EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXXIV)
Nada está escrito
LAWRENCE DE ARABIA (Reino Unido, 1962). Dir David Lean con Peter O´Toole, Omar Sharif, Alec Guinness, Jack
Hawkins, Anthony Quinn, Claude Rains (228 min)
David
Lean tenía diecisiete años cuando pisó un cine por primera vez. Nuestro
invitado de hoy recibió una rígida educación familiar y tanto él como su
hermano se criaron en un hogar en el que no había espacio para las películas.
Sus padres, miembros ambos de la comunidad cuáquera en Reino Unido, eran de la
opinión de que éstas no eran la mejor influencia para la formación de sus
hijos. Burlando el veto paterno y rozando la edad adulta, el joven Lean se
escapa a una sala oscura y consigue ver su primera película, la adaptación de
la obra de Conan Doyle El sabueso de los Baskerville (Maurice Elvey,
1921). La experiencia le impacta de tal manera que a partir de ese momento sabe
que no puede dedicarse a otra cosa en la vida que no sea dirigir películas y
contar historias desde el otro lado de la pantalla. Algunos años más tarde, al
otro lado del charco, esa misma vocación comienza a fraguarse en la mente de un
joven adolescente de dieciséis años que acaba de salir de la proyección de Lawrence de
Arabia
en un pequeño cine de Arizona. Ese joven se llamaba Steven Spielberg.
Spielberg
quedó hipnotizado por la magia de David Lean del mismo modo en el que el propio
Lean había quedado atrapado por la magia del cine cuatro décadas antes. Desde
luego, si hablamos de las grandes epopeyas del Séptimo Arte el primer nombre
que nos viene de inmediato a la cabeza es el de David Lean. El director, no obstante, comenzó su carrera
haciendo en su Inglaterra natal un cine más pequeño vinculado a géneros como el
melodrama, el bélico y la comedia. A pesar de que entre esos primeros títulos
hay más de una obra maestra, el espectador común suele identificar a Lean con
las grandes producciones que rodó tras su paso por Hollywood. Nadie como él nos
ha contado así esas historias que son más grandes que la vida, y en las que al
mismo tiempo lo épico y lo lírico se dan la mano de una manera perfecta. En los
films de Lean, el viaje majestuoso a través de la historia queda siempre
reducido a un viaje interior que actúa como catarsis en la evolución de los
personajes que lo transitan; de igual modo, el paisaje deslumbrante es también
en el fondo un paisaje interior y humano.
David
Lean nace el 25 de marzo de 1908 en Croydon, municipio que forma parte
actualmente del Gran Londres, en el seno, como dijimos, de una familia profundamente
religiosa y conservadora. Su padre era funcionario del gobierno británico y su
madre descendía de los fundadores de una de las empresas de motores más
importantes del país. El matrimonio tuvo dos hijos, David y Edward que cursaron
estudios primarios en Leighton Park, una escuela fundada por los cuáqueros en
la ciudad de Reading. Edward completó sus estudios en Oxford donde llegó a
crear el prestigioso club literario Inklings, del que también formarían parte
en algún momento de su existencia C.S. Lewis o J.R. Tolkien; sin embargo, David
era mal estudiante y acabó dejando los libros para entrar a trabajar en el
despacho de su padre como aprendiz.
Al
descubrir su pasión por el cine, Lean abandona también a su padre y se ofrece a
los estudios Gaumont que le acaba contratando un mes a prueba y sin sueldo. Al
poco tiempo de estar allí ya trabajaba como ayudante de dirección, puesto desde
el que comenzó a aprender las técnicas de montaje. En 1930 montaba los
noticieros de la cadena, y cuatro años más tarde comenzó a encargarse ya de la
edición de largometrajes, destacando su trabajo en títulos como Pigmalion (Anthony Asquiht,
Leslie Howard, 1938) o Los invasores (Michael Powell, Emeric
Pressburger, 1941).
Además
de conocer a “The Archers” en esa época Lean entra en contacto con el
dramaturgo Noel Coward que se convertirá en un figura clave en su devenir
profesional pues gran parte de sus primeras películas son adaptaciones de sus
obras para el teatro. Con él firmará su debut en la dirección con Sangre,
sudor y lágrimas (1942), drama en el que se entremezclan los recuerdos de los
tripulantes de un viejo destructor de la marina inglesa. Además de escribir el
guión, Coward se reserva un papel secundario en el film que fue nominado al
Oscar a Mejor Película y elegida mejor producción del año por la crítica de
Nueva York. A continuación, Lean y Corward fundan junto al también realizador
Ronald Neame la productora Cineguild que financiará los siguientes trabajos del
trío de socios.
Entre
esos proyectos figuran La vida manda (1944), segunda película de Lean en
la que éste realiza un retrato costumbrista de la clase media de la época a
partir de una obra teatral de Corward, o Un espíritu burlón (1945),
divertidísima comedia de fantasmas y ajustes matrimoniales más allá de la
muerte cuyos efectos especiales merecieron el Oscar de la categoría ese añoEn
otro registro, dentro de ese mismo 1945, el director firma su primer gran
clásico, Breve encuentro.
