EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXX)
-Quiere saber si sois dioses
-Dioses no, ingleses que es
lo más parecido
El
HOMBRE QUE PUDO REINAR (The man who whould be
king). USA, 1975. Dir John Huston con Sean Connery, Michael Caine, Christopher
Plummer, Saed Jaffrey
Que John Huston merece estar
en cualquier lista junto a los más grandes directores de la historia del cine
es algo que no admite la más mínima discusión. Pero, ojo, que aquí nos
encontramos también ante un autor al que un sector de la crítica de ayer y hoy
se empeñó y se empeña en castigar catalogando su obra de irregular. Y todo porque
en su filmografía, junto a un buen puñado de clásicos del séptimo arte, hallamos
también algunos títulos que no están a la altura hasta el punto de resultar
impropios de alguien de su categoría. Huston proyecta sobre su propia producción
su pasión por la vida; en su caso, los rodajes son a veces un simple pretexto
para poder organizar una juerga entre viejos amigos que hace tiempo que no se
ven, cuando no una excusa para hacer las maletas y plantarse en África a cazar
elefantes y a pillar de paso un par de buenas borracheras.
En lo que sí parece haber
mayor unanimidad y consenso es en considerar a Huston como el artista que mejor
ha sabido retratar en el cine al personaje del perdedor. Detrás de esta figura
arquetípica con larga tradición en la gran pantalla, gracias especialmente a
géneros como el cine negro o el western, se esconde a menudo una visión
romántica e idealizada de la que Huston rehúye a sabiendas. No obstante, en las
películas del director los perdedores son, en el fondo, triunfadores, pues la
derrota es siempre sinónimo de una vida coherente y basada en principios que se
llevan hasta las últimas consecuencias.
John Huston nace el 5 de
agosto de 1906 en Nevada, Missouri, hijo de la periodista Rhea Gore y del actor
Walter Huston, toda una leyenda en Hollywood que precisamente ganará el único
Oscar de su carrera gracias a trabajar a las órdenes de su vástago en El
tesoro de Sierra Madre. Al separarse sus progenitores, John se va a vivir
con su madre y su abuela, aunque no pierde nunca el contacto paterno. En sus
años mozos, John hizo de todo: fue boxeador – llegando incluso a ganar algún
campeonato-, periodista, agregado militar y hasta vivió la bohemia de París
ejerciendo como pintor ambulante. “He sido un hombre que ha vivido muchas
vidas” reconocerá posteriormente en su autobiografía.
En el cine, y gracias a la
ayuda de su padre, Huston empieza interviniendo como extra en películas como La
tormenta (William Wyler, 1930), aunque pronto compagina sus apariciones
delante de la cámara con la escritura de guiones. Dos de los más conocidos ya a
final de la década serán Jezabel (1938) y Cumbres borrascosas
(1939), ambos dirigidos precisamente para Wyler, pero podemos citar también sus
colaboraciones para Raoul Walsh (El último refugio, 1941) o para Howard
Hawks (Sargento York, 1941).
Huston se sienta por primera
vez en la silla del director para ponerse al frente de una de las operas primas
más celebradas de la historia del séptimo arte. Por supuesto, él se hará cargo
también del guión de El halcón maltés (1941), adaptación del clásico homónimo
de Dashiell Hammet que ya había sido llevado a la pantalla en dos ocasiones
anteriores (1931 y 1936). Huston recrea
las andanzas del famoso detective de San Francisco, Sam Spade, convertido en mito
gracias a la magistral interpretación que de él hace Humprey Bogart. Spade se
enfrenta al misterioso caso de la supuesta desaparición de una mujer a la que
reclama su hermana, aunque, en realidad, todo es una tapadera tras la cual se
esconde el robo de una valiosa estatuilla del imperio español que representa la
figura de un pájaro. El detective no
será el único que busca la joya, y tendrá entre sus rivales a una peligrosa
banda de delincuentes internacionales que también pretende hacerse con el
botín.
