EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXXIV)
A Dios pongo por
testigo. A Dios pongo por testigo de que no lograrán aplastarme. Viviré por
encima de todo esto y cuando haya terminado nunca volveré a saber lo que es
hambre. Ni yo ni ninguno de los míos.
Aunque tenga que matar, engañar o robar…¡ A Dios pongo por testigo de
que jamás volveré a pasar hambre ¡
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (Gone with the wind). USA, 1939. Dir Victor Fleming (George Cukor, Sam Wood) con Vivian Leigh, Clark Gable, Olivia de Havilland, Leslie Howard, Hattie McDaniel, Thomas Mitchell (235 min).
Ochenta años después de ser proyectada por primera vez en un
teatro de Atlanta (se cumplirán de aquí a doce meses, el próximo 15 de
diciembre de 2019), Lo que el viento se
llevó sigue manteniendo intacta su aureola de película mítica. Para muchos,
no es una película más, es simplemente LA película. Como todo mito que se
precie, las razones del éxito de un film como este escapan, si se me permite,
un poco a la lógica; es increíblemente larga, un culebrón con un punto kitsch y
hasta cursi, y para colmo, si ya nos ponemos puntillosos, absolutamente
tramposa con tratamiento histórico de la época que desarrolla. Y sin embargo,
como espectáculo y acontecimiento cinematográfico es probable que nunca haya
habido nada más grande. A mí al menos, no se me ocurre que pueda haberlo
habido.
Al contrario de Casablanca,
la otra película- mito por excelencia que como vimos cimentó ese mito en un mar
de casualidades, Lo que el viento se
llevó nació con mayor vocación de leyenda. Así lo indican las
circunstancias que rodearon su gestación, empezando por su mastodóntico
presupuesto y concluyendo con la odisea que finalmente supuso su rodaje. Todo
por la ambición de un productor David O ´Selznick y su obsesión por crear la
película perfecta.
O Selznick, miembro de una familia de origen judío de
Pennsylvania, había comenzado a trabajar muy joven en el mundo del cine,
primero en la MGM desde donde pasó a la Paramount y posteriormente a la RKO.
Sin embargo, el sueño de David era tener su propia empresa, y así se convirtió
en uno de los grandes productores independientes del Hollywood de los años
treinta. Sus películas comenzaron a distribuirse a través de la United Artists,
y entre sus primeros éxitos cabe destacar las primeras versiones de El prisionero de Zenda (John Cromwell,
1937) o Ha nacido una estrella
(William A. Wellman, 1937). Por aquel entonces, Selzncik ya había puesto los
ojos en la obra de Margaret Mitchell Lo
que el viento se llevó, y no cejó hasta hacerse con sus derechos para
llevarla a la gran pantalla.
Margaret Mitchell es una de las más ilustres “buterblys” de
la literatura norteamericana del siglo pasado. El término “buterbly”,
procedente de un relato del autor de Moby Dick, Herman Melville, y sirve para
referirse para todos aquellos escritores que han pasado a la posteridad por el
único libro que han sido capaces de escribir en toda su vida (a lo sumo, habrán
escrito dos o tres, pero solo uno les ha valido la fama). El caso de Margaret
Mitchell es particularmente reseñable; perteneciente a una de las familias más
influyentes de Atlanta, esta mujer sufrió un grave accidente que la obligo a
guardar una larga convalecencia en cama. Mientras se recuperaba empezó a
escribir la obra que le llevaría a la inmortalidad, una gran epopeya americana
ambientada en los tiempos de la Guerra de Secesión en cuya protagonista quiso
plasmar algunos rasgos autobiográficos. La novela ganó el Premio Pulitzer de
1936, el año en el que salió a la venta,pero ya incluso antes varios
productores de Hollywood habían tenido acceso a la lectura de un primer
manuscrito de la obra. Todos ellos pensaron que era una locura trasladar
aquello a la gran pantalla. Tras escribir su única obra, Mitchel abandonó la
literatura y se dedicó a la filantropía. Curiosamente murió a consecuencia de
las heridas causadas por otro accidente de coche. Nada quiso saber sobre la
producción y el rodaje de la película, aunque sí estuvo en el estreno de
Atlanta. Al vender sus derechos al productor le hizo saber de su escepticismo,
pues pensaba que su obra era imposible de llevar al cine. En realidad, todos
los que habían leído el libro lo pensaban.