Celia Johnson y Trevor Howard, que debutaba en
el cine con este papel, protagonizan esta inmortal historia de amor, narrada a
través de diversos flashbacks, que cautivó al público gracias a la naturalidad
de los diálogos y a una intensidad que nunca logra caer en el melodramatismo
fácil. La película, avanzada para su tiempo, planteaba el tema del adulterio y
se servía de recursos poco convencionales en el cine de la época. Lean
acentuaba el romanticismo de la trama con el empleo omnipresente del Segundo
Concierto para piano de Rachmaninov. Lean obtuvo sus dos primeras nominaciones
al Oscar – como guionista y como director- al que también optó Celia Johnson
por su trabajo interpretativo. La importancia de esta película en la historia
del cine se pone de manifiesto cuando uno repasa las múltiples versiones que
después inspiró. Al remake homónimo que protagonizaron en 1974 Sophia Loren y
Richard Burton a las órdenes de Alan Bridges, le siguió Enamorarse (Ulu Grosbard, 1984)
que, con Robert De Niro y Meryl Streep en los roles principales, revisaba el
clásico británico de una forma algo más heterodoxa. Ah, y tal y como
recordábamos en el capítulo dedicado a El apartamento, Billy Wilder y L.
A Diamond se inspiraron en uno de los personajes secundarios del film – el
dueño del piso donde tienen lugar los encuentros de la pareja protagonista –
para escribir, ya en los sesenta, la historia del soltero de oro C.C Baxter.
El
éxito de Breve encuentro lleva a su responsable a atreverse con
producciones más ambiciosas y a atreverse con dos adaptaciones del escritor
Charles Dickens. Tanto Cadenas
rotas
(1946) como Oliver Twist (1948) muestran a un cineasta
preocupado por la puesta en escena y los aspectos formales que sin embargo no
descuida la parte narrativa ni el trabajo con los actores. Alec Guinness aparece en los dos títulos,
aupándose como uno de los actores imprescindibles del cine británico a partir
de entonces.
El
director parece sentirse especialmente cómodo dentro del melodrama, plasmando
en pantalla historias de amores imposibles o prohibidos, tal y como ocurre en
sus dos siguientes largos, protagonizados ambos por su esposa en aquel
entonces, Ann Todd. Los amigos apasionados (1949) reproduce un
triángulo sentimental en el que además de Todd están atrapados Claude Rains,
que en su primer trabajo para Lean interpreta al rico marido de la
protagonista, y Trevor Howard dando vida a un antiguo amor de juventud de ésta.
Por su parte, Madeleine (1952) recrea un caso real
ocurrido durante la época victoriana en el que una mujer de la alta sociedad
fue juzgada por matar presuntamente a su amante. Todd también interviene en La
barrera del sonido (1952) en la que, siguiendo la estela del cine de Powell y
Pressburger y en un registro semidocumental, Lean relata la historia de los
ingenieros que dirigieron la construcción del primer avión supersónico de Reino
Unido.
Como
antesala a su aterrizaje en el cine americano, Lean tiene la oportunidad de
trabajar con dos auténticas leyendas de Hollywood. Charles Laughton volvió a su
Inglaterra natal para rodar El déspota, historia ambientada al final de
la época victoriana acerca de las relaciones entre un rico comerciante viudo y
sus tres hijas casaderas a quienes mantiene encerradas mientras se lamenta de
lo injustamente que le ha tratado la vida. El guión corre a cargo del propio
Lean que adapta una obra de teatro de Harold Brighouse que ya había sido
llevada al cine con anterioridad hasta en dos ocasiones. El film ganó el Oso de
Oro de Berlín y se llevó el BAFTA a la mejor película británica del año. La
primera producción del realizador fuera de su país llega al año siguiente con
Locuras de verano que rueda en Venecia con Katharine Hepburn y el actor
italiano Rossano Brazzi en el reparto. Se trata de un delicioso drama romántico
en torno a una turista norteamericana que en su viaje por Europa recala en la
ciudad de los canales y se enamora de un atractivo anticuario local. Lean
cosechó su tercera nominación al Oscar, tras las conseguidas por Breve
encuentro
y Cadenas
rotas,
por una película que también supuso una nueva candidatura para Hepburn.
El puente sobre el río Kwai (1957) es la
primera de las grandes superproducciones épicas de la carrera de Lean, además
de un título clave en la historia que ha venido ejerciendo una influencia
decisiva en el cine de aventuras posterior. El film se basaba en una novela del
francés Pierre Bouille que llevó al papel un hecho real acaecido en Tailandia
durante la Segunda Guerra Mundial. Allí,
un grupo de prisioneros ingleses fueron obligados por sus captores japoneses a
construir un puente que uniese por ferrocarril las dos orillas del río
Kwai. El puente, cuyo levantamiento
costó la vida a casi cien mil prisioneros de diversas nacionalidades, fue
destruido por la aviación norteamericana, pero fue reconstruido tras el fin de
la guerra.
