EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXIII)


Este pueblo está maldito. ¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te da la nostalgia y regresas, no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. Busca algo que te guste, y hagas lo que hagas, ámalo; como amabas la cabina del Cinema Paradiso cuando eras niño



CINEMA PARADISO (Nuovo Cinema Paradiso) Italia, 1989. Dir Giuseppe Tornatore con Philipe Noiret, Jacques Perrin, Salvatore Cascio (124 min)

Con ese toque tan característico entre sentimental y costumbrista que de siempre ha definido la tradicional comedia italiana de toda la vida, el director GuiseppeTornatore logró escribir en 1989 una de las más hermosas y emotivas cartas de amor al cine que se han rodado jamás. Hay directores que merecen entrar en la Historia del Cine con letras de oro gracias a un solo título; es el caso deTornatore y de Cinema paradiso. Esta excepcional película, merecedora del Gran Premio del Jurado en Cannes y del Oscar de Hollywood a la mejor producción en lengua no inglesa, supone la cima absoluta en la irregular filmografía de un realizador que, pese a algún que otro sonoro tropiezo, continúa siendo una referencia en el actual panorama del cine de su país.

Nacido el 27 de mayo de 1956 en Bagharia, cerca de Palermo, Tornatore tiene como primera vocación la fotografía, aunque termina dando sus primeros pasos artísticos como autor y montador teatral. Con tan sólo 16 años entra a trabajar en la RAI y logra poner en marcha un montaje con textos de Pirandello. Sus primeros escarceos con el cine se producen en el ámbito del documental; en 1982 es galardonado en el Festival de Salerno por su pieza Minorías étnicas en Sicilia. Su primera película data de 1986, se llama El profesor, y él mismo figura en los créditos como autor del guión. El actor norteamericano Ben Gazzara encarna en este film a un preso que cumple condena en una prisión italiana tras haber desafiado a un anciano jefe de la camorra. Desde el centro penitenciario intenta reorganizar el clan al que pertenecía al tiempo que planea su fuga. El director consigue ser nominado al David de Donatello, el máximo premio que concede el cine italiano, por su debut, pero la película pasa bastante desapercibida entre el público, y la crítica le dedica una acogida más bien tibia.

Tras esta “opera prima”, Tornatore toca literalmente el cielo con las manos. Llega Cinema paradiso, y con ella la gloria y el reconocimiento. Todo el mundo espera con ansiedad la siguiente película de Tornatore que se descuelga con una comedia dramática en torno al tema de la vejez, Están todos bien (1990). La película cuenta la historia de Matteo Scuro, un funcionario ya jubilado que decide recorrer Italia para visitar a sus cinco hijos, desperdigados por todo el país junto a sus respectivas familias. Matteo descubre cómo detrás de la aparente prosperidad en la que parecen estar instalados sus descendientes se esconde la tristeza y la frustración. El principal valor del film está por supuesto en la interpretación de su protagonista, Marcello Mastroiani, tan colosal como siempre. Pese a decepcionar a quienes esperaban otra película de Tornatore a la altura de su predecesora, la cinta obtuvo en general buenas críticas además del Premio del Jurado Ecuménico de Cannes. La música de Morricone, un habitual del cine de Tornatore, fue también recompensada con el David de Donatello. El film fue objeto de un remake hollywoodiense en 2009, Everybody´s fine a cargo de Kirk Jones con otro grande, Robert De Niro, sustituyendo a Mastroinanni en el rol principal.

Tornatore es el autor del cortometraje Ilcane blue, integrado dentro de una película de episodios, La domenica specialmente (1991)  en la que también participan otros tres directores, Francesco Barili, Guiseppe Bertolucci, y el más conocido a nivel internacional Marco Tulio Giordanna. Tras colaborar en 1993 un macroproyecto publicitario que se da en llamar The King of Aids junto a realizadores internacionales como David Lynch,Dario Argento o RidleyScott, el director italiano sorprende cambiando de tercio y pasándose al thriller psicológico. Además de ser una excelente muestra del género, Pura formalidad (1994) nos brinda la oportunidad de disfrutar de un duelo interpretativo de altura entre sus dos principales protagonistas, el francés Gérard Depardieu y el director franco-polaco RomanPolanski. Está claro que la elección de éste último, que suele prodigarse delante de las cámaras aunque son contadas sus intervenciones asumiendo papeles de protagonista, se debe al carácter opresivo y teatral del film, de esencias y atmósferas eminentemente “polanskianas” por tanto. Polanski y Depardieu son casi los únicos personajes que aparecen en este electrizante cara a cara que propone la película con la misteriosa aparición de un cadáver como fondo. Apasionante película con un final que te deja con la boca abierta, al más puro estilo de M. Night Shyamalan.

