EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LVIII)


¿Por qué baila?
¿Por qué vive?
No lo sé, pero tengo que hacerlo
Lo mismo digo


LAS ZAPATILLAS ROJAS (The Red Shoes). Reino Unido (1948). Dir: Michael Powell, Emeric Pressburger con Moira Shearer, Anton Wallbroock, Marius Goring (133 min)


No es frecuente encontrar a lo largo de la historia del cine ejemplos de directores que firmen conjuntamente sus obras, más allá de colaboraciones de carácter esporádico o de cineastas que comparten lazos familiares entre sí. Tenemos así casos de hermanos que dirigen juntos, desde, por supuesto, los Lummière, los primeros, hasta los Coen, pasando por los Tavianni, los Wachowski o los Dardenne; ahí están los Almodóvar, uno dirigiendo y el otro produciendo las películas del otro. Los británicos Michael Powell y Emeric Pressburger no compartían apellido, y sin embargo escribieron algunas de las páginas más brillantes del cine británico de postguerra formando pareja artística detrás de las cámaras durante más de tres lustros. Su caso es singular y digno de aparecer en una serie como esta, no tanto por lo que su sociedad tiene de “rara avis” dentro de la industria sino por la indiscutible calidad de sus trabajos en común. Powell y Pressburguer se conocieron durante el rodaje de El espía negro (1939), película que dirigiría el primero sobre un guión del segundo; más tarde, en 1941 llegaría un nuevo trabajo del tándem, 49th parallel, conocido aquí como Los invasores, gracias al cual al año siguiente Pressburguer obtendría el Oscar a la Mejor Historia.

Antes de asociarse con Pressburger, Michael Powel ya llevaba años trabajando para el cine británico, dirigiendo sus propios films y llegando incluso a colaborar como ayudante en alguna de las primeras películas mudas de Alfred Hitchcock. Algunas de estas primeras películas de Powell se han perdido desgraciadamente, pero las que se conservan dan cuenta de lo que será posteriormente su estilo elegante y refinado. Había nacido en Canterbury, lo cual era ya un buen augurio de su futura capacidad como “cuentista”.

 Por su parte, su futuro compañero había visto la primera luz en Miskoll, enclavada en la actual Hungría, perteneciente entonces todavía al Imperio austrohúngaro, el 5 de diciembre de 1902. Emeric Pressburger comenzó su actividad profesional en Alemania como periodista, y al poco tiempo entró en el departamento de guionistas de los prestigiosos estudios UFA. La llegada de Hitler al poder precipitó su salida del país siendo su primer destino Francia para luego instalarse definitivamente en Londres. Allí conoce a su compatriota Alexander Korda, influyente productor que le ficha para escribir en sus estudios de London Films. Al poco tiempo de instalarse en las islas adquiriría la nacionalidad británica.

 El espía negro, la película que le pone en contacto con Michael Powell es un efectivo drama bélico con toques de cine de espías interpretado por Conrad Veindt, tres años antes de convertirse en el Mayor Strasser de Casablanca. Los primeros trabajos conjuntos de Powell y Pressburger están vinculados al cine de propaganda que se hace en Reino Unido durante los años de la guerra.

Años después, ambos cineastas fundarán su propia productora bajo el nombre de The Archers que también dio pie al apodo con el que después serían conocidos (“los arqueros” les decían). El logo del estudio era una diana de colores con varias flechas clavadas a su alrededor y sus dos creadores aparecían en los créditos de los films como directores, productores y guionistas. A pesar de compartir esta triple responsabilidad, Pressburger solía hacerse cargo de los guiones mientras Powell se dedicaba más a la dirección, puesta en escena y localización de exteriores, si bien en ocasiones su compañero también se ocupaba de estas tareas así como del montaje.

El primer film que los arqueros firmaron al alimón fue One of our aircraft is missing (1942) narra la odisea de los tripulantes de un bombardero británico dado por desaparecido mientras combatía para los aliados contra la armada nazi. Tras ella llega la primera gran obra maestra de los cineastas, Vida y muerte del coronel Blimp (1943), comedia dramática tan deslumbrante como desconcertante. Y es que Powell y Pressburger juegan al despiste con el público ya desde el propio título del film, ya que dentro de él no hay ningún personaje que se llame Blimp y ni siquiera ostenta el rango de coronel. Su protagonista es un anciano general llamado Clive Candy que, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial rememora su larga vida militar, evocando su participación en la guerra de los Boers, su amistad con un oficial alemán y sus amores con una mujer más joven.  

