EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LVII)


Hay que elegir
O mentir… o morir.



EL CONFIDENTE (Le doulos). Francia, 1963. Dir: Jean-Pierre Melville con Jean- Paul Belmondo, Serge Reggiani, Jean Desailly, Michael Piccoli (103 min).


El thriller policíaco y el género negro derivan en Francia hacia el denominado “polar” término que surge de apocopar la expresión “policier” y que da nombre a uno de los subgéneros cinematográficos más populares del cine europeo en la última mitad del siglo XX. No es cuestión del típico chauvinismo galo la consideración de tal subgénero, pues el polar presenta su propia idiosincrasia con respecto por ejemplo al cine negro que viene de Hollywood que por otra parte ejerce una fuerte influencia sobre él. El polar surge de la yuxtaposición entre el noir hollywoodiense y el realismo poético francés del primer tercio del siglo cuyas figuras más representativas han sidoJean Renoir, Marcel Carné o Julien Dudivier. La eclosión del poir coincide además con el nacimiento de la “Nouvelle Vague” y ambos movimientos se retroalimentan mutuamente. Los maestros del noir ya asentados saludan con entusiasmo la llegada de los “nuevaoleros”, y estos por su parte, que ya aman sin ningún disimulo el cine negro americano de toda la vida, aportarán encantados su particular granito de arena al subgénero.

En cuanto a esas características singulares del polar francés que citábamos nos encontramos pues con un tratamiento mucho más naturalista de las situaciones y los personajes, alejado del imaginario de los clásicos americanos y más próxima al espíritu de las viejas novelas de Chandler o Hammet. En el polar francés no hay héroes ni finales felices, y sí en cambio un estudio más profundo de la fatalidad, aunque lo que realmente separa el noir francés y el noir hollywoodiense es la falta de maniqueísmo. El polar pone al mismo nivel de turbiedad moral al delincuente y al policía; ambos se mueven en un mundo dominado por la corrupción en el que nunca se llega a tiempo para cambiar el destino. Y esa corrupción está tanto a uno como a otro lado de la ley, algo que no se ve con tanta frecuencia en el cine de Hollywood, salvo en honrosas excepciones. La jungla de asfalto (1950) de John Huston y Atraco perfecto (1956) de Stanley Kubrick podían ser dos de ellas.

El polar, eso sí, adapta la iconografía que le llega del otro lado del charco. En las películas francesas no faltan gabardinas, sombreros de fieltro, cochazos de lujo, todo ello envuelto en suave música de jazz proveniente bien de tugurios de mala muerte donde se respira humo en cantidades industriales al calor de una timba, bien de selectos clubs donde por lo bajo se ventilan negocios sucios. El detective y el ladronzuelo de turno, eso también, se nos antojan tipos más de carne y hueco y su dudosa y ambigua moralidad nos resulta más cercana. Tipos que casi siempre, ya estén a un lado o a otro de lo legal, suelen tener el rostro de Alain Delon, Lino Ventura, Jean – Paul Belmondo o Jean Desailly.

Entre los directores destacados de este tipo de películas el cinéfilo reconocerá de inmediato el nombre de Jean – Pierre Melville como el de su principal referente. Sin embargo, no es el único que se dedica a hacerlas, y ahí tenemos las incursiones en el subgénero, por ejemplo de Jacques Becker con títulos como París bajos fondos (1952) o No toquéis la pasta (1954), o de Henry Verneuil con Gran jugada en la Costa Azul (1963). Hay ejemplos todavía más populares como el de René Clement con A pleno sol (1960), adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith que catapultó al estrellato a Alain Delon y dio pie a un posterior remake norteamericano de la mano de Anthony Minguella (El talento de Mr Ripley, 1999). Y por supuesto, tenemos la contribución a la causa de los talentos de la nouvelle vague. En los sesenta, momento de esplendor del subgénero, el polar tiene un pasado, reflejado en primeros trabajos de Clouzot (El asesino vive en el 21, 1942) o Jules Dassin con la imprescindible Rififi (1952), pero sobre todo tiene un futuro cuyo eco llega prácticamente hasta el presente siglo con ejemplos tan estupendos como Asuntos pendientes (Oliver Marchal, 2004).