Siete años después de Cinema paradiso, Tornatore intenta emular el éxito de su gran obra maestra con El hombre de las estrellas (1995), otra propuesta que combina el retrato rural de la Italia de postguerra con la celebración del amor por el cine. El director nos lleva esta vez a la Sicilia de los años cincuenta para narrarnos la odisea de Joe Morelli, un pícaro que recorre la isla con una vieja cámara dispuesto a encontrar futuras estrellas del celuloide. Al menos, eso es lo que asegura ante los incautos aldeanos que se presentan a sus castings con el corazón convertido en un nido de sueños. Sergio Castellito, actor y director al que después hemos visto dirigir e interpretar junto a Penélope Cruz films como No te muevas (2004), fue el encargado de dar vida al protagonista de esta nueva comedia dramática que supuso para su realizador el primer David de Donatello de su carrera. En su año Cinema paradiso ni siquiera había ganado el premio a la mejor película que fue a parar a La leyenda del santo bebedor del recientemente fallecido Ermanno Olmi, elegido también mejor director en aquella edición. Otros reconocimientos que recibió El hombre de las estrellas fueron el Premio Especial del Jurado conseguido en la Mostra de Venecia o una nueva nominación al Oscar a mejor película extranjera, aunque esta vez la estatuilla voló hasta Holanda,y recayó en el film Antonia de la directora Marleen Gorris.

Tornatore cierra el siglo XX de manera muy oportuna con una adaptación de la obra de Alessandro Baricco Noveccento que en su traslado a la pantalla tomó el nombre de La leyenda del pianista en el océano. La acción se sitúa en uno de los últimos años del siglo XIX a bordo de un lujoso transatlántico en el cual oleadas de inmigrantes procedentes de Europa se desplazan hasta los Estados Unidos en busca de una nueva vida. El capitán del buque descubre a un recién nacido abandonado que con el tiempo se ha de convertir en un miembro más de la tripulación y desarrollará un don muy especial para la música. La eficaz interpretación de Tim Roth y la banda sonora a cargo del gran Morricone coronan un film que en ocasiones adolece de un ritmo algo cansino y de cierto engolamiento en la narración. Con Malena (2000), Tornatore parece recuperar el favor del público gracias a la historia del despertar sexual de un joven en la época de Mussolini y a la inestimable colaboración de la protagonista del film, una Monica Bellucci en todo su esplendor de talento y belleza. La película obtiene dos nominaciones al Oscar, una a la Mejor Fotografía y otra a la Mejor Banda Sonora que corre a cargo del incombustible Morricone.

El cineasta consigue en 2009 su segundo David de Donatello como director con La desconocida, un drama que aborda el tema de la inmigración. En 2009 tiene lugar uno de los mayores fiascos en la carrera del realizador que ese año inagura el Festival de Venecia con el drama semiautobiográfico Baaria. El film recorre cuarenta años en la vida de una humilde familia de cabreros desde la instauración del fascismo hasta la llegada de la democracia cristiana. La cinta resulta decepcionante y plomiza, y lo que es peor, tratándose de la obra más personal de su autor, todo suena a falso y a impostado. El crédito de Tornatore parece estar agotándose cuando en 2013 llega La mejor oferta, sugerente título que combina el thriller de intriga con el drama psicológico y que enfrenta a dos pesos pesados de la interpretación como son el australiano Geoffrey Rush y la leyenda estadounidense Donald Sutherland. Tercer David de Donatello para Tornatore que da la de arena en su siguiente y hasta la fecha último proyecto. La correspondencia es un confuso galimatías, una grotesca historia de amor en los tiempos de las nuevas tecnologías que ni el talento de Jeremy Irons ni la enigmática belleza de Olga Kurylenko pueden transformar en algo mínimamente digno.