Powell y Pressburger abandonar momentáneamente el mundo militar y sorprenden con una deliciosa comedia con toques detectivescos ambientada también en los tiempos de la guerra. De paso, en Un cuento de Canterbury (1944), la pareja de directores se divierte poniendo en solfa lo rígido y absurdo de alguna de las costumbres británicas más ancestrales. En Sé adónde voy (1945) el dúo entrega un drama romántico en el que de nuevo exaltan su pasión por las leyendas tradicionales, aunque en este caso de origen escocés.

Con el drama fantástico A vida o muerte (1946) se inicia el periodo más fecundo en la filmografía de nuestros autores, La película desarrolla la historia de un aviador cuyo avión se estrella durante un combate, aunque antes de morir tiene la oportunidad de defender su causa ante un tribunal celestial. Mientras, en paralelo un grupo de médicos y cirujanos se esfuerza en reanimarle.  Dentro de esta edad de oro también se encuentran la película que hoy comentamos y esa auténtica joya llamada Narciso Negro (1947), inolvidable historia que protagoniza un grupo de religiosas desplazadas a un convento sito en el hostil Himalaya. En la cabecera del reparto figura Deborah Kerr a la que acompaña el actor juvenil de origen índio Sabú, que ya había trabajado a las órdenes de Powell en su adaptación de El ladrón de Bagdad (1940).

A lo largo de la década siguiente, los “arqueros” son todavía capaces de rizar el rizo llevando a la pantalla su particular visión la historia de la Pimpinela Escarlata según una obra de la escritora húngara Emmuska Orzi bajo el título de El libertador (1950) con David Niven en el papel principal. También en los cincuenta los cincuenta Emeric Pressburger dirigió la única película en solitario de toda su carrera, una comedia de enredos llamada Twice upon a time (1953). La polémica perseguirá a los realizadores tras el estreno de Corazón salvaje (1950), drama histórico protagonizado por Jennifer Jones y producido por el marido de esta, el todopoderoso David O´Selznick. Al parecer, el magnate del cine no quedó muy satisfecho con el resultado del film – llegando casi a las manos con Powell en el plató- y obligó a reeditarlo añadiendo escenas y diálogos que corrieron a cargo por Rouben Mamoulian. Curiosamente, la cinta original no se estrenó en España, pero su remake sí.

En esta última etapa de su fructífera colaboración, Powell y Pressburguer añaden un par de títulos notables a su currículum. En Los cuentos de Hoffman (1951) llevan al cine una opera en tres actos del autor E.T.A Hoffman con una historia que, al igual que nuestra propuesta de hoy, tiene al ballet como protagonista.  La sociedad se disuelve en el último tercio del decenio con dos aportaciones al drama bélico que tanto cultivaron en los años anteriores, La batalla del Río de la Plata (1956) y Emboscada nocturna (1957).

Después Michael Powell continuaría su carrera en solitario y tendría aún tiempo de regalarnos una película soberbia,  El fotógrafo del pánico (1950), todo un clásico del cine de suspense y terror y una auténtica precursora en el subgénero del llamado psicothriller.  Moriría de un cáncer en 1990 en Gloucester, sobreviviendo en cuatro años a su antiguo compañero que había fallecido antes víctima de la neumonía. Pressburger se había casado dos veces, y en su último matrimonio tuvo a su única hija que a su vez le daría dos nietos. Uno es Andrew McDonald, productor de films como Trainspotting (Danny Boyle, 1992), el otro, Kevin McDonald que además de dirigir al oscarizado Forrest Whitaker en El último rey de Escocia (2006) se convirtió en el biógrafo de su abuelo. Por su parte, en los últimos años de su vida estuvo casado con Thelma Schoomacker, habitual montadora de las películas de Martin Scorsese (al parecer fue el propio Marty quien los presentó).

