EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXIX)





LA LISTA DE SCHINDLER (Schindler´s List) USA, 1994. Dir Steven Spielberg. Con Liam Neeson, Ralph Fiennes, Ben Kingsley (195 min)


Llevamos décadas oyendo hablar de Steven Spielberg como del Rey Midas de Hollywood. Estamos hablando del que probablemente es el cineasta más conocido a nivel popular en toda la historia del cine. No hablamos ya de Spielberg como de un director sino como de una marca. Varias de las películas del director continúan figurando a día de hoy entre las que más recaudación han alcanzado en los ciento y pico años de vida del llamado Séptimo Arte. Ya es oficial que es el cineasta que más público ha conseguido arrastrar a la sala oscura en todo ese tiempo; en este 2018 se ha confirmado que sus películas han superado los diez mil millones de dólares en taquilla, un récord que nadie hasta ahora ha podido igualar, ni siquiera ha rozado. Por si fuera poco, es uno de los pesos pesados de la industria y una de sus personalidades más influyentes. Lo suyo le ha costado. Ser un rey Midas que convierte en oro todo lo que toca también tiene su parte negativa.

Más allá de los datos, los números y las estadísticas, en Spielberg encontramos a uno de los mejores narradores del cine contemporáneo.  Le pese a quien le pese. Para Spielberg, eterno niño, eterno Peter Pan, el cine es un juguete, y la magia su principal ingrediente. Al director le gusta compaginar mensaje y entretenimiento, “medicina y azúcar” como él dice; la ambivalencia es munición para sus detractores. Es como que no puedes ser un director de masas y al mismo tiempo eso que llaman un autor. Spielberg es las dos cosas y más, pero serlo tiene sus inconvenientes. Demagogo, manipulador, blandengue, superficial y hasta cursi. De todo se ha tenido que oír el tito Steven.

Y es que frente a ese Spielberg más comercial que arrasa en taquilla con sus superproducciones (¿por qué siempre “comercial” ha de ser un término peyorativo?), nos encontramos un Spielberg más serio y comprometido.  Mil novecientos noventa y tres resultó al respecto ser un año muy especial en la carrera del realizador. En la ceremonia de los Oscars de aquel ejercicio se produjo algo así como la tormenta perfecta. La lista de Schindler, uno de los dramas más rotundos y personales del de Cincinatti, triunfaba logrando 7 premios, incluyendo – por fin- mejor película y mejor dirección. Al tiempo, Parque Jurásico, que a día de hoy sigue siendo el mayor éxito en taquilla del director, se hacía con tres de los principales premios técnicos. En total, diez Oscars que venían a saldar una deuda histórica que la Academia había contraído con uno de sus principales valedores.

La desconexión entre Spielberg y la Academia se había hecho más evidente que nunca años antes, en la gala de entrega de los Oscars de 1985 cuando El color púrpura, el primero los dramas del cineasta, basado en la novela de Alice Walker, se iba de vacío de la ceremonia tras haber alcanzado un total de once nominaciones a los premios. Y no es por desmerecer el triunfo en aquella edición de Memorias de África, ese otro soberbio melodrama de Sidney Pollack, pero la cosa sonó más a humillación que a otra cosa. La crítica quedó desconcertada ante la decisión de tito Steven por abandonar su status de director taquillero para pasarse a hacer otro tipo de cine, y también hubo división de opiniones, desde quienes tildaron el film de “bufonada” como el New York Times hasta quienes, como Roger Egbert, lo eligieron entre lo mejor de su año. Porque la crítica, que en un principio también se volcó con Spilelberg alabando su talento natural y su audacia juvenil tampoco tardaría en volverle la espalda. Y curiosamente, cuanta más aceptación popular tenían las películas del director y más dinero recaudaban en taquilla, mayor era también el desapego de los críticos.
Nacido en Cincinatti el 18 de diciembre de 1946, Spielberg se cría junto a tres hermanas en una familia de origen judío, la que formanel ingeniero electrónico Arnold Spielberg y la concertista de piano Leah Adler. Steven vive con dolor el prematuro divorcio de sus padres, un trauma que exorcizará en algunas de sus películas posteriores (es el mismo dolor que sufren el protagonista de E.T el extraterrestre o el de Atrápame si puedes). Durante su adolescencia, se aficiona al cine y comienza a rodar sus primeros cortometrajes con una cámara de 8 mm.en los que dirige a sus hermanas y a algunos amigos. El msimo director ha presumido en varias ocasiones de cómo en esa época consiguió colarse durante unos días en los estudios de la Universal (mediante un bono de visitante), para una vez allí montarse incluso despacho propio haciéndose pasar por empleado y aprender algunos trucos del oficio de la mano de gente como Alfred Hitchcock o Marlon Brando.  A los 22 años, la propia Universal le ofrece un contrato para trabajar para los estudios después de haber visto Amblin, una pieza de apenas 26 minutos que se convierte en un título emblemático dentro de su carrera (años más tarde, como se sabe, bautizará con ese nombre a su primera productora).  Spielberg empieza a dirigir episodios para series de televisión como Galería nocturna (que protagoniza Joan Crawford) o la popular Colombo con el “cassavetiano” Peter Falk al frente.

