EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXXIII)
Tal vez seas demasiado puro para las impurezas
naturales de la ley, Paul
ANATOMÍA DE UN ASESINATO ( Anatomy of
a murder). USA, 1959. Dir Otto
Preminger, con James Stewart, George C. Scott, Lee Remick, Ben Gazzara, Arthur
O Conell, Eve Arden (160 min)
A
Otto Preminger se le conocía en los mentideros de Hollywood con el sobrenombre
de “Otto el Ogro”. Con fama de no
tener pelos en la lengua y de ser extremadamente severo en los platós, Otto
Preminger nunca gozó de demasiadas simpatías entre sus compañeros de oficioen
sus más de cuarenta años de actividad en Hollywood. Actores, productores y
técnicos, especialmente los primeros, le consideraban un déspota tiránico y
temían tener que ponerse a sus órdenes en una película o incluso tratar con él.
Sin embargo, esa fuerte personalidad sirvió entre otras cosas al director para
mantener su independencia a lo largo de toda su carrera, y traspasar fronteras
que hasta entonces nadie había rebasado en el cine estadounidense. Preminger
fue el primero en enfrentarse abiertamente al código Hays al que desafió
introduciendo palabrotas y referencias de tipo sexual en sus películas, o
solicitando la colaboración de profesionales perseguidos por la caza de brujas
como Dalton Trumbo. Al mismo tiempo, también se dice que Preminger era un
director con mentalidad de productor, y que no había nadie tan disciplinado
como él a la hora de adaptarse a los límites de un presupuesto.
Había
nacido el 5 de diciembre en la localidad de Witnitz, territorio en la
actualidad ucranio pero que en esos momentos pertenecía al Imperio
Austrohúngaro. Su padre Markus, un
polaco de confesión judía, ocupaba un destacado puesto dentro de la magistratura
al servicio del archiduque Francisco José. Tras el asesinato de éste en
Sarajevo, la familia Preminger se trasladaría a Graz y después a Viena que Otto
siempre consideraría su ciudad natal. Allí comenzó a estudiar leyes intentando
seguir los pasos de su padre, aunque finalmente se interpondría en el camino la
pasión que le vendría inculcada por su abuelo, el teatro.
La
primera intención de Otto era la de hacerse actor; tenía cualidades más que de
sobra para ello, físico agraciado y voz penetrante, por lo que no dudó en
apuntarse a un grupo local. Entre los papeles más destacados que interpretó en
aquella época figura el de Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare, pero su afición
por las tablas fue creciendo cada día más hasta el punto de comenzar a estudiar
las técnicas del montaje teatral. Uno de
sus grandes maestros fue el prestigioso Max Reinhard a quien conoció en 1923,
justo en la época en la que éste se encontraba planeando levantar una compañía
estatal en Viena.
En
1931 debuta en la dirección cinematográfica con Die Grosse Liebe, un encargo
que acepta un poco a regañadientes pero con el que finalmente descubrirá los
encantos del nuevo medio. En los años siguientes dirigirá casi una treintena de
films, perdidos muchos de ellos, en los que trabajará entre otros con Luise
Reiner, futura estrella de Hollywood y ganadora de dos Oscars (fue también la encargada
de anunciar la estauilla para José Luis Garci con aquel inolvidable” vouulver a
empessssarrrr”.
Su
salto definitivo a Estados Unidos se produce en 1935 cuando un productor Joseph
Schenk le reclama para trabajar en la 20th Century Fox, el estudio que acaba de
crear junto a su socio Darryl F. Zanuck después de abandonar ambos la United Artist.
Schenk y Zanuck querían situar su nueva compañía a la altura de las otras
grandes majors de la época como Metro o Paramount, y lo estaban consiguiendo a
base de reclutar nuevos talentos. El primer encargo que tuvo Preminger encima
de la mesa fue Under your spell (1936) un musical
al servicio de Lawrence Tibbett, un barítono a quien el estudio quería lanzar
al estrellato; el segundo, en cambio, se frustró porque el actor elegido para
interpretar al protagonista, Wallace Berry, se negó a trabajar con un director
del que ni siquiera sabía pronunciar su nombre.
Tras
la modesta screwball, Amor en la oficina (1937), Zanuck pone
de patitas en la calle al director por sus continuas desavenencias en el rodaje
de su siguiente largometraje. Se consuma el previsible choque de egos, y Preminger
no tiene otro remedio que buscarse la vida en otro sitio. Aprovechando su
experiencia teatral se dirige a Broadway donde se pone al frente de diversos
montajes. Dirige entre otros a Vincent Price o a John Barrymore, e incluso él
mismo tiene la oportunidad de demostrar sus dotes como actor interpretando a un
malvado cónsul nazi en la obra Margin for error. El éxito de la
pieza hacía inevitable su adaptación cinematográfica y Hollywood, la Fox en
concreto, acabó comprando los derechos.
