EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXI)
“El
peligro siempre ataca cuando todo parece tranquilo.”
LOS SIETE
SAMURAIS (Shichinin
no Samurai) Japón, 1954. Dir Akira Kurosawa con Toshiro Mifune, Takahi Shimura,
Yoshio Inaba. 207 min.
De Akira
Kurosawa se ha dicho siempre que es el más occidental de todos los cineastas
orientales. Occidente proporciona al
llamado “Emperador del Cine” las fuentes principales de las que se nutre su
obra: Shakespeare, Van Gogh, John Ford, Dostoievsk,
Cezanne o Dashiell Hammet figuran entre ellas. Con estos mimbres, que resultan
tan cercanos para la mayoría de nosotros, Kurosawa construye su propia mirada,
revoluciona el lenguaje cinematográfico y el concepto de narrativa tal y como
hasta entonces son conocidos, y se convierte a su vez en uno de los grandes
referentes del cine mundial para futuras generaciones. Nos encontramos también ante
el primer director japonés en ser reconocido fuera de las fronteras de su país,
mucho antes que sus compatriotas Ozu, Kobayhasi o Mizoguchi cuya estética y
sensibilidad tardan aún un tiempo en ser apreciadas por la cinefilia y la crítica
internacionales.
Akira
Kurosawa vio la primera luz el 23 de marzo de 1910 en el distrito tokiota de
Omori. Era el último de los siete hermanos nacidos del matrimonio entreShina, un
ama de casa hija de comerciantes, e IsamuKurosawa, director de una institución
militar en la capital y descendiente directo de un linaje de antiguos
samuráis. La pareja gozaba de una
privilegiada posición social y no solía tener especiales problemas para llegar
a fin de mes, pero en contrapartida tuvo que ver como tres de sus hijos morían
antes de cumplir la mayoría de edad.
Durante su infancia, Akira estuvo muy unido a su hermano Heigo, cuatro
años mayor que él, que trabajaba en una sala de cine de la ciudad como “banshi”
o narrador de películas mudas. Además de ser el encargado de contagiar el amor
por el séptimo arte al pequeño de la casa, Heigo llegaría a ser toda una
estrella dentro de su profesión que, como parece lógico, comenzó a caer en
desgracia con la llegada del sonoro. Al
perder su puesto de trabajo, Heigose sumió en la profunda depresión que le
llevaría finalmente al suicidio en 1930, cuando tan solo contaba veinticuatro
años.
Siete
años antes, en 1923, un devastador terremoto había asolado parte de la ciudad
de Tokyo, y Heigo invitó a su hermano menor a pasear una tarde entre los
escombros que había dejado tras de sí el seísmo. Akira tenía entonces trece
años, y según contaría más tarde, cada vez que apartaba la vista de las ruinas
y de los cadáveres su hermano le obligaba a volver a mirar. Aquella experiencia
marcó para siempre al director enseñándole que la mejor forma de vencer el
miedo es enfrentarse directamente a él.
La
primera vocación del joven Akira no fue el cine sino la pintura. Uno de sus profesores de dibujo quiso
adoptarlo como su pupilo en su escuela al considerar que tenía aptitudes,
aunque su posterior petición de ingreso en la Academia de Bellas Artes fue rechazada
de pleno. Fue entonces cuando se enteró de la existencia de un curso de
formación para ayudantes de dirección que organizaban los estudios Toho,
famosos por sus películas de monstruos y por ser la cuna de Godzilla. En 1938,
Kurosawa es contratado como auxiliar del realizador Kajiro Yamamoto, y cinco
años más tarde debuta ya en solitario con su primera película La leyenda del
gran judo, adaptación de un bestseller del novelista Tsuneo Tomita. La
película no gusta nada a las autoridades gubernamentales para quienes resulta
demasiado frívola y superficial así como poco adecuada para el duro momento que
está atravesando por aquel entonces el país, inmerso de pleno en la II Guerra
Mundial. En los primeros tiempos, Kurosawa será objeto de una estrecha vigilancia
por parte de los censores que reivindican ante todo un cine en el que se
exalten los valores patrióticos. Akira, a quien Heigo había enseñado a amar el
cine de Hollywood, no está mucho por la labor y tiene que morir al palo. No
obstante, en 1946, una vez finalizada la guerra y con la derrota del ejercito
nipón ya consumada, Kurosawa se desquita con No añoro mi juventud, un
drama familiar que incluye un feroz alegato contra el régimen anterior y sus
prácticas autoritarias.