Volvamos pues a los buenos tiempos, a los de Cinema paradiso, por supuesto. Lo cierto es que la película fue un rotundo fracaso en su estreno; el film fue presentado originariamente en un pequeño número de salas con una versión que se iba hasta los ciento cincuenta y cinco minutos; la crítica acogió la obra con frialdad, y la recaudación en taquilla fue tan pobre que desapareció de la cartelera a la semana siguiente de empezar a ser exhibida. Tornatore y los productores habían intentado cuadrar en tiempo récord un montaje más convencional con el objeto de que el film pudiese entrar a competición en el Festival de Venecia de 1988. Sin embargo, ante la imposibilidad de poder llegar a la Mostra, decidieron llevar a los cines la película tal cual estaba en un principio y con el metraje antes mencionado. Tras el descalabro del estreno inicial, se impuso un nuevo retoque hasta lograr una versión reducida de poco más de dos horas que quedaría como definitiva, y que es la que a la postre ha acabado emocionándonos  a todos. Con este nuevo montaje, Tornatore fue invitado a participar en el Festival de Berlín, pero su director se negó en redondo a incluir su cinta en la competición tras asistir a un pase privado de la misma. Cannes cogió el guante, y siempre dispuesto a tocarles las narices a sus rivales alemanes, consiguió llevarse la película para la Croisette. Y allí comenzó la leyenda. La película fue presentada en mayo a concursoen el certamen francés, consiguiendo el Premio Especial del Jurado, el segundo galardón más importante del palmarés por detrás de la Palma de Oro (que en aquella edición recaería en la estadounidense Sexo, mentiras y cintas de vídeo de Steven Sodergergh).

Y es que Tornatore finalmente sí supo acertar y darcon la tecla. La receta era simple; una historia universal y conmovedora sobre el paso de la infancia a la adolescencia y después a la madurez en la que la ternura y la nostalgia eran ingredientes fundamentales. El plato, sin embargo, no gustó a todo el mundo, y hubo quienes pensaron que el director italiano se había excedido con el azúcar y que el resultado era demasiado empalagoso. Por no hablar de aquellos detractores que acusaron directamente a la película de tramposa y artificial. Fueron los menos.

Cinema paradiso tiene como protagonista a Salvatore Di Vita, un famoso director de cine de origen siciliano que vive desde hace años en Roma dirigiendo películas. Una noche regresa a casa, y su novia le dice que ha llamado su madre dejándole el recado de la muerte de un tal Alfredo. Salvatore queda impresionado por la noticia, y decide partir al día siguiente hacia su pueblo natal, Giancaldo – que pisó por última vez treinta años atrás- para asistir al entierro. La película se convierte entonces en un largo flasback que nos hace testigos de los primeros años de vida del protagonista. Tornatore nos lleva a la Sicilia de los años cincuenta en un viaje cargado de magia. Salvatore, Totó como le conoce todo el mundo, es un avispado niño de seis años, hijo de una viuda de guerra, que descubre el amor por las películas en el viejo cine local. Allí inicia una relación de amistad con el proyeccionista, Alfredo, que le permite ver alguna de las películas desde la cabina. Alfredo acaba convirtiéndose en el padre al que Totó nunca llegó a conocer. A menudo, desde la cabina de proyección, los dos amigos pueden escucharlos abucheos del público presente en la sala cuando la película que están viendo en ese momento se interrumpe de forma súbita por un corte que generalmente coincide con el momento en el que los protagonistas se besan. Al párroco del pueblo, inflexible ante ese tipo de escenas que considera pecaminosas, no le tiembla el pulso a la hora de aplicar la censura y la tijera. Para Totó todo forma parte de un juego divertido y fascinante a la vez.

Una noche, durante el pase de una película, uno de los rollos se quema dentro del proyector provocando un incendio que destruye totalmente el cine. Totó salva la vida de Alfredo sacándole del local, pero no puede evitar que antes uno de los carretes explote en la cara de su amigo dejándole ciego. La sala es reconstruida y pasa a llamarse Nuovo Cinema Paradiso. A pesar de ser todavía un niño, Totó es contratado como el nuevo proyeccionista al ser el único vecino del pueblo que, gracias a las enseñanzas de Alfredo, conoce el funcionamiento de las máquinas.

