EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXXV)
¿Estás hablándome a mí?
TAXI DRIVER (USA, 1975). Dir Martin Scorsese con Robert De Niro, Cibyll Shepherd, Jodie Foster, Harvey Keitel (113 min)
“El director definitivo de nuestro tiempo”. Así definía
Leonardo Di Caprio hace unos años a Martin Scorsese a propósito del estreno
mundial en la Berlinale 2010 de Sutther
Island. No resulta difícil suscribir la opinión del protagonista de Titanic o El lobo de Wall Street para invocar al que ha sido sin duda el gran
referente del cine contemporáneo durante las últimas cinco décadas. No en vano,
Scorsese es uno de los miembros más destacados del llamado Neo Hollywood,
aquella irrepetible generación de directores que irrumpieron en el cine
norteamericano a finales de los sesenta y principios de los setenta para
cambiar de un modo concluyente la manera de contar historias desde una pantalla.
Pero a diferencia de algunos de los integrantes de la pandilla que han
evolucionado hacia un clasicismo más sobrio, caso de Coppola o Spielberg,
Scorsese parece no haber perdido aún hoy el aura de frescura e incluso de
juvenil rebeldía que presidía sus primeras obras.
Si algo he admirado siempre de Martin Scorsese han sido su
entusiasmo y su vehemencia, cualidades que solo se entienden en alguien que ama
su oficio por encima de todas las cosas, y que le llevan a su vez a ser el
autor de una obra tan personal como apasionada. Se trata en cualquier caso de una
pasión contagiosa que cala también en quien le escucha. La cinefilia corre por
las venas de este hombre a quien es un gozo oír hablar de los maestros que más
influyeron en su carrera, bien sea en documentales o en programas de
televisión. Y que defiende el arte y la creatividad en cualquier foro, tal y
como ocurrió, por ejemplo, en su emotivo discurso de agradecimiento por el
Premio Princesa de Asturias que se le concedió recientemente en nuestro país.
Scorsese se crio en las calles de la neoyorkina Little
Italy, un entorno que marcaría fuertemente su vida y su obra. Hijo de Catherine
y de Charles, dos humildes asalariados por cuenta ajena con descendencia
siciliana, el futuro cineasta se educó en un ambiente católico que a punto
estuvo de llevarle hasta el sacerdocio. Porque como más tarde recordaría
evocando su película Malas calles-
donde Harvey Keitel interpreta una suerte de alter – ego del director- en su
barrio en aquel entonces solo se podía ser dos cosas, o cura o mafioso ( bueno,
recordad Ángeles con caras sucias de
Michael Curtiz).Además el joven Marty tuvo problemas de salud durante su
infancia, y el asma le impidió jugar y hacer deporte como los demás niños, lo
que le llevó a frecuentar las salas de cine desde edad muy temprana.
Entre esos primeros clásicos que marcaron sus primeros años,
Martysuele citar siempre títulos del tándem formado por los directores
británicos Michael Powell y EmericPressburger como Las zapatillas rojas (1948) o Los
cuentos de Hoffman (1951). En esa
lista también encontramos films comoPaisá
(Roberto Rosellini, 1946) yEl río
(Jean Renoir, 1951) y películas de autores como SatyajitRay, Fellini, Bergman o
los jóvenes de la Nouvelle Vague. No obstante, si hay un director cuya obra
impacta de manera especial en Scorsese ese no es otro que Elia Kazan, a quien
posteriormente rendirá un emotivo homenaje en el imprescindible documental de
la HBO Una carta a Elia (2010). Cabe
decir al respecto que Marty fue el encargado de entregar al autor de La ley del silencio el Oscar honorífico
que le concedió la Academia en 1999 por el conjunto de su carrera, en un teatro
en el que media plantea ni se levantó a aplaudir al premiado.
Tras abandonar el seminario y la vocación sacerdotal, que no
la fe católica, Scorsese enfila sus pasos hacia el cine y en concreto hacia la
TischSchool of Arts en la que comienza a formarse. Allí llaman la atención sus
primeros cortometrajes, en especial Thebigshave
(1967) considerado toda una alegoría a la Guerra del Vietnam (no en vano su
subtítulo es Viet 67). La pieza, de
apenas 6 minutos, nos muestra a un hombre, el actor Peter Bernurth, afeitándose
frente al espejo de su cuarto de baño con un standard del jazzman Bunny Beringan
como fondo. Sin embargo, la cotidiana operación termina siendo toda una
carnicería. En la escuela, Scorsese conoce al productor Roger Corman, todo un
maestro de la serie B y del cine de terror de la época, famoso por sus
adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe como El cuervo (1963) o La caída
de la casa Usher (1960), artífice además de clásicos del género como La
tienda de los horrores (1960). Corman fue decisivo no solo en el despegue
de la carrera de Marty, sino también en la de otros directores como Coppola o
Bogdanovich así como en la de actores como Robert de Niro y Jack Nicholson.
En ese mismo 1967, Scorsese da el salto al largometraje con
un film que en principio iba a llamarse I callfirst y destinado a formar parte
de una trilogía de carácter autobiográfico. Finalmente, la película se tituló Who´sknocking at mydoor y no tuvo
continuidad. Medio siglo después de su estreno, la opera prima del director se
ve como un vistoso ejercicio de estilo con detalles que más tarde se
convertirán en futuras señas de identidad de su cine. Del primer Scorsese destacaremos
su eclecticismo cinéfilo que apunta tanto a los clásicos del cine americano
como al cine europeo y a la nouvelle vague. El film está protagonizado por
Harvey Keitel que con el tiempo se hará uno de los rostros asiduos de las
películas del ítalo-americano.La montadora Thelma Schoomacker, otra habitual del
cine de Scorsese,entra también a formar parte del equipo del director en esta
primera película.
