EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (VII)




“Me da igual que seas diabólica o de otro mundo. Yo nunca me separaré de ti”.



CUENTOS DE LA LUNA PÁLIDA DE AGOSTO (Ugetsu Monogatari) Japón, 1953.Drama. Sobrenatural. Dir: Kenji Mizoguchi; Machico Kyo, Mitsuko Mito (96 min)


Hoy en nuestro capítulo de “El cine en cien películas” viajamos por vez primera hacia el Lejano Oriente, y en concreto hasta Japón, para adentrarnos en la obra del maestro Kenji Mizoguchi. Junto a Kurosawa y Ozu, Mizoguchi es parte integrante de esa especie de Santísima Trinidad del cine clásico japonés, un trinomio sagrado, casi intocable, una mesa a la que podría añadirse una cuarta pata en la figura de Mikio Naruse, maestro del melodrama y del género tragicómico. Autor sin duda a reivindicar, sepultado bajo el peso de los tres nombres citados, con una carrera prolífica que abarca casi 90 películas y títulos imprescindibles como Cuando una mujer baja la escalera (1960), Tormento (1964) o Nubes dispersas (1967). Cineasta, como digo, a (re) descubrir y al que quizá volvamos a traer por aquí próximamente.

Volviendo a Mizoguchi, habrá que comenzar diciendo que nació en Tokio en 1898 y que muy pronto se vio que llevaba el arte en la sangre. Comenzó en el popular y tradicional teatro Kabuki como Oyama (actores que interpretaban el papel de mujeres) y también llegó a trabajar como ilustrador en un periódico (era un apasionado de la pintura). De Mizoguchi se destaca siempre su compromiso y su espíritu revolucionario; con tan sólo 20 años participó en los disturbios que se montaron en el país bajo el influjo de la revolución rusa, motivo este por el que perdió su empleo. Cuando empezó en el cine, llegó también a fundar su propia productora para así poder ejercer un mayor control e independencia sobre sus trabajos. No obstante, durante la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de postguerra, el gobierno le obligó a hacer películas propagandísticas para ensalzar los valores militares. De esta época datan films como 47 Ronin (1941) o La espada Bijomaru (1945).

Mizoguchi es considerado también un director “feminista”; se le alaba su particular sensibilidad hacia el mundo de la mujer, y sus películas denuncian la difícil situación que ésta debe soportar dentro de un mundo dominado por hombres (son especialmente hermosos y elocuentes sus retratos de prostitutas). Su obra fue reconocida en Occidente antes incluso, y buena culpa de ello tuvieron los futuros cineastas de la “nouvelle vague” en la época en la que aún trabajaban en la redacción de “Cahiers du cinema”. Jacques Rivette cayó rendido ante el embrujo de Vida de Ohraru , mujer galante (1952), que obtuvo el León de Oro de Venecia y fue la primera película del realizador que se estrenó en Europa. Por otra parte, cuando en esa misma época a Godard le preguntaban por sus tres directores favoritos, siempre solía responder lo mismo : “Mizoguchi, Mizoguchi y Mizoguchi”.

La Mostra de Venecia volverá a reconocer el talento de Mizoguchi otorgándole el León de Plata durante dos ediciones consecutivas, por Cuentos de la luna pálida de agosto en 1953 y por El intendente Sansho al año siguiente. Además de suponer una de las cumbres de la filmografía de su autor, esta última película está considerada una de las mejores del cine mundial de todos los tiempos. La acción se desarrolla en el Japón feudal del siglo XII donde vive el protagonista, el gobernador de un pueblo, desterrado y separado contra su voluntad de los miembros de su familia, que acabarán siendo vendidos como esclavos gracias a las malas artes de una mujer que se hace pasar por sacerdotisa. El film transmite un mensaje universal que nos invita tanto a aprender a perdonar a nuestros enemigos como a mostrar respeto por las enseñanzas de nuestros mayores, tema clásico en la cultura oriental.