Y eso por ceñirnos exclusivamente al ámbito francés. Si ponemos el radar en el contexto internacional, vemos como el polar influye en directores internacionales como Martin Scorsese o Quentin Tarantino (cuya productora se llama no por nada Band apart).

De nuestro protagonista de hoy se podría empezar diciendo que estaba desde el principio destinado a dedicarse al mundo del cine. Sus padres, un matrimonio alsaciano instalado en París a comienzos de la década de los diez del pasado siglo, le regalaron a los cinco años un tomavistas con el que su pequeño se entretenía filmando películas caseras todo el tiempo. Había nacido en la capital gala el 20 de octubre de 1917 como Jean Pierre Jean Pierre Grumbach, pero al iniciar su carrera decidió cambiar su apellido artístico por el de Melville, en honor al creador de Moby Dick, una de sus novelas favoritas. Además del escritor estadounidense se declaraba admirador de la prosa de Edgar Allan Poe, Jack London y Dashiel Hammett (todos ellos están presentes de una u otra forma en su obra posterior). Pero Melville fue un autodidacta al que no se le conocen estudios; trabajo en diversos oficios, desde botones hasta aprendiz en un taller, pero de todos ellos le echaban porque a la mínima que se descuidaban los jefes se metía a una sala oscura a ver películas. El cine era su pasión, y también fue su verdadera escuela.

Durante la Segunda Guerra Mundial participó en la batalla de Dunkerke y viajó a Londres donde conoció a De Gaulle. A pesar de que las malas lenguas le relacionaron con los colaboracionistas, Melville luchó siempre en pos de una Francia libre enrolado en las filas de la Resistencia. La guerra sería también un buen campo de aprendizaje para el futuro director. Debido a su posicionamiento político, se le negó la entrada al sindicato de profesionales cinematográficos, por lo que optó por fundar su propia productora con la que empezar a rodar películas desde una mayor libertad.

Su primera película, El silencio del mar data de 1947 y es un drama que tiene como protagonistas a un anciano y a su sobrina que deben alojar en su casa a un oficial nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Para sorpresa de los inquilinos el invitado resultar ser un hombre de gran cultura y exquisita educación. La cinta ejercerá posteriormente una notable influencia en los cachorros de la “Nouvelle vague” que abordarán desde otra perspectiva el trauma de la ocupación. Más adelante, Melville definiría esta primera etapa de su cine como la “búsqueda de un lenguaje”; a ella también pertenecen dramas como Los chicos terribles (1950) o Cuando leas esta carta (1952).

En 1956 tiene lugar el primer contacto entre Melville y el cine negro con Bob, el jugador, un guión que él mismo coescribe junto a Antoine LeBreton que un año antes ha colaborado con Jules Dassin en Rififi. Al igual que esta cinta, Melville nos invita a participar como espectadores en otro sonado golpe, en este caso a un casino, en el que el destino también acaba jugando sus cartas. Bob el jugador fue la primera producción de la Jenner, los estudios fundados por el director en 1955 que toman su nombre de la calle en la que estaban levantados, y que con el tiempo se convertirán en una especie de matriz para el “polar”. Melville vivía en un pequeño apartamento situado en la parte superior del local que terminaría quemándose años después, afortunadamente sin él dentro. “Hago películas hasta cuando duermo” solía decir el director; al hilo de este dato, se puede comprobar que la afirmación es casi literal

Los sesenta constituyen sin duda la década prodigiosa del cine francés. El polar se adata sin problemas a la llegada de la “Nouvelle Vague” cuyos autores contribuyen a enriquecer la variante autóctona del noir estadounidense del que siempre se confesaron devotos admiradores. También, Melville era un referente para los críticos de Cahiers que ya en su etapa como directores cultivarán el thiller y el cine negro en su versión más autóctona. Melville llegará a participar como actor en un breve cameo dentro de una de las películas más representativas de la nueva escuela, Al final de la escapada (Jean Luc Godard, 1960)

