EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XXII)


Si encontrase un lugar de la vida real en donde me sintiera como me siento en Tiffany’s, me compraría unos cuantos muebles y le pondría nombre al gato.




DESAYUNO CON DIAMANTES (Breakfast at Tiffany´s) USA, 1962. Dir Blake Edwards, con Audrey Hepburn, George Peppard, Patricia Neal, Martin Balsam, Mickey Rooney, José Luis de Villalonga (115 min)

Es indudable que Blake Edwards siempre tuvo un don especial para la comedia. Ahí están desde luego títulos como Días de vino y rosas, uno de los más certeros y desgarradores acercamientos que ha hecho el cine al mundo del alcoholismo, o Chantaje contra una mujer (ambas de 1962) para corroborar que la aportación del director a otros géneros como el drama o el thriller no es cosa menor; lo cierto es que siempre que se evoca su figura, casi lo primero que le vienen a uno a la cabeza son películas como El guateque (1969), ¿Víctor o Victoria? (1982), o por supuesto la saga de La Pantera Rosa y la película de la que hoy hablamos.

Y es que Edwards atribuía a la comedia el poder de seguir manteniendo su salud mental en el mundo loco y disparatado que describió en tantas de sus películas. Había nacido en Tulsa, Oklahoma, en 1922, pero el segundo marido de su madre, Jack, trasladó pronto a su nueva familia hasta California para intentar prosperar en el mundo del espectáculo. El joven Blake comenzó a trabajar como actor y doblador de radio, tarea que compaginaba con la labor de productor y guionista en el mismo medio. En el cine debutó como actor en un pequeño papelito, nada menos que junto a Spencer Tracy en Dos en el cielo (Victor Fleming, 1943). Como guionista para la gran pantalla debutó escribiendo para el director Lesley Sanders el western Imperio del crimen (1948), pero sería al lado de Richard Quine cuando se curtiría realmente en esta faceta.  Su debut en la dirección se produjo precisamente en una comedia coescrita con Quine que llevaba por título Venga tu sonrisa (1955), en uno de sus siguientes trabajos, El temible McCory (1957) coincidió por primera vez con el compositor Henry Mancini, que con el tiempo se convertirá en uno de sus más asiduos colaboradores.

 Al tiempo que sigue trabajando para la televisión, Edwards comienza a hacerse un nombre como realizador cinematográfico gracias a títulos como Vacaciones sin novia (1958) u Operación Pacífico (1959) con Cary Grant y Tony Curtis en la cabecera del reparto. Los años sesenta constituyen el periodo más prolífico en la obra del cineasta, pues en él encontramos algunos de sus films más emblemáticos como los ya citados dos párrafos más arriba.  No obstante, la película más popular de esta etapa es La pantera rosa (1963) que supondrá el inicio de una famosa saga con el atolondrado inspector francés Clouseau como protagonista absoluto. El ciclo de la Pantera Rosa está compuesto por siete películas realizadas a lo largo de casi tres décadas; en las cinco primeras, el papel de Clouseau fue interpretado por el inglés Peter Sellers que aceptó el papel después de que Peter Ustinov lo rechazase. Edward y Sellers volverían a formar un tándem impagable en El guateque (1968), delirante comedia en la que el cineasta rinde homenaje al “slapstick” del viejo Hollywood. En los 60, aún hubo un hueco para la risa en films como La carrera del siglo (1965) o ¿Qué hiciste en la guerra, papi? (1966).

En 1969, el director se casa con la actriz Julie Andrews, la inolvidable Mary Poppins o la María de Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1964), a la que dirigirá en siete películas y con la que formará una de las parejas más estables de Hollywood (ya no se separará de ella hasta su muerte). En el siguiente decenio, Edwards comienza a experimentar con otros géneros como el musical – Darling Lily, 1970-, el western – Dos hombres contra el Oeste, 1971-, la intriga – Diagnóstico asesinato, 1972- o el cine de espías – La semilla del tamarindo, 1974. Su única incursión en el terreno de la comedia durante esos años se produce con 10, la mujer perfecta, fallido enredo al servicio de la sex symbol del momento, Bo Derek.