Los
encargados de llevar la novela al cine fueron Carl Foreman y Michael Wilson,
cuyos nombres, sin embargo, no aparecieron en los créditos originales al estar
también incluidos en las listas negras de McCarthy por sus presuntas relaciones
con el Partido Comunista. Foreman y
Wilson tampoco pudieron subir a recibir el Oscar que mereció su trabajo, aunque
la Academia reparó el daño en 1985 incluyéndoles en la lista histórica de
ganadores del premio (lamentablemente, los dos ya habían fallecido por
entonces). En posteriores versiones restauradas del film, sí aparecen en los
créditos los nombres de los dos guionistas originales. Por cierto que Bouille,
el autor de la novela base, nunca estuvo de acuerdo con la adaptación al
considerar que suavizaba algunos aspectos presentes en el texto, además de
alterar su desenlace. La cinta se alzó en 1957 con siete Oscars que la
coronaban como la gran triunfadora de ese año, y a la cuarta intentona Lean se
hacía con la estatuilla al mejor director. No cabe duda de que nos encontramos
ante una de las piezas cumbre del cine bélico y de aventuras, entretenidísima, con
una fotografía espectacular y unas interpretaciones brillantes a cargo de todo
su reparto. Y qué decir de su música, obra de Malcom Arnold. Apuesto que cuando
habéis empezado a leer el párrafo anterior os habéis puesto a silbar, y ya
lleváis un rato haciéndolo.
Convertido
en el cineasta épico por excelencia gracias a los éxitos de El puente sobre el
río Kwai y Lawrence de Arabia, Lean se dispone a rodar a mediados ya de los
sesenta otra de sus grandes epopeyas,Doctor Zhivago (1965). Se trata de
una adaptación de la obra homónima del poeta y novelista ruso Boris Pasternak,
ganador del Nobel de Literatura en 1958, ambientada en la Rusia del primer
tercio del siglo XX. La película se estructura en torno a diversos flashbacks a
través de los cuales el protagonista, Yevgraf Andréyevich Zhivago, cuenta
algunos de los episodios que marcaron su vida, en un periodo clave en la
historia de su país. Obviamente, la novela no pudo ser publicada en la patria
de su autor y apareció por primera vez en Italia de la mano de un editor
vinculado a la izquierda. La obra causó un tremendo impacto en el mundo
occidental y atrajo la atención del productor Carlo Ponti que advirtió su
potencial cinematográfico. Ponti postuló al experto Lean para la dirección y a
su esposa Sophia Loren para el papel de Lara, la protagonista femenina.
Productor y cineasta no tenían la misma visión del proyecto, y así mientras el
primero pretendía un film cercano al cine espectáculo, el segundo soñaba con un
relato mucho más íntimo que acercase al espectador la dimensión moral del
personaje principal. Peter O Toole fue la primera opción de Lean para
interpretar al protagonista, pero declinó la oferta; Max Von Sidow y Paul
Newman también fueron tanteados para un papel que finalmente fue a parar al
egipcio Omar Sharif. A Lean le costó horrores convencer a Ponti de que su
Sophia no era la Lara ideal (“es muy alta” parece ser que fue una de sus
excusas), y aunque finalmente la bella Julie Christie se hizo con el personaje,
Sarah Miles y Jane Fonda también fueron candidatas.
Lean,
que había rodado parte de Lawrence de Arabia en España, volvió a
traerse el rodaje de una de sus películas a nuestro país, obligado por la imposibilidad
de filmar en escenarios soviéticos. Esta vez, las localizaciones se
concentraron en zonas de Madrid, Soria y Salamanca, aunque Lean y su equipo
tuvieron la mala suerte de toparse con uno de los inviernos más cálidos que
vivió la península en el siglo pasado, y no fueron pocas las secuencias que
debieron filmarse en interiores usando nieve artificial. En la película, intervienen como secundarios
actores españoles como Julián Mateos o José María Cafarell. Como curiosidades
también en el plano actoral, el film supone el debut en el cine de Geraldine
Chaplin tras un pequeño cameo junto a su padre en Candilejas, Tarek Sharif, hijo del
protagonista, aparece fugazmente interpretando a éste de niño, y Klaus Kinski
interviene en un pequeño papel que ni siquiera merece salir en los créditos.
Doctor Zhivago es el mayor éxito
comercial en la carrera de su director, con una recaudación que supera los cien
millones de dólares logrados en todo el mundo desde su estreno. En el capítulo
de premios, la película fue elegida mejor película dramática del año en los
Globos de Oro, consiguiendo otros cinco galardones más, incluyendo los de mejor
director y mejor actor. De sus diez nominaciones al Oscar se quedó con la
mitad, empatando a número de estatuillas con la ganadora de la edición, Sonrisas y
lágrimas. Los cinco eunucos dorados fueron a parar al
guionista Robert Bolt, por su tratamiento del texto de Pasternak, al director
de fotografía Freddy Young, por su extraordinario empleo del Metrocolor y el
formato panorámico, al modisto Philips Dayton, a los diseñadores artísticos
John Box, Terence Marsh y Dario Simoni, y al gran Maurice Jarre por su
excelente banda sonora. Ah, la banda sonora. Apuesto que ya hace unas líneas
habéis dejado el silbidito y estáis moviendo la cabeza a ritmo de vals.
Cinco
años se toma David Lean para abordar su siguiente proyecto, una romántica
historia que transcurre en las costas de Irlanda y que llevará por título La hija de
Ryan (1970). Su
protagonista es Rosy, una joven inocente y soñadora, criada en un rígido ambiente
rural en los primeros años del siglo XX. La joven ansía encontrar el amor
verdadero y cree encontrarlo en la figura del maestro del pueblo, un viudo que
le dobla prácticamente la edad y con el que termina casándose. La vida de Rosy cambia el día en el que llega
al pueblo un joven soldado inglés herido en el frente que se enamora de ella.
