GUS MORNINS 16/2/21

 

“Lo que realmente me interesa no son los héroes. Son los cobardes. No es el éxito. Es el fracaso”.                                                                         John Schlesinger

Esta semana vamos a rendir homenaje a este director que, a pesar de que no se prodigó mucho en el cine, sí realizó un puñado de buenas películas, hechas con oficio y con un toque de calidad aunque, sin duda, no es de los nombres más conocidos de la historia. Os aseguro que es un tipo al que merece la pena echarle una mirada. Hoy es su cumpleaños. De estar aún con nosotros, hubiesen sido sus 95.

John Schlesinger era londinense de nacimiento, hijo de un pediatra y de una músico. Sirvió en el Extremo Oriente en la Segunda Guerra Mundial, escapándose por poco de la caída de Singapur. Buen estudiante, retomó sus actividades académicas a su regreso a Inglaterra, licenciándose en Literatura Inglesa en 1950. Durante su estancia en la Universidad formó parte del grupo de teatro y del de fotografía, lo que hizo que se plantease muy seriamente comenzar estudios de dirección cinematográfica después de su licenciatura. El caso es que en 1957, ya con 31 años de edad y también licenciado en artes visuales, realiza un cortometraje que llama la atención, Un domingo en el parque y la BBC le contrató para hacer una película mensual dentro de su serie Monitor. Uno de ellos se llamó Los ojos inocentes que también atrajo la atención de Edgar Ansley, director de la British Transport Films, el cual le encarga un documental. La película se llamó Terminus y ganó el León de Oro del Festival de Venecia en 1962.

Con las puertas de la industria abiertas, y con la juventud y las ideas por banderas, Schlesinger no duda en comulgar con los cánones que se habían establecido para el free cinema al que pertenecían Tony Richardson y Karel Reisz entre otros, como extensión en cine del afamado movimiento literario de los “jóvenes airados” o Young angry men cuyo máximo representante era John Osborne. Schlesinger, con el aire realista necesario, el bajo presupuesto y el entusiasmo dirige su primera película de ficción titulada Esa clase de amor, con Alan Bates en el papel de un joven que deja embarazada a su novia y quiere hacerse cargo de todo, pero topa con su dominante madre, que no quiere que se vaya de casa. La película está claramente dentro de ese “realismo de cocina” que se puso muy de moda en el cine británico durante los sesenta y Schlesinger depura mucho su estilo, siendo su siguiente película la excelente Billy, el embustero, con un espléndido Tom Courtenay pletórico de imaginación e imaginándose mundos paralelos para no afrontar la dura realidad que se halla a su alrededor.

Schlesinger se confiesa admirador profundo de la que él considera que es la mejor actriz del mundo. Su sueño de trabajar con ella se hizo realidad con su tercer largometraje, Darling, proporcionando el único Oscar que Julie Christie ha ganado en toda su carrera. Los avatares de esa modelo totalmente amoral, rodeada del swinging London de los sesenta y debatiéndose entre los devaneos que le proponen Dirk Bogarde y Laurence Harvey es un rotundo éxito. Sin embargo, Schlesinger toma una decisión radical dos años después, tras un breve intervalo en la televisión, y abandona los preceptos del free cinema para realizar un cine mucho más cuidado, exquisitamente fotografiado y con una gran atención por el detalle.

Su primera incursión en la nueva etapa es Lejos del mundanal ruido, otra vez con Julie Christie siendo acompañada por Alan Bates y Peter Finch. Basada en la novela de Thomas Hardy, otro personaje de lujo para Christie en la piel de una rica heredera perseguida por tres hombres en la Inglaterra decimonónica. Tiene también su éxito y es infinitamente superior a la reciente versión que se ha hecho de la misma historia. Gracias a esta película Schlesinger es reclamado por Hollywood para hacerse cargo de una película que pasará a los anales de la contracorriente, máxima representante del cine más liberal estadounidense. Cowboy de medianoche.

La historia de la amistad en el hoyo entre Jon Voight y Dustin Hoffman resulta de un impacto tremendo en la época, al abordar un problema como la prostitución masculina además del aburrimiento de las mujeres de mediana edad y el terrible destino de la homosexualidad en la gran urbe. Hay quien abomina y quien adora esta película. Yo creo que ya se ha quedado muy antigua, por mucho que nos guste, especialmente, la interpretación de Dustin Hoffman como ese Ratso Rizzo cojo y humillado hasta la exasperación por el mundo a la espera de alguien que le lleve a disfrutar del sol de Florida. La película obtuvo tres Oscars: mejor película, mejor guión adaptado y mejor dirección para John Schlesinger.

