FERIA DEL LIBRO I
Junio en Madrid.
Sábado. Calor sofocante. La revista me ha encargado un reportaje sobre la Feria
del Libro.
Otros años he sido
uno más de los paseantes entre casetas. Esta vez no me puedo dejar llevar por
la marea, ni puedo parar donde el albur me indique, ni ojear algunos de los
expositores, ni hojear algunos de los títulos llamativos. Este año tengo que
prestar atención, describir el ambiente, descubrir anécdotas o directamente
inventarlas, fijarme en los transeúntes e imaginar sus vaivenes. ¿Por qué paran
en esta caseta y pasaron de largo por la anterior? quizá los libros que en una
aparecen son distintos y menos interesantes que en la otra, pero compruebo que
no es así, salvo alguna excepción de alguna librería o editorial especializada,
el resto expone un buen puñado de títulos repetidos. El exitoso best-seller del
año, el
mágico tratado sobre como alimentarse de manera sana, las recetas del
último gurú económico, las memorias de un antaño hombre de referencia de una
opción política, la última novela de un reconocido autor aupado por una no
disimulada campaña publicitaria, el escritor novel que busca el reconocimiento
con una novedosa novela que con un truco
narrativo parece entregar un revulsivo literario, el nuevo libro del Woody
Allen de las letras nacionales aunque la referencia al cineasta tenga más que ver con la
periodicidad en las entregas editoriales que con la calidad de lo que escribe.
Todos estos libros y algún otro destacado ocupan un lugar preeminente del
espacio a la vista. La disposición de los libros parece diseñada como la de los
estantes de los supermercados para potenciar las ventas de determinados
productos. Las portadas llamativas y la cuidada encuadernación hacen el resto,
los potenciales clientes que andan dando un garbeo apenas resisten a la tercera
o cuarta llamada del marketing y terminan comprando alguno de aquellos títulos
estrella.
En un lateral, como un pobre sentado a la mesa de la familia
adinerada se apilan humildes las ediciones de bolsillo. Algunos de ellos
ocuparon el lugar central en al año pasado o el anterior, ahora han perdido sus
brillos y sus duras tapas protectoras, las letras se han reducido para darles
cabida en el nuevo formato y gozan de una nueva oportunidad para ser rescatadas
del olvido de un tiempo cada vez más efímero que premia la inmediatez. Algunos
se paran a investigar en ese rincón, tratando de incentivarse con el recuerdo
de alguna obra que dejaron pasar en el periodo de esplendor mientras lanzan
furtivas miradas a las lustrosas portadas de los campeones de la presente
temporada. El precio resulta determinante, los que hoy ocupan el lugar de honor
son el doble de caros que los de antaño y salvo que estés bien provisto de
liquidez, apenas accederás a uno o dos de ellos, el resto de tus compras si aún
tienes interés y ganas tendrán que conformarse con los hermanos pobres.
Un viaje para el que se necesitaban muchas alforjas, pero en
realidad innecesario, no encontraremos aquí casi nada que no hallásemos en alguna
gran superficie y sin embargo un año más nos encontramos con un éxito de
público que se atreve a desafiar las altas temperaturas. Tal vez les mueva la
posibilidad de que el libro adquirido sea firmado y dedicado por el autor, que
este es uno de los grandes reclamos. Pero también para esto hay clases.
No menos de seis o siete personas, aunque debiera decir
grupos o parejas, hacen cola para que un afamado novelista y articulista,
famoso por su mala leche y por su saga sobre un espadachín del siglo de oro, proceda a estampar su firma precedida por una
frase, que se antoja única y que probablemente suponga un modelo repetido con
alguna pequeña variación, en el ejemplar de su última novela con gran contento
del solicitante, que se enorgullecerá
dela singularidad con la que ha sido agasajado aunque luego no le
satisfaga en absoluto la lectura de la obra. Eso, si es que llega a leerla.
Muchos más, sin embargo, son los que aguardan pacientes a
que se repita el proceso con un conocido presentador de programas de televisión,
de esos que se equiparan con la basura
aunque tal comparativo suponga un premio inmerecido para el producto
televisivo. El éxito traspasa la pantalla, dicen. Y debe ser cierto, puesto que
la longitud de la fila de los que esperan su turno cuadriplica como poco la de
cualquier otro exitoso autor. Podría objetar a juzgar de lo que veo, que
quienes componen el núcleo de tan nutrida espera no tienen apariencia de ser
lectores habituales, pero a la vista de los otros grupos menos numerosos
tampoco parece haber tanta diferencia. Quizá
en este caso el acercamiento al escritor sea mucho menos respetuoso, más
familiar y a veces algo grosero en las formas, como quien se encuentra con un
viejo amigo de otros tiempos y mantiene las bromas de antaño sin mediar una
puesta al día de las circunstancias. Falta de tacto califican a quien
amparándose en el recuerdo hace un chiste sobre aquella chica que todos
calificaban en privado como horror (peor que error) de la naturaleza y ahora le
aclara, el antaño camarada de burlas, que es su esposa y la madre de sus tres
hijos.
