EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LIX)


No hace mucho, un amigo me preguntó cuál era el mayor placer que he tenido en toda mi vida como actor. Ha habido tantos que tuve que pensar en eso por un momento. Entonces dije: "Como todo el mundo, me gusta hacer feliz a una multitud".
(Buster Keaton)




EL MAQUINISTA DE LA GENERAL (USA, 1926) Dir Buster Keaton, Clyde Bruckman con Buster Keaton, Marion Mack, Glen Cavender (79 min)

Hoy en día a nadie se le escapa que Buster Keaton es uno de los grandes iconos cinematográficos no ya solo del periodo del cine mudo sino también de toda la historia del Séptimo Arte. No siempre fue así. Como en tantos otros casos, tuvieron que pasar años antes de que su genio fuese reconocido; como en tantos otros casos también tuvo que ser la crítica europea quien acudiese al rescate y reivindicara su legado. Él mismo, en un alarde de modestia dejó constancia en sus memorias de que se consideraba un cómico antes que un artista propiamente dicho, al contrario que Chaplin a cuya sombra desarrolló su carrera. Al igual que el británico, Keaton también creo su propio personaje adoptando los rasgos característicos del payaso triste, y así popularizó el arquetipo del joven triste que permanece impasible ante los infortunios que se le presentan, mostrándose además incapaz de reír. Esta circunstancia le valió el apodo de “Stone face”, aunque aquí en España se le conoció como “Cara de Palo”  (también “Pamplinas”).

Nacido en Piqua, Kansas, el 4 de octubre de 1895, Joseph Frank Keaton, tal era su verdadero nombre, creció entre bambalinas y ligado estrechamente al mundo de la farándula. Su padre, también Joseph, había montado junto a varios miembros de su prole un grupo de variedades que solía acompañar en sus giras por Estados Unidos al prestigioso escapista Harry Houdini, íntimo del cabeza de familia de los Keaton. La formación se llamaba “The tree Keatons” ( el número de sus componentes se elevaría a dos más con el paso de los años), y en sus shows incluía tanto números circenses y de carácter acrobático como pequeñas piezas de vodevil.  Allí debutó con cinco años el pequeño Joseph, y quizá allí empezara a forjarse el personaje que le daría después la fama. En alguno de los números, uno de ellos llevaba el elocuente título de El estropajo humano, Keaton padre solía arrojar a su chiquillo desde el escenario al patio de butacas de manera temeraria. El hecho no pasó desapercibido para la Gerry Society, una de las instituciones dedicadas a la protección de menores que veía en el show de los Keaton un claro ejemplo de explotación infantil en la que además se ponía en peligro la integridad física de los pequeños. Joe Keaton y su esposa tuvieron que declarar ante esta sociedad para defenderse de las acusaciones que se vertieron sobre ellos y afirmar que su hijo no sufría malos tratos en las actuaciones en las que además era repetidamente pisoteado. El propio Buster confesaría más adelante que en todos los años en los que trabajo en la compañía de sus padres solo sufrió lesiones en una ocasión, cuando un puñetazo mal calculado por parte de su progenitor le dejó inconsciente durante varias horas.  Lo cierto es que la Gerry Society consiguió finalmente que el espectáculo familiar fuese prohibido años después, lo que obligó al grupo a cruzar el charco y buscar fortuna en Inglaterra (el padre llegó incluso a rechazar una oferta del empresario William Randolph Hearts).

Cuenta también la leyenda que, también durante esos años, fue el propio Houdini quien bautizó al joven actor con el nombre con el que se haría famoso para la posteridad. Al ver una las caídas del crío y observar cómo después del golpe el crío se levantaba como si nada, el mago grtió ¡ What a buster ¡ (algo así como “Vaya porrazo” o “P´haberse matao”) y a partir de entonces todo el mundo empezó llamarlo así. Sea verdad o sea leyenda, eso es lo que Keaton contaba siempre después cuando se le preguntaba sobre el origen de su nombre artístico.

