GUS MORNINS 17/7/18

“Cuando era joven, opté a un buen papel en el cine. ¿Sabe lo que me dijeron? Me dijeron “Lo siento, este papel es para el típico buen chico de la puerta de al lado” y tú no vales para ser el típico buen chico de la puerta de al lado de nadie”
                                                                               Donald Sutherland
Es de justicia hacerle un gus a este chico que no podía ser bueno al lado de nadie. Aparte de que es un actor que me gusta muchísimo, resulta que cumple la provecta edad de 83 años y, para mí, es uno de los más grandes. Al respecto hay una pequeña anécdota familiar con él y es la siguiente: Mis padres han veraneado muchísimos años en Cullera (de hecho, mi padre falleció allí). En una de esas quisieron hacer una excursión programada que se hacía por la costa para ver las formaciones montañosas de la zona y demás. Casi más una excusa que una finalidad. El caso es que mientras esperaban para embarcar en una cola de unas veinte o veinticinco personas, mi madre se fijó en un tipo que estaba allí, en la misma cola. Estaba sentado en un poyete de piedra y miraba hacia el suelo, esperando pacientemente. Mi madre se le fue acercando poco a poco porque el caso es que le sonaba muchísimo la cara, pero no acababa de verlo bien. Hasta que llegó a ponerse enfrente de él con esa cara que ponen algunas personas cuando ven a algún famoso como si fuera un animal del zoo. Él la miró con cierta cara de fastidio y con un español bastante bueno aunque con acentazo, le dijo:
-Sí, señora. Soy Donald Sutherland.
Al momento, todos los que habían visto dos películas se arremolinaron y demás. Él decidió atenderlos a todos y mi madre, la pobre, se le acercó después y le dijo:
-. Ay, perdone, lo siento. No quería molestarle. Pero en mi familia nos gusta mucho el cine y no es nada normal ver a un actor tan bueno por aquí. Perdone ¿eh?
-.No se preocupe, señora. Es el precio de dedicarse a esto. Lo que espero es que durante la travesía me dejen disfrutar.
Efectivamente, así fue. Nadie le dijo nada durante la travesía, que duraría unos cuarenta minutos. Luego, al desembarcar de vuelta, Sutherland se acercó a mi madre y, dándole la mano, le dijo:
-.Señora, ha sido un placer.
No se despidió de nadie más.
El caso es que este actor canadiense quería ser ingeniero y estudió durante dos años la carrera en la universidad de Toronto (es canadiense de nacimiento), pero pronto vio que aquello no le gustaba demasiado y pronto convenció a sus padres para que le financiaran la posibilidad de irse a estudiar a Londres a la prestigiosa LAMDA (Academia de Arte Dramático Londinense). Si nos fijamos un poco en su forma de actuar, veremos que Sutherland tiene muchas maneras británicas antes que americanas.
El caso es que los primeros pasitos de Donald Sutherland fueron en los teatros del West End y apareciendo en las películas de terror de la Hammer al lado de Christopher Lee. Se le puede ver como enfermero del navío de guerra Bedford en Estado de alarma, de James Harris, el socio en la sombra de Stanley Kubrick, al lado de Richard Widmark y Sidney Poitier y también fue cogiendo cierta importancia en diversas series de televisión casi siempre de forma episódica. Sin embargo, un papel secundario le cayó llovido del cielo y fue el del soldado, no demasiado inteligente, pero valiente a rabiar, Vernon Pinkley de Doce del patíbulo, de Robert Aldrich. A pesar de que había otros papeles con más peso, Sutherland consiguió llamar la atención, especialmente por aquella escena en la que tenía que hacerse pasar por un general que seguía un entrenamiento de paracaidista de incógnito. A partir de ahí comenzaron a ofrecerle papeles de mayor importancia en producciones que no tenían demasiada, hasta que Robert Altman decidió que aquel tipo tenía la presencia burlona suficiente como para interpretar al cirujano Hawkeye Pierce de M.A.S.H. La película catapultó a la fama a sus protagonista, especialmente a Sutherland y a Elliott Gould y comenzaron a caer los papeles inolvidables.
Después del esfuerzo de desdoblarse en dos papeles en la divertida Empiecen la revolución sin mí (en un intento de parodia de Historia de dos ciudades, de Dickens), le cae en suerte otro de sus personajes inolvidables. El sonado Oddball de Los violentos de Kelly, ese tipo al mando de un tanque Sherman que se ofrece para ser el apoyo blindado a un atraco a cierto banco francés detrás de las líneas enemigas. Su papel permanece en la memoria de los que nos reímos una y otra vez con las ocurrencias de este tipo que va hasta arriba de hierba con un juguete demasiado peligroso y que ladra cuando se pone muy contento.
Después de interpretar a Jesucristo en la imaginación del malhadado protagonista de Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo; Sutherland se hace cargo del papel del detective John Klute en Klute, de Alan J. Pakula, una oscura película, muy turbia de intenciones y apasionante en cuanto a relaciones, que le emparejó con Jane Fonda (con quien le encantó trabajar) y que significó el primer Oscar para ella y el primero de los olvidos que la Academia cometió con él, que ni siquiera le ha llegado a nominar una vez.
Repite con Jane Fonda en la fallida Material americano, e incorpora a un ladrón de guante blando complicado con una chica que también le va el trinque en Fría como un diamante. A continuación, protagonizó una de las películas más escandalosas de los setenta, Amenaza en la sombra, donde interpretó unas cuantas secuencias demasiado subidas de tono para la época al lado de Julie Christie, otra actriz que admiró siempre profundamente.
Uno de sus papeles más impresionantes, es el del fascista sádico y cruel Attila que Bernardo Bertolucci creó para él en Novecento. Su interpretación es tan increíble, tan inquietante y tan brutal que, en muchos momentos, llega a eclipsar los trabajos de Robert de Niro y de Gerard Depardieu. De hecho, le pareció que su papel era tan malvado que durante muchos años se negó a ver su propia interpretación, asustado por lo que había conseguido.
Una interpretación suya que me parece fantástica es la de Giacomo Casanova en el Casanova, de Federico Fellini. Su creación me parece brutal, haciendo del mítico conquistador más un monstruo de la naturaleza que otra cosa. Totalmente rechazable por el físico pero dotado de unos atributos envidiables, con una imaginería alrededor en la que destaca el mar Adriático hecho con plástico y con un malsano toque paródico que hace de ella un trabajo único.