Sin embargo, ya quedó dicho que O Selznick era ambicioso y
se le ponían muy pocas cosas por delante. Por consejo de su editora que había
tenido acceso al texto antes de ser publicado, devoró el libro durante unas
vacaciones en Hawaii y quedó prendado. Se hizo con los derechos de la obra por
50.000 dólares de la época, ante la impotencia del resto de estudios que nada
pudieron hacer. El propio O Selznick tuvo que convencer a los miembros de su
consejo de administración de que el proyecto podía ser viable.Parecía que con
esoya estaba hecho lo más difícil, pero lo que quedaba por delante no era ni
mucho menos ningún camino de rosas. Faltaba elegir al director, a los actores,
encontrar localizaciones y manejar, en fin, un presupuesto desorbitado para la
época, y que acabaría disparándose hasta los 3.700.000 dólares, ocasionando no
pocos quebraderos de cabeza a la productora.
En realidad el primer gran problema que se le presentó a O
Selznick fue el de poder contar con un guion fiable. Aunque el productor quería
a Ben Hecht para que trasladase el libro a la pantalla, terminó contratando a
Sidney Howard que había ganado el Premio Pulitzer en 1925 por su pieza teatral Sabían lo que querían, llevada también
al cine por Garson Kanin en 1940. Howard
se presentó en la oficina de O´Selznick con un manuscrito que rondaba las 400
páginas, el equivalente aproximado a cinco horas y media de película. Para
colmo, algunas escenas que luego han pasado a la historia, como la del
juramento de Escarlata al final de la primera parte del film, ni siquiera
aparecían escritas en esas páginas. Aquello era una locura, y naturalmente
había que retocarlo; en el proceso intervino más de uno e incluso parece que
Scott Fitzgerald estuvo un par de días a sueldo del productor trabajando en los
textos.
Estaba previsto inicialmente que quien dirigieseLo que el viento se llevó fuese George
Cukor, que ya había trabajado con O Selznick en los tiempos de la RKO. Sin
embargo, Cukor estuvo poco tiempo al frente del film; la versión oficial apunta
a desavenencias con el productor y el guionista, aunque las malas lenguas dicen
que Clark Gable se encargó personalmente de poner de patitas en la calle al
cineasta ya que no soportaba tener como jefe a un homosexual. El encargado de
sustituir a Cukor fue Victor Fleming, quien por entonces estaba dándole los
últimos toques al rodaje de El mago de
Oz. King Vidor, quien previamente había rechazado ser el recambio de Cukor
en la película por ser amigo personal de este, se encargaría a su vez de
rematar el musical que protagonizaba Judy Garland. A Fleming le costó
aclimatarse a su nueva película, y a los pocos días se presentó en el plató de
rodaje hecho una furia. “Tu guion es una mierda”, le espetó a O´Selznick a
bocajarro, a lo que el productor respondió pidiendo ayuda a quien había sido su
primera opción, Ben Hecht. De Hetch y de su gran obra ya hablamos aquí a propósito
del capítulo dedicado a Luna nueva. El
flamante nuevo fichaje de O´Selznick se encerró junto a Howard y al propio
productor durante cinco días para dar forma al nuevo libreto, que en cualquier
caso no fue definitivo del todo. A pesar de estar escrito por varias manos, el
único que finalmente aparece en los créditos es Sidney Howard cuya labor se
recompensó con uno de los ocho Oscars que recibió la película en 1939. Fue el
primer Oscar póstumo de la historia, ya que Howard murió unos meses antes de la
ceremonia, y ni siquiera pudo asistir al estreno del film en Atlanta.
No acabaron ahí los problemas de Fleming que tuvo que lidiar
con un rodaje auténticamente de locos. Tanto fue así que cogió una pequeña baja
temporal durante la cual fue sustituido por Sam Wood que estuvo al frente del
proyecto un corto tiempo. Tal vez por aquello de que Wood había dirigido a los
Marx en Una noche en la opera se
pensó que era la persona ideal para hacerse cargo de todo aquel caos. En los
créditos, Victor Fleming figura como el único director del film; la
maledicencia insinúa que fue él mismo quien se negó a que Cukor y Wood
apareciesen junto a él como colaboradores.
