EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXXIV)


A Dios pongo por testigo. A Dios pongo por testigo de que no lograrán aplastarme. Viviré por encima de todo esto y cuando haya terminado nunca volveré a saber lo que es hambre. Ni yo ni ninguno de los míos.  Aunque tenga que matar, engañar o robar…¡ A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre ¡



LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ (Gone with the wind). USA, 1939. Dir Victor Fleming (George Cukor, Sam Wood) con Vivian Leigh, Clark Gable, Olivia de Havilland, Leslie Howard, Hattie McDaniel, Thomas Mitchell  (235 min).

Ochenta años después de ser proyectada por primera vez en un teatro de Atlanta (se cumplirán de aquí a doce meses, el próximo 15 de diciembre de 2019), Lo que el viento se llevó sigue manteniendo intacta su aureola de película mítica. Para muchos, no es una película más, es simplemente LA película. Como todo mito que se precie, las razones del éxito de un film como este escapan, si se me permite, un poco a la lógica; es increíblemente larga, un culebrón con un punto kitsch y hasta cursi, y para colmo, si ya nos ponemos puntillosos, absolutamente tramposa con tratamiento histórico de la época que desarrolla. Y sin embargo, como espectáculo y acontecimiento cinematográfico es probable que nunca haya habido nada más grande. A mí al menos, no se me ocurre que pueda haberlo habido.

Al contrario de Casablanca, la otra película- mito por excelencia que como vimos cimentó ese mito en un mar de casualidades, Lo que el viento se llevó nació con mayor vocación de leyenda. Así lo indican las circunstancias que rodearon su gestación, empezando por su mastodóntico presupuesto y concluyendo con la odisea que finalmente supuso su rodaje. Todo por la ambición de un productor David O ´Selznick y su obsesión por crear la película perfecta.

O Selznick, miembro de una familia de origen judío de Pennsylvania, había comenzado a trabajar muy joven en el mundo del cine, primero en la MGM desde donde pasó a la Paramount y posteriormente a la RKO. Sin embargo, el sueño de David era tener su propia empresa, y así se convirtió en uno de los grandes productores independientes del Hollywood de los años treinta. Sus películas comenzaron a distribuirse a través de la United Artists, y entre sus primeros éxitos cabe destacar las primeras versiones de El prisionero de Zenda (John Cromwell, 1937) o Ha nacido una estrella (William A. Wellman, 1937). Por aquel entonces, Selzncik ya había puesto los ojos en la obra de Margaret Mitchell Lo que el viento se llevó, y no cejó hasta hacerse con sus derechos para llevarla a la gran pantalla.

Margaret Mitchell es una de las más ilustres “buterblys” de la literatura norteamericana del siglo pasado. El término “buterbly”, procedente de un relato del autor de Moby Dick, Herman Melville, y sirve para referirse para todos aquellos escritores que han pasado a la posteridad por el único libro que han sido capaces de escribir en toda su vida (a lo sumo, habrán escrito dos o tres, pero solo uno les ha valido la fama). El caso de Margaret Mitchell es particularmente reseñable; perteneciente a una de las familias más influyentes de Atlanta, esta mujer sufrió un grave accidente que la obligo a guardar una larga convalecencia en cama. Mientras se recuperaba empezó a escribir la obra que le llevaría a la inmortalidad, una gran epopeya americana ambientada en los tiempos de la Guerra de Secesión en cuya protagonista quiso plasmar algunos rasgos autobiográficos. La novela ganó el Premio Pulitzer de 1936, el año en el que salió a la venta,pero ya incluso antes varios productores de Hollywood habían tenido acceso a la lectura de un primer manuscrito de la obra. Todos ellos pensaron que era una locura trasladar aquello a la gran pantalla. Tras escribir su única obra, Mitchel abandonó la literatura y se dedicó a la filantropía. Curiosamente murió a consecuencia de las heridas causadas por otro accidente de coche. Nada quiso saber sobre la producción y el rodaje de la película, aunque sí estuvo en el estreno de Atlanta. Al vender sus derechos al productor le hizo saber de su escepticismo, pues pensaba que su obra era imposible de llevar al cine. En realidad, todos los que habían leído el libro lo pensaban.