Tampoco es afortunada la entrada de Edwards en los ochenta con S.O.B (1981), una sátira demasiado aparatosa sobre el mundo del cine y que tenía como principal reclamo un motivo digamos que extra cinematográfico – “Julie Andrews, por primera vez desnuda en pantalla”, rezaba la publicidad de la época. Un año más tarde, también dirigiendo a su esposa, el cineasta conseguía la única nominación al Oscar que obtuvo en toda su carrera, la conseguida por el guión adaptado de ¿Víctor o Victoria?, deliciosa puesta al día de una vieja comedia musical alemana de los años treinta. En los años siguientes, Edwards seguirá cultivando su género favorito, regalándonos trabajos como Cita a ciegas (1987), ya todo un clásico en el que destacaba la arrolladora química que llegaba a establecerse entre sus dos protagonistas principales, Bruce Willis y Kim Bassinger. A considerar también Asesinato en Beberly Hills (1988) de nuevo con Willis en la piel del legendario actor Tom Mix, o Una cana al aire (1989) con un deslumbrante gag que tiene a dos preservativos como protagonistas. Me gustaría añadir por último a la lista Así es la vida (1986), emotiva comedia dramática con una Julie Andrews y un Jack Lemmon absolutamente inconmensurables, y que personalmente considero una pequeña obra maestra.

La carrera de Blake Edwards se cierra definitivamente en los noventa de forma bastante discreta con Una rubia muy dudosa (1991) a mayor gloria de Ellen Barkin y El hijo de la Pantera Rosa, nefasto cierre de la famosa franquicia con el italiano Roberto Benigni tratando de sustituir al insustituible Sellers. Se trata de dos pequeños fiascos que en absoluto tendrían que empañar la trayectoria de uno de los cineastas más carismáticos que ha dado el cine norteamericano a lo largo de su historia. Edwars recibiría en 2004 un Oscar honorífico por el conjunto de su obra, y moriría seis años después, el 15 de diciembre de 2010, en su residencia de Santa Mónica rodeado de todos los suyos.



De todas cuantas adaptaciones cinematográficas se hicieron sobre la obra literaria de Truman Capote, la película que hoy comentamos es de largo la más popular; como veremos más adelante, el escritor siempre renegó del film –la verdad es que sus razones tenía. La relación de Capote con el cine es intensa, aunque pocas de sus novelas serían finalmente llevadas a la pantalla.  El escritor figura en los créditos como coguionista de la magistral Suspense (Jack Clayton, 1961); también para Clayton escribió un primer borrador de El gran Gatsby, la película que el director estrenaría a mediados de los setenta basándose en el clásico de Scott Fitzgerald, pero la Paramount se lo rechazó, encargándoselo posteriormente a Francis Ford Coppola. Como actor es recordado por su aparición en la comedia Un cadáver a los postres (Robert Moore, 1976), aunque también es reseñable el divertido cameo que tiene en Annie Hall (Woody Allen, 1977). En este film, hay una escena en la que Annie y Alvin están sentados en un banco en el parque jugando a especular sobre la vida privada los viandantes. De repente, él se vuelve hacia ella, le llama la atención sobre alguien que ve a lo lejos y le dice algo así como “Mira, ese tío es igualito a Truman Capote” (naturalmente, se trata del propio Truman Capote).