Preminger volvía a casa, pues nadie mejor que él, se pensó, para dar
vida en pantalla al personaje que ya había representado sobre las tablas. Lubitsch era el director elegido para dirigir
la película, pero al retirarse del proyecto dejó el campo libre a Preminger
que, pese a las reticencias del estudio, acabó tomando las riendas.
Las
viejas rencillas entre Preminger y Zanuck volverían a salir a la superficie en
la preproducción y el rodaje de Laura (1944), la que habría ser la siguiente película en
la filmografía del director. Zanuck había confiado en un principio las labores
de realización del film a Rouben Mamoulian que,al igual que Preminger, provenía
del mundo del teatro, pero el cineasta acabaría siendo despedido a las dos
semanas de empezado el rodaje. Al parecer, esta vez, el culpable de esta
expulsión no fue tanto Zanuck sino el propio Preminger, que no veía con
especial entusiasmo los cambios que el director contratado había empezado a
hacer en el guión. Al final, el
austríaco, a quien el estudio había encargado mantener cierto control en la
producción, se salió con la suya y acabó dirigiendo la película.
No
se acabaron ahí los problemas. Preminger se vio obligado a enfrentarse a la
productora para incluir en el reparto a Clifton Web, rechazado por Zanuck
debido a su condición de homosexual. Web interpreta al villano dentro un relato
que arranca como una investigación policial más en torno a la desaparición de
una mujer, pero que sorprende con cada nuevo giro de guión; el reparto se
completa con la bellísima Gene Tierney y el siempre efectivo Dana Andrews. La
película fue todo un éxito de crítica y público, y supuso para su máximo
responsable la primera de sus nominaciones al Oscar a Mejor Director. No ganó,
en favor del gran triunfador de la noche, Leo McCarey que llevó también su film
Siguiendo
mi camino
a lo más alto, pero qué importa. Laura permanece hoy no solo como uno de los
grandes títulos de la filmografía de su autor sino un clásico indiscutible de
la historia del Séptimo Arte.
Preminger
esperaba que el éxito de Laura le proporcionase mayor libertad a la hora de
abordar nuevos proyectos más personales, pero su futuro seguía ligado al de su
“querido amigo” Zanuck. El productor le encargó entonces incorporarse al rodaje
de La
zarina
(1945), remake de un viejo clásico de Ernst Lubitsch, según un texto de Mechior
de Lengyel, quien previamente había escrito Ser o no ser. Estaba previsto que el propio
Lubitsch dirigiese la nueva adaptación de su propia obra – de hecho empezó a
filmarla y su nombre aparece en los créditos – pero un repentino infarto hizo
que se retirara del proyecto y obligó a la productora a buscar un sustituto.
Cine
negro, comedia. Preminger está dispuesto a demostrar que no hay género que se
le resista y prueba un poco más tarde con el melodrama. Daisy Kenyon, que aquí
se conoció con el grandilocuente título de Entre el amor y el pecado, propone un
triángulo amoroso en el que están involucrados Joan Crawford, Henry Fonda y
Dana Andrews. Con esos ingredientes, qué podía fallar. Preminger comienza a
tener problemas con el código Hays en Ambiciosa (1947), una producción de época
que hace honor a su título y nace como una réplica tardía de la Fox al éxito de
Lo
que el viento se llevó. El proyecto estaba pensado en un principio para John M Sthal, pero
Preminger actúa de nuevo como comodín y acaba dirigiendo un film que sufrió los
rigores de la censura.
Los
destinos de Lubitsch y Preminger vuelven a cruzarse en los años siguientes,
primero, cuando el maestro berlinés muera en pleno rodaje de La dama de
armiño
(1948) y se piense en Preminger para sustituirle y concluirlo. Un año más
tarde, este último presentará su propia adaptación de la obra de Oscar Wilde El abanico
de Lady Windermere, que ya había conocido una versión anterior a cargo del creador de Ninotchka en 1925.
Estamos
ya en los cincuenta y Preminger regresa al género en el que ha cosechado su
mayor éxito hasta la fecha, el cine negro.
Precisamente la pareja protagonista de Laura vuelve a reunirse en Al borde del peligro (1950), un título menor en
la trayectoria del director que, sin embargo, toca el cielo con su siguiente
trabajo. Cara de ángel (1953) surgió como un encargo del todopoderoso
Howard Hughes en un intento por promocionar la emergente carrera en Hollywood
de la británica Jean Simmons, A Preminger no le gustaba nada la historia de esa
niña rica que termina llevando a la perdición a ese conductor de ambulancias
del que se encapricha, así que se empleó a fondo con los guionistas para
perfilar el libreto y darle alguna vuelta. El resultado no puede ser más
espectacular, y ahí queda uno de los grandes clásicos del género. La química
entre la Simmons y Robert Mitchum es perfecta, y el final es de esos que no se
olvidan fácilmente.