En los años siguientes, Marty sigue aprendiendo y
experimentando. Trabaja como asistente en Woodstock
(1970), documental sobre el famoso concierto de los tres días de amor y música
celebrado en agosto del año anterior. Traba amistad con John Cassavetes y con
varios directores jovenzuelos que están empezando por la época como Francis
Ford Coppola, Brian De Palma, George Lucas y Steven Spielberg con los que
conformará el denominado Neo- Hollywood. En 1972, por encargo de Roger Corman,
Scorsese dirige su segunda película El
tren de Berta, drama ambientado en la etapa de la Gran Depresión y
protagonizada por una jovencísima Barbara Hershey. La especial sensibilidad del
director para atrapar el universo femenino en esta película llama la atención
de Ellen Burstyn que le ficha para ponerse al frente de Alicia ya no vive aquí (1974) tras haber comprado los derechos del
guión. La película pasa por ser hoy en día una de las más – injustamente-
infravaloradas de la carrera de su autor que demuestra su versatilidad también
para el melodrama. Ellen Burstyn quedó plenamente satisfecha con su elección y
además ganó con todo merecimiento el Oscar a la Mejor Actriz del año por su
trabajo.
Pero entre Berta y Alicia, Scorsese rueda Malas calles, en opinión de muchos la
primera de sus grandes obras maestras. Como ya dijimos, se trata de un film
autobiográfico lleno de fuerza e ideas que consolida a Scorsese en el papel de
emergente promesa. Se trata de la primera colaboración entre el realizador y
Robert De Niro, el actor scorsesiano por excelencia. Con el rodará
posteriormente Taxi driver (1975) y
un año más tarde New York, New York
(1976), atípico musical en el que Scorsese rinde homenaje a los clásicos del
género al tiempo que aboga por una verdadera renovación del mismo. Liza
Minnelli, coprotagonista del film, cantaba el tema que le daba título, y que en
su día, pasó sin pena ni gloria por las listas de éxitos, no siendo ni siquiera
nominado al Oscar de la categoría. Después vendría tío Frankie, y… bueno ya
sabéis todos lo que pasó después.
La pasión de Scorsese por la música se pone de manifiesto en
su siguiente trabajo. The last Waltz
(1978), considerado uno de los mejores documentales de todos los tiempos,
reconstruye algunos de los momentos estelares de la última gira de The Band,
mítica formación de rock estadounidense entre cuyos miembros figuran Bob Dylan,
Van Morrison o Eric Clapton entre muchos otros. Nada más comenzar los ochenta
llega una de las cumbres de la filmografía del director, Toro salvaje, biopic que glosa la figura del púgil Jake LaMotta, el
mítico campeón de los pesos medios reconvertido posteriormente a actor y manager deportivo entre otras actividades.
Uno de los aciertos de la película es el de centrarse en el controvertido
perfil psicológico del protagonista, aunque Scorsese no renuncia a enmarcar la
película dentro de la tradición “noir” que siempre ha tenido el cine ambientado
en el mundo del boxeo. De Niro, más de Niro y camaleónico que nunca, repite a
las órdenes del realizador y se mete – literalmente- en la piel de su personaje
(durante el rodaje llegó a engordar 27 kilos para dar vida a Lamotta en sus
años de retiro). Robert ganó el segundo Oscar de su carrera, el primero como
Actor Principal, sin embargo película y director no corrieron la misma suerte.
Las dos estatuillas principales fueron a parar en aquella edición al melodrama
de Robert Redford Gente Corriente en lo que para muchos constituye una de las
decisiones más injustas de la Academia de Hollywood en toda su historia
(personalmente, a mí no me escandaliza pronto). Comenzaba entonces ya a
fraguarse la leyenda de Scorsese como director gafado en los Oscars, el eterno
favorito a la estatuilla que sin embargo debe aplaudir impasible cuando se
anuncia que el premio se lo dan a otro. La leyenda había empezado en realidad
unos años antes cuando Taxi Driver
perdió el combate también a los puntos frente a, curiosamente, otro boxeador
llamado Rocky Balboa.
En los años siguientes, Scorsese cambia de género y con El rey de la comedia (1982) y Jo,
qué noche (1985) demuestra que no se le da tampoco nada mal eso de hacer reír.
La primera es una sátira negra y bastante demoledora sobre el mundo de la fama
y las ambiciones humanas. Un recuperado Jerry Lewis interpreta a una vieja
gloria del cine acosada y posteriormente secuestrada por su mayor fan en este
título inustamente algo olvidado. En After
hours (la traducción castellana es horrible) Scorsese nos propone un
delirante descenso a los infiernos en la agitada noche neoyorkina. Una de sus
películas más divertidas y
sorprendentemente, elevada, ahora sí con justicia, a la categoría de obra de
culto.
Sin embargo, Scorsese, que sigue encandilando a los críticos
y a los cinéfilos, no acaba de arrancar en taquilla. En 1985, el director ficha por la Touchstone que le encarga rodar la secuela de El buscavidas (Robert
Rossen, 1961). Veinticinco años después de su primera aparición en
pantalla, Paul Newman volvió a dar vida a Eddie Felson dando la réplica a un
entonces jovencísimo Tom Cruise y en una historia de aprendizaje y redención
como solo Marty podía contarnos. Gracias a su trabajo, Newman lograba - ¡¡ por
fin ¡¡- su primer Oscar como Actor, solo un año después de que la Academia le
hubiese concedido el galardón honorífico por el conjunto de su carrera.
La polémica llega en 1988 con La última tentación de Cristo, adaptación de la obra homónima del
griego Nikos Kavafis, un viejo proyecto personal que Scorsese lleva años
barajando realizar. El film había estado punto de rodarse a comienzos de la
década con Aidan Quinn en el papel de Jesús y Sting como Poncio Pilatos
(personaje que acabaría interpretando David Bowie en la versión definitiva), pero la Paramount, los estudios que iban a
producirlo y a distribuirlo, se había echado atrás en el último momento.
