel. Y, de paso, se apuntó a ser el protagonista de Tom Jones, de Tony Richardson, una historia de un pícaro inglés, de mallas ajustadas e inteligencia comprobada que supuso la gran sorpresa en la ceremonia de entrega de los Oscars de 1963 y en la que Finney consiguió su primera nominación.
Por supuesto, habría que nombrar su memorable dueto al lado de Audrey Hepburn en Dos en la carretera, de Stanley Donen (también porque mantuvo una relación sentimental con ella) y su fantástica interpretación del detective Hércules Poirot en Asesinato en el Orient Express, de Sidney Lumet. Entre medias, todo un rosario de interpretaciones estupendas como en el musical Muchas gracias, Mr. Scrooge, una adaptación del Cuento de Navidad, de Charles Dickens; o el estupendo melodrama de Alan Parker Después del amor, junto a Diane Keaton; o esas dos interpretaciones casi sublimes que realiza en La sombra del actor, al lado de un insuperable Tom Courtenay, y Bajo el volcán, de John Huston, dando vida a un cónsul de un país sudamericano en plena caída libre. También se le puede recordar sobradamente como el mafioso de Muerte entre las flores, de los Hermanos Coen; el jefe de Julia Roberts en Erin Brockovich, de Steven Soderbergh, o el entrañable padre de Big Fish, de Tim Burton.
Fue nominado cinco veces al Oscar. Nunca consiguió ganar uno, aunque bien es verdad que en ninguna ocasión mostró ningún interés por el premio. No asistió a ninguna de las ceremonias en las que estuvo nominado aunque, cuando perdió en 1964 por su nominación en Tom Jones a favor de Sidney Poitier por su trabajo en Los lirios del valle, no dudó en llamarle para felicitarlo efusivamente.
A pesar de la frase con la que empieza el gus de hoy, declinó el nombramiento de “Sir” en 1980. También el de “Caballero de la Real Orden” en el año 2000.
No ganó nunca el Oscar, es cierto, pero sí que fue el vencedor de dos BAFTAS y tiene muchísimos premios en el área teatral.
Fue miembro de la Royal Shakespeare Company, un honor para cualquier actor inglés.
Fue un caso único en la industria. Jamás tuvo un agente o representante. Él elegía los papeles que quería interpretar y cuadraba las fechas.
A pesar de que fue el papel que le dio fama mundial, siempre ha considerado que Tom Jones es la película más aburrida en la que ha intervenido.
El mismísimo Laurence Olivier propuso su nombre para que le sucediera al frente del National Theatre. Finney declinó el ofrecimiento.
Después de su inmenso trabajo en Asesinato en el Orient Express, se le ofreció repetir el papel de Hércules Poirot en Muerte en el Nilo. Finney decidió no hacer el papel porque consideró que el maquillaje que tuvo que llevar en la primera era tan incómodo en la atmósfera caldeada de un tren que no podía ni imaginarse el sufrimiento que tendría que pasar en Egipto con temperaturas superiores a los cuarenta grados.
Agatha Christie no dudó en afirmar que, de todos los que habían interpretado a Hércules Poirot, la visión de Finney era la más cercana a la que ella tenía de su inmortal detective.
Irónicamente, no fue la primera elección para interpretar a Hércules Poirot en Asesinato en el Orient Express. Antes se les ofreció el papel a Alec Guinness y a Paul Scofield.
En 1970 se casó con la bellísima Anouk Aimée. La relación terminó en 1978 cuando él descubrió que ella estaba enamorada de Ryan O´Neal.
Era un hincha convencido del Manchester United.
Fue uno de los rostros que se estamparon en los sellos conmemorativos del 200 aniversario del Teatro del Old Vic. Otros nombres que ostentaron tal honor fueron Laurence Olivier, Glenda Jackson, Maggie Smith, John Gielgud, Ralph Richardson, Judi Dench y Richard Burton.
Con motivo de su muerte, The guardian ha realizado este pequeño vídeo para sus suscriptores con algunas de sus mejores interpretaciones. No están todas, pero da una idea muy aproximada no sólo de su capacidad de transformación, sino también de su facilidad para cambiar la voz y fingir acentos. No es muy largo y merece la pena escucharlo en inglés.


Y como mosaico…pues sí, hay que reconocer que tenía una de las sonrisas más bonitas del cine. Y que lucía aún más al lado de Audrey. 


Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Pues me parece un homenaje mucho más que necesario. Albert Finney siempre me pareció un actorazo enorme, capaz de transformarse mejor que nadie en un extraño detective belga o capaz de dotar de vital naturalidad a un enamorado a lo largo del tiempo.

Son los dos papeles que prefiero, me gusta en "Big fish" o "Muerte entre las flores" o. por supuesto, en "Bajo el volcán", pero tanto en "Dos en la carretera" como haciendo de Poirot me parece algo mágico.

Gran vídeo también aunque algo corto.


Abrazos "engalonados"

dexterzgz ha dicho que…
Ya lo he dicho en otro sitio, pero lo repito. Hoy más que nunca emociona ese final tan felliniano de "Big Fish", yo también quisiera morirme así. Estaba genial en "Dos en la carretera" o "Sábado noche, domingo mañana", maravillosa e infravalorada película, pero si me lo permitís yo hoy prefiero recordarlo en la película de Burton.

Disfrute de su pez y de su anillo, maestro.

Abrazos en la carretera

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