GUS MORNINS 22/9/20
“Me
convertí en actor para escapar de mí mismo. Actuar es lo más terapéutico que
hay en el mundo. Creo que, si tengo algo de valiente en mi plano personal, se
lo debo a que soy actor”.
George C. Scott
A ver si esto lo subo cuando corresponde.
Vamos a homenajear a este gigantesco actor, que hoy echamos de menos porque
hace veintiún años que se nos fue. Con frecuencia, un hombre con una técnica
tremenda, avasallante, extraordinario y casi incómodo. Uno de esos grandes al
que le acompañó siempre la polémica no sólo por su rechazo visceral hacia los
Oscars, sino también por varias acusaciones que tuvo a lo largo de su vida de
maltrato hacia sus parejas.
Su nombre completo, así
desvelamos el significado de la C., era George Campbell Scott. El pequeño
George perdió a su madre a los ocho años y quedó enteramente al cuidado de su
padre, un ejecutivo de Buick. En 1945, con dieciocho años, se alistó en los
Marines pero la guerra acabó antes de que pudiera ser enviado al frente.
Permaneció durante cuatro años como soldado-sepulturero del Cementerio de
Arlington (la famosa unidad a la que pertenecían James Caan y James Earl Jones
en la maravillosa Jardines de piedra,
de Francis Ford Coppola). El hecho de inhumar a tantísimos soldados que venían
del frente europeo amargó profundamente a George, que, ya tan joven, comenzó a
beber.
En 1949, se licenció
del cuerpo y decidió estudiar periodismo en la Universidad de Missouri, lo que
consiguió que abandonara el alcohol temporalmente. Se licenció en la facultad
y, durante los estudios, intervino como intérprete en varias obras
universitarias que le animaron a continuar profundizando en el Arte Dramático
realizando algunos cursos en la misma universidad. Cuando creyó estar
preparado, emigró a Nueva York para probar suerte en el teatro.
El caso es que, allá
por el 57, con treinta años de edad, tuvo un inusitado éxito interpretando a
Ricardo III en una obra en Broadway aunque la producción no era de primera
línea. La prensa comenzó a alabar a ese actor desconocido, de técnica
impresionante, que realizaba una auténtica creación con el personaje de
Shakespeare. George comenzó a recibir ofertas para actuar en televisión en
directo, en concreto, en programas que eran clavados a nuestro Estudio 1, es
decir, obras de teatro televisadas. Hollywood pronto se fijó en él, y, después
de un papel netamente secundario en El
árbol del ahorcado, de Delmer Daves, George consiguió un rol destacado en
la impresionante Anatomía de un asesinato,
de Otto Preminger, consiguiendo su primera nominación al Oscar, esta vez, al
secundario.
George C. Scott, al
recibir la nominación, ya se pronunció en contra de los Oscars. Proclamaba que
cada actuación era única y no podía ser comparada con ninguna otra y que los
Oscars no era más que una gigantesca maniobra de promoción para hacer negocio
(visto lo visto, no le faltaba ni un gramo de razón). En su siguiente papel, el
hombre sin escrúpulos que quiere explotar a Paul Newman en la excelentísima El buscavidas, de nuevo al secundario,
mandó una nota a la Academía diciendo simplemente: “No, gracias”.
John Huston le llama
para el papel principal de esa charada estupenda que es El último de la lista y su fama es tan prestigiosa que Stanley
Kubrick le suelta el pelo en ¿Teléfono
rojo? Volamos hacia Moscú. También interviene en la película de episodios El Rolls-Royce amarillo y, a
continuación Huston le vuelve a llamar para que interprete el papel más
extenso, el de Abraham en La Biblia.
Aquí conoce a Ava Gardner y comienzan un romance en el que hubo más tortas que
besos y ella no dudó en proclamar a los cuatro vientos que George era un hombre
encantador cuando estaba sobrio y que le daba por ser violento cuando bebía. Él
contestó que de acuerdo, pero que también recibía lo suyo de Ava cuando ella
llevaba unos tragos de más.
Interviene en la
comedia Bromas con mi mujer, no, al
lado de Tony Curtis, y resulta ser un temible oponente a Warren Beatty en la
divertida y más que aceptable Un fabuloso
bribón. Ya que está en Inglaterra, se sumerge dentro del proceloso mar del free cinema para interpretar al
psiquiatra que trata a una chica no demasiado equilibrada (Julie Christie) en Petulia, película por la que ella ganó
su único Oscar.
En ese momento, es
cuando George C. Scott le viene el papel del General George S. Patton para la
película Patton, de Franklin J.
Schaffner. La interpretación es demoledora, llena de fuerza y absolutamente
impresionante después del rechazo al papel de otros actores como John Wayne y
Robert Mitchum. De nuevo, recibió una incontestable nominación al Oscar al
mejor actor, pero, fiel a sí mismo, permaneció en casa viendo un partido de
hockey mientras Goldie Hawn anunciaba su nombre como ganador.
A partir de ese
momento, George fue espaciando sus apariciones en cine, sobreviviendo gracias,
sobre todo, a la televisión. Aún así, todavía dejó excelentes trabajos. El
primero fue la divertida El detective y
la doctora, interpretando a un loco que se cree Sherlock Holmes y que
resuelve un caso con la ayuda de su propia doctora a la que toma, naturalmente,
por el doctor Watson. También interviene en la notable Fuga sin fin, de Richard Fleischer (empezada por Huston) en la que
se mete en la piel de un experto conductor que se alquila para llevar a unos
ladrones después de cometer un atraco. Recibe una nueva nominación al Oscar al
mejor actor por Anatomía de un hospital,
como el atribulado médico de una clínica que no sabe muy bien cómo dirigirla.
