EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXVII)
Me siento como si fuera a desembarcar en Normandía
LOS MEJORES AÑOS DE NUESTRA VIDA (The best years of our lifes)
USA 1946 Dir: William Wyler con Frederic March, Dana Andrews, Harold Russel,
Teresa Wright, Mirna Loy (170 min)
A diferencia de lo que
sucede con otros grandes directores del Hollywood clásico, a William Wyler
resulta difícil encuadrarle en un género cinematográfico concreto. Es verdad
que brilló de manera especial en el melodrama, pero su versatilidad y su
condición de cineasta todo terreno le llevaron a embarcarse en todo tipo de
proyectos sin ni siquiera importarle demasiado dejar en ellos una huella
autoral. Orson Welles solía decir de él burlonamente que era un “brillante
productor”, aunque lo cierto es que tenía la suficiente personalidad y mano
dura como para sortear las imposiciones de los estudios y trabajar con cierta
independencia. Wiler fue mucho más que
un director artesano, y sí, en su caso sí cabe hablar de un estilo personal,
caracterizado por la elegancia y su particular destreza en el desarrollo de los
guiones y el denominado “cine escritura”.
En opinión del francés Andrè Bazin, nadie sabía contar mejor una
historia en el cine que William Wyler.
Debido precisamente a ese
carácter del que hablábamos, nuestro invitado se ganó entre la profesión el
apelativo de “cincuenta y cinco tomas Wyler” por su perfeccionista manera de
rodar. Muchos de los actores acabaron odiándole en los rodajes, pero catorce de
ellos consiguieron el Oscar gracias a participar en una película suya. El
director fue el artífice, por ejemplo, del despegue hacia el estrellato de la
carrera de Audrey Hepburn, premiada con la estatuilla en el que era su primer
papel protagonista importante en la inolvidable Vacaciones en Roma; por
su parte, Bette Davis no tenía dudas acerca de quién había sabido dirigirla
mejor en cincuenta años de trayectoria profesional. Era Wiliam Wyler.
Nacido como Wili Wyler el 1
de julio de 1902 en la localidad alsaciana de Mulhouse (que tras la guerra con
Prusia pertenecía al Imperio Alemán) el futuro cineasta iba para músico. Era hijo de un tendero suizo y de una alemana,
ambos de descendencia judía, que le enviaron a estudiar a Laussane. Más tarde,
estudiando violín en un conservatorio de París conoció a un primo de su madre
que trabajaba como ejecutivo de la Universal en Estados Unidos y que le propuso
cruzar el charco para colaborar con él. Wyler empezó en el departamento de
publicidad de los estudios, y al poco tiempo ya estaba trabajando como ayudante
de dirección y de montaje, colaborando en películas de Erich Von Stroheim.
Su debut en solitario se
produjo en 1925 con el western Crook Buster, llegando a rodar una
veintena de títulos más en los dos años siguientes. Pero Wyler no estaba
dispuesto a seguir el frenético ritmo de producción que imponía la Universal y
se propuso tomarse las cosas con más calma. Llego a ser así el favorito del
productor Samuel Goldwin para quien trabajaría ya bien entrados los años
treinta. De esta época datan obras como Desengaño (1936) o Esos tres,
también de ese año, adaptación de una obra de Liliam Hellman (la autora de Pentimento)
que sería objeto de un remake por parte del propio realizador en los sesenta
bajo el título de La calumnia. En estos títulos vemos ya un Wyler más
maduro a la hora de rodar que incluso se permite experimentar con la
planificación y con la profundidad de campo. En este sentido, resulta vital la
aportación del director de fotografía Gregg Toland, que comenzará a trabajar
con él en esta época y con el tiempo se convertirá en un habitual en su equipo.
También de Hellman es el
guión en el que se inspira la estupenda Calle sin salida (1937), a
partir de una obra de Sidney Kingsley. Cine negro no exento de crítica social
(que no se olvide que estamos en plena Gran Depresión) con Humphey Bogart
intentando abrirse camino como icono del género, y dando vida a un gánster
perseguido por la policía que regresa al barrio que le vio nacer para
refugiarse de la ley. La película vio
nacer también a los Dead End Kids, un grupo de actores adolescentes que
siguieron apareciendo como secundarios en films como la magistral Ángeles
con caras sucias (Michael Curtiz, 1938).
Jezabel supone la primera colaboración entre Wyler y
la actriz Bette Davis Producido por la Warner Bross, e inspirado en el mito
bíblico de la desterrada reina del Antiguo Israel, este drama sureño surge como
la respuesta de los estudios al anuncio del proyecto de Lo que el viento se
llevó. Como ya vimos en el capítulo dedicado a la película de Fleming, el
todopoderoso O ´Selznick se pilló un monumental berrinche al ver cómo la Warner
le tomaba la delantera y estrenaba su film antes que el suyo cuya llegada a
salas se demoraba más y más cada vez. Como ya vimos también, los estudios
llegaron a ser incluso demandados por el independiente productor a cuenta de la
película, y en parte su protagonista principal se pudo quitar la espinita al no
haber resultado elegida para el papel de Scarlett O´Hara. Un año antes de que Vivian Leigh ganara su
primer Oscar, la Davis ya había conquistado el segundo de su carrera por dar
vida a la despechada y cruel Julie Mardsen en la cinta de Wyler.