El ángel
borracho
(1948) supone la primera incursión de Kurosawa en el género negro así como su
primera colaboración con Toshiro Mifune que se convertirá a partir de entonces
en su actor fetiche. De 1948 a 1965, Mifune protagonizará todos los títulos del
maestro, con excepción de uno, Vivir (1952) cuyo reparto estará
encabezado por Takeshi Simura, otro de los habituales del director.El argumento
de El ángel borracho que gira en torno a la relación entre un médico y su
paciente, un habitante de los bajos fondos se repite con alguna variante en su
siguiente título ,Duelo silencioso (1949) también con Mifune en lo alto
del cartel. En está ocasión, el enfermo
es un herido de guerra; Kurosawa aprovecha la película entre otras cosas para
poner encima de la mesa los dilemas morales que conlleva el denominado
juramento hipocrático. A continuación, Kurosawa vuelve al trhiller e nla
memorable El perro rabioso (1949), precursora de las modernas “buddy cops”
y con una desoladora descripción del Tokio de postguerra que remite al
movimiento neorrealista.
La década
de los cincuenta supone una verdadera edad de oro del cine japonés que empieza
a partir de ese momento a ser conocido en todo el planeta. Kurosawa encabeza
una generación irrepetible de maestros que revolucionan el arte cinematográfico
universal con sus propuestas. Como ya dijimos, él es además el encargado de
abrir la senda a sus compañeros y el primero en despertar la admiración de los
críticos occidentales. Rashomon (1950) marca definitivamente un antes y
un después; un título capital en la Historia del Cine en el que su autor juega
con el concepto del punto de vista para crear una historia de historias que
será imitada hasta la saciedad desde entonces. Mucho antes de que los gurús del
cine moderno como Iñárritu, Nolan o Thomas Anderson “inventaran” la narración
fragmentada, el “efecto Rashomon” ya existía. Muchos consideran el film como el
primer drama judicial de la historia y destacan la novedad que representa la
observación del relato desde distintos ángulos y perspectivas. Otros hablan del
influjo de Ciudadano Kane debido al peculiar empleo del flashback, pero
según aclararía más tarde, Kurosawa no vería la película de Welles hasta siete
años después del estreno de la suya.
El León
de Oro conquistado en Venecia por la cinta es el primer gran reconocimiento internacional
al cine nipón, y permite a Kurosawa viajar por todo el mundo mostrando su obra.
En Estados Unidos tiene por fin la oportunidad de conocer a su admirado John
Ford. “Pues sí que le gusta a usted la lluvia” dicen que le espetó el gran
tuerto irlandés a Akira nada más verle (en alusión a las escenas que abren y
cierran el film y que transcurren bajo un intenso aguacero entre las columnas
del templo cuyo nombre le da título). En el film, el director se ganó con
creces su fama de perfeccionista al ordenar teñir el agua de lluvia con tinta
negro con el fin de producir un efeto más intenso. Con la cinta, Kurosawa
consigue también para Japón el primer Oscar de su historia en el apartado de
película extranjera, si bien el premio se concedía aún de manera honorífica.
Cuenta la leyenda que fue precisamente Rashomon la cinta por la que la
Academia se pensó mejor lo de darle un carácter oficial a la categoría.
El
Kurosawa más intimista asoma en sus dos siguientes trabajos, una adaptación de El
idiota de Dostoievski y la monumental Vivir, profunda reflexión
sobre la vejez ligeramente inspirada en un relato breve de Tostoi. Personalmente, considero esta última obra una
de las experiencias cinematográficas más emocionantes y sobrecogedoras a las
que uno puede enfrentarse a lo largo de una vida. EnLos siete samuráis,
el maestro vuelve al Japón medieval para volver acto seguido al presente con Crónica
de un ser vivo (1955), otra emotiva fábula humanista con la amenaza nuclear
que siguió a la guerra de fondo.
Antes de
debutar en el universo shakespeareano con Trono de sangre (1957),
Kurosawa se atreve un año antes a versionar el clásico de Gorki y Jean Renoir Los
bajos fondos, ambientando esta vez la trama en el miserable y gris Tokio de
la postguerra. Por su parte la épica deTrono de sangre remite a la
inmortal Macbeth, y en ella, como ya hicieran en anteriores trabajos de
estas características, Kurosawa brilla en la recreación de las batallas y en la
coreografía de las escenas con grandes masas. Como curiosidad, cabe añadir que
tanto el poeta TS Elliot como el cineasta Win Wenders la consideraron en su día
su película favorita de todos los tiempos.
De tratar
a Shakespeare de tú a tú a convertirse en referente de otros. Se considera que La
fortaleza escondida, otra aventura medieval que filmó Kurosawa esta vez en
tono cercano a la comedia y con la que conquistó el premio al mejor director en
la Berlinale de ese año, es el espejo en el que se miró George Lucas para crear
a los personajes de su famosa saga StarWars. Parece ser incluso que
Lucas llegó a ofrecer inicialmente el papel de Obi Wan Kennobi a Toshiro
Mifune, pero este declinó finalmente obligando al director a echar mano de Alec
Guinness.
La huella
de Shakespeare vuelve a estar presente en el thriller Los canallas duermen
en paz (1960) cuyo argumento parece evocar lejanamente el mito universal de
Hamlet. Kurosawa sigue bebiendo de las fuentes más occidentales hasta en las
historias que parecen más puramente autóctonas. Hay una clara conexión entre la
novela Cosecha roja de Dashiell Hammet y Yojimbo (1961), aunque
en esta historia el maestro perpetúa la figura del mercenario que se vende al
mejor postor, y que a su vez servirá de inspiración a directores como Sergio
Leone o Clint Eastwood.
Llega
entonces una de las cumbres en el cine de su autor. En El infierno del odio
(1963) el maestro japonés mezcla el thriller policial con el drama psicológico
para lograr un hito que después ha servido como modelo para el género. Kurosawa
se inspiró en un hecho real (el secuestro del hijo de un importante industrial
a manos de un grupo mafioso) y tejió en torno a él un complejo entramado
narrativo que como siempre resuelve con maestría. El director somete a sus personajes a
continuos dilemas morales, y la película acaba derivando en un tratado sobre la
ética, la dignidad, y la igualdad entre hombres y entre clases.
Babarroja (1965),
la historia de un humilde médico rural del siglo XIX, es la última de las
quince colaboraciones entre Akira Kurosawa y Toshiro Mifune. Mientras el actor
comienza entonces su carrera internacional asentándose en el cine de Hollywood,
el realizador sufre una grave crisis personal (parece que agravada a su vez por
una crisis financiera) que le mantiene alejado unos años del cine, un tiempo en
el que incluso se plantea el suicidio. Ha
rodado una película en el interim, Dodeskaden (1970),su primera cinta en
color que es un fracaso. Pese a ello, con esta historia de pobreza y
marginación Japón es de nuevo nominada al Oscar de esta misma película
extranjera. Por esa misma época también es tentado por Hollywood para codirigir
la parte japonesa de la cinta bélica Tora, tora, tora, llegando incluso
a comenzar el guión que más tarde será reutilizado por los responsables finales
del film. Akira no aparece ni en los créditos; tiene razones más que sobradas
para querer quitarse de en medio.
Pero cinco
años más tarde la cosa cambia. Kurosawa puede hacer realidad su sueño de llevar
a la pantalla el díptico DersuUzala (1975), un denso relato en el que el
militar y cartógrafo Vladimir Arseneiev desglosa su aventura en la taiga
siberiana durante el primer decenio del siglo XX. Arseneiev dirigió un par de
expediciones destinadas a trazar los mapas de aquella por entonces inhóspita
región, y dejó plasmada su experiencia en un libro que hoy está considerado un
clásico no solo de la literatura sino también de la antropología. Kurosawa
habría pretendido adaptar la obra hasta en dos ocasiones anteriores; la primera
nada más comenzar su carrera y la segunda tras el impacto de Rashomon,
pero ambas intentonas terminaron en fracaso.
A la tercera fue la vencida, y el proyecto por fin vio la luz bajo el
auspicio de los soviéticos estudios Mosfilm que se hicieron cargo de la costosa
producción. La novela de Arseneiev había conocido ya una primera adaptación en
1961 a cargo del realizador Agasi Babayan que evidentemente no llega a la
altura de la del maestro nipón. El rodaje tuvo lugar en escenarios naturales,
muy próximos a aquellos en los que transcurrieron los hechos reales, y en unas
condiciones bastante extremas. Mereció la pena. Vista hoy, la película es una
obra maestra incontestable cuyos valores humanísticos y ecologistas merecen ser
reivindicados más que nunca. La primera aparición en pantalla (“No disparen,
soy gente”) es uno de esos momentos mágicos que de vez en cuando nos regala el
cine y que a uno nunca se le olvidan. Kurosawa ganó para la URSS el Oscar a la
mejor película extranjera del año.
