GUS MORNINS 29/9/20

“Siempre estoy persiguiendo el siguiente sueño, buscando la siguiente verdad”

                                                                                           Stanley Kramer

Hoy vamos a recordar a este productor y director que, en tal día como hoy, hubiera cumplido los ciento siete años. Con un estilo de realización sólido, el mayor mérito de Stanley Kramer fue su valentía, al introducir en sus películas temas tabú para la época, abriendo mayores fronteras para la libertad de expresión en el cine más comercial, con unos repartos insuperables y con unos sólidos argumentos escritos, en la mayoría de las ocasiones, por guionistas que sabían muy bien lo que querían.

Stanley Earl Abramson se crió en la llamada Cocina del infierno, de Manhattan. Debido a que su familia se desestructuró muy pronto, vivía con su abuela y recibía frecuentes visitas de su tío. Gracias a él, Kramer desarrolló un entusiasmo casi incontrolable por el cine. Su tío era distribuidor de las películas de Universal Pictures y su madre, a la que siguió viendo aunque no vivía con ella, era secretaria de dirección de Paramount Pictures. Stanley acabó sus estudios en el Bronx y entró en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York para licenciarse en Derecho. Justo cuando terminó la carrera, encontró la posibilidad de trabajar en el departamento de elaboración de guiones de la Twentieth Century Fox y trabaja durante tres años como ayudante de dirección. Sin embargo, llega la llamada a filas por causa de la guerra y pide el ingreso en la Unidad Cinematográfica en la que estaban John Huston, Frank Capra y John Ford. Siendo aún un novato, no es enviado al frente, pero sí que se le pone a cargo del retrato de la vida en retaguardia. Kramer realiza dos documentales con Nueva York como escenario con la guerra de trasfondo.

Ya licenciado, Kramer se esfuerza en crear su propia productora, y lo consigue en 1948, apoyando a Richard Fleischer en un proyecto titulado So this is New York, un drama con Henry Morgan y el cantante Rudy Vallee que, argumentalmente, se parece lejanamente a nuestro Surcos, con el retrato de una familia que hereda una cantidad de dinero y deciden mudarse a Nueva York experimentando, en primera persona, cómo deshumaniza la gran urbe, cómo es difícil su adaptación y los obstáculos para entrar trabajo. No tuvo ningún éxito, pero Stanley Kramer no se rendía con facilidad y decidió financiar un vehículo para un actor que estaba dando que hablar. Se llamaba Kirk Douglas y la película era El ídolo de barro.

La historia sobre la ascensión y caída de un tipo que empieza de la nada y se convierte en campeón del mundo de boxeo pagando el precio de la ambición y de la vanidad resulta un clamoroso éxito. Recibe seis nominaciones a los Oscars de los que se lleva el correspondiente al mejor montaje y Kramer comienza a ser considerado como un productor de cierta clase.

Sus producciones son cada vez más ambiciosas y más polémicas. Se lanza con Fred Zinnemann a realizar un largometraje que levantó muchas ampollas como es Hombres y en el que se apuesta sin dudar por un tipo que estaba dando mucho que hablar en los escenarios de Broadway. Se trataba de Marlon Brando que realizó una auténtica creación como ese veterano de guerra que vuelve parapléjico del frente y es internado en un hospital de veteranos. La reinserción resulta dolorosa y traumática y, como es lógico, el hombre intenta por todos los medios que nadie le tenga compasión, se rebela contra ella e, incluso, está a punto de rendirse. La película es dramática y dura y Brando asombra con su primera aparición en la pantalla.

Otro éxito de su etapa como productor es Cyrano de Bergerac, de Michael Gordon, con un pletórico José Ferrer ganando el Oscar de aquel año al mejor actor. La versión está a años-luz de la que años después protagonizó Gerard Depardieu con dirección de Jean Paul Rappeneau, es mucho más teatral, pero, también, es muy visual, renunciando al texto en verso y colocando a Cyrano sin un ápice de simpatía.

Se atreve a llevar al cine la versión cinematográfica del clásico de Arthur Miller La muerte de un viajante, de Laszlo Benedek, con el mejor actor que podría haber dado vida al desdichado Willy Loman como era Fredric March. Aunque la película sigue sobrecogiendo, no cabe duda de que se suaviza la carga de profundidad que contenía la obra contra el sueño americano. Aún así también consigue unas cuantas nominaciones no ganando ninguna.