Con respecto a la producción del realizar parisino durante estos años, además del film que comentamos, no podemos dejar de señalar títulos como El guardaespaldas(1963), también con Belmondo de protagonista o Hasta el último aliento (1996) con Lino Ventura, aunque habrá que esperar casi hasta finales de la década para toparnos con dos de sus grandes obras maestras. Nos referimos a El silencio de un hombre (1967), con un maravilloso Alain Delon y un prodigioso trabajo de fotografía a cargo de Henri Decae. Mención aparte en esta película merece la labor de montaje, trepidante en una película en la que apenas hay diálogos, y que nos deja boquiabiertos en un par de escenas de persecuciones callejeras (mucho antes que Bullit o French Connection). La última joya que nos dejó Melville en los sesenta fue El ejército de las sombras (1969) contundente drama bélico que constituyó un enorme éxito internacional.

Alaín Delon protagoniza los dos últimos títulos del cineasta ya en los setenta, dos últimos perdigonazos del mejor cine del género. En Círculo rojo (1972), Melville hace alarde también de sus dotes como guionista componiendo una trama de gran fuerza expresiva y con un notable dibujo de los personajes. También dirige y escribe Crónica negra (1972) en la que aborda uno de los argumentos habituales en este tipo de films como es el de la lealtad traicionada. Se despedía así del cine y de la vida “el más francés de los cineastas americanos y el más americano de los cineastas franceses” (la definición pertenece al crítico Gilles Jacob), que moría el 2 de agosto de 1973 en su París natal. Su última película, que en el original llevaba como título Un filc (Un  poli) se abría con una cita de Vidoq que casi podría servir como el epìtafio perfecto de una filmografía imprescindible en el cine europeo y mundial: “Los únicos sentimientos que el hombre puede inspirar a un policía -decía- son la ambigüedad y la burla”.

(Y ahora como siempre pasaré a haceros una breve sinopsis de la película. Aprovecho la ocasión para recordaros más que nunca que los spoilers los carga del diablo, y que aquí hay alguno del tamaño de una piscina olímpica. Si algo nos enseña el cine negro es que no hay que fiarse ni de tu sombra. Avisados quedáis).




Tras pasar una larga temporada entre rejas, Maurice Faugel sale por fin en libertad. De manera eventual el ex convicto se hospeda en casa de Gilbert Varnone, un amigo suyo perista que suele trabajar también en los círculos del hampa, y a pesar de no encontrarse en su mejor momento después de tanto tiempo a la sombra anda ya planeando el que será su nuevo golpe. Una noche, al volver a casa, Faugel encuentra a su casero revisando la autenticidad de unas joyas que ha robado junto a un tal Nuteccio, un tipo que a Faugel no le inspira ninguna simpatía. Durante la conversación, Maurice informa a su amigo del robo que está preparando a una mansión en Neully junto a otro de sus compinches, Remy. Ambos contarán con la ayuda de un tal Silien, un tipo que les proporcionará el material necesario para reventar la caja fuerte de la casa, un tipo del que Varnone no se fía. Faugel pide a Varnone una pistola para utilizar en el asalto, pero en realidad para lo que quiere el arma para matarle a sangre fría. En el momento en el que Maurice huye de la casa de Varnone con las joyas, la pistola y el dinero del fiambre, un coche se aproxima al portal. En él van dos hombres y una mujer.

Después de enterrar el arma y las pertenencias del muerto en una explanada a los pies de una farola, Faugel se dirige a casa de Therese, su amante que al rato se presenta en la casa.  A continuación llegan también Jean, un amigo de Maurice, y el tal Silien llevando consigo el material necesario para el golpe que prepara Faugel. Therese ha pasado la tarde inspeccionando los alrededores de la casa donde su novio y su amigo van a entrar a robar, y el campo parece estar despejado; los dueños se han marchado de vacaciones y han dejado la vivienda al cuidado de un anciano amigo. Tras abandonar el domicilio, Silien realiza una llamada telefónica a la comisaría de policía. Más tarde, éste visita a Therese en su domicilio, y tras un momento inicial en el que parece estar coqueteando con ella la golpea salvajemente hasta dejarla inconsciente. Después la amordaza y la ata a uno de los radiadores del salón, la reanima vertiendo sobre ella una botella de licor y finalmente consigue que le proporcione la dirección de Neully que Maurice y Remy van a asaltar esa noche

El atraco de Neully parece ir según lo previsto y los asaltantes consiguen entrar en la casa sin problemas, neutralizando a su actual inquilino. Mientras Remy se emplea a fondo con la caja fuerte Maurice sale a tomar el aire un momento, pero cuando advierte que llega un coche policial alerta a su compañero y ambos salen pitando del lugar. En la persecución, un policía mata a Remy y deja malherido a Maurice que consigue abatir al agente de la ley.