Sin embargo, ya quedó dicho que O Selznick era ambicioso y se le ponían muy pocas cosas por delante. Por consejo de su editora que había tenido acceso al texto antes de ser publicado, devoró el libro durante unas vacaciones en Hawaii y quedó prendado. Se hizo con los derechos de la obra por 50.000 dólares de la época, ante la impotencia del resto de estudios que nada pudieron hacer. El propio O Selznick tuvo que convencer a los miembros de su consejo de administración de que el proyecto podía ser viable.Parecía que con esoya estaba hecho lo más difícil, pero lo que quedaba por delante no era ni mucho menos ningún camino de rosas. Faltaba elegir al director, a los actores, encontrar localizaciones y manejar, en fin, un presupuesto desorbitado para la época, y que acabaría disparándose hasta los 3.700.000 dólares, ocasionando no pocos quebraderos de cabeza a la productora.

En realidad el primer gran problema que se le presentó a O Selznick fue el de poder contar con un guion fiable. Aunque el productor quería a Ben Hecht para que trasladase el libro a la pantalla, terminó contratando a Sidney Howard que había ganado el Premio Pulitzer en 1925 por su pieza teatral Sabían lo que querían, llevada también al cine por Garson Kanin en 1940.  Howard se presentó en la oficina de O´Selznick con un manuscrito que rondaba las 400 páginas, el equivalente aproximado a cinco horas y media de película. Para colmo, algunas escenas que luego han pasado a la historia, como la del juramento de Escarlata al final de la primera parte del film, ni siquiera aparecían escritas en esas páginas. Aquello era una locura, y naturalmente había que retocarlo; en el proceso intervino más de uno e incluso parece que Scott Fitzgerald estuvo un par de días a sueldo del productor trabajando en los textos.

Estaba previsto inicialmente que quien dirigieseLo que el viento se llevó fuese George Cukor, que ya había trabajado con O Selznick en los tiempos de la RKO. Sin embargo, Cukor estuvo poco tiempo al frente del film; la versión oficial apunta a desavenencias con el productor y el guionista, aunque las malas lenguas dicen que Clark Gable se encargó personalmente de poner de patitas en la calle al cineasta ya que no soportaba tener como jefe a un homosexual. El encargado de sustituir a Cukor fue Victor Fleming, quien por entonces estaba dándole los últimos toques al rodaje de El mago de Oz. King Vidor, quien previamente había rechazado ser el recambio de Cukor en la película por ser amigo personal de este, se encargaría a su vez de rematar el musical que protagonizaba Judy Garland. A Fleming le costó aclimatarse a su nueva película, y a los pocos días se presentó en el plató de rodaje hecho una furia. “Tu guion es una mierda”, le espetó a O´Selznick a bocajarro, a lo que el productor respondió pidiendo ayuda a quien había sido su primera opción, Ben Hecht. De Hetch y de su gran obra ya hablamos aquí a propósito del capítulo dedicado a Luna nueva. El flamante nuevo fichaje de O´Selznick se encerró junto a Howard y al propio productor durante cinco días para dar forma al nuevo libreto, que en cualquier caso no fue definitivo del todo. A pesar de estar escrito por varias manos, el único que finalmente aparece en los créditos es Sidney Howard cuya labor se recompensó con uno de los ocho Oscars que recibió la película en 1939. Fue el primer Oscar póstumo de la historia, ya que Howard murió unos meses antes de la ceremonia, y ni siquiera pudo asistir al estreno del film en Atlanta.

No acabaron ahí los problemas de Fleming que tuvo que lidiar con un rodaje auténticamente de locos. Tanto fue así que cogió una pequeña baja temporal durante la cual fue sustituido por Sam Wood que estuvo al frente del proyecto un corto tiempo. Tal vez por aquello de que Wood había dirigido a los Marx en Una noche en la opera se pensó que era la persona ideal para hacerse cargo de todo aquel caos. En los créditos, Victor Fleming figura como el único director del film; la maledicencia insinúa que fue él mismo quien se negó a que Cukor y Wood apareciesen junto a él como colaboradores.

