EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXXVI)
Esta historia no tiene final
CASCO DE ACERO (The Steel Helmet). USA, 1951. Dir Samuel Fuller, con Gene Evans, William Chun, Steve Brodie, James Edwards, Robert Hutton, Richard Loo ( 85 min)
CASCO DE ACERO (The Steel Helmet). USA, 1951. Dir Samuel Fuller, con Gene Evans, William Chun, Steve Brodie, James Edwards, Robert Hutton, Richard Loo ( 85 min)
El
inconformismo y la rebeldía fueron siempre las mejores señas de identidad de la
obra de Samuel Fuller. De él llegó a
decir Martin Scorsese en cierta ocasión que “fue uno de los artistas más
valientes y profundamente ambiguos que el cine ha tenido jamás”. Es esa
valentía la que le llevó a luchar desde el principio contra la industria de
Hollywood, enfrentándose a ella desde dentro, cuestionando desde las políticas
de producción de las películas hasta el modo de enfocar sus temas y argumentos.
Considerado uno de los pioneros del llamado cine independiente, son su estilo
crispado y su nervio narrativo los que definitivamente crearán escuela,
influyendo de manera más que evidente en futuros “enfants terribles” del
séptimo arte como Godard, Tarantino o el propio Scorsese.
Fue
precisamente Godard el primero al que se le ocurrió emparentar el cine de
Samuel Fuller con el de otro ilustre contemporáneo suyo, Nicholas Ray. Y es cierto que los dos creadores comparten
no pocas cosas en común, y todas ellas guardan relación con el carácter
indomable de ambos. Los dos también, por ejemplo, terminarían colaborando con
el director Wim Wenders, lo que podría interpretarse como una declaración de
intenciones que dejaba al alemán en una suerte de heredero espiritual. Sin
embargo, a la obra de Ray la envuelve un halo de romanticismo que no tiene la
de Fuller; por otra parte el aura de “poeta maldito” que tiene el autor de Rebelde sin
causa
no es tan cegadora como la que sí rodea a nuestro protagonista de hoy.
Sam
Fuller nació en Worcester, Massachussetts, el 12 de agosto de 1912, hijo de
Benjamin Rabinovitch, de origen ruso, y Rebeca Baumm, de origen polaco y de
confesión judía al igual que su esposo.
Poco antes de que llegase el mundo el pequeño Sam, la pareja había
decidido cambiar el apellido familiar por el de Fuller, en honor a uno de los
médicos que llegaron a Estados Unidos en el primer viaje del Mayflower.
Benjamin murió en 1924, obligando a la familia a trasladarse a Nueva York en
busca de un futuro más próspero; con doce años Samuel Fuller trabajaba como
chico de los recados de un periódico de la Gran Manzana; tal vez, ese fuera el
motivo de que el periodismo fuese su primera vocación. A los diecisiete, el futuro cineasta ya era
reportero del New York Evening Graphic donde cubría la crónica negra y los
sucesos.
Por
aquella época, Fuller comienza también a escribir sus propios relatos y
cuentos, ambientados casi todos ellos en el mundo criminal y enmarcados en lo
que se conoce como literatura “pulp”. En 1936 publica su primera novela, aunque
la más conocida será Página negra (1944) que llevará al cine Phil
Karlson ocho años más tarde (el texto sería reeditado de forma póstuma en 2007
con prólogo de Wim Wenders). De estos años datan también sus primeros guiones,
acreditados unos, sin firmar otros; Fuller también trabajó como “negro” para
otros, pero nunca se encargó de aclarar quiénes fueron esos otros, ni si entre
ellos había alguien de renombre.
Y
entonces llega la guerra, y Sam es llamado a filas integrándose en el
decimosexto regimiento de infantería y participando en la campaña en Europa. En
1945 es testigo de la liberación de un campo de concentración nazi y filma el
acontecimiento con una pequeña cámara – las imágenes se incorporarían años más
tarde a un documental francés sobre el fin del conflicto. Por sus servicios
militares, Fuller, que fue condecorado por el ejército estadounidense con la
Estrella de Bronce, la Estrella de Plata y el Corazón Púrpura, utilizaría su
experiencia como soldado para sus posteriores incursiones en el drama bélico,
uno de sus géneros predilectos.