Los impresionantes acantilados de la península de Dingle sirven de fondo a una
trama que transcurre en los años en los que florece ese sentimiento
nacionalista que desencadenará la fundación del IRA. La historia, contada en
parte desde la perspectiva del “tonto del pueblo” – impresionante John Mills-
-apunta también a la hipocresía como uno de los grandes vicios de una sociedad
cerrada y hostil. Lean proyecta una visión
nostálgica sobre los personajes sin abandonar el cuidado por una puesta en
escena que sigue siendo majestuosa. En el reparto, además de al citado Mills,
encontramos a Sarah Miles y al mito de Hollywood, Robert Mitchum, además de a
Trevor Howard en la que sería su última colaboración con el directo del
film. A pesar de no tener una mala
acogida en taquilla, La hija de Ryan fue destrozada por
la crítica de su tiempo. Deprimido, Lean se retiró momentáneamente del cine y
no volvió a pisar un plató en trece años.
El
ansiado regreso tiene lugar en 1984 con Pasaje a la India, basada en la novela
de E.M. Foster, autor de Una habitación con vistas o Regreso a
Howard Ends que James Ivory llevaría también al cine posteriormente. Lean nos presenta de nuevo una trama
romántica en un escenario único, la India de hace cien años, y en un contexto
histórico concreto, los primeros brotes de independencia de la entonces
colonia. La acción arranca cuando una dama inglesa visita el país asiático en
compañía de su futura suegra para encontrarse con su prometido. Durante una
excursión a unas cuevas del entorno, tiene lugar un desagradable incidente que
desencadena a su vez un conflicto de impredecibles consecuencias. Lean renuncia
al estilo grandilocuente de otros títulos y construye, a partir de un guión
propio, una película pequeña aunque con el mismo esmero y cuidado en la puesta
en escena. El testamento cinematográfico del realizador es saludado como una
propuesta elegante e impecable estéticamente, y propuesto para dos Oscars que
finalmente no gana, los correspondientes a la interpretación de Peggy Ascroft
como secundaria y a la partitura de Maurice Jarre.
Lean
dedica los últimos años de su vida a preparar la que hubiese sido su despedida
de la profesión. El proyecto de Nostromo suponía un nuevo intento de llevar
a la pantalla la obra de Joseph Conrad, un literato definitivamente maldito
para el cine tal y como también demuestran las frustradas tentativas por parte
de Orson Welles para adaptar El corazón de las tinieblas, o el caótico proceso
de producción y postrproducción de Apocalypse now. En
esta ocasión, Lean contaba con el problema dela edad, ya que la mayoría de las
compañías aseguradoras que trabajaban para el mundo del cine no estaban
dispuestas a arriesgar su dinero en una superproducción destinada a ser
dirigida por un anciano que rondaba entonces los ochenta. El proyecto estaba bastante avanzado y
contemplaba la costa almeriense como el escenario central del rodaje así como
la participación del actor George Corraface que daría vida al protagonista del
film. Steven Spielberg, que como ya vimos al principio, se hizo director de
cine gracias a Lean, se ofreció como productor ejecutivo, y Christopher
Hampton, que en aquellos mismos años ganaría un Oscar por adaptar a la pantalla
Las
amistades peligrosas, elaboró un primer borrador del guión.
David
Lean murió el 16 de abril de 1991, víctima de un cáncer, sin ver ese último
sueño convertido en realidad. Su cine siempre usó los sueños como materia
prima, esos mismos sueños imposibles con los que en ocasiones se construyen las
grandes gestas de la historia.
Londres
1935.El coronel del ejército británico T. E Lawrence muere en un accidente de
motocicleta al tratar de esquivar un choque frontal con dos ciclistas que le
salen al paso en una carretera. Su funeral se celebra en la catedral de San
Pablo, y a él asisten decenas de personas, estando presente la práctica totalidad
de la cúpula militar del país. A la salida, un periodista intenta recoger entre
los corrillos opiniones acerca de la personalidad del fallecido. Para muchos,
Lawrence era un personaje digno de admiración, poeta, sabio y guerrero; otros
en cambio le definen simplemente como un exhibicionista vanidoso.
La
leyenda de Lawrence comienza en El Cairo, en 1915, cuando, aún con el grado de
teniente, ocupa un cargo en el Arab Bureau, el servicio de inteligencia
británico desplazado a la ciudad egipcia. Lawrence ocupa su tiempo examinando
mapas y diseñando estrategias, un trabajo rutinario que le aburre mortalmente,
pues lo que le gustaría en realidad es pasar a la acción y estar en las
trincheras. El teniente es conocido por
sus elevados conocimientos del mundo árabe, pero también por el carácter
insolente que muestra ante sus superiores. Un día, es convocado por estos a una
reunión en la que, por mediación de Mr Dryden, funcionario del alto mando, se
le encomienda a una misión diplomática en el desierto asiático. Su labor será
evaluar la zona “in situ”, y para ello, Dryden le sugiere encontrarse con el
príncipe Feysal, jefe de una tribu beduina en guerra con el Imperio Otomano,
aliado por entonces de Alemania.