Y es que esa imagen de mujer
arrogante y manipuladora que tenemos de los personajes que interpretó para el
cine Bette Davis se la debe a las películas que la actriz rodó a las órdenes
del director. La carta (1940) y muy especialmente La loba (1941)
son claros ejemplos de ello. Es, por otra parte, una época en la que Wyler
descubre su buen tino con el melodrama, y ofrece al público la mejor versión
que se ha hecho nunca del clásico de Emily Bronte, Cumbres borrascosas
(1939) con Laurence Olivier y Merle Oberon liderando el reparto. Pero Goldwin
ya se ha dado cuenta de la versatilidad de su hombre y le encarga un western. El
forastero, con Gary Cooper y Walter Brennan, supone la primera incursión
del director en el género desde su debut.
Por entonces, Wyler cuenta
ya con un prestigio como cineasta y ha estado nominado hasta cuatro veces al
Oscar a título individual. Como reza el dicho, no hay quinto malo y el director
se hace al fin con la preciada estatuilla gracias a La señora Miniver
(1942). La cinta, que consigue seis de los once premios a los que aspira –
película, director, guión, fotografía, actriz principal y actriz secundaria
-cuenta la historia de una familia media británica en el transcurso de la
Segunda Guerra Mundial, y tuvo un enorme impacto popular en la población tanto
inglesa como norteamericana. La Metro no ocultó nunca que tras esta historia de
coraje y superación en tiempos de guerra, se escondía un mensaje
propagandístico que animaba a Estados Unidos a involucrarse en el conflicto.
Como la preproducción del film comenzó en 1940, y por aquel entonces tal hecho
aún no había ocurrido, hubieron de reescribirse varias escenas del guión a fin
de que este resultase más convincente para su propósito inicial. Winston
Churchill diría de La señora Miniver que había hecho más por el triunfo
aliado que una flotilla de destructores, y Roosvelt utilizaría fragmentos de un
sermón escuchado en el film para algunos de sus discursos. La película supuso
además el empujón definitivo para el despegue de las carreras de sus dos
protagonistas principales, Teresa Wright y GreerGarson. Como dato curioso,
apuntaremos que esta última se casó al poco de concluir el rodaje con Richard
Ney que interpretaba a su hijo en la ficción, y que en realidad era once años
menor que ella.
El propio Wyler participa en
la Guerra, y al igual que sus compatriotas Ford o Capra, rueda varios
documentales que serán distribuidos tanto en su país como en Reino Unido. Tras
su paso por el ejército – llegará a ganar una medalla al valor y terminará la
guerra con el grado de teniente coronel-, el realizador participará en la
fundación del Comité del Primer Mandamiento, un grupo de liberales de Hollywood
contrarios a los excesos de la Caza de Brujas de McCarthy.
Su primer título en el
periodo de postguerra será este que hoy comentamos al que seguirá en 1949 otro
gran clásico de su filmografía, La heredera, basado en la famosa novela
de Henry James Washington Square. Olivia de Havilland ganó el segundo
oscar de su carrera – el primero le llegó con la injustamente olvidada La
vida íntima de Julia Norris (Mitchel Leisen, 1946)- por encarnar en el film
a la solterona Catherine Sloper, asesinada por el cazadotes Morris Townsend en
la Nueva York de mediados del siglo XIX. Wyler fue más allá si cabe del mensaje
sugerido en la obra de James para criticar con dureza la represión a la que
estaban sometidas las mujeres de la época.
A comienzos de los
cincuenta, Wyler vuelve al cine negro con Brigada 21 (1951), una pequeña
joya que demuestra la pericia del director en temas referentes a la
planificación y el aprovechamiento de espacios. Rodada prácticamente en un
único escenario, algo que delata su origen teatral, la película se desarrolla a
lo largo de un día entero en una comisaría de Manhattan, dando cuenta de los
pequeños dramas cotidianos que afectan al día a día de quienes trabajan en el
centro. En el reparto están Kirk Douglas y Eleanor Parker, dos motivos más que
suficientes para animarse a descubrir la película, en el imperdonable caso de
que no se haya hecho ya. Mucho más conocido es el siguiente trabajo de Wyler,
toda una leyenda del séptimo arte. Muy pocos le negarán ese calificativo a Vacaciones
en Roma (1953), una de las comedias románticas más populares de todos los
tiempos. Dalton Trumbo escribió un guión casi perfecto por el que recibió el
Oscar, pero no apareció en los créditos al estar su nombre relacionado con las
listas negras del mccartysmo. Durante cuarenta años el autor oficial del
libreto fue Ian McLellan Hunter.
Cary Grant fue la primera
opción para interpretar al personaje al que acabaría dando vida Gregory Peck. El
protagonista de Encadenados o Con la muerteen los talonespensó
que era demasiado mayor para dar la réplica a Audrey Hepburn, una recién
llegada a la profesión a la que sacaba veinticinco años (y con la que paradójicamente
acabaría formando pareja artística una década después en Charada de
Stanley Donen). Tampoco Hepburn era la elegida en un principio para dar vida a
la princesa Ana, pero la agenda de Jean Simmons, la favorita de Wyler para el
papel, estaba ocupada en el momento de empezar a rodar. En cualquier caso, la
química entre Peck y Hepburn es incuestionable, tanto que incluso se contaba
con ambos para una secuela de la cinta que finalmente nunca se llegó a rodar.