Ya
de regreso al hogar, Fuller tiene la oportunidad de debutar en la dirección con
un western – otro de sus géneros más cultivados- Balas vengadoras (1949), cuyo
protagonista es Bob Ford, asesino del mítico Jesse James, a quien ya había dado
vida en la década anterior por John Carradine en Tierra de audaces (Henry King, 1939),
y que volvería a ser interpretado muchos años después por Cassey Afleck en El
asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik,
2007). A este debut le sigue el film El barón de Arizona (1950) basado en
hechos reales sobre un codicioso estafador profesional en la América del siglo
XIX a quien encarna Vincent Price.
Casco de acero (1951) fue la
primera cinta bélica de la carrera de Fuller que firmaría poco después un
contrato con la 20th Fox para hacer siete películas con ellos. Las desavenencias con el productor Darryl F
Zanuck serán continuas en los años siguientes por lo que Fuller terminará
fundando su propia compañía. Antes ha dirigido, A Bayoneta calada (1951), segunda de
sus aproximaciones a la Guerra de Corea, tras la película que comentamos hoy,
en la que además aprovecha para seguir plasmando sus propias experiencias
personales en el campo de batalla.
Cambiando
de registro y de género, Fuller evoca sus tiempos de reportero en La voz de
la primera página (1952), drama que se convierte en un firme alegato en favor de la
libertad de prensa, un título por el que su autor siempre confesó tener un
cariño especial. Fuller peleó a fondo por sacar adelante esta película con la
que la Fox quería hacer un musical. Una
de las obras maestras de Fuller llega a continuación con Manos
peligrosas
(1953), magnético thriller de suspense en el contexto de la Guerra Fría, con
unos memorables Richard Widmarck y Thelma Ritter en los papeles principales.
De
vuelta al cine bélico, Fuller factura en los siguientes años títulos como El diablo
de las aguas turbias (1954), dentro del subgénero de submarinos, o Corredor
hacia China (1957), con un rodaje plagado de problemas, destacando también La casa de
bambú
(1955), un estupendo thriller ambientado en el mundo militar y rodado
íntegramente en Japón. En esta etapa son
igualmente reseñables dos westerns, ambos de 1957: Yuma, localizado en los años que siguieron a la Guerra
de Secesión y con la presencia en el reparto de la española Sara Montiel, y Cuarenta
pistolas
con una Barbara Stanwyck en su característico papel de mujer fuerte que debe
abrirse paso a empellones en un mundo eminentemente masculino.
No
obstante, para la mayoría, el mejor Fuller es el de los primeros sesenta. Tras
despedir el decenio anterior con una modesta concesión al melodrama, El kimono
rojo (1959), el director
impacta con el poderío visual y narrativo de Bajos fondos (1961) y su potente reflexión
sobre la venganza. Una nueva visita al cine bélico nos lleva hasta el Sudeste
asiático en tiempos de la Segunda Guerra Mundial recreado en Invasión en
Birmania
(1962) y nos sitúa a las puertas de una de las cimas en la carrera del
realizador, y tal vez su película más conocida,Corredor sin retorno (1963).
Estamos
probablemente también ante la película más completa de la filmografía del
director, y sin duda la mejor recibida por la crítica y los expertos en su día.
Corredor
sin retorno cuenta la historia de Johnny Barret, un periodista que ingresa en un
hospital psiquiátrico haciéndose pasar por loco para poder elaborar un
reportaje que le haga ganar el Premio Pullitzer. El film se abre con una cita
de Eurípides, A quienes los dioses quieren destruir primero le vuelven loco, y
se continúa con una hipnótica voz en off que nos sumerge de lleno en la trama.
Fuller se olvida pronto de la anécdota inicial para convertir el film en un
viaje hacia los infiernos en el que, como reza el título en castellano, no hay
posibilidad de vuelta atrás, y de paso, en un muestrario de sus obsesiones más
recurrentes: el sensacionalismo periodístico,
el racismo, las secuelas de guerra, la violencia y la locura. La película
obtuvo la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid y uno de sus actores, Larry
Tucker, se quedó a las puertas del Globo de Oro como mejor promesa del año; es,
por supuesto, uno de los espejos en los que se miraría el checho Milos Forman
poco más de una década después para acometer la adaptación de Ken Kesey Alguien
voló sobre el nido del cuco, y sin duda, el faro que guio a Martin Scorsese en
2010 para llegar a Shutter Island.