Pero hay más. La reconocida amistad entre Capote y la escritora Harper Lee es la causa de que esta le incluyera como uno de los personajes de su semiautobiográfico best-seller Matar a un ruiseñor como uno de los compañeros de juego de la niña protagonista. El actor infantil John Megna dio vida al futuro novelista en la maravillosa versión que del libro hizo Robert Mulligan en 1962.
Detrás de la adaptación de Desayuno con diamantes se sitúa en orden de celebridad la de A sangre fría. La novela con la que Capote inaguraría todo un género (el llamado non-fiction-novel).cambiando para siempre las relaciones entre literatura y periodismo fue llevada al cine en 1967 por Richard Brooks. La obra, basada en hechos reales, recreaba el asesinato de una humilde familia de granjeros de Kansas a manos de dos ex – presidiarios. Paul Newman y Sreve McQueen sonaron en un principio para interpretar a los dos criminales – hubiese supuesto la primera colaboración entre los dos rubios de oro antes de El coloso en llamas-, pero finalmente la labor recayó en dos desconocidos para el gran público como eran Robert Blake y Scott Willson.
Cinco años estuvo inmerso Capote en el proceso de elaboración de la novela, recopilando datos y llevando a cabo un minucioso proceso de investigación que incluía visitas a la prisión para entrevistar a los protagonistas. El escritor, que se hizo acompañar en todo momento por su inseparable Harper Lee durante este proceso, quedó tan marcado por el mismo que prácticamente dejó de publicar a partir de entonces. Hace unos años, dos películas sobre la figura de Capote ilustraban este episodio (no eran tanto un biopic del personaje, como un acercamiento al proceso de creación de A sangre fría). El malogrado Philip Seymour Hoffman recogía en 2005 el Oscar al Mejor Actor por su asombrosa recreación del genio en la película de Bennet Miller que llevaba por título el nombre del escritor, mientras que poco después era Toby Jones el encargado de darle vida en Historia de un crimen (Doulas McCraft, 2006).

Otras novelas de Capote llevadas a la gran pantalla han sido Otras voces, otros ámbitos (David Rocksavage, 1955) y El arpa de hierba, cuya versión cinematográfica en 1995 corrió a cargo de Charles Matthau, hijo de Walter que protagonizaba el film junto a su amigo Jack Lemmon y Sissy Spacek.



Poco podía imaginarse Truman Capote cuando publicó en 1958 Breakfast at Tiffany´s que la adaptación cinematográfica de su relato se acabaría convirtiendo en el paradigma de la comedia sofisticada en el Hollywood de la época, en sinónimo de lujo y glamour. Capote había imaginado a dos personajes absolutamente marginales y solitarios, perdidos en la inmensidad de Nueva York dentro de una obra que incluía explicitas referencias a tabús como la homosexualidad, el aborto, la prostitución o el consumo de drogas. Su protagonista era Holly Golightly, una muchacha tejana de diecinueve años que vivía en el Upper East Side y había logrado introducirse en los círculos de la alta sociedad neoyorkina saliendo siempre con adinerados hombres maduros. La novela describe la relación de amistad entre la joven y el narrador de la novela,  un aspirante a escritor anónimo que además es su vecino. Estamos en tiempos de la II Guerra Mundial y la acción se extiende durante todo un año, aunque en el texto apenas ocurre nada, y Capote prefiere centrarse en la descripción de personajes y de ambientes, uno de los fuertes de su escritura.