La elección de los actores principales fue también toda una
odisea. O ´Selznick tenía muy claro desde el principio que su Rhett Butler
habría de tener el rostro de Clark Gable que, sin embargo, tenía más dudas al
respecto. Gable trabajaba entonces para la Metro, y, aunque ansiaba el papel,
no creía que Samuel Goldwin estuviese por la labor de cederle a un estudio
rival. Finalmente, la entrada en el proyecto de la compañía del león y su
respaldo en labores de producción y distribución de la película posibilitaron a
su vez la presencia del galán en la misma. Por si acaso, la productora ya tenía
varias balas en la recámara. Ronald Colman o Frederich March pudieron ser Rhettt
Butler, pero Gable fue siempre la primera opción.
Hubo muchos más problemas para encontrar a Escarlata. Las
audiciones y las pruebas de cámara fueron incontables. Se tantearon a las
principales actrices de la época, sin tener en cuenta siquiera problemas de
edad. Irene Dunne, Carole Lombard, Margaret Sullivan o Joan Crawford fueron
algunas de las candidatas para encarnar a la protagonista del film. Paulette
Goddard estuvo a punto de firmar el contrato para interpretar al personaje,
aunque en su caso había un pequeño problema. Goddard era entonces la pareja de
Charles Chaplin; ambos vivían juntos pero sin estar casados. Por supuesto,
también se tanteó – con escasas esperanzas, eso sí- a las dos grandes divas del
momento. Se dice que Katharine Hepburn se pilló un cabreo monumental cuando se
enteró de que la RKO no había pujado lo suficiente para hacerse con los
derechos de la obra, algo que le hubiese permitido interpretar a su
protagonista sin ningún problema. Por su parte, Bette Davis acabaría
protagonizando su propio drama sureño, Jezabel
(William Wyler, 1938). En esta ocasión quien se pilló el cabreo fue O´Selznick
quien también terminaría acusando a la propia actriz y a la Warner de plagio.
La leyenda dice que David O´ Selznick conoció a la que
habría ser la protagonista principal de Lo que el viento se llevó cuando ya se
había iniciado el rodaje de la película. En concreto, se estaba filmando la
famosa escena en la que Rhett, Escarlata y Melania huyen de Atlanta mientras la
ciudad arde en llamas (en realidad, decorados cedidos por la RKO de viejas
películas como King Kong).Gable
manejaba la carreta, mientras una actriz a su lado se cubría el rostro
constantemente para que no se descubriese su identidad. Se cuenta que Myrton O Selznick, hermano del
productor que trabajaba como agente de actores, se presentó en el set junto a
Laurence Olivier, que era uno de sus protegidos. Olivier a su vez se hacía
acompañar por una joven actriz británica llamada Vivian Leigh, a la que más
tarde, en 1940, habría de convertir en su esposa. Cuando las miradas de Leigh y
O Selznick se cruzaron, este no tuvo dudas de que por fin había encontrado a su
heroína.
La historia es ciertamente muy bonita, pero es FALSA de toda
falsedad. A O ´Selznick jamás se le hubiese ocurrido comenzar a rodar una
película como Lo que el viento se
llevó sin tener antes a su protagonista principal atada y bien atada.
Y lo cierto es que Vivien Leigh fue una perfecta Blanche Dubois
para la primera adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), pero su personaje por
excelencia es y será siempre el de Scarlett O´Hara. Del mismo modo, puede que
Clark Gable no sea ni de lejos el mejor actor de la historia del cine, pero hoy
en día es impensable imaginar otro Rhett Butler.
Olivia de Havilland, que en Lo que el viento se llevó da vida a la dulce y abnegada Melania
Hamilton, llegó al reparto de la película tras una cesión especial de la Warner
que la tenía bajo un contrato exclusivo.
Leslie Howard aceptó a regañadientes el papel de Ashley Wilkes al que
consideraba un personaje demasiado soso y blando; como contrapartida, el actor
británico recibió de O ´Selznick la promesa de coproducir Intermezzo, su siguiente película que protagonizaría junto a Ingrid
Bergman a las órdenes de Gregory Rattof.