Como integrante, junto a Coppola, Scorsese, De Palma o Lucas, del denominado Neo Hollywood, Spielberg forma parte de esa generación de jóvenes directores que irrumpe en el cine norteamericano de los setenta para quedarse y cambiarlo todo, desde la manera de contar historias y películas hasta el modelo de producirlas y distribuirlas. La leyenda del futuro Rey Midas se inicia a comienzos de esa década tras la presentación de El diablo sobre ruedas (1971), un telefilm cuyo impacto provocó su exhibición inmediata en salas y en pantalla grande. Con la sombra de Hitchock en el horizonte, Steven narra la implacable persecución a la que se ve sometido un conductor por parte de un misterioso camión cisterna manejado por alguien cuyo rostro nunca se nos muestra.  Después vendrá Loca evasión (1974), road movie a la que su director logra imprimir un noto opresivo “in crescendo”. La opera prima oficial de Spielberg consigue hacerse el premio al mejor guión en el Festival de Cannes. Un año más tarde éste le da la primera dentellada al “box office” con Tiburón, una obra maestra y un título de culto, también de reminiscencias hitchcotianas, que pone patas arriba el mundo de la industria. Spielberg le da forma al concepto de “blockbuster”, lo que aquí llamaríamos taquillazo, y ya nada volverá a ser como antes. A partir de entonces, los estudios comienzan a programar sus ejercicios y sus campañas – especialmente las de verano y Navidad- en función de uno o varios títulos destinados a reventar las cajas registradoras de los cines. El término no era nuevo, pero no cabe duda de que Spielberg le da nuevos bríos a través de la historia de este escualo asesino. Es evidente también, que a partir de aquel momento bañarse en una playa ya no será como antes. Y es que nunca antes tampoco tres simples compases musicales habían generado tanto pánico. El artífice, John Williams, el habitual compositor de las bandas sonoras de las películas de Spielberg; muchas de ellas, clásicos memorables, forman parte de nuestra vida.

A continuación, Steven se embarca en un primer proyecto del que será uno de sus géneros favoritos, la ciencia ficción. Encuentros en la tercera fase (1977) remite a clásicos de ese tipo de cine como Ultimatum a la tierra (Robert Wise, 1951) apelando a una hipotética alianza de civilizaciones interplanetaria. El resultado es una nueva obra maestra absoluta que se hizo con dos Oscars de un total de ocho nominaciones; en ella destaca la presencia en el reparto de François Truffaut para quien Spielberg reservó un pequeño pero sustancioso papel.