Al final, el director Blake Edwards y de manera muy especial el guionista George Axelrod serían los encargados de trasladar la novela a la gran pantalla y de darle la vuelta a la tortilla. Para sortear la censura, era necesario eliminar todos los elementos escabrosos que aparecían en el libro de Capote e introducir una serie de modificaciones que acabarían convirtiendo la película en la comedia romántica que el autor de A sangre fría nunca escribió.  Los cambios más notorios afectaban al dibujo de los dos protagonistas principales y a la relación que se establecía entre ambos.
Y así, Holly, que en el original literario era descrita como una joven con un sentido de la moralidad algo dudoso, y que además de prostituta de lujo era bisexual, en el film se convierte en una muchacha provinciana e ingenua que en la gran ciudad descubre el glamour y la sofisticación para hacer de ellos su mejor arma de seducción.  Por supuesto, con todos estos rasgos, la persona ideal para encarnar al personaje no era otra que Audrey Hepburn, aunque poco o nada tenía que ver con la Holly Golightly que había imaginado Capote. El escritor se mostró siempre muy disgustado con la elección de Hepburn, a pesar de que consideraba a la actriz una gran amiga suya; él hubiese preferido la carnalidad de una Marilyn Monroe, en quien, de hecho, los productores de la Paramount habían pensado en un principio para encarnar a la protagonista (en una película que hubiese dirigido John Frankenheimer). En los últimos años de su vida, Capote llegaría a declarar que Jodie Foster, que en aquella época tenía justo la edad del personaje, hubiese sido la Holly Golightly perfecta. Por cierto, quien también interpretó a Holly, aunque sólo por unos días, fue Mary Tyler Moore, la legendaria chica de la tele y la madre terrible de Gente corriente (Robert Redford, 1980), en una versión musical de la obra que se representó con escaso éxito en Broadway durante 1966. En cualquier caso, hoy nos resulta impensable imaginar Desayuno con diamantes sin otra Holly que no sea Audrey Hepburn.

Fuese o no fuese la Holly Goligthly creada por Capote, lo cierto es que Audrey sí resultó ser la Holly de Blake Edwards, y la que requería la película. La actriz hizo suyo al personaje transformándolo en un icono del glamour y la sofisticación que ha llegado hasta nuestros días. Nadie ha lucido nunca en pantalla un Givenchi ni unos sombreros tan especiales con tanta solvencia como Audrey Hepbrun. El papel le llegó en un momento especialmente feliz de su vida, tras el nacimiento de su primer hijo que a su vez sirvió para rescatarla de la depresión que le había provocado un aborto anterior. Audrey consiguió gracias a este trabajó su cuarta nominación al Oscar, ocho años después de que la primera le hubiese reportado también su primera y única estatuilla, cuando, siendo apenas una desconocida, interpretó el papel de la princesa que quería ser plebeya en Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953), y apuntaló esa imagen de serena elegancia que le acompañaría el resto de su vida.

Pero el de la protagonista femenina no fue el único personaje que sufrió cambios al pasar del papel a la pantalla. Para rebajar el tono de amargura que destilaba la Holly de Capote, el guionista Axelrod pensó que lo mejor era ponerle enfrente una especie de alma gemela. Fue así cómo convirtió al anónimo y homosexual narrador de la novela en Paul Verjak, el galán enamorado de la chica A Verjak se encargó de darle vida George Peppard, un actor formado en la célebre escuela neoyorkina del método, y que aquí se enfrenta al papel más importante de toda su carrera en el cine (décadas más tarde se haría enormemente popular por su rol de Hannibal Smith en la serie televisiva El equipo A). Una historia de amor meramente platónico, la que describía Capote, se transfiguraba en una historia de amor como tantas otras, un amor que va y viene debido al carácter inestable de los implicados. El guion cinematográfico se las apañaba también para describir de manera sutil a Verjak como un “gigolo” a través de la ambigua relación que mantiene con “decoradora”, una mujer más madura que él y que además está casada.

Lo que sí se mantuvo en la adaptación cinematográfica fue el curioso título original de la novela, Breakfast at Tiffany´s, procedente al parecer de una anécdota que le contaron en una ocasión al propio Capote, y que tenía como protagonistas a un rico hombre de negocios y a un marinero perdidos en la inmensidad de Manhattan. Tras pasar una noche loca de amor y sexo, el hombre de negocios le preguntó a su ocasional pareja si conocía algún sitio para desayunar. El muchacho- que no era de Nueva York- le contestó que Tiffany´s, el único lugar de la Gran Manzana que le evocaba lujo y glamour, sin saber que no se trataba de ningún restaurante ni de ninguna cafetería sino de una joyería. La imagen se reproduce en la primera escena del film, acompañando a los títulos de crédito, y en ella vemos a una radiante Audrey Hepburn, vestida de noche llegando en taxi por la mañana a una desierta Quinta Avenida. Al bajar del vehículo, la actriz se dirige a los escaparates del famoso establecimiento, y mientras contempla las joyas que exhibe el expositor, saca del bolso un croissant y un vaso de plástico con café en su interior que empieza a sorber lentamente, para al final desaparecer en el horizonte calle abajo. Una de las grandes escenas y uno de los grandes iconos de la Historia del Cine.

