EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXVIII)


Lassoo es una ciudad fantasma. Y tú también eres un fantasma. Los de tu calaña ya no tenéis razón de ser. Voy a por ti.



El HOMBRE DEL OESTE (Man of the West). USA 1958. Dir Anthony Mann con Gary Cooper, Julie London, Lee J. Cob (113 min)

A nadie hoy en día se le ocurriría poner en duda que Anthony Mann es uno de los grandes nombres de la historia del cine norteamericano. Sin embargo, y por razones que a muchos se nos escapan, no siempre el director gozó de la misma consideración. Infravalorado injustamente por la crítica de su tiempo, el director fue relegado a la categoría de artesano menor, un cineasta comercial plegado a los gustos ocasionales del público, Pocos supieron ver que detrás de ese olfato se escondía en realidad una verdadera personalidad artística, y resulta que a esos pocos el tiempo ha terminado dándoles la razón.

A Mann se le suele asociar siempre de forma inmediata con el western. Su aportación al género se nos antoja hoy tan imprescindible que sorprende que en su día no fuese valorada. Al director le gusta filmar el paisaje y rodar en espacios abiertos por los que pululan sus personajes, sometidos a toda suerte de dilemas morales. Es ahí donde el lenguaje del western gana en profundidad y dramatismo sin perder el esplendor visual de siempre. En ese sentido el Cinemascope fue un gran aliado de Mann, aunque puede que también le perjudicara a la hora de esa nula consideración por parte de la crítica, al ser este un formato que nació con más fines comerciales que artísticos.  Además de en el western, Mann se prodigó en otro tipo de películas que van desde el cine negro hasta el musical. Asimismo, alcanzó gran popularidad gracias a las grandes producciones de corte histórico que en la actualidad tampoco se ven como fueron vistas la primera vez. Por culpa de ese ninguneo sistemático que sufrió durante muchos años, la filmografía de Mann está repleta de tesoros a descubrir.

Su verdadero nombre era Emil Theodor Bundsmann, y era hijo de un emigrante de origen austriaco y de una norteamericana de Georgia, profesores ambos de filosofía. De su infancia poco se sabe, salvo que nació el 31 de julio de 1906 en San Diego, California, y que con once años se trasladó junto a su familia a vivir a la Costa Este del país. Sus primeros pasos artísticos se sitúan en el off Broadway neoyorkino donde ejerció primero como actor, más tarde como productor para pasar finalmente a la dirección.

En 1938 se marcha a Hollywood y comienza a trabajar como director de casting para la compañía de David O´Selznick, participando de forma activa en el proceso de selección de actores para Lo que el viento se llevó.  Asimismo en esos años, Mann trabajará como ayudante de dirección de Preston Sturgess en su obra maestra Los viajes de Sullivan (1941).

Su debut en solitario tras la cámara se produce en el terreno de la serie B con títulos como Dr. Broadway (1942) o Nobody ´s darling (1943), inéditos ambos en España, aunque no cabe hablar de ningún título destacable en su filmografía antes de El gran Flamarion (1945). Eric Von Stroheim es la estrella de un espectáculo de variedades que planea fugarse con la primera actriz de la compañía, casada a su vez con otro actor del grupo. Tras deshacerse del marido, el protagonista descubre que la mujer en realidad le ha utilizado para irse con otro. Narración autoinculpatoria en flashback, celos, traiciones, triángulo amoroso que finalmente termina convirtiéndose en cuarteto ¿no percibís cierto olor a madreselva?

En esta misma época, el director se reivindica dentro del cine negro con films como La brigada suicida (1947), El último disparo (1947) o Justa venganza (1948).  A comienzos de la década siguiente, Mann descubre el western, y en 1950 dirige nada menos que tres películas pertenecientes a este género. La puerta del diablo es uno de los primeros westerns pro indios de la historia del cine, mientras que Las furias remite a la mitología clásica para recrear una historia de odio entre clanes situada en la frontera mexicana con una excelsa como siempre Barbara Stanwyck.