Finalmente, la película pudo ver la luz en el año citado con un presupuesto
modesto – sus responsables eran conscientes de que aquello no podía funcionar
ni mucho menos en taquilla- y con Williem Dafoe haciendo de Jesús y Harvey
Keitel dando vida a Judas. Y ojo, bajo la supervisión de la Touchstone (¡¡
repito, filial de Disney). La cosa es que se lió parda con grupos ultra
católicos intentando sabotear proyecciones e incluso quemando salas y
organizando alborotos allá donde el film se exhibía. Probablemente, como suele suceder en estos
casos, los alborotadores ni se habían molestado en ver la película ni en
informarse un poco. El escándalo surgió después de trascender que el film
sugería una relación amorosa entre el protagonista y María Magdalena, personaje
al que interpretaba Barbara Hershey. Lo cierto es que Scorsese se sirve de la
obra de Kavafis para mostrar su visión personal de Jesús presentándole como
alguien que duda entre su naturaleza humana y su misión divina. Pero ya se sabe qué pasa con estas cosas
siempre.
Scorsese dirige en 1989 Apuntes
del natural, uno de los tres episodios que conforman Historias de Nueva York que viene firmada también Woody Allen y
Francis Ford Coppola. El experimento de unir en un solo film a los tres
realizadores contemporáneos que más han hecho por elevar a la Gran Manzana a la
categoría de icono cinematográfico es sin duda atractivo pero da como resultado
un producto irregular. La pieza de Marty, que plantea la tormentosa relación de
un pintor con una de sus alumnas (arrebatadores Nick Nolte y Patricia Arquette)
es la más interesante e intensa del tríptico.
Los noventa empiezan para nuestro protagonista de la misma
manera que empezó el decenio anterior, con otro clásico instantáneo y con De
Niro destapando el tarro de las esencias en lo más alto del cartel. Uno de los nuestros (1990) está
considerada una de las mejores películas sobre mafiosos de la historia, siendo
la Biblioteca del Congreso norteamericano quien declaró su “importancia
cultural” y la preseleccionó para su conservación en el Registro Nacional de
Cine. Basada en la novela de Nicholas
Pileggi, que colaboró personalmente en la escritura del guión, la película
cuenta la historia real de Henry Hill, un gangster que trabajó al servicio de
la familia Lucchese y que tras su reinserción entró a formar parte en 1980 del
programa de protección de testigos del gobierno. “Quería que la gente se enfureciese al verla”
llegó a declarar Marty en alguna ocasión a propósito del film. Lo consiguió sin
duda con una dirección prodigiosa, llena de nervio y garra. La película
consiguió 6 nominaciones al Oscar, pero solo Joe Pesci pudo hacerse con la
estatuilla a mejor secundario del año por su brutal composición de Tommy
DeVito. Otro chasco más para Scorsese que tuvo que arquear las cejas y ver
desde platea cómo la gloria se la llevaba otro; en esta ocasión la Academia se
decantó por la propuesta más convencional y políticamente correcta de Kevin
Costner y su Bailando con lobos.
De nuevo con De Niro al frente Scorsese se enfrenta en 1991
al reto de rodar la película más comercial de su carrera. El cabo del miedo es un remake del clásico de J. Lee Thompson El cabo del terror (1962). Robert Mitchum y Gregory Peck, protagonistas
de la primera versión, aparecían en sendos cameos en el nuevo film en el que
sus roles eran interpretados por Robert De Niro y Nick Nolte respectivamente.
Scorsese reserva a los personajes femeninos la importancia que no tenían en el
original (Jessica Lange y Juliette Lewis estaban también magníficas) y se las
apaña para entregar una película entretenidísima y eficaz, no exenta de un
reverso oscuro marca de la casa y signo de los tiempos.
A continuación, Marty vuelve a sorprender a la parroquia con
su incursión en el cine de época y con la adaptación de una novela de la
escritora Edith Warton que explora los orígenes de la alta sociedad neoyorkina
durante los años centrales del siglo XIX. La
edad de la inocencia obtiene una tibia acogida por parte de los críticos, pero
Scorsese vuelve a demostrar que no hay género que se le resista, el melodrama
en esta ocasión. En su siguiente trabajo vuelve al cine de gangsters, y con Casino (1995) firma otra de las obras
maestras de su filmografía, con un nuevo recital a cargo del tándem De Niro-
Pesci y con una explosiva Sharon Stone en el papel de su vida, con permiso de
Paul Verhoheven. Correremos un tupido velo sobre Kundum (1996), fallido acercamiento del director a la figura del
décimo cuarto Dalai Lama y al mundo de la espiritualidad budista. Sin embargo,
no nos queda otra que reivindicar las veces que haga falta Al límite (1999) – otra espeluznante traducción para el original Bringing out the dead-, el título con
el que Scorsese cierra su filmografía del siglo XX. El film supone un remake
oficioso de la mítica Taxi Driver-
ambas cuentan con el mismo guionista, Paul Schrader de quien hablaremos más
adelante- sólo que con una ambulancia en lugar de un “yellow cab” patrullando
la noche de Nueva York. La película se rodó con las Torres Gemelas aún en pie,
y siempre me llamó la atención lo distinta que hubiese sido de haberse
estrenado tan solo dos años después tras el impacto del 11- S. Distinta, y
mejor valorada también, seguramente.
Si hay un nombre con el que se asocia a partir de entonces a
Martin Scorsese ese es sin duda el de Leonardo DiCaprio. El actor pasa a ser en
los dos miles el nuevo actor fetiche del realizador, viniendo un poco a
sustituir en esas lides al insustituible De Niro. Casi nadie da un duro por la
pareja en ese primer instante; para muchos, Marty firma su certificado de
defunción como artista aliándose con un ídolo de quinceañeras que no obstante
ya cuenta en su corta carrera con una nominación al Oscar y ha intervenido en
una de los films más premiados en la historia de Hollywood. Precisamente, tras
interpretar al personaje principal de Titanic (James Cameron, 1997) DiCaprio
entra en una profunda depresión que le lleva incluso a rechazar el papel de
Annakin Skywalker para la nueva saga de Star
Wars.