Anécdotas, muchas, como corresponde a una película mítica del cine, como la de
que Peck improvisó el susto en la famosa escena de la fuente y la reacción de
Hepburn al sacar la mano de la boca del león es real, o la de que las hijas de
Wyler aparecen en la película en un momento en el que Peck pide una cámara
fotográfica a unas niñas a las que se acerca.
Horas
desesperadas (1955) es un
brillante ejercicio de suspense que arranca cuando, tras cometer un robo, tres
peligrosos delincuentes se refugian en una casa tomando a sus habitantes, la
típica familia media norteamericana, por rehenes. Basada en un éxito de
Broadway – Paul Newman había interpretado al personaje central en los
escenarios-, la película supone el último papel de Humphrey Bogart como “tipo
duro” y el penúltimo antes de su retirada con Más dura será la caída
(Mark Robson, 1956). Boggie comparte planos con Arthur Kennedy y Frederich
March dentro de una película que fue versionada en 1990 por el director Michael
Ciminocon Anthony Hopkins y Mickey Rourke en el reparto. Tras hacernos pasar
verdadera angustia con estas horas desesperadas, Wyler nos lleva de nuevo al
Lejano Oeste. La gran prueba (1956) es el único western premiado con una
Palma de Oro en el festival de Cannes, y relata de los esfuerzos que ha de
padecer una familia de cuáqueros por preservar su identidad en los difíciles
tiempos de la Guerra de Secesión. Por su parte, con Horizontes de grandeza
(1958) entramos de nuevo en el territorio de la leyenda. Estamos ante uno de los westerns más
populares de todos los tiempos que tiene entre sus principales activos un
reparto espectacular, una increíble fotografíaademás de una inolvidable banda
sonora. No obstante, pese a este tono épico, nos encontramos ante un drama de
altos vuelos y bajas pasiones en el que unos forasteros Gregory Peck y Jean
Simmons son testigos del encarnizado enfrentamiento de dos familias por el
control de unas tierras. Peck, gran amigo del director desde los tiempos de Vacaciones
en Roma, también acabó enfrentándose con este después de que le negara
repetir una escena que el actor consideraba que le había salido mal. El enfado
duró años, y la reconciliación se produjo durante una ceremonia de entrega de
Oscars. ¿Qué puedo decir de Horizontes de grandeza? La adoro, cada vez
que veo esos títulos de crédito, esa rueda de carruaje girando mientras
comienzan a sonar las fanfarrias de Jerome Moross, me invade una emoción muy
profunda y especial.
Vuelven a sonar fanfarrias
en Ben Hur (1959), la película de los once oscars, la única que
ostentaba este récord hasta la llegada de Titanic (James Cameron, 1997)
y El señor de los anillos: El retorno del rey (2003) que igualarían la
marca casi medio siglo después. La película de Wyler se basaba en Ben Hur: a
tale ofCrhist, segunda de las novelas de Lewis Wallace, todo un personaje
cuya vida merecería por si sola una película. Wallace participó en la Guerra de
Secesión dentro del bando de los unionistas y nombrado finalmente gobernador de
Nuevo México, llegando a intervenir durante su mandato en uno de los juicios
contra Billy el niño. Su novela más famosa ya había sido llevada al cine con
anterioridad por Fred Niblo en 1926 con el mexicano Ramón Novarro en el papel
principal. La trama se desarrollaba en
la Roma de los emperadores Augusto y Tiberio y se centraba en la relación entre
Juda Ben Hur, hijo de una familia noble de Jerusalén, y el tribuno romano
Messala, antiguos amigos de la infancia que acaban convirtiéndose en rivales.
Juda es acusado de intentar matar a Messala y es enviado a galeras. Durante su
destierro se cruzará fugazmente con Jesús de Nazaret que en el momento del
encuentro se apiadará de él y le dará de beber.
La Metro llevaba desde
comienzos de los cincuenta planeando llevar a cabo una nueva versión del texto
de Wallace, e incluso ya tenían un candidato a protagonizarla en la persona de
Marlon Brando. Por diversas circunstancias, el proyecto se fue demorando una y
otra vez hasta que en mayo de 1958 comenzó definitivamente el rodaje en los
romanos estudios de Cinecittà. Ni la compañía del león ni el productor Sam
Zimbalist escatimaron en gastos, y Ben Hur se convirtió en la producción
más cara realizada hasta entonces. Las cifras que se barajan a la hora de
hablar de la película siguen mareando aún hoy, sesenta años después de su
estreno. El montaje inicial duraba cuatro horas y media (se filmaron 340.000
metros de celuloide), aunque Wyler no quería un metraje tan extenso, en la preproducción
se diseñaron más de 15.000 bocetos, y solo la famosa escena de la carrera de
cuadrigas necesitó un año para planificarse. La secuencia duraba nueve minutos
y se tardó cinco semanas en rodarla, distribuidas a lo largo de tres meses.
Ben Hur fue un éxito a su llegada a salas, tanto entre
la crítica como entre el público. Al estreno, que tuvo lugar en el teatro Loew
de Nueva York el 18 de noviembre de 1958, acudieron entre otros todos los
presidentes de los estudios rivales de la Metro en aquella época, así como
Ramón Novarro, el actor que había encarnado al protagonista en la primera
versión.