Winchester 73 es la primera de las colaboraciones entre Mann y el actor James Stewart, una sociedad que en el futuro dará excelentes resultados. Interprete y realizador coincidirán en un total de ocho films, cinco de ellos westerns. A este primero le seguirá Horizontes lejanos (1952) en el que Stewart interpreta ya al personaje característico de este tipo de películas: el vaquero de tubio pasado que busca redimirse a través de la acción y dejar atrás su violento y mancillado historial. Si Winchester 73 apelaba al misticismo del western introduciendo una interesante variante psicológica en el estudio de personajes, Horizontes lejanos (1952) es otra obra maestra que incide en este mismo aspecto exhibiendo además un impresionante poderío visual.

Mann, al igual que Hitchcock, es decisivo en la evolución como actor de James Stewart que venía de proyectar una imagen determinada para el público encarnando al americano medio y al yerno ideal en las comedias de Capra. En los cincuenta, Stewart se enfrenta a personajes más oscuros y moralmente más ambiguos, que no obstante, siguen impregnados del irresistible encanto y del particular poder de empatía del actor.  Es lo que sucede en Colorado Jim (1953) y Tierras lejanas (1954), otros dos westerns despachados por el tándem Mann Stewart, que a partir de este último año amplía sus horizontes más allá del género. Bahía negra (1953) es un drama de aventuras de trasfondo ecologista, mientras Música y lágrimas, del mismo año, se presenta bajo la forma de un biopic que nos acerca a la figura de Glenn Miller. Stewart interpreta con convicción al autor de In the mood o Moonlight serenade,  la dirección es sobria y elegante, pero la película no puede esquivar en ciertos momentos cierto tono hagiográfico.

Acorazados del aire (1955) reúne en un drama bélico a Mann y Stewart que volverán a rendir en un último western, El hombre de Laramie también del mismo año. Se trata de una de las primeras muestras del género rodadas en Cinemascope, formato que realza la majestuosidad del paisaje. El guión es obra de Yordan, autor de Johnny Guitar, y da pie a que Mann aborde uno de los argumentos recurrentes de sus westerns, la codicia, ya presente en títulos como Las furias o Winchester 73.

Durante el rodaje de Dos mujeres y un amor (1956) basado en un relato de James M Cain, el director conoce a la actriz española Sara Montiel con la que se casará al año siguiente. Desde luego, si el nombre de Anthony Mann es conocido en España hasta por el público menos cinéfilos es gracias a este folclórico detalle. La manchega, que en esos momentos se encontraba haciendo las Américas y ya había destacado en Veracruz junto a Gary Cooper, cayó en la película por expreso deseo de su protagonista principal, el cantante de ópera italiano Mario Lanza, quien por entonces también buscaba hacerse un pequeño hueco en el firmamento de Hollywood. El matrimonio entre Mann y Saritísima duró seis años, y la cinta que les unió no era más que el típico encargo que a su vez servía de vehículo de lucimiento para su estrella central. Mucho más interesante sin duda es su propuesta del siguiente año,  La colina de los diablos de acero (1957) , uno de los más duros alegatos antibélicos jamás rodados que muchos consideran un claro precedente de clásicos contemporáneos como Salvar al soldado Ryan o La delgada línea roja.

Para su regreso al cine del Oeste, Mann elige a Henry Fonda como protagonista de Cazador de forajidos (1958) y cuenta con un presupuesto menor al de los grandes clásicos junto a Stewart. La película compitió por el Oscar al mejor guión original, obra del legendario Dudley Nichols, y en ella podemos ver una de las primeras interpretaciones de la carrera de Anthony Perkins,  De ese mismo año data la cinta bélica Los que saben morir que sirve además a Mann para debutar como productor cinematográfico. En 1958, además de El hombre del Oeste, Anthony Mann se pone al frente de La pequeña tierra de Dios, un drama rural en el que sobresale la actuación de Robert Ryan y la banda sonora de Elmer Bernstein (ambos habían trabajado ya a las órdenes del realizador en la citada La colina de los diablos de acero).