En 1952, al alimón con su socio y amigo Carl Foreman, produce el que, quizá, sea su mayor éxito en esta faceta. Solo ante el peligro, con dirección de Fred Zinnemann. La película, además de sobrecoger por esa inmersión hacia la soledad de un personaje que necesita ayuda desesperadamente, también es una fábula contra el maccarthysmo haciendo que los malvados que esperan el tren sea el Comité de Actividades Antiamericanas y los vecinos de esa ciudad de inquina sean los delatores. Historia del Cine.

Subroga su productora a la distribución de Columbia Pictures y no está muy atinado con la elección de proyectos. Sólo, cuando ya sabe que el magnate Harry Cohn le va a echar, da con la tecla precisa en sus dos últimas películas. Una es Salvaje, de Laszlo Benedek, verdadero evangelio para la juventud rebelde de principios de los cincuenta con Marlon Brando y Lee Marvin de moteros. La otra es el mayor éxito comercial de su etapa de productor. El motín del Caíne, con un torbellino llamado Humphrey Bogart extraordinariamente bien secundado por José Ferrer, Van Johnson y Fred McMurray. Fue una especie de “ahí queda eso” para decirle adiós a Harry Cohn después del anuncio de su despido.

Después de esta experiencia, Kramer llega a la conclusión de que debe dirigir sus propios proyectos y se pone manos a la obra. El primero es una película sobre el dilema de los galenos entre la más pura comercialidad o el tratamiento a los enfermos por vocación. Un melodrama que, en realidad, no llega a ninguna parte aunque contiene un reparto de campanillas con Robert Mitchum, Olivia de Havilland, Frank Sinatra, Gloria Grahame y Broderick Crawford con el título de No serás un extraño. Con afanes de denuncia por la tendencia de algunos médicos de dejarse cegar por el dinero, se queda en un melodrama bastante soso y resuelto sin ninguna gracia.

Decide probar suerte en el terreno de la superproducción y se embarca a España para rodar Orgullo y pasión, con Cary Grant, Sophia Loren y Frank Sinatra. Basada en una novela épica titulada El cañón, la película no convence a nadie. Ni Grant da el tipo como oficial de la reina encargado de liderar a un grupo de partisanos españoles contra Napoleón, ni Sophia Loren es la andaluza de turno (en el estreno en Madrid, levantó carcajadas su pseudo-baile flamenco), ni a Frank Sinatra le sientan bien las patillas de partisano. Para rematar la faena, la última secuencia es el asedio de Ávila por parte de los partisanos con un super-cañón que han acarreado por toda España (si se fija uno por dónde han ido es de locos) y al que enciende las mechas el propio Grant. Kramer, bastante desconocedor de la historia de España y del inmenso valor de algunos de sus tesoros, estaba empeñado en destruir verdaderamente las murallas de la ciudad. Por allí, había un ayudante de la dirección artística español que se llamaba Gil Parrondo y que le dijo que no se preocupase, que él mismo construiría una exacta réplica de las murallas para que los de efectos especiales la destruyesen con gusto.

Comienza a saber manejar una cámara y sacar el mejor partido a sus intérpretes con su siguiente película, Fugitivos. Tony Curtis y Sidney Poitier son dos presos que huyen esposados el uno al otro. Sólo hay un problema y es que el personaje de Tony Curtis es un racista de tomo y lomo. Polémica hasta más no poder, Kramer comenzaba a ser muy valiente.

Estiliza sus modos extraordinariamente bien con la fábula apocalíptica La hora final, con Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire (en el que es, quizá, su mejor papel dramático) y Anthony Perkins. El fin de la Humanidad se acerca por culpa de una estúpida guerra nuclear que ha dejado demasiadas partículas de radiación en la atmósfera. Todos han muerto salvo los australianos, lugar a donde no ha llegado la nube radiactiva. La Humanidad se aferra a sus últimas esperanzas, pero todo es inútil. El fin llega y con él, todas las ilusiones que pueda tener dentro el ser humano, como individualidad y como colectivo. Una película desoladora que resulta muy bien hecha salvo algún tramo algo aislado.

Da la campanada con La herencia del viento, un drama judicial sobre el proceso a un profesor que se atrevió, en plenos años veinte, impartir clase sobre la evolución de Darwin en un estado donde estaba prohibida toda explicación sobre la creación del mundo que se apartase de la Biblia. Con unos diálogos extraordinariamente punzantes y unas interpretaciones antológicas de Spencer Tracy, Fredric March y Gene Kelly (curiosamente en el que puede ser, también, su mejor papel dramático), Kramer se descubre como un profundo dominador de espacios cerrados y de interpretaciones intensas. Una auténtica maravilla que no hay que dejar de ver.