El éxito
de DersuUzala animó a Kurosawa a continuar en el oficio y a encadenar en
sus dos siguientes trabajos las dos películas más ambiciosas de toda su
filmografía: Kagemusha: la sombra del guerrero (1980) y Ran
(1984). En la primera, el cineasta japonés contó con el apoyo de Francis Ford
Coppola y George Lucas que aparecieron en los créditos como productores
ejecutivos y se encargaron de la difusión internacional del film vendiendo los
derechos de distribución a la Fox. Kagemusha transcurre en el periodo
Sengoku y tiene como protagonista a un ladrón de baja estofa que es contratado
para sustituir a un gran señor feudal debido al gran parecido físico existente
entre ambos. El film es un prodigio en cuanto a la puesta en escena de resultas
de una impagable combinación entre la poesía y el drama épico. Por la película,
Kurosawa compartió la Palma de Oro en Cannes con Bob Fosse que aquel año
presentaba en la Croisette AllThtat Jazz; el film no ganó el Oscar a la
mejor película extranjera por el que compitió, pero sí consiguió el César
francés en esa misma categoría.
Por su
parte, Ran es para muchos la gran obra maestra de la carrera de Akira
Kurosawa (hemos nombrado ya unas cuantas así que es difícil elegir). Se trata
de la particular adaptación del maestro de la shakesperiana El rey Lear con
un asombroso despliegue de medios, un sobrio manejo del montaje y la tensión
narrativa, y una puesta en escena sencillamente espectacular. El maestro vuelve
a unir de la mano lo épico y lo intimista como pocos han sabido a hacerlo a lo
largo de la historia del cine. El Oscar a mejor vestuario que se llevó el film
sabe a poco; al menos su dirección artística y su fotografía eran las mejores
que competían aquel año por la estatuilla. Servidor de ustedes sintió una
emoción muy especial el día en el que, durante su ya lejana visita al país del
sol naciente, visitó el castillo de Taró en el que se rodó buena parte de la
película
En el
último tramo de su carrera, Kurosawa encuentra la oportunidad de poner en
marcha otro de sus viejos proyectos. Los sueños de Akira Kurosawa es un
compendio de ocho cortometrajes que se corresponderían a su vez con ocho sueños
tenidos por el director en algún momento de su vida. En ellos se hablan desde
un punto de vista metafórico de temas tan variados como la infancia, la
espiritualidad o la defensa del planeta, La cinta se estrenó en Cannes en mayo
de 1990 y contó con el respaldo entre otros de Steven Spielberg y Martin
Scorsese. El director de Tiburón figura como uno de los productores del
film, mientras el de Malas Calles aparece como actor en uno de los
episodios dando vida a Vincent Van Gogh.
Richard
Gere es el protagonista de Rapsodia en agosto (1991), penúltimo film de
Kurosawa que desarrolla un drama familiar con el ataque nuclear a la ciudad de Nagashaki
de fondo. Una superviviente de la catástrofe relata a sus descendientes, entre
quienes se encuentra Gere, la tragedia de una juventud marcada por la guerra en
una película que vuelve a lanzar un claro mensaje humanista y de reconciliación
entre los pueblos. El testamento
cinematográfico del nipón se titula Madadayo (1993), otra película que
rastrea las secuelas de la guerra en la historia de un maduro matrimonio de
ancianos de Tokyo. Una última mirada limpia y serena con una lúcida reflexión
sobre la vejez y la muerte.
Akira
Kurosawa se nos fue un 6 de septiembre de 1998. La muerte le sorprendió
trabajando en un nuevo guión, El mar que nos mira, que finalmente fue
traducido a imágenes por Kei Kumai en 2002. Una década antes, el maestro había
recibido un merecidísimo Oscar honorífico de manos de Spielberg y Lucas por el
conjunto de toda su trayectoria, una de las más impresionantes de todos los
tiempos.