El halcón maltés
se considera de forma casi unánime como la obra
que inaugura el denominado” cine negro”, término que acuña por primera vez por
estos años el crítico italiano Nino Frank. Ya antes de los cuarenta existían
películas “negras”, historias protagonizadas por detectives, policías o
gángsters, que presentan cierto carácter de denuncia social y exhiben una
estética muy particular en la que se aprecia claramente la huella de las
técnicas expresionistas provenientes de Europa. A partir del film de Huston, el
género adquiere verdadera carta de naturaleza con unos códigos y unas reglas
específicas. La película opta a tres
Oscars de la Academia de Hollywood, mejor película, mejor guión y mejor actor
secundario, y en ella se puede oír la famosa expresión “el material con el que
se forjan los sueños” que tantas veces se ha utilizado para referirse a la
constitución de las propias películas. En la primera de su filmografía, Huston
forja una auténtica leyenda.
Huston repite con Bogart y
en su segundo trabajo tras la cámara combina drama y cine bélico en A través
del Pacífico (1942), una historia ambientada en los días previos al ataque
japonés a Pearl Harbour. Ya en el terreno del puro melodrama, el cineasta
dirige a Bette Davis - en uno de sus clásicos papeles de mala malísima- y a
Olivia de Havilland en Como ella sola (1943).
Pero al igual que sucede en
el caso de otros compañeros de profesión, la guerra interrumpe la carrera
cinematográfica de Huston, quien, no obstante, también rueda varias piezas
documentales desde el frente de batalla. La más reconocida de todas ellas, La
batalla de San Pietro (1944), es todo un referente dentro del género, pero
su rodaje fue trágico ya que en él perdieron la vida tres cámaras miembros del
equipo. A su regreso a Estados Unidos, Huston rueda un nuevo documental, Let
there be light (1946), sobre los traumas sufridos por un grupo de veteranos
de guerra confinados en un hospital de Long Island tras resultar heridos en
combate. El ejército estadounidense se negó en su día a su distribución, y la
película, que tenía como narrador al padre del propio director, no pudo
estrenarse comercialmente hasta 1980.
De regreso a la ficción, Huston
vuelve a contar con su amigo Humphrey Bogart en Cayo Largo (1948), adaptación
de una obra teatral de Maxwell Anderson que había sido un éxito en Broadway a finales
de la década anterior. La acción de la película tiene lugar en el interior de
un hotel de Florida en donde un grupo de gánsters retiene al personal y a los
huéspedes del establecimiento durante el transcurso de un fuerte huracán. Se
trata de la última película protagonizada por la mítica pareja Bogart - Bacall
tras Tener y no tener, El sueño eterno y La senda tenebrosa;
en el reparto nos encontramos además con un espléndido Edward G. Robinson en el
papel de villano y con Claire Trevor que se llevó a casa el Oscar a mejor
secundaria del año por su trabajo.
Ese mismo año, Huston
estrena El tesoro de Sierra Madre (1948) y realiza su primera incursión
en el cine de aventuras, uno de sus géneros favoritos. Nunca una película de
Hollywood ha retratado de manera tan cruel y despiadada la codicia humanas como
en este relato de perdedores, antiguos camaradas a quienes acaba devorando su
propia ambición. Gracias a él, su autor se alzó con los dos únicos Oscars de su
carrera, los que reconocían su labor como director y guionista del film.
Además, como ya comentamos anteriormente, Walter Huston conquistó la estatuilla
como mejor secundario. El rodaje tuvo lugar en varias localizaciones de México
-la acción transcurre en ese país durante los años 20- y en él Huston llegó a
encariñarse tanto con uno de los niños que trabajaban como extras que acabó
adoptándolo.
La figura del perdedor
aparece en otros títulos de esta época como Éramos desconocidos (1949),
ambientado en la Cuba de los años 30, y La jungla de asfalto, todo un
clásico del género negro y una de las películas más influyentes en el cine de
atracos y robos. En ella, un grupo de experimentados delincuentes planea el
asalto nocturno a una joyería, pero el destino se alía en su contra y la
operación acaba en fracaso. Es fácil reconocer la huella de este film en obras
posteriores que ya hemos citado aquí en más de una ocasión.