En Cuentos en la luna pálida de agosto, Mizoguchi funde varios relatos del escritor Ueda Akinari que a su vez están basados en diversas leyendas tradicionales. Es habitual que el cine japonés recurra a este tipo de ficciones y construya a partir de ellas su propia mitología. La película nos cuenta la historia de Genjuro y Tobei, dos aldeanos que viven en una pequeña aldea asolada por una cruenta guerra civil. Genjuro es alfarero, y sumamente ambicioso, no tiene otra obsesión que la de hacer dinero y volverse rico; el objetivo de Tobei es poder llegar a ser algún día un respetado samurái. Tras ser atacadas las casas en las que viven por un grupo de guerreros, nuestros dos protagonistas deciden huir a la gran ciudad donde esperan que sus sueños se hagan realidad. Se hacen acompañar por sus respectivas esposas que se convertirán a la postre en las principales víctimas de la avaricia de los dos hombres; en el último momento, la mujer de Genjuro opta por quedarse en el pueblo para cuidar de su hijo, la de Tobei será finalmente repudiada por su propio marido y obligada a prostituirse. Un día, Genjuro recibe la invitación de una enigmática princesa que se hace llamar Kawasa que le insta a visitar su castillo. Allí, la dama de compañía de Kawasa le confiesa que, en realidad, su señora lleva varios años muerta, y que ha regresado al mundo de los vivos para conocer el amor verdadero.

Como toda fábula que se precie, Cuentos de la luna pálida de agosto esconde una poderosa moraleja acerca de los peligros de la ambición y la codicia, pero es ante todo una historia de fantasmas en la tampoco puede faltar el tópico del amor que sobrevive más allá de la muerte. La película entronca además con esa tradición del culto a lo sobrenatural tan típica del cine japonés y que se puede reconocer en películas de la época o incluso posteriores como El más allá (1964) de Kobayashi. Mizoguchi combina de manera magistral el realismo con la fantasía y se revela en un experto creador de atmósferas y en un mago de la puesta en escena (la imagen del velero navegando entre las brumas se ha convertido ya en icónica). Los movimientos de cámara son suaves y cadenciosos como queriendo subrayar la frágil frontera que separa lo real y lo onírico, optando en todo momento Mizoguchi por la profundidad de campo y los planos largos. La maravillosa fotografía en blanco y negro es otro elemento que realza la belleza y la sensualidad del conjunto. El film recibió en 1955 una nominación al Oscar al Mejor Vestuario en una película en blanco y negro, pero acabó perdiendo en favor de Mañana lloraré de Daniel Mann.

En el siglo X se instaura en Japón la tradición de sentarse a contar cuentos a la luz de la luna durante dos noches seguidas para celebrar así los sucesivos cambios de estación. Sentarse a ver una película como ésta es también algo así como sentarse a mirar la luna, no exige prisas y sí dejarse llevar hasta quedar envuelto en la textura de los kimonos y en la belleza de las leyendas. Hay películas que te recuerdan especialmente que el cine es un arte, y esta es sin duda una de ellas.

Permitidme que me despida con una curiosidad y una coincidencia en la que reparé hace pocos días y en absoluto estaba pensada de antemano. Cuentos de la luna pálida de agosto se estrenó en Japón un 26 de marzo de 1953, justo hace hoy 65 años.


Comentarios

César Bardés ha dicho que…
A mí me gustaba horrores Mizoguchi hasta que el señor director del dilecto programa de radio lo mete con calzador en todas las referencias posibles del mundo. Da igual de la película de la que se está hablando, él ve referencias de Mizoguchi. Ahí tenemos el último coloquio que sostuvimos a través de "Seven"...pues él ve referencias de Mizoguchi. Yo ya no sé...
El caso es que sí, es un gran maestro, con películas tremendas como las tres que más citas: "El intendente Sansho", "Cuentos de la luna pálida" y "Vida de Oharu" (maravillosa, pero...tan, tan, tan dramática que llega un momento en que uno ya se siente un Hamlet en el cine). Personalmente, prefiero la segunda, no en vano está muy ensalzada y me parece la mejor, con una mezcla de géneros muy conseguida y un dominio de la escena excepcional.
Abrazos pálidos
CARPET_WALLY ha dicho que…
Pufff, es imposible no estar de acuerdo con la inclusión de Mizoguchi en la lista, aunque a mi me guste más Shansho que Kawasa (siendo las dos maravillosas).

La cuestión es que a mi el fantástico (el género) japones, el oriental, en general me descoloca un poco. No entro en un mundo para mi extraño, mi posos cultural no reconoce a sus espíritus, ni su forma de aparecerse, ni sus maldiciones o hechizos. No hablo de esta película, hablo en general. Hace poco leí una colección de relatos japoneses (antología de los mejores cuentistas) y el fantástico es casi mayoritario en ellos, pues lo que os digo, se me hacía muy difícil "ver" lo que me contaban, no entendía sus mitos, diablos, dioses extraños, sus muertos...

Aun así, como dice Dex, esta película es como sentarse a mirar la luna y dejarte llevar...hay que verla sin prisas, pero también sin pausa, relajado, pero atento, sólo mirando, sin intentar comprender...y cuando acaba compruebas dentro de ti lo que significa haber visto algo realmente hermoso.

Gran gus.

Abrazos sin sake

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