GUS MORNINS 11/2/20

“Es difícil explicar a la gente cómo era vivir en los estudios de cine. Había sitios para comer. Había sitios para cenar. Había sitios donde ver películas después de cenar. Nunca se paraba. Todo funcionaba veinticuatro horas al día. No abandonabas el estudio para acudir a registrarte para poder votar porque alguien lo hacía por ti. No abandonabas el estudio para renovar tu carnet de conducir. Alguien lo hacía por ti. El peluquero estaba abierto veinticuatro horas al día si lo necesitabas. Había dentistas. Había médicos a tiempo completo. Era como si vivieras en un ducado que no era tuyo”.
                                                                              Joe Mankiewicz
Sí es el momento de honrar a este director que hoy hubiera cumplido los ciento once años de edad. Posiblemente uno de los mejores que haya dado el cine y uno de los más olvidados. Es uno de esos pocos directores en los que no se puede decir que una sola de sus películas fuera mala, otra cosa es que te interesara lo que te estaba contando, pero toda su obra es de un altísimo nivel y es uno de los más grandes. Mucho mejor que Bong Joon-Ho, por ejemplo.
Joe Mankiewicz era hijo de un emigrante alemán judío que se fue de Alemania allá por 1885 a la corta edad de diecisiete años. Franz Mankiewicz consiguió estudiar y hacerse profesor del New York City College y llegó a dar clases universitarias sobre lengua, educación y cultura hebrea. Su posición privilegiada hizo que sus tres hijos, Herman, Emma y Joe recibieran una esmerada educación.
En realidad, Joe quiso ser médico. Sin embargo, una sola asignatura se le atragantó y no pudo aprobarla. Así que se licenció en Arte en la Universidad de Columbia y se enroló de corresponsal para el Chicago Tribune para escribir desde Berlín. Allí trabó amistad con las luminarias del teatro centroeuropeo como Max Rheinhardt, Erwin Piscator y Bertolt Brecht y comenzó a ser traductor de intertítulos de las películas mudas de la UFA, la todopoderosa productora alemana, dominadora de grandes títulos en los años de la pre-guerra. Más tarde, el periódico le destinó en París y ya no le gustó tanto. Aburrido y ligeramente arruinado por las juergas que se corría, se agarró a un trabajo que su hermano Herman le ofrecía desde Estados Unidos en el departamento de producción de la Metro Goldwyn Mayer.
Joe era muy listo y, después de observar el oficio y trabajar como chico para todo en el departamento de producción, comenzó a escribir guiones. Se iba a rodar una película de gangsters con James Cagney de protagonista, El enemigo público número uno y al director W.S. Van Dyke no le gustaban algunas cosas del guión. Se llamó a Joe para remendarlo y la película obtuvo un gran éxito. Tanto es así que ganó el Oscar de aquel año al mejor guión (igual que a Bong Joon-Ho) y Joe no estaba acreditado en el mismo. Lo recogió Arthur Caesar que es quien figuraba en los créditos. Sin embargo a W.S. Van Dyke le gustó lo que hizo Joe con el guión, así que le encargó la escritura de dos guiones a mayor gloria de Joan Crawford, Cuando el diablo asoma y Yo vivo mi vida.
El caso es que Joe se veía con la capacidad de dirigir sus propios guiones y le molestaba bastante que le tocaran una sola coma. Así que comenzó una labor de zapa con Louis B. Mayer, para que le dejara dirigir. Mayer veía que el chico realmente valía, pero le dio un consejo que Joe guardó como un tesoro durante toda su vida: “No vas a dirigir de momento. Vas a producir. Antes de andar, tienes que aprender a gatear”. A Joe no le hizo ni pizca de gracia, pero se dio cuenta de que era el único camino que podía tomar.
Durante siete años, entre 1935 y 1942, Joe desempeñó una notabilísima carrera de productor con títulos que han pasado a la historia del cine como Furia, de Fritz Lang; Historias de Filadelfia, de George Cukor; Las llaves del reino, de John Stahl, o La mujer del año, de George Stevens, que propició el famoso encuentro entre Tracy y Hepburn que ha tenido múltiples versiones. Él lo zanjó como un encuentro en los pasillos en los que él iba con Tracy y se cruzó Hepburn. Kate, insolente siempre, se volvió mientras andaba y dijo aquello de “creo que es usted un poco bajito para mí, señor Tracy” y fue el propio Joe el que contestó “no te preocupes, Kate, él te bajará a su altura”.
Cuando llegó el año 42, Mankiewicz se sorprendió de que Mayer le ofreciese otro contrato como productor. No le veía aún hecho para ponerse detrás de la cámara, así que Joe se buscó otro estudio que le quisiese como director. Lo consiguió en la Twentieth Century Fox y en 1944 sustituyendo a un enfermo Ernst Lubitsch, por fin, dirigió su primera película, El castillo de Dragonwyck, con Vincent Price y Gene Tierney en los principales papeles. En 1947 rueda su primera obra maestra, El fantasma y la señora Muir. Cuando esta película obtuvo un éxito resonante, le preguntaron de quién había aprendido. Rápido y sin pensárselo, contestó: “De Ernst Lubitsch. Él me enseñó el cómo y el cuándo”.
Dio la sorpresa en la ceremonia de los Oscars de 1949 con el premio a la mejor dirección por Carta a tres esposas, renovando la narrativa fílmica de una forma impresionante e imaginativa. Una grandísima película en la que Joe pone de manifiesto un estilo que iba a ser su sello personal en toda su carrera. Al año siguiente, vuelve a ganar el Oscar a la dirección por Eva al desnudo, una brillante radiografía del mundo del teatro con un reparto acertadísimo. Como anécdota habría que decir que él creía que no se lo iban a conceder porque era muy raro (en aquella época sólo lo había conseguido John Ford) que se premiara al mismo director durante dos años seguidos. El premio “Sarah Siddons” que sale en la película, totalmente inventado, fue creado como consecuencia de la propia película.
