GUS MORNINS 15/10/19


“Si queréis los máximos elogios, moríos”
                    Inscripción que se halla en la tumba de Enrique Jardiel Poncela
Me vais a perdonar que en esta ocasión me salgo un poco de los límites del cine y rinda homenaje a este pedazo de autor teatral español, máximo exponente de nuestro teatro del absurdo, brillante y genial, uno de los mejores que hemos tenido y que, como siempre en nuestro país, ha sido vilipendiado, olvidado y criticado hasta decir basta. Algo que se antoja totalmente injusto en un hombre de una agudeza que aplicaba no solo en sus escritos, sino también en su rutina diaria. Hoy hubiese cumplido los ciento dieciocho años de edad.
Enrique Jardiel Poncela era madrileño de pura cepa. Nació en la calle Augusto Figueroa, 29. Su padre se llamaba Enrique Jardiel Agustín y era matemático, latinista y periodista, colaborador habitual de un periódico que se llamaba La Correspondencia, su madre era Marcelina Poncela Ontoria y era pintora de profesión y feminista de vocación. De hecho, fue la primera mujer admitida en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, allá por 1884. El caso es que Enriquito fue el cuarto y último de sus hijos (las otras tres eran todas chicas) e ingresó en la Institución Libre de Enseñanza para iniciar sus estudios. Luego continuó en el Liceo Francés. Enriquito iba camino de la universidad y tenía una tendencia natural al dibujo. Le encantaba dibujar, le volvía loco. A los siete años, iba con su madre al Prado para hacer sus propias versiones de famosos cuadros y a los nueve, acompañaba a su padre al Congreso de los Diputados para dibujar caricaturas de los políticos de entonces. Su padre, no sin sorna, decía que Enriquito era el “nuevo Greco” porque, además de dibujar, también padecía de un ligero estrabismo.
Realizó el bachillerato en el Colegio San Antón, en donde publicó sus primeros relatos a través de las Páginas calasancias. No era un alumno modelo, tenía tendencias rebeldes. A los once años, ya escribió su primera novela titulada Mondalud de Brievas, el acto público de su presentación fue comunicarlo a la familia y leérsela a todos en el jardín de la finca de su abuelo, en las cercanías de Madrid. Según dicen, la imaginación de Enriquito era tremebunda.
En 1916, con quince años, la familia se trasladó a la calle Churruca, 15 y dio la casualidad de que allí vivía don Manuel Machado que trabó amistad enseguida con Enriquito y le animó a seguir escribiendo. Sin embargo, dos años después, su madre fallece debido a una oclusión intestinal. Enriquito perdió un año en los estudios por la pena que le produjo el fallecimiento e ingresó en el Instituto San Isidro. Aquí conoció a José López Rubio, uno de los grandes amigos de toda la vida y quien más le ayudó a salir de su crisis personal.
Intentó aprobar unas oposiciones a Hacienda, pero fracasó. Mientras tanto, publicó su primera novela: El plano astral y estrenó su primera obra de teatro, La banda de Saboya, que fue un rotundo fracaso. Conoce a su primera novia, Amparito, con la que mantiene un romance que duró siete años.
Se acostumbra a escribir en las mesas del Café Comercial y comienza a escribir como columnista en La Correspondencia, La Nueva Humanidad y El Imparcial. Es uno de los fundadores de la revista Buen Humor (antecedente más directo de La codorniz). Puso de moda la celebración de tertulias con otros humoristas que pasaron a llamarse popularmente El bazar turco de Jardiel. Empieza su amistad y colaboración con don Ramón Gómez de la Serna y se entrega a una febril actividad literaria.
Publica dos novelas: El hombre a quien amó Alejandra y El infierno. Entra en la tertulia de don Ramón Gómez de la Serna, muy famosa por la época, y que se celebraba en el Café Pombo de la calle Carretas, bautizada como La sagrada cripta. Por esta época, Enrique, ya adulto, firma sus artículos como Jardiel, alférez de Castilla y en 1926 conoce a una mujer casada, Josefina Peñalver, con quien mantiene una relación de un año. Lo cierto es que, terminada la relación, Enrique tiene menos dinero que uno que se está bañando así que decide escribir una obra titulada Una noche de primavera sin sueño, escrita en las mesas del Café Gijón y que constituyó un verdadero éxito en 1927 y 1928. Josefina Peñalver, ya separada de él, le comunica que está embarazada y en 1928 nace su hija, Evangelina, con la que siempre estuvo muy unido  y que, incluso, llegó a escribir una biografía sobre su padre.
Aprovechando el éxito, en 1929 publica su novela Amor se escribe sin hache, que ridiculizaba sin compasión las novelas de amor. Al año siguiente, en pleno éxito, publica otra novela que hace lo propio con las novelas de aventuras. Se trata de Espérame en Siberia, vida mía y en 1930 hace lo mismo con el mito de don Juan en su divertidísima Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?