Ya enla nueva década, Mann entra de lleno en el terreno de las superproducciones. Cimarrón (1960) es un atípico western que recrea los primeros asentamientos de colonos en la Oklahoma de finales del siglo XIX a través de la vida de su protagonista principal, el granjero Yancey Cravat a quien se encarga de dar vida Glenn Ford. El film, remake del clásico homónimo que ganó en 1931 el Oscar a la Mejor película, no se encuentra entre lo más inspirado de su autor. Pese a contar con un elevado presupuesto y que su formato no es el ideal para un medio que no sea la pantalla grande, es un título que se revalorizó gracias a sus posteriores pases televisivos.

Anthony Mann se convierte en una de las bazas del productor estadounidense Samuel Bronston en su empeño por instaurar en nuestro país un verdadero imperio cinematográfico a comienzos de los sesenta. Bronston adquirió en 1959 los madrileños estudios de Chamartín para montar en la España de Franco una especie de pequeño Hollywood en el que poder rodar grandes superproducciones épicas aprovechando el abaratamiento de costes. El primer trabajo del director para los estudios Bronston es El cid (1961), ninguneado en el momento de su estreno, y considerada hoy en día toda una obra maestra.  Mann recrea el mito del legendario guerrero español en una suerte de “western medieval” cuyo excelso reparto encabezan Charlton Heston y Sophía Loren. La película se rodó casi íntegramente en España; además de los paisajes castellanos de Valladolid o Ávila, son fácilmente identificables las localizaciones en el monasterio gerundense de Ripoll o en el Castillo del Papa Luna en Peñíscola.

La segunda colaboración entre director y productor llega con La caída del Imperio Romano (1964), que de nuevo vuelve a ser poco considerada por la crítica de la época. En este segundo film español de Mann, la personalidad del director se eleva sobre la del productor, y el resultado es un film más contenido que por momentos roza incluso el tenebrismo. Sohpia vuelve a estar al frente de otro elenco estelar del que también forman parte John Ireland, Mel Ferrer, Alec Guiness o James Mason. La película se rodó entre Valencia, Segovia y Madrid, y sugiere una interesante lectura entre líneas en paralelo con la situación política que vive el país natal del director tras el asesinato de John Fitzgerald Kennedy.

El siguiente proyecto del cineasta es Los héroes de Telemark (1965), una muy entretenida intriga bélica que rueda en Noruega con Kirk Douglas y Richard Harris. De hecho, será la última película que vea estrenada en cines, ya que la muerte le sorprende en Berlín dos años más tarde en pleno rodaje de Sentencia para un dandy (1967) de cuya finalización se tiene que hacer cargo Laurence Harvey, su protagonista principal.  En el momento de su fallecimiento, Mann contaba tan solo sesenta y un años.




Link Jones es un antiguo forajido y ladrón de bancos que ha conseguido por fin dejar atrás la mala vida para echar raíces y convertirse en un ciudadano respetable entre los habitantes de un pequeño pueblo unas millas al este de su Buena Esperanza natal. Ahora, Link viaja hasta Crosscout, Texas, para a su vez tomar un tren con destino a Fort Worth con el fin de contratar una maestra para la escuela del pueblo.  Sus actuales vecinos le han encomendado esa misión confiándole unos pequeños ahorros que han logrado reunir entre todos.

Antes de tomar el tren, Link entra en el saloon de Crosscout dispuesto a reponer fuerzas tras el viaje. En ese momento sale del local una mujer, Ellis, que hasta ese día ha trabajado como cantante y que ahora se despide del dueño alabando que haya sido el único hombre que no ha intentado propasarse con ella en todo el tiempo que ocupó el puesto. Después de comer, Link se dirige a un establo y pide que le guarden a su caballo por una temporada, tras de lo cual toma un baño y se pone ropa limpia. Por único equipaje lleva una bolsa en la que guarda el dinero que le han dado para contratar a la maestra y un pequeño revólver.

Ya en la estación, después de comprar el billete, un hombre con la placa de sheriff en la solapa se acerca a él y le pregunta si no se han visto antes, Link le responde que no y a la pregunta de cómo se llama le proporciona un nombre falso. En el tren, se sienta a su lado otro hombre que se presenta como Sam Beasley, tahúr profesional y timador, y que al parecer tiene ganas de conversación. Beasley le pregunta el motivo de su viaje a Fort Worth y le alerta de lo peligroso del trayecto pues atravesarán territorio de forajidos. Link responde a su interlocutor que se dirige a Fort Worth para buscar una maestra para su escula, pero de nuevo le da una identidad falsa.