Y es que el autor de Toro salvaje se ha convertido en los últimos tiempos en el gran valedor de la pareja de directores de la que hoy estamos hablando. En su tiempo, el cine de Powell y Pressburger fue ninguneado y mal entendido. Sus películas románticas eran consideradas como meros entretenimiento así como su cine de propaganda. Hoy, gracias a Scorsese entre otros, Powell y Pressburger ocupan un lugar destacado entre los imprescindibles del cine, sabemos de la perfección técnica de sus películas (rematada por un uso certero y  majestuoso del Technicolor) y de su habilidad para desarrollar historias imposibles. En ese difícil equilibrio entre lo clásico y lo moderno, ellos eligieron el camino de lo subversivo en un afán claro por transgredir y perdurar. Sus películas están llenas de pequeños y brillantes detalles que hacen que puedan verse una y otra vez sin cansar. Siempre, en cada visionado, se descubre y percibe algo nuevo. Se diría que algunos de los títulos más señalados de los arqueros son auténticos poemas visuales, y que si alguien en la historia del cine merece el título de poeta de las imágenes, esos son en efecto Michael Powell y Emeric Pressburger.







Una  multitud de jóvenes estudiantes se agolpa a las puertas del londinense Covent Garden para ver la representación del nuevo ballet de la prestigiosa compañía de Boris Lermontov. Unos acuden por ver a la primera bailiarina Irina Borshakova, otros para disfrutar del librero y la música del profesor Palmer, y en las primeras filas se organizan corrillos que discuten sobre qué merece más la pena. Durante la función, el propio Lermontov recibe en su palco un mensaje de lady Neston, una de las damas más influyentes de los círculos artísticos de la ciudad que le invita a una fiesta que va a dar en su mansión esa misma noche. El empresario acude a la fiesta a regañadientes pues no es demasiado amigo de ese tipo de eventos.

Ya en la fiesta, lady Neston le habla de una sobrina suya, Victoria Page, que quiere iniciarse en el mundo de la danza y le sugiere la posibilidad de hacerle una prueba para su compañía. Lermontov es reacio en un principio, pero más tarde conoce a la propia Victoria y acaba pidiéndole que se presente al día siguiente en el Covent Garden para hacer las pruebas.

Esa misma mañana Lermontov recibe también en su despacho a Julian Craster, un joven compositor que afirma que el profesor Palmer ha plagiado su obra “Corazón de fuego”. Lermontov le pide que toque algo al piano y le contrata como director de orquesta, instándole a que se presente en el teatro de inmediato.

Julian y Victoria llegan casi a la vez al Covent Garden y encuentran un auténtico caos entre bambalinas. Victoria se pone a las órdenes del coreógrafo Grusha Ljubov que pronto descubre las cualidades de la joven y que tiene un diamante en bruto entre las manos. Mientras, Croster se pone al frente de la orquesta para los ensayos. En cierta ocasión recibe la reprimenda del dueño del teatro al citar a los músicos a una hora temprana para ensayar su propia obra, aunque Lermontov aplaude su osadía. El compositor se gana la confianza definitiva del empresario. Prueba de ello es que éste le encarga reescribir un ballet que un antiguo colaborador de la compañía había dejado inconcluso al no ser de su agrado.

Se trata de Las zapatillas rojas, una pieza inspirada en un cuento del escritor Hans Christian Andersen. La obra contará la historia de una muchacha pobre que ansía poseer unas zapatillas de color rojo para poder acudir a un baile; las que finalmente consigue están sometidas a un extraño encantamiento por el cual quien las calza no puede dejar de danzar hasta desfallecer. Al término de la obra, la chica muere exhausta, y el zapatero que se las entregó volverá para recogerlas y dárselas a otra bailarina.

La obra de Croster gusta mucho tanto a Lermontov como a sus socios y a Ljubov. Mientras tanto Irina Borshakova anuncia que deja el ballet y la compañía para casarse, por lo que Victoria pasa a ser la primera bailarina.  Lermontov la ha visto bailar El lago de los cisnes en un pequeño teatro con su antigua compañía y ha quedado prendado con su talento. Será ella la estrella principal de Las zapatillas rojas cuyo estreno tiene lugar en Montecarlo con un rotundo éxito. Julian y Victoria terminan enamorándose e inician un romance a espaldas de Lermontov.