La maldición y la desgracia perseguirían a tres de los cuatro
protagonistas principales del film en los años siguientes. Lesliie Howard
moriría en un accidente aéreo cerca de las costas de Galicia durante la guerra,
Clark Gable, a su vez, vería morir también a bordo de un avión a su pareja
Carole Lombard y moriría a los cincuenta y nueve años víctima de una trombosis
coronaria que derivó en un ataque cardíaco. Por su parte, Vivian Leigh padeció
trastorno bipolar toda su vida, sufriendo además de diversos episodios de
tuberculosis, uno de los cuales acabó con su vidacuando solo contaba cincuenta
y cuatro años. Olivia de Havilland es la
única de los cuatro que todavía sobrevive a día de hoy – 102 años le
contemplan. Curiosamente, la actriz encarna al único personaje que muere en el
film.
Entre el resto del reparto, hay que destacar al siempre
notable Thomas Mitchell que da vida al padre de la protagonista y que en ese
mismo 1939 recibiría el Oscar al Mejor Actor Secundario por su papel en La
diligencia de John Ford. Por su parte, Hattie McDaniel hacía historia al convertirse
en la primera persona de la comunidad negra estadounidense en ganar la
estatuilla por interpretar a la entrañable Mamy. La actriz acudió a recoger
personalmente su premio que por entonces se entregaba todavía en el transcurso
de una cena retransmitida por radio desde el hotel Ambassador de Los Ángeles.
De forma paradójica, McDaniel no había podido asistir meses antes al estreno de
la película en Atlanta debido a las estrictas normas segregacionistas
imperantes en la época.
Georgia, 1860. A escasas millas de la capital, Atlanta, se
levanta Tara, una extensa plantación algodonera que se dispone a vivir sus
últimos días de esplendor antes del inminente estallido de la guerra entre el
Norte y el Sur. Scarlett es la mayor de las tres hijas de Gerald y Ellen
O´Hara, el matrimonio propietario de la hacienda. A sus 16 años, Scarlett es
caprichosa y egoísta, y vive enamorada en secreto de Ashley Wilkes, miembro
igualmente de la alta sociedad georgiana. Ashely, sin embargo, está a punto de
casarse con Melanie Hamilton, prima de Scarlett, que se caracteriza por su
enorme bondad y su gran corazón. Naturalmente, Scarlett odia a Melanie con toda
su alma.
Cuando Scarlett se entera de que va a celebrarse una fiesta
en Los doce robles, la residencia de los Wilkes, en la que Ashley y Melanie
anunciarán su compromiso, la joven decide acudir, convencida ingenuamente de
que al sincerarse con Ashley y declararle su amor, este cancelará la boda. Nada
de esto ocurre, y Scarlett se dedica a coquetear entonces con todos los
muchachos invitados a la fiesta. Entre esos invitados se encuentra un
misterioso caballero procedente de Charleston, el capitán Reth Butler cuya
nefasta reputación le precede. Después de la comidas, mientras las mujeres
hacen la siesta, los hombres mantienen una reunión en la que habla de política
y en la que Butler escandaliza a los presentes vaticinado la segura derrota del
ejército confederado frente a los unionistas si finalmente se desencadena la
guerra. El capitán se retira a descansar y es testigo involuntario de la
frustrada declaración de amor de Scarlett a Ashley que termina rechazándola. No
obstante, Butler promete a Scarlett guardar su secreto mientras viva.
Al final de la velada, y ante los rumores del comienzo de la
guerra, los hombres corren a alistarse en las filas de los sudistas. Scarlett
ve cómo Ashley se despide de su prometida con un apasionado beso, y despechada,
acepta la proposición de matrimonio que le hace Charles, hermano de Melanie.
Ambas bodas, la de Ashley con Melanie y la de Scarlett con Charles, se celebran
en el corto plazo de unas horas.