A la mañana siguiente, este despierta en la cama de Jean junto a la casera de su amigo y un médico amigo que le está examinado y le extrae una bala del costado. Maurice cree que Silien les ha delatado y decide abandonar la casa de Jean a pesar de que el doctorle ha recomendado reposo absoluto. Antes le deja un sobre cerrado a la casera de Jean para que se lo entregue en el caso de que a él le pase algo. Dentro ha dibujado a mano alzada un plano del lugar exacto en el que están enterradas las joyas y el dinero.

Mientras, unos hombres abordan en plena calle a Silien y lo llevan a comisaría. Silien era el confidente de Saligneri, el policía a quien Maurice mató en Neully la noche anterior, pero niega ante los inspectores que él fuera quien dio el soplo. También dice desconocer la identidad del hombre que acompañaba a Remy en el atraco. Silian es informado de que Therese ha aparecido muerta en el interior de su coche en las inmediaciones de una mina abandonada, y que barajan la hipótesis de un accidente, aunque no descartan otras posibilidades.  Los policías también le preguntan si sabe algo de la muerte de Gilbert Varnone cuyo cadáver fue encontrado días atrás en su vivienda. Los agentes sospechan de Maurice Faugel que vivía con él en el momento del crimen. Silien dice a los policías que pueden encontrarlo en un bar, y tras cerciorarse de que en efecto está allí mediante una llamada telefónica, acuden al establecimiento y le detienen.

Durante el interrogatorio en las dependencias policiales, el comisario presiona a Faugel para que delate al segundo asaltante de Neully – o sea a él mismo- pero este se niega. Maurice es trasladado al calabozo acusado del asesinato de Varnone.

Silien acude al Cotton Club, el local que regente Nuteccio, el gánster que participó en el robo de las joyas junto a Gilbert. El confidente se sienta en una mesa con Fabianne, la actual chica del mafioso, con quien en el pasado mantuvo un “affaire”. Silien convence a la mujer de preparar una trampa a Nuteccio y a su socio Armand para librarse de él y poder así huir juntos y retirarse de la mala vida y los bajos fondos. Una hora más tarde, ambos se reúnen en el apartamento de Fabianne y ultiman su plan.

De madrugada, ya con el local cerrado, Silien vuelve al Cotton Club y entra en el despacho de Nuteccio al que espera pacientemente durante toda la noche. Cuando este llega por la mañana, descubre con sorpresa que Silien está sentado en su mesa apuntándole con una pistola al lado de las joyas que desaparecieron días atrás de la casa de Gilbert Varnone. Nuteccio acaba con una bala en el pecho. Es entonces, cuando entra en escena Fabianne cuyo trabajo consiste en telefonear a Armand que se presenta en el despacho de su socio. Silien también le asesina a sangre fría, y deposita las joyas en un estante de la caja fuerte, y dos pistolas al lado de los dos cadáveres. La policía descubrirá más tarde que Armand y Nuteccio se han matado entre sí a causa de las joyas robadas, y aprovechando que llegaron en un coche a los pocos minutos de ser asesinado Varnone averiguará también que fueron ellos los asesinos del perista.

Al mismo tiempo, Jean ha liberado de prisión a Maurice yambos amigos se dirigirán a un bar donde les espera Silien.  AllíFaugel descubrirá la verdad, sabrá que en realidad Jean y Silien estuvieron siempre de su lado y que quien estaba a punto de traicionarle y entregarle a la policía era Therese. Por eso, cuando Silien vio a la mujer por primera vez en casa de Maurice empezó a mover los hilos para intentar proteger a su amigo, por eso quiso saber antes que nadie la dirección de Neully donde pensaba dar el golpe, por eso llegó con su coche y le trasladó malherido hasta casa de Jean, y por eso incriminó a Nuteccio en el robo de las joyas y en el asesinato de Gilbert. Por eso también Jean hizo que el coche de Therese se precipitase al vacío con ella dentro en los alrededores de una mina abandonada.

