GUS MORNINS 30/10/18

“El cine es un campo de batalla. Amor, odio, violencia, acción, muerte…en una sola palabra: emoción”                                          Samuel Fuller
Hoy nos toca rendir homenaje a este estupendo director, uno de los de estilo más vigoroso que haya dado nunca el cine. Siempre tuvo dificultades para sacar adelante sus proyectos, pero llevó consigo la etiqueta de rebelde, y muy a gala, además. Tanto es así que, no sólo influenció el estilo de muchos directores posteriores (Martin Scorsese lo cita como una de sus influencias más fuertes), sino que también fue objeto de culto por parte de otros cineastas que no dudaron en llamarlo para que interviniese como actor en sus propias películas cuando ya la dirección, para Fuller, era un ejercicio poco menos que imposible. Ahí están sus intervenciones en películas de Steven Spielberg, de Wim Wenders, o de Aki Kaurismaki.
El caso es que tal día como hoy se nos fue para siempre hace veintiún años. Y todo comenzó porque Fuller era hijo de unos emigrantes judíos, Benjamin y Rebecca, de procedencia muy humilde. Tanto es así que el pequeño Samuel, a la temprana edad de doce años, comenzó a trabajar como mensajero en un periódico. No era tonto el chico y comenzó a fijarse en todo lo que hacían los periodistas del New York Graphic. Y así, a los diecisiete años, consiguió publicar su primer reportaje, que había redactado en el mismo lugar donde se había cometido un asesinato. Fue tan bueno que, a pesar de su corta edad, le encomendaron los reportajes de sucesos.
El caso es que Sam escribía como los ángeles. Y varios escritores de cierto renombre le reclamaron para que actuara para ellos como negro. Sam Fuller, aún con el prestigio conseguido, siempre se negó a declarar quiénes le contrataron. Con dieciocho años, ya presentó su primer guión cinematográfico (se sentía enormemente atraído por las películas) aunque no se rodaría hasta seis años después. Se trata de una película llamada Fuera sombreros, dirigida por Boris Petroff dentro de la serie B, con un protagonista tan propio del medio como John Payne. El argumento giraba en torno a una pareja de periodistas que rivalizaban entre ellos porque tenían que hacerse cargo de los respectivos gabinetes de prensa de unas casas exhibidoras de muestras en una feria en Texas. La película no es muy buena, pero el material de partida llamó la atención porque era una historia en la que continuamente estaban pasando cosas, algo no muy usual en el cine de los años treinta. Eso le proporcionó a Fuller un contrato para escribir varias películas que se fueron haciendo a finales de los años treinta y principios de los cuarenta siempre dentro de la serie B. Quizá la mejor de todas ellas fuera Gángsters de Nueva York, de James Cruze, con Charles Bickford y Ann Dvorak en los principales papeles sobre un policía infiltrado en una banda de gángsters que actúan a través de un complejo sistema de comunicación por radio frecuencia. Una buena película.
El caso es que Fuller interrumpió su carrera como guionista por causa de la Segunda Guerra Mundial, en donde se presentó como reportero de la infantería. Designado a la Primera División de Infantería. Participó en los desembarcos de África, Italia y Normandía y también estuvo en el frente de las Ardenas en Bélgica y en Checoslovaquia. Su labor fue tan heroica que Fuller recibió la Estrella de Bronce, la Estrella de Plata y el Corazón Púrpura, máxima condecoración militar. Su experiencia en el campo de batalla le sirvió para realizar muchas de sus películas posteriores, pero sobre todo, Uno Rojo División de choque, donde describió muchas de sus propias experiencias a través del personaje que interpretó Mark Hamill.
El caso es que Fuller, a su vuelta, siguió escribiendo guiones y decidió que ya era hora de ponerse tras las cámaras para dirigirlos. Así hizo su primera película como director, Balas vengadoras, con Preston Foster de protagonista donde narra el mito de Jesse James a través de la historia de su ejecutor, Bob Ford. Con sentido de la acción y del ritmo, no deja de ser una película de bajo presupuesto, pero muy bien hecha, con cabeza y pasión, dejando entrever la posibilidad de un cineasta con mucho futuro.
Después de dirigir el mediocre western El barón de Arizona con Vincent Price como falsificador de documentos en el lejano Oeste, Fuller llama verdaderamente la atención con Casco de acero, posiblemente la mejor película que se haya hecho nunca sobre la guerra de Corea junto con la maravillosa La colina de los diablos de acero, de Anthony Mann. Aquí, con un Gene Evans pletórico en la piel del Sargento Zack, Fuller nos narra la historia de una patrulla que tiene que atrincherarse como puesto de vigilancia en una pagoda budista y se ven convertidos en la punta de lanza defensiva frente a un ataque masivo de los coreanos. El estilo de Fuller es poderoso, dotando de carne a los personajes (genial el soldado que nunca habla y que acaba siendo el primero en caer) y con unas espléndidas escenas de acción.
El éxito le sonríe, y cuenta con algunos medios más para hacer otro acercamiento a la guerra de Corea con A bayoneta calada, con Richard Basehart y Gene Evans de protagonistas. Aquí, Fuller habla sobre el agobio del mando a través de un regimiento de cincuenta hombres que deben combatir a los coreanos dando la impresión de que son miles con tal de cubrir la retirada del grueso de las fuerzas. Poco a poco, los mandos van cayendo y, al final, todo recae en un cabo que tiene un pánico tremendo a asumir tal responsabilidad. Cuando llegue la hora de la verdad, no dejará atrás su valentía. Una excelente película, quizá no al nivel de Casco de acero, pero muy notable.
Su siguiente película es Park Row, todo un homenaje a los pioneros del periodismo en Nueva York de nuevo con Gene Evans de protagonista. El problema fue que contó con dinero para rodarla, pero Darryl Zanuck, el productor, la vilipendió y quiso convertirla en musical. Fuller pagó por hacer la película tal y como quería sin el apoyo de Zanuck. El resultado fue un sonoro fracaso que dejó a Fuller en la ruina. Y aún así, es una película excelente, muy definitoria del proceso de búsqueda de la verdad a través de unos cuantos profesionales que amaban su trabajo y el derecho a la información.