Una década después, Salvatore es un apuesto joven que sigue exhibiendo las películas en el Nuovo Cinema Paradiso. Se fortalece su relación con Alfredo,y conoce a Elena, la hija de un rico banquero de la localidad, de la que se enamora. El joven comienza a experimentar con el cine usando una pequeña cámara casera; por supuesto, su primera musa será Elena a quien espía y filma en secreto. Tras cumplir el obligatorio servicio militar, Salvatore vuelve a Giancaldo para descubrir que su enamorada se ha mudado con su familia a la gran ciudad y ya no está. Alfredo le insta a abandonar también el pueblo y a perseguir sus sueños allá donde vaya.

De nuevo en el presente, Salvatore recibe el cariño de los giancaldinos durante el último adiós a Alfredo. Los más ancianos le reconocen y recuerdan su etapa como proyeccionista del cine del pueblo, que va a ser demolido para construir sobre su solar un estacionamiento de coches. La viuda del fallecido le da un carrete sin etiquetar que su marido le dejó al morir, y le dice que éste siempre siguió su carrera y se sintió orgulloso de sus éxitos. Salvatore vuelve a Roma, entra en una sala de proyección y se dispone a ver el carrete que se ha traído de su pueblo natal. En pantalla comienzan a aparecer las escenas de los besos de las viejas películas que proyectaba Alfredo en el viejo cine; él mismo se había encargado de empalmar pacientemente los fotogramas que el cura ordenaba tirar al cubo de la basura para hacer con ellos una sola película, el mejor legado que le puede dejar a su protegido. Salvatore vuelve a ser Totó por unos instantes en los que logra por fin saldar cuentas con el pasado. Una escena mágica ante la que es imposible no emocionarse (el proyeccionista que se ve fugazmente en los primeros segundos del video es el propio Tornatore que quiso aparecer en su película en este breve - y significativo- cameo).






No es éste el único momento de la película que consigue ponerte el vello de punta (aunque tal vez sí se trate del más conocido). La emoción se esparce a lo largo de todo el metraje y queda concentrada en escenas como la de la despedida de Totó y Alfredo, o el fragmento en el que se narra la fábula sobre la princesa y el soldado que a su vez acompaña la historia de amor entre Salvatore y Elena. Especialmente mágica es esa otra secuencia en la que, debido a que una multitud se ha quedado sin poder entrar a la sala a ver la película de la noche, Alfredo consigue proyectarla en la plaza usando como pantalla la fachada de un caserón contiguo al cine (la película en cuestión es Los bomberos de Viggiu (Mario Mattoli, 1949), y el instante precede curiosamente al incendio del cine).

 En cualquier caso, el triunfo de Cinema paradiso se debe casi a una conjunción astral, a  la combinación perfecta de una serie de elementos técnicos y artísticos que hicieron de la película un hito irrepetible.  Liderando el primer apartado, hay que resaltar en primer lugar, por supuesto, al gran Ennio Morricone, autor de una banda sonora convertida hoy en día en todo un clásico (su hijo Andrea compuso el no menos memorable tema de amor del film). Destaca igualmente labor de la dirección artística que recrea al detalle y de forma primorosa la Italia de la época y la fotografía de Blasco Giurato. A ello hay que añadir el impecable plantel de actores que trabaja en el film y que está encabezado por los franceses Philipe Noiret y Jacques Perrin (el film es una coproducción con el país galo). A sus 59 años, Noiret encontró en el Alfredo de Cinema Paradiso al personaje de su vida, y eso que ya por entonces había ganado dos Césars y había trabajado a las órdenes de Hitchcock (Topaz, 1969) o Marco Ferreri (La gran comilona, 1973). Posteriormente, el veterano actor francés dio vida al poeta chileno Pablo Neruda en Il postino (Michael Radford,1994), otro gran éxito del cine italiano de final de siglo. Por su parte a Perrin, que interpreta en el film al Salvatore adulto, lo conocimos formando pareja  artística con la bella Claudia Cardinale en la estupenda La chica de la maleta (Valerio Zurini). Curiosamente, más tarde Perrin aparecerá en otro de los grandes hitos del cine de su país, Los chicos del coro (Christophe Barrault, 2004), en un papel muy similar al que encarnó en la cinta de Tornatore, dando vida al personaje protagonista en su edad madura (con menor protagonismo eso si).