La elección de los actores principales fue también toda una odisea. O ´Selznick tenía muy claro desde el principio que su Rhett Butler habría de tener el rostro de Clark Gable que, sin embargo, tenía más dudas al respecto. Gable trabajaba entonces para la Metro, y, aunque ansiaba el papel, no creía que Samuel Goldwin estuviese por la labor de cederle a un estudio rival. Finalmente, la entrada en el proyecto de la compañía del león y su respaldo en labores de producción y distribución de la película posibilitaron a su vez la presencia del galán en la misma. Por si acaso, la productora ya tenía varias balas en la recámara. Ronald Colman o Frederich March pudieron ser Rhettt Butler, pero Gable fue siempre la primera opción.

Hubo muchos más problemas para encontrar a Escarlata. Las audiciones y las pruebas de cámara fueron incontables. Se tantearon a las principales actrices de la época, sin tener en cuenta siquiera problemas de edad. Irene Dunne, Carole Lombard, Margaret Sullivan o Joan Crawford fueron algunas de las candidatas para encarnar a la protagonista del film. Paulette Goddard estuvo a punto de firmar el contrato para interpretar al personaje, aunque en su caso había un pequeño problema. Goddard era entonces la pareja de Charles Chaplin; ambos vivían juntos pero sin estar casados. Por supuesto, también se tanteó – con escasas esperanzas, eso sí- a las dos grandes divas del momento. Se dice que Katharine Hepburn se pilló un cabreo monumental cuando se enteró de que la RKO no había pujado lo suficiente para hacerse con los derechos de la obra, algo que le hubiese permitido interpretar a su protagonista sin ningún problema. Por su parte, Bette Davis acabaría protagonizando su propio drama sureño, Jezabel (William Wyler, 1938). En esta ocasión quien se pilló el cabreo fue O´Selznick quien también terminaría acusando a la propia actriz y a la Warner de plagio.

La leyenda dice que David O´ Selznick conoció a la que habría ser la protagonista principal de Lo que el viento se llevó cuando ya se había iniciado el rodaje de la película. En concreto, se estaba filmando la famosa escena en la que Rhett, Escarlata y Melania huyen de Atlanta mientras la ciudad arde en llamas (en realidad, decorados cedidos por la RKO de viejas películas como King Kong).Gable manejaba la carreta, mientras una actriz a su lado se cubría el rostro constantemente para que no se descubriese su identidad.  Se cuenta que Myrton O Selznick, hermano del productor que trabajaba como agente de actores, se presentó en el set junto a Laurence Olivier, que era uno de sus protegidos. Olivier a su vez se hacía acompañar por una joven actriz británica llamada Vivian Leigh, a la que más tarde, en 1940, habría de convertir en su esposa. Cuando las miradas de Leigh y O Selznick se cruzaron, este no tuvo dudas de que por fin había encontrado a su heroína.
La historia es ciertamente muy bonita, pero es FALSA de toda falsedad. A O ´Selznick jamás se le hubiese ocurrido comenzar a rodar una película como Lo que el viento se llevó sin tener antes a su protagonista principal atada y bien atada.

Y lo cierto es que Vivien Leigh fue una perfecta Blanche Dubois para la primera adaptación cinematográfica de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), pero su personaje por excelencia es y será siempre el de Scarlett O´Hara. Del mismo modo, puede que Clark Gable no sea ni de lejos el mejor actor de la historia del cine, pero hoy en día es impensable imaginar otro Rhett Butler.

Olivia de Havilland, que en Lo que el viento se llevó da vida a la dulce y abnegada Melania Hamilton, llegó al reparto de la película tras una cesión especial de la Warner que la tenía bajo un contrato exclusivo.  Leslie Howard aceptó a regañadientes el papel de Ashley Wilkes al que consideraba un personaje demasiado soso y blando; como contrapartida, el actor británico recibió de O ´Selznick la promesa de coproducir Intermezzo, su siguiente película que protagonizaría junto a Ingrid Bergman a las órdenes de Gregory Rattof.

