GUS MORNINS 26/12/17
“En
mi época, los malos eran niños comparados con los de ahora. Nuestros villanos
no tenían ningún deseo de redimirse, pero, en la actualidad, hay un nuevo tipo
de moralidad. Un villano es un tipo frágil. Hoy, los héroes son los villanos”.
Richard Widmark
Yo tengo que haceros
una confesión después del primer contacto navideño familiar. Y es que tengo la
plena seguridad de que Dios existe. No, no me entendáis mal. No es porque Jesús
se haya hecho niño ni nada de eso. Es porque el cuñao no fue a la cena de Nochebuena.
Me libré de él porque, a veces, simplemente, la vida es maravillosa. El
resultado fue que la cena fue relajada, divertida, hablando de locos y cárceles
y haciendo juegos de palabras, bromeando sobre las sempiternas e irritantes
fotos en las que ya la cara se te cae de posar, pero en todo momento,
agradable. Dios existe. Os lo digo yo.
El caso es que, después
de estas comilonas a base de albóndigas en casa de mi suegra, y de marmitako en
casa de mi hermano, me siento como si hubiese jugado un partido de fútbol.
Estoy hecho polvo. Así que vuelvo a lo mío, que es el cine y me pongo a
homenajear a este pedazo de actor que siempre me gustó mucho y que nunca obtuvo
el reconocimiento que merecía. Hoy se cumplen 103 años de su nacimiento.
Richard Widmark tuvo
una infancia itinerante debido a que su padre era viajante. Creció en distintas
localidades del Este de los Estados Unidos hasta que fue a parar a la
Universidad de Lake Forest donde se licenció en Interpretación Dramática y en
Sociología con excelentes notas. Con su bagaje universitario, consiguió un
papelito en una obra de Broadway titulada Bésame
y cuéntalo, y trató de alistarse en el Ejército para luchar en la Segunda
Guerra Mundial, pero fue declarado incapacitado por una lesión en el tímpano.
El caso es que ese papelito llamó la atención del director Henry Hathaway, que
decidió darle el papel del malvado Tommy Udo en la película El beso de la muerte, un clásico del
cine negro en el que el recién llegado roba toda la película al resto del
reparto, encabezado por Víctor Mature. En las retinas de todos a los que nos
gusta el cine se ha quedado su risa de psicópata mientras empuja a una anciana
en silla de ruedas por una escalera. Un papel que le sirvió de reconocimiento
inmediato ganando el Globo de Oro y mereciendo una nominación (la única de toda
su carrera) al mejor actor secundario.
Siguiendo la costumbre,
Hollywood le empieza a ofrecer papeles del mismo corte. Widmark no es ambicioso
y decide elegir sus papeles con el principio de la versatilidad como bandera e,
incluso, no le importa aceptar algunos roles de poca importancia esperando que
le ofrezcan algo de su interés. Así, ocupa un lugar muy secundario en la
excelente Cielo amarillo, de William
Wellman, a la sombra de Gregory Peck y Anne Baxter. En 1950, Jules Dassin le
ofrece el papel del jugador de ventaja Harry Fabian, un hombre que camina por
el mismo filo de la navaja en Noches en
la ciudad, intentando organizar un combate de boxeo en el que ha empeñado
todo lo que le queda. A continuación, la estupenda Pánico en las calles, de Elia Kazan, en la que incorpora a un
médico del Ejército que va tras el “huésped” de un peligroso virus por las calles
de Nueva Orleans. A destacar su papel de racista irredento, incapaz de razonar
en Un rayo de luz, maravillosa
película de Joseph L. Mankiewicz, al lado de Sidney Poitier. Se empareja con
Marilyn Monroe en el thriller
psicológico Niebla en el alma; realiza
uno de sus mejores papeles como el carterista Skip McCoy de Manos peligrosas, de Samuel Fuller, un
ladrón que, trabajando en el Metro, roba una cartera que contiene un peligroso
microfilme. Hace sombra a Gary Cooper en El
jardín del diablo, de Henry Hathaway; se las ve y se las desea para
tranquilizar a sus pacientes del psiquiátrico por culpa de unas cortinas en la
estupenda y desconocida La tela de araña,
de Vincente Minnelli, encabezando un reparto que incluía a Lauren Bacall,
Charles Boyer, Gloria Grahame y Susan Strasberg. Resulta inolvidable como el “Comanche”
Todd en La ley del talión, de Delmer
Daves, un mestizo perseguido por la ley que trata de salvar a unos colonos en
sus caravanas. Odioso es en Desafío en la
ciudad muerta, de John Sturges, impidiendo la redención de Robert Taylor
como compañero de antiguas fechorías; es el hombre honrado de El hombre de las pistolas de oro, de
Edward Dmytrik, en duelo permanente con Henry Fonda y Anthony Quinn; es el
hombre del cuchillo Jim Bowie en El Álamo,
de John Wayne; medio dirige una película de espionaje en la que creía
firmemente titulada Caminos secretos,
como un agente que se infiltra detrás del telón de acero para sacar a un
científico; es uno de los protagonistas de una de las mejores escenas nunca
rodadas por John Ford: la conversación al borde del río entre dos amigos de
verdad, él y James Stewart, en la fantástica Dos cabalgan juntos; es el agresivo abogado fiscal que no duda en
acudir a la crueldad para condenar a los procesados por delitos de lesa
humanidad en Vencedores o vencidos,
de Stanley Kramer; es el protagonista de otra de John Ford, frecuentemente
menospreciada, como es El gran combate;
es también el implacable capitán de un buque de guerra que persigue a un
submarino por aguas heladas en la notable Estado
de alarma (Incidente en el Bedford) y, quizá, obtiene su último éxito como
protagonista en Brigada homicida, de
Don Siegel, incorporando a un policía que pierde su pistola en el violento
Nueva York de los años sesenta.