Sin embargo, la noticia no tarda en llegar a oídos del empresario. Durante la fiesta de cumpleaños de Grusha los miembros de la compañía hacen notar a su jefe de la ausencia de la pareja y éste monta en cólera y celos. Su primera reacción es despedir a Croster, pero Grusha y Victoria le advierten que si se va el compositor los siguientes en marcharse son ellos.  Dicho y hecho. Julian y Victoria aprovechan para casarse y marcharse fuera de Londres; mientras ella abandona por completo los escenarios, él trabaja sin descanso en la composición de una ópera.

La compañía de Lermontov remonta poco a poco el vuelo; Grusha es readmitido y Borshakova vuelve a bailar. Económicamente, las cosas no van del todo mal, pero Lermontov echa de menos a Victoria. Un día, su secretario le anuncia que la joven vuelve a Londres a pasar unas vacaciones con su tía, y el magnate no se lo piensa dos veces y se presenta en la misma estación del tren para intentar convencerla de que vuelva al ballet.

Victoria confiesa a su antiguo jefe que también echa de menos la danza y decide regresar. Volverá a interpretar Las zapatillas rojas en Londres; sólo ella bailo esa obra y nadie más podrá hacerlo. La noche del debut coincide con el estreno de la ópera de Julian. En su camerino, Victoria ha encendido la radio para escuchar el comienzo del concierto, pero una voz anuncia que el director de orquesta está enfermo y no podrá dirigir a los músicos. Acto seguido es el propio Julian quien se presenta en el camerino de su esposa y le pide que vuelva con él.

Aparece entonces también Lermontov presionando a su bailarina para que renuncie al amor y se dedique en exclusiva a lo que más le llena en la vida; el ballet. Finalmente, Lermontov se sale con la suya, y Victoria despide entre lágrimas a Julian que, derrotado, se dirige a la estación dispuesto a abandonar la ciudad en el primer tren.

Acompañada por una criada, Victoria se dirige con gesto tembloroso hasta la entrada del escenario. De repente, la joven da media vuelta y echa a correr rumbo a la estación. Ha cambiado de opinión y va al encuentro de su amor. Corre hasta un mirador justo en el momento en el que pasa el tren y se lanza al vacío para ser arrollada por la locomotora.

Con un último aliento de vida, Victoria pide a Julian que le quite las zapatillas rojas que llevaba puestas para actuar en la representación, y a continuación, muere. Al mismo tiempo un emocionado Lermontov sale al escenario para anunciar al público que Victoria Page no bailará esa noche para ellos. Ni esa noche ni ninguna otra más. Sin embargo, la obra sí se representará. Al final de la obra, Grusha, que interpreta en la misma al zapatero, recoge con lágrimas en los ojos las zapatillas rojas que posteriormente habrá de entregar a una nueva bailarina.




Si bien, como ya quedó dicho anteriormente, el precedente más preclaro e inmediato de Las zapatillas rojas hay que hallarlo en el cuento infantil anónimo de Anderser, parece ser que el desencadenante último que inspiró el film estuvo en el encuentro real entre el empresario ruso Sergeui Divaliev y la bailarina inglesa Diana Gould. Diaguilev habría pedido a Gould incorporarse al ballet que él mismo dirigía, pero murió antes de que ella pudiera hacerlo. Del mismo modo en la película el plano real converge con lo fantástico y lo mágico de un modo absolutamente magistral.

Powell y Pressburger ya habían dado cuenta en obras precedentes de su eclecticismo a la hora de abordar los distintos géneros cinematográficos desde perspectivas formales muy alejadas a lo esperado. Las zapatillas rojas supone la primera incursión de la pareja en el musical y no defraudan al respecto, revolucionando el concepto de la puesta en escena. Nunca en un musical de Hollywood por ejemplo se les habría ocurrido que el climax se insertase la parte central de la película. Y es lo que aquí sucede con los casi veinte minutos que abarcan las escenas del ballet que da nombre al film.