No obstante, si hay un personaje que definitivamente nos conquista en Cinema Paradiso es el del niño Totó al que interpreta el actor infantil Salvatore Cascio. Su sonrisa traviesa y su chispeante mirada le robaron el corazón a medio mundo. Cascio contaba ocho años cuando fue elegido para participar en la película después de que Tornatore le viese actuar en un show del Canal 5 de la televisión italina, aunque, tras una brevísima carrera como actor, se retiró de los focos y del mundillo del show bussines. En la actualidad, a sus 39 anos, Cascio regenta varios negocios de hostelería en Pallazzio Arcadio, su localidad natal y el pueblo donde se rodó Cinema paradiso; uno de ellos, un Bed and Breakfast, lleva el nombre de L´Oscar di Sapoi, en clara alusión al premio que ganó la película que le dio la fama.

Cascio fue una de las grandes sorpresas del film y se llevó contra pronóstico uno de los cinco BAFTA que se llevó la película, elegida también por los británicos como mejor producción en la edición de 1991.  La cinta de Tornatore pasó por encima de Uno de los nuestros, la obra maestra de Scorsese o de Paseando a Miss Daisy (Bruce Beresford, 1989) que había ganado el Oscar a la Mejor Película un año antes. Mientras, Noiret era elegido mejor actor arrebatándole el premio a Tom Cruise (Nacido el cuatro de julio), Sean Connery (La caza del octubre rojo) y Robert de Niro (Uno de los nuestros), y el joven Cascio superaba en la pugna al mejor secundario del año a auténticas vacas sagradas de la interpretación como Al Pacino, Alan Alda o John Hurt (por Dick Tracy, Delitos y faltas y El prado respectivamente).



Además de todo, Cinema paradiso se inscribe dentro de un tipo de películas que a cualquier amante del Séptimo Arte le tiene ganado el corazón. Se trata del denominado subgénero del “cine dentro del cine” casi tan viejo como el  invento de los Lummiere. Como el resto de disciplinas artísticas, el cine se vale de sus propias herramientas para reflexionar sobre su propia naturaleza o los resortes que mueven los distintos procesos de creación. A modo de cajas chinas, de repente podemos encontrarnos con una película que a su vez está dentro de otra película, y así sucesivamente hasta hacernos concluir que quizá nuestra vida sea también una película. Ya en El moderno Sherlock Holmes (1924), el genial Buster Keaton hacia que uno de los personajes de la película traspasara la pantalla para confundirse con los propios espectadores que la estaban viendo en ese momento. La idea sería copiada años más tarde por Woody Allen para escribir otra de las más hermosas declaraciones de amor al cine de todos los tiempos, la maravillosa – y una de las películas de mi vida- La rosa púrpura del Cairo (1985)

Está claro que el subgénero del metacine ofrece muchas posibilidades a quienes hacen las películas que, no olvidemos, han sido cinéfilos antes que cineastas. Tal vez, como espectadores, los films de este tipo con los que más podemos identificarnos son aquellos como Cinema paradiso o la mencionada cinta de Allen que describen la fascinación que el cine y las películas son capaces de ejercer sobre nosotros.  O como Splendor (1989) con la que el maestro Ettore Scola quiso rendir homenaje a los cines de nuestra infancia en una película con el gran Marcello Mastroiani y el prematuramente malogrado Massimo Troisi en lo alto del cartel. La película tenía encanto y resultaba agradable de ver, pero el recuerdo de la obra maestra de Tornatore estaba demasiado reciente.

Puede que para entonces ya todos llevásemos metida muy dentro del alma la sonrisa pícara de Totó. Y puede que hubiésemos encontrado en Alfredo la figura de un mentor y un maestro, nadie como él para recordarnos que el cine es capaz de hacernos siempre mejores personas y que nunca dejará de ser nuestro mejor refugio.






Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Maravilla de película y de banda sonora que nunca me cansaré de ver una y otra vez. Amor al cine en toda la extensión de la palabra. Hace un tiempo pasaron por tv la versión extendida y me encantó. Ahonda màs en la historia de amor de ellos en la adolescencia y ya de adultos. Su banda sonora siempre suena en mi coche. Cinema Paradiso es una de esas pelis que te hace sentir un privilegiado por sentir pasión por el cine. Siempre me ocurre cuando la veo que es como si no existiera el resto del mundo, solo la peli y yo.
Me ha encantado tu gus, maño. Has escrito con pasión.

Besos.

low
INDI ha dicho que…
deliciosa película y delicioso gus

abrazos admirados

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