Como Kramer no es tonto, sabe que le ha salido una película redonda sobre juicios y se atreve con el mayor de todos ellos. Vencedores o vencidos está basada en el proceso a los altos mandos judiciales del III Reich que se realizaron en Nüremberg como parte del sistema de desnazificación implantado por los Aliados. El reparto no puede ser mejor. Spencer Tracy, Burt Lancaster, Montgomery Clift, Richard Widmark, Maximillian Schell, Marlene Dietrich y Judy Garland. Es possible que en esta película, en apenas diez minutes, Clift realice la más portentosa interpretación de su carrera. Judy Garland está inmensa. Maximillian Schell está eminente. Richard Widmark es pura fuerza y, por supuesto, la sabiduría inmensa de Spencer Tracy domina toda la película. Schell se lleva el Oscar al mejor actor y Abby Mann, prestigioso guionista televisivo, el de mejor guión adaptado.

Sigue produciendo por otro lado y se atreve con una película que tendría que haber dirigido él desde el principio. La clave de la cuestión, de Hubert Cornfield, con Sidney Poitier y Bobby Darin dan vida a un psicólogo y a un muchacho neonazi que tiene que vérselas con un negro. La película contiene diálogos de enorme fuerza y podría haber sido centro de muchas polémicas, pero, de alguna manera, la producción es muy pobre y el manejo de espacios cerrados de Cornfield (todo ocurre en una prisión) levanta las iras de Kramer que le despide y termina por acabar él la película. Otro tanto ocurre con esa película desoladora y tremenda que es Ángeles del paraíso, con Burt Lancaster y Judy Garland, sobre el problema de los niños con retraso y de la dejadez de las administraciones y de algunas familias para ocuparse de ello. La dirección corrió a cargo de John Cassavettes, pero también hubo diferencias insalvables entre él y Kramer. Cassavettes era más partidario de fijarse en la problemática intimista, la falta de cariño, el abandono. Kramer quería más vista de pájaro. Cassavettes se arrepintió siempre de haber hecho esta película aunque resulta demoledora y muy, muy buena.

Con dinero más que de sobra, Kramer decide hacer todo un homenaje al slapstick del cine mudo y a las películas con las que creció con la desenfrenada El mundo está loco, loco, loco y no duda en echar el resto en una producción carísima con nombres como Spencer Tracy, Mickey Rooney, Sid Caesar, Milton Berle, Terry Thomas y apariciones especiales por doquier (especialmente recordable es ese Jerry Lewis que no duda en atropellar el sombrero de Spencer Tracy). La película contiene además, unos magistrales títulos de crédito de Saul Bass y su ritmo es endiablado. Tanto que, incluso, puede cansar a lo largo de sus dos horas y media de metraje. Aún así, le caen un puñado de nominaciones…no ganando ningún Oscar.

Cambia de registro totalmente y decide adaptar el libro de Katharine Anne Porter en El barco de los locos, con Oskar Werner, Simone Signoret, Vivien Leigh, Lee Marvin, José Ferrer, Heinz Ruhmann, Michael Dunn y George Segal. Una radiografía de una serie de personajes que van en una travesía imposible de Nueva York a Alemania en los tiempos del nazismo. Todos ellos van en busca de un futuro al único lugar del mundo que no tiene futuro. Y la mayoría de ellos están equivocados. Es una excelente película, aunque carece de la fuerza de otros títulos de Kramer.

Con Adivina quién viene esta noche, entraríamos en el terreno del matrimonio interracial y en esos prejuicios que nunca sacamos a relucir pero siempre llevamos dentro. Es una película que ha quedado más por ser la última aparición en el cine de Spencer Tracy, con Katharine Hepburn a su lado y queriéndole más que nunca, secundados por Sidney Poitier. Muchas veces hemos hablado de que la película tiene trampa. Es verdad. La tiene. Ese matrimonio de liberales compuesto por Tracy y Hepburn vence sus prejuicios…pero los vence, entre otras cosas, porque ese futuro yerno de color es el hombre ideal. Es un hombre de éxito, con las mayores titulaciones académicas que uno puede soñar y, además, se van a vivir a Suiza. En Europa, ya se sabe, los negros nunca nos han molestado tanto (aunque ahora parece que vuelve a surgir el fantasma) La pregunta es: ¿La película de Kramer sería la misma, y la reacción de sus personajes idéntica,  si ese negro que se quiere casar con su hija fuera un humilde trabajador? Respondan, respondan.