También habría que destacar su revolucionario irlandés que trabaja para los nazis en la estupenda Ha llegado el águila, de John Sturges, una película que ha ido ganando reconocimiento según ha pasado el tiempo. Su irlandés, redimido por el amor, y que por su militancia con el IRA se une a la huestes de Hitler, simplemente porque comparten el enemigo común del gobierno inglés, es maravillosa, con matices estupendos y pendencieros y ciertamente inteligente.
También fue el carterista más hábil de la Inglaterra victoriana en El primer gran asalto al tren, de Michael Crichton, al lado de un fantástico Sean Connery al que consigue hacer, en algún momento, de complemento perfecto; el perseguido Matthew Bennell de la versión que Philip Kaufman creó de La invasión de los ultracuerpos (¿quién no se acuerda de esa última escena en la que señala monstruosamente a la chica?), al científico Frank Lansing de la aceptable Operación Isla del Oso; al traumatizado, neutro y pasivo padre de Timothy Hutton en la oscarizada Gente corriente, de Robert Redford, en una interpretación que ha ganado enteros según ha pasado el tiempo y que pasa por ser un prodigio de introversión.
Uno de sus papeles mayúsculos, quizá el mejor de todos, es el del espía Faber, apodado “La aguja” en la adaptación de la novela de Ken Follett La isla de las tormentas que llevó por título El ojo de la aguja. Una auténtica maravilla de trabajo. También podríamos destacar sus trabajos en películas no demasiado conocidas, pero muy destacables como la estupenda Hola, Míster Dugan, de Herbert Ross; o la adaptación de la novela de Agatha Christie Culpable de inocencia; o la encarnación de ese sacerdote que escucha lo que no tiene que oír en Los crímenes del rosario; o, siendo una película claramente mediocre, cómo hace un malvado impresionante, terrible, que se come a todos en Encerrado, a mayor gloria de Sylvester Stallone; o el fantástico papel que hace luchando por los derechos de la gente de color en Sudáfrica en Una árida estación blanca, al lado de un enorme (en todos los sentidos) Marlon Brando; o ese loco pirómano que “sólo sueña con prenderle fuego al mundo” en una aparición antológica al lado de Robert de Niro en Llamaradas; o su colaboración con Werner Herzog en una película montañosa y montañera como es Grito de piedra, rodada en el Aconcagua; o esa aparición fulgurante, bestial, llena de fuerza y de sentido que hace en JFK, de Oliver Stone; o la sabiduría que destila como el mentor de Matthew McConaughey en ese apasionante drama judicial que es Tiempo de matar; o, por supuesto, esa encarnación de rígido oficial ruso que apoya al forense interpretado por Stephen Rea en esa maravilla que se rodó para televisión pero que se estrenó en salas comerciales con el título de Ciudadano X, por la que ganó el Globo de Oro al mejor actor en una producción televisiva. Y es, casi, lo mejor de esos cuatro viejos amigos que se reúnen de nuevo para una última misión en el espacio del Space cowboys, de Clint Eastwood.
El año pasado fue premiado con el Oscar honorífico por toda su carrera. Dudo mucho que alguien lo merezca más que él. En una de las presentaciones de la velada, Jenifer Lawrence decía que “hablar con Donald Sutherland es un ejercicio de dualidad constante. Es tremendamente amable y agradable y, sin embargo, tienes la sensación de que algo va muy mal, como si la inquietud estuviera allí charlando contigo”.
Cuando recibió el Oscar contó que le llegó la noticia mientras estaba de vacaciones en Italia con su mujer, Francine. Dice que le llamaron al móvil y que, como no conocía el número, colgó. Volvieron a llamarle y volvió a colgar. Por fin, le llamaron de otro número que sí conocía y lo cogió. Resultó ser el teléfono particular del Presidente de la Academia, John Brightley, que le dijo: “Menos mal que lo has cogido. Si no lo llegas a hacer, le damos el Oscar de honor a otro”.
En cuanto a las anécdotas de su vida, podríamos decir que a la edad de catorce años consiguió su primer trabajo. Posee también una voz estupenda y le contrataron para decir las noticias en la emisora de radio local de Bridgewater, Nueva Escocia, donde vivía.
Se casó tres veces. Sin hijos en la primera tentativa, con dos en la segunda (ahí nació Kiefer) y tres con Francine, su actual mujer y la más duradera.
Es muy alto de estatura (1,94), pero uno de sus “defectos” a la hora de interpretar es que tiene que mirar al actor o actriz que comparte escena con él a los ojos, si no, no se concentra bien. Por eso, es frecuente que compañeros más bajitos que él tengan que subirse a cajones para alcanzar su altura, o, incluso, meterse él mismo en hoyos.
En 1979 estuvo a punto de fallecer debido a que contrajo meningitis. De hecho, falleció durante algunos minutos y volvió a revivir. Él declaro que había tenido una experiencia extrasensorial durante ese período y que pudo ver y sentir claramente cómo el alma se le salía del cuerpo.
Uno de sus pasatiempos preferidos cuando no está rodando es esculpir. Dicen por ahí que es bastante bueno.
Una de las cláusulas que incluye en sus contratos es que la primera escena de las películas en las que interviene sea la última en rodarse porque así tiene cogido el tono al personaje y ayuda al espectador a meterse más rápidamente en el momento.
Es un fan confeso de la serie 24. No sólo porque aparece Kiefer como protagonista, sino porque le parece la mejor serie que se ha hecho nunca para televisión.
Prestó su voz para el documental que se realizó para ilustrar los juegos olímpicos de invierno en Vancouver y además financió el programa de apertura en el que también se incluía una pequeña semblanza sobre la historia general de Canadá.
Es un aceptable jugador de béisbol. Le encanta asistir a partidos de la liga canadiense.
No lee ninguna crítica de ninguno de sus trabajos desde que Pauline Kael le puso a caer de un burro por su trabajo en Como plaga de langosta, de John Schlesinger. Desde entonces cree que los críticos son francamente estúpidos.
Como muestra, un gran botón. Ahí le tenéis en su aparición en JFK, de Oliver Stone, compartiendo escena única y exclusivamente con Kevin Costner. Sé que estáis muy liados, pero si tenéis quince minutos, merece la pena. Es casi una película dentro de la misma película.