La maldición y la desgracia perseguirían a tres de los cuatro protagonistas principales del film en los años siguientes. Lesliie Howard moriría en un accidente aéreo cerca de las costas de Galicia durante la guerra, Clark Gable, a su vez, vería morir también a bordo de un avión a su pareja Carole Lombard y moriría a los cincuenta y nueve años víctima de una trombosis coronaria que derivó en un ataque cardíaco. Por su parte, Vivian Leigh padeció trastorno bipolar toda su vida, sufriendo además de diversos episodios de tuberculosis, uno de los cuales acabó con su vidacuando solo contaba cincuenta y cuatro años.  Olivia de Havilland es la única de los cuatro que todavía sobrevive a día de hoy – 102 años le contemplan. Curiosamente, la actriz encarna al único personaje que muere en el film.
Entre el resto del reparto, hay que destacar al siempre notable Thomas Mitchell que da vida al padre de la protagonista y que en ese mismo 1939 recibiría el Oscar al Mejor Actor Secundario por su papel en La diligencia de John Ford. Por su parte, Hattie McDaniel hacía historia al convertirse en la primera persona de la comunidad negra estadounidense en ganar la estatuilla por interpretar a la entrañable Mamy. La actriz acudió a recoger personalmente su premio que por entonces se entregaba todavía en el transcurso de una cena retransmitida por radio desde el hotel Ambassador de Los Ángeles. De forma paradójica, McDaniel no había podido asistir meses antes al estreno de la película en Atlanta debido a las estrictas normas segregacionistas imperantes en la época.



Georgia, 1860. A escasas millas de la capital, Atlanta, se levanta Tara, una extensa plantación algodonera que se dispone a vivir sus últimos días de esplendor antes del inminente estallido de la guerra entre el Norte y el Sur. Scarlett es la mayor de las tres hijas de Gerald y Ellen O´Hara, el matrimonio propietario de la hacienda. A sus 16 años, Scarlett es caprichosa y egoísta, y vive enamorada en secreto de Ashley Wilkes, miembro igualmente de la alta sociedad georgiana. Ashely, sin embargo, está a punto de casarse con Melanie Hamilton, prima de Scarlett, que se caracteriza por su enorme bondad y su gran corazón. Naturalmente, Scarlett odia a Melanie con toda su alma.

Cuando Scarlett se entera de que va a celebrarse una fiesta en Los doce robles, la residencia de los Wilkes, en la que Ashley y Melanie anunciarán su compromiso, la joven decide acudir, convencida ingenuamente de que al sincerarse con Ashley y declararle su amor, este cancelará la boda. Nada de esto ocurre, y Scarlett se dedica a coquetear entonces con todos los muchachos invitados a la fiesta. Entre esos invitados se encuentra un misterioso caballero procedente de Charleston, el capitán Reth Butler cuya nefasta reputación le precede. Después de la comidas, mientras las mujeres hacen la siesta, los hombres mantienen una reunión en la que habla de política y en la que Butler escandaliza a los presentes vaticinado la segura derrota del ejército confederado frente a los unionistas si finalmente se desencadena la guerra. El capitán se retira a descansar y es testigo involuntario de la frustrada declaración de amor de Scarlett a Ashley que termina rechazándola. No obstante, Butler promete a Scarlett guardar su secreto mientras viva.

Al final de la velada, y ante los rumores del comienzo de la guerra, los hombres corren a alistarse en las filas de los sudistas. Scarlett ve cómo Ashley se despide de su prometida con un apasionado beso, y despechada, acepta la proposición de matrimonio que le hace Charles, hermano de Melanie. Ambas bodas, la de Ashley con Melanie y la de Scarlett con Charles, se celebran en el corto plazo de unas horas.
Los hombres van a la guerra, y al poco tiempo Charles muere, aunque no en el frente, sino a consecuencia de una neumonía. Obligada a llevar un luto que no siente, Scarlett viaja a Atlanta a casa de su tía Pitypatt Hamilton en la que también vive Melanie. Mammy, la criada de los O´Hara que ha criado a Scarlett desde su más tierna infancia, le recrimina que si va a la ciudad es para estar cerca de Melanie y esperar el regreso de Ashley de la guerra. En un baile destinado a recaudar fondos para el ejército, se produce un nuevo encuentro entre Scarlett y Reth, reconvertido ahora en contrabandista que aprovecha una pequeña flota de barcos para burlar el bloqueo naval al que son sometidas las tierras del Sur por parte de la Unión. Butler vuelve a escandalizar al personal pujando fuertemente por abrir el baile con la reciente viuda. En los meses siguientes, el capitán visita de forma regular a Scarlett a quien agasaja convenientemente.