Son cinco las películas que hasta la fecha ha rodado el
actor californiano a las órdenes de Scorsese (hay dos proyectos más encima de
la mesa). No se puede decir que los comienzos del tándem actor- director fueran
muy prometedores, y casi daban la razón a quienes pensaban que el binomio no
funcionaría. Y sí, podemos aducir que Gangs
of New York (2002) fue masacrada en la sala de montaje, pero aun así se
hace difícil defenderla. La película nos remonta a los orígenes de la ciudad de
Nueva York a cargo de las primeras bandas organizadas por inmigrantes europeos,
y resulta pesada, plomiza además de gratuitamente violenta. Es uno de los grandes tropiezos de la carrera
de Scorsese y no sólo críticos, fue nominada para diez Oscars y no consiguió
finalmente ninguno. La polémica rodeó aquella ceremonia donde el libreto de
Steven Zailan compitió en la categoría de mejor guión original cuando al
parecer se basó en una obra publicada anteriormente (por cierto, la estatuilla
fue a parar a manos de Pedro Almodóvar y Hable
con ella).
Scorsese volvió a contar con Leo para su siguiente proyecto,
El aviador (2004), un encargo del
que en principio iba a hacerse cargo Michael Mann, un biopic sobre el
polifacético magnate estadounidense Howard Hughe en el que DiCaprio empieza a callar
bocas. Un año más tarde, en la ceremonia de entrega de los Oscars de 2005, unos
emocionados Steven Spielberg, Francis Ford Coppola y George Lucas abren el
sobre y anuncian que el premio al mejor director es para… ¡¡ Martin Scorsese ¡¡
No es desde luego Infiltrados,
la mejor película del maestro, tampoco el film por el que sus admiradores
esperábamos verle ganar el Oscar, pero es lo que hay. Y dado el estado del cine
actual y la política que sigue Hollywood a la hora de otorgar últimamente sus
premios tampoco vamos a quejarnos. En su
estructura y su planteamiento el film puede recordar ligeramente a Uno de los nuestros, pero la historia
de este policía de Boston que se gana la confianza de la cúpula mafiosa de la
ciudad mientras en paralelo uno de sus gangsters obtiene plaza como servidor de
la ley, no llega a tener el mismo impacto. Aun así, y pese a no ser redonda, Infiltrados ofrece ráfagas marca de la
casa del mejor Scorsese y además gana con cada revisión.
Ya sin la presión de tener que ganar el Oscar, Marty se toma
un tiempo hasta su siguiente película, tiempo que aprovecha para dedicarse a la
televisión y a la producción documental. En 2010 llega Shutter Island, adaptación de una novela de Dennis Lehane que ya
anteriormente le había dado una excusa a Clint Eastwood para rodar Mystic River o a Ben Affleck para hacer
lo propio con Adiós, pequeña, adiós.
Scorsese mezcla el encanto de la serie B con el terror gótico para despachar un
perturbador drama psicológico. Una joya de guión y un Leo simplemente
magistral. En fin, que siempre nos quedará Shutter Island.
En 2011 tenemos el honor de recibir al Scorsese más cinéfilo
que con La invención de Hugo firma
una emotiva carta de amor al Séptimo Arte rindiendo homenaje a uno de sus
grandes pionieros, el francés George Meliès. La película es además todo un
prodigio técnico que utiliza de forma admirable las bondades del 3D. Y de
alguien tan entrañable como es Melie, Scorsese pasa a ocuparse de un ser
absolutamente despreciable como es Jordan Belfort, el protagonista de El lobo de Wall Street (2015). La
película, basada en hechos reales, glosa la figura de uno de los mayores
estafadores de la reciente historia norteamericana, un ambicioso corredor de
bolsa que descubrió de la noche americana que mejor que perseguir el sueño
americano es lanzarse a la conquista de una buena comisión. Scorsese lanza una diabólica radiografía de
la crisis con un certero retrato de los gangsters que más asustan, simplemente
porque son los que tenemos más cerca. Técnicamente, el director ofrece un
arsenal narrativo de primera en una película que busca dejar exhausto al
espectador. Estamos además ante la que posiblemente sea la mejor interpretación
en la carrera de DiCaprio que está adrenalítico y soberbio. A esas alturas, el
californiano parecía haber heredado el gafe de su mentor en los Oscars; cuando
parecía que tocaba la estatuilla con la yema de los dedos, iba otro y se lo
quitaba (en esa ocasión fue el Matthew McConaughey de Dallas Buyers Club- Jean Marc Valée, 2015).
Silencio (2016)
es hasta la fecha lo último que hemos podido ver de Martin Scorsese en cuanto a
trabajos en la pantalla grande. La película está basada en un texto de Sushaku
Kendo que ya fue llevado al cine en 1971 por el japonés Masahiro Shinoda, y
cuenta la historia de dos misioneros jesuitas portugueses que llegan al país
del Sol Naciente durante el siglo XVII con el objetivo de encontrar a un
compañero desaparecido. Silencio nos
presenta pues al Scorsese más metafísico; como ya ocurriera en otros títulos de
este cariz en su filmografía, propone una profunda reflexión sobre la fe y sus
límites. Para mí, la película, atacada salvaje e injustamente por la crítica
debido al carácter violento de algunas de sus escenas, contiene los mimbres de
una obra maestra, y como tal espero que se la considere en el futuro.
Y hablando de futuro, en estas que nos plantamos en este
recién comenzado en 2019 esperando con expectación el estreno de la nueva
propuesta cinematográfica de Mary. Lamentablemente, The irishman, producida y distribuida por Netflix, no podrá verse
en pantalla grande, y si lo hace será por tiempo limitado y en un reducidísimo
número de salas. Sucederá lo mismo que ha ocurrido en 2018 con Roma, la película del mexicano Alfonso
Cuarón, cuyo paso por las salas comerciales fue un visto y no visto, y solo
para cumplir con el requisito y poder ser a su vez presentada para los Oscars.