Algo así pasa con el
famoso presentador, la persona no existe
y los que allí llegan encuentran al personaje, el tipo que les hace reír con su
cínica maledicencia, el que compadrea desde el otro lado de la pantalla como un
igual lanzando dardos envenenados sobre un o una pobre infeliz que obtuvo el premio, por
azares diversos y por falta de otras virtudes, de convertirse en un
representante de la última ola de famosos. Aunque esta fama sea un juego de
retroalimentación al que llegas por sorpresa y que se mantiene mientras dure la
posibilidad de que seas vituperado, apoyado, desenmascarado, comprendido,
insultado y rehabilitado. Una montaña rusa veleidosa cuyas normas aceptaste
cuando compraste el primer ticket.
El presentador quizá
engreído y orgulloso de su obra piense que una vez que sale del estudio es una
persona distinta, un hombre que merece el mismo respeto que el mejor delos
autores y le disgusta un poco relajar su esnobismo y tener que sonreír y aceptar de buen grado las risotadas de la
señora que se debe creer su tía porque
le habla como tal.
Analizo este paisaje mientras tomo nota mental para cumplir
con el mandado, ya veré como traslado estas, algo deprimentes, sensaciones para dar gusto al nuevo director que espera desde
Zaragoza luminosas y divertidas impresiones. De pronto observo, en la caseta
siguiente a la del televisivo ídolo de masas, a un solitario y paciente
hombrecillo que aguarda sentado y tal vez resignado que algún lector aislado
repare en su presencia. Aunque sólo sea por proximidad y por matar el tiempo de
la larga espera, parecería que tiene opciones para que algún miembro de la
nutrida concurrencia de los vecinos se pudiera distraer echando un vistazo a la
oferta de la caseta anexa y aprovechara para llevarse como trofeo un libro
dedicado de aquel desconocido autor. Pero nada de eso sucede, como si fuera un
lugar invisible y fuera del tiempo, como un paréntesis espacial, nadie se
acerca a aquel expositor. Al otro lado se encuentra contigua una editorial
especializada en libros juveniles y comics que cuenta también con una
interesante afluencia, pero nadie se para delante de la de la Librería Batalla
que así reza el cartel debajo del cual el modesto escritor ve pasar con anhelo
a la multitud curiosa. Es tan extraño que empiezo a pensar que se trata de un
lugar mágico que por asociaciones con cuentos infantiles sólo está reservado
para mis ojos, pero descarto en seguida tal opción cuando compruebo que los
visitantes de la Feria echan un rápido vistazo repleto de indiferencia hacía el
expositor, pero ninguno le dedica el
tiempo suficiente ni como para desacelerar el paso.
Algo conmovido por el comprobado fracaso de los supuestos
objetivos comerciales del buen hombre me acerco a echar un vistazo y practicar
mi buena obra del día y también curioso con la intención de descubrir el porqué
de la evidente falta de interés. De primeras compruebo que la oferta editorial
no se desvía mucho de las de otras casetas, si acaso está expuesta con menos
orden, pero no tanto como justificar el rechazo. Además del hombrecillo, está
de pie, como ansioso por atender a los potenciales pero inexistentes clientes,
un hombre más joven y cuerpo fornido que me sonríe atento mientras estudio
distraídamente los títulos expuestos. Poco a poco me acerco hasta enfrentarme con el
escritor. Miro el título de la novela: “Cuando el ayer no nos basta” de Jose
Enrique Berzoso. Mi cultura de crucigrama no sitúa tampoco el nombre, pero lo
cierto es que la edición no es mala, no parece de esas que un autor anónimo
despreciado por todas las editoriales tira de ahorros para auto editarse unos
cuantos ejemplares con los que probar suerte y aplacar su orgullo herido. Cojo
uno de los libros. Tengo la intención de leer la contraportada para situar la
novela y ver si la historia puede merecerme el interés de la compra, aunque ya
tengo decidido llevármelo en una especie de acto caritativo queriendo disculpar
el desprecio involuntario del resto de concurrentes.
-
Cuenta la historia de un poeta perseguido por un
crimen que no cometió y que se refulgía en un pueblo casi aislado dela montaña
con muy pocos habitantes. Sorprendentemente casi todos ellos son personas de un
nivel cultural altísimo y en principio inexplicable. Una mansión y un lago
parecen tener mucho que ver en ello, pero para el poeta el interés puede
resultar trágico. – se apresura a resumirme el pequeño hombrecillo en quien
vislumbro una mirada huidiza y poco entusiasmo.