La guerra avanza, y Gettysburg supone un mazazo importante para las aspiraciones de victoria en las tropas del Sur. La lista de bajas es interminable, pero Melanie y Scarlett comprueban con alivio que entre ellas no está Ashley. Wilkes disfruta de un corto permiso en el que deja embarazada a Melanie. Al despedirse hace prometer a Scarlettque si algo le pasará en el campo de batalla cuidará siempre de su esposa y de su hijo.

Ocho meses después tiene lugar el asedio de Atlanta, y cientos de personas huyen de la ciudad porque cada vez se presiente más cercana la entrada en ella del ejército yanqui. Scarlett empieza a trabajar como voluntaria en un hospital de campaña habilitado para atender a los cada vez más numerosos heridos que llegan del frente. La señora Pyitypatt es una de las que ha abandonado la ciudad dejando a la joven sola junto a una débil Melanie que está sufriendo un embarazo difícil. Con la – mínima- ayuda de Pryssy, la atolondrada criada negra de los Hamilton, asiste a su prima que da a luz un varón. Pryssy es enviada a buscar al capitán Rhett Butler que se divierte en el prostíbulo regentado por su amiga Belle Watling, y acepta finalmente sacar de la ciudad a las tres mujeres y al bebé. La comitiva parte rumbo a Tara en un destartalado carruaje y abandona Atlanta que está siendo pasto de las llamas. Una vez en las afueras de la ciudad, Rhett comunica a Scarlett su intención de alistarse con los sudistas ya que siempre fue defensor de las causas perdidas. En consecuencia, Tara deberá guiar la expedición y llegar sola a su hogar.

A su llegada a Tara, Scarlett encuentra un panorama desolador. Su padre ha perdido completamente la razón, y su madre acaba de fallecer el día anterior. Eso por no hablar de que los Doce Robles ha sido asolada por completo. Todo parece perdido, y sin embargo es el momento en el que Scarlett descubre que no debe darse por rendida. Frente a la tierra que la vio nacer, la muchacha eleva su voz al cielo y pone a Dios por testigo de que ni ella ni los suyos volverán jamás a pasar hambre. Y así, en todo lo alto, y con el travelling más famoso de la Historia del Cine, concluye la primera parte del film.

A partir de entonces, Scarlett permanece fiel a su juramento.  Tal y como vemos al comienzo de la segunda parte, gracias a su esfuerzo y dedicación Tara ha logrado sobrevivir a duras penas a los tiempos de hambruna y miseria que se suceden tras la derrota en la guerra. Lo que han visto sus ojos tras la huida de Atlanta, han convertido definitivamente a Scarlett en una mujer decidida y valiente. Una mañana se acerca hasta la plantación un desertor del ejército del  Norte dispuesto a robar comida. Cuando descubre a Scarlett intenta atacarla, pero esta le descerraja de un tiro la cara con el revólver de su padre. Al oír el disparo, Melanie, que está en cama muy debilitada tras su complicado parto, aparece para socorrer a Scarlett. Lleva en la mano el florete de su hermano muerto, pero ya no hace falta. Las dos mujeres se las arreglan para deshacerse del cadáver, no sin antes quedarse con las pertenencias que el muerto llevaba encima.

Los tiempos duros aguardan, no obstante, y las desgracias nunca vienen solas. Un antiguo capataz de Tara llega hasta la hacienda con la intención de hacer una oferta por su compra. Scarlett la rechaza. Al partir el capataz, Gerald O Hara sale en su persecución a lomos de su caballo que lo derriba causándole la muerte.