Pero no todo van a ser éxitos y obras maestras. En 1979, Spielberg suma el primer fracaso de su carrera con 1941, en la que el director recrea en clave de humor la histeria que se crea en el subconsciente colectivo norteamericano en los días posteriores al ataque japonés de Pearl Harbour. La crítica despelleja sin piedad el film, y el público tampoco responde. Por aquel entonces, Spielberg se ha estrenado como productor con una película de su amigo Robert Zemeckis, Locos por ellos(1978), simpática comedia que sigue las andanzas de un grupo de fanáticos de los Beatles durante la gira de los Fab Four por Estados Unidos a mediados de los años sesenta. Como director, sigue deprimido por el varapalo de 1941, y decide regresar al cine de evasión. Baraja la idea de rodar una película sobre un agente secreto al estilo James Bond que recorre el mundo enfrascado en peligrosas misiones. En esas ésta cuando viene su amigo George Lucas y le propone algo mejor; las aventuras de un arqueólogo intrépido y romántico que se lanza a la búsqueda del Arca de la Alianza en plena época del expolio nazi. Nace así En busca del arca perdida (1981), pero sobretodo nace un mito, Indiana Jones. Ya son cuatro las aventuras cinematográficas de Indi, encarnado siempre por el carismático Harrison Ford, que venía de dar vida a otro mito del celuloide, el Han Solo de la saga StarWars. Parece ser que la quinta está al caer, pero ya llevamos años oyendo la misma cantinela, y francamente no sé si a los 76, Harrison está ya para esos trotes.

Quienes crecimos con el cine de Spielberg, y aprendimos a amar las películas gracias a él, tenemos un hueco muy especial en nuestro corazoncito para ET, el extraterrestre (1982). Steven convirtió en un clásico instantáneo la historia de la conmovedora relación entre un niño y un extraño ser venido de otros mundos. En su momento, la película se convirtió en la película más taquillera de la Historia, y su canto a la amistad creó escuela. Spielberg, que se había ganado con creces el título de Rey Midas de Hollywood, demostró que sabía manejar como ninguno los sentimientos y las emociones.

ET, el extraterrestre logra 4 Oscars – técnicos todos ellos- de un total de 9 nominaciones que incluían opciones a los premios mayores (que van a parar al Ghandi de Richard Attemborogh). Con el film, Spielberg suma su tercera candidatura como mejor director (las otras las había recibido porEncuentros en la tercera fase y En busca del arca perdida),pero no logra quitarse la etiqueta de cineasta comercial.

Por eso, El color púrpura (1985) supone un punto de inflexión interesante en la carrera del realizador. Spielberg encuentra en el intimista drama racial de Alice Walker la oportunidad de reivindicarse como un autor que piensa en algo más que en la taquilla. Además del comentado fiasco en los Oscars, el film supone la plataforma de lanzamiento para su protagonista Whoopi Goldberg, que tras este primer dramón prefirió especializarse luego en comedietas intrascendentes y en papeles de carácter cómico – por uno de ellos, el de la despistada pitonisa de Ghost (Jerry Zucker, 1990) conseguiría años más tarde un Oscar en la categoría de actriz secundaria.  La película supone además la primera incursión de su director en el melodrama, aunque ya era posible encontrar elementos del género en E.T. el extraterrestre.