Con respecto al guión de la
película, habría que decir que fueron no pocas las controversias que surgieron
a lo largo de la escritura del mismo. Karl Tumberg es quien aparece como el
único autor acreditado, pero en su redacción intervinieron también S. N.
Benhman, Maxwell Anderson, Christopher Fry y Gore Vidal. El libreto introduce algunos cambios en
relación al libro en el que se inspira; se incluye así alguna concesión que
simpatiza de manera subliminal con la causa del pueblo judío y el recién
fundado Estado de Israel que no aparecía en el texto de Wallace.
De hecho, la única de las
doce candidaturas al Oscar obtenidas por el film que no se tradujo finalmente en
premio fue la correspondiente a mejor guión adaptado que cayó del lado de la
británica Un lugar en la cumbre. Ben
Hur arrasó en el resto de categorías, no sólo en las técnicas, como era
previsible, sino también en las de carácter más artístico, en un año en el que
la competencia era de aúpa. Sin ir más
lejos, Charlton Heston acabó ganando la estatuilla que lo acreditaba como mejor
actor del año por encima del Jack Lemmon de Con faldas y a lo loco – que
ni siquiera optaba a Mejor Película- o del James Stewart de Anatomía de un
asesinato.
Ben Hur es también la última gran superproducción
rodada por Wyler que a partir de los años sesenta se centrará en películas más pequeñas
y de presupuesto más reducido. Su primer film en esta década es La calumnia
(1961), revisión, como ya vimos, de Esos tres, que había rodado un
cuarto de siglo antes. Pese a que la rigidez del todavía existente código Hays
le impide abordar en plenitud una trama que aborda el tabú del lesbianismo,
Wyler despacha un soberbio drama psicológico cuya intensidad sigue
sobrecogiendo hoy en día. Las excelentes recreaciones que hacen de sus
personajes tanto Audrey Hepburn como Shirley McLaine ayudan bastante a la
credibilidad de la trama.
Acto seguido, el cineasta se
marcha a rodar a Reino Unido la adaptación de una novela de John Fowles
titulada El coleccionista (1965). Englobada dentro de la variante
psicológica del cine de suspense, casi podría considerarse una pieza más del
autóctono free cinema tan de la época. La película sirvió para dar a conocer
internacionalmente el nombre de su protagonista, Terence Stamp, (que ya había
destacado anteriormente en títulos como La fragata infernal) e
inspiraría posteriormente a Pedro Almodóvar para rodar a principios de los
noventa su película Átame. Wyler recibe en la ceremonia de los Oscars de
ese 1965 el premio Irving Thalberg que reconoce toda una trayectoria, pero al
director todavía le quedan balas en la recámara.
Una de ellas supone el
regreso a la comedia para el que de nuevo reclama a Audrey Hepburn. La actriz
protagoniza junto a Peter O´Toole Cómo robar un millón y … (1966),
entretenido enredo que se deja ver en parte precisamente por la presencia de su
dúo protagonista. A continuación, Wyler
acomete el único musical de su filmografía, Funny Girl (1968) que
constituye a su vez el debut en la gran pantalla de Barbra Streisand. Se trataba de un biopic de la comedianta
neoyorkina de origen judío Fanny Brice a quien la propia Streisand ya había
dado vida sobre las tablas de Broadway, un personaje pensado inicialmente para
Anne Brancfort que lo rechazó al no gustarle las canciones que le ofrecían. Lo
de la intérprete de People o The way you were fue llegar y besar
el santo, pues con su primer papel tras la cámara haciendo pareja con el
egipcio Omar Shariff conquistó el Oscar a la mejor actriz del año, compartido
eso sí, nada menos, que con la Katharine Hepburn de El león en invierno.
No se compra el
silencio (1969) es el título elegido
por el realizador para decir adiós al cine. Wyler rescata una historia
ambientada en el profundo sur de Jesse Hill Ford con ecos de la obra de William
Faulkner. En este drama con el tema del racismo como fondo, Wyler logra lo que
no había conseguido tres décadas antes con Jezabel, ofrecer un retrato realista
y veraz de las familias blancas y acomodadas del profundo sur. En cualquier
caso, una magnífica despedida digna de un maestro.
William Wyler falleció en
Los Ángeles el 27 de julio de 1981, víctima de un ataque al corazón. Tres días
antes había concedido una entrevista a su hija Catherine que serviría como base
para un documental sobre su figura y su obra. Catherine definiría
posteriormente a su padre como un hombre apasionado por su trabajo que se
transformaba en cuanto oía la palabra “acción” en el plató. El cineasta sin
estilo, el “brillante productor” del que se reía Welles logró doce nominaciones
al Oscar como director, marca nunca igualada hasta la fecha, que se
materializarían finalmente en tres estatuillas. Gracias a esa meticulosidad con
la que estudiaba a los personajes de sus films, Wyler supo captar como pocos la
esencia del espíritu americano sin renunciar a una visión crítica. James Agee,
guionista de La reina de África y La noche del cazador, dejó
escrito que el secreto del cine de Wyler era la sinceridad. Tal vez no haga
falta más que eso para conseguir tener un estilo propio.
