GUS MORNINS 3/7/18
“Una
mujer, un perro y la sombra de un nogal. Eso es a lo máximo a lo que se puede
aspirar. Y de hecho, no hay nada mejor” George Sanders
Y es que este caballero
cumpliría hoy nada menos que 112 años. Tal vez no fuera uno de esos actores
estrella, que lucían su físico y enarcaban una ceja. Sobre todo, fue un
secundario elegante, con mucha clase, que se movía siempre en ese incómodo
punto de ambigüedad que hacía que se tuviera la sospecha de que se podía
inclinar hacia el lado bueno o hacia el lado malo a conveniencia. También hizo
muchos papeles principales porque recursos le sobraban para ello. E interpretó
a uno de los mayores cínicos que han pasado por las pantallas de cine de todos
los tiempos.
Casi nadie sabe que
George Sanders, en realidad, era ruso, hijo de británicos. Nació en San
Petersburgo debido a que el padre mantenía unos cuantos negocios prósperos
allí. Tuvieron que trasladarse a Inglaterra debido al estallido de la
Revolución de Octubre de 1917, así que a la edad de once años, el pequeño
George ingresó en una escuela de élite, el Brighton College, cuna de reyes, príncipes
y primeros ministros.
Una vez graduado en sus
estudios secundarios, George decidió trabajar. Estuvo de aquí para allá,
alternando los más diversos oficios hasta que fue a parar con sus huesos a una
agencia de publicidad en labores de oficinista. Allí conoció a una atractiva
secretaria, aspirante a actriz, con la que pasó horas de charla amigable y que
intentó convencerle de que se dedicara al mundo de la interpretación dada su
imponente estatura (1,93), su suave voz de barítono y sus elegantes maneras.
Esa chica, que por aquel entonces se ganaba la vida de secretaria, era Greer
Garson.
George decidió hacer
caso a Greer, así que, apoyado únicamente en su impresionante compostura, se
ofreció a distintos estudios londinenses en las más diversas pruebas de casting. Consiguió papelitos pequeños en
cinco o seis películas hasta que un ayudante de dirección le dijo que debería
emigrar a los Estados Unidos porque allí estaban muy cotizados los actores
británicos algo envarados. El joven George siguió su consejo y desembarcó en
los Estados Unidos. Lo mejor es que el ayudante de dirección tenía razón y
enseguida George Sanders se hizo con el papel de un lord inglés en la algo
aburrida Lloyds de Londres, a mayor
gloria de un Tyrone Power que buscaba desesperadamente convertirse en estrella.
Durante tres años
estuvo pululando repitiendo papeles refinados hasta que le surgió una
grandísima oportunidad. Sí, porque estoy seguro de que muy pocos sabéis que
George Sanders es el primer y auténtico Simon Templar “El Santo”. El papel le
cayó llovido del cielo en El Santo ataca,
la primera de las cinco veces que llegó a interpretar al famoso aventurero. Y
de hecho, fue el papel que le sirvió en bandeja el ofrecimiento de un tal
Alfred Hitchcock para interpretar al insidioso Jack Favell de Rebeca. Tan contento quedó el director
inglés que repitió con él en su siguiente película, Enviado especial.
A partir de aquí,
George Sanders fue reclamado por los más prestigiosos directores. Ahí está el
traidor inglés al servicio de los nazis que interpreta en la maravillosa El hombre atrapado, de Fritz Lang; o el
aventurero protagonista en la espléndida Cuando
muere el día, de Henry Hathaway, una película que nació a la sombra de
éxitos de aventuras bélicas exóticas como Tres
lanceros bengalíes, o La jungla en
armas, o Beau Geste.
Después de abandonar su
papel de Simon Templar, le cayó otro personaje mítico que volvió a interpretar
en otras cinco películas. Gay Lawrence, “El Halcón”, un detective de una
compañía de seguros que se dedica a investigar los más intrincados robos. La
película El intrépido Halcón,
dirigida por Irving Reis, tuvo un éxito multitudinario y le aseguró estar en
boca de todos (y todas) durante unos cuantos años. De hecho, en su última
película, le cedió el testigo al nuevo Halcón, Tom Conway. Sí, lo hizo porque
Tom Conway era, en realidad, su hermano. Cuando ambos decidieron dedicarse al
mundo de la interpretación no vieron convenientes que los dos se apellidaran
Sanders y lo echaron a suertes. Perdió Tom, que cogió el apellido Conway de un
profesor suyo del colegio.