Sin embargo, Spielberg no consigue poner de acuerdo a los críticos con su propuesta que muchos tildan de blandita y sentimentaloide, sambenitos que acompañan a la obra spielberiana desde sus inicios hasta prácticamente el día de hoy. Pese a ello, el director insiste y se viene a España para rodar El imperio del sol (1987), otro drama ambientado en los tiempos de la II Guerra Mundial y que cuenta la odisea de un niño inglés de clase alta – el hoy cotizado Christian Bale- que se ve obligado a vivir confinado en un campo de concentración chino tras perderse de sus padres. En el film se dan cita alguna de las obsesiones de su autor, la alienación de la guerra, la infancia y la pérdida de la inocencia. Spielberg vuelve a apelar al aspecto emocional, pero en este caso los resultados son más bien tibios. Tampoco logra remontar el vuelo con Always (1989), remake del film Dos en el cielo que protagonizaron en 1943 Spencer Tracy e Irene Dunne a las órdenes de Victor Fleming. Pese a la angelical aparición de Audrey Hepbrun en el que es su último papel para la gran pantalla, la película resulta fallida por culpa de un guión algo endeble. Suerte que ese mismo año, Spielberg había podido resarcirse en parte con el éxito en taquilla de Indiana Jones y la última cruzada, tercer capítulo de las aventuras del famoso arqueólogo que contaba con el aliciente de la presencia en el reparto del gran Sean Connery como el padre del protagonista. Tal vez sea la entrega más entretenida de la serie, algo menos oscura que su predecesora, Indiana Jones y el templo maldito (1984) que había supuesto una pequeña decepción para algunos de los admiradores del episodio inicial de la franquicia.
En los ochenta, Spielberg sigue su exitosa carrera como productor detrás de hits de taquilla como Gremlins (Joe Dante) o la trilogía de Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985-1990). Se responsabiliza de uno de los episodios de los que forma parte En los límites de la realidad que correaliza junto a Dante, George Miller y John Landis. A finales de la década decide dirigir a Dustin Hoffman y Tom Cruise en Rain Man, pero abandona el proyecto al poco tiempo cediéndole los bártulos a Barry Levinson que lo convierte en un éxito en los Oscars de 1989.

Por si a esas alturas, alguien seguía sin tener claro que en el interior de Spielberg latía el corazón de un niño que se negaba a crecer, el cineasta emprendió a comienzos de los noventa una aproximación al personaje de Peter Pan en la fallida Hoock, el capitán Garfío (1991). Spielberg se estrella con la revisitación y puesta al día del mito, y ni tan siquiera la presencia de un reparto plagado de estrellas de tirón ( Robin Williams, Julia Roberts, Dustin Hoffman) es capaz de evitar el descalabro. Dos años después, llega el ya comentado éxito por partida doble de La lista de Schindler y Jurassic Park. Spielberg se embarca en una nueva franquicia que desata en todo el mundo la fiebre por los dinosaurios y la paleontología. En este caso, solo dirige las dos primeras entregas de la serie, reservándose labores de producción en las posteriores. La última de ellas, por cierto, tuvo como responsable al catalán Jota Bayona, admirador y discípulo confeso del maestro Steven.
Con la segunda parte de Jurassic Park, en 1997 llega también Amistad, un drama ambientado en la época de la esclavitud que pasa casi desapercibido. Sin embargo, a este film le sucede uno de los grandes hitos de la obra spielbergiana. Con Salvar al soldado Ryan consigue su segundo Oscar como director, y el aplauso unánime de la crítica que lo ensalza como pocas veces a lo largo de su trayectoria.  La película se inicia con una escena que recrea de una forma espectacular el desembarco aliado en las playas de Normandia que ha quedado como una de las secuencias clave de la filmografía de su autor.

En los albores del siglo XXI, Spielberg se enfrentó a uno de los mayores retos de su carrera artística, como es el de retomar uno de los proyectos que dejó inconclusos al morir el maestro Stanley Kubrick, la adaptación al cine del relato de Brian Aldiss"Supertoys Last All Summer Long".  El resultado, A I. Inteligencia artificial, es irregular, aunque contiene momentos memorables y deja en el aire interesantes reflexiones en torno tanto al potencial de la inteligencia artificial como al dolor y a la aventura que supone crecer. Spielbeg se siente cómodo en la ciencia ficción a la que regresa en los años siguientes con la apasionante Minorityreport (2002) , basado en una historia de Philip K Dick, y el remake de La guerra de los mundos (2005). También durante esos años hay hueco para otros títulos que han quedado quizá como menores dentro de la obra de Spielberg como Atrápame si puedes (también de 2002) o La terminal (2004).

Munich llega en 2005, y para mí es una de las películas claves de la filmografía del director. Alejado de su habitual maniqueísmo, Spielberg recrea en el film los acontecimientos que sucedieron al asesinato de los miembros de la delegación israelí durante la celebración de los Juegos Olímpicos de 1972. Por supuesto, el fantasma del 11- S sobrevuela en todo momento en una cinta en la que su creador reflexiona en último término, y esta vez sin moralinas de ningún tipo sobre las raíces de la violencia.

