GUS MORNINS 9/1/18
John Gilbert
Sí, señores, porque
después de tanto ruido, de tantas clavículas rotas y de tantos cuñaos
impensables, eso es lo que necesitamos. Silencio. Quería decir un par de cosas
antes de pasar a desglosar la vida y obra de este actor del que hoy se cumplen
ochenta y dos años de su fallecimiento.
La primera es desear un
pronto restablecimiento al “claviculeño” Carpet que, de acuerdo, debe de
haberse pasado unas buenas Navidades con el brazo en cabestrillo, pero también
debe de haberse pasado unas buenas Navidades con tanta droga en el cuerpo, así
cualquiera pasa las fiestas.
Y la otra cosa es que
deseo dejaros la última perla de mi cuñao. Para enmarcar: “Dentro de quince o veinte años, un robot será capaz de interpretar la
mejor pieza de música clásica y la gente pagará por verlo”. A lo que yo
dije, naturalmente: “Pagarás tú,
naturalmente, porque yo admiro la naturaleza y la capacidad humana y no la
naturaleza y la capacidad humana para fabricar microprocesadores programados
para hacer cualquier tarea, incluido el Concierto nº 5 para piano y orquesta de
Beethoven”. A lo que, en un arranque de meninges estrujadas contestó: “Eso es como cuando se inventó la luz. La
gente no se quedó con las velas porque estaban hechas artesanalmente”.
Juzgad, juzgad, malditos.
Por eso he puesto esa
frase tan silenciosa de John Gilbert. Para decir memeces, más vale dejar paso
al silencio. En cualquier caso, no cabe duda de que fue una víctima del
progreso. El galán más cotizado del cine mudo resulta que, cuando llegó el
avance del sonoro, no sabía hablar. Tenía una voz demasiado atiplada y una
dicción demasiado perfecta, lo cual hacía que los diálogos redichos y cursis
del primer cine sonoro fueran aún más redichos y cursis. Ahí está una escena en
su película Su noche gloriosa en la
que su personaje, el capitán de húsares Kovacks besa repetidamente a la
Princesa Orsolini, interpretada por Catherine Dale Owen diciendo una y otra vez
“I love you”. ¿Os suena de algo?
Efectivamente. Esa escena está parodiada con enorme puntería en Cantando bajo la lluvia con Gene Kelly y
Jean Hagen.
El caso es que John
Gilbert soportó una infancia difícil. Sus padres eran integrantes de una
compañía de teatro itinerante y tuvo que hacer frente a abusos sexuales (era un
niño y un joven tremendamente atractivo) y a muchos casos de negligencia
paterna. Recaló en Hollywood donde, después de actuar de extra en una sola
película, el director Maurice Tourneur le hace un contrato en exclusiva y le
empareja con Mary Pickford en la película El
corazón de las colinas.
A partir de ahí, su
ascensión fue meteórica y, si pudiéramos trasladarnos a aquellos días, seguro
que los coetáneos nos dirían que los actores que más tirón tenían en la época
eran Rodolfo Valentino y John Gilbert y que, a la hora de interpretar, Gilbert
era infinitamente mejor que Valentino. En 1924, Gilbert, finalizado el contrato
con Torneur, es fichado por Louis B. Mayer y sigue cosechando éxitos. Sobre
todo porque allí hace la que, tal vez, sea su mejor y más estremecedora
película como es El gran desfile, de
King Vidor (y mirad que a mí me gusta poco Vidor pero esta película era
espectacular).
En 1926, a Louis B.
Mayer se le ocurrió la idea de emparejar a John Gilbert con Greta Garbo en la
adaptación de la novela de Blasco Ibáñez El
demonio y la carne. De allí salió un sonado romance que, incluso, tuvo un
intento de boda. Garbo dejó a Gilbert plantado en el altar y con tal cabreo
que, incluso, se lió a tortas con Louis B. Mayer. Aún así, Mayer siguió
emparejándolos en varias películas.
El caso es que, debido
a este incidente, dicen que Louis B. Mayer hizo todo lo posible por hundir la
carrera de Gilbert desde el mismo momento en que el sonoro se fue abriendo
paso. Mayer era consciente de la inferioridad de Gilbert con su voz demasiado
“poco masculina”. Desde 1928, cuando entró el sonoro, Gilbert solo obtuvo un
éxito rotundo y fue en un papel claramente secundario por detrás de Greta
Garbo. Fue en La reina Cristina de Suecia
en 1933. Al año siguiente, hizo una película más, El capitán odia el mar, donde ni siquiera ostenta el primer papel
masculino a favor de Víctor McLaglen.