No obstante, al igual que ocurre en el texto de Capote, el narrador, Paul Varjack, se convierte en el hilo conductor de la trama. Esta se inicia cuando el joven aspirante a escritor se traslada a vivir al mismo bloque de apartamentos en el que reside la protagonista, y entra en contacto con su mundo de oropel y sus noches de fiesta. Justo en ese momento, ella se ha acostado después de pasar una de esas noches locas, y de comerse su croissant frente a Tiffany´s. En su primer encuentro – ella tiene que abrirle el portal porque él no tiene las llaves y desea usar su teléfono- se establece ya una conexión muy especial entre los dos nuevos vecinos; ella le presenta a su gato sin nombre, le habla de su deseo de no pertenecer a nadie, le cuenta que Tiffany es su refugio porque “nada malo puede pasar allí”, le pregunta si él también tiene como ella días rojos en los que nada parece ir bien. Pero en plena cháchara, de repente se acuerda de que tiene que ir a Sing- Sing. Todos los jueves por la mañana, la muchacha debe ir a visitar a un viejo preso llamado Sally Tomasso para darle conversación y transmitirle la “información meteorológica”, mensajes en clave suministrados por un mafioso que la usa como intermediaria.

Paul acompaña a Holly hasta el taxi que la llevará a Sing – Sing  y al que ella misma da el alto (mítico también ese silbido con los dos dedos que sale de los labios de la Heburn, aunque necesitó ser doblado). Del vehículo sale la amante de Paul a la que este presenta como su decoradora. Por la noche, Holly sube hasta el piso del nuevo inquilino y le pide permiso para llamarle Fred como su hermano que está sirviendo en el ejército y al que está muy unida.  Al día siguiente, la amante de Paul se presenta en su apartamento para decirle que cree que un hombre la sigue y que teme que sea un detective contratado por su marido para descubrir su adulterio. Paul decide investigar por su cuenta y hablar finalmente con el hombre que no es ningún detective sino el marido de Holly, Doc. Este es un granjero que ha viajado a Nueva York para recuperar a su esposa que se casó con él cuando sólo tenía 14 años.  Paul propicia el encuentro entre Doc y Holly, pero ella le despide en la estación de autobuses diciéndole que no puede volver a su lado.

La amistad entre Paul y Holly parece consolidarse en los meses siguientes, aunque siempre a expensas del carácter frágil e inestable de ella. La pareja pasea despreocupada por las calles de Manhattan, visita Tiffany con el objeto de comprar un recuerdo que, eso sí, no exceda de los diez dólares, acude a la biblioteca donde pide prestado el libro que ha publicado Paul que estampa su firma en el ejemplar…  La aparente felicidad se viene al traste el día que Holly se compromete con José Da Silva, un empresario brasileño podrido de millones que promete sacarla del arroyo y al que da vida el actor y aristócrata español José Luis de Villalonga. Para entonces Paul ya está enamorado hasta las trancas de su vecina, pero esta decide no darse por aludida, ni siquiera cuando un telegrama le anuncia la muerte de su hermano Fred, y el escritor se ofrece a darle todoel consuelo.
Antes de marchar a Río de Janeiro, con el billete de avión ya en el bolsillo, Holly invita a Paul a una cena de despedida en su casa.  Algo sale mal, no obstante, y la olla express en la que se estaba cocinando el pollo que ella estaba preparandoexplota en las narices de los dos amigos que ante el incidente se ven obligados a salir a cenar fuera. Al regresar de la velada, la policía les está esperando en el apartamento de Holly, que es detenida acusada de pertenecer a la red mafiosa de Tomasso. Más tarde, Paul consigue pagar la fianza gracias a la intercesión de un antiguo cliente de la chica. De regreso a su casa en otro taxi, Paul lee a Holly el telegrama que acaba de recibir de Da Silva, en el que comunica a la joven que rompe con ella para no verse salpicado en el escándalo. Aun así, Holly está decidida a viajar a Brasil a cazar otro millonario, por lo que detiene el taxi y deja libre al gato que la estaba acompañando hasta ese momento. Paul le confiesa entonces que sigue enamorado de ella, le recrimina su actitud egoísta por no querer pertenecer a nadie echándole en cara que vive prisionera en una cárcel que ella misma carga y que le acompaña a donde va. A continuación, baja del taxi dispuesto a encontrar al gato.