Cuando el tren se detiene para recoger leña que sirva como combustible a la locomotora, Sam aprovecha para presentar a Link y a Ellie, la mujer que ha visto salir del saloon de Crosscout. Es cantante, dice Beasley, pero también podría ser una excelente maestra. Aparece un revisor pidiendo voluntarios para bajar a coger leña y tanto Sam como Link atienden la llamada. Por su parte, Billie aprovecha el parón para salir a estirar las piernas.

Uno de los pasajeros, un tal Alcutt, se ha quedado a bordo fingiendo dormir.  Alcutt da la señal a otros tres hombres que aparecen de la nada a lomos de sus caballos con el objeto de asaltar el tren. Link intenta hacer frente a los criminales que acaban huyendo dejándole además inconsciente. En la refriega, además, Alcutt resulta herido de bala.

Al cabo de unos minutos, Link despierta para descubrir que está solo en medio de la nada. Descubre que su bolsa iba en el tren y ha perdido el dinero – y tal vez la confianza- de sus nuevos vecinos. El ex bandido encuentra a Sam y a Billie que también se encontraban fuera del tren en el momento del abordaje.

Los tres caminan por la vía sin rumbo fijo, y Link termina llevándoles a una pequeña cabaña semiderruida y situada en el interior de un pequeño valle. Dice haber vivido allí en tiempos, y pide a Sam y a Billie que se escondan en el granero mientras él va a inspeccionar la casa. Al llamar a la puerta, le recibe un hombre apuntándole con una pistola. Es mudo, tal y como le informa su acompañante. En realidad son tres hombres los que intentan amedrentarle con sus bravatas. De pronto, sale de otra habitación un cuarto hombre, un anciano, que se sorprende al ver al forastero.

Se trata de Dock Tobin, tío de Link, la persona que le crió como asesino y ladrón. En un principio, Dork recrimina a su sobrino haberle abandonado dejándole en estacada, pero más tarde se alegra pensando que ha regresado para reincorporarse a la banda. Acto seguido le presenta a sus actuales miembros entre quienes se encuentran sus primos Claude y Coaley, y otro matón de nombre Punch. El grupo lo completan Trout, el joven mudo que abrió la puerta a Link, y Alcutt, que viajaba con él en el tren cuando se produjo el asalto, y que en esos momentos se debate entre la vida y la muerte en otra de las instancias de la casa

Dork menosprecia al grupo y afirma que nada ha vuelto a ser como antes desde la partida de Link. Herido en su orgullo, Coaley demuestra su fiereza matando a sangre fría – y no sin esfuerzo- al moribundo Alcutt.

Link miente a su tío diciéndole que le buscó una vez el tren fue asaltado, y le pide traer a la cabaña a las dos personas que le acompañaron en la búsqueda. Sam y Billie llegan desde el granero, y el primero es enviado entre burlas a ayudar a Trout a cavar la tumba de Alcutt. Billie, presentada por Link como su esposa,  es humillada por Coaley que le pide que se desnude lentamente mientras tiene apresado a su primo con su navaja en el cuello. Dork le ordena que pare y anuncia su intención de robar el banco de Lassoo en el que todas las minas de oro de la zona depositan su dinero. El viejo lleva años planeando ese atraco, y ahora, ya con Link otra vez en su banda, nada puede fallar.

Link y Billie duermen juntos en el granero. Dork, borracho, se acerca a ellos en mitad de la noche e invita a la mujer a entrar en la casa y ocupar una cama libre, pero esta se niega. A la mañana siguiente, ella confesará a Jones que nigún hombre le ha tratado nunca como le ha tratado él, pero se lleva una gran decepción al saber que en Buena Esperanza le esperan una esposa y dos hijos.

Todos se preparan para la partida hacia Lasso. Es el gran día esperado por Tobin; sus hombres se han enterado de que el alguacil de sheriff de Crosscout reconoció a Link en la estación y se ha encargado de llenar la zona de carteles con su cara y su nombre. Ya no hay vuelta atrás.