Preminger
tiene un nuevo encontronazo con la censura cuando rueda ese mismo año La luna es
azul (1953), una comedia
que aborda de un modo sutil el tema de la virginidad. El director se ve obligado por contrato a
participar en un western – el único en toda su carrera- Río sin retorno (1954) con, de nuevo,
Robert Mitchum y una Marilyn Monroe que ya ha empezado a despuntar como mito
erótico gracias al éxito de Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawks,
1953). A Preminger no le gustaba nada la idea de trabajar con la actriz, y por
su parte ésta tampoco se llevó bien con su compañero de reparto durante el
rodaje. Así pues, lo más destacable de
este irregular película está en la espectacularidad de los escenarios naturales
en los que se filmó –los parques nacionales canadienses de Banff y Jasper – y
en el gancho de Norma Jean interpretando Down in the meadow o el resto de temas
de la banda sonora.
Para
olvidar el fracaso que supone Rio sin retorno, Premingerdecide
acercarse al cine musical, género que hasta entonces sólo había abordado en una
ocasión. Fue en Centennial summer (1946), una comedia
con música dl gran Jerome Kern con la que la Fox pretendía contrarrestar el
éxito cosechado por Cita en San Luis que Vincente Minnelli
había rodado para la Metro dos años antes. Mucho más audaz y acorde a los
tiempos, Carmen Jones (1954), es una particularísima adaptación de la ópera
de Bizet, trasladando el drama desde la Sevilla del siglo XIX a la Norteamérica
del mediados del XX con el asunto de la segregación racial de fondo. El proceso de Billy Mitchell (1955) supone un
claro precedente de Anatomía de un asesinato, en tanto su
director aborda por primera vez en su carrera el drama judicial, reconstruyendo
el consejo de guerra que sufrió un general norteamericano acusado de traición
por parte de sus superiores. Del mismo año data El hombre del brazo de oro, la primera
película en la que Hollywood trataba sin tapujos el tema de la drogadicción. La
película merece ser recordada por la novedosa banda sonora de Elmer Bernstein,
y desde luego por la soberbia interpretación que Frank Sinatra hace del
personaje principal.
Preminger
se pasa al drama histórico con Santa Juana (1957), conocida también aquí en
España como La dama de hierro, en la que recrea
los últimos días en la vida de la heroína francesa Jeanne d´Arc, la célebre
doncella de Orleans. La película, basada
en una pieza teatral del dramaturgo Bernard Shaw, fue convertida en guión
cinematográfico por Grahan Greene, y constituyó el debut en la gran pantalla de
la futura musa de la “nouvelle vague, Jean Seberg, que en el momento del rodaje
contaba diecisiete años, los mismos que la santa cuando murió. Durante la filmación
de la escena del sacrificio en la hoguera de la protagonista, la actriz sufrió
en su cuerpo quemaduras de diversa consideración debido a un problema técnico
surgido en el plató al manipular el mecanismo que encendía el fuego. Pese a la
mala experiencia, Seberg repitió a las órdenes del director en su siguiente
trabajo, Buenos días, tristeza, adaptación de la célebre novela de François
Sagan, basada a su vez en unos versos de Paul Eluard. Allí se encontró con
David Niven o Deborah Kerr entre otros.
En
el año de estreno de Anatomía de un asesinato, Preminger presenta
también en los cines Porgy y Bess, un musical que sigue la senda trazada
por el éxito años antes de Carmes Jones. Con música de los hermanos
Gerswin, basada en el libreto que ellos mismos habían compuesto a mediados de
los años treinta, y con interpretaciones de Sidney Poitier y Sammy Davis Jr, la
obra no alcanzó la repercusión de su predecesora.
Preminger,
que lleva ya tiempo produciendo sus propias películas, obtiene uno de los
mayores éxitos comerciales de su carrera con Éxodo (1960), adaptación del best seller de Leon Uris en
torno a la fundación del Estado de Israel en 1948. Al igual que el texto en el que se inspiraba,
la película, una superproducción con todas las de la ley, fue cuestionada por
críticos y estudiosos que atacaron su sesgado planteamiento histórico. El film,
una superproducción con todas las de la ley, acusa un metraje excesivo y la
historia de amor entre Paul Newman y Eve Marie Saint está metida un poco con
calzador. En España, la censura franquista alteró el doblaje en algunos
diálogos en los que se aludían a los crímenes nazis contra la comunidad judía. Preminger
hizo gala una vez más de su arrolladora personalidad al lograr que el nombre de
Dalton Trumbo, marginado tras su inclusión en las listas negras de la caza de
brujas, volviera a aparecer en los títulos de crédito de un film (el estreno de
Éxodo tuvo lugar antes
que el de Espartaco en la que también aparece acreditado el guionista).