El verdadero primer golpe de fortuna en la carrera de Buster se produce en 1917 cuando en Nueva York conoce al productor Lou Anger, dueño de los estudios Comique Film Corporation, que a su vez le presenta a la gran estrella de su compañía, Roscoe Arbuckle con quien hará muy buenas migas. Arbuckle (conocido debido a su peso como Fatty Arbucke) se convertirá en una figura decisiva en la trayectoria de Keaton al enseñarle todos los secretos de un buen gag. Las colaboraciones entre los dos cómicos se prolongarán durante casi un año hasta que la productora decida trasladar a Fatty a Hollywood. La carrera de Arbuckle no tardará en caer en desgracia al ser acusado éste del homicidio de la actriz Virginia Roppe, fallecida en extrañas circunstancias durante una fiesta en la suite de un hotel. Keaton definirá en sus memorias esa fecha como “el día que murió la risa”.

En total Arbuckle y Keaton rodaron juntos quince cortometrajes, de los que hoy sólo doce están accesibles. En 1918, Buster es enviado al frente francés para participar en el último tramo de la Primera Guerra Mundial, y, aunque no participa en ningún combate, pierde el oído parcialmente. A la vuelta, se reencuentra con Arbuckle pero la relación dura poco. Su primer papel importante llega con The shapped (1920), y tres años más tarde dirige su primer largo, Las tres edades (1923), película de episodios concebida como una parodia de Intolerancia de David W Griffith. Su ayudante en la realización es Edward F. Cline que ya había colaborado con él en alguno de sus cortos, además de con Chaplin, Arbuckle o Max Sennet.

Comienza entonces la etapa más fructífera en la carrera de Keaton, aquella en la que se fraguan todos sus grandes clásicos. La popularidad alcanzada con su personaje le permite incluso fundar su propia productora y tener un control absoluto sobre sus films. No suele dirigir en solitario estas nuevas películas en las que sigue interpretando al joven tímido que termina superando las adversidades con estoicismo. Keaton supo ver que no solo la excesiva gestualidad podía mover a la risa, y que la inexpresividad total podía también tener un efecto cómico. Y así surgen indiscutibles obras maestras del Séptimo Arte como La ley de la hospitalidad (1923), El navegante (1924), o El rey de los cowboys (1925). Destacan igualmente títulos como El moderno Sherlock Holmes (1924) que décadas después usaría como modelo Woody Allen para idear el guión de La rosa púrpura del Cairo. O esa verdadera joya llamada Siete ocasiones (1925) destrozada posteriormente por ese insulso remake (El soltero, Gary Sinyor, 1999) que protagonizaron Chris O´Donnell y Renée Zellweger.

El maquinista de La General (1926) supone un antes y un después en la trayectoria de nuestro director. El estrepitoso fracaso de crítica que obtiene la película lleva a Keaton a tomar una decisión de la que se arrepentirá siempre y fichar por la Metro. Las cosas no empezaron mal del todo, sorprendentemente, El cameraman (1928) fue un éxito en taquilla, pero en las dos décadas siguientes, Keaton va a pasar progresivamente a ser una figura olvidada por todos. El cómico fue una de esas víctimas que sufrió en sus propias carnes el tránsito del mudo al sonoro y los cambios en los gustos de los espectadores. En dos décadas, Keaton apenas dirige y debe sobrevivir a base de comedias de perfil bajo con Jimmy Durante, o ayudando – sin acreditar – en guiones de películas de los Hnos Marx. El declive coincide con su adicción al alcohol o el divorcio de su primera esposa y madre de sus dos hijas.   

La estrella de Keaton resurge en la década de los cincuenta gracias a la televisión. Durante años tiene su propio show en la pequeña pantalla y llega a protagonizar después un episodio de la serie La dimensión desconocida que dirige Norman Z McLeod, con quien había colaborado en el pasado. La Paromount incluso rodaría un biopic (The Buster Keaton Story , Sidney Sheldon, 1957) con Donnald O ´Connor dando vida al homenajeado. Esta renovada popularidad provocó que la Academia de Hollywood se acordase del genio y le concediese en 1960 el Oscar honorífico a toda su trayectoria.