A
mediados del siglo XVI Japón es un país que se desangra a causa de las
numerosas y continúas guerras civiles que se desarrollan en su territorio. En
este contexto, proliferan cada vez más las bandas de saqueadores que recorren
los caminos y asaltan todo cuanto encuentran a su paso robando las cosechas
anuales de los campesinos.
Tras
haber sufrido el último ataque por parte de una de estas bandas, los habitantes
de una pequeña aldea se reúnen en la plaza de la localidad para tomar medidas
contra futuros asedios. Los campesinos ya tienen demasiadas preocupaciones, los
impuestos, las inclemencias del tiempo, como para encima sumar el saqueo del que
son víctimas por parte de los forajidos de forma sistemática. Muchos piensan
que no queda otra que resignarse, esperar a que los ladrones entren en el
pueblo al otoño siguiente y se lleven el fruto de su sudor; sugieren incluso
humillarse todavía más ante estos y suplicarles por piedad que les dejen lo
mínimo para subsistir. Otros proponen acudir al magistrado de la zona que
seguramente estará demasiado ocupado para atender sus asuntos. Un valiente se
atreve a matarlos a todos, “Prefiero la muerte que vivir así” dice. Consultado el anciano de la aldea, este
propugna contratar a unos samuráis para que hagan el trabajo. Él sabe que otros
pueblos vecinos lo han hecho y ha funcionado; lo malo es que estos guerreros
cobran mucho y suelen ser demasiado orgullosos.
Finalmente
se toma la decisión de que sean tres campesinos, Rikichi, Manzo y Yohei, partan
a la ciudad a buscar a los guerreros que habrán de ayudar al pueblo a librarse
de los saqueadores. No será una empresa fácil: los samuráis que se presten a
colaborar con los aldeanos deberán aceptar como honorarios por su trabajo
únicamente el alojamiento y la manutención. Por eso la búsqueda se centrará
entre los samuráis de los barrios más humildes. De camino a la ciudad, Rikchi,
Manzo y Johei se topan con una multitud que presencia como un hombre trata de
reducir a un malhechor que retiene contra su voluntad a un niño en el interior
de un granero. El niño es rescatado al fin, y su salvador continúa su camino.
Los tres aldeanos, convencidos de que sin duda este ha de ser un samurái optan
por seguirle. Se une a ellos Katshuiro, un joven que ha sido también testigo de
la escena, y que finalmente será quién interrogue al guerrero. Este dice
llamarse Kambei, ser un ronin y no tener discípulos ni habilidades especiales.
Le hablan de su propuesta y este acaba aceptado pese a su inicial reticencia.
Durante
la noche, después de que sus nuevos “patronos” le informen sobre la situación y
las características de su aldea, Kambei concluye que al menos serán necesarios
siete samuráis para sorprender y doblegar a los bandidos, un total de
cuarenta. Uno de los campesinos regresa
al pueblo y anuncia a todos que han conseguido ya apalabrar a siete samuráis
provocando el alborozo general. El anciano que había pronosticado que con cuatro
guerreros sería suficiente para lograr su objetivo también se alegra con la
falsa noticia.
Mientras en la ciudad, Kambei sigue intentando reclutar
voluntarios. Gorobei será el segundo de los elegidos al quedar fascinado por la
personalidad de Kambei. Además el nuevo miembro aporta un tercero, Heyhachi, un
antiguo leñador a quien conoció en el pasado, no muy duco en el manejo de las
armas, pero de carácter bonachón y bromista, algo que sin duda puede ayudar a
levantar la moral del grupo en los momentos en los que esta decaiga. El grupo
aumenta a cuatro miembros cuando Kambei contacta con Shchiroji, antiguo amigo
suyo y experto taoísta.
La noche de la partida Katsuhiro propone ser samurái y
unirse al grupo, pero Kambei le dice que es muy joven y que no piense en ello.
Al final es aceptado por los demás que se proponen tratarle como si fuera un
adulto. Aparece en el lugar Kuyzo que se postula cono el sexto hombre, y que
propone la partida sin esperar a que haya un séptimo. Entonces aparece un
hombre que se presenta como Kijuchiyo. Está completamente ebrio y va vestido
con harapos pero afirma que es un verdadero samurái y que está dispuesto a
luchar con ellos. Todos se ríen de él y a la mañana siguiente no le despiertan
para marcharse con ellos al pueblo
Sin embargo, Kijuchico aparece por sorpresa en mitad del
camino y se une a la expedición. El recibimiento en la aldea no será el
esperado pues nadie sale a recibirles; al parecer, todos les tienen miedo.
