GUS MORNINS 16/10/18

“Toda la gente que tiene éxito hoy en día padece de neurosis. Quizá deberían pararse de vez en cuando y pedir perdón por lo afortunados que han sido y pedir también perdón por mí misma, porque me considero insultantemente normal”
                                                                                                     Deborah Kerr
Hoy hace once años que nos dejó esta gran dama del cine y del teatro. Me vais a permitir un pequeño ejercicio de nostalgia porque en lugar de escribir algo para la ocasión, me he tomado la libertad de rescatar aquel artículo que un día publiqué en el foro de cinéfilos y que empezó a levantar la admiración en unos y la envidia en otros. Más o menos, ahí pude saber quién merecía la pena y quién no. Allá va. Por Deborah.
Cuando vi por primera vez a Deborah Kerr en una pantalla de cine, enseguida fui presa de su elegancia, de su cuidada dicción, de su fina belleza que, a la vez, despertaba un no sé qué vicioso en mi interior. Era una pantera pelirroja, enigmática, bella y sensual que podía ser, al mismo tiempo, un felino juguetón o una fiera capaz de llevarte más allá de la jungla de tus sentimientos.
Para siempre han quedado en la arena, grabadas con un cincel de pasión, las huellas de aquel fogoso beso que tuvo la fortuna de darle Burt Lancaster. Un bello lleno de sal y dulzura, limpio para estos tiempos que corren, sucio y prohibido para los años cincuenta. Y aún así, en el fragor de la carne, el beso no era a una cualquiera, era a una gran dama de bañador negro y blanca piel. Beso de aristócrata virgen. Beso de plebeya manoseada. Beso, en cualquier caso, de gran actriz.
Sabía ser frígida y deseosa de ser poseída por fantasmas de depravación en cierto relato lleno de suspense y vueltas de tuerca que Truman Capote adaptó para ella de una novela de Henry James que nuestro Amenábar, Amenábar, moro de la morería, tomó como base e inspiración para que los otros fuéramos nosotros. Otro turbio beso de un niño que ella acepta removiendo nuestras entrañas y nuestros sentidos más precoces.
Cary Grant se enamoró perdidamente de ella en una cita que nunca ocurrió, un accidente que nunca debió pasar y un viaje romántico y ocurrente para componer la mejor sinfonía que un hombre y una mujer pueden compartir con las dos únicas notas que presiden la escala en clave de amor: tú y yo. Y nosotros, simples mortales, tuvimos la fortuna de verlo, entre risas y sollozos, queriendo ser nosotros, él, y ellas, ella.
Sólo Dios pudo saber lo que ella y Robert Mitchum hicieron en aquella isla del Pacífico, tan bella como peligrosa. Y qué envidia me dan Dios y Mitchum. Aunque no la tocara ni un pelo. Porque sólo Dios puede saber lo que yo hubiese hecho en su lugar y Mitchum fuera el que escribiese estas líneas.
Claro que ya se desquitó con Mitchum haciendo que tres vidas fueran errantes o cuando escribió aquella maravillosa y elegante página en blanco con rúbrica femenina al tiempo que Cary Grant hacía cualquier cosa para recuperarla, incluso dispararse en un brazo, o esconder un abrigo de visón mientras el ingenio se viste de smoking y el amor, ese gran forajido, regresa para entregarse.
Richard Burton, el pillo, quería despertar sus apetitos sexuales en una larga noche con una iguana en un hotel empapado de sudor y deseo reprimido de la costa de Méjico. Y ella perfecta, en su sitio, contrapunto ideal a una Ava Gardner que se interpretaba a sí misma, deseosa y agonizante de ungüento de zagalón mientras Tennessee Williams ponía la cama y John Huston, las sábanas.
Bailó en medio de puzles mentales, niños siameses y palacios de mármol en brazos de un rey caprichoso y calvorota y, en las canciones que tenía que interpretar, la doblaron, ignorantes, porque tenían miedo de que no supiera cantar. Alguien como ella lo sabía hacer todo.
No me extraña lo más mínimo que Brutus, el hombre honrado, tuviera sorbido el seso por ella mientras conspiraba contra Julio César, a pesar de la brevedad de su presencia, a pesar de la belleza fugaz que pasa por la pantalla, igual que el sabor intenso y corto de uno de sus besos, su Porcia fue brillante, como el fogonazo de una estrella que se extingue en el cielo.
Reprimida y tímida, atada en sus sentimientos, con el pelo pasado por la lengua de una vaca y el corazón entregado a un falso militar como David Niven con el que desayuna en mesas separadas. Deborah Kerr era convincente hasta en ese papel que sueña despierto y muere en vida.
Y, al final de su carrera, la pirueta final. Madura y hermosa, plena como actriz, sobria como mujer, se nos aparece sexy y desnuda con unos temerarios del aire dirigidos por Frankenheimer o en un compromiso que nunca fue más complejo y oscuro que con Elia Kazan, pero, por encima de su carne, estaba ella, la gran dama abriéndose paso entre un cine que, cada vez, era más difícil para una mujer así. Y prefirió, inteligente y enamorada, retirarse a Marbella con su marido guionista y bienhumorado, Peter Viertel, para disfrutar del sol, de la vejez y de la serenidad de una puesta de sol con ella en primer plano. Ella abandonó el cine porque, simplemente, tenía más personalidad que él.
Este artículo fue tan comentado que me decidí a incluirlo en mi primer libro “La imagen en el alma”. Prometo no hacerlo más, pero hoy la tentación era muy fuerte. Vaya por ella, porque con la excusa del aniversario de su fallecimiento, también he vuelto a revivir aquellas sensaciones de charlar de cine con un grupo de gente que compartía la misma pasión y con la que, en su mayoría, daba gusto hablar.
Como vídeo pondremos, esta vez sí, un precioso homenaje a su arte. Ella tiene el dudoso honor de ser la actriz más veces nominada al Oscar a la mejor actriz sin haberlo ganado nunca. La única que llega a igualarla es Thelma Ritter que también fue nominada seis veces sin ganarlo, pero siempre a la mejor actriz secundaria.



Y como mosaico ahí la tenéis. Elegante, gran actriz, atractiva, gran dama, única.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Si hay una ocasión para quitarse el sombrero, esta es una de ellas.

No se pueden escribir palabras más bellas, para esta bella mujer.

Muchas gracias, Lobo.

No sé que ha podido ocurrir para que Indi y Dex falten a sus citas, seguro que algo importante, espero que no sea nada malo.

Besos playeros.

Albanta
CARPET_WALLY ha dicho que…
Perdonad, pero estoy como los oficinistas de los tebeos enterrado entre montañas de papel y sin tiempo para pestañear.

Es muy probable que Dex me pidiera que me hiciera cargo del gus de ayer tras su partida a tierras italianas, pero francamente aunque me hubiese acordado me habría sido prácticamente imposible.

Hoy ya a estas horas tardías he podido leer de corrido el gran gus del Lobo para la gran dama...Siempre me parecía elegante y maravillosa, pero muy guapa sin resultarme atractiva...Y lo es y mucho objetivamente, es cosa de mis gónadas o lo que sea que me tergiversa el mundo.

Abrazos a la carrera....a ver si mañana hay más trato para el disfrute.



INDI ha dicho que…
una gran dama del cine, puede que la más grande-. Y qué bella descripción, felicidades maestro. No te preocupes si echas mano de artículos escritos anteriormente, si son como éste que sigan apareciendo en el gus.

Seis veces nominada al oscar y nunca lo ganó, aunque tampoco le hizo falta, aunque una vez retirada le dieron uno honorífico a su carrera.

Abrazos admirados

PD: el jueves se me complicó primero la mañana en el trabajo, luego la tarde por un pequeño accidente deportivo de mi hija que es muy burra en eso del balonmano y finalmente la noche por la suma de todo, se me hizo imposible siquiera improvisar algo, lo siento, no volverá a suceder, como dijo aquel.

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