El
director ha decidido definitivamente aliarse con la polémica y sus dos
siguientes trabajos levantan ampollas tanto entre la clase política como en la
eclesiástica. Así, Tempestad sobre Washington, basada en una novela
ganadora del Pulitzer, se centra en el mundo de la corrupción política buceando
en las llamadas cloacas del estado. Con un reparto de auténtico lujo (Fonda,
Laughton, Pidgeon…), está considerada una de los mejores dramas políticos de la
historia, y su vigencia va más allá del contexto de la Guerra Fría en el que se
rodó. Por su parte, otra superproducción, El cardenal recorre la vida de
un sacerdote desde su ordenación hasta su llegada a la Curia Vaticana; en el
camino se hace un repaso completo a todos los problemas y controversias que en
ese instante tiene encima de la mesa la Iglesia Católica, a cuya jerarquía, por
supuesto, no le hizo excesiva gracia el mensaje del film. Dos curiosidades.
Una, John Huston ganó el Globo de Oro como mejor actor secundario del año por
su primer papel relevante en una película no dirigida por él (también fue
nominado al Oscar). Dos, la persona encargada de las relaciones públicas entre
la productora y la curia vaticana era un tal Joseph Ratzinger, que años más
tarde ocuparía el trono de Pedro bajo el nombre de Benedicto XVI.
Ya
en los setenta, convertido en leyenda viva del cine y en referente para las
nuevas generaciones, Preminger completa su filmografía con un melodrama
interpretado por Liza Minnelli en torno al tema de la discapacidad (Dime que
me amas, Junie Moon, 1970), una intriga con toques de comedia negra (Extraña
amistad, 1971) y un thriller de espionaje con el conflicto palestino de
fondo y Peter O´Toole en la cabecera del cartel (Desafío al mundo,
1975). Para cerrar su obra, el cineasta elige adaptar a uno de sus antiguos
colaboradores, Graham Greene, de quien lleva al cine su novela El factor
humano (1979).
Otto
Preminger murió el 23 de abril de 1986, víctima de un cáncer. Tal vez la
primera imagen que nos venga a la cabeza sea la de ese oficial nazi Ober von Scherbach
que interpretó para Billy Wilder en su película Traidor en el infierno.
Wilder sabía cómo se las gastaba su compatriota en los rodajes; y de su mano
dura con los actores; a buen seguro, también sabía que ese mismo carácter de
hierro serviría para abrir muchas puertas y derribar muchos muros en el
Hollywood que ambos compartieron.
Paul
“Pauly” Bergley es un abogado de mediana edad residente en la localidad de Iron
City, en Michigan. Allí, durante diez años, Bergley ejerció como fiscal del
condado, pero en la actualidad se mantiene como puede llevando pequeños casos y
tramitando divorcios. La mayor parte de su tiempo libre la dedica a sus dos
aficiones favoritas: el jazz y la pesca. Soltero vocacional, Paul vive solo y
de vez en cuando recibe la visita de un viejo amigo ya jubilado, Parrel
McCarthy, al que llama cariñosamente “letrado”, pues también se dedicaba a las
leyes cuando estaba en activo. Parrel tiene desde hace años tiempo problemas con
la bebida, y su antiguo compañero intenta apartarle de ella.
Una
noche, al volver de pesca, Paul encuentra una nota que le ha dejado Maida, su
secretaria que le informa que ha intentado ponerse en contacto con él una tal
señora Manion. El abogado llama al
teléfono indicado y nadie contesta, pero al momento la interesada le devuelve
la llamada para preguntar por sus servicios y concertar una cita con él.
McCarthy, que acaba de llegar a casa de su amigo, le informa que el “caso
Manion” está en todos los periódicos locales desde hace un par de días: Laura
Manion es la esposa de un teniente del ejército desplazado en una base militar
próxima al pueblo. La mujer fue violada noches atrás por Barney Quill, el dueño
de un hotel de una localidad cercana, y su marido le mató a sangre fría al día
siguiente en el mismo lugar donde tuvo lugar la agresión. El acusado fue
detenido, y permanece provisionalmente en el calabozo de las dependencias
policiales de Iron City.
El
encuentro entre Paul y la señora Manion tiene lugar a la mañana siguiente a las
puertas de la prisión. Laura Manion resulta ser una mujer joven y
extremadamente atractiva que recibe a Paul acompañada de su pequeño perrito
Muffi; las gafas oscuras tras las que oculta su rostro no dejan ver las heridas
que le causó Quill. Ya en el interior, Bergley conoce a Frederick Manion, con
el que tiene un primer careo. Allí descubre que el hombre que reclama su
defensa es un antiguo combatiente de Corea, y que fue abandonado por su primera
esposa debido a su carácter violento.