La
película estaba muy bien interpretada, además de por Gene Evans, uno de los
habituales de las películas de Fuller, por Constance Towers y Peter Breck en el
rol del protagonista. Towers repetiría a
las órdenes del director en su siguiente trabajo, la notable Una luz en
el hampa
(1964) que impacta ya desde un arranque y unos títulos de crédito que no se
olvidan fácilmente. La historia en sí es incluso repulsiva, pero gracias a ese
magnetismo que sabía imprimir Fuller a todo lo que contaba resulta
irresistible.
Tras
alcanzar el zénit con los títulos citados, la estrella de Fuller se va apagando
poco a poco en los años siguientes. El director lleva años buscando
financiación para poner en pie esa película de guerra definitiva en la que
plasmar su experiencia como soldado en el campo de batalla; había estado a
punto de conseguirlo a comienzos del decenio, pero se tuvo que conformar con Invasión en
Birmania,
que sin ser ni mucho menos una mala película, no era ese proyecto deseado que
comentamos. Ese film soñado será Uno, rojo
división
de choque, pero habrá que esperar a principios de los ochenta para verlo
estrenado en cines. Hasta entonces,
Fuller se refugia en la televisión, medio desde el que lanza trabajos
rutinarios y sin demasiado interés. Sus aportaciones a la gran pantalla durante
este tiempo son también decepcionantes con obras como Shark¡ Arma
de dos filos (1969) y Con furia en la sangre (1973). En paralelo, Fuller se convierte en un
cineasta cada vez más influyente en la obra de los jóvenes directores que
empiezan sus carreras en los setenta y ochenta. Denis Hooper le llama para un
papelito en La última película (1971), segundo de
sus films como realizador tras la emblemática Easy Rider, y Steven Spielberg le reserva
otro en 1941 (1979). Por su parte, Jim Jarmusch le copia hasta la estética con esas
canas desaliñadas y mal puestas; el director de Paterson o Flores rotas protagoniza una conversación con
Fuller en el documental Trigero, A film was never made (Mika Kaurismaki,
1994) en torno al fallido proyecto de Zanuck y la Fox que Fuller debería haber
rodado en Brasil a comienzos de los cincuenta.
La
United Artists respalda el estreno de Uno, rojo división de choque (1980) que cuenta
con un reparto de garantías encabezado por Lee Marvin. La elección del protagonista había sido una
de las principales razones por las que Fuller había rechazado una primera
oferta de la Fox para realizar el film años atrás. Al parecer, Zanuck quería en
la cabecera del reparto a John Wayne que no respondía al prototipo de antihéroe
que pretendía Fuller. Uno, rojo división de choque es de
forma abierta una película a contracorriente; Apocalypse now acababa de marcar
un antes y un después en el cine bélico, y Fuller sorprende con una puesta en
escena “a la antigua usanza”, que no escatima en cambio ni el realismo sucio ni
los detalles más sórdidos de unas experiencias que no en vano el propio
director había vivido en primera persona. Este no quedó muy satisfecho con el resultado
final pues la productora le recortó a la mitad las cuatro horas de duración que
él había previsto en el montaje, y tampoco pudo ver una versión restaurada
estrenada en el Festival de Cannes con cuarenta y cinco minutos añadidos con
respecto a la estrenada en su día.
La
polémica aguarda a Fuller a la vuelta de la esquina. Perro blanco (1981) es la
controvertida adaptación de un texto del autor francés Romain Dury, con quien
el director mantenía una amistad de años, y tiene como protagonista a un pastor
alemán adiestrado para atacar exclusivamente a personas de raza negra. El
director no se libró de las acusaciones de racista por parte de quienes ni se
debieron molestar en ver la película, pues su mensaje era justo el
contrario. Se trata, en todo caso, de
una película extraña, incalificable, concebida con cierto espíritu experimental
y al margen de los círculos comerciales. En la escritura del guión participó
junto a Fuller el después refutado Curtis Hanson, responsable entre otras de la
excelente L.A Confidential (1997).
Sintiéndose
cada vez más alejado del “establishment” norteamericano y del modelo de vivir y
de pensar de sus compatriotas, Fuller decide autoexiliarse en Europa, y fija su
residencia en París donde pasará sus últimos años. En suelo francés rodará
también sus últimas películas Los ladrones de la noche (1984) y Calle sin
retorno
(1989) que aportan ya muy poco a su filmografía. Fuller regresó a su país para
morir en Los Ángeles el 30 de octubre de 1997, convertido de forma indiscutible
en un autor de culto, modelo y referencia para muchos cineastas que intentaban
desde hace años seguir su estela. A
Fuller le solían calificar de francotirador, y él mismo dejó inmortalizada para
siempre su particular visión de lo que era el cine cuando Jean Luc Godard le
pidió que se interpretase a sí mismo en la icónica Pierrot, el loco (1965). “El cine –
decía en aquella ocasión mirando a cámara- es un campo de batalla: amor, odio,
violencia, acción, muerte … en una palabra emociones”. No obstante, más allá de
su forma de hacer y entender las películas, Fuller trasciende y deja huella por
su carácter volcánico e indomable, por su insobornable audacia, en uno de esos
casos en los que el personaje está por encima incluso de su propia creación.
Guerra
de Corea. Una regimiento de infantería estadounidense que combate en el frente
cae prisionero de los comunistas tras una emboscada mientras se encontraba
realizando una misión. Los soldados son
finalmente ejecutados después de que sus captores les inmovilizaran atándoles
las manos a la espalda. Solo uno de los miembros de la compañía, el teniente
Zack, logra sobrevivir a la masacre. Zack tuvo suerte; la bala destinada a
acabar con su vida atravesó su casco librándole de una muerte segura.
Zack
repta sigilosamente entre los cadáveres de sus compañeros tratando de liberarse
de sus ataduras. Al oír pasos que se acercan se hace el muerto, pero al
instante el roce de su rostro con la culata de un fusil M1 le delata y le
obliga a reaccionar. El dueño del M1 es un niño surcoreano que procede a
liberar al teniente, quien, al no saber su nombre, le bautizará como “Short
round” (que podría traducirse algo así como “rondador”). En su precario inglés,
el niño explica a Zack que acaba de quedarse huérfano, pues los comunistas
mataron a toda su familia, y que, ya que el destino les ha unido, habrán de
compartir juntos en adelante el viaje. Sería voluntad de Buda que así fuera.
El
teniente acepta no de muy buena gana la compañía del pequeño. En su trayecto son
primero sorprendidos por una pareja de norcoreanos que les esperan agazapados
fingiendo rezar ante un altar budista, pero el teniente logra finalmente
reducirles con su fusil. El viaje continúa entre una densa niebla tras la cual
aparece el cabo Thompson, un sodado negro que trabaja como médico voluntario, y
que también, al igual que Zack, resulta ser el único superviviente de su
unidad. Los compañeros de Thompson cayeron prisioneros de los comunistas, y él
fue el único que logró escapar llevándose consigo las provisiones que no duda
en compartir para la cena con sus nuevos amigos
Poco
después, Zack, Short Round y Thompson se encuentran en el camino con una
patrulla perdida que, comandada por el teniente Driscull y el sargento Tanaka,
buscan un templo budista para tomarlo y montar en él una base de operaciones.
Al ver al niño, Driscull le pregunta si puede guiarlos hasta allí, obteniendo
una respuesta negativa; el arrogante teniente exhibe también sus prejuicios
raciales al suponer que Thompson es un desertor. Y eso que en su compañía, debe
compartir su día a día con Takata, un Nisei, segunda generación de japoneses
emigrados a Estados Unidos.
El
grupo sufre posteriormente el asalto de dos francotiradores escondidos en la
espesura de la selva. Tras acabar con ellos, Zack se aviene a acompañar a la
patrulla hasta el templo al que llegarán gracias a “Short Round” que les
mostrará el camino. Una vez allí, los
hombres descubren que el lugar está vacío y se disponen a cenar y pasar la noche
antes de acampar definitivamente.
La
velada transcurre tranquila y relajada, entre bromas. El soldado Baldy, el
radiotelegrafista, se convierte en el blanco de todas las burlas a causa de su
prematura calvicie. Sin embargo, Joe, el encargado de hacer la ronda es
asesinado por la espalda por un mayor norcoreano que permanecía oculto en el
templo. Tras registrarlo de arriba abajo, el oficial es apresado y puesto a
disposición de la tropa de Driscull. El reo anuncia que ha cortado las
comunicaciones con el exterior, y hostiga a Thompson y a Tanaka durante sus
respectivos turnos de guardia; al médico le recrimina pertenecer al ejército de
un país que le obliga a sentarse en la última fila del autobús, mientras al
Nisei le pregunta que siente al defender los intereses de quienes humillaron a
su pueblo en la última guerra mundial.