Lawrence
emprende el viaje acompañado de un guía beduino que le habrá de conducir hasta Feysal.
En el camino, los dos hombres se detienes a descansar junto a un pozo, pero son
sorprendidos por el jerife Sherif Alí, un noble de la tribu Harish que sin
mediar palabra dispara al guía con su revólver matándolo en el acto. Ali dice
ser el dueño del pozo, y que su víctima bebió agua sin su consentimiento.
Lawrence confiesa que él también bebió, y el harish le pide que se identifique.
Al descubrir que el peregrino busca a Feysal le informa de que ya hay otro
inglés viviendo en el campamento del príncipe, y se ofrece, sin éxito, a
acompañarle.
Ya
en solitario, Lawrence reanuda la marcha hasta Wadi Safra donde está situado el
campamento de Feysal. Antes de llegar a su destino, un hombre con uniforme
militar le sale al encuentro; se trata del coronel Brighton que, conocedor de
su llegada, le está esperando. Lawrence le informa de su misión, y Brighton le
sugiere que vuelva a El Cairo nada más terminar la inspección. A las puertas
del campamento, dos aviones turcos sobrevuelan la zona y comienzan a
bombardearla causando varios muertos entre las gentes del príncipe, así como
numerosos destrozos.
Más
tarde, con el jerife Alí como testigo, tiene lugar el encuentro entre Lawrence
y Feysal entre quienes surge una inmediata complicidad. El príncipe se lamenta
del asedio otomano, y concluye que si la armada británica atacara la localidad
de Áqaba se conseguiría reducir el arsenal de sus enemigos, y su pueblo podría
vivir en paz. Lawrence sugiere la posibilidad de que sean los propios hombres
del príncipe quienes ataquen por sorpresa a los turcos, pero Brighton considera
el plan descabellado.
Pero
Lawrence sabe que la artillería de Áqaba apunta hacia la costa, y que las
defensas tierra adentro son más frágiles, por lo que propone organizar una
expedición hasta el lugar. El viaje será largo y duro, habrá que atravesar el
llamado yunque del sol viajando de noche y descansando de día para evitar
temperaturas extremas. Durante el trayecto, Farraj y Daud, dos jóvenes con
aspecto de mendigos se ofrecen a Lawrence para servirle como criados, y aunque
en un principio éste les rechaza, más tarde decide aceptarles.
Una
de las noches, durante la marcha, Lawrence y Ali observan que se acerca a ellos
un camello sin jinete. Descubren que el animal pertenecía a Gassim, uno de los
expedicionarios que ha caído desfallecido en la arena y vaga perdido por el
desierto. Lawrence sugiere que la caravana vuelva sobre sus pasos para
recogerle, pero todos dicen que es una locura pues lo más probable es que el
hombre ya esté muerto. El teniente decide entonces ir a buscarlo él solo;
finalmente lo encuentra y lo lleva de nuevo con el grupo, ganándose el respeto
de todos y la amistad definitiva de Ali, que hasta entonces se había mostrado
receloso hacia él. En señal de ese respeto, todo el mundo comenzará a llamarle El-
Orens, algo que en principio rechazará.
Y
para que haya constancia del nacimiento de ese nuevo hombre, el propio Ali
quemará el uniforme militar de Lawrence y le regalará un traje típicamente
beduino, más acorde con el clima del desierto. Ataviado con su nueva
vestimenta, el teniente decide a dar un pequeño paseo en camello. Sera entonces
cuando, también al lado de un pozo, se cruza en su camino otro príncipe del
desierto, Auda abu Tayi, jefe del clan Howeitat, quien, como ya ocurriera en el
caso de Ali, le recriminará que él y sus gentes están bebiendo su agua. Auda,
que viaja por el desierto en compañía de su pequeño hijo, invita a Lawrence y a
los suyos a cenar con él en su campamento.
La
velada resulta agradable y Auda termina uniéndose a las tropas de Lawrence en
su camino a Áqaba, convencido de que la ciudad está repleta de riquezas y de
tesoro. La unión del clan Harish y los Howeitat, enemigos tradicionales, no
será fácil, y de hecho se pone en evidencia durante una de las primeras noches
en las que se produce un enfrentamiento entre miembros de las dos tribus.
Lawrence descubre con pesar que uno de los instigadores de la revuelta es
Gassim, el hombre que salvó de morir en el desierto, y comprende que su muerte
servirá como ejemplo a los demás. Él mismo se encarga de acabar con su vida
disparándole con su revólver.
A
la mañana siguiente se produce la conquista de Áqaba. Lawrenceenvía a un
emisario a Feysal para comunicarle la noticia, y anuncia que él mismo se
desplazará a El Cairo para informar al servicio de inteligencia, atravesando el
Sinai como Moisés. Antes debe aplacar las iras de Auba, decepcionado por no
encontrar oro en la ciudad, comprometiéndose a pagarle 5.000 guineas
procedentes de la corona inglesa mediante un papel que firma él mismo. El
príncipe le da un plazo de diez días para cumplir su promesa.