Tres veteranos que han
servido en el ejército nortemericano durante la Segunda Guerra Mundial se
disponen a regresar por fin a casa una vez finalizada la contienda. Los tres
son de la pequeña localidad de Boone City y se ven obligados a viajar juntos el
avión que les llevará de vuelta a su hogar. Se trata de Al Sthepenson, sargento
de infantería que luchó contra los japoneses en el Pacífico, Fred Derry, piloto
de bombarderos condecorado por sus actos heroicos, y Homer Parish, que acabó
enrolándose como marinero.
Durante el largo trayecto,
los tres tendrán oportunidad de conocerse, y compartirán la ilusión por volver,
pero también el miedo y la incertidumbre ante su futuro más inmediato. Todos
temen que ya nada sea como antes., Parrish, el más joven, dejó una novia
enamorada al marchar al frente; ahora regresa pero en el combate ha perdido las
dos manos a las que sustituyen dos ganchos ortopédicos que se unen a los
muñones mediante sendas cinchas. El
soldado está contento porque además es el primer miembro de su familia que
viaja en avión. Por su parte, Derry
apenas ha tenido tiempo de conocer a su esposa con la que se casó aprovechando
un permiso, mientras Stephenson lleva veinte años de feliz matrimonio y tiene
dos hijos que ya habrán dejado de ser los niños que recuerda.
Con el avión aterrizando en
la pista, los tres ahora amigos contemplan con pesar una enorme explanada que
el aeropuerto ha habilitado a modo de cementerio para la flota aérea. Los
antiguos aviones de guerra solo servirán ahora de pasto para el desguace y la
chatarra.
Al, Fred y Homer toman
juntos el taxi que acabará dejándoles uno a uno en sus respectivos domicilios.
Durante el trayecto, observan los cambios que ha sufrido la ciudad en su
ausencia, y preguntan al taxista algunas curiosidades como la posición en la liga
del equipo local de béisbol. Homer se
emociona al advertir que sigue abierto el bar al que solía ir antes de ingresar
en el ejército – Ducht´s- y les propone ir algún día a tomar una copa juntos.
El marino será el primero en llegar a casa, y Al y Fred piden al taxista que no
arranque su vehículo hasta ver el momento del encuentro el entre soldado y su
familia. En casa de Homer le aguardan todos emocionados, sus padres, su
hermanita pequeña, y su Wilma, su prometida. Cuando esta última abraza a su
novio nota que este no le devuelve el abrazo, y en ese momento todos se fijan
en los ganchos ortopédicos. La señora Parrish no puede evitar ponerse a llorar.
El taxi se dirige a
continuación a casa de Stephenson. Al entrar en su lujoso bloque con el
uniforme militar el portero de la finca no le reconoce. Al se encuentra primero
con sus dos hijos, Rob y Peggy, y más tarde con su mujer, Milly, que cancela una
cita que había concertado previamente con unos amigos para poder estar con el
recién llegado. Esa noche, Al regalará a
su hijo una espada japonesa que compró en una tienda de souvenirs durante su
estancia en el país nipón. El joven le pregunta si participó en el ataque
nuclear a Hiroshima, al parecer su profesor de química les ha alertado en clase
de los peligros que supone la radioactividad. Después, con Rob ya en la cama,
Al propone a Milly y a Peggy salir a celebrar fuera juntos el reencuentro.
Fred vuelve a casa de su
padre que ahora vive con otra mujer, Hortense. Al preguntar por Marie, su
esposa, le dicen que ya no vive con ellos pues ha encontrado trabajo en un club
nocturno y se ha mudado a un apartamento más céntrico. Fred sale en su busca y
recorre varios locales, pero no la encuentra.
En casa de los Parrish,
Homer recibe la visita de sus futuros suegros. El señor Cameron le ofrece un
puesto en su negocio, y augura que se avecinan malos tiempos para el país. Al ir
a coger el refresco que le da su madre, Homer tira el vaso y, agobiado sale de
casa. Su destino es Dutch´s donde
encuentra causalmente a Fred. Justo cuando ambos se preguntan qué estará
haciendo en esos momentos Al, este aparece con su mujer y su esposa, y con
evidentes signos de embriaguez. La
velada transcurre entre anécdotas, bailes y risas. Fred tiene la oportunidad de
conocer a Peggy, y parece que surge un primer chispazo entre los dos. Butch llama a un aparte a su amigo Homer y le
dice que vaya a casa ya que su familia ha llamado preocupándose por él.
La fiesta se acaba y los
Stephenson acceden a llevar a Fred a su casa, en realidad el nuevo apartamento
de Marie. Pero el piloto, muy borracho -al igual que su amigo, se queda dormido
en el portal por lo que Millie y Peggy, la conductora, le meten en el coche
para llevarle a casa. Millie acostará a su marido, mientras Peggy hará lo
propio con Fred a quien cederá su cama para dormir ella en el sofá.
Durante la noche, tanto Al
como Fred tienen pesadillas en las que se ven inmersos en combate. Al día
siguiente, ni uno ni otro recuerdan nada de lo sucedido e incluso les cuesta
reconocerse mutuamente. Peggy llevará a Fred a su casa de camino al hospital en
el que trabaja. Al se despertará más tarde, y recibirá el nuevo día con el copioso
desayuno que le ha preparado su esposa.