En teatro cosecha un sonado fracaso con El cadáver del señor García, pero en 1932 se resarce con dos éxitos de olé. Uno es el estreno de su obra Usted tiene ojos de mujer fatal y el otro es la publicación de su mejor novela: La tournée de Dios. Todo el mundo tiene a Jardiel en la boca. La Twentieth Century Fox le ofrece un contrato para ir a trabajar a Hollywood en la versión en castellano de algunas de sus películas (por entonces, al no existir el doblaje, los estudios hacían versiones calcadas de sus películas realizadas por actores del país en cuestión. Ya visteis algo parecido en La niña de tus ojos, de Fernando Trueba). En 1934 estrena la tronchante Angelina o el honor de un brigadier, escrita en verso y de la que se encarga de escribir un guión para hacer una versión en Hollywood (y se rodó). Ese mismo año, conoció a la actriz Carmen Sánchez Labajos, que sería su pareja hasta el final de sus días. Con ella, tuvo otra hija, Mari Luz.
En 1935 y 1936 estrenó sus obras Un adulterio decente, Las cinco advertencias de Satanás y Cuatro corazones con freno y marcha atrás, todas ellas de enorme éxito. Un mes después del inicio de la guerra fue detenido y llevado a una checa republicana acusado de haber dado cobijo en su casa a Rafael Salazar Alonso, que fue ministro de la República. Pasó varios días en la checa hasta que la familia reunió los suficientes testigos como para demostrar la falsedad de las acusaciones.
La consecuencia más directa es que Jardiel huye de España y se refugia en Portugal, Francia y, después, Argentina. A finales de 1938, vuelve y se establece en San Sebastián hasta que termina la guerra. En 1939, unos meses después del cese de la misma, estrena Carlo Monte en Monte Carlo y a finales del mismo año su maravillosa comedia Un marido de ida y vuelta.
A principios de los cuarenta, Jardiel llega a su máxima inspiración teatral. Estrena sucesivamente un buen puñado de éxitos como Eloísa está debajo de un almendro, El amor sólo dura 2000 metros, Los ladrones somos gente honrada, Madre (el drama padre) (posiblemente la obra más desternillante que he visto en mi vida en un montaje espectacular del Centro Dramático Nacional dirigida por Sergi Belbel y con Blanca Portillo de protagonista), Es peligroso asomarse al exterior, Los habitantes de la casa deshabitada (he visto tres versiones de esta obra: con Antonio Garisa, José Sazatornil y Pepe Viyuela. Las dos primeras de reír y no parar. La última algo más floja, pero también buena), Blanca por fuera, rosa por dentro, Las siete vidas del gato, A las seis en la esquina del bulevar. Todos estos éxitos encadenados le colocan como el mejor autor teatral contemporáneo de España, muy por encima de sus compañeros de generación.
Sin embargo, Jardiel tiene una mala idea. Crea una compañía de teatro y se va con ella a América Latina a representar sus obras. Por allí, un buen puñado de republicanos exiliados se dedica a reventar todas las representaciones y Jardiel se arruina con el proyecto. Su padre fallece en 1946 y Jardiel ya no es capaz de recuperarse.
A pesar de todo sigue escribiendo. Obtiene un éxito moderado con la estupenda Tú y yo somos tres, pero fracasa con El pañuelo de la dama errante  y con El amor del perro y el gato. En 1947 estrena Agua, aceite y gasolina, una obra que también revientan los falangistas al ver en ella una apología del adulterio. La obra es graciosísima, pero resulta un estruendoso fracaso y hoy permanece en un olvido total. También estrena El sexo débil ha hecho gimnasia, pero cosecha un sonoro fracaso.
Se le concede el Premio Nacional de Teatro y, en 1948, fumador empedernido, se le diagnostica un cáncer de laringe. A partir de entonces y hasta su fallecimiento, sólo estrena dos comedias que también fueron grandes fracasos: Como mejor están las rubias es con patatas y Los tigres escondidos en la alcoba. Malvivió desde entonces intentando escribir artículos en distintas publicaciones.
En 1952, con 51 años, fallece Enrique Jardiel Poncela. Su auténtico hallazgo en el teatro, sobre todo, no es tanto por su estructura o sus temas, sino por su aguda genialidad en la creación de situaciones grotescas a través de personajes y diálogos, con una amarga y subterránea crítica a la sociedad de la época con un cierto desencanto. Su influencia ha sido de tal magnitud que muchos autores han seguido la estela que él abrió como Edgar Neville, Joaquín Calvo Sotelo, José López Rubio, Miguel Mihura (quizá su alumno más aventajado), Tono, Álvaro de Laiglesia, Alfonso Paso, Juan José Alonso Millán o Ignacio Amestoy.