Tras la confesión, Silien abandona el establecimiento anunciando que se va de la ciudad con Fabianne. A los pocos segundos un camarero comunica a Maurice que tiene una llamada telefónica; tras colgar pregunta a Jean por la dirección exacta de Silien y sale corriendo del local.  Jean, por su parte, queda solo en un bar pero pronto recibe la vista del comisario de policía y sus ayudantes que al parecer encontraron restos de su abrigo en el coche de Therese y quieren llevarle a comisaría para conocer más detalles.

Maurice se dirige con su coche a toda velocidad hasta casa de Silien mientras en el exterior llueve a mares. El objetivo es evitar el asesinato de su amigo. Durante su última breve estancia en la cárcel, Faugel conoció a un preso cuya salida de prisión era inminente, y pactó con él que, a cambio de una jugosa cantidad de dinero, se encargaría de quitar de en medio a alguien a quien todavía pensaba que era un soplón. La llamada telefónica en el bar era para anunciar que el momento había llegado. Maurice es el primero en llegar, pero al abrir de la casa su antiguo compañero de celda que está esperándole y no le reconoce, le dispara dejándole medio muerto. A continuación llega Silian que al ver el cuerpo de su amigo tendido en el suelo se precipita sobre él desconcertado. Maurice balbucea que detrás de un biombo que hay en la habitación se encuentra el hombre que le ha matado y que tiene previsto matarle. Silian dispara de forma indiscriminada contra la mampara que cae dejando al descubierto a un hombre con un revólver que cae al suelo segundos después. Silian vuelve la espalda, pero el pistolero se incorpora y logra darle un último tiro de gracia. El soplón se tambalea por la habitación hasta apoyarse en una pared. Tiene tiempo para ver su imagen reflejada en un espejo que hay en ella antes de caer muerto en el suelo definitivamente, dejando que de su cabeza caiga el sombrero, le doulos.



En argot, el término “doulos” podría traducirse como “sombrero”; sin embargo, también  en el lenguaje de los bajos fondos la expresión hace referencia a la figura del confidente que hace el doble juego para la policía. Literalmente, “el que lleva el sombrero” es el soplón. El polar inmortalizó este tipo de personajes solitarios, lacónicos, con un sentido ambiguo de la moral y unos valores demasiado particulares. Melville lo sintetiza a su vez en la figura del samurái – Le samourai es el título original del film que aquí se llamó El silencio de un hombre) que se maneja según el código del honor de estos antiguos guerreros japoneses.  Son auténticos funcionarios del crimen, que realizan su trabajo con aséptica profesionalidad, sin atenerse a ninguna norma y sin confiar en nada ni en nadie. A menudo ni siquiera en la amistad, tan susceptible siempre de ser traicionada cuando menos uno lo espera.

Basándose en una novela de baratillo de Pierre Lessou, y mirando de reojo a clásicos como Huston, Welles o Lang, Jean Pierre Melville construye la que será la primera obra maestra del polar.  Después vendrán muchas más, pero siempre con ese samurái parco en palabras, que actúa sin principios aparentes, pero con el que resulta casi imposible empatizar, más aún enfrentados a un cuerpo policial corrupto hasta las cejas, y que antes que interesarse por descubrir la verdad preguntará qué hay de lo mío. Alrededor de uno y otro, toparemos con la inevitable “femme fatale”, más “fatal” incluso que nunca, pues en el polar se distingue un grado de misoginia mayor quizá que en otras variantes del noir.

El confidente posee todos esos ingredientes, pero es que además este rotundo tratado sobre la traición y la mentira presenta una factura técnica impresionante que revela la maestría de Melville a la hora de rodar. Ahí tenemos el arranque de la película con ese plano secuencia interminable en el que el protagonista avanza hasta nosotros por un túnel que parece no tener fin haciéndose acompañar por la presencia sobreimpresionada de los créditos. O ese otro durante el interrogatorio entre el comisario y el soplón, nueve minutos de tensión absoluta sin cortes aparentes. Todo rodado con suma elegancia y una magnífica fotografía de claroscuros a cargo de Nicholas Hayer que remite a los maestros del expresionismo. Sin apenas alardes técnicos y con una clarividencia narrativa y una atención por los pequeños detalles intachable.