Mientras, Fred se
reencuentra con Marie y sale en busca de trabajo. Antes de la guerra, era camarero en el local
de unos grandes almacenes, pero no está dispuesto a volver a su antiguo puesto.
Al es readmitido en el banco en el que trabajaba e incluso ascendido a vicepresidente
de la sección de seguros, creada exprofeso para conceder préstamos a veteranos
de guerra como él. Sin embargo, posteriormente el director del banco le llamará
a su despacho para advertirle que no sea tan blando a la hora de conceder esos
créditos.
Homer, por su parte,
recibirá todos los meses su pensión de invalidez, y se encuentra con Al en el
banco al ir a cobrar su primera paga. El joven combate su frustración haciendo
prácticas de tiro en el cobertizo de casa. Un día se acerca hasta allí Wilma
que le recuerda sus antiguas promesas de matrimonio, pero el antiguo marinero
reacciona violentamente, y la muchacha huye asustada. Homer se ve a sí mismo
como un monstruo; cree que los amigos de su hermana merodean por el cobertizo
con el único objeto de poder sus manos de metal. En un arranque de furia, rompe
los cristales de una de las ventanas y muestra sus dos ganchos ortopédicos ante
los pequeños. Acto seguido se arrepiente y sube al dormitorio de su hermana a
la que acaba pidiendo perdón entre sollozos.
Fred comienza a trabajar en
una perfumería, pero eso no parece ser suficiente para la caprichosa Marie que
prefiere una vida regalada y dinero para gastar en fiestas y en salidas
nocturnas. Las peleas entre la pareja cada vez son más frecuentes. Un día,
Peggy visita en la perfumería a su amigo que la acompaña al aparcamiento para
coger el coche, y no puede evitar besarla en el aparcamiento. Al volver a casa,
Marie informa a Fred que Peggy ha llamado para invitarles a cenar esa noche.
Ella irá acompañada por un amigo, y durante la velada se mantiene tensa al
igual que Fred. Las dos parejas se hacen tomar una foto en la que Fred rodea
con el brazo a Peggy sin dejar de mirarla, mientras sus dos acompañantes
sonríen a cámara.
En un momento dado, Marie y
Peggy van juntas al tocador de señoras. Allí, la mujer de Fred felicita a la
pequeña Stephenson por su acompañante y le anima a no dejarlo escapar y casarse
con él, pues parece un chico con dinero y de buena posición. Su marido, en
cambio, ya no es el que era antes de irse a la guerra, y solo es capaz de ganar
treinta y dos dólares a la semana siendo un simple asalariado. Al volver a casa, Peggy confiesa su amor por
Fred a sus padres, que vienen también de una cena que le han preparado a Al a
modo de homenaje como veterano de guerra
Al se cita con Fred en Butch´s
para preguntarle si está enamorado de su hija y rogarle que, en el caso de que
así sea, la olvide, pues al ser un
hombre casado la relación se entendería como un escándalo. Homer está también
en el local y pide a Al que se acerque para ver sus progresos como pianista.
Mientras, Fred telefonea a Peggy para decirle que deben dejar de verse.
Fred vuelve a su antiguo
trabajo en la heladería y uno de sus primeros clientes es Homer. A la espera de
recibir su copa de helado en la barra, otro de los parroquianos del local se le
acerca para interesarse de manera sutil por el accidente que cercenó sus manos,
y que en el nombre del patriotismo acaba criticando la intervención de los
Estados Unidos en la guerra. Su discurso provoca las iras del antiguo marinero
que amaga con pegar al hombre, aunque quien finalmente le atiza es Fred que,
como es lógico, paga su acción con el despido fulminante. Antes de abandonar el
establecimiento, Homer recoge del suelo una insignia que llevaba la víctima en
la solapa para colocársela en la suya.
De camino a casa, Fred
pregunta a su amigo por sus planes con Wilma, y este le responde que la boda
está en el aire aunque sigue enamorado de ella. Entonces, Fred le ruega que no
se lo piense y la pida en matrimonio antes de que sea demasiado tarde. Él mismo
se ofrece a actuar como padrino. Esa noche, mientras se prepara un vaso de
leche caliente antes de ir a dormir, a Homer le visita Wilma que le dice que se
marcha por un tiempo a vivir fuera de la ciudad. Sus padres han decidido que la
joven pase unos meses en casa de su tía, con el único objetivo, en su opinión,
de que se olvide del muchacho. Ella no quiere irse, pues sigue enamorada. Homer
le ordena subir con él a su habitación para que vea cómo es la vida que tendrá
que soportar si quiere estar con él: con el tiempo ha aprendido a deshacerse de
las cuerdas que le unen a sus ganchos ortopédicos e incluso a ponerse el pijama
por su cuenta, aunque no puede abrocharse los botones. Homer es un inválido que
no puede ni fumar un cigarrillo ni leer un libro antes de ir a dormir. Eso a
Wilma no le importa que le arropa en la cama mientras le dice que nunca se
separará de él.