Lawrence
parte hacia El Cairo acompañado de sus dos sirvientes, Daud y Farraj, pero nada
más iniciado el trayecto, el primero de ellos cae en una zona de arenas
movedizas, y muere sin que su amo y su amigo puedan hacer nada por evitar la
tragedia. Profundamente compungidos, los
dos supervivientes siguen el viaje y consiguen llegar a su destino, ayudados
por un convoy que les recoge en el camino. Lawrence entra en el palacio con sus
ropas de beduino, ante la sorpresa de todos ya que nadie le reconoce en un
principio.
Más
tarde, Lawrence tiene la oportunidad de informar a sus superiores de la toma de
Áqaba. Entre ellos se encuentra el coronel Brighton y el nuevo comandante
general Lord Edmund Allenby, que a su vez le promete enviar armas y dinero para
reforzar a las tribus beduinas. Ascendido, pese a su inicial rechazo, al grado
de comandante, Lawrence quiere saber si son ciertos los rumores que apuntan a
una ocupación de la zona por parte de Inglaterra, una vez los turcos hayan sido
desalojados tras la guerra. El alto mando niega esos rumores.
Meses
después, Jackson Bentgley, un periodista norteamericano visita Aqaba para
entrevistarse con el príncipe Feysal. Su país, Estados Unidos, está sospesando
entrar en la guerra contra Alemania, y el ciudadano estadounidense necesita un
héroe con el que poder identificarse. Ese héroe, confirma Feysal, no puede ser
otro que El- Orens.
Bentley
se reúne con el inglés que participa junto a varios hombres en diversas
emboscadas contra trenes turcos destinadas a incautar dinero y armas. En una de
esas escaramuzas, Lawrence es herido en el hombro por un joven soldado turco que
acto seguido muere bajo la espada de Ali.
Bentley fotografía al príncipe que reacciona de forma violenta tratando
de romper su cámara. Sin embargo, el periodista consigue su propósito;
proyectar la imagen de Lawrence como un héroe que ha llevado la paz entre las
tribus locales. En una entrevista concedida a Bentley, El- Orens confiesa que
su propósito no es otro que el de liberar al pueblo árabe, y a la pregunta de
por qué le atrae tanto el desierto, responde que es “un lugar limpio”.
Auda
decide abandonar al grupo a lo grande asaltando un tren que transporta
caballos, y quedándose un magnífico ejemplar como recuerdo. Más tarde, Farraj,
que acompañaba a los asaltantes debido a su experiencia en el manejo de
explosivos, quedará malherido al estallarle una carga que portaba adherida al
cuerpo y Lawrence no tiene otro remedio que rematarle para que no sea torturado
por los turcos.
Lawrence
y el príncipe Ali deciden internarse en la ciudad de Daráa, a solo cien
kilómetros de Damasco y bajo el dominio otomano. Allí son capturados por dos
soldados que los llevan ante el bey, máxima autoridad del imperio en la ciudad.
El mandatario se queda a solas con Lawrence, le desnuda y trata de acariciarlo
pero este reacciona golpeándole en el estómago. La respuesta no se hace
esperar, y el inglés es azotado por el mismo soldado que le detuvo que termina
arrojándole a un lodazal. Rescatado por Ali, Lawrence vuelve con los suyos,
pero por poco tiempo, porque su decisión es volver a El Cairo para reclamar un
puesto administrativo y anónimo que le exima de cualquier responsabilidad, y
que, a ser posible, no tenga nada que ver con la guerra.
Ya
en la capital egipcia, Lawrence es recibido como un hijo pródigo, pero en una
primera audiencia con Allenby descubrirá que ha sido traicionado por los suyos.
En la reunión en la que también está el príncipe Feysal, Dryden le informa de
la existencia de un tratado entre Francia e Inglaterra, por el cual ambos
países se repartirán el Imperio Otomano y Arabia, una vez concluida la guerra.
Lawrence se indigna en un principio, pero consigue que Allenby acceda a darle
armas y dinero para rearmar una vez más un ejército beduino. La intención de
los británicos es tomar Damasco, y Lawrence desafía a Allenby diciéndole que
los árabes llegarán antes que ellos.
El-
Orens vuelve a reunir a Auba y a Ali en una aventura a la que también se acaba
sumando el periodista Bentley. Las tropas avanzan hacia Damasco, y los dos
príncipes beduinos descubren que la mayoría de sus miembros son mercenarios a quienes
Lawrence ha pagado directamente con su dinero. El camino a Damasco es duro y
los beduinos sufren algunas bajas tras el asedio a un pueblo que acababa de ser
arrasado por los turcos.
Al llegar a Damasco, dos días antes que los
ingleses, Lawrence reúne a los jefes de las tribus locales con la esperanza de
controlar la ciudad bajo un Consejo Árabe. Pero la labor es titánica, y el
sueño poco a poco comienza a desvanecerse. Los británicos acaban finalmente
asumiendo el gobierno de Damasco sin excesivas dificultades.
El
último encuentro de Lawrence y Allenby tiene lugar en El Cairo en presencia del
príncipe Feysal, el coronel Brighton y Mr Dreyden. En él, es ascendido a
coronel con el único objetivo de que obtenga un camarote propio en el barco que
le lleve de regreso a Inglaterra. La partida es inmediata. Un chófer le llevará
hasta el puerto; en el camino, el jeep adelanta a un grupo de jinetes beduinos
que avanzan en sus camellos a una orilla de la carretera. Lawrence se levanta por
encima del conductor, y les dirige una fugaz mirada para a continuación volver
a hundirse en su asiento.