Si The irishman llega finalmente a
los cines y a los festivales será solo debido a ese fin, y siempre en cuando la
plataforma ceda. Porque su sitio es el streaming. Scorsese ya intentó que
Paramount financiase la obra, pero se repitió la jugada de La última tentación
de Cristo, y los estudios dijeron no en el último momento. De momento no hay
fecha para el estreno del film que supone la vuelta del director a las
películas de mafias y la reunión con algunos de sus antiguos “goodfellas” como
Robert De Niro, Harvey Keitel o Joe Pesci dentro de un reparto espectacular en
el que también figura Al Pacino que debuta así como “chico Scorsese”.
Impresionante como vemos el currículo que presenta el amigo
Marty en lo que a producción en lo que a producción cinematográfica de ficción
se refiere. Con todo, no es menos impresionante su obra como documentalista y
su impagable labor por redescubrir y hacernos redescubrir a través de sus
trabajos lo mejor del cine y de la música del siglo pasado. Y es todo un lujo y
una gozada ver explayarse a Scorsese con su habitual vehemencia sobre sus
ídolos de estas dos disciplinas. En ambas, Marty se revela como una enciclopedia
andante y una fuente infinita de conocimientos. Además de la citada The last Waltz, Scorsese ha filmado
conciertos o ha dedicado películas a The Rolling Stones (Shine a light, 2008), Bob Dylan (No direction home, 2005) o George Harrison (George Harrison, living in the material world, 2011), destacando
asimismo en este apartado la serie dedicada a maestros del blues que bajo su
producción han dirigido cineastas como Clint Eastwood o Wim Wenders. En cuanto
a documentales sobre el mundo del cine, también hay para dar y tomar. Scorsese
ha dirigido la ya mentada Una carta a
Elia, o Un viaje personal con Martin
Scorsese a través del cine americano (1995) en la que habla de su pasión
por el cine hecho en su país hasta los años 70 o Mi viaje a Italia (1999), centrada sobre todo en el neorrealismo.
También ha intervenido sentando cátedra de maestro en documentales de otros
como en Hitchcock /Truffaut (Kent
Jones, 2015) o Lummiére, comienza la
aventura (Thierry Fremaux, 2018), con sorpresa incluida al final.
La prolífica actividad del director no sólo se reduce a la
pantalla grande. Hace unos años, Scorsese se unió al boom de la ficción
televisiva produciendo su propia serie, Broadwalk Empire, 2010-2014), drama de
época ambientado en los años posteriores al final de la I Guerra Mundial de la
que rodó el episodio piloto. Además, dirigió a Michael Jackson en su videoclip Bad, siguiendo la estela del mítico Thriller de John Landis. Marty ha hecho
de todo para la caja tonta, hasta spots publicitario. En 2007, la marca
española Freixanet le fichó para su campaña navideña, y el cineasta respondió
con La clave reserva, una pequeña
pieza de apenas diez minutos que desarrolla una historia homenajeando al
maestro Hitchcock.
Y no acaba ahí la cosa. Scorsese no sólo puede presumir de
este brillantísimo palmarés detrás de las cámaras. También ha hecho sus pinitos
como actor, interviniendo en cameos de sus propias películas y en papeles más
sustanciosos en films ajenos. Destaquemos entre ellos el de Quiz show. El dilema (Robert Redford,
1994) o el de Alrededor de la medianoche
(Bertrand Tavernier, 1987). Contaba Scorsese precisamente a propósito de esta
última obra maestra que la idea de rodar el film surgió durante una cena con Tavernier
en la que el estadounidense retó al francés a hacer una secuela de New York,
New York con el personaje protagonista exilado en París. Su presencia en el
reparto del film era casi obligada.
Cualquiera diría que con tanto trabajo, Marty no tiene tiempo
para nada más ni siquiera para el amor. No es así porque el tío se ha casado
cinco veces, aunque actualmente parece haber sentado la cabeza y lleva veinte
años con la misma mujer. Especialmente sonado fue su matrimonio con la actriz
Isabella Rosellini con quien estuvo cuatro años.
Pero sin duda el gran amor
de su vida es el cine. “Las películas tocan nuestros corazones,
despiertan nuestra visión, y cambian nuestra forma de ver las cosas. Nos llevan
a otros lugares. Nos abren las puertas y las mentes. Las películas son los
recuerdos de nuestra vida. Tenemos que seguir con vida”. Hemos comenzado este
comentario con una cita de Leonardo DiCaprio sobre el maestro, y la terminamos
con una suya propia en donde expresa de dónde viene ese amor por las películas.
Desde aquí sólo podemos dar las gracias a alguien que nos ha hecho amar tanto
el cine y sentir tanta pasión por las películas. Es inútil añadir nada más.
Travis Bickle es un neoyorkino de veintiséis años que acaba
de regresar a su ciudad natal después de haber servido a su país en Vietnam
enrolado en el cuerpo de marines de la armada. La reinserción del joven en la
vida civil no va a ser nada fácil, pues Travis ha vuelto de la guerra con
graves síntomas de trastorno posbélico. Entre los males que sufre padece de
insomnio, y para librarse de las noches en vela no se le ocurre otra que
alquilar una licencia de taxi para recorrer la Gran Manzana desde que el sol se
pone hasta que vuelve a salir al día siguiente. A Travis no le importa quién
viaja en el asiento trasero de su coche, se limita a conducir y dejar que pasen
los días a la espera de que algo suceda. En sus trayectos se topa a toda la
fauna nocturna de Nueva York, lo mejor de cada casa: putas, macarras, chorizos,
hombres de negocios, maniaco – depresivos como él…
Travis lleva un diario en el que anota todo lo que le pasa en
su día a día y al que confiesa que su mayor deseo es que llueva. Que llueva y
barra de una vez de las calles de la ciudad toda la escoria y la suciedad.