Al volver a casa, Fred
encuentra a Marie con su amante con el que está dispuesta a empezar una nueva
vida. Tras aceptar el divorcio, el joven acude a casa de su padre para
despedirse de él pues se marcha de la ciudad. Pero antes da un paseo por el
desguace de aviones que vio junto a sus compañeros justo antes de tomar tierra
al regresar a su ciudad. Sube uno de ellos, pero un vigilante le llama la
atención. Fred le dice que no hace mucho pilotó una de aquellas naves cuya
estructura servirá ahora, según es informado, para construir casas
prefabricadas. Derry pregunta al hombre si necesitan trabajadores, consiguiendo
el empleo durante un periodo de pruebas.
La boda entre Wilma y Homer
se celebra finalmente en casa de los padres de la novia. Entre los invitados se
encuentran Al, Millie y Peggy que al llegar a la lugar busca con la mirada a
Fred. Este cumpliendo su promesa es el padrino del enlace. La ceremonia se
celebra en un ambiente de enorme emoción; los novios se dan el sí quiero, y
Homer se maneja con destreza a la hora de colocar el anillo en el dedo de su
prometida. Cuando el rito llega a su fin, todos acuden a felicitar a los
novios. Todos menos Fred y Peggy, que no han parado de lanzarse miradas durante
la ceremonia, y que ahora corren a abrazarse sellando también su unión.
Tan solo un año después de
la finalización de la guerra, y con Estados Unidos liderando el nuevo orden
mundial como resultante de esta, William Wyler y el guionista Robert E Sherwood
aúnan esfuerzos para adaptar la novela Glory of me de McKinlay Cantor.
La obra databa del año anterior, y tenía como protagonistas a un grupo de
veteranos de guerra que, a su regreso del frente, encuentran múltiples
dificultades para adaptarse a la vida que llevaban antes, tanto desde el punto
de vista laboral como afectivo. Dicen que la Historia la escriben los
vencedores, y en este sentido, tanto el relato de Cantor como el film de Wyler
vendrían a contener la letra pequeña de dicho escrito. Porque en una guerra, en
el fondo, todos pierden; también los a priori ganadores sufren lo que hoy
llamaríamos “daños colaterales”, secuelas físicas y emocionales que ya no
abandonan a quien las padece hasta la muerte.
A Sherwood y a Wyler el
encargo les pilla en un momento delicado para sus respectivas carreras, y les
servirá a la larga como revulsivo para relanzar las mismas. El primero, que
había escrito anteriormente para Hitchcock el guión de Rebeca, se había
encargado durante el conflicto de redactar los discursos de Roosvelt, mientras
el segundo debía retomar el camino del éxito tras su participación en la guerra
como documentalista. Pese a tener un
gran impacto entre la taquilla y los críticos, la película no se libró de
suspicacias conspiranoicas. Sherwood
estuvo en el punto de mira del Comité de Actividades Antiamericanas por el
supuesto contenido subversivo de su guión que, a juicio de las huestes de
McCarthy, sugería una interpretación ambigua del concepto de patriotismo e
incluía escenas “sospechosas”. La HUAC sopesó llamar a declarar Sherwood, y si
finalmente no lo hizo fue por la intercesión directa del influyente Samuel
Goldwin, amigo íntimo del escritor.
Con Los mejores años de
nuestra vida, Hollywood se atreve a abordar por primera vez el argumento de
los traumas y las heridas de guerra de un modo global. No está de más recordar
en este punto que el tema ha recorrido transversalmente la historia del cine
norteamericano hasta llegar a nuestros días. Vietnam supuso un punto de
inflexión importante, y el cine posterior a los setenta se vio obligado a
reflejar los trabas de todo tipo que encontraban para reincorporarse a la vida
civil los veteranos de guerra (una guerra de la que además, y esto era inédito,
habían vuelto derrotados). Y así nos encontramos con ejemplos como El
regreso (Hal Ashby, 1978), El cazador (Michael Cimino, 1978) o Nacido
el cuatro de julio (Oliver Stone, 1989).
Más tarde, otros conflictos como Afganistán han inspirado films como Hermanos (2004) de la danesa Susan Bier o su homólogo remake norteamericano a cargo de Jim Sheridan en 2009, que de nuevo exponen las dificultades para volver a
gestionar de nuevo una vida después de haber dejado atrás un conflicto bélico.
Lo que reflejan todas estas
películas es que en fondo resulta mucho más difícil volver a casa que irse.
Como dice el personaje de Frederic March cuando está a punto de dejar a su
amigo en el taxi en el tramo inicial del film “Me siento como si fuera a
desembarcar en Normandía”. Y no es para
menos. Los tres protagonistas han de
retomar sus respectivas vidas sabiendo que ya no son los que eran y con un
horizonte incierto irguiéndose ante ellos. Por no hablar de las taras físicas y
psicológicas que se traen del frente. Al
es alcohólico y Fred padece insomnio así como una falta de autoestima debido a
su degradación laboral. Por su parte, Homer no puede ni siquiera abrazar a su
novia ni leer un libro en la cama por las noches porque le faltan las dos
manos.
Añádase a todo ello la
sensación de pérdida, de haberse dejado en el campo de batalla los que pudieron
ser los mejores años de sus respectivas vidas, debiendo aceptar además que la
sociedad siguió adelante, y ellos no estaban allí. Alejada de cualquier subrayado triunfalista,
la película se centra en la introspección psicológica de unos personajes
atormentados, y aboga por conceptos como la amistad, la solidaridad o el
altruismo, necesarios para subsistir en el ambiente hostil de una postguerra. Los
protagonistas no solo luchan para ser aceptados por los demás, sino también para
aceptarse a sí mismos, aun a sabiendas de que en el fondo nunca acabarán
aceptándose del todo. No será así, por mucho que el emocionante y esperanzador
final (tal vez algo convencional también) parezca querer decirnos lo contrario.