Kramer aún nos deja una joya maravillosa con El secreto de Santa Vittoria, una ¿comedia? Sobre un pueblo que decide tomar al pelo al ocupante alemán con un alcalde borracho al frente (inolvidable Ítalo Bombolini al que da vida Anthony Quinn) escondiendo toda su cosecha de vino, que está reservada al gigante Cinzano, para que los teutones no la requisen. Llena de situaciones brillantes, resueltas con estilo y con gracia, la película no tuvo demasiado éxito a pesar de su impecable factura técnica y de las interpretaciones tanto de Quinn, como de Anna Magnani. Eso condena a Kramer a bajar sus pretensiones y sus películas, se resienten.

La primera es RPM: Revoluciones por minuto, una fábula universitaria con Anthony Quinn y Ann Margret en la que se pone en juego a un profesor en plena fiebre del activismo universitario de los sesenta, que es elegido por los estudiantes rebeldes para presidir la universidad en medio de lo que es una toma del campus en toda regla. El dilema para el profesor, que también es un activista, es si toma el camino de la restauración del orden o prefiere descender a los infiernos de la anarquía. No tuvo ningún éxito. Tal vez, porque es una película que no se toma demasiado en serio todo lo que plantea. De hecho, le falta dramatismo y le sobra comedia.

Después se mete en una película extrañísima titulada Bendice a los animales y a los niños, en la que Kramer pone en juego a unos chicos de campamento que están decididos a salvar a una manada de búfalos de los cazadores. Ya la premisa es bastante increíble. Tanto es así que no fue a verla nadie. No era ese el camino para denunciar los abusos de la caza.

No está mal, sin tirar cohetes, Oklahoma, año 10, con George C. Scott, Faye Dunaway y John Mills. La historia de unos tipos que un pequeño terreno consiguen encontrar petróleo y deben resistir el embate de los grandes magnates del combustible, más que una denuncia, es más un western de aventuras con cierto ritmo. Y esa, tal vez, sea su mejor virtud.

Más atractiva parecía De presidio a primera página, con Gene Hackman, Candice Bergen y Richard Widmark. La historia de un veterano de Vietnam que, después de pasar una temporada en presidio, es contratado por una oscura organización para cometer un asesinato, tiene su intriga…pero Kramer, incomprensiblemente, pierde el ritmo. Con una historia que pide a gritos los contrario, es una historia cansina, lenta, sin ganas de avanzar. Constituye un decepcionante fracaso.

Kramer se despide del cine con un fiasco tremendo. Más allá del amor, con Dick Van Dyke en la piel de un cura con dudas que tiene que vérselas con una comunidad minera en Australia y con unas insidiosas monjas. Lleno de dudas, recibe a una nueva hermana de la que, de lejos, se enamora. Sin embargo, ella muere y él resulta inculpado. La verdad, nadie se creyó a Dick Van Dyke de sacerdote en plan serio.

Stanley Kramer fallece en el año 2001, después de veintidós años de retiro del mundo del cine, debido a una neumonía.

Tiene una calle dedicada en la ciudad de Berwick, Australia, exteriores de su película La hora final. Se llama Kramer Drive.

Su mujer se quedó embarazada a principios de los sesenta, cuando trabajó en esos maravillosos títulos con Spencer Tracy. Pensando que iba a ser un niño, le dijo a Tracy que le iba a llamar como él y se le importaría ser el padrino. Tracy aceptó. Resultó ser una niña. De acuerdo con Tracy, le ofrecieron el madrinazgo a Katharine Hepburn y ella aceptó. La niña se llama Kate.

Anunció su retiro en 1980 y, desde entonces, escribió una columna diaria en un periódico de Seattle y dio clases en la Universidad de Washington.

Dentro de la profesión, tenía fama de rodar muy bien con muy poco dinero.

Sobre Bogart decía que “juega a ser Bogart todo el tiempo, pero en realidad es un trozo de pan”.

Sobre Lee Marvin decía que “no soy psiquiatra y no sé qué es lo que realmente le pasa. Tampoco sé si él necesita un psiquiatra. Sólo sé que, si quieres entenderle, necesitas un poco de ayuda”.