Desea que pase algo y ese algo está a punto de pasar. Travis conoce a Betsy,
una atractiva joven que trabaja como voluntaria en la campaña de un senador que
aspira a convertirse en el próximo presidente del país. Las miradas del taxista
y la joven se cruzan cuando ella entra en su oficina a la hora de comenzar su
trabajo. Es un ángel, y Travis está dispuesto a hacer lo que sea con tal de
conocerla y saberlo todo de ella. Así que un día se presenta en la oficina del
candidato para sumarse como voluntario, aunque en realidad todo es una excusa
para hablar con Bersy. Travis utiliza todas sus armas de seducción, su
penetrante mirada y su sonrisa picarona que derrite a cualquiera, y finalmente
convence a la chica de que la acompañe a tomar algo. Después al cine y quién
sabe si habrá suerte y más citas en el futuro. Todo parece ir de perlas, pero
Travis ignora que un cine porno no es el mejor lugar para tener una cita
romántica. En un principio, Betsy accede a entrar a la proyección pero nada más
ver las primeras imágenes se siente incómoda y se va. Ahí te quedas, Travis,
sólo y sin tu ángel.
Y ya sin un ángel que te salve y te redima, tal vez lo único
que te quede es ser tú mismo ese ángel y encontrar alguien a quien redimir.
Travis baja la bandera cuando a su taxi entra una jovencita vestida con ropa
sexy que le pide que la saque de ahí echando leches. De pronto, abre la puerta
alguien a quien no vemos la cara y le pide a la muchacha que salga del taxi
atrayéndola hacia él con violencia. Más tarde, Travis descubrirá que la chica
se llama Iris, una prostituta de tan solo 12 años y el hombre que la sacó del
vehículo era Matthew, su proxeneta. Salvar a Iris se convertirá en el siguiente
objetivo para Travis, una misión casi divina.
Otro de los clientes del taxi es un marido de barba y cejas
pobladas que una noche pide a Travis le lleve hasta un edificio de
apartamentos. Esa silueta que ves en la ventana es la de mi mujer, le dice,
pero este no es mi piso. Por si no fuera poco para el agraviado marido, la
esposa infiel se lo monta con un hombre de color, con un negro, vaya, El
cornudo confiesa al conductor su intención de cargarse a su parienta, y le
habla de las bondades de un Magnum 44 a la hora de desfigurar un rostro humano.
Es lo que le faltaba por oír a Travis que, reticente en un
principio a ir armado, decide ir a ver al colega de un colega y comprar una
pistola. La intención era esa, comprar una pistola, pero Travis se acaba
agenciando de todo un arsenal. Ya en su cuchitril, frente a un gran espejo
ensaya sus mejores dotes de cowboy. Oye voces que le hablan ¿le hablan a él?
Travis tiene la oportunidad de estrenar su pistola en un
drugstore cuando un raterillo amenaza al tendero y le exige que le entregue
todo el dinero de la caja. Entonces, el destino vuelve a hacer de las suyas. El
taxi está a punto de atropellar en un cruce a Iris, claro que Travis todavía no
sabe que Iris se llama así. Es un ángel al que salvar. Para ello, la vigila y
por fin da con su oficina. Habla con su chulo, el tal Matthew, y contrata sus
servicios, quince dólares por quince minutos, veinticinco por media hora. Más
otro de los verdes por la habitación. Travis y su ángel suben hasta el cuarto,
pero él sólo quiere hablar con ella, saber cómo se llama- ahora sí, Iris- y
decirle que va a sacarla de ahí.
Travis ha decidido pasar a la acción. La esperada lluvia
tarda en llegar, así que por qué no
convertirse él mismo en esa lluvia sanadora. Se compra una parka de color
caqui, se rapa el pelo al estilo cherokee y se planta con su revólver en un
mitin del senador Palatine, el jefe de Betsy. Cuando acaba la reunión, y el
público se va dispersando, Travis se encamina hacia el estrado dispuesto a
todo. Pero al desenfundar, alguien del servicio de seguridad le descubre y
frustra el atentado. Bickle echa a correr y llega hasta el hotel de Iris.
Pregunta por ella a Matthew que no le reconoce con sus nuevas pintas. Cuando el
vacile se hace insoportable el taxista le dispara al proxeneta en el pecho y
huye corriendo hacia el cuarto donde acaba de entrar Iris con un cliente.
Travis dispara al dueño del hotel que no deja de amenazarle y que pierde uno de
sus dedos en el lance; a su vez recibe un balazo procedente del arma de Matthew
que ha entrado por detrás tambaleándose. Sin dejar de taponarse la sangre que
no para de manar, el taxista se encamina finalmente hacia la habitación de Iris
en la que dispara a su cliente. Todo ha ocurrido demasiado deprisa, ha sido
demasiado confuso. Travis se deja caer desfallecido en el sofá junto a una
llorosa Iris. Busca su arma, tal vez con la intención de pegarse un tiro, y al
no encontrarla se lleva los dedos a la sien y finge dispararse tres veces ante
la atenta mirada de un policía que ya ha entrado en la habitación y le apunta
con su pistola. La cámara sube hacia arriba y retrocede lentamente mostrándonos
el reguero de muertos y de sangre que el ángel redentor ha dejado en su camino.
Salimos a la calle, y por fin respiramos, mientras una multitud curiosa se
congrega a las puertas del inmueble.
Pasan los días, parece que Travis ha sobrevivido tras una
dura convalecencia en la que incluso ha superado un coma. De las paredes de su
cuchitril cuelgan ahora diversos recortes de periódico que hablan de él como un
héroe que ayudó a la policía a desmantelar una peligrosa banda de gangsters. Al
lado una emotiva carta escrita a mano y firmada por los padres de Iris que le
agradecen infinitamente el haber conseguido que su hija regrese al hogar junto
a ellos. Pasan los días, Travis se reincorpora al trabajo. Una de sus primeras
clientas es Betsy a quien recoge para llevar a su apartamento. Durante el
viaje, taxista y clienta hablan de sus nuevas vidas, ella ha oído de sus
hazañas, él de la próxima victoria de su candidato. Cuando la joven baja del
taxi le pregunta qué le debe y él se despide con un simple “Adiós” y esa
sonrisa picarona que derrite a cualquiera en sus labios. Le vemos alejarse con
su taxi. Ya nunca tendrá preocuparse por su insomnio, la lluvia ha llegado y ha
borrado tras ella toda la escoria y la suciedad. Travis Bickle vive en el mejor
de los mundos.