En el documental Spielberg, producido el pasado año por la HBO, sostiene su directora, la cineasta SusanLazy, que el cine del artista de Cincinatti ha cambiado en los últimos años. Su mirada se ha vuelto más oscura que en otros tiempos, y su estilo bastante más sobrio. Lo suscribo, y añado que tal vez sea Munichun nuevo punto de inflexión en la carrera del creador. Coincide con el periodo en el que Steven se ha convertido en una especie de revisionista que ajusta cuentas con la historia de su país para ofrecer una lectura en clave actual. Películas como Lincoln (2012) y Los papeles del Pentágono (2017) tienen en común, además de su sobriedad y su clasicismo, abordar un tema que resulta más espinoso que nunca como es el de la libertad de expresión. No creo que sea casual que la primera, que cuenta entre otras cosas las vicisitudes que tuvo que pasar el famoso presidente norteamericano para sacar adelante en el congreso la más célebre de sus enmiendas se rodase en plena era Obama, ni que la segunda que ilustra el periodo pre Watergate haya sido estrenada durante el mandato Trump. Los valores de una y otra se ven reflejados también en esa estupenda película que es El puente de los espías (2015), una pequeña obra maestra que me temo hay que empezar a reivindicar para que no quede sepultada entre los títulos de su creador.

Pero incluso en las aventuras más comerciales del realizador es posible apreciar este cambio; sus cuentos parecen estar narrados desde una perspectiva más adulta que la acostumbrada. Ahí están Las aventuras de Tintin, el secreto del unicornio(2012) como parte de un proyecto iniciado al alimón con el neozelandés Peter Jackson y que parece que tendrá continuidad en próximas entregas. O WarHorse (2011) o Mi amigo, el gigante, provistas de una mirada melancólica y hasta triste que hubiese sido impensable hace unos años. Tampoco hubiésemos podido imaginar que Spielberg acabaría rodando una distopía tan deslumbrante pero a la vez tan amarga y desoladora como Ready Player One (2018), su hasta ahora última aventura cinematográfica.

A punto de cumplir los 72, Spielberg sigue en forma y trabajando a tope, como siempre manejando varios proyectos a la vez. Se anuncia para el verano del 201 la llegada a sala de las nuevas aventuras del arqueólogo Jones (hasta que no lo vea no lo creeré), y para ese mismo año la adaptación cinematográfica (postergada también una y otra vez) del bestseller de David I. Kertzer TheKidnapping of Edgardo Montara que protagonizará Mark Rylance. De momento, el proyecto más avanzado parece ser el del remake del legendario musical West Side Story cuyo rodaje está previsto que comience este próximo verano. Sea como sea, estaremos expectantes ante lo que este auténtico mago de la ilusión y de las emociones que parece que no está dispuesto a jubilarse ni a abandonar así como así al niño que siempre llevó dentro. Que la magia continúe. Ojalá tengamos más medicina y azúcar durante unos cuantos añitos más.