Entre los referentes de la obra está también por supuesto el mito de Fausto, representado en la figura de la bailarina que vende su alma al diablo con tal de conseguir su sueño. Llegamos así a otro mito y otro tópico; el de la obsesión por alcanzar la perfección y la excelencia. Hace unos años, Darren Arofnoski lo reprodujo casi en términos literales en su Cisne negro (2010), film que a pesar de sus virtudes y de contar con una excepcional Natalie Portman en el reparto (Oscar incluido) no le llegaba ni al tacón a la propuesta de Powell y Pressburger. Esta fue también objeto de un bello homenaje por parte de Francis Ford Coppola en su infravalorada Tetro (2009).

La película se rodó en escenarios reales como la Royal Opera House y el The Mercury Theatre de Londres, la Opera Nacional de Paris o las estaciones ferroviarias de Lyon y Montecarlo, así como en los míticos estudios Pinewood. Además participaron en ella numerosos profesionales de la danza de la época como Robert Helpmann que interpreta el rol de primer bailarín de Lermontov o Leonide Massei que da vida al Ljubov.

El ya mencionado Martin Scorsese siempre ha dicho que esta es una de las películas de su vida y (junto con El rio de Jean Renoir) habla del mejor uso del color en la historia del cine.  El mérito es de ese gran director de fotografía llamado Jack Cardiff, que luego se pasaría a la realización y nos regalaría esa joya desconocida titulada Hijos y amantes (1960). Merito compartido con los propios Powell y Pressburger, capaces de idear atmosferas que derivan del ensueño a la pesadilla.La pantalla se llena así durante poco más de dos horas de imágenes poderosas e hipnóticas que hacen que el escenario de un teatro se convierta en un territorio de cuento de hadas, o que unas escaleras puedan simbolizar el éxito o la caída.

La primera vez que vi Las zapatillas rojas tendría unos 9 o 10 años. La poderosa historia y la riqueza del color me afectaron mucho. Me embrujaron con la malicia de su enfoque. Cuidaron enormemente cada detalle y asumieron un gran riesgo, ésta fue la primera vez que una película se paralizaba para introducir una escena de ballet de 20 minutos. Pero es que una película dentro de una película, más cine que baile. Es como si sintieras lo que siente y escucha Moira Shearer mientras baila”. Mucho mejor que yo, Martin Scorsese define lo que es la película, que supera todo lo imaginado para convertirse en un cúmulo inagotable de sensaciones. Es cierto que durante un instante el propio espectador se siente tan frágil y tan ligero que incluso se atrevería a dar un par de piruetas en el aire. Sorprendente es también que una película se pare a mitad para introducir una larga escena de ballet (supongo que la inclusión del número de Cid Charysse en Cantando bajo la lluvia estuvo bastante influida).

Y es que Marty, también lo dijimos, fue y es uno de los grandes valedores del cine de The Archers. Amigo personal de Michael Powell, no cejó hasta conseguir que una retrospectiva de su obra – en solitario y a dos manos con Pressburger- se viera en el Festival de Nueva York. El ciclo comenzó con El fotógrafo del pánico que a raíz de su proyección empezó a ser realmente valorada. En su estreno, la crítica se había cebado con el film y con su autor al que incluso se llegó a calificar de enfermo por retratar los asesinatos con tanta belleza y poesía. Scorsese es el responsable de la remasterización de algunas de las películas más señaladas de estos dos genios, entre ellas, no podía faltar, Las zapatillas rojas.  Pero ante todo, y quizá esto es incluso más importante, ha logrado que el cine de los directores británicos goce hoy del reconocimiento y el prestigio que desgraciadamente no pudo gozar en su día.





Comentarios

César Bardés ha dicho que…
Me encantan todo lo que hicieron Los Arqueros. Sus películas me parecen limpias,con una fotografía primorosa y unos argumentos fuera de lo común. Todas las películas que nombras me gustan muchísimo aunque tengo una especial preferencia por "Narciso negro",que me parece una de las películas más extraordinariamente inquietantes que haya visto nunca.
Muy oportuno que los traigas porque aún recuerdo cómo Chicho Ibáñez Ssrrador abrio aquel mítico "Mis terrores favoritos" con "El fotógrafo del pánico".
Abrazos con trípode

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