Manzo, uno de los campesinos que fue a la ciudad a buscar a los guerreros,
ordena a su bella hija Shino que corte sus largos cabellos y se vista con ropas
de chico para pasar desapercibida ante los forasteros. Estos se instalan en los
establos que están libres ante la casi total ausencia de ganado (robado por los
bandidos en su última visita). Durante los meses siguientes ensayan su
estrategia, instruyen a los vecinos para preparar su defensa e incluso diseñan
su propia bandera que consta de seis cruces y un triángulo que representa al
indisciplinado Kujuchiyo.
Uno de los guerreros, Katushiro, incluso conocerá el amor.
Durante un paseo por el bosque colindante se encuentra con Shino, la hija de
Manzo ataviada ya como un chico. Creyendo haber encontrado a un nuevo pupilo,
Katsuhiro se ofrece a entrenarle pero esta huye atemorizada y se delata al
intentar cubrirse sus pechos. Los encuentros entre los dos jóvenes se harán
cada vez más frecuentes; en uno de ellos la pareja es sorprendida por Kuyzo que
promete a su compañero no delatar a la muchacha.
Terminada la cosecha, los campesinos parecen contentos, y,
viendo pasar los días, comienzan a pensar que los bandidos no se presentarán
esta vez. Se lamentan también que a lo mejor no eran entonces tan necesarios
los samuráis. Pero se equivocan. Durante uno de sus paseos, Shino y Katsuhiro
advierten la llegada de un grupo de jinetes que se acercan al pueblo. Avisan a
todos, y los intrusos son sorprendidos, siendo capturado uno de ellos como
rehén. Gracias a él descubren que el fuerte donde viven los delincuentes
presenta una defensa frágil, así que deciden atacar por sorpresa a la noche
siguiente. Kikuchiyo ordena prender fuego a la cabaña donde duermen los
bandidos que ante la presencia de las llamas huyen despavorido junto a sus
mujeres y los niños. En la pequeña contienda que sigue a este episodio los
samuráis sufren su primera baja, Heiachi que es enterrado en el pueblo con
todos los honores
La lucha entre ambos bandos se recrudece en los dos días
siguientes. Los campesinos resisten el asedio de los forajidos gracias a la
perfecta disposición organizada por los samuráis que han construido empalizadas
en todas las entradas de la aldea. Aun así no pueden evitar que en el combate
caiga el segundo de los samuráis, Gorobei.
La batalla final se libra bajo un impresionante aguacero.
Ese día mueren Kuyzo y Kikuchiyo que antes del último aliento logra poner fin a
la vida del jefe de los bandidos. La victoria es amarga para los tres samuráis
supervivientes que han visto caer en el combate al resto de sus compañeros.
Mientras los aldeanos celebran entre tambores y cánticos el
fin de sus desgracias, Shichiroji, Katsuhiro y Kambei se disponen a
abandonar el pueblo en silencio. Antes se detienen ante el promontorio donde se
levantan las tumbas de sus cuatro compañeros. Es entonces cuando pasan delante
de ellos un grupo de muchachas que se dirigen al arrozal para iniciar su
jornada. Entre ellas se encuentra Shimo cuya mirada se cruza durante unos
segundos con la de Katsuhiro. Con la
vista fija en las tumbas, Kambei se congratula por el triunfo de los
campesinos. Ellos, una vez más, volvieron a perder.
Como descendiente de una familia de samuráis, Akira Kurosawa
siempre soñó con rodar una película dedicada a estos personajes tan característicos
de su país y de su cultura. Su idea inicial era la de centrarse en un día en la
vida de uno de estos guerreros que a la caída de la noche decidía poner fin a
su existencia practicándose el harakiri. Kurosawa , consciente de que un
argumento así no será del agrado de la censura, decide darle una vuelta a la
historia con ayuda de sus dos coguionistas Hideo Ogun y Shinbu Hasimoto. Al
final no fue una sino varias. El último cambio significativo que se aplicó al
argumento fue el de elevar el número de sus protagonistas de seis a siete. La
inclusión en la trama del personaje de Kikuchiyo añadía dosis de humor y toque
de comedia.