Nacido
en la localidad galesa de Tremadog en 1888, Thomas Edward Lawrence era hijo
ilegítimo del terrateniente local Thomas Robert Thige, fruto de una relación
extramarital que éste tuvo con la institutriz de sus hijos. Lawrence se crio con
su madre, pero, gracias a la fortuna paterna, tuvo acceso a una exquisita
educación que completó en Oxford estudiando arqueología y lenguas clásicas.
Antes de incorporarse en 1915 como topógrafo militar en la Sinai Survey de El
Cairo– que sirvió como tapadera del espionaje británico durante la Primera
Guerra Mundial- Lawrence recorrió en bicicleta varios países de Oriente Medio
donde aprendió la lengua árabe. En la capital egipcia comienza su leyenda de la
que, con más o menos licencias, da cuenta el film del que hoy hablamos.
Tras
caer en desgracia y regresar a Inglaterra, Lawrence aceptó un cargo como
consejero de Winston Churchill a quien acompañó en sus viajes por Egipto y
Palestina. Más adelante, sirvió como soldado en la India y se alistó con nombre
falso en la RAF donde trabajó como mecánico. Sus experiencias en el desierto se
recogen en el libro Los siete pilares de la sabiduría publicado en 1926
sobre el que en buena medida se sustenta el guión de la película de Lean. Tal y
como se ve en la escena inicial de la misma, Lawrence murió en un accidente cuando
viajaba a bordo de su motocicleta por una carretera de Dorset el 19 de mayo de
1935.
En
1960, el productor estadounidense de origen polaco Sam Spiegel compró los
derechos del autobiográfico libro de Lawrence para su adaptación al cine. A
Spiegel le gustaba trabajar con cineastas de raza, de hecho ya había contratado
a Orson Welles, Elia Kazan o John Huston; por su parte, los directores se
sentían cómodos con el productor pues gozaban de cierta libertad en el proceso de
creación de su película. Spiegel tenía por aquel entonces dos Oscars en su
casa, los conquistados por La ley del silencio (Elia Kazan, 1954)
y por El
puente sobre el río Kwai. Tras el éxito de este último título, Lean se encargaría de dirigir
la nueva película, mientras que Robert Bolt y Michael Wilson escribirían el
guión -Bolt volvería a trabajar con el director en Doctor Zhivago, y Wilson ya lo
había hecho de tapadillo en su trabajo anterior. En esta ocasión, ambos se
tuvieron que emplear a fondo para rebajar la densidad del texto original, para
hacerlo más atractivo desde el punto de vista cinematográfico, y así por
ejemplo, debieron reducir el número de personajes. Bolt y Wilson evitaron
cualquier alusión a la presunta condición homosexual del protagonista, y se
esforzaron por rodear su figura de cierto misticismo. Una vez tomada Aqaba, El-
Orens promete cruzar el Sinai “como Moisés”; la propia imagen del protagonista
atravesando el desierto le otorga asimismo un inequívoco aspecto mesiánico.
Aun
así, el retrato que se hace de T. E. Lawrence en la película dista mucho de responder
a una hagiografía; más bien al contrario, a Lean le interesa resaltar el halo
de ambigüedad que proyecta el personaje y que en el fondo le hace tan
fascinante. Como se demuestra en la
inicial escena del funeral, el director prefiere no tomar partido ni por los
que lo consideraban un héroe ni por quienes acabaron tachándolo de traidor, ni
por quienes lo tomaban por un soldado ejemplar ni por aquellos para los que no
era más que un simple vividor ocioso. Y Lawrence de
Arabia
acaba siendo un retrato de la persona antes que del mito, con sus dudas, sus
aristas, sus contradicciones. El viaje
lo cambia todo. La odisea interior del protagonista le hace abandonar su original
carácter displicente para abrazar unos ideales que finalmente naufragan bajo el
peso de la Historia. La inmensidad del desierto, esa que a cualquiera le hace
sentirse insignificante, es testigo de ese viaje en el que, víctima de su
inicial sed de gloria, el protagonista acaba perdiendo su propia identidad,
llegando a sentirse engañado por unos y extraño entre otros.
El
viaje, el desierto, adquiere un protagonismo notable; los personajes se
mimetizan en el paisaje de una forma asombrosa. Marruecos y Jordania fueron los
lugares elegidos para filmar las escenas en el desierto que ocupan buena parte
del metraje. Fue un rodaje durísimo que se prolongó durante casi dos años en
condiciones extremas debido al clima de la zona. Pero no solo eso. Lean y los
suyos se encontraron con todo tipo de problemas burocráticos para los cuales
tuvieron que emplearse a fondo con las autoridades administrativas locales. Al
igual que ocurriría años más tarde en el caso de Doctor Zhivago, España también
sirvió de plató para la película; así las localizaciones de la toma de Aqaba se
filmaron en la playa almeriense de El Algarrobico. Es fácil también reconocer
la sevillana Plaza de España como el lugar donde se enclava la sede del
servicio británico de inteligencia en El Cairo al comienzo del film.