Uno de sus grandes amigos fue Fernando Fernán Gómez, al que apoyó en sus inicios porque creía firmemente que era poseedor de un ritmo que muy pocos actores tenían. El propio Fernán Gómez echa la culpa de la precaria salud de Jardiel a los del “vecindario marxista que arruinaron su vida y su salud y él jamás protestó ni un solo grito”.
En un encuentro en un café, le regala a José López Rubio su mechero de oro. Dice que ya no lo va a necesitar. López Rubio, azorado, le dice que, por favor, que no, que no, que no puede aceptarlo. Jardiel le contestó: “Pepe, cógelo, yo no lo voy a necesitar. Dentro de dieciocho días estaré muerto”. Lo clavó. Dieciocho días después, falleció.
Durante su estancia en Hollywood trabó amistad con Charles Chaplin, que lo consideraba un genio. Él y Edgar Neville participaban de muchas de las fiestas que organizaba Chaplin en su propia casa.
Decía que era apolítico, pero no deja de ser cierto que apoyó al franquismo. Siempre confesó que lo hizo por el miedo que pasó en su detención en la checa republicana y porque, unos días después, las milicias también profanaron la tumba de su madre.
Cuando falleció, trabajaba en una autobiografía que iba a titular Sinfonía en mí. Su hija Evangelina aprovechó las anotaciones que había dejado para completarla y publicarla bajo el título de Enrique Jardiel Poncela, mi padre, publicada por Anagrama en 1999. Aún así hay varias biografías sobre el dramaturgo como Mío Jardiel, de Rafael Flórez, El hombre que mató a Jardiel Poncela, de Miguel Martín, La ajetreada vida de un maestro del humor, de su nieto, Enrique Gallud Jardiel, ¡Haz reír! ¡Haz reír! , de Víctor Olmos y Como un motor de avión, de Juan Carlos Pueyo. Estas dos últimas son las más completas.
Os dejo algunas perlas nacidas de su pluma y dichas en el teatro:
“En amor, lo de menos son los insultos. Lo grave es cuando aparecen los bostezos”
“La muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas”
“La vejez es un exceso que aumenta por días”
“Todos los hombres que no tienen nada importante que decir hablan a gritos”
“Los amantes, las enamoradas, los héroes y los planetas no tienen apellidos”
“En la vida sólo unos pocos sueños se cumplen. Los demás, se roncan”
“Los políticos son como los cines de barrio. Primero te hacen entrar. Después, cambian el programa”
“Hay dos maneras de conseguir la felicidad: Una, hacerse el idiota. Otra, serlo”
“Con una mujer sensual, se puede ir lejos sin salir de la habitación. Con una mujer coqueta, aunque se vaya a todas partes, no se va a ningún lado”
“El hombre se hace feminista cuando ya no sabe cómo agradar a las mujeres. Las mujeres se hacen feministas cuando ya no saben cómo agradar a los hombres”
“Cuando un pobre come marisco es que uno de los dos está muy mal”
“La mujer pierde su virginidad cuando quiere. El hombre, cuando puede”
“Ser libre es dejar de depender de alguien para pasar a depender de todos”
“Para encontrar gusto a la vida, no hay como morirse”
“Sólo los hombres de poca experiencia, o de poca potencia, prefieren a la mujer coqueta”
“La juventud es petulante y la vejez es humilde, pero veinte años los tiene cualquiera y lo difícil es tener más de cien”
Eso es sólo una muestra. Tengo la fortuna de haber visto muchos de los montajes de Enrique Jardiel Poncela. De Usted tiene ojos de mujer fatal vi un montaje estupendo en el colegio de mi hijo, realizado por estudiantes, pero también recuerdo el que se hizo en Estudio Uno con Ismael Merlo, Pepe Martín y Carmen Maura. De Un marido de ida y vuelta vi un montaje divertidísimo con Juan Calot, Abigail Tomey y Andoni Ferreño (habría que decir que Jardiel tuvo una amarga disputa con Noel Coward a propósito de esta obra porque consideraba que el inglés le había copiado en Un espíritu burlón). De Eloísa está debajo de un almendro vi un montaje espectacular con Juan Carlos Naya, Abigail Tomey, Ramiro Oliveros y la nieta del autor, Paloma Paso Jardiel en un tronchante papel. De Angelina o el honor de un brigadier vi un montaje con Chete Lera y Soledad Mallol en el que, además, por aquellas casualidades de la vida, actuó el director, uno de los mejores del teatro español, Juan Carlos Pérez de la Fuente, por enfermedad de uno de los actores. De Cuatro corazones con freno y marcha atrás también vi un montaje de Estudio Uno con Pablo Sanz, Luis Varela, Teresa Rabal, Ismael Merlo y Amparo Baró.
Como veis, Jardiel ya forma parte de mi vida.
Como vídeo, os dejo un pequeño corto de siete minutos que realizó el Instituto Cervantes para ensalzar la exposición que hicieron bajo el título de La risa inteligente.