No obstante, el primero en rescatar del olvido a Keaton había sido Billy Wilder al ofrecerle un papel para una breve escena en El crepúsculo de los dioses (1950). El cineasta se interpretaba a sí mismo como una vieja gloria olvidada en la famosa secuencia de la partida de cartas en la mansión de Norma Desmond, en la que, además de Gloria Swanson, aparecían Anna Q. Nilsson y H.B. Warner. Keaton participó también en la oscarizada La vuelta al mundo en 80 días (Michael Anderson, 1956), dando vida a un revisor de tren en claro homenaje a su film más reconocido, así como en El mundo está loco, loco, loco (Stanley Kramer,1963).  Su última aparición delante de las cámaras, pocos meses antes de morir, se produjo en el film británico Golfus de Roma (Richard Lester,1966), rodado íntegramente en los madrileños estudios Bronston.

Aunque, quizá junto al personaje en la película de Wilder, su interpretación más recordada fuera de sus propias películas es la que hizo para Candilejas (1952) de Charles Chaplin. Mucho se ha hablado y escrito sobre la rivalidad de estos dos colosos del cine, y esta colaboración venía a zanjar una polémica que en realidad nunca existió entre ambos. “Charlie siempre fue el mejor” declaró Buster en una entrevista al poco de rodar el film.

Keaton murió en Los Ángeles el primer día de febrero de 1966 víctima de un cáncer. Quizá con ese tardío reconocimiento en forma de pequeños papeles, Hollywood saldó parte de una deuda que todos quienes amamos el mundo de las películas tendremos siempre con el hombre de la cara de piedra. Como le llamó en su día Orson Welles “ el más grande de todos los payasos de la historia del cine"




Nos encontramos en 1861, en vísperas del estallido la Guerra de Secesión, en un punto indeterminado del Sur de los Estados Unidos. Allí vive nuestro protagonista, Johnny Gray, un joven y tímido maquinista de tren empleado de la compañía Western and Atlantic. Ajeno por completo a los tambores de guerra y al clima prebélico, Johnny sólo tiene ojos para dos cosas en la vida: su locomotora “La general” y su chica Anabelle.

Al comenzar la guerra todo el mundo acude a alistarse. También lo hará Johnny, más que por convicción propia por deseo expreso de Anabelle que le pide que lo haga. No obstante, al llegar a la oficina de reclutamiento el empleado no le acepta ya que opina que será más útil a la causa confederada quedarse en su actual puesto y transportar su tren de un lado a otro. Johnny usa la picaresca hasta en un par de ocasiones para solicitar su ingreso a filas, pero ninguna de ellas le sirve para su objetivo. Al descubrir que su enamorado no irá a la guerra, Anabelle le rechaza diciéndole que no le amará hasta que no le vea vestido de uniforme.

Un año después, en un descuido de su conductor, un grupo de soldados unionistas secuestra “La general” con la intención de cortar los puentes y las comunicaciones del ejército rival. Entre los pasajeros se encuentra Anabelle que viajaba para visitar a su padre y que, al encontrarse en ese momento en el vagón de equipajes buscando su maleta, es tomada como rehén. Viendo la máquina alejarse, Johnny corre tras ella primero a bordo de una pequeña vagoneta propulsada por él mismo, y después a los mandos de una bicicleta que roba a un vecino. Gray llega a Kingston donde alerta a un grupo de soldados y se pone a los mandos de otro tren con ellos para intentar atrapar a los ladrones. Sin embargo, la locomotora no está enganchada al resto de vagones y Johnny emprende la persecución en solitario. La carrera se convierte en un camino de obstáculos en la que perseguidor y perseguidores ponen en funcionamiento su imaginación y su instinto para lograr sus respectivos propósitos.