Esa
misma tarde, Paul vuelve a reunirse en su despacho con Laura a la que pide le
relate los detalles de la noche de la agresión.
Ella le cuenta que se encontraba en el bar del hotel de Quill cuando
este se ofreció a acompañarla a su casa. Los Manion viven en una caravana
situada en un camping anexo a la base, en cuyos alrededores tuvo lugar la
violación. Más tarde, Bergley descubrirá que la ropa que llevaba la víctima la
noche de autos fue entregada a la policía, a excepción de las bragas que nadie
encontró. En alguna parte de la entrevista, Laura parece contradecirse en sus
afirmaciones, y durante toda ella intenta coquetear con el abogado sin ningún
tipo de miramiento.
Paul
está dispuesto a llevar el caso y pide a Parrel que le ayude a prepararlo;
éste, que ve en la solicitud de su amigo una tabla de salvación para reorientar
su carrera profesional y de paso su vida, acepta, aunque advierte que la suya
será una colaboración en la sombra y que no se dejará ver por el tribunal. Paul
se dirige a comunicar su decisión a Manion anunciando que sus honorarios
ascenderán a tres mil dólares. La noticia es bien recibida por el militar, a
pesar de que en su primer encuentro se enteró de que Bergley tiene muy poca
experiencia como defensor.
Mientras
McCarthy empieza sus pesquisas en la base donde ejercía el teniente, Bergley se
dirige al bar del hotel de Quill donde se encuentra con Al, uno de los
camareros que le cuenta que su jefe era una persona querida por todos. Por
mediación de Maida, los abogados se reúnen también con Mary Pilan, otra de las
empleadas del hotel de Quill. Según todos los rumores, Plant y Quill eran amantes.
Una
noche, mientras está tocando el piano en un club junto a la banda de jazz de su
amigo Pye Eye, Paul reconoce a Laura, bailando de forma provocativa, con
evidentes síntomas de embriaguez y rodeada de hombres. Bergley recrimina la
actitud de la mujer de su defendido y la saca del establecimiento, pidiéndole
que la lleve al lugar donde fue agredida. Al llevarla de vuelta a la caravana,
la señora Manion intenta de nuevo seducir a Paul invitándole a pasar a tomar,
propuesta que éste rechaza de forma tajante.
En
la vista previa al juicio, Bergley descubre que el caso será llevado por un
juez sustituto debido a la enfermedad del titular. En la misma sesión, le
informa tanto a él como al fiscal Mitch Lodwick que su defendido será
previamente sometido a un examen psiquiátrico por parte de un médico del
ejército, no encontrando objeción a ello en ninguno de los dos.
La
estrategia de la defensa será pues hacer ver al tribunal que Frederick Manion
sufrió una enajenación mental transitoria en el momento en el que disparó a
Barney Quill. Es lo que en psiquiatría se conoce como “reacción disociativa”,
en la que un impulso irresistible priva al criminal de distinguir
momentáneamente el bien del mal. Berley y McCarthy encuentran entre sus libros
de leyes un caso ocurrido en 1886 en el que este mismo argumento sirvió como
eximente.
En
la primera sesión del juicio, y después de las formalidades previas del juez
asegurándose de que los miembros del jurado no conocen a nadie de los
involucrados en la causa, el fiscal Lodwick presenta al que será su ayudante en
la misma, Charles Dancer. A Dancer su reputación y su prestigio le preceden, y
su presencia en la sala sorprende a la defensa. Como primera medida, el
ministerio fiscal solicitará tener su propio examen psiquiátrico del acusado.
Los
primeros testigos en declarar son uno de los forenses de Iron City y un
fotógrafo que ejerció su trabajo la noche del asesinato de Quill. Ambos dan
cuenta de las circunstancias que rodearon el crimen. Otro de los llamados al
estrado es Al, el camarero del hotel. Al inicio de una de las sesiones, Bergley
echa en falta a Parell y pregunta a su secretaria si sabe dónde está. La
respuesta es afirmativa, pero Maida ha prometido no desvelar el paradero del
letrado que no tardará en descubrirse.
A
su regreso de Ontario, Canadá, McCarthy sufre un accidente con el coche y es
internado en el hospital. Bergley va a visitarle y es entonces cuando descubre
que su amigo ha estado investigando y tiene noticias frescas. Cuando Paul y
Parrell se reunieron con Mary Pilant, a éste le extraño que la muchacha
estuviese viviendo en Canadá y que Quill hubiese ido tan lejos para contratar a
una simple empleada. La razón era muy sencilla: Mary era en realidad hija de
Barney Quill.
Ya
en el juicio, Dancer hace subir a declarar a Laura Manion y se muestra implacable
ante ella. En primer lugar, le pregunta por la misteriosa desaparición de sus
bragas la noche en la que Barney le atacó, después logra que confiese que su
esposa le hizo jurar sobre un rosario que fue violada. Al ayudante del fiscal
le sorprende que alguien que se declara católico como ella sea capaz de jurar
sobre un rosario algo que, empieza a sospechar, no ocurrió en realidad.