El artífice de esta hipnótica y fascinante historia responde
al nombre de Paul Scharader y es una figura clave no solamente en la vida y en
la filmografía de Martin Scorsese sino también en el devenir del cine
independiente norteamericano de las últimas cuatro décadas. Taxi driver constituye el inicio de la
sociedad Scharder – Scorsese que dará sus frutos en los años siguientes. Además
del de la película que hoy nos ocupa, Schrader escribirá para Marty los guiones
de Toro salvaje, La última tentación de
Cristo y Al límite, tras cuyo
rodaje guionista y director partirían definitivamente peras. Nacido en Grand
Rapids, Michigan en 1946, Scharder ha trabajado también escribiendo historias
para otros reconocidos cineastas, como Sidney Pollack o Peter Weir para quienes compuso
respectivamente Yakuza (1975) y La costa de
los mosquitos (1986). En 1978
da el salto a la dirección con Blue
collar, la historia de tres trabajadores de una factoría automovilística
que planean robarle a su propio sindicato, una película que combina humor,
intriga y denuncia social. Entre sus obras más destacadas como realizador,
siempre adaptando sus propios guiones, figuran El beso de la pantera (1982) remake del clásico de la serie B del
maestro francés Jacques Tourneur o Aflicción
(1997), aunque probablemente su película más conocida a nivel popular sea American Gigoló (1980). Su último film,
El reverendo, estrenado en nuestro
país hace tan solo unos meses, fue elegido por la NBR como una de las diez
mejores películas del año recién acabado, y podría rascar alguna que otra
nominación en la próxima edición de los Oscars, entre ellas la de mejor guión
original. La próxima semana saldremos de dudas.
En más de una ocasión Paul Schrader ha llegado a confesar
que escribir Taxi Driver fue para él
algo así como un exorcismo a través del arte. Corría 1972 y el guionista no
atravesaba su mejor momento que digamos; de hecho, su vida tanto a nivel
profesional como personal era un desastre tras ser despedido de su trabajo en
el American Film Insitute y no haber superado una ruptura sentimental con su
última novia, estando para colmo además divorciándose en aquel momento de la
que había sido su primera mujer. Todo un cuadro, vaya. Scharder malvivía en el
interior de un coche, vagaba sin rumbo por la ciudad abandonándose por completo
al alcohol y a las drogas, seducido por el poder de las armas y consumiendo
pornografía de manera convulsiva. Fue entonces cuando Travis Bickle acudió a su
rescate, plasmar su historia negro sobre blanco supuso toda una liberación.
Durante el proceso de escritura nunca faltaron del escritorio de Schrader ni un
revólver ni un ejemplar de La náusea
de Jean Paul Sarte.
Una vez terminado el guión, Paul se lo dio a leer a su amigo
Brian de Palma albergando en su interior el deseo de que fuese él quien
dirigiera la película. Pero el futuro director de Carrie no lo tenía muy claro,
y en cambio sí tenía al director ideal. Reunió en una cena a Schrader y a
Scorsese que desde el principio conectador muy bien. Para De Palma, Marty era
la persona idónea para hacerse cargo de la película, tras haber retratado
magistralmente los bajos fondos neoyorkinos en Malas calles.
Porque, claro, con una historia tan redonda entre manos, lo
único que hacía falta era alguien con la sensibilidad suficiente para captar el
ambiente malsano y pesadillesco que destilaba. Y qué duda cabe que ese alguien era Martin
Scorsese. El guion se adaptaba perfectamente a sus intereses.
Vietnam, Watergate, la resaca hippy, la crisis del petróleo.
Travis Bickle y Paul Schrader no eran los únicos que estaban en crisis en la
época. Toda América lo estaba. Con su corta experiencia, Scorsese ya se había
revelado como un experto en retratar crisis de valores y de fe. Su gran acierto
fue no solo recrear la atmósfera de las malas calles neoyorkinas sino
regalarnos para siempre un personaje antológico. Travis Bickle es un sociópata,
un inadaptado, pero su arrollador magnetismo obligaba al espectador a culpar al
sistema antes que a él. Muy culpable de ello era Robert De Niro que con su
impresionante actuación se consolidaba como una de las grandes promesas de su
generación. Jeff Bridges y Dustin Hoffman pudieron ser también Travis pues se
barajaron como opciones. Como curiosidad, De Niro firmó el contrato para
aparecer en la película por 35.000 dólares de la época, y durante el proceso de
preproducción del film se llevó a casa su primer Oscar por El padrino II. Los productores se echaron las manos a la cabeza
temiendo que Bobby se subiría entonces a la parra, y su caché se dispararía,
pero no fue así, el actor fue honesto e hizo la película por la cantidad estipulada inicialmente en el contrato.