Los hombres van a la guerra, y al poco tiempo Charles muere,
aunque no en el frente, sino a consecuencia de una neumonía. Obligada a llevar
un luto que no siente, Scarlett viaja a Atlanta a casa de su tía Pitypatt
Hamilton en la que también vive Melanie. Mammy, la criada de los O´Hara que ha
criado a Scarlett desde su más tierna infancia, le recrimina que si va a la
ciudad es para estar cerca de Melanie y esperar el regreso de Ashley de la
guerra. En un baile destinado a recaudar fondos para el ejército, se produce un
nuevo encuentro entre Scarlett y Reth, reconvertido ahora en contrabandista que
aprovecha una pequeña flota de barcos para burlar el bloqueo naval al que son
sometidas las tierras del Sur por parte de la Unión. Butler vuelve a
escandalizar al personal pujando fuertemente por abrir el baile con la reciente
viuda. En los meses siguientes, el capitán visita de forma regular a Scarlett a
quien agasaja convenientemente.
La guerra avanza, y Gettysburg supone un mazazo importante
para las aspiraciones de victoria en las tropas del Sur. La lista de bajas es
interminable, pero Melanie y Scarlett comprueban con alivio que entre ellas no
está Ashley. Wilkes disfruta de un corto permiso en el que deja embarazada a
Melanie. Al despedirse hace prometer a Scarlettque si algo le pasará en el
campo de batalla cuidará siempre de su esposa y de su hijo.
Ocho meses después tiene lugar el asedio de Atlanta, y
cientos de personas huyen de la ciudad porque cada vez se presiente más cercana
la entrada en ella del ejército yanqui. Scarlett empieza a trabajar como
voluntaria en un hospital de campaña habilitado para atender a los cada vez más
numerosos heridos que llegan del frente. La señora Pyitypatt es una de las que
ha abandonado la ciudad dejando a la joven sola junto a una débil Melanie que
está sufriendo un embarazo difícil. Con la – mínima- ayuda de Pryssy, la atolondrada
criada negra de los Hamilton, asiste a su prima que da a luz un varón. Pryssy
es enviada a buscar al capitán Rhett Butler que se divierte en el prostíbulo
regentado por su amiga Belle Watling, y acepta finalmente sacar de la ciudad a
las tres mujeres y al bebé. La comitiva parte rumbo a Tara en un destartalado
carruaje y abandona Atlanta que está siendo pasto de las llamas. Una vez en las
afueras de la ciudad, Rhett comunica a Scarlett su intención de alistarse con
los sudistas ya que siempre fue defensor de las causas perdidas. En
consecuencia, Tara deberá guiar la expedición y llegar sola a su hogar.
A su llegada a Tara, Scarlett encuentra un panorama
desolador. Su padre ha perdido completamente la razón, y su madre acaba de
fallecer el día anterior. Eso por no hablar de que los Doce Robles ha sido
asolada por completo. Todo parece perdido, y sin embargo es el momento en el
que Scarlett descubre que no debe darse por rendida. Frente a la tierra que la
vio nacer, la muchacha eleva su voz al cielo y pone a Dios por testigo de que
ni ella ni los suyos volverán jamás a pasar hambre. Y así, en todo lo alto, y
con el travelling más famoso de la Historia del Cine, concluye la primera parte
del film.
A partir de entonces, Scarlett permanece fiel a su juramento. Tal y como vemos al comienzo de la segunda
parte, gracias a su esfuerzo y dedicación Tara ha logrado sobrevivir a duras
penas a los tiempos de hambruna y miseria que se suceden tras la derrota en la
guerra. Lo que han visto sus ojos tras la huida de Atlanta, han convertido
definitivamente a Scarlett en una mujer decidida y valiente. Una mañana se
acerca hasta la plantación un desertor del ejército del Norte dispuesto a robar comida. Cuando
descubre a Scarlett intenta atacarla, pero esta le descerraja de un tiro la
cara con el revólver de su padre. Al oír el disparo, Melanie, que está en cama
muy debilitada tras su complicado parto, aparece para socorrer a Scarlett.
Lleva en la mano el florete de su hermano muerto, pero ya no hace falta. Las
dos mujeres se las arreglan para deshacerse del cadáver, no sin antes quedarse
con las pertenencias que el muerto llevaba encima.