Fuller se resarce dirigiendo una de sus mejores películas: Manos peligrosas, con Richard Widmark, Jean Peters y Thelma Ritter. La historia de un carterista que roba a una chica que transporta un microfilm con información comprometedora del Gobierno con el fin de vendérselo a los comunistas, más allá de su trasfondo político, resulta apasionante, con ese Skip McCoy que interpreta Richard Widmark como un personaje sin ética, ni razón que, sin embargo, se traza unos límites que hasta el último momento no se sabe si es por interés o por honestidad. Una estupenda película, llena de emoción.
Con El diablo de las aguas turbias, Fuller insiste en su visión política a través de la Guerra Fría esta vez con China como objeto de sus ataques mediante la misión científica que emprende un submarino de iniciativa privada que descubre cómo los chinos pretenden lanzar una bomba atómica. Richard Widmark es ése capitán que se vende al mejor postor mientras Dahlia Lavi pone belleza e inteligencia a partes iguales. No es la mejor película de Fuller, pero es apreciable.
El éxito de las dos últimas incursiones hace que Fuller disponga de dinero suficiente como para irse a rodar a Japón el negro de La casa de bambú, con Robert Ryan y Robert Stack. Nuevamente, es la historia de un infiltrado que consigue meterse en los bastidores de la mafia nipona que está controlada por un norteamericano. La película maneja la tensión de forma admirable (el infiltrado está en permanente peligro de que lo pillen) y que termina con una memorable persecución en un parque de atracciones de Tokyo.
Con China Gate, Fuller vuelve a caer en desgracia. Con el fondo de la guerra de Indochina con el punto de vista francés, se le retira la financiación en mitad del rodaje. Fuller, aún con muchas escenas por rodar, clausura la película y la monta con lo que tiene. El resultado es una película claramente truncada, sin final, totalmente perdida a pesar de que el argumento era muy interesante. ¿Por qué se le retira la financiación? Porque Fuller incluye a un sargento americano en la guerra y los Estados Unidos, en 1957, estaban negando por activa y por pasiva cualquier intervención en Vietnam.
Fuller rueda Yuma, acerca de la historia del soldado que disparó la última bala en la guerra de secesión americana, con Rod Steiger y Sara Montiel. Nunca me ha gustado nada esta película, por ese retrato de un perdedor amargado, que no acepta la derrota y que se une a los indios porque no se siente parte del país. No me la creo demasiado aunque, sin duda, tiene sus admiradores. A continuación, otro western, Cuarenta pistolas, interesante pero insuficiente guerra entre rancheros con Barbara Stanwyck y Barry Sullivan. Después, obtiene un éxito moderado con el negro El kimono rojo, con Glenn Corbett y James Shigeta, también con Underworld U.S.A. con Cliff Robertson llevando a cabo una venganza contra unos mafiosos que asesinaron a su padre cuando era pequeño, una película que ha acabado convirtiéndose de culto; y rueda otra película de guerra que se antoja como una de las más trepidantes de la historia: Invasión en Birmania, con Jeff Chandler en el papel del General Merrill, líder de los míticos Merodeadores de Merrill que volvieron locos a los japoneses por su increíble capacidad de resistencia y de movilidad en el frente de Birmania. Una excelente película, con continuas escaramuzas, verdades del frente, soldados sufriendo y balas mordientes.
A continuación rueda la que, quizá, es su mejor película: Corredor sin retorno, sobre un periodista deseoso de ganar el Premio Pulitzer que se hace pasar por un trastornado mental para ingresar en el psiquiátrico donde se ha cometido un crimen. Espeluznante inmersión en los laberintos de la locura, con escenas míticas como la tormenta que el protagonista se imagina en el pasillo del hospital, Fuller hace cierto aquello que decía Eurípides de “a quien los dioses desean atormentar, primero lo vuelven loco”. Después, otra película excelente, Una luz en el hampa, con Constance Towers (también protagonista de la anterior y con cuyo trabajo Fuller había quedado encantado) desmantelando a una banda de mafiosos que no ha dudado en utilizarla como entretenimiento para los jefazos. Elegante y vigorosa, la película es muy buena.
A partir de aquí, puede que el cine de Fuller perdiera algo de fuelle. Parecía más descuidado en sus realizaciones y sin argumentos de cierto peso. Ahí está el espanto de Arma de dos filos, desganada búsqueda de tesoros en el océano con tiburones y bastardos de por medio que le condena al ostracismo durante once años, aunque consigue vender un guión titulado El hombre del Clan, que se rueda con Richard Burton y Lee Marvin y dirige Terence Young. Sólo vuelve porque consigue financiación para Uno Rojo División de choque, donde narra sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial con Lee Marvin y Mark Hamill y consigue de nuevo una buena película. Aún rueda, con muy escasos medios, Perro blanco, sobre un podenco educado para atacar a los negros, una película que no hizo ninguna gracia en Estados Unidos y que no estrenó allí hasta nueve años después de su realización. Aún rueda Fuller dos películas más como Ladrones en la noche y Calle sin retorno, ambas infumables y merecidamente olvidadas.
Samuel Fuller fue invitado a un festival de cine en Finlandia en 1986. Dejó tan grato recuerdo allí que las autoridades no dudaron en bautizar una de las calles con su nombre.
Su maestra en el oficio de reportero fue Rhea Gore, la madre de John Huston, que era una veterana reportera criminal.
En su oficio de reportero también conoció a otro joven al que le traspasó algunas de sus enseñanzas y simpatizaron inmediatamente. El joven le confesó que también quería dedicarse al cine algún día y Fuller le dijo que tenía que escribir muy bien si quería vender algún guión. Ese joven se llamaba Richard Brooks.
Mientras trabajó como reportero criminal se ocupó de múltiples casos de suicidio. Fue muy popular en la profesión porque siempre pedía que, una vez aclarada la muerte que tenía que cubrir, le dejaran quedarse con las notas de despedida de los suicidas. Tenía una colección enorme de notas de suicidio.
Os dejo un vídeo con algunas de las fotografías privadas de Sam Fuller.