Junto a él aparecen en el film, Harvey Keitel, en un breve
pero jugoso papel como chulo putas que parece irle como un guante. Y un irreconocible
– por melenudo y jovencito- Albert Brooks. Con todo, los personajes con más
fuerza en la historia son los femeninos. Cibyl Shepherd, que había saltado a la
fama unos años antes por la magistral La
última película de Peter Bogdanovich y se haría luego mundialmente famosa
como heroína de la serie televisiva Luz
de luna junto a Bruce Willis, encarna al objeto de deseo de Travis Bickle (
también fueron candidatas al papel Meryl Streep o Mia Farrow). La actriz debía –
debe que aún vive- un carácter de armas tomar y no se llevó especialmente bien
con ninguno de sus compañeros de reparto (creo que hay escenas con De Niro en
las que se nota un poquitín). Jodie Foster había trabajado con Scorsese en Alicia ya no vive aquí, pero este fue
el papel que la consagró, nominación al Oscar como secundaria incluida. Foster tenía
tan solo 12 años cuando fue elegida para interpretar el papel, y este era tan
arriesgado que la joven tuvo que estar acompañada durante el rodaje por un
terapeuta y una trabajadora social, además de una de sus hermanas mayores. Y
como la realidad siempre supera a la ficción, si en la película Travis intenta
asesinar a un político, años más tarde un loco atentó sin suerte contra el
presidente de entonces Ronald Reagan aduciendo en su declaración posterior que
lo había hecho por amor a Jodie Foster. A muchos se les vino irremediablemente
a la cabeza, claro, Taxi Driver.
Y es precisamente ese controvertido final en el que Travis
se lía a tiros con todo quisqui el que más comentarios ha suscitado y más ríos
de tinta ha hecho verter. Se ha especulado mucho sobre si ese desenlace feliz
es en realidad un delirio onírico que tiene el taxista antes de ver la luz
blanca del túnel. Porque esa conclusión ideal en el mejor de los mundos no casa
demasiado con la turbiedad que acabamos de presenciar durante las dos horas precedentes.
Sin embargo, no se sabe muy bien si como una provocación, Scharder se apresuró
a desmontar esta interpretación, alegando que ese último plano del film pudiera
formar parte de la primera escena, de forma que la historia no hace sino
retroalimentarse y repetirse una y otra vez. En cualquier caso, también podría
hacerse una lectura simbólica de ese final, muy acorde con los intereses de
Scorsese, y ver a Bickle como ese mesías que resucita (¿al tercer día?) para
limpiar las calles de la inmundicia y la suciedad.
En el capítulo de premios, Taxi Driver se hizo con la Palma
de Oro en el Festival de Cannes, y obtuvo también cuatro candidaturas a los
Oscars, ninguno de ellos para Scorsese o Scxharder. Ni el premio a mejor
película ni a mejor actor ni a mejor actriz secundaria ni el de música
original. Silvester Stallone que interpretaba en la película ganadora al personaje
protagonista, y De Niro, que posteriormente fue para Scorsese Jack la Motta, se
reunieron hace unos años para darse de mamporros en La gran revancha (Peter Segal,2013), film de tono crepuscular y de calidad más que dudosa, pero con
incuestionable carga sentimental, con los dos actores rememorando y haciendo
rememorar a sus respectivos y míticos personajes.
A Taxi Driver tampoco nadie puede quitarle su vitola de
mito. Un mito que nació a golpe de improvisación también. A Robert de Niro se
le ocurrió el famoso monólogo delante del espejo con el revolver en el que
repite incansable la famosa “¿Are you talking to me?. Vieron que quedaba bien y
así la dejaron. Scorsese también tuvo que hacer de la necesidad virtud e
interpretar al marido cornudo que le enseña a Travis el poder de seducción de
un Mangum 44. El actor que iba a interpretar el papel, George Memmoly, sufrió
un accidente en el rodaje de otra película, y Marty tuvo que cubrir la baja.
Y qué decir de la banda sonora. Con ella me despediré hoy. Otro
mito, otra leyenda. Bernard Hermann murió tan solo unas semanas después de
entregar este magnífico “score” que ni siquiera pudo escuchar dentro del film.
Dejaba atrás una impresionante carrera en la que había trabajado para Orson
Welles o Alfred Hitchcock. Su histórico legado se cerró con esta película,
aunque en un principio se había mostrado reacio a trabajar con Scorsese. “No
hago películas sobre taxis”, le dijo al director cuando éste le llamó. Ahora,
mientras viajamos hacia el final de la noche no podemos evitar que en nuestra
cabeza deje de sonar esa melodía. La melodía de Nueva York. Dispersa en la
bruma que envuelve nuestras pesadillas.
Comentarios
Algunos pensaban que Dex había tenido que pedir una excedencia para escribir este gus, pero no. Le han bastado tres o cuatro semanas sin lunes guseros para meternos entre pecho y espalda este magnífico monográfico escorsesiano (para que veáis que el español está muy vivo y se pueden construir nuevas palabras a nada que te lo propongas).
Extendidisimo pero maravilloso. No sólo nos ha desgranado toda la inmensa carrera de un enorme Marty, sino que nos ha desmenuzado la historia del mito Travis sin despeinarse. Poco más se puede decir.
Pienso yo que este repaso del cine en cien películas que tiene a bien regalarnos es casi un libro enciclopédico que merecería muy mucho ser editado, publicado y comercializado.
Sobre "Taxi driver" sólo puedo decir además de lo comentado mi propia experiencia personal. Es una película que aun hoy, conociéndomela bien (la habré visto quizá unas 10 veces), me siegue incomodando, me resulta bastante perturbadora. No sólo retrata genialmente la desesperanza y la suciedad social de una ciudad deshumanizada, sino que sus propias imágenes, su fotografía parece también sucia a propósito. Tengo la sensación que no hay apenas escenas de día, que las hay, pero son tan poco luminosas, tan tristes como la noche que se cierne en la cabeza de ese pobre hombre que busca sin descanso que algo de un giro a su vida y al propio mundo.
Una pasada de gus, amigo.
Abrazos desde un cine porno en la primera cita (buen ojo)
Abrazos mirando al espejo
Y sobre Taxi Driver, razón teneis que sigue siendo tan desasosegante como hace años, ha envejecido estupendamente, lo mismo podríamos decir de De Niro.
Cuando veo estos actores, ya envejecer, siento un poco de vértigo, pues hemos sido testigos de su paso por la vida, como la vida nos está pasando a nosotros, en fin...
Un gran trabajo Maño, no sé si habras asistido a los Feroz.
Besos Neoyorquinos.
Albanta