Los tiempos duros aguardan, no obstante, y las desgracias
nunca vienen solas. Un antiguo capataz de Tara llega hasta la hacienda con la
intención de hacer una oferta por su compra. Scarlett la rechaza. Al partir el
capataz, Gerald O Hara sale en su persecución a lomos de su caballo que lo
derriba causándole la muerte.
Al mismo tiempo, las nuevas leyes de la Reconstrucción de
los vencedores elevan la presión fiscal y provocan un alza desmesurada de los
impuestos sobre las tierras del Sur. Ninguno de los habitantes de Tara puede
hacer frente al pago de la renta de 300 dólares, la cantidad a la que sube el
nuevo impuesto. Pero Scarlett no se rinde. Con unas viejas cortinas se hace un
vestido y se planta en la ciudad dispuesta a conseguir el dinero. Acude primero
a Rhett que le niega el préstamo, pero cuando todo parece perdido, aparece
Frank Kennedy, antiguo pretendiente de una de las hermanas O´Hara, y Scarlett
ve una tabla de salvación. Frank se convierte en el segundo marido de Scarlett.
Ashley vuelve a Tara tras la derrota en la guerra. Allí le
esperan las mujeres que le aman. Scarlett y él tienen un encuentro furtivo en
el que Wilkes le confiesa que le ama pero no puede abandonar a su mujer. Es
entonces cuando el matrimonio Kennedy le ofrece convertirse en socio de su
empresa maderera. Ashley parece dispuesto a irse a Nueva York con su mujer y su
hijo, pero Scarlett le convence de que no lo haga.
Scarlett es ya una mujer rica que no tarda en enviudar de
Frank, muerto por un soldado yanqui durante una reyerta. A los pocos días, Reth
acude a darle el pésame y acto seguido le propone matrimonio, obteniendo por
fin el sí. Los primeros años del matrimonio son felices, aunque Scarlett sigue
pensando en su Ashley. Reth y ella tienen una hija a la que ponen por nombre
Bonnie. La felicidad es completa, pero a los pocos años Bonnie muere al caer de
un poni que le había regalado su padre.
Reth entra entonces en una profunda depresión. Se niega a
enterrar a su hija y vela su cadáver todo el tiempo. Melanie tiene que
intervenir y convence finalmente al capitán de que Bonnie ha de recibir
sepultura. A la salida de su reunión con Butler, Melanie, que está esperando su
segundo hijo, pese a que los médicos le habían aconsejado no quedarse
embarazada de nuevo, se desmaya ante Mammy.
Melanie cae gravemente enferma. En su lecho de muerte, pide
a Scarlett que cuide de su marido y de su hijo. Es entonces realmente cuando
esta se convence de que Melanie y Ashley se amaban realmente, y que ella no
hubiese tenido nada que hacer en medio de los dos. Busca a Rhett que ha
desaparecido del velatorio, y lo encuentra en su casa haciendo el equipaje para
regresar a Charleston. Scarlett le persigue hasta el umbral rogándole que no le
abandone y preguntándose qué hará ella sin él ahora que ha descubierto que es
el único hombre de su vida. Pero francamente, a él le importa un bledo. Rhet se
va y Scarlett se queda sola rumiando que va a luchar por recuperarle. Se llega
hasta la gran escalera y se deja caer sobre ella llorando. De repente, unas
voces, la de Ashley, la de su padre, comienzan a retumbar en su cabeza. Tara,
tara, el rojo de la tierra de Tara es lo que realmente le da la fuerza para
seguir adelante. Sí, definitivamente, Scarlett volverá a Tara y desde allí
planeará rehacer una vez más su vida y hacer que Rhett vuelva a su lado. Pero
eso, ya lo pensará mañana. Porque, definitivamente, mañana será otro día.
Amores ilícitos y prohibidos, bodas, asesinatos, odio entre
iguales, lucha de clases… Como se ve la película contiene todos los
ingredientes necesarios de lo que viene siendo un folletín rosa o un culebrón.
Sin embargo el equilibrio de fuerzas entre lo épico y lo romántico es tan
impresionante que poco nos debe importar. Muchos críticos dudan de cómo hubiese
sido un Lo que el viento se llevó
dirigido todo él por George Cukor, porque el director era un maestro en tramas y argumentos intimistas,
pero flojeaba un poco en la reconstrucción de escenas épicas y de batallas. Y
de esas en la película hay unas cuantas.