Y como mosaico, un fotograma de una de sus mejores películas, La casa de bambú.


Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Si señor, Fuller era un tipo que daba muchísimo ritmo a su cine, pasaban muchas cosas y a sus personajes también, no eran meramente tipos y tipas que pasaban por ahí, sino que generalmente tenían un poso, un pasado, unas motivaciones,...algo que ayudaba a hacer que la trama tuviera mayor empaque.

Si tenían que resistir en una pagoda el ataque norcoerano, quizá estaría bien que hubiera posibilidad de conflicto interracial, que un prisionero intentase enemistar a los captores aprovechando las debilidades...

Si alguno tenía que hacerse cargo del grupo, quizá mejor si ese alguien no quiere la responsabilidad, si además tiene un miedo atroz a la responsabilidad sobre la vida de los demás...

Por cierto en "A bayoneta calada" apareció por primera vez James Dean en la gran pantalla, un papelito de uno de los soldados que deben resistir haciéndose pasar por todo un ejercito.

Con todo, para mi su mejor película, en realidad es una pelí que me impactó mucho siendo muy niño (no mas de 12, seguro) es "Corredor sin retorno".

Gran gus...un gus pleno, full

Abrazos de carterista

Entradas populares de este blog

Guuud mornins, 14/05/13

EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLVIII)

EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXV)