GUS MORNINS 3/3/20


“El cine, en general, es una mezcla de arte e industria. El cine español, en cambio, es una mezcla de arte y falta de dinero”.                            José Isbert
Éste no se me escapa porque, si hiciera falta, habría que hacerle diez o doce guses y darle otros tantos Goyas y además ponerle un monumento en la Castellana. Hoy nuestro querido e irrepetible Pepe Isbert hubiera cumplido nada más y nada menos que ciento treinta y cuatro años. Y, a pesar del tiempo transcurrido, aún le seguimos echando de menos con su inconfundible estilo, su voz irremediablemente ronca y su gracia innata, que aún no ha sido superada.
El verdadero nombre de José Isbert, agarraos, era José Enrique Benito y Emeterio Isbert Alvarruiz. Ahí le ha dao. El caso es que José Enrique Benito nació en Madrid, pero se nos crió en Tarazona de la Mancha, pueblo albaceteño donde también conoció a la que sería su señora. Mientras la conocía o no, José Enrique Benito fue enviado a un colegio interno en el sacromonte granaíno y, después, a la Escuela Central de Comercio para convertirse en Perito Mercantil. Ahí donde lo véis tenía un título universitario en una época nada fácil para obtenerlo.
En 1903, recién acabada su carrera y con el título bajo el brazo, encontró trabajo de oficinista en el Tribunal de Cuentas y, por aquellas cosas de la vida, atendió a un señor que decía que autor teatral y que tenía algún problemilla para que le cuadraran las cuentas de su sociedad teatral. El caso es que el autor teatral encontró a ese funcionario graciosísimo y le dijo: Oiga ¿a usted le gustaría hacer teatro? Y José Enrique contestó: Hombre, yo… Y el autor le dijo: Nada, nada, cuando termine su jornada se pasa por el Teatro Apolo que allí se va a estrenar una obra mía y dice que le hagan una prueba.
José Enrique se pasó por allí por recomendación del autor, que no era otro que don Carlos Arniches y la obra se llamaba El iluso Cañizares. En la dirección vieron que ese señor con voz quebrada tenía un don para hacer reír así que le contrataron inmediatamente bajo el nombre artístico de Fígaro. Hacía reír tanto al público que otras compañías le tentaron, pero la que más le sedujo fue la compañía del Teatro Lara, porque le dijeron que podría actuar con su propio nombre. José Isbert hizo las maletas y se trasladó de teatro y se aupó hasta la cabecera de cartel con dos obras de Jacinto Benavente y una, famosísima en la época, del propio Carlos Arniches: La señorita de Trévelez.
Por esa época, en 1916 se casó con Elvira, su mujer de toda la vida, y tuvieron a una niña, María, afamada actriz y madre a su vez, de Tony, bala perdida de la familia. En 1912 ya le contrató el cine, pero era aún mudo así que no importaba si tenía un papel dramático. En concreto, la película fue Asesinato y entierro de don José Canalejas y en ella interpretaba al anarquista Pardiñas, responsable del asesinato del primer ministro español. Cobró cien pesetas por aparecer, pegar un tiro y salir corriendo.
El cine mudo no le iba nada (era muy consciente de que su gracia estaba en la voz), así que se dedicó en cuerpo y alma al teatro. Nunca dejó de actuar, salvo en tiempos de la Guerra Civil, pues al ser un ferviente católico creyó que los republicanos le andarían buscando, cosa que era verdad, y vivió semi-escondido, incluso viviendo una temporada en el almacén del Teatro de la Comedia, en la calle del Príncipe.
El caso es que el nombre de José Isbert en el teatro se hizo muy grande y llevó al éxito un buen puñado de comedias que, hoy en día, son verdaderos clásicos. Era admirador impenitente de Pedro Muñoz Seca y obtuvo enormes éxitos con sus obras La eme y Equilibrios), también con Arniches, El señor Badanas y, por supuesto, con Enrique Jardiel Poncela en Angelina o el honor de un brigadier.
Una vez acabada la contienda ya se decidió a meter más el cuello en el cine y nos dejó un buen puñado de películas inolvidables. Yo voy a destacar una que os recomiendo encarecidamente: Ella, él y sus millones, una comedia desternillante sobre una familia de aristócratas sin dinero que desea a un millonario y un millonario sin título que desea entrar en la aristocracia. Screwball Comedy de las buenísimas. No os la perdáis.
Sin embargo, fueron los años cincuenta los que catapultaron a José Isbert como uno de los mejores actores que hemos tenido. Ahí están sus papeles como el alcalde vuestro que soy y os debo una explicación de Bienvenido, Míster Marshall, de Luis García Berlanga, o ese San Dimas de pega, que se pincha con los árboles en Los jueves, milagro, también de Berlanga, o sus enormes trabajos en El cochecito, de Marco Ferreri, en la piel de ese abuelo que desea, por encima de todo, un cochecito de inválido para ser aceptado socialmente, o, por supuesto, quizá, el mejor de toda su carrera en la inmortal El verdugo, también del director valenciano.
Habría que destacar también el entrañable papel del abuelo en La gran familia, de Fernando Palacios. Para todos los que amamos el cine aún resuena en nuestras cabezas su peculiar voz ronca llamando desesperadamente a Chencho. Incluso cuando su aparición es apenas episódica, como en el caso de la estupenda La vida por delante, de Fernando Fernán-Gómez, arrancaba un buen puñado de carcajadas, en este caso como testigo tartamudo que rememora, en un flashback acorde con su condición, el accidente de coche que ha tenido Analía Gadé para desesperación del propio Fernán-Gómez.
En 1963, poco después del rodaje de El verdugo, se le practica una traqueotomía que precipita su retiro. En 1966 fallece de un infarto a la edad de ochenta años. Está enterrado en su querido pueblo que nunca fue suyo, Tarazona de la Mancha.
Fue galardonado con múltiples premios y cineastas modernos, como Alexander Payne, han llegado a decir que era “el mejor cómico que había visto nunca. Si llega a estar vivo y disponible, ruedo Nebraska con él de protagonista”.
Además de ser poseedor de la Medalla al Mérito de las Bellas Artes y de la Medalla al Mérito del Trabajo, el Premio Nacional de Teatro lleva el nombre de José Isbert que, cada año, se entregan en el Teatro Circo de Albacete. En 2019 se entregó a Lola Herrera, en 2018, a Rafael Álvarez “El Brujo”, y en 2017, a Nuria Espert. Por aquellas casualidades de la vida, en ese mismo teatro este, vuestro crítico, recibirá el martes que viene día 10 el Premio Cinemasmusic al mejor crítico del año en una terna en la que también están Lucía Tello, Guillermo Balmori, editor de Notorious Ediciones, Fernando Colomo, Carlos Pumares, el compositor Antón García Abril y Mario Camus.
Pero volvamos a José Isbert, que es lo importante, ahí os dejo con el estupendísimo clip de su aparición en La vida por delante, de Fernando Fernán-Gómez, que es bastante menos conocido.

Y como mosaico, ahí le tenéis con lo que es un repartazo al lado de Antonio Garisa y José Luis Ozores. Estos tres, de haber nacido en Estados Unidos, tendrían tres Oscars cada uno.



Comentarios

carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
Llego tardísimo pero aun a tiempo de reconocer otro estupendo gus que incorpora dos grandes cosas. Una el recuerdo al irrepetible José Isbert, merecedor de uno y cien guses (tantos como Goyas que no obtuvo porque aun no estaban de moda).

Pero aun más para dar la enhorabuena a nuestro C.B. por su merecidisimo premio al mejor crítico del año, para mi no hay duda. Calladito te lo tenías y no me parece bien. El trofeo ( o diploma o lo que otorguen) te lo puedes quedar, pero la dotación en metálico o la repartes con nosotros o al menos te invitas a unas buenas cervezas con tapa de paella. Si no lo hicieres atente a las consecuencias, comenzaremos a divulgar bulos sobre ti y hasta creerán que tus artículos los escribe un negro recién llegado de las Antillas.

Abrazos muy efusivos (sin mascarilla ni miedo al coronavirus). Muchas felicidades por el reconocimiento.

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