En 1982, el australiano Thomas Kenneally publicaba en el mercado editorial  Schindler´s Ark, un ensayo novelado que daba a conocer en todo el mundo a  Oskar Schinlder, el empresario alemán que consiguió salvar a cientos de judíos de los horrores de las cámaras de gas nazis durante la Segunda Guerra Mundial, utilizándolos como mano de obra para sus empresas. Kenneally se había inspirado en las conversaciones que había mantenido desde el principio de la década con Polderk Pfeifferberg, superviviente del Holocausto y uno de los llamados judíos de Schindler que llevaba desde los años 60 intentando que el mundo conociese a su benefactor. La obra consiguió el premio Booker y se convirtió rápidamente en un éxito de ventas internacional. Por supuesto, pasó a ser también un objeto codiciado para una posible adaptación cinematográfica, y fueron varios los directores que se mostraron interesados por el proyecto. Dos de ellos fueron, en su condición de descendientes de víctimas del Holocausto, Billy Wilder y Roman Polanski. La Universal que había comprado los derechos de la obra se la brindó la oportunidad de dirigir la película a Steven Spielberg, otro conocido miembro de la comunidad judía y ferviente activista en pro de la causa hebrea. Pero el creador de ET se lo pensó mucho, no sólo por la densidad de la obra en sí, sino también por el importante impacto emocional que sobre él tenía afrontar una historia como la que contaba Kenneally en su libro. Los estudios comenzaban a impacientarse ofrecieron el encargo a otros cineastas. Martin Scorsese estuvo a punto de dirigir el film, pero en ese momento Spielberg dio por fin el sí, al advertir que, tras la caída del Muro de Berlín, las teorías negacionistas del Holocausto estaban cobrando fuerza.

El rodaje que tuvo lugar en Cracovia durante dos meses y medio fue en efecto durísimo. Muchas de las escenas se desarrollan en los lugares en los que trascurrieron realmente, aunque, por ejemplo, el campo de concentración debió ser recreado puesto que alrededor del verdadero habían empezado a construirse otras edificaciones de carácter más moderno. Las condiciones climáticas de la filmación fueron extremas, pero aún todavía más lo fueron las emocionales. Muchos de los extras que participaron en la película, verdaderos descendientes de judíos asesinados en las cámaras de gas, pudieron experimentar en sus carnes lo que habían sentido sus antepasados a las puertas de la muerte medio siglo antes. Para el propio Spielberg, rodar la película supuso un fuerte impacto emocional tal y como se había temido. Se mostraba deprimido la mayoría del tiempo y lloró filmando más de una escena. Le vino bien simultanear dicha filmación con la postproducción de Parque Jurásico en la que trabajaba por las tardes en su cuartel general. Además contó con otro aliado; el actor Robin Williams, que acababa de trabajar con él en Hock le llamaba para animarle contándole chistes y haciéndole imitaciones. Cuando Williams oía al otro lado del hilo telefónico la primera carcajada de Steven colgaba sin siquiera despedirse.

La lista de Schindler se desarrolla en Cracovia en tiempos de la II Guerra Mundial. Las tropas invasoras nazis obligan a los judíos residentes a recluirse en guettos. Oskar Schindler, ambicioso empresario afiliado al partido nazi, llega a la ciudad para montar una fábrica de objetos de menaje. Para prosperar en el negocio, no duda en sobornar a los oficiales desplazados al lugar ni en frecuentar el mercado negro. Contrata como contable a Itzar Stern que tiene contactos con comerciantes y empresarios de origen hebreo. Por mediación de Stern, Schindler contrata a obreros judíos porque sus salarios son más bajos al tiempo que mantiene excelentes relaciones con el alto mando alemán.
Paralelamente, llega a Cracovia, el oficial de las SS Amon Goth para hacerse cargo de la contrucción y posterior supervisión del campo de Plaszow. Goth es un sádico que una vez construido el campo no duda en eliminar el guetto, sin excluir los fusilamientos. Schindler es testigo de la brutalidad de ese desalojo, pero se ve obligado a la vez a contemporizar y a negociar con el oficial para que le permita levantar un subcampo  junto a su fábrica.

Cuando los alemanes se acercan a la derrota en la guerra, Goth no duda en enviar a los judíos de Plasozw hasta Auswitz; Schinldler le convence mediante sobornos para que permita a sus trabajadores trasladarse a una nueva sucursal de la factoría que va a abrir en su pueblo natal. Este y su contable redactan entonces la “lista de Schindler”, una nómina en la que figuran los nombres de los 850 empleados que se librarán de ir a Austwitz. Sin embargo, por un error los trabajadores acaban en el campo de concentración y Schindler se verá obligado a un nuevo soborno, esta vez al comandante del campo. Una vez en la nueva fábrica, el empresario prohíbe a las SS entrar en las instalaciones y anima a sus empleados a celebrar el Sabath.