A
la mañana siguiente, mientras Baldy se afana en arreglar el sistema de radio,
Zack anuncia su marcha con el prisionero norcoreano y pide a Short Round que le
acompañe en el viaje. En el momento de
partir, el teniente tiene una fuerte discusión con Driscull al pedirle este que
le regale su casco, al considerarlo una especie de amuleto de buena suerte.
Pero Zuck se encara con él insinuándole que no tiene valor suficiente para
llevarlo en su cabeza. Short Ronund sale un momento del templo y muere tras
recibir el disparo de un francotirador apostado en las alturas. Los soldados salen al oírlas descargas e
informan a Zack del fallecimiento del muchacho, que en ese momento, siguiendo
la tradición de su fe, se había colgado a la espalda un papel en el que ha
escrito una oración pidiéndole a Buda que el teniente americano no le abandone
nunca. El prisionero recoge el papel del suelo y al leerlo no puede evitar
soltar una carcajada; lleno de ira y totalmente fuera de sí, Zack le responde
pegándole un tiro.
A
pesar de los esfuerzos de Thompson por reanimarle, el prisionero finalmente
muere. Es entonces cuando se intensifica
el ataque enemigo que se lanza con toda la artillería al asedio del templo.
Finalmente, Dolby logra restaurar las conexiones, y el pelotón puede comunicar
su posición. Se presenta un contingente de refuerzo y el ataque es repelido.
Zack,
Tanaka, Baldy y Thompson son los supervivientes del asedio, mientras Driscull
figura entre las bajas. Al abandonar el templo, los hombres se topan con las
tumbas que se han improvisado en el jardín bajo las cuales yacen los cuerpos de
los fallecidos al lado de su casco y su fusil. Zack se dirige a la de Driscull
e intercambia su casco con el del soldado muerto.
Casco de acero fue la primera
película estadounidense ambientada en la Guerra de Corea, rodada en los albores
del inicio del combate y cuando aún faltan dos años para la firma definitiva
del armisticio. El film supone también el debut de su director en el género
bélico en el que, como tuvimos ocasión
de comprobar anteriormente, se prodigaría con frecuencia a partir de entonces,
plasmando en pantalla su experiencia en el ejército norteamericano en la
Segunda Guerra Mundial. Para Sam Fuller, como para la mayoría de los cineastas,
una buena película de guerra es una buena película contra la guerra, aunque
precisamente por su condición de veterano se le hacía muy difícil transmitir al
espectador toda la angustia que se puede llegar a sentir en el campo de
batalla.
“Para
que una película bélica – decía- fuera verdaderamente realista, tendríamos que
disparar de vez en cuando al público desde detrás de la pantalla en las escenas
de combate. Pero los rumores del número de víctimas no ayudarían a vender
entradas. Además, buscar este extremo de realidad va contra la ley”. Por supuesto, no llegó a tanto, pero con su
primera película logró sentar las bases de su estilo y unas señas de identidad
que después serían perfectamente reconocibles y dejarían huella en el género.
Su mérito es aún mayor si se tiene en cuenta que, como suele ser habitual en su
cine, no contó con los medios que se solían utilizar en este tipo de
producciones. Fuller rodó la película en diez días, y según alguno de sus
allegados no le costó más de una semana escribir un guión que apenas necesitó
llegar a los noventa minutos para desarrollar una historia.
Con
tan pocos recursos y en tan poco tiempo, Fuller construyó un alegato
antibelicista que además apuntaba directamente a los intereses de los
gobernantes como la raíz de todo conflicto armado. La maquinaria de la guerra
no entiende de unos hombres que, durante un tiempo de sus vidas, deben situarse
al margen de toda ley. Fuller les describe desorientados y aturdidos, y yo en
este sentido no puedo evitar acordarme de La patrulla perdida (1934),
esa gran obra maestra del genio Ford.
Además,
el director no duda en convertir esa “patrulla perdida”
en una especie de microcosmos de la América de su tiempo para sacar a la luz
temas candentes como la xenofobia o el concepto de patriotismo. Los personajes,
estereotipados aunque no hasta el punto de resultar caricaturas, se debaten
entre el deber y el sacrificio; la guerra queda en un segundo plano o al menos
se reduce a una lucha por la supervivencia, mientras se ponen en valor las
distintas historias de los diferentes protagonistas.