Peter
O Toole fue elegido para interpretar a T. E. Lawrence después de que Marlon
Brando o Albert Finney rechazaran el papel. El “loco irlandés”, como era
conocido entre sus compañeros de profesión, contaba ya con cierta experiencia
en el teatro, pero sus apariciones en el cine eran escasas, y se reducían a un
par de intervenciones en papeles secundarios. Su debut en el se produjo de la
mano de Nicholas Ray en la curiosa Los dientes del diablo (1959), en la que
compartía cartel con el mexicano Anthony Quinn, pero hubo que esperar a la
película de Lean para verle por primera vez como protagonista absoluto. Una de las razones por las que el director
había relegado al actor como última opción para dar vida al militar inglés era la
altura de aquel, pues O´ Toole medía veintidós centímetros más que T. E
Lawrence. Este detalle menor no fue obstáculo para que el intérprete conmoviera
al público y a la crítica con su actuación, y brillara al frente de un reparto de
muchos quilates. En él figuran los nombres de Anthony Quinn, quien volvía a
reunirse con O´ Toole tres años después del film de Ray, así como los de unos
excelsos Alec Guinness y Omar Sharif. En papeles más breves nos encontramos a
Jack Hawkins, José Ferrer o al grandísimo Claude Rains, con un personaje tan
cínico y falto de escrúpulos como el capitán Renault de Casablanca (y además,
bastante menos simpático, dicho sea de paso).
Lawrence de
Arabia
fue la gran triunfadora en los Oscars de 1962 alcanzando siete estatuillas
doradas de un total de diez candidaturas. Solo se quedaron sin premio Bolt y
Wilson por su guión y Sharif y O´Toole por sus interpretaciones. Sharif cedió
ante Ed Begley que competía por Dulce pájaro de juventud de Richard
Brooks, y O Toole nada pudo hacer ante el Atticus Finch de Gregory Peck en Matar
a un ruiseñor. Lean, por su parte,
obtenía su segundo galardón como director, Los otros premios fueron en las
categorías de Mejor Montaje, Mejor Fotografía, Mejor Banda Sonora, Mejor
Dirección Artística, Mejor Sonido y por supuesto Mejor Película.
Lawrence de Arabia da cuenta de la
profesionalidad y el carácter metódico de su director al que le gustaba
seleccionar muy bien sus proyectos y tomarse un tiempo entre uno y otro. Lean
supervisó de forma activa el trabajo de la montadora Anne. V. Coates, aplicando
sus conocimientos en la materia durante su primera etapa en la industria de su
país. El ritmo del film es prodigioso, nunca decae y para nada pesa su metraje.
Además, el trabajo de edición de la película se estudia en todas las escuelas
de cine del mundo, gracias, cómo no, a la famosa secuencia de la cerilla,
considerada un ejemplo magistral de transición y de elipsis; un plano frontal
en el que el protagonista apagando un fósforo con un soplido da paso a una
imagen del amanecer en el desierto arropada por la inmortal partitura que
compuso para el film el francés Maurice Jarre. Con este título, Lean se confirmó
definitivamente como el maestro del cine épico y demostró su habilidad para
combinar espectáculo y relato intimista. La película se rodó en 70 mm a fin de
potenciar la monumentalidad propia del cine de aventuras, pero no deja de ser
al mismo tiempo el retrato psicológico de un alma torturada y compleja. La
técnica visual se pone al servicio de la historia, y no al revés, como por
desgracia suele ocurrir en la mayoría de las ocasiones. A pesar del tópico y de
que muchos han intentado imitarla después – el ejemplo más evidente sería El paciente
inglés
(Anthony Minghella, 1996)- Lawrence de Arabia forma parte de ese
grupo de películas que ya no se hacen.
Comentarios
Desde entonces, he vuelto siempre a "Lawrence de Arabia" como si fuese aquella noche.
De David Lean tengo que reconocer que me secuestran tanto esta película como "El puente sobre el río Kwai" (una de las películas favoritas de mi padre). Creo que es un cine con mayúsculas, sin comparación posible. De ese cine que hace que la emoción sea lo más importante.
Abrazos emocionados.
Del cine de Lean, en especial de este tipo de películas en su filmografia, incluyendo a Zhiivago y el puente del silbidito, me quedo con que a pesar de estarme contando algo majestuoso, muy grande, muy rio...me sabe todo a muy cercano, muy pegado a la tierra, muy detallista. Por momentos siento que estoy viendo un maravillosa pradera captado desde lo alto con un dron o un helicóptero, y sin embargo sintiendo la brizna de hierba y su olor como si estuviese tumbado en ella.
No obstante, si hablábamos de despedidas cinematográficas maravillosas como "Dublineses" o "La huella", David Lean no acertó con la suya, a mi entender. "Pasaje a la India" me parece una película preciosista pero tremendamente sosa, me pasé todo el film pensiente de que sucediera algo que se acercara a la emoción que había vivido con otras películas del director.
Y "Lawrence..." es cine puro, el peliculón por antonomasia, épica, intimista, espectacular y emocional...y la banda sonora...ni silbidito, ni vals. piensas en cine a lo grande y escuchas la música de Maurice Jarre en tu cabeza.
Abrazos blandiendo la cimitarra.