El gran mérito de Wyler en
esta película es imprimir en todo momento un ritmo ágil y preciso que consigue
entre otras cosas que no pese un metraje de casi tres horas. Dentro de este
intenso drama hay hueco incluso para el humor que aparece fundamentalmente
cuando está en escena el matrimonio Stephenson, un Frederic March y una Mirna
Loy derrochando permanentemente simpatía y complicidad No solo ellos están
magníficos, sino todo el reparto en general: desde Teresa Wright a Virginia
Mayo pasando naturalmente por Dana Andrews que ofrece aquí una de las mejores
interpretaciones de su carrera. Mención aparte merece el único actor no
profesional que aparece en pantalla Harold Russell que da vida en la película
al marino Homer Parish. Russel era un auténtico veterano de guerra que perdió
las dos manos cuando manipulaba un cohete defectuoso que acabó estallando
accidentalmente; puede presumir de ser la única persona que ha ganado dos
Oscars por un mismo papel, el que ganó como secundario del año y el que le
otorgó la Academia con carácter honorífico.
A los Oscars conquistados
por March y Russell con sus interpretaciones hay que sumar los alcanzados en
las categorías de mejor película, mejor director, mejor montaje y mejor banda
sonora en el apartado de drama. Billy Wilder
dijo en su día que era una de las películas mejor rodadas de todos los tiempos.
En un contexto histórico complejo, Wyler va más allá del simple alegato
antibelicista para ahondar en la falsa imagen del patriotismo que más tarde
alguien, también desde una pantalla, definirá como el mejor refugio de los
canallas. El mensaje de Los mejores años de nuestra vida, perdura más de
setenta años después, no solo por la eficiencia de sus diálogos y situaciones;
también porque explora sobre nuestras propias limitaciones como individuos y
sociedad. Es en los momentos de mayor dolor y frustración cuando más estamos
expuestos a conocernos a nosotros mismos.
Comentarios
En cuanto a Wyler...bueno, en parte yo sí estoy de acuerdo con Welles. Era un maravilloso productor y como director, siendo bueno, no era tan, tan maravilloso. Me explico.
Creo que el gran Wyler-director, está en sus películas más duras. ¿Que cuáles son? Pues "Los mejores años de nuestra vida", "Brigada 21", "La calumnia", "La loba", "Jezabel", "La carta" y, por supuesto, ese "Ben-Hur" que sobrepasa todo lo imaginable (sobre todo, sobre todo, en cuanto a producción). No me gusta ni un poquito el Wyler blandengue, heredero directo de George Stevens, que hace cosas como "La gran prueba", "El forastero" (que, aún siendo bueno, me parece que es una película muy, muy incompleta). Me encanta "No se compra el silencio", me parece brillante. También "El coleccionista" aunque me parece que se apunta a una generación que estaba en sus antípodas. Notable me parece "La señora Miniver" aunque en algún momento se le va la mano (lo más notable de la película es el retrato que hace de una mujer que tiene que tirar del carro con fuerza y lo hace con todo el coraje del mundo). Acepto "Horizontes de grandeza", pero no me embarga, al igual que no lo hace "Vacaciones en Roma" (por favor, la próxima vez que la veáis, mirad las caras de Gregory Peck mientras conduce la moto, espantoso es poco).
Sin embargo, a pesar de estas elucubraciones de crítico sin importancia, hay que reconocer que sí, que Wyler fue un hombre esencial en la historia del cine y que cualquier homenaje que se le rinda es muy merecido. Como éste que ha hecho hoy el jefe para todos nosotros.
Abrazos con ganchos.
Merecido y buen homenaje para uno de los grandes, maño.
Besos en vespa
low
Iba a comentar cuando leí el gus a primera hora (y finalmente no he pido escribir) que el otro día en un concurso de la tele proponían la pregunta del director con 3 películas que habían obtenido el Oscar a la mejor película. La cuestión es que en las opciones, ademas de Wyler, estaban Ford, Wilder, Capra y Kazan...casi na.
Es cierto que no es un director que te salga cuando empiezas a decir nombres míticos, pese a tantos éxitos oscariles, y si repasas filmografia yo creo que tiene películas maravillosas, siento no coincidir con ese crítico del tres al cuatro que es nuestro amigo Cesar, pero para mi, "Vacaciones en Roma" lo es y sin embargo, es de sobra conocido mi rechazo hacía "Ben-Hur" (Oscar para Heston por delante de Lemmon y Sytewart,...alucino).
Lo que si puedo decir, es que "Los mejores años de nuestra vida" es la primera película seria y dramática de la que tengo recuerdo como minicinéfilo, que siendo crío me impacto lo que se contaba y como se hacía. Que veía la "cara B" de la historia. Una guerra mucho más real que las batallas y las trincheras donde casi siempre ganaban los buenos.
me ha encantado este gus, otro imprescindible para el saco. habrá algún momento en que haya que elegir los mejores 10 guses de las "100 de Dex" y será muy, muy complicado.
Abrazos en el taxi