Con la caída del sol, Johnny se da cuenta que ha traspasado las líneas enemigas y opta por ocultarse en el bosque.  Cansado y medio muerto de hambre encuentra una casa que parece abandonada y se cuela a ella con la esperanza de conseguir algo de comida. Para su asombro, en el salón hay una mesa preparada y repleta de apetitosas viandas, pero en el momento en el que va a sentarse oye unos pasos que se acercan y le obligan a ocultarse bajo el mantel. Los comensales son altos mandos del ejército del Norte que planean partir al día siguiente y unirse al general Parker para atacar a los confederados por sorpresa.

Johnny descubre además que los ocupantes de la casa tienen secuestrada a Anabelle. Cuando cae la noche y todos se van a dormir, el muchacho sale de su escondrijo y se dispone a liberar a su amada que también duerme en una de las habitaciones. Gray noquea a los dos vigilantes que montan guardia a las puertas de la casa y entra en el dormitorio que ocupa Anabelle, propinándole además un buen susto pues ha tomada prestadas la ropa de uno de los centinelas. La pareja se interna después de nuevo en el bosque donde, además de sufrir los rigores de una tormenta, es atacada por un oso y queda atrapada en un cepo.

A la mañana siguiente, Johnny se pone a los mandos de “La general”, en bastante peor estado del que la dejó, pues los soldados norteños han destrozado parte de los vagones para hacer madera que sirviera de combustible en su huida. Ahora la persecución se repite pero al revés, y el perseguidor del día anterior se convierte ahora en el perseguido.  Al igual que hicieron aquellos, lo primero que hará el dueño de “La General” nada más recuperar su tren será cortar los hilos del telégrafo para impedir las comunicaciones entre las tropas de la Unión. Su misión será llegar antes que los unionistas a Pont Rock, el lugar elegido como punto de encuentro con su general Parker. Para evitar que el enemigo llegue a la cita, Johnny prende fuego al puente que cae al paso de la locomotora.

Gray y su amada llegan a tiempo para avisar a sus compañeros que neutralizan el ataque de sus contrincantes. Johnny vuelve a subir a su tren en el momento justo en el que uno de los soldados que lo había robado se levanta tras recuperar la conciencia; el muchacho no duda en entregarlo ante la comandancia que procede a alistarle con el grado de teniente ante la mirada de Anabelle.

Finalmente, los dos enamorados se apartan de la multitud. En uno de los flancos de la locomotora, Johnny se dispone a besar a su novia, pero el paso de uno de sus compañeros le obliga a realizar el saludo militar. Pasa otro y lo mismo, uno más e igual. Cuando Johnny ve que todo el regimiento camina hacia el lugar donde se encuentran sujeta con fuerza con un brazo a Anabelle, y sin dejar de besarla apasionadamente, va saludando con el otro a los soldados que pasan frente a él.


El maquinista de La General se estrenó en el Capitol Theater de Nueva York el 5 de febrero de 1927, dos meses después de que su primera proyección en Los Ángeles hubiese servido para, como era costumbre en la época, realizar algunos cambios para el montaje definitivo. Los espectadores de aquel primer pase se divirtieron, pero los críticos presentes en la sala destrozaron la película y se despacharon a gusto en contra de su director. Solo uno de los rotativos que cubrieron el evento calificó el film como la obra de un genio; los demás criticaron tanto las simpatías que proyectaba la cinta hacia la causa confederada (la guerra entonces era un acontecimiento relativamente reciente y las heridas no habían empezado ni siquiera a cicatrizar) como sus elevados costes de producción. Económicamente, los resultados fueron un desastre para la distribuidora, la United Artists, y el estudio tomó la medida de cortarle el grifo a Keaton, algo que a la postre significó su caída en desgracia. La cinta contó con un desorbitado presupuesto para la época que al final terminó disparándose superando los 700.000 dólares¸solo la escena en la que el puente se derrumba al paso de la locomotora se fue a los 42.000 dólares, ocupando durante años el primer puesto en el ranking de las secuencias más caras del cine. Keaton que consideraba que era la mejor película que había hecho tardó décadas en conseguir que todo el mundo estuviese de acuerdo con él.