A partir de ahí,
reservaron a Widmark para papeles secundarios, casi siempre de villano.
Recordemos su Ratchett de Asesinato en el
Orient Express (lo poco que sale y el par de lecciones que da a, no sé, por
ejemplo, Johnny Depp), al diabólico Doctor Harris de Coma, de Michael Crichton; al científico a la cabeza de una
expedición en aguas del polo de Operación
Isla del Oso, de Don Sharp; o al malo malísimo de Contra todo riesgo, de Taylor Hackford, versión moderna de la
famosa Retorno al pasado, de Jacques
Tourneur.
Discreto en sus maneras
y en su vida, estuvo casado desde 1942 con la escritora Joan Hazelwood hasta
que ella falleció en 1997. En 1999 se casó de nuevo con la viuda de Henry
Fonda, Susan Blanchard (pasó los últimos años de su vida muy enfermo, razón por
la cual la Academia no le concedió el Oscar honorífico que bien merecía, al no
poder asistir a ninguna ceremonia, ni tampoco grabar ningún mensaje). Tuvo una
hija, que se casó con una estrella del béisbol en 1969. Liberal convencido (aunque
estuvo a favor de Ronald Reagan), fue un activo defensor de la Naturaleza e,
incluso, mantuvo con sus fondos (y en asociación con Walter Matthau) una
reserva natural en Roxbury, Connecticut, en donde vivían ambos.
También fue un
furibundo detractor del uso de armas. E, incluso, después del rodaje de Un rayo de luz, se disculpó ante Sidney
Poitier por tener que decir las cosas a las que le obligaba el guión. Como no
podía ser menos, fueron grandes amigos el resto de sus vidas y volvieron a
coincidir en la excelente Estado de
alarma (Incidente en el Bedford). Nunca dejó de frecuentar las aulas de la
Universidad de Lake Forest e, incluso, llego a dirigir alguna obra con reparto
universitario solo por el placer de hacerlo. Era un profundo admirador del
trabajo de Spencer Tracy como actor. Cuando se le concedió el premio Griffith
en reconocimiento a su trayectoria, Sidney Poitier le entregó el mismo con
estas palabras: “Para él, porque la
generosidad de su espíritu sólo es comparable a la calidez de su corazón”.
Emocionado, salió a recogerlo y le dijo: “Sid,
no puedo creer que vengas de California a Nueva York sólo para darme esto a mí”,
a lo que Poitier respondió: “Por ti,
hubiera venido andando”.
Cuando Henry Hathaway
le ofreció el papel de Tommy Udo para El
beso de la muerte, le hizo una prueba de cámara que no convenció en nada al
director. Le pareció que Widmark era demasiado educado y demasiado culto para
el cruel papel que le tocaba representar. Widmark le dijo que esperase un
momento y se mojó el pelo, peinándolo hacia atrás, repitió la prueba y a
Hathaway le pareció perfecto.
Aún se recuerda a
Richard Widmark en la Universidad de Lake Forest porque fue un quarterback de categoría. Algunas
fuentes indican que, de no haber sido actor, podría haber sido un gran
profesional del fútbol americano.
Como escena, ahí la
tenéis. Ahí podéis ver qué bueno era actuando, sin hacer grandes aspavientos y
apoyando su creación en su risa terrible.
Y como mosaico, también
le tenéis. Un gran actor. El genuino rubio americano.
Comentarios
Mi primer contacto con el actor vino de la mano de la televisión, los domingos por la noche (creoque era los domingos) alternaban semanalmente episodios de policias que triunfaban en USA: George Peppard como "Banaceck", un casi desconocido Dennis Weaver como "McCloud", Rock Hudson en "McNillan y su esposa" y el "Madigan" de Richard Widmark rescatado en los 70 de "Brigada homicida" de Don Siegel. No recuerdo si también estaba en esa lista el "Colombo" de Peter Falk, el caso es que todos tuvieron su serie propia y muchos fans en nuestro pais, pero el de Widmark nunca tuvo continuidad, quizá demasiado duro y descarnado para la España de los 70.
Luego ya le pillé en el cine haciendo secundarios muy potentes en producciones que no lo eran tanto "Montaña rusa", "El enjambre" y luego un encuentro en relación inversa a su carrera, "El beso de la muerte" fue una de las últimas películas que vi suyas por primera vez. Un grandisimo actor que no se si daba para la comedia, la única que leo en su filmografia es "mi marido se divierte" de Gene Kelly que no conozco.
Yo me quedo , por supuesto con "Dos cabalgan juntos", pero también en "El hombre de las pistolas de oro" me resulta inolvidable.
Gran gus, abrazos sonrientes de medio lado.
Es triste que la ausencia de alguien haga que las cosas mejoren pero es que hay gente que no aporta, qué le vamos a hacer.
Gracias por el Gus.
Besos rubios.
Albanta