Aquí comenzó también
una impresionante galería de malvados que arrancó siendo el villano favorito de
Tyrone Power en las películas El hijo de
la furia y El cisne negro. Estuvo
soberbio en su insidia contra Edward G. Robinson en uno de los excepcionales
episodios de la gran Seis destinos,
de Julien Duvivier. Dotó a George Lambert, un colaboracionista convencido, de
un encanto sin demasiada personalidad (y lo digo como un elogio) en Esta tierra es mía, de Jean Renoir; fue
el fascinado Lord Henry Wotton que se dedica a desentrañar el extraño misterio
de El retrato de Dorian Gray, la
mejor versión que se ha rodado nunca de la novela de Oscar Wilde; estuvo
excepcional como Harry Quincey en esa auténtica y desconocida maravilla de
Robert Siodmak, Pesadilla, como un
hombre atrapado entre el difícil carácter de sus dos hermanas; fue el incauto
Miles Fairley que trata de seducir a la protagonista de El fantasma y la señora Muir, de Joseph Mankiewicz, y, claro, sale con
el rabo entre las piernas; intentó hallar al culpable de una serie de asesinato
en el aceptable thriller de Douglas
Sirk El asesino poeta; y, por
supuesto, encajó como nadie en el universo más típico y cortés de Oscar Wilde
en El abanico de Lady Windermere, de
Otto Preminger.
Y llegó su gran papel,
el papel de su vida. Y lo curioso es que no era el protagonista. Se trata del
más despiadado y cínico de los críticos teatrales de Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz. Bajo su rostro, el despreciable
Addison de Witt observa con aire de superioridad a toda la farándula que le
rodea y suyas son las mejores líneas de diálogo de la película, lanzando dardos
a diestro y siniestro y poniendo en su sitio a todos los peones que juegan su
partida de fama. Una interpretación que pasa a la historia y que le granjea su
único Oscar, en esta ocasión al mejor actor secundario. Cuando fue a recogerlo,
se negó a hacer cualquier discurso. Lo recibió de manos de Mercedes McCambridge
y se marchó por un lateral.
A partir de aquí, cómo
olvidar su villano, mucho más fascinante que el héroe, de Ivanhoe; o su encarnación de marido decepcionado, tratando de
buscar una última oportunidad para amar a su mujer en la maravillosa Te querré siempre, de Roberto
Rossellini, al lado de Ingrid Bergman; o
al malvado Lord que se sitúa en contra de Los
contrabandistas de Moonfleet, de Fritz Lang; o al ambicioso Mark Loving,
jefe de redacción del Chronicle y que está dispuesto a lo que sea con tal de
alcanzar la presidencia del periódico para el que trabaja aprovechando la caza
de un psicópata en Mientras Nueva York
duerme, también de Lang.
A partir de aquí, la
televisión le ficha para intervenir en las más diversas series e, incluso,
tiene programa propio. El teatro del
misterio de George Sanders, donde presenta diversos misterios que le
parecen fascinantes. Alterna su actividad televisiva con algunas apariciones en
cine aunque cada vez se van espaciando más, aunque aún se le puede ver en plena
forma en El nuevo caso del inspector
Clouseau, de Blake Edwards; o en la trama de espionaje Conspiración en Berlín, de Michael Anderson; y se disfruta de su
voz en la personalidad que desprende ese estupendo malvado de los dibujos
animados que fue el tigre Shere Khan de El
libro de la selva, de Disney; y, por supuesto, sorprende a propios y a extraños
cuando aparece interpretando a un homosexual travestido que espía para los
británicos en la estupenda La carta del
Kremlin, de John Huston.