Y entonces se produce uno de esos momentos mágicos que de vez en cuando nos regala el cine. Holly sale también del coche y corre bajo el tremendo aguacero que cae en esos momentos sobre la ciudad, y en su camino encuentra a Paul que ha entrado en un callejón buscando al animal. Ella entra también y le llama cuando de repente de entre las cajas y los cubos de basura se escucha un maullido. Holly abraza al minino y corre hasta Paul. Las miradas de ambos se cruzan y finalmente se besan apasionadamente bajo la lluvia y arropados por la música de Mancini. Telón.
Con este desenlace de película, Axelrod terminó de traicionar el espíritu que impregnaba el texto literario en el que se basaba. En su favor, hay que decir que dejó entrever entre líneas algo del tono amargo que impregna la obra de Capote,  y en especial el carácter de su protagonista principal; no obstante, predomina el tono lúdico. El autor, que ya se sabe que no tenía pelos en la lengua, se dedicó a despotricar contra todos los responsables del film, empezando por el propio Blake Edwards, de quien dijo que era un director desastroso y que sentía deseos de escupirle en la cara. Capote se sintió dolido y traicionado por detalles como la excesiva caricaturización  que del personaje del señor Yushimori hace el actor Mickey Rooney.  Al respecto, el autor dijo que era la película con los actores menos apropiados que había conocido, afirmación que sólo podemos achacar a su –lógico- resentimiento hacia los responsables de la adaptación de su obra. Lo cierto es que además de Hepburn y Peppard, en el film encontramos secundarios de lujo como Patricia Neal que interpreta a la amante de Varjak, o a Martin Balsam, como el cliente de Holly que paga la fianza para que ésta pueda salir de prisión.

Es perfectamente comprensible pues ese resentimiento de Capote hacia los responsables de la película, pero ello no empaña que para el cinéfilo y para el espectador Desayuno con diamantes sea uno de los grandes clásicos populares de la historia. Por Tiffany, por Audrey, por el gato,… y , claro está por “Moonriver”.  Mancini compuso el tema expresamente para Audrey Hepburn, teniendo en cuenta sus limitaciones vocales. A pesar de que posteriormente la canción ha sido interpretada por grandes como Andy Williams o Frank Sinatra, el compositor siempre tuvo claro que su versión favorita era la que sonaba en la película. Y eso que la mítica escena en la que se escucha el tema estuvo a punto de no ser incluida en el montaje. A los productores no les gustaba, porque además aparecía en uno de los momentos muertos de la trama, pero entre Edwards y Mancini les convencieron  de que la cosa podía funcionar. Y funcionó, vaya que sí. Mancini no sólo se llevó el Oscar a la Mejor canción del año (compartido con el autor de la letra, Johny Mercer), sino que también recogió la dorada estatuilla por el legendario “score” completo del film.   Hoy en día, asusta pensar qué hubiese sido de la película sin “Moonriver”.  Una melodía irrepetible y una letra  amarga y melancólica con la que quizá Edwards y Mancini estaban demostrando que en realidad sí habían entendido la esencia del libro de Capote.