A partir de ahí, grandes e irrepetibles películas. Maravillosa Operación Cicerón, con James Mason personificando esa obsesión suya por el arribismo que ya había apuntado en Eva al desnudo; Julio César elevando a Marlon Brando a los altares de Shakespeare (como dijo Laurence Olivier “para imaginarse el mérito de Marlon Brando habría que imaginarse también a John Gielgud haciendo el papel de Stanley Kowalski en Un tranvía llamado Deseo), La condesa descalza, otra radiografía sobre el mundo terriblemente competitivo del cine, el musical Ellos y ellas, mucho mejor de lo que mucha gente cree y De repente, el último verano, turbador drama basado en Tennessee Williams que dirigió de una forma extraordinariamente sólida.
Él mismo dijo que Cleopatra fue su pesadilla. Nunca quiso hablar de esa película. Lo cierto es que llegó para sustituir a Rouben Mamoulian en la dirección, se desecharon los doce minutos que había llegado a rodar y que estaban costando un precio desorbitado, rodó todo de nuevo, hizo cambios en el reparto y en el guión, tuvo que pelear con unos y con otros y casi no pudo supervisar el montaje porque sufrió un ataque al corazón que le dejó fuera de combate durante dos años. Sólo dijo en cierta ocasión: “Muchas veces me han preguntado que sentía durante el rodaje de Cleopatra. Imagínense como si ustedes tuvieran que ir a trabajar con una guillotina sobre su cabeza.”. Lo cierto es que Cleopatra es una película bellísima, dotada de una rara sensibilidad, que precipitó el cataclismo del studio system porque costó mucho más de lo debido (parece ser que la suma asciende a sesenta y tres millones de dólares y recaudó algo más de setenta) y obtuvo unos beneficios muy exiguos. Demasiado esfuerzo para tan poca recompensa. Mankiewicz cayó en desgracia y, hoy en día, podemos disfrutar de una gran película y un gran clásico.
En 1967 vuelve al cine para dirigir la estupenda Mujeres en Venecia, puesta al día del Volpone, de Ben Johnson con unos impecables Rex Harrison, Cliff Robertson y Maggie Smith. Sin embargo, la crítica la recibió con cierta frialdad. En 1970 dirige el western más antiwestern de toda la historia del western con El día de los tramposos, inteligentísima película con Kirk Douglas y Henry Fonda a la cabecera del reparto que, sin embargo, tampoco tuvo ningún éxito. Su última película, y su última obra maestra, fue La huella, con Laurence Olivier y Michael Caine humillándose mutuamente y jugando a algo muy peligroso. Nuevamente, el arribismo era un protagonista más de una de sus películas.
A pesar de que sólo tenía sesenta y cuatro años, Joe Mankiewicz no volvió a dirigir nunca más. No le gustaba el cine y pensaba que George Lucas y Steven Spielberg lo estaban matando (hoy, ya se sabe, no se puede hacer ese tipo de declaraciones).
Tuvo una enfermedad dermatológica en los dedos que se le manifestaba preferentemente al sentir “stress” mientras dirigía. Por eso, en muchas de sus fotos, se le puede ver dirigiendo con guantes puestos.
Como era bastante deslenguado, y a pesar de ser un director de éxito, Darryl Zanuck, director de la Fox, le impuso como medida disciplinaria en 1954 escribir cuatro episodios de la serie Rin Tin Tin. Joe, que no era ningún tonto, escribió los únicos cuatro episodios en los que el perro se comportaba como un cobarde.
Produjo la película Tres camaradas, de Frank Borzage, en 1938. El guión lo había escrito un tal Francis Scott Fitzgerald y Joe le hizo unos cuantos retoques. Tantos que hubo que eliminar de los créditos al escritor. Desde entonces, Scott Fitzgerald se refirió a Mankiewicz como “Monkeybitch”.
Está considerado como uno de los directores que mejor han sabido adaptar las obras de teatro al cine. Sin embargo, en contra de lo que pudiera pensarse, nunca dirigió una obra de teatro. Sólo en una ocasión dirigió en el Metropolitan, una ópera, La boheme.
Dirigió uno de los más grandes documentales que se han hecho nunca: “King: A filmed record. Montgomery to Memphis” sobre Martin Luther King. El otro director de la cinta fue Sidney Lumet. Está considerado como uno de los documentales que deben preservarse para las generaciones venideras en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Os dejo con un video con un buen puñado de posters muy bonitos de sus películas. En esta lista hay películas que no he nombrado, pero que son igualmente destacables en la filmografía de cualquier director. Ahí están joyas como Escape y Solo en la noche, sus dos incursiones en el cine negro; su alegato contra el racismo de Un rayo de luz, con unos enormes Richard Widmark y Sidney Poitier; la muy polémica y nunca estrenada en España por su visión del aborto Murmullos en la ciudad; la versión de la novela de Graham Greene El americano tranquilo, lastrada por la imposición por parte del Departamento de Estado de cambiar el final porque, oficialmente, los Estados Unidos no estaban interviniendo en Vietnam; o esa impresionante versión en negro de El rey Lear que es Odio entre hermanos. Un director legendario.