Para
el reparto, Fuller se rodeó también de un reparto de actores desconocidos para
el gran público, aunque, todos ellos, desde el primero hasta el último, están
absolutamente magníficos. Sólo Gene Evans, que interpreta en el film a Zack en
el que fue su debut para la gran pantalla, lograría fraguar una discreta
carrera fuera del cine de Fuller donde se convirtió en una presencia habitual.
Evans era otro veterano de guerra que había recibido también el corazón
púrpura, y en el mismo año de su debut, Billy Wilder le reclamó para acompañar
a Kirk Douglas en El gran carnaval.
No
es Casco de acero la mejor película en la filmografía de Sam Fuller; ese
honor tal vez le corresponda a Corredor sin retorno o a la propia Uno,
rojo división de choque. Sí en cambio es un título muy representativo que
marca la trayectoria de una de las personalidades más atractivas de la historia
del cine americano. A Fuller hay que agradecerle su honestidad a la hora de
contar una historia como esta, sin falsos héroes ni idealizaciones épicas, con
todos los detalles sórdidos, macabros, e incluso repugnantes que requiere
contar una historia como esta para hacernos partícipes de la misma. En
definitiva, cine de verdad, un campo de batalla en el que finalmente lo que
afloran son las emociones.
Comentarios
Lo hace no sólo cuando, como en este caso, rescata directores o movimientos que son básicos para conocer la historia del cine, sino también aun en esa tesitura cuando dentro de las filmografias rescata algún film que no es el que mayoritariamente cualquier otro elegiría.
Esa huida de lo predecible da muchísimo más valor a este imprescindible listado que merecería mejor suerte y mayor audiencia que la de los afortunados trillones que nos pasamos por aquí cada lunes.
Porque Fuller probablemente nunca aparecería en un listado habitual, como tampoco es probable que lo hiciera Agnés Varda, o el free cinema inglés o el Polar Francés y si aparecieran esos dos movimientos, es dudoso que se eligieran títulos como "un lugar en la cumbre" o "El confidente". También es difícil que alguien se acordase de "Las zapatillas rojas" o escogiera como
la obra más representativa del cine iraní, "El circulo".
Y lo dicho, si alguien incluyese a Fuller lo más probable es que escogiera "Corredor sin retorno", una película dura pero francamente impresionante, con un guión que te atrapa y te angustia a partes iguales y rodado con una fuerza que te empuja dentro del sillón mientras la estás viendo. Sin embargo, Dex escoge "Casco de acero", que curiosamente vi hace pocos meses en un zapeo televisivo. Y yo creo que ha acertado con la elección, no será la mejor película de Fuller en el sentido memorable, pero concuerda perfectamente con lo que es el director y con lo que quería contar.
Porque no es una película bélica al estilo clásico, no hay épica en el relato, más bien se trata de una acción menor, casi anecdótica, pero sirve para reflejar mejor que muchas la verdad de la guerra. Los personajes serán arquetipos someramente dibujados, como dice Dex, pero están llenos de humanidad en el sentido de sus contradicciones, sus miedos y sus miserias.
Es un film que puedes pasar sin ver, no es de esas películas que estás "obligado" a visionar si quieres reconocerte como cinéfilo, pero contiene tanta verdad y fuerza que si lo enganchas te engancha y, finalmente, no te arrepientes de que haya pasado por tu vida, al contrario.
Es una cosa que Dex puede llevar a gala, haber incluido este film en la lista le honra y a nosotros disfrutrarlo.
Abrazos con casco.
También habría que decir que Fuller no quedó nada satisfecho del actor que, en teoría, interpreta su propio personaje en "Uno Rojo, División de choque", que no es otro que Mark Hamill, él es quien fuma los puros en la película mientras va aprendiendo lo que hace el Sargento que interpreta Lee Marvin.
En cualquier caso, Fuller siempre fue un contra corriente que nos dejó joyas incalculables (una infumable suya es "Arma de dos filos", es simplemente inaguantable), con un buen puñado de películas rodadas sin medios que,a base de talento y esfuerzo, ocupan un lugar de honor en la historia del cine.
Igual que estos guses del maño,que los ocupan en la historia de nuestras mañanas.
Abrazos desde la pagoda.