Asimismo durante la declaración, Dancer pone al descubierto que Manion es un
hombre extremadamente celoso al recordar un episodio en el que durante una
fiesta el teniente golpeó a un alférez por considerar que estaba flirteando con
su esposa.
Bergley,
que hasta ese momento se ha mostrado en el tribunal algo titubeante e incluso
apático, empieza a sacar la artillería pesada. Saca a relucir en primer lugar
el caso de 1886 a modo de precedente del proceso contra Manion. Y en uno de los
recesos de la vista, se gana la simpatía del juez al hablarle de los trucos que
utiliza para obtener una buena pesca. Por su parte, el psiquiatra consultado
por el ministerio fiscal no cree que el de Manion sea un caso de reacción
disociativa.
El
penúltimo golpe de efecto por parte de Dancer es llamar a declarar a Duane
Miller, un criminal que ha compartido celda con el acusado durante su estancia
en prisión. Miller afirma que el teniente se pavoneó en una ocasión ante los
presos de que había engañado a su abogado y a su psiquiatra, y que a buen
seguro terminaría engañado al jurado que le declararía inocente. El testimonio
de Miller provoca el enfado de Bergley que reacciona ante la sala con una
airada vehemencia. Sin embargo, todavía
guarda una bala en la recámara. La siguiente en declarar es Mary Pilant.
Ante
el acoso al que la somete Dancer, la testigo reacciona con valentía, y termina
no solo confesando que Quill era su padre, sino mostrando públicamente las
bragas de la señora Manion que encontró en la lavandería del hotel la mañana
después de la violación. No hay más preguntas. El jurado se retira a deliberar.
A
la mañana siguiente, Paul, Parrell y Maida se dirigen al tribunal para escuchar
el veredicto. Durante la espera, y mientras Bergley desgranaba unas notas al
piano, han estado reflexionado sobre la responsabilidad de los jurados y el
papel de la justicia. A las puertas de la sala, Paul encuentra a Laura
que,totalmente ebria, se burla de él enseñándole una de sus bragas sin signo
alguno de violencia y asegurándole de que, sea cual sea el resultado del
juicio, su marido continuará agrediéndola en el futuro. El jurado declara a
Manion inocente, dando por buena la tesis de la reacción disociativa
introducida por la defensa.
Pasados
unos días, Bergley y McCarthy visitan la caravana de los Manion para cobrar sus
honorarios, pero comprueban que estos han volado. Los dos amigos regresan a casa
con la consiguiente frustración y sensación agridulce de fracaso. En el
trayecto, no obstante, Pauly verbaliza una idea que lleva tiempo barajando;
reabrir su bufete con el viejo Parrell como socio. Su primer cliente será Mary
Pilant, y su primer trabajo, administrar el patrimonio que heredó de su padre,
Barney Quill.
Creo
que es de justicia - nunca mejor dicho- comenzar
estas líneas sobre Anatomía de un asesinato resaltando la
figura de Saul Bass. A fin de cuentas, su trabajo es lo primero que uno ve
siempre que se acerca a contemplar esta auténtica obra maestra del cine; esos
míticos títulos de crédito iniciales que crearon escuela, y que, arropados por
la elegante partitura de Duke Ellington, constituyen la mejor carta de
presentación de una película que ya desde el principio muestra sus cartas y
aparece ante el espectador como rabiosamente moderna y transgresora. Nacido en
Nueva York en 1920, Bass estudió diseño gráfico y se dedicaba al mundo de la
publicidad cuando Otto Preminger reclamó sus servicios para trabajar con él en Carmen
Jones.
Fue la primera de sus trece colaboraciones, siendo quizá la más reconocida la
que les unió en el film que hoy nos ocupa. Además de para Otto, el ogro, Bass creócabeceras
para películas de Hitchcock (Vértigo, Con la muerte en los talones), Kubrick (Espartaco), Wyler (Horizontes
de grandeza), Kramer (El mundo está loco, loco, loco),Wise (West side Story) o más
recientemente Martin Scorsese (el último trabajo de su carrera fue el que
realizó para Casino pocos meses antes de morir). Por si todo esto fuese poco, a Bass se le
atribuye también planificar él solito el diseño de la famosa escena de la ducha
en Psicosis. Un verdadero genio y un maestro absoluto.