A continuación, Huston se
embarca en una de las aventuras más legendarias de la historia del cine. Sin
duda, el rodaje de La Reina de África (1950), merece este calificativo y
el calvario que vivieron los miembros del equipo durante el mismo – un infierno
tropical llegarían a calificarlo- resulta casi tan famoso como la propia
película. Peleas, broncas, borracheras, enfermedades, el anecdotario que rodea la
filmación es infinito y apasionante. Clint Eastwood recreó los meses que duró
el proceso en su magnífica Cazador blanco, corazón negro (1990),
basándose en el cuaderno de rodaje del escritor Peter Viertel, que colaboró en
el guión del film, aunque finalmente no logró ser incluido en los créditos. Por
lo demás, la historia de Rose Sayer y Charlie Allnut huyendo en una barcaza de
los nazis surcando el río Ulanga en una vieja barcaza sigue rebosando
clasicismo y mantiene intacto el encanto del primer día. Naturalmente, nada en
La reina de África sería lo mismo sin ellos dos, una como siempre espléndida
Katharine Hepburn, y un Humphrey Bogart pletórico conquistando su primer y
único Oscar de interpretación. Es una película en cierto modo atípica en la
filmografía de Huston con mensaje vital y optimista infrecuente en el director,
y un sentido del humor también diferente con respecto al que ha utilizado hasta
entonces.
Huston no queda nada
satisfecho de su siguiente trabajo, la adaptación cinematográfica de la célebre
novela de Stephen Crane La roja insignia del valor (1951), localizada en la
americana guerra de secesión. Huston utiliza la planificación propia del cine
negro para recrear el ambiente del campo de batalla en la que consideraba iba a
ser su película más ambiciosa hasta la fecha. La Metro, sin embargo, acabó
masacrando el montaje final del film, dejando su duración en 69 minutos para
disgusto de su responsable principal que ese mismo año optaría al Oscar al
mejor director por otro de sus films. Huston rueda Moulin Rouge (1951)
en Reino Unido adaptando una novela de Pierre La Mure que abordaba los últimos
años de la vida del pintor francés Toulose Lautrec. Pese a desarrollar un guión
que por momentos se muestra algo inconsistente, no cabe duda de que nos
encontramos ante un más que notable espectáculo musical y pictórico rodado en
un majestuoso Tecnicolor.
De inclasificable puede
catalogarse el siguiente proyecto que pone en marcha el director. Los críticos
no se ponen de acuerdo en si La burla del diablo (1953) es un thriller,
un drama o una comedia. Lo más probable es que haciendo honor a su título en
castellano, el film no sea más que una burla perpetrada por sus autores hacia
el espectador y los críticos. El guión, obra del propio Huston y de Truman
Capote se iba escribiendo sobre la marcha día a día en el set de rodaje, y
muchos lo catalogan hoy como una parodia de El halcón maltés. El propio rodaje se habría concebido como una
excusa para reunir a viejos amigos, y pese a lo excelso del reparto, la
película fue un lógico fracaso comercial. Para más inri, los herederos de los
derechos del film renunciaron a renovar los derechos de autor, por lo que en la
actualidad éste puede verse y distribuirse libremente.
Huston se centra entonces, y
hasta final de la década, en un cine de aventuras localizado en parajes más o
menos exóticos, comenzando por una irregular versión del clásico de Melville Moby
Dick (1956) con Gregory Peck en la piel del capitán Ahab. A esta cinta le siguen otras como la
espléndida Solo Dios lo sabe (1957), con unos maravillosos Robert
Mitchum y Deborah Kerr en el reparto, Las raíces del cielo (1958) y El
bárbaro y la geisha (1958).
Los sesenta no comienzan
bien para el director que tiene problemas para levantar Los que no perdonan,
un atípico western psicológico en el que se proponía abordar el tema del
racismo en su país. Huston chocó con la United que quería darle al film un
cariz más comercial aprovechando el tirón de sus dos estrellas, Burt Lancaster
y Audrey Hepburn. La actriz se lesionó al caerse de un caballo en una de las
escenas, y estuvo un tiempo alejada del rodaje de una película que siempre
repudió; al parecer, el accidente le provocó un aborto posterior y le dejó
secuelas. Una película fallida por la visión estereotipada que da de los
indios, y por lo chocante que resulta ver a la Hepburn de mestiza. Suerte que
la siguiente en la filmografía del cineasta es la imprescindible Vidas
rebeldes (1961), con guión de Arthur Miller según su propio relato.