Coaley aprovecha un alto en el camino del grupo para provocar a Link a cuenta del tratamiento a Billie la noche anterior. Ambos terminan enzarzándose en una brutal pelea a puñetazos en la que triunfa Link que acaba humillando a su primo y arrancándole a jirones su camisa. Entonces este se revuelve y amenaza con matar al vencedor ante los gritos de Dork quien hasta ese momento había permanecido impasible contemplando la escena. Coaley apunta su arma hacia Link y mata finalmente a Sam que se interpone entre los dos.Dork responde a Coaley con un disparo a bocajarro que acaba con su vida.

A las puertas de Lassoo, Link se ofrece para entrar en el banco de avanzadilla y avisar desde allí a los demás; su tío no se fía y envía a Trout con él. Al llegar a Lasoo, los dos se dan cuenta de que es un pueblo fantasma, y lo que creían era el banco es en realidad la vivienda de un matrimonio mexicano. La mujer les sale al paso con una escopeta, diciéndoles que allí no hay dinero, y Trout en uno de sus violentos arrebatos dispara y la mata. Quien responde casi instintivamente es el revólver de Link. Al momento, se acercan Claude y Punch que acorralan a Link en el porche de la casa. Se produce un tiroteo en el que ambos resultan muertos. 

Jones vuelve al campamento donde encuentra a Billie con signos de haber sido violada y maltratada. Dork le increpa desde lo alto de una colina mientras Link le informa que ha matado a toda su banda y solo queda él. Al salir de su escondrijo, el viejo comienza a disparar de forma indiscriminada y se convierte en blanco fácil para el revólver de su sobrino, que se acerca al cadáver y le arrebata la bolsa con su dinero.

Link y Billie se alejan en la carreta de los Tobin. Conversan sentados uno juntos al otro en el pescante; ella vuelve a agradecerle a él el trato exquisito que le ha dispensado mientras han estado juntos, un tiempo en el que se ha sentido amada y respetada como nunca, por un hombre que, sabe, jamás podrá ser suyo.



El último western de la filmografía de Anthony Mann es también en opinión de muchos el mejor de cuantos rodó a lo largo de su carrera.  Su protagonista es de nuevo el prototípico antihéroe al que ya hemos visto – y volveremos a ver- en este tipo de películas; en esta ocasión, el antiguo pistolero ya ha logrado redimirse por un pasado marcado por la sangre y los crímenes, e incluso ha podido echar raíces y ser aceptado socialmente. Sin embargo, como suele suceder siempre, ese pasado vuelve para ajustar por última vez las cuentas, y el vaquero ha de enfrentarse también a una última prueba que selle su redención de forma definitiva.

Gary Cooper interpreta al personaje central de este western de Mann, en sustitución de James Stewart que había protagonizado el grueso de su producción anterior. Stewart se mostró algo molesto con el director ante su decisión de excluirle del reparto, y el propio Cooper, con cincuenta y seis años en el momento del rodaje, se veía demasiado viejo para un papel de esas características. En cualquier caso, el primer nombre que se barajó para dar vida a Link Jones no fue ni el de Gary ni el de Jimmy “el larguirucho”, sino el de Stewart Granger. Al lado de Cooper, en El hombre del Oeste nos encontramos a un genial Lee J.Coob, convenientemente avejentado por el maquillaje para interpretar al sanguinario Dork Tobin (en realidad, el actor tenía diez años menos que el protagonista). Completan el elenco la cantante y actriz Julie London, Arthur Conell y Robert J Wilke, que ya se había enfrentado a Gary Cooper en Solo ante el peligro.

El hombre del Oeste se basaba en una novela de Will C. Brown -Theborder jumpers- publicada en 1955. El encargado de trasladar el texto a la pantalla fue Reginald Rose que venía de triunfar con el guión de Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet,1957) por el que había sido nominado al Oscar, y que había destacado anteriormente por escribir para Don Siegel la historia de Crimen en las calles con el tema de la delincuencia juvenil de fondo.