Y
si Saul Bass se ocupa de abrirnos de par en par las puertas a esta fascinante
película, Otto Preminger y su guionista Wendel Mayes son los encargados de
atrapar al espectador durante ciento sesenta minutos en una historia que se
sigue casi sin pestañear desde el principio hasta el final. Mayes se basó en la
obra homónima de Robert Traver, seudónimo tras el que se oculta John D.Walker,
juez retirado del Tribunal Supremo de Michigan que a su vez plasmó en el papel
su propia experiencia personal en uno de los casos que le tocó atender en un
momento de su carrera. Tanto la novela primero, como la película después
trataban de cuestionar la fiabilidad del sistema judicial norteamericano (y por
extensión occidental) y sacar a la luz todas las fisuras que sustentan su
subsuelo. Evidentemente, no todo es de color de rosa. Ganar un caso no es
siempre cuestión de justicia, y depende de diversos factores; ahí entran tanto
la estrategia y el poder de persuasión que utilizan defensores y fiscales para
defender o atacar su causa, como las triquiñuelas con las que unos y otros se aprovechan
de los vacíos y de las grietas legales existentes. Como se encargaría de
recordar un título filmado muchos años después que este, a veces, la verdad
tiene dos caras.
Además,
Anatomía
de un asesinatose estrena en una época en la que el drama judicial está en auge y es
uno de los subgéneros de moda. Baste recordar que solo dos años, en 1957, han
llegado a los cines dos obras maestras como Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet o Testigo de
cargo de
Billy Wilder, y que la televisión norteamericana ha comenzado a emitir los
primeros capítulos de la serie Perry Mason con el orondo Raymond Burr de
protagonista. Las “películas de juicios”
alcanzarán gran popularidad en los años siguientes con títulos tan emblemáticos
dentro de la historia del cine como La herencia del viento (1960), Vencedores
o vencidos
(1961) -ambos de Stanley Kramer-, El sargento negro (John Ford, 1960) o
Matar
a un ruiseñor (Robert Mulligan) por citar solo algunos ejemplos significativos.
La
película de la que hoy hablamos constituiría una especie de avanzadilla, en
tanto plantea interrogantes sobre la infalibilidad del engranaje jurídico de
una forma inédita hasta ese momento. Si
bien tanto Lumet como Wilder ya se habían pronunciado formulando sus propias
dudas razonables al respecto, la propuesta de Preminger y se atrevería a ir un
paso más allá con un lenguaje absolutamente innovador y revolucionario. La
polémica estaba servida además con un argumento que giraba en torno a un caso
de violación desde una perspectiva realista. Por primera vez en un film de
Hollywood se podían escuchar con total naturalidad términos tan explícitos como
“penetración”, “braga”
o “esperma”. Los sectores más reaccionarios pusieron el
grito en el cielo y la cinta fue prohibida en varios países, entre ellos
España. Pero en opinión de muchos críticos,
ese fue el principio del fin del temido código Hays.
Otro
de los rasgos en donde también se manifiesta la audacia de Preminger es en el
uso de la banda sonora. Tres años antes, en El hombre del brazo de oro, ya había entregado una película con un score
compuesto por temas de jazz y aquí repite la jugada. Si en aquella primera
ocasión la partitura era obra de Elmer Bernstein, ahora viene firmada nada
menos que por Duke Ellington, que además tiene un pequeño cameo en el film.
Ellington aporta al trabajo de Preminger un aire elegante y sofisticado, y
sorprendentemente cosmopolita. La propia protagonista femenina se asombra
cuando descubre que el hombre a quien ha contratado para defender a su marido
tenga una colección tan extensa de discos de jazz, algo que en principio parece
no casar con su personalidad.
Pero,
la trama de Anatomía de un asesinato se nutre también de recursos más
clásicos que ya se han convertido incluso entonces en tópicos del género: la aparición
“in extremis” de un testigo
sorpresa cuya declaración final lo pone todo patas arriba, los dilemas morales
a los que fiscal y defensor se enfrentan a lo largo del proceso, o por
supuesto, la declaración última ante el jurado en la que uno y otro intentan
convencer a sus miembros de inculpar o absolver al acusado.
James
Stewart se mete en la piel del abogado defensor Paul Bergley, mientras que
George C. Scott interpreta al implacable ayudante del fiscal Charles Dancer.
Ambos se mueven por la sala del tribunal con tal soltura que parece que
hubiesen estado ejercitando la abogacía toda la vida. Stewart dista mucho ya de
ser aquel joven ingenuo de las comedias de Capra, pero Preminger nos lo
presenta como un punto de integridad que confía a pesar de todo (acepta defender
a un hombre a todas luces culpable) las cosas pueden funcionar como deben. A su
lado, Scott aparece como un tipo falto de escrúpulos, aunque la película se
esfuerza por ofrecer una visión objetiva de los protagonistas y no establecer
conclusiones éticas concluyentes. Con todo está muy claro el papel que
desempeñan los personajes que se sitúan al otro lado de la ley: Ben Gazzara, en
uno de sus primeros papeles en el cine antes de hacerse asiudo de Cassavettes,
como el violento maltratador Frederick Manion, y Lee Remick, con la que Premiinger
quiere dar un curioso y original giro a la clásica figura de la femme fatale.