Además de los logros técnicos merece la pena destacar el apartado artístico con un reparto sobresaliente en estado permanente de gracia. Jean Paul Belmondo, que da vida al personaje de Silian, era un imprescindible en el cine de Melville desde que debutara a las órdenes del director en León Morin, sacerdote (1961), film en el que compartiría protagonismo con Emanuelle Riva, y por el que sería nominado a un BAFTA del cine británico. Después, participaría con el realizador en varios “polars” y se haría un habitual de la comedia francesa. No obstante, quien fuera junto a Alain Delon el guapo oficial del cine francés durante décadas, también brillaría en el drama con ejemplos como Dos mujeres (Vittorio de Sica, 1962) o La sirena del Missisipi François Truffaut, 1969).

Por su parte, Serge Reggiani había destacado en obras maestras como La ronda (Max Ophüls, 1950) y París, bajos fondos (Samuel Becquer, 1952), pero sin duda el Faugel que interpretó para Melville significó el papel de su vida.  Y hay que decir que está sublime. La carrera del actor se prolongó durante unas cuantas décadas más hasta su fallecimiento en 2004, y aunque no volvió a gozar de otro protagonista relevante, sí participó en películas importantes como en El gatopardo (Luchino Visconti, 1963) o en El ejército de las sombras del propio Melville. Además de a Belmondo y a Reggiani, en El confidente podemos ver otras caras conocidas del cine francés en general y del polar en particular como Andre Desailly o Michael Piccoli.

Para que no falte ningún elemento característico del cine negro nos aguarda al final del camino un final impactante. Es ahí donde entra en danza el destino de los personajes, el tan temido fatuum. Hay a quienes este desenlace no les convence, por inverosímil, pero ya para entonces, Melville ha estructurado el relato sobre tantas premisas, y ha dado al espectador tanta información y tantas pistas falsas, que ya no importa la credibilidad. De algún modo las cartas estaban marcadas de antemano, y el sino de los personajes estaba escrito desde el principio, desde esa cita de Celine con la que se abre el film: se trata de elegir, o mentir o morir. Melville envuelve al polar bajo el manto de la tragedia griega y los resultados son espectaculares, una película para quitarse el sombrero.







Comentarios

CARPET_WALLY ha dicho que…
Mentir o morir, menuda elección. Es como lo de "susto o muerte", pero simplificando la ecuación. A mi se me da mejor mentir que morirme, será cosa de la práctica y eso que no soy un embustero consumado.

La cuestión es que el Polar no es el género que más me guste, siempre me pareció demasiado seco y sin mucha posibilidad de empatizar con personajes sin aristas. Eso es una virtud de ese cine, pero a mi me pilló muy jovencito y buscaba referentes mucho más sólidos, para mi erra fácil ponerme en la piel de Fonda, Wayne o Stewart, ya Bogart me parecía un relativo mal ejemplo. En todo caso era más de una pieza que los Ventura, Delón o Belmondo...aunque con este último logré cierta conexión cuando se derivó hacia la comedia, un género para el que me parece que se movía muy a gusto.

En todo caso es un gustazo disfrutar de una nueva lección de cine, y eso que quizá a mi me guste más "El clan de los sicilianos" o "La novia vestía de negro" (¿sería Polar esta?). Pero como digo es un cine que me resulta un poco áspero, recuerdo un film con Delón de protagonista, quizá fuera "El silencio de un hombre" aunque no lo tengo claro, en el que el protagonista dejaba al Ryan Gosling de "Drive" como un charlatán insoportable. No se si habría 50 frases en la hora y media de película y se me hizo agotadora. Mucha cara de Delón llenando la escena, pero poco ritmo...muy cansna.

Otro movimiento cinematográfico maravillosamente cubierto. Nueva prueba de que Dex es muy grande.

Abrazos con doulos.

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