Al mismo tiempo, las nuevas leyes de la Reconstrucción de los vencedores elevan la presión fiscal y provocan un alza desmesurada de los impuestos sobre las tierras del Sur. Ninguno de los habitantes de Tara puede hacer frente al pago de la renta de 300 dólares, la cantidad a la que sube el nuevo impuesto. Pero Scarlett no se rinde. Con unas viejas cortinas se hace un vestido y se planta en la ciudad dispuesta a conseguir el dinero. Acude primero a Rhett que le niega el préstamo, pero cuando todo parece perdido, aparece Frank Kennedy, antiguo pretendiente de una de las hermanas O´Hara, y Scarlett ve una tabla de salvación. Frank se convierte en el segundo marido de Scarlett.
Ashley vuelve a Tara tras la derrota en la guerra. Allí le esperan las mujeres que le aman. Scarlett y él tienen un encuentro furtivo en el que Wilkes le confiesa que le ama pero no puede abandonar a su mujer. Es entonces cuando el matrimonio Kennedy le ofrece convertirse en socio de su empresa maderera. Ashley parece dispuesto a irse a Nueva York con su mujer y su hijo, pero Scarlett le convence de que no lo haga.

Scarlett es ya una mujer rica que no tarda en enviudar de Frank, muerto por un soldado yanqui durante una reyerta. A los pocos días, Reth acude a darle el pésame y acto seguido le propone matrimonio, obteniendo por fin el sí. Los primeros años del matrimonio son felices, aunque Scarlett sigue pensando en su Ashley. Reth y ella tienen una hija a la que ponen por nombre Bonnie. La felicidad es completa, pero a los pocos años Bonnie muere al caer de un poni que le había regalado su padre.

Reth entra entonces en una profunda depresión. Se niega a enterrar a su hija y vela su cadáver todo el tiempo. Melanie tiene que intervenir y convence finalmente al capitán de que Bonnie ha de recibir sepultura. A la salida de su reunión con Butler, Melanie, que está esperando su segundo hijo, pese a que los médicos le habían aconsejado no quedarse embarazada de nuevo, se desmaya ante Mammy.

Melanie cae gravemente enferma. En su lecho de muerte, pide a Scarlett que cuide de su marido y de su hijo. Es entonces realmente cuando esta se convence de que Melanie y Ashley se amaban realmente, y que ella no hubiese tenido nada que hacer en medio de los dos. Busca a Rhett que ha desaparecido del velatorio, y lo encuentra en su casa haciendo el equipaje para regresar a Charleston. Scarlett le persigue hasta el umbral rogándole que no le abandone y preguntándose qué hará ella sin él ahora que ha descubierto que es el único hombre de su vida. Pero francamente, a él le importa un bledo. Rhet se va y Scarlett se queda sola rumiando que va a luchar por recuperarle. Se llega hasta la gran escalera y se deja caer sobre ella llorando. De repente, unas voces, la de Ashley, la de su padre, comienzan a retumbar en su cabeza. Tara, tara, el rojo de la tierra de Tara es lo que realmente le da la fuerza para seguir adelante. Sí, definitivamente, Scarlett volverá a Tara y desde allí planeará rehacer una vez más su vida y hacer que Rhett vuelva a su lado. Pero eso, ya lo pensará mañana. Porque, definitivamente, mañana será otro día.

Amores ilícitos y prohibidos, bodas, asesinatos, odio entre iguales, lucha de clases… Como se ve la película contiene todos los ingredientes necesarios de lo que viene siendo un folletín rosa o un culebrón. Sin embargo el equilibrio de fuerzas entre lo épico y lo romántico es tan impresionante que poco nos debe importar. Muchos críticos dudan de cómo hubiese sido un Lo que el viento se llevó dirigido todo él por George Cukor, porque el director era  un maestro en tramas y argumentos intimistas, pero flojeaba un poco en la reconstrucción de escenas épicas y de batallas. Y de esas en la película hay unas cuantas.