La estructura del relato es firme y sólida como pocas, lo
que hace que las casi cuatro horas de metraje del film no pesen en ningún momento en absoluto. Sobresale también, esto parece
ser mérito del guión, su certero retrato de personajes, y también hay unos
cuantos. Deslumbra por encima de todo la evolución psicológica de Scarlett que pasa de ser una niña mimada y
consentida a una mujer valiente a la que no se le pone nada por delante.
Los detractores del film encuentran el señuelo no solo en la
larga duración del mismo, sino también en la visión distorsionada que da del
periodo histórico que aborda, con un tratamiento algo indulgente de la esclavitud,
por ejemplo, que de forma paradójica pareció traducirse en un mejor trato por
parte de la industria del cine a la comunidad negra. A pesar de ello, tuvieron
que transcurrir casi 30 años para que otro actor negro, Sidney Poitier,
consiguiese un Oscar tras el hito logrado por Hattie McDaniel.
Había transcurrido casi un cuarto de siglo desde el estreno
de la que puede considerarse la primera gran superproducción de la historia del
cine, El nacimiento de una nación (D. W. Griffith, 1916), pero la película de
Fleming va un poco más allá, y con ella parece que nos encontramos con el
primer ejemplo reseñable del cine- espectáculo. La película se rodó en color, algo
inusual para la época, un recurso que se revela de una importancia vital desde
el punto de vista dramático; Scarlett evoluciona en la película al tiempo que
los tonos suaves y pasteles del comienzo derivan en los rojos y los naranjas
intensos de su final. El film supone una
experiencia sensorial definitiva que se completa con la majestuosa y
reconocible partitura de Max Steiner, que se incorporó tarde al proyecto y hubo
de realizar su trabajo en tiempo récord. O ´Selznick no escatimo medios para
contratar a William Cameron Menzies que se hizo cargo del diseño de producción
y cuya labor es impagable. La técnica del director artístico consistía en
bosquejar las escenas antes de filmarlas- un preludio a lo que hoy es el “story
board, lo que le daba a cada una de ellas su propia estética y tono. Menzies
superviso personalmente la mayoría de ellas, destacando el famoso momento en el
que Scarlett camina hacia el hospital de campaña sorteando un mar de cadáveres
y soldados heridos: el plano se va abriendo totalmente hasta ofrecer una
panorámica completa y desoladora que culmina en lo alto una bandera confederada
hecha jirones. Tan espectacular fue el trabajo de Menzies que la Academia de
Hollywood tuvo que inventarse un Oscar especial a los logros técnicos. La estatuilla
se sumó a las ocho que consiguió el film
En definitiva, Lo que
el viento se llevó abre la veda de las grandes y espectaculares
superproducciones que mezclan lo íntimo y lo épico. Muchas han intentado
repetir la fórmula a partir de entonces, y tal vez con la excepción del cine de
David Lean, muy pocas lo han logrado. Desde luego ninguna con la singularidad y
brillantez de esta obra única e imperecedera.
Comentarios
Por aquellas razones de entonces, la película obviamente no estaba en cartelera y, al menos en España, no se podía emitir en Televisión. No sabía si era cosa de censuras o distribuidoras, el caso es que aunque los clásicos abundasen en la pequeña pantalla, esta película estaba vetada. Pero crecí escuchando sus maravillas, lo guapa que era Scarlett O´Hara, la mítica sonrisa de Reth-Gable, las notas de la banda sonora o una preciosa escena con un imposible cielo rojizo.
Todo eso lo escuchaba pero no podía verlo. Hasta que a finales de los 70. por fin se anunció su estreno televisivo. Yo tendría 15 o 16 años. Quedamos varios amigos en una casa y no sentamos frente al televisor convenientemente provistos de comida para asaltas las casi 4 horas que se presagiaban brutales.
Aluciné. Visualmente era muy fuerte y eso que las televisiones de entonces no daban imágenes de gran calidad, incluso el color era un francamente mejorable, y por supuesto las pulgadas de entonces rara vez superaban 24 o 26. Pues con todo, con pantalla pequeña y de baja calidad, aquello era una pasada.