Como mosaico, os dejo una foto de él al lado de quien fue su hermano de letras y de alma, José López Rubio. Como él decía: “En Hollywood, lo único que hacíamos era tumbarnos en la arena de la playa y mirar las estrellas, a ver si podíamos ver algo por debajo”.  



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Qué ratito tan bueno he pasado leyéndote. También soy admiradora de Jardiel Poncela desde hace muchos años. Disfruté viendo muchas de sus obras en aquellos maravillosos y añorados Estudio 1. Hace muchos años leí Cuatro corazones con freno y marcha atrás y creo que alguna más suya. No me extraña, aunque desconocía, que fuera amigo de Chaplin. Eran dos genios.

Me ha encantado tu gus porque además has recordado actores de teatro a los que he admirado mucho.

Besos

low
carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
Grandisimo Jardiel, yo también fui al Instituto San Isidro, por eso mi talento es casi el mismo...Aysss.

Hace poco escuche en la radio a su nieto Enrique Gallud Jardiel hablando de su abuelo y de que aun no han podido recopilar toda su producción porque no paraba nunca de escribir (en donde pillara) y la clasificación de su obra se hace complicadisima. Decía que hay cosas en cajas que aun no han podido ni leer y ya han pasado años desde su muerte.

también comentó su paso por Hollywood y como se inventó lo de doblar películas muy antiguas con guiones propios muy absurdos que luego se vendían en Latinoamérica como películas nuevas con un enorme éxito y absolutamente desternillantes (algo parecido a lo que luego ha hecho Florentino Fernandez
o Muchachada Nui con sos "historias viiejunas")

Mi hija representó en el instituto "Cuatro corazones con freno y marcha atrás" en su grupo de teatro. Un exitazo. A poco que lo hicieran medianamente bien (y lo hicieron por lo general), el texto es tan bueno que no hay margen para el fracaso.

Gran gus y gran autor.

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