MOONRIVER
(OST “Breakfast at Tiffany ´s)

Moon river, wider than a mile
I'm crossing you in style some day
Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you're goin', I'm goin' your way
Two drifters, off to see the world
There's such a lot of world to see
We're after the same rainbow's end, waitin' 'round the bend
My huckleberry friend, moon river, and me

RIO DE LA LUNA
(BSO “Desayuno con diamantes)

Rio de la luna, con más de una milla de anchura
Voy a cruzarte a nado algún día,
Oh, constructor de sueños, rompecorazones
Donde quieras que vaya, yo te seguiré.
Dos vagabundos, recorriendo y viendo el mundo
Hay tanto mundo para ver
Los dos buscamos lo que hay más allá del arcoíris
Lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina.
Fiel amigo,
El río de la luna y yo.









Comentarios

César Bardés ha dicho que…
Excelente análisis de una película mítica que pertenece al imaginario de todos los que amamos realmente el cine. Yo estoy de acuerdo, es una película que tiene magia a raudales, que exuda esos momentos inexplicables que tiene el cine, que Blake Edwards, a pesar de todo, tiene una elegancia exquisita a la hora de la puesta en escena...y, sin embargo, voy a decir una tontada...no es una película que me encante, ni me lleve en volandas. Reconozco que Audrey es pura clase y que me enamoro de ella cada vez que la veo, pero no puedo evitar la sensación de que Holly es una estúpida y eso me subleva, por alguna razón que no puedo entender. Dicho lo cual, me podéis escupir encima.
Por otro lado, eso de que "Diez" es una película fallida, vamos a dejarlo. Se puede acusar a esta película de ser un intento comercial bastante descarado de vender la sexualidad de una nueva Ursula Andress, pero la película es estupenda, con unos momentos cómicos de altura, muy alejada del humor grueso que tanto le gustaba a Edwards y que no siempre era acertado. Aparte del éxito de taquilla, que lo tuvo, fue un éxito de crítica (quizá, eso sí, aupado por lo comercial), fue la primera película en la que la gente se fijó realmente en Dudley Moore y, vale, dejemos aparte el descubrimiento de Bo Derek que es bastante discutible. Aparte de eso tiene una de las más impresionantes melodías de Henry Mancini que es "It´s easy to say (I love you)" que Dudley Moore interpreta como los ángeles al piano en una ejecución dificilísima. Os paso el enlace.

https://www.youtube.com/watch?v=1XOuE4fsqKQ

Otra cosa, eso sí, fue "S.O.B." que no me parece una buena película. Fue un proyecto manejado por Stanley Kubrick, preocupado por hacer una película porno que pudiera tener un estándares de calidad propios de una obra "normal". El título con el que se manejó durante muchos años fue "Blue Movie".
Mañana os deleitaré con mi último gus de la temporada. Tengo unas ganas de coger el ordenador y venderlo...
Abrazos pornográficos.
Anónimo ha dicho que…
Una película absolutamente deliciosa que se merece este monumental trabajo y su inclusión en este particular repaso por la historia del cine.

Nunca nos cansaremos de verla aunque a partir de ahora la veamos con mejor criterio y más información.

Gracias maño!!

Besos con diamantes.

Albanta
Anónimo ha dicho que…
De esta peli me gusta todo. Sus créditos, sus personajes, su glamour, su punto histriónico, su romanticismo, su música, su trasfondo, sus risas y sus lágrimas. De vez en cuando salen pelis tocadas por esa varita mágica que las convierte en especiales, esta es una de ellas. No imagino otra Holly que no sea Audrey.
Y encima está maravillosamente dirigida por el que fue marido de mi querida María Trapp. No se puede pedir más. Jamás me canso de volver a verla.

Buen repaso por la vida de un grande al que le debemos maravillosos momentos de buen cine.

low

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