Arrastrado por la falta
de éxito, las calabazas de Greta Garbo y cuatro matrimonios fracasados, John
Gilbert se entregó al alcohol, sabedor de que no podría reeditar sus
fulgurantes éxitos. En 1936, pareció que podría protagonizar una película con
Marlene Dietrich, con la que mantuvo una relación pero un infarto agudo de
miocardio frustró sus planes. Fue sustituido por Gary Cooper y la película fue Deseo.
Quiero dejaros un
fragmento de Vencedores o vencidos,
de Stanley Kramer. No tiene nada que ver con John Gilbert salvo por el hecho de
que éste sí es un actor que tenía una voz privilegiada. Y el discurso que hace
es impresionante.
Comentarios
Y otra cosilla, mi memoria es igual de mala con droga y dolores que sin ellos y ellas, pero ¿no hay también un homenaje a ese momento de Gilbert en "Ave Cesar" de los Coen?
En cuanto al silencio y a que es mejor callar, lo siento pero yo para eso soy muy "cuñao" que no me callo aunque diga sandeces de las que me arrepiento nada más expulsarlas. Bien, yo nunca hubiera dicho lo de las velas, lo que no quita para que piense que en este caso tu cuñado es probable que tenga razón. Y cuidado, no digo que no piense como tu en que lo realmente hermoso es ver a un ser vivo trascender e interpretar la música (o cualquier otra forma de arte) y que eso es lo que realmente merece la pena y no la mecánica o la ejecución técnicamente perfecta. Pero si creo que tiene razón en que la gente pagará por ver esas interpretaciones, símbolos de un futuro que no augura ser nada perfecto.
Abrazos con mucho cuidadín.
Vamos, vamos, seamos un poco más serios.
Abrazos telepáticos (al fin y al cabo, los robots estarán programados para darlos...¿vamos a dejar que los den y sustituyan a los abrazos humanos?)
¿Sería lo mismo un gus escrito por robots? de eso nada, no podrían llegar a nuestro nivel ni utilizando todos sus chips.
Abrazos robotizados
Otra cosa es el horizonte (corto sin duda) que expone. Esa sustitución del trabajo humano (hasta el más imaginativo) por chips. Inútil es su presunción de supervivencia, será precisamente más fácil avanzar para los procesadores y chips en cuestiones técnicas que en emocionales.
Pero no es un tema que no deje de ser preocupante, es cierto que cal ritmo actual ese futuro es tan negro como presumible, sólo queda una esperanza. ¿Para qué?. Suponemos que las investigaciones nos llevan irremediablemente a alcanzar ese nivel de progreso, pero los que tal cosa proponen olvidan lo fundamental y desgraciadamente no creo que sea sólo una cuestión de ética, sino algo mucho menos estimulante, la frontera está en si es económicamente interesante.
Cualquier investigación de cualquier tipo y esta no es una excepción tiene como objetivo un beneficio (principalmente económico). Es posible diseñar y fabricar un coche por robots, con más seguridad, con más fiabilidad y comodidad, incluso que no sea necesario conducirlo, pero ¿quien lo compraría?. Ante una humanidad con un 90% de paro (como mínimo) no habría un mercado real para esos vehículos. Se puede decir que sólo estaría al alcance de la élite, pero ¿de qué viviría esa élite?, ¿de obtener beneficios del resto de elitistas? ¿que sentido tiene seguir realizando mejoras cuando tu mercado está cerrado a un pequeño grupo de poderosos? Todas las revoluciones, incluida la tecnológica suponen un cambio de tipo económico. El 90% de la población si se les expulsa del proceso productivo dejan automáticamente de ser consumidores y modificarían el tejido social y económico. Quizá suponga una vuelta a la agricultura, al mundo rural, a una economía preindustrial, a las pequeñas explotaciones más naturales ¿alguien va a plantearse una enorme inversión para una explotación intensiva obteniendo una producción brutal para la que tiene un mercado muy reducido (la élite) ya que el resto de los consumidores no tienen recursos?.
Y si ya estamos allí, y unos viven en el lujo y el ocio constante y la mayoría en la pobreza y la subsistencia, no cabe duda de que la música, la literatura, la pintura (la humana) seguirá existiendo para ese 90% que no podrá acceder a la generada por ordenador. Ni falta que le hará.
Abrazos futuros
Yo estoy de acuerdo con Lobo, podrán ejecutar una pieza magistralmente pero sin duda le faltará alma, es como escuchar una grabación o ir a un concierto, sea de la clase que sea, lo que hace única e irrepetible la sensación de vivir algo en vivo no sólo son los aciertos sino también las imperfecciones, lo humano, en definitiva.
Besos fallidos.
Albanta