Una vez terminada la Guerra, y como miembro del partido nazi, Schlinder debe huir ante el avance del Ejército Rojo. La noche antes de ir a entregarse a las tropas norteamericanas, Schindler se reúne con sus trabajadores que, en señal de agradecimiento, le regalan un anillo con una inscripción del Talmud en la que se lee “Quien salva una vida salva al mundo entero”. Al día siguiente un soldado soviético llega a la fábrica y anuncia a los ocupantes que son hombres libres. La escena final con los trabajadores marchando al frente se funde con otra toma en color que muestra a los judíos supervivientes de Schlinder marchando acompañados de los actores que los han interpretado en la película. Unos y otros se dirigen a la tumba de Schinder, situada en el Monte Sión de Jerusalén, para dejar allí una piedrecita cada uno. El último en llegar al lugar es Liam Neeson, el protagonista del film, que deposita un par de rosas.

Spielberg decidió rodar La lista de Schindler en blanco y negro para subrayar el horror de la barbarie nazi, e influido por las magistrales  Noche y niebla (Alain Resnais, 1955) y  Shoah (Claude Lanzmann, 1985), hacerlo además en un estilo casi documental. Contó para ello con el extraordinario trabajo del polaco Janus Kaminski que consiguió un Oscar por su labor, y que a partir de esta película se convertiría en habitual colaborador del director. Por indicación de Spielberg incluyó un único detalle en color, el famoso abrigo rojo de la niña que recorre errabunda las calles del guetto como símbolo  de la pureza y la inocencia. Por indicación del propio director, la niña, que en el momento del rodaje tenía tres años, debía ser obligada por sus padres a no ver la película hasta que no alcanzase la mayoría de edad. La vio con once y quedó horrorizada.

Otro de los habituales del tito, John Williams volvía a aportar su particular granito de arena con una banda sonora también merecedora del Oscar, coronada con el memorable y emotivo solo de violín del israelí Itzak Perlman.

Kevin Costner, Mel Gibson o Warren Beatty fueron algunos de los nombres que se barajaron para dar vida en pantalla a Oscar Schindler. Sin embargo, Spielberg prefería un actor menos conocido por el gran público, y finalmente se decantó por el irlandés Liam Neeson a quien hasta entonces habíamos podido ver en films como Excalibur (John Boorman, 1982), La misión (Roland Joffé, 1986) o Sospechoso (Peter Yates, 1987).  Ralph Fiennes era un total desconocido para todos cuando encarnó al sanguinario Amon Goth. El propio director lo eligió al darse cuenta del enorme parecido físico que el actor guardaba con el personaje real, tanto que llegó a hacer temblar de miedo a varios de los supervivientes que le conocieron realmente. El tercero en discordia fue Ben Kingsley quediez años antes se había hecho muy popular al protagonizar Ghandi (Richard Attemboroug, 1982) con premio de la academia de Hollywood incluido. Kingsley  interpretó en el film a Itzak Stern, una mezcla entre el auténtico contable de la empresa de Schindler y de su secretario personal que resulta ser la viva representación de la bondad y el altruismo.


Los siete Oscars conseguidos por La lista de Schindler correspondieron a las categorías de Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Guión Adaptado – para Steven Zaillan-, Mejor Banda Sonora – John Williams-, Mejor Fotografía – Janus Kaminski- Mejor Montaje – Michael Khan, otro de los fijos en el equipo de Spielberg- y Mejor Dirección Artística – Allan Starsky y Ewa Braun. La cinta tuvo un presupuesto bajo – 22 millones de dólares- y acabó recaudando 321 millones en todo el mundo, muy lejos de los grandes éxitos comerciales de su autor, pero aun así una cifra respetable. Congració a Spielberg con la Academia de Hollywood y la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la seleccionó como un tesoro cultural digno de figurar en su Registro Nacional de Cine (2004). Y aun así, los negacionistas de siempre se lanzaron al cuello del cineasta. Con sus controversias, sus medias verdades, su estilo para algunos naif, sus luces y sus sombras, renunciando siempre  a su sello de autor “comercial”, Spielberg legó a la Humanidad y a la Historia un legado impresionante. Con la que nos está cayendo, deberíamos aprender todos de él.









Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Esto es volver por la puerta grande amigo. puerta enorme, aun diría.

Desde luego, Spielberg y "la lista de Schindler" deben figurar si o si en cualquier lista, de 100, de 50 y hasta de 20. si estamos hablando de películas míticas de la historia del cine.

Pero no es sólo un mito tomado como un reconocido prestigio alcanzado incluso al margen de sus verdaderos valores objetivos, es que lo es precisamente porque es imposible ver la película y no sentir todos esos valores objetivos.

Si el cine es (o debería ser, según yo lo entiendo) una fábrica de emociones, "La lista..." es un hito de la producción en cadena de las mismas. Sin sentimentalismos, seca, dura, brutalmente real,...Duele en cada fotograma, duele el hecho de que nos estén contando la verdad, sin endulzar, sin tranquilizar. Y aun sabiendo que el mensaje es esperanzador, que la historia tiene un final "feliz", nos rompe, nos apalea, pero busca dentro de nosotros una minúscula parte de la generosidad del protagonista que lo es a su pesar...incapaz de desprenderse de su humanidad.

Mis hijos vieron muy jovencitos esta película (quizá con 12), se la mandaron en el instituto...Les impresionó tanto como les emocionó. Para ellos sigue siendo una de sus películas preferidas.

La carrera de Spielberg está plagada, como acabas de repasar, de películas fantásticas, de algunas de los mejores films de los últimos 40 años. No sé si "La lista de Schindler" es la mejor de toda su carrera, pero es sin duda una película imprescindible en la historia del cine.

Muchisimas gracias Dex...

Abrazos a caballo
Anónimo ha dicho que…
Reconozco que tardé bastante en ver "La lista de Schidler", es un tema que prefiero evitar por aquello de la crudeza y lo que remueve en la conciencia. La he visto sólo una vez y reccuedo que el impacto fue brutal. De esas veces que te quedas unos minutos en silencio para interiorizar lo que acabas de ver.

Y ya volviendo al tito Steven, la mayoría de sus películas son de esas que no te importa volver y volver a ver, aunque si he de elegir alguna me quedo con Tiburón, la vi con unos 8 años en Alicante y no me podia bañar en la playa del terror que me causó y de esos se trata en el cine, de emociones impactantes e inolvidables.

Gracias por el gus, una nueva clase magistral.

Besos de escualo.


Albanta

Albanta
César Bardés ha dicho que…
Deprisa y corriendo que estoy muy liado. Recordar una película como "La lista de Schindler" es obligatorio para todo buen cinéfilo que se precie y, desde luego, debería ser obligatorio verlas en todos los institutos y colegios del mundo. Creo que Spielberg se superó a sí mismo con esta película y consiguió dejar un tesoro vivo que no puede ser empañado por los "revisionistas" que cambian la Historia a su antojo y según el sesgo político que les interesa. Todo lo que has dicho, lo has dicho muy bien, así que no queda demasiado por añadir.
Abrazos con cacerolas.
INDI ha dicho que…
vaya, boquiabierto me he quedado con el extenso y completísimo repaso a la filmografía de Spielberg que nos ha brindado Dex. Y qué decir de "La lista de Schindler" que no se ha dicho ya... pues que es un peliculón que te remueve las entrañas. De las demás de Steven, me encantan ET, Tiburón, Encuentros en la tercera fase, El templo maldito, EL color púrpura, La última cruzada... pero me quedo con la del arca perdida. Pero por favor, que no vuelva Harrison Ford a hacer de Indiana, y ya por pedir, que borren todas las copias de la de la calavera de cristal.

Abrazos con látigo

PD: ¿no se trataba de retrasar una hora los relojes? entonces... ¿quién ha sido el espabilado que ha adelantado el invierno?

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