Tres años después,
vivió un romance con una misteriosa mujer que le convenció para que vendiera su
casa de Mallorca (a Sanders le encantaba España y siempre que podía se escapaba
para pasar aquí sus vacaciones). Dos días después de la venta, se registró en
el Hotel Rey Jaime I de Castelldefels. Allí, después de dos días de comer bien
y disfrutar de su piscina, se encerró en su habitación, se tomó cinco tubos de
Nembutal y dejó una nota: Querido mundo:
He vivido demasiado tiempo y prolongarlo sería muy aburrido. Os dejo con
vuestros conflictos, vuestra basura y vuestra mierda fertilizante. Buena
suerte.
Parece ser que ya sabía
que estaba enfermo de cáncer de pulmón (fumaba como un carretero). David Niven,
que era amigo suyo, sabía que iba a suicidarse porque era algo que llevaba
diciendo algún tiempo, aunque para él no era nada importante, un mero trámite.
Estuvo casado cuatro
veces. Una de ellas con la impresionante Zsa Zsa Gabor y, la última, con
divorcio en 1971, con su hermana, Magda Gabor. Entre medias parece ser que el
gran amor de su vida fue la actriz secundaria Benita Hume, con la que se casó y
permaneció a su lado durante ocho años, hasta el fallecimiento de ella. De
hecho, en 1967, dada su preciosa voz, George Sanders decidió probar suerte en
el teatro musical, en una versión de El
hombre que vino a cenar. En todas las previas parecía que iba a ser todo un
éxito. Cuando la obra se representó en Boston (la última función antes de
estrenarse en Broadway), George Sanders recibió la noticia de la enfermedad de
su esposa y decidió abandonar la obra. Fue sustituido por Clive Revill. En su
estreno en Broadway, la obra fracasó estrepitosamente.
Aún así, no dejó pasar
la oportunidad de grabar un disco titulado El
toque de George Sanders: Canciones para una dama. Su voz de barítono era
tan bonita que en múltiples fiestas le pedían que, por favor, cantara una
canción. Hizo una recopilación de todas las que solía cantar y las juntó en ese
disco.
Es el protagonista de
una novela escrita por Craig Rice, titulada El
crimen en mis manos, en la que el actor George Sanders resolvía un crimen
cometido en unos estudios de cine.
Perdió a su madre, a su
esposa, Benita Hume y a su hermano, Tom Conway, el mismo año. Ello le sumió en
una profunda depresión que intentó paliar con su matrimonio con Magda Gabor.
Por supuesto, como
suele ser costumbre en la Disney, los rasgos del tigre Shere Khan están
extraídos de los de George Sanders.
Era un excelente
nadador y un buen púgil que había destacado en ambas disciplinas en sus días en
el Brighton College.
Su carácter no era
demasiado afable. Jamás concedía una entrevista si no le pagaban por ello. No
firmaba autógrafos. No le gustaban los fans. Y muchos de sus compañeros le
definieron como “rudo y desagradable”.
Por expreso deseo suyo,
sus cenizas flotan en el Canal de La Mancha.
Como os veo muy
intrigados con aquello de su aterciopelada voz, os dejo con un vídeo con
algunos de sus momentos y cantando un tema que todos conocemos muy bien de su
disco El toque de George Sanders:
Canciones para una dama.
Y como mosaico, él,
observado de cerca por cierto director.
Comentarios
No sé si sería por la elegancia que transmitía en pantalla o por que el tío era raro de narices (a mí me tendríais que conocer). Lo cierto es que sí, que el tipo nos dejó unos magníficos papeles, yo me quedo con aquellos en los que era más malo que bueno, caso de "Lloyds de Londres" (que a mí no me parece tan aburrida"), "Eva al desnudo" o "Viaggio en Italia" (me niego a reproducir el horripilante título en castellano).
Magnífico post. Como alter ego de Sanders en terra te doy las gracias.
Abrados al desnudo
Siempre aprendemos algo nuevo contigo.
Besos
low
Siempre didáctico tu Gus, Lobo. Gracias por traernos a este pedazo de actor y su curiosa historia.
Besos extraños.
Albanta
Albanta, no te preocupes, si aquel día no estabas hoy si estás aquí y entiendo que serías una Ingrid Bergman genial.
Abrazos calurosos