La película se inspiraba en un hecho real acaecido durante la Guerra de Secesión y recogido en un libro  de William Pittenger: Daring and Suffering: A History of the Great Railway Adventure (Audacia y sufrimiento: Una historia de la gran aventura ferroviaria,) publicado en 1863. En él se daba cuenta de la epopeya de un grupo de soldados confederados que se internó en territorio enemigo durante la contienda para secuestrar una locomotora e ir cortando al paso las líneas de comunicación del bando rival, pero dos empleados ferroviarios se encargaron de perseguirles y dar al traste con el plan. A Keaton, fanático de los trenes, le interesó mucho la historia, pero quiso cambiar las identidades de los protagonistas y cambiar las tornas ya que creyó que el público no aceptaría como los malos a los soldados sureños.

En su afán por dotar de mayor verosimilitud a la obra, Keaton quiso rodar con la máquina original que se exhibía al público como reliquia en un andén inhabilitado de Chattanooga donde había tenido lugar el incidente. No obstante, el patronato de la institución que hubiera cedido la locomotora se negó hacerlo al saber que se iba a utilizar para rodar una comedia, y Keaton tuvo que conformarse con una réplica casi igual. Naturalmente, solía hacerlo en todas sus películas, él se negó a usar dobles para las secuencias de acción.

El resultado es una película espectacular en la que, como suele suceder en los films de su autor, predomina el gag y el humor físico.  A diferencia de otros cómicos que también usaban ese humor físico apoyados en un exceso de gestualidad (Harold Lloyd), Keaton presentaba como novedad el hecho de no mover un solo músculo de la cara durante los momentos de acción. El film ofrece además una estructura perfecta vertebrándose en las dos persecuciones de ida y vuelta con brillantes paralelismos. Keaton y su codirector Clyde Bruckman hacen diabluras con el montaje al que dan un empleo inusitado hasta entonces en el terreno de la comedia.

De forma paradójica, todo ello motivó que la película fuese un fracaso en su momento. Keaton introdujo tantas innovaciones éticas y estéticas que en su día nadie entendió la razón de ser de una obra de estas características. Nadie le había dado hasta entonces ni a la épica ni a la historia un trasfondo de comicidad como el que se dio aquí. Keaton fue un pionero, y el precio que tuvo que pagar fue demasiado caro; dejar de dirigir, de hacer comedias, de entretener y de hacer feliz a la multitud. Afortunadamente, el tiempo siempre acaba poniendo las cosas en su sitio. El director y su película ocupan hoy el lugar que le corresponde, como un tesoro dentro de la historia del Arte. Con momentos y escenas que siempre han formado parte del ADN de cada uno de nosotros.





Comentarios

César Bardés ha dicho que…
Mi padre me descubrió a Buster Keaton. Cuando ya fui un poco más mayor me atreví a preguntarle quién le gustaba más, si Keaton o Chaplin. Y me dijo: "Keaton me hacía más gracia, Chaplin me hacía pensar más". Lo cierto es que, sea como sea, Keaton es uno de los grandes genios del cine y, no demasiado a menudo, es reconocido como tal. No sólo por "El maquinista de la General", una obra de arte impresionante, sino también por muchas otras de sus películas. A mí me gusta mucho "El héroe del río", por ejemplo, pero cómo olvidarse de "Las siete ocasiones" y de su borrachera de correr (sigo partiéndome de risa cada vez que veo ese correr desaforado), o de "El moderno Sherlock Holmes", o de "Pobre Tenorio", o de "El navegante" o de tantas otras. Y las estoy nombrando y me estoy dando cuenta de que no han levantado ni la mitad de la Literatura que sí levantaron algunas de las obras de Chaplin, lo cual da una idea de lo injusto de todo. De hecho, las malas lenguas se apresuraron a extender la idea de que, cuando coincidieron en "Candilejas", Chaplin no dudó en dejar en la sala de montaja gran parte de la actuación de Keaton porque era más gracioso que él.
En cualquier caso, una gran despedida para este rincón. Extraordinaria.
Abrazos con humo.

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