Vuelve a Inglaterra para rodar Domingo, maldito domingo al lado de Peter Finch, Glenda Jackson y Murray Head. No deja de levantar ampollas la historia de un joven que tiene dos amantes: un aburrido doctor y una oficinista frustrada. El tema de la bisexualidad y de la promiscuidad aquí está tratado con cierta crudeza y no a todos convence la película, pero no cabe duda de que Schlesinger no tiene miedo a adentrarse por terrenos no demasiado conocidos.

Vuelve a Hollywood para hacerse con un proyecto muy deseado por varios directores. La esperada adaptación de la novela de Nathanael West Como plaga de langosta, con Donald Sutherland, Karen Black y Burgess Meredith. Durante muchos años, fue un guión ambicionado y lo más curioso de todo es que, a pesar de su reparto lleno de prestigio, y de su cuidada ambientación en los años treinta…tuvo una distribución penosa y fue un fracaso de altura. Schlesinger quería volverse a Inglaterra, pero el guionista William Goldman tenía entre manos la adaptación de su propia novela Marathon Man y creyó que Schlesinger era el más indicado. Después de varias reuniones, consiguió convencerle y, quizá, esta sea la mejor película de toda la filmografía del director británico. Aún realiza otra película interesante, como es Yanquis, con Richard Gere y Vanessa Redgrave describiendo la vida de los soldados americanos mientras esperaban en el Reino Unido para desembarcar en Europa, pero, de una forma un tanto incomprensible, la carrera de Schlesinger decae en este momento sin mediar ninguna explicación aparente.

Rueda una flojísima comedia sin nombres demasiado conocidos lastrada desde su título, Desmadre en la autopista, trata de montar una película de espías y lo que le sale es un estúpido juego entre unos niñatos que tocan fuego y se queman con todas las de la ley en El juego del halcón, con Sean Penn y Timothy Hutton, realiza una aceptable película con la que es una de las mejores interpretaciones de la carrera de Shirley McLaine en Madame Sousatzka y, luego, ahí sí, se mete con muchísimo acierto en el thriller  con la estupenda De repente, un extraño, con Matthew Modine, Melanie Griffith y un maravilloso Michael Keaton haciendo imposible la vida a una pareja que sólo quiere alquilar a alguien la parte de debajo de su propia casa. Una película muy contenida, muy bien llevada, con un suspense lleno de estilo y un villano que merece estar en un lugar de honor del peor museo de los horrores.

Poca cosa que ofrecer desde aquel 1990. Primero, El inocente, una supuesta historia de espías con Isabella Rossellini, Anthony Hopkins y Campbell Scott que flojea por todos lados e incluye una secuencia final que quiere remedar a la de Casablanca; Ojo por ojo, o Sally Field sufriendo por llevar a cabo una venganza en un papel muy improbable para ella y en una historia absolutamente rutinaria y, por último, Algo casi perfecto, vehículo para Madonna del que sólo se salva el habitual buen hacer de Rupert Everett.

Como curiosidades, podemos citar que siempre dijo que la única actriz con la que trabajaría siempre y con los ojos cerrados es Julie Christie. De hecho, quería que ella protagonizara con Al Pacino y Laurence Olivier Marathon Man y ella dijo que sí siempre que estuviera Pacino. El tremendo éxito de El padrino II elevó el cast del actor hasta límites insospechados y Schlesinger lo sustituyó por Dustin Hoffman. Al hacerlo, perdió a Julie Christie.

Durante el rodaje de Marathon Man, Schlesinger se dio cuenta de que no tenía ni idea de poner en escena cualquier elemento de acción. Se pegó una buena maratón de películas para aprenderlo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, fue muy conocido en el frente del Sureste Asiático porque era un soldado que entretenía a las tropas con sorprendentes números de magia.

Siempre dijo que lo peor de su carrera fue hacer Desmadre en la autopista, la película que le hizo perder más proyectos.

Lo cierto es que, aunque su carrera se podría describir como una uve invertida, John Schlesinger fue un director a tener en cuenta porque quiso romper estilos y fronteras, aunque luego la elección de sus proyectos fuera más que discutible.

Os dejo un vídeo con la presentación del personaje de Dustin Hoffman en Marathon Man. A pesar de ya tener los treinta y cinco años, no dejaba de ser una osadía que se empeñase en interpretar a un estudiante de veintitrés que se estaba preparando para la Maratón de Nueva York.



Y como mosaico, ahí os lo dejo dirigiendo a su musa (hay que aclarar que nunca estuvo enamorado de ella, Schlesinger era homosexual) en Lejos del mundanal ruido con Terence Stamp de testigo privilegiado.



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