La estructura del relato es firme y sólida como pocas, lo que hace que las casi cuatro horas de metraje del film no pesen en ningún momento  en absoluto. Sobresale también, esto parece ser mérito del guión, su certero retrato de personajes, y también hay unos cuantos. Deslumbra por encima de todo la evolución psicológica de  Scarlett que pasa de ser una niña mimada y consentida a una mujer valiente a la que no se le pone nada por delante.

Los detractores del film encuentran el señuelo no solo en la larga duración del mismo, sino también en la visión distorsionada que da del periodo histórico que aborda, con un tratamiento algo indulgente de la esclavitud, por ejemplo, que de forma paradójica pareció traducirse en un mejor trato por parte de la industria del cine a la comunidad negra. A pesar de ello, tuvieron que transcurrir casi 30 años para que otro actor negro, Sidney Poitier, consiguiese un Oscar tras el hito logrado por Hattie McDaniel.

Había transcurrido casi un cuarto de siglo desde el estreno de la que puede considerarse la primera gran superproducción de la historia del cine, El nacimiento de una nación (D. W. Griffith, 1916), pero la película de Fleming va un poco más allá, y con ella parece que nos encontramos con el primer ejemplo reseñable del cine- espectáculo. La película se rodó en color, algo inusual para la época, un recurso que se revela de una importancia vital desde el punto de vista dramático; Scarlett evoluciona en la película al tiempo que los tonos suaves y pasteles del comienzo derivan en los rojos y los naranjas intensos de su final.  El film supone una experiencia sensorial definitiva que se completa con la majestuosa y reconocible partitura de Max Steiner, que se incorporó tarde al proyecto y hubo de realizar su trabajo en tiempo récord. O ´Selznick no escatimo medios para contratar a William Cameron Menzies que se hizo cargo del diseño de producción y cuya labor es impagable. La técnica del director artístico consistía en bosquejar las escenas antes de filmarlas- un preludio a lo que hoy es el “story board, lo que le daba a cada una de ellas su propia estética y tono. Menzies superviso personalmente la mayoría de ellas, destacando el famoso momento en el que Scarlett camina hacia el hospital de campaña sorteando un mar de cadáveres y soldados heridos: el plano se va abriendo totalmente hasta ofrecer una panorámica completa y desoladora que culmina en lo alto una bandera confederada hecha jirones. Tan espectacular fue el trabajo de Menzies que la Academia de Hollywood tuvo que inventarse un Oscar especial a los logros técnicos. La estatuilla se sumó a las ocho que consiguió el film

En definitiva, Lo que el viento se llevó abre la veda de las grandes y espectaculares superproducciones que mezclan lo íntimo y lo épico. Muchas han intentado repetir la fórmula a partir de entonces, y tal vez con la excepción del cine de David Lean, muy pocas lo han logrado. Desde luego ninguna con la singularidad y brillantez de esta obra única e imperecedera.





Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Cuando desperté "Lo que el viento se llevó" seguía allí y ya era un mito.

Por aquellas razones de entonces, la película obviamente no estaba en cartelera y, al menos en España, no se podía emitir en Televisión. No sabía si era cosa de censuras o distribuidoras, el caso es que aunque los clásicos abundasen en la pequeña pantalla, esta película estaba vetada. Pero crecí escuchando sus maravillas, lo guapa que era Scarlett O´Hara, la mítica sonrisa de Reth-Gable, las notas de la banda sonora o una preciosa escena con un imposible cielo rojizo.

Todo eso lo escuchaba pero no podía verlo. Hasta que a finales de los 70. por fin se anunció su estreno televisivo. Yo tendría 15 o 16 años. Quedamos varios amigos en una casa y no sentamos frente al televisor convenientemente provistos de comida para asaltas las casi 4 horas que se presagiaban brutales.

Aluciné. Visualmente era muy fuerte y eso que las televisiones de entonces no daban imágenes de gran calidad, incluso el color era un francamente mejorable, y por supuesto las pulgadas de entonces rara vez superaban 24 o 26. Pues con todo, con pantalla pequeña y de baja calidad, aquello era una pasada.