Estamos ante un western que se enmarca dentro de los parámetros en los que en esa época se mueven este tipo de películas, y que ya han sido asumidos por buena parte de los directores más jóvenes. Aunque no es un western abiertamente crepuscular, sí comparte rasgos con esta nueva vertiente del género, y la elección de Gary Cooper para interpretar a un personaje que en realidad debería ser mucho más bisoño debería darnos una pista al respecto. El actor se enfrentaba a un personaje que en la novela que había inspirado el film era veinte años menor que él, y que a lo largo de su aventura se veía inmerso en numerosas peleas y en ocasiones debía correr de lo lindo; un papel muy físico que Cooper supo sacar adelante con su habitual profesionalidad.

Uno de los rasgos que define el nuevo devenir del western es el uso de la violencia, antaño solo sugerida y que empieza a rebelarse cada vez más explícitamente. Y esa violencia se manifiesta no sólo en su variante más física, cuando un hilo de sangre brota de la garganta del protagonista al roce del filo de una navaja, sino que también se verbaliza cuando se da cuenta de un intento frustrado de violación. La caballerosidad de Link Jones se muestra en su relación con Ellis a quien hace pasar por su esposa como único medio para protegerla. Atrapado por su pasado, Jones se verá obligado a fingir que se ha pasado de nuevo al otro lado de la leypara intentar sobrevivir entre una panda de descerebrados psicópatas. No es de extrañar que algún crítico haya incluso señalado la obra de Mann como uno de los precedentes más inmediatos del clásico La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974).

De la dirección de Mann destacan tanto el acertado uso de espacios como el estudio pormenorizado de personajes y conflictos, dos rasgos apuntados anteriormente como marca de la casa. Resulta reseñable igualmente el admirable ritmo que imprime el realizador a su relato que alterna momentos de acción con otros más intimistas e incluso de tensión. De estos últimos es especialmente memorable la escena del reencuentro del protagonista y los miembros de su antigua banda. Jean Luc Godard llegó a decir que El hombre del Oeste era la mejor película que se había hecho en el mundo en 1958. Al futuro enfant terrible de la nouvelle vague no le faltaban razones para el elogio de un film que se anticipaba en unos años a ese profundo cambio de en la iconografía del género que no tardaría mucho en llegar.




Comentarios

INDI ha dicho que…
Anthony Mann y "El hombre del Oeste", vaya manera de comenzar la semana, poniendo el listón alto pero que muy alto.

El western, ése género que nos apasionaba en nuestra juventud, qué grandes ratos nos hizo pasar. Y qué grandes películas nos ha dado. De Mann me quedaría con "Winchester 73", peliculón del oeste.

Abrazos con pistolas
Anónimo ha dicho que…
La virtud de esta maravillosa lista de Dex no es sólo la capacidad del maño para contar la trayectoria de los directores y desgranar las películas seleccionadas con ibuena información, con mucho sentido, con detalles, con anécdotas y con significados. Lo bueno es que su lista no sólo contiene lo mejor sino también lo más significativo.

Es posible que en ninguna lista, salvo la de Godard, esta película o este director estuviera relacionado, pero Dexter la incluye y hace muy bien. No sólo es un excelente film sino que además se aprovecha para contar una parte fundamental de la historia del cine, la de aquellos directores que minusvalorados han tenido una aportación fundamental a la altura de los más grandes. Es posible que sin los Mann (o los Corman por poner otro ejemplo que también tuvo cabida aquí) no hubiera sido el cine lo que es hoy. El gran público se basa también en películas aparentemente menores que consiguen impactar en el espectador, contar una historia tópica y llenar la de sensaciones y emociones puramente humanas. La bondad es un valor, la redención es posible, enfrentarte a tu pasado es una necesidad, los dilemas morales se plantean cuando menos los esperas.

Y el western es mucho más que John Ford (aun siendo este el gigante inalcanzable), el western como el cine es también Anthony Mann, Delmer Daves, Raoul Walsh...

Y cualquier lista de 100 debería envidiar la que nos hace Dex y disfrutamos cada lunes. Mil gracias.

Abrazos con el revolver al cinto

carpet

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