Sobre Katharine Hepburn decía que “es una mujer en constante búsqueda. Nunca está satisfecha con nada de lo que hace. Nunca deja de prestar atención a lo que hace y a lo que los demás están haciendo. Es una mujer maravillosa que tiene la capacidad de dominar muchas áreas emocionales y tiene un talento arrollador. Ella te puede soltar la mayor de las verdades en el momento más indicado. Ella es perfecta”.

Sobre Ava Gardner decía que “Tenía la facultad de leer un guión y, al momento, tenías una completa explicación de sus virtudes y sus defectos”.

Sobre Sidney Poitier decía que “es un hombre que antepone su profesión a todo, pero lo hace con una enorme sensibilidad. Es un hombre maravilloso por dentro y por fuera”.

Sobre su trabajo con Montgomery Clift en Vencedores o vencidos decía que “era un manojo de nervios. Tartamudeaba y olvidaba sus líneas toma tras toma. Hasta que le dije que olvidara las malditas líneas del diálogo y que se sintiera un testigo en un tribunal terrible. El fiscal te dice algo y el defensor dice algo para atacarte y tienes que encontrar la palabra justa. Eso es todo. Ve a por ello. No importa cuál sea la palabra. Vuélvete a Tracy para pedirle ayuda con la mirada. Irá maravillosamente bien para expresar la confusión de tu personaje. Pareció calmarse con eso. No siguió del todo el guión, pero todo lo que decía tenía sentido e hizo la mejor interpretación de su carrera”.

Sobre Spencer Tracy decía que “si hay algo que ha merecido la pena de todo lo que he hecho, han sido las cuatro películas que rodé con Tracy. En la época de El mundo está loco, loco, loco no se encontraba muy bien. Tenía muy mal color. Pero, mágicamente, su energía salía por todas partes cuando la cámara rodaba. Lo pasamos muy bien. Todos los demás lo pasaron realmente bien con él. Era como un rey con su  corte de bufones. Con él reían, sonreían y lo pasaban de fábula. Milton Berle, Buddy Hackett, Phil Silvers, Mickey Rooney e incluso el silencioso Sid Caesar revoloteaban a su alrededor y competían por su afecto. Y lo tuvieron. Él me lo confesó. Los quiso a todos.”

Como vídeo os dejo el tremendo tour de forcé de Montgomery Clift en Vencedores o vencidos como muestra, también, de la dirección medida de Kramer.



Y como mosaico, ahí tenéis a Kramer dando indicaciones a Tracy y a Kate que no se perdía ripio.



 

  

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Qué buen rato me has hecho pasar con este gus. Me encanta todas esas anécdotas contadas por ti.
Me ha sorprendido lo que opinaba de Bogart.

Libro de anécdotas ya.

low
carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
Buenisimo (¿cual no lo es?) nuevo gus del maestro Bardés.

Genial Kramer en tantas cosas. Pero yo no puedo olvidar "El mundo está loco, loco, loco" que por aquello de la ignorancia estuve mucho tiempo adjudicando a Kubrick (lo de Stanley K. era para mi una clave del equivoco). Recuerdo ser muy niño cuando fui a verla al cine y me pareció muy larga, pero terriblemente divertida y aun recuerdo las carcajadas (yo he sido mucho más de sonrisas que de risas en el cine) que me provocaron sus trepidantes últimos 15 minutos.

Muchos años después, tras una ruptura (la última por ahora, luego llegó mi chica y encontré la estabilidad) me quedé viviendo sólo y bastante perdido, todos mis amigos andaban emparejados, aun tenían relación con mi ex de entonces y yo no tenía mucha gente con la que coincidir en aquellos tiempos.
Así que uno de los remedios a mi soledad era irme al cine. Nunca me ha resultado muy disfrutable lo del cine en soledad. En el fondo ir al cine siempre se ha vivido como un acto social, incluso los cinéfilos (o al menos yo) lo sentirán un arte de disfrute propio cuyo placer se magnifica cuando tienes a alguien con quien compartirlo.

El caso es que una de mis primeras salidas al cine en soledad fue la reposición de "El mundo está loco, loco, loco" y si, efectivamente, volví a reir a carcajadas con aquel final con la escalera de incendio dando vueltas absurdas y soltando codiciosos voladores a cada giro.

Así que, además de muchas de las películas que has mencionado con Kramer me une algo más allá de lo puramente cinematográfico. Puso en mi vida risas en momentos bastante amargos.

Abrazos bajo la gran W.

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