Y como mosaico, aquí le tenéis. El gran Donald.




Comentarios

INDI ha dicho que…
fantástico repaso a la carrera de uno de los grandes. "Presencia burlona" es una muy buena definición a lo que transmite este pedazo de actor.

Y la escena de JFK es sublime.

Gran gus de martes, una vez más.

Abrazos con ladridos
Anónimo ha dicho que…
Genial Donald, geniañ gus. Desde la playa, unplacer leeros a ti y a Dex.

Carpet
dexterzgz ha dicho que…
Durante mucho tiempo recuerdo cuánto llegué a odiar a este hombre. Y es que la escena del pajar de "Noveccento" no se olvida así como así.

Admiro mucho ese papel de padre que sufre en silencio su dolor en la maravillosa "Gente corriente" - una película que adoro y que sospecho que no es suficientemente valorada simplemente por el hecho de haberle quitado el Oscar a Scorsese y a Jake La Motta.

La escena de "JFK" es un ejemplo de sabiduría cinematográfica y de lo grande que es ese señor (hay muchos más ejemplos en esa película gracias a las intervenciones de Mathau, Lemmon o Tomy Lee Jones).

Te olvidaste de una de las más recientes interpretaciones suyas en la estimable "La gran oferta" de Tornatore, robándole más de un plano a Geoffrey Rush.

Japi berdei, Mr Sutherland. Le odié, pero le amo.

Abrazos corrientes

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