Y como mosaico, ahí lo tenéis dando unas indicaciones previas de cómo veía él Julio César a John Gielgud, Greer Garson y Deborah Kerr.




Comentarios

dexterzgz ha dicho que…
Después de confirmar que en efecto Josehp Leo Mankiewicz es mejor director que Bong Joon-ho habría que añadir que es uno de mis favoritos,y que es probable que no hiciese una película mala en su vida (no he visto todas, que tampoco son tantas, pero si un noventa por ciento). Si nos ponemos tikismikis se podría decir algo de "El americano tranquilo" que creo que tuvo problemas de producción (me parece una buena película, pero por una vez me quedo con el remake de Caine y Fraser).

Hablar de Mank es hablar de buen cine, de teatro filmado, de gran director de actores (me estoy acordando ahora de Kirk y de "El día de los tramposos") y de excelentes peliculones.

Estaremos ahora atentos al estreno de "Mank" de David Fincher (peor director también que Joseph Leo). El prota es su hermano Herman, guionista de "Ciudadano Kane". A Joe lo interpreta un tal Tom Pelprhey a quien no tengo el gusto.

Uno de mis favoritos. Gracias por recordarlo


Abrazos dejando huella
carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
Jajaja, pues si que te ha escocido el premio coreano. Que ataque tan gratuito al bueno de Bong, parecrs el otro C. B. tirando de fobias.

Bromas aparte Mank es mucho mejor director que la mayoría de los actuales y también que muchos de sus contemporáneos. Solo con "Eva al desnudo", una de mis películas favoritas de todos los tiempos, merecería figurar entre los mas grandes. Pero hay mucha tela en el resto, de hecho como comenté en el homenaje a Kirk, "El dia de los tramposos" es para recordar toda la vida.

¿Y qué decir de "La huella"? Una de las mejores últimas películas de un director que se pueden señalar (para mi "Dublineses" sería otra)

Spielberg y Lucas acabando con el cine, y ahora el tito Steven nos parece un gran clásico ¿No será que somos un poco nostálgicos y redistentes al cambio?

Es probable que pensemos que los cambios son a peor, pero no siempre tendremos la razón.

Abrazos de arribista

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