Pero puestos a alucinar había algo que se me hacia incomprensible. La protagonista era una mujer con más aspectos negativos que positivos. Caprichosa, manipuladora, egoísta, envidiosa, ambiciosa...¿Pero que era eso?, ¿Donde estaban los valores positivos que se supone que debían adornar a un protagonista al uso?...El escarmiento, ah si...perdía a Butler con su mensaje desdeñoso...pero no estaba claro, era mejor no llorar ahora, aquella mujer si se lo proponía lo recuperaría mañana...o tal vez no. ¿quien sabe?
Una bomba de película, por encima de sus cualidades técnicas o artísticas. Un mito.
Y por cierto, para curiosidades. Si Judi Dench tiene el Oscar con la actuación más corta, Vivian Leigth lo tiene con la más larga, 2 horas y casi 24 minutos de permanencia en pantalla. Llenaba la pantalla literalmente.
Abrazos apretando el corsé.
La primera de ellas proviene del señor Rigor. Los "storyboards" no los inventó William Cameron Menzies (Eisenstein ya dibujó previamente "El acorazado Potemkin" plano a plano) pero sí que dibujó uno a uno los bosquejos para toda la decoración interior y exterior.
Bien, dicha la gilipollez, pasamos a la película en sí.
Yo no lo vi en televisión, sino en el cine. Debía ser el año 81, más o menos, y convencí a un amigo para que fuésemos a verla al desaparecido cine Fuencarral. En aquella época yo era un individuo con cierta prestancia a pesar de mis diecisiete añitos y es la única vez en la que una señorita intentó "rollito" conmigo en el cine. Digamos que, aprovechando la larguísima duración de la película, comenzó a arrimarse. Como no había demasiado sitio en las butacas de entonces interpretó que a mí me iba la historia. En un movimiento inesperado, puso la pierna (llevaba una falda azul por las rodillas) encima de mi pierna izquierda. La llamé la atención e, inmediatamente, sin decir palabra se incorporó y siguió viendo la película más tiesa que un palo. Al final se fue antes de que encendieran las luces (antiguamente no se encendían hasta que se cerraban las cortinas de la pantalla). No me preguntéis si estaba buena o no, sencillamente, no lo recuerdo.
Por otro lado, la película. Es cierto, es un espectáculo impresionante. Realizada con mimo, sin reparar en gastos, con una increíble dirección de producción, etc, etc. Épicamente no puede tener ni un sólo pero. Y, sin embargo, para mí es uno de los personajes más odiosos de la historia del cine. No la entendí y no la he entendido nunca. Tiene a un hombre que la quiere, que está profundamente enamorado de ella, que está más bueno que un queso y que se comporta como un auténtico caballero...y ella se dedica a hacerle la vida imposible. Por otro lado, tiene al típico señorito del Sur, soso, tontorrón, más simple que una pelota de trapo, medio bobito...y está locamente enamorada de él. Quizá arrastré durante toda mi adolescencia esa sensación de que las chicas se colgaban del tío que tenía menos encantos invariablemente y, por eso, no supe interiorizar los sentimientos (si es que los tiene) de Scarlett. El caso es que, revisada hace dos o tres años (mi hermano, en una pirueta imposible, me regaló una edición especial en DVD), sigo pensando lo mismo. La chica tiene un par de hostias (o es políticamente incorrecto decir esto?).
El final. Me gustó tanto, tantísimo, la salida de Rhett que siempre me ha dado por pensar que no, que él no volvería con ella, precisamente porque es un hombre de verdad, de esos que ya no se hacen, cortado de una pieza y seguro de sus decisiones. La fantasmada aquella que hicieron con Joanne Whalley-Kilmer y Timothy Dalton con la mini-serie no tenía ningún sentido. Es como si nos diera por hacer una segunda parte de "Casablanca" para narrar cómo Rick e Ilsa se encuentran de nuevo y viven la historia de amor que nunca vivieron. Un sinsentido.
Por lo demás, a Dios pongo por testigo que sí, que "Lo que el viento se llevó" es cine, del mejor.
Abrazos con la cuerda de las cortinas.