Cuando Kurosawa presento a los directivos de la Toho el
libreto definitivo – superaba los 400 folios- estos se llevaron las manos a la
cabeza pues se temían lo peor y no estaban dispuestos a financiar una película
tan cara- el coste final acabó además multiplicando por cuatro el presupuesto
original. Ese año, los estudios lo apostaban todo a Godzilla: Japón bajo el
terror del monstruo (Ishiro Honda, 1954) que iniciaría la saga dedicada al
mítico monstruo. Por fortuna, las dos películas pudieron estrenarse en el mismo
año. Por cierto que Kurosawa, íntimo amigo de el director del primer Godzilla,
nunca le hizo ascos a poder dirigir un capítulo de la serie del simpático lagarto
gigante.
Normal por otra parte que la Toho pusiese el grito en el
cielo. Los cuatrocientos y pico folios del guión se tradujeron a la postre en
una película que rondaba las tres horas y media. Kurosawa desafía las leyes de
la narrativa convencional en una obra que respeta la regla de los tres actos. El
maestro se toma su tiempo para presentar a sus personajes – una hora del
metraje se va en reunirlos a todos y en darnos a conocer la personalidad de cada uno de ellos. El segundo de los actos se desarrolla también con la misma
cadencia y desemboca en un clímax insuperable.
Kurosawa pretende ofrecer en su película una imagen del
samurái totalmente alejada de la tradición y las convenciones. Lo presenta como
un personaje desclasado y sin amo que interactúa solidariamente con el resto de
los personajes. Esta idea resulta clave para entender el mensaje de la cinta.
Su huella se ha dejado sentir con fuerza en el cine posterior. Películas como Hasta
que llegó su hora (Sergio Leone, 1968) o la producción de Pixar Bichos,
una aventura en miniatura (John Lasseter, Andrew Stanton) beben directamente
de su argumento. Claro que si de calcos
hablamos hemos de referirnos por supuesto a su remake por excelencia, Los
siete magníficos (John Sturgess, 1960), uno de los westerns más populares de
la historia, todo un clásico a pesar de que en su día fue un pequeño fracaso
comercial. Pero también Kurosawa y sus
samuráis dejaron huella desde una perspectiva meramente formal: el revolucionario
método del japonés para rodar las escenas de batalla con tres cámaras
simultáneamente inspiró sin ir más lejos a Sam Peckimpah para filmar el sangriento
desenlace de su obra maestra Grupo salvaje (1969). Otros como Tarantino,
Scorsese o Spielberg se declaran admiradores del maestro y de esta película en
concreto; todos han bebido de ella en algún momento de sus respectivas
carreras.
Cuatro años después de Rashomon, Kurosawa creaba otra
obra referencial. Los siete samuráis dice adiós definitivamente a una forma de
narrar, lineal y omnisciente y supone un peldaño más en la creación de una
subjetividad cinematográfica. Una obra
maestra en el sentido más literal, una película que enseña y que abre el
camino. Pocas películas merecen el calificativo de clásico tanto como Los siete
samuráis.
Comentarios
Un gran gus para una gran película.
Abrazos con los ojos oblicuos.
Abrazos con katana
Me parece una maravilla casi todo lo que hace y como lo hace, su sensibilidad, el cariño que pone a sus personajes, el montaje, la iluminación, la factura técnica. Y el uso del color en sus películas es maravilloso, ves "Ran" y sus batallas y no puedes más que admirar algo tan brutalmente monumental y bello.
"Los siete samurais" lo tiene todo, porque a mi me pasaba un poco lo que al Lobo, ver la versión japonesa de "Los 7 magníficos" a la que llegué mucho antes se antojaba como una obligación cinéfila de la que esperaba poco disfrute. Vale, había leído que era una obra maestra, que Sturges se había basado en ella para su western, que era mucho mejor...pero vamos, que una peli japonesa es ciempre una peli japonesa, otro rollo, otra cadencia, otro ritmo, otra forma de hacer y ver la vida, muy poco cercana a mis ojos occidentales...En fin, que había que hacer la concesión a la intelectualidad y esperar no aburrirme demasiado, así que me puse y...Booomm. "Los 7 magníficos" siguen y seguirán en mi corazoncito como una gran divertimento, pero lo de Akira es otra cosa, es una autentica maravilla, una obra maestra colosal, un cuadro perfecto.
Y lo de Mifune es de otro planeta...en esta película aun más.
Otro gran gus para deleitarse. Maravilloso.
Abrazos olfateando en el bosque.