Realiza un fantástico trabajo como un policía de patrulla en la muy apreciable Los nuevos centuriones, de Richard
Fleischer y aún ofrece un destello de calidad muy interesante en Oklahoma, año 10, de Stanley Kramer, al
lado de Faye Dunaway.
Ahí George ya se pierde
en algunas producciones olvidables hasta que interpreta el papel principal de Hindenburg, para sumarse al género de
catástrofes con la historia de este zeppelín que estalló cuando estaba
amarrándose en Nueva York. En 1979
encabeza el reparto de una interesante película de Paul Schrader titulada Hardcore en la que un padre angustiado
se introduce en el mundo de la pornografía con tal de encontrar a su hija
desaparecida. Deja un par de lecciones en esa maravilla del cine de terror que
es Al final de la escalera, de Peter
Medak y se enfrenta a un increíble Marlon Brando por la fórmula de un
combustible sintético en un caso de asesinato en la interesante La fórmula, de John Avildsen. Aún deja
un rastro de calidad en aquella Taps: Más
allá del honor, en la que intervinieron varios jóvenes de la pandilla de
mocosos de Tom Cruise para relatar el motín de una serie de alumnos de una
escuela militar. Y se despide de las cabeceras de los carteles interpretando al
policía Kinderman (que en la primera parte había incorporado Lee J. Cobb) en El exorcista III, que no es nada mala y
que no ha recibido el reconocimiento que merece.
A partir de ahí, George
simplemente paseó su palmito en películas de otros, en papeles muy episódicos,
sin ninguna trascendencia. Falleció a los 71 años por problema vascular
abdominal en 1999.
Se casó dos veces con
la actriz Colleen Dewhurst, con la que tuvo dos de sus tres hijos.
En la profesión, tuvo
fama de tener una personalidad intimidante y muy intensa. Julie Christie quedó
realmente impresionada por él.
Causó un retraso en el
rodaje de Patton porque desafió al
campeón mundial de ping-pong a una partida y quiso jugar con él hasta ganarle,
al menos, un set.
Él y Brando solían
jugar al ajedrez durante el rodaje de La
fórmula. Según él mismo, Brando no jugaba muy bien. Curiosamente, en los
descansos de Teléfono rojo, también
jugaba al ajedrez con Stanley Kubrick. Según Kubrick, Scott no jugaba muy bien.
Siempre al borde de la
polémica, en una entrevista dijo que la interpretación que había hecho Paul
Newman en El buscavidas no le parecía
nada del otro mundo, pero que, sin embargo, la que había hecho en Hud, le parecía una de las mejores de
todos los tiempos.
Fue la primera opción
para interpretar el Sheriff Gillespie de En
el calor de la noche. En aquella época, su mujer, Colleen Dewhurst estaba
dirigiendo una obra en Broadway y le ofreció un papel. Cuando ya estaba
comprometido, rechazó el papel que fue a parar a Rod Steiger. Tres años
después, Rod Steiger fue una de las opciones para interpretar Patton. Su rechazo benefició a Scott.
Aunque estaba afiliado
al Partido Republicano, era de perfil muy moderado y apoyó las presidenciales
por los demócratas a los rivales de Nixon.
Era un consumado
jugador de bridge.
La situación con Ava
Gardner llegó a tal punto, que recibió amenazas de la Mafia. Parece ser que Ava
se había puesto en contacto con Frank Sinatra para que le dieran algún que otro
susto.
Su actor favorito era
James Cagney. Su actriz favorita era Bette Davis y, además, decía que era la
mejor, superando a cualquier hombre.
Era consciente de que
se le iba la mano cuando bebía. Se mostraba muy arrepentido y lo definía como
un fallo terrible de carácter del cual se avergonzaba.
Decía que era muy
difícil trabajar con Marlon Brando porque no hacía más que improvisar e
improvisar. Eso le volvía loco y no sabía cómo interactuar con él cuando ambos
estaban en escena.
Sobre Stanley Kubrick
decía que era el director más dictatorial con el que había trabajado. No había
manera de ofenderle de ninguna manera porque era enfermizamente impasible.
Como vídeo os dejo un
bonito homenaje en forma de fotografías de George C. Scott en el que se hace un
repaso a su carrera en el cine y en el teatro.
Y como mosaico, os dejo
una fotografía curiosa. George C. Scott acompañado a la derecha por la mujer
con la que se casó dos veces, Colleen Dewhurst, y a la izquierda por su última
esposa y la que fue, a la postre, su viuda, Trish Van Devere, que fue, también,
su coprotagonista en Al final de la
escalera.
Comentarios
A mi es un actor que siempre me cayo bien, salvo cuando hacía de "hijo de p...", que me parecía odioso. Eso habla muy bien de sus composiciones. Si tengo que quedarme con alguna de las interpretaciones que has comentado, lo haría por el que hizo en "Al final de la escalera" (una gran película, cierto) y tampoco me importaría nada elegir la de "El último de la lista" (otra que tal baila), quizá en esta última su actuación no parezca tan destacable, pero me parece que le pone bastante sentido al aquelarre.
Otro gran gus de merecido homenaje.
Añado el mio para Gerardo Vera...tanto la televisión, como el cine y sobre todo el teatro español le echarán de menos.
Abrazos con caracter