-
¿Novela fantástica?, ¿Misterio?- Pregunto
interesado.
-
Es una novela fantástica en realidad, pero no
pertenece a ese género.-responde sin entonación.
Le miro algo sorprendido por lo que puede parecer un chiste,
pero no vislumbro ni la más ligera mueca
que indique la ligereza de la respuesta. Encuentro en su rostro una tristeza
desinteresada. Su cara no es especialmente expresiva, parece corresponder a la
de un hombre que frisa como Don Quijote la cincuentena, con un pelo oscuro que
cae en un descuidado flequillo sobre una frente cubierta de surcos, ojos
pequeños ocultos tras unas gafas que parecen de las que venden en la farmacia
para la presbicia, pequeñas y sin graduación específica, con lentes a modo de
lupa. La nariz ancha no desentona en un rostro algo ovalado. La boca no es
grande pero el labio superior en lo suficientemente carnoso como para no
resultar invisible. Descubro que al joven fornido si se le dibuja una sonrisa
por la ocurrencia.
-
Siendo así, no tengo duda, me llevaré un
ejemplar. ¿Le importa dedicármelo?- Le digo con mi más pulcra cortesía.
-
Claro, dígame a que nombre.- Responde con una
mecánica funcionarial.
-
Carpet Wally.- Contesto también maquinalmente.
Ahora sí que se produce un efecto real en su expresión.
Primero me mira con sorpresa, su mirada se aviva y su boca dibuja un gesto que
no llega a ser una sonrisa. Quizá fue sólo un instante, de nuevo maquinalmente
reconduce la compostura y coge el ejemplar que le sostengo en mi mano., lo abre
por la página de la dedicatoria y comienza a escribir. Pregunto el precio, 16
euros, saco un billete de 20 y se lo tiendo al joven que permanece sonriente,
supongo que encantado con haber realizado al fin una venta. El hombrecillo ya
ha terminado de escribir, me devuelve el libro cerrado. Voy a abrirlo para leer
la dedicatoria.
-Ahora
no, por favor.- me dice en voz baja buscando con la mirada al joven que se
distrae un instante contando las monedas que me ha de devolver.
Pido una bolsa mientras interrogo sin palabras al
hombrecillo, pero ha vuelto a su estado inexpresivo, con el aire resignado y
aburrido que tenía al principio. Me alejo extrañado, 50 metros más allá,
pasadas 5 casetas me detengo, saco el libro de la bolsa y leo por fin la
dedicatoria.
“Con
afecto a Carpet Wally”
Y una
rúbrica sobre unas letras poco identificables
Y un
poco más abajo:
¡¡Ayúdeme
por favor, estoy en peligro!!
Comentarios
Y qué buenos recuerdos, bravo Car!!!
Albanta
Abrazos impacientes.
Por cierto, tendría a bien el susodicho de compartir con los trillones la dedicatoria del marido de Elvira Lindo.
Abrazos indiscretos
Como dice Alban, buenos recuerdos de tiempos pasados.
Un beso
low
Albanta
Al año siguiente, en agradecimiento, le llevé un ejemplar dedicado de "La imagen en el alma". Lo agradeció muchísimo, con la sencillez que le caracteriza. Más tarde, le propuse la escritura de un prólogo, en concreto para que acompañara a Miguel Rellán en "El ojo privado" y también contestó negándose con una elegancia excepcional comprometiéndose a complacerme más adelante. Quizá en el próximo, quién sabe.
"Al César lo que es del César"
Pérez-Reverte le echó un poquito más de gracia y puso "O sea, un abrazo". El cubano no estampó más que su firma y punto.
Con Pérez-Reverte tengo otra anécdota y es que una tía mía mandaba en viaje de estudios a una de sus hijas a Australia con transbordo en no sé dónde. La mujer estaba muy nerviosa porque el viaje era larguísimo y su hija tenía dieciséis añitos. Vio a Pérez-Reverte en la cola del embarque y habló con él y tal. Dio la casualidad de que también iba hacia Australia así que le pidió por favor si podía echar una mirada de vez en cuando a su hija hasta que fueran a recogerla al aeropuerto australiano (creo que era Sidney, pero no estoy seguro). Pérez-Reverte lo arregló para que fueran juntos en el avión y además no la dejó sola ni un momento hasta llegar a Australia. La chica le dijo que no hacía falta que se apañaba ella y demás. Don Arturo solo dijo: "Tu madre me pidió que te cuidara hasta que te vinieran a buscar. Y eso voy a hacer". Esto, conociendo un poco el mundo en el que se mueve esta gente, no es nada normal. Pérez-Reverte se comportó como un auténtico caballero. Alatriste contemporáneo.
Abrazos anecdóticos.
Un beso!
Mul