Para
rebajar la tensión de los roles que están en primer plano, la galería de
personajes secundarios es impagable, y de paso mucho más generosa con la
naturaleza humana. Arthur O Conell compone un entrañable Parrell, personaje de
rasgos típicamente fordianos, cómico y profundo al mismo tiempo, mientras que Eve Arden en el rol de la abnegada
secretaria Maida (chica para todo que no puede abandonar a su jefe a pesar de
que nunca tiene tiempo ni dinero para pagarle) aporta momentos de agradecida
comicidad.
A
pesar de la polémica, Anatomía de un asesinato se convirtió en su
estreno en un éxito tanto para crítica como para público. La película obtuvo
siete candidaturas a los Oscars, aunque, sorprendentemente, Preminger no fue
nominado a mejor director. Stewart, ganador de la Copa Volpi en Venecia con su
trabajo, optó por quinta y última vez al premio de la Academia al que también
concurrieron Scott y O´Conell en la categoría de secundario. Por supuesto, el
film no se llevó ninguna estatuilla; era el año de Ben Hur que arrasó dejando
que los demás recogiesen las migajas.
No
importa demasiado. Preminger entregó una película para la historia que sentaría
jurisprudencia en el futuro del drama judicial. Quizá de haberse estrenado en
nuestros días, el film hubiese levantado la misma o mayor polvareda que la que
levantó el primer día. Y no es que estemos retrocediendo como sociedad, que
también, es que la vigencia de una obra como esa se mantiene intacta seis
décadas después de llegar a los cines.
Comentarios
Y en "Anatomía de un asesinato" hay un poco de todo eso, además de ser uan de las mejores pelis de juicios que recuerdo (que buenos guiones hay en casi todas, con replicas y sorpresas maravillosas). Normalmente las pelis de juicios buscan la resolución del caso, con mejores o peores giros imprevistos y efectivos, pero algunas, las mejores, además cuestionan la sociedad o ponen en cuestión sus dobles morales. Y esta es el ejemplo perfecto, el machismo, la cosificación de la mujer, el lado oscuro, el "se lo merecía"...Y Otto no lo duda, pone a una bellísima Lee Remick como una loba calientabraguetas que debe asumir que su comportamiento lleva a la violación y que debe ser reeducada por su marido a base de maltrato...un juicio por asesinato que está todo el tiempo poniendo en sospecha la actuación de la victima indirecta, culpable final por que sus actos provocaban lo que finalmente ocurrió. Eva dando a comer la manzana.
Y es muy curioso y muy entendible el escándalo que provocase en su momento el trato de determinados temas y la utilización de determinadas palabras (incluido "bragas") es chocante incluso en estos tiempos, porque se repite bastantes veces, y no se mencionan apenas sinónimos o eufemismos (ropa interior, lenceria, etc).
Y las interpretaciones son tan brillantes...
Grande Otto, grande Dex, gran película...aunque a mi el mejor Preminger me parece el de "Tempstad sobre Washington", una película que me parece brutal y donde también se cuestiona no sólo las malas artes de la película, sino también la homofobia o el poco valor que en algunos estamentos se le da a algo tan valioso como la honestidad.
Abrazos jurando decir la verdad
Por otro lado, el protagonista de "Anatomía de un asesino" no se llama Paul Bergley, sino Paul Biegler.
Una vez tocadas suficientemente las pelotas, paso a decir que Preminger es un cineasta maravilloso, enormemente preciso que, precisamente,pierde valor cuando su cine se vuelve más descuidado, como hecho con cierta desgana, algo que le ocurre justo después de concluir "La noche deseada", una película que estuvo llena de problemas por su rodaje en el sur y que Michael Caine detalla en su libro de memorias como algo tensa, incluso teniendo en cuenta de que no eran muy conscientes de estar pasando peligro a pesar de las amenazas que se sucedían sobre Preminger, el equipo y los actores (el propio Preminger escondió y ocultó cualquier tipo de amenazas sobre Caine y Fonda, los protagonistas, para que no actuaran con el pánico en la cara).
En todo caso, un gus necesario y enorme para un cineasta famoso por no hacer demasiadas tomas en sus películas. Famoso es el ejemplo de "Éxodo", en una escena en la que están Newman y Saint echados al borde de una carretera, se ve claramente la sombra de la cámara pasando por delante de ellos. La luz se iba y Preminger decidió no repetir la toma, así se quedaba. Según sus palabras "la gente quiere ver a Newman y Saint y ni se dará cuenta".
Otro día hablo y os cuento la anécdota (relatada en mi libro "La imagen en el alma") sobre la famosa escena de la bofetada entre Mitchum y Simmons en "Cara de ángel" con Preminger oficiando de sádico.
Abrazos de impulso irresistible.