Pero puestos a alucinar había algo que se me hacia incomprensible. La protagonista era una mujer con más aspectos negativos que positivos. Caprichosa, manipuladora, egoísta, envidiosa, ambiciosa...¿Pero que era eso?, ¿Donde estaban los valores positivos que se supone que debían adornar a un protagonista al uso?...El escarmiento, ah si...perdía a Butler con su mensaje desdeñoso...pero no estaba claro, era mejor no llorar ahora, aquella mujer si se lo proponía lo recuperaría mañana...o tal vez no. ¿quien sabe?


Una bomba de película, por encima de sus cualidades técnicas o artísticas. Un mito.

Y por cierto, para curiosidades. Si Judi Dench tiene el Oscar con la actuación más corta, Vivian Leigth lo tiene con la más larga, 2 horas y casi 24 minutos de permanencia en pantalla. Llenaba la pantalla literalmente.

Abrazos apretando el corsé.
César Bardés ha dicho que…
Estupendo y limpio repaso a una película que es historia viva del cine, sí señor. Habría que decir varias cosas al respecto.
La primera de ellas proviene del señor Rigor. Los "storyboards" no los inventó William Cameron Menzies (Eisenstein ya dibujó previamente "El acorazado Potemkin" plano a plano) pero sí que dibujó uno a uno los bosquejos para toda la decoración interior y exterior.
Bien, dicha la gilipollez, pasamos a la película en sí.
Yo no lo vi en televisión, sino en el cine. Debía ser el año 81, más o menos, y convencí a un amigo para que fuésemos a verla al desaparecido cine Fuencarral. En aquella época yo era un individuo con cierta prestancia a pesar de mis diecisiete añitos y es la única vez en la que una señorita intentó "rollito" conmigo en el cine. Digamos que, aprovechando la larguísima duración de la película, comenzó a arrimarse. Como no había demasiado sitio en las butacas de entonces interpretó que a mí me iba la historia. En un movimiento inesperado, puso la pierna (llevaba una falda azul por las rodillas) encima de mi pierna izquierda. La llamé la atención e, inmediatamente, sin decir palabra se incorporó y siguió viendo la película más tiesa que un palo. Al final se fue antes de que encendieran las luces (antiguamente no se encendían hasta que se cerraban las cortinas de la pantalla). No me preguntéis si estaba buena o no, sencillamente, no lo recuerdo.
Por otro lado, la película. Es cierto, es un espectáculo impresionante. Realizada con mimo, sin reparar en gastos, con una increíble dirección de producción, etc, etc. Épicamente no puede tener ni un sólo pero. Y, sin embargo, para mí es uno de los personajes más odiosos de la historia del cine. No la entendí y no la he entendido nunca. Tiene a un hombre que la quiere, que está profundamente enamorado de ella, que está más bueno que un queso y que se comporta como un auténtico caballero...y ella se dedica a hacerle la vida imposible. Por otro lado, tiene al típico señorito del Sur, soso, tontorrón, más simple que una pelota de trapo, medio bobito...y está locamente enamorada de él. Quizá arrastré durante toda mi adolescencia esa sensación de que las chicas se colgaban del tío que tenía menos encantos invariablemente y, por eso, no supe interiorizar los sentimientos (si es que los tiene) de Scarlett. El caso es que, revisada hace dos o tres años (mi hermano, en una pirueta imposible, me regaló una edición especial en DVD), sigo pensando lo mismo. La chica tiene un par de hostias (o es políticamente incorrecto decir esto?).
El final. Me gustó tanto, tantísimo, la salida de Rhett que siempre me ha dado por pensar que no, que él no volvería con ella, precisamente porque es un hombre de verdad, de esos que ya no se hacen, cortado de una pieza y seguro de sus decisiones. La fantasmada aquella que hicieron con Joanne Whalley-Kilmer y Timothy Dalton con la mini-serie no tenía ningún sentido. Es como si nos diera por hacer una segunda parte de "Casablanca" para narrar cómo Rick e Ilsa se encuentran de nuevo y viven la historia de amor que nunca vivieron. Un sinsentido.
Por lo demás, a Dios pongo por testigo que sí, que "Lo que el viento se llevó" es cine, del mejor.
Abrazos con la cuerda de las cortinas.

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