El rodaje fue también
caótico, marcado por el clima extremo que debió soportar el equipo al rodar en
el desierto de Nevada a más de 40º durante varias semanas, y por las continuas
desavenencias entre Huston y la protagonista del film Marilyn Monroe, casada
por entonces con Miller. Fue por cierto la última película de Norma Jean que se
estrenó en los cines así como la última interpretación de otro de los
protagonistas, Clark Gable que falleció apenas doce días después de finalizar
la grabación del film. Montgomery Clift, otro actor marcado por la tragedia,
Thelma Ritter y Elli Wallach completan el reparto de una película que sobresale
por su soberbio - y desolador- retrato de personajes. Incidiendo también en el
drama psicológico y con Monty Clift como protagonista, Huston rueda después Freud,
pasión secreta, biopic del padre del psicoanálisis cuyo guión empezó a
escribir Jean Paul Sartre, quien más tarde se apearía del proyecto en marcha.
El Huston más irónico asoma
en El último de la lista (1963) un curioso divertimento en forma de
intriga criminal que acaba pareciéndose al juego del “quién es quién”. La trama que mezcla toques de thriller con
comedia es predecible y el plantel de actores, encabezado por George C. Scott y
Kirk Douglas, es impresionante, si bien muchos de ellos aparecen disfrazados y
caracterizados resultando más o menos irreconocibles. Solo al final, durante
los títulos de crédito, la estrella en cuestión – Lancaster, Curtis, Sinatra…-
se despoja de su careta o su disfraz y revela al público su verdadera
identidad. Un año más tarde, Huston adapta en La noche de la iguana
(1964) a Tennesse Williams, ya se sabe alcohol, sudor y represiones sexuales
varias en un texto que parece adaptarse al director con un guante. Richard
Burton está arrollador secundado por una sensual Ava Gardner que desafía al
puritanismo encarnado por Deborah Kerr y la recientemente fallecida Sue Lyon.
El baño nocturno de Ava junto a dos nativos mexicanos al son de las maracas es
historia del cine.
En el ecuador de su carrera,
Huston se enfrenta a dos proyectos controvertidos. La Biblia (1966) es un ambicioso
encargo por parte del productor italiano Dino de Laurentiis quien de la mano de
la Fox pretende resucitar en plenos sesenta el cine épico y religioso que había
hecho furor durante la anterior década. Ayudado por otro espectacular elenco
artístico, Huston recrea alguno de los pasajes del Antiguo Testamento, pero la
película peca – nunca mejor dicho- de cierta grandilocuencia y acaba resultando
decepcionante. Huston es también uno de
los cinco directores -acreditados- que firma Casino Royale (1967) que
toma el título de la primera novela que Sir Ian Fleming dedicó al personaje
de James Bond para montar una parodia en torno a las películas protagonizadas por
007. La película en general es pesada y
aburrida, aunque lo más triste es ver a tanto talento junto desperdiciado. Pero
si Casino Royale fue la de arena en 1967, ese mismo año Huston puso la
de cal con Reflejos de un ojo dorado, basado en la novela de Carson
McCullers, muy al estilo de las piezas de Tennesse Williams. Estamos pues ante
otro contundente drama psicológico, ambientado esta vez en el mundo militar,
con un Marlon Brando cuestionándose su propia identidad sexual ante una esposa perversa
y manipuladora. Ella es Elizabeth Taylor, y en realidad debería haber tenido
como compañero a Montgomery Clift que hubiese interpretado el papel de Brando
de no haber fallecido unas semanas antes de comenzar el rodaje. Un joven
Francis Ford Coppola colaboró con el autor de la novela en el guión del film,
aunque finalmente no figura en los créditos.
Angelica Huston debuta en la
gran pantalla a las órdenes de su padre a finales de la década en Paseo
sobre el amor y la muerte (1969). Tiene tan solo 16 años y con el tiempo se
convertirá en una grandísima actriz, inteligente y versátil. La película con la
que se presenta al público es un drama medieval que transcurre en los tiempos
de la peste, y muchos críticos de la época, tal vez rizando demasiado el rizo,
vieron en ella una crítica velada a la intervención norteamericana en Vietnam.
En los años siguientes y en
pleno auge de la Guerra Fría, Huston aborda el cine de espías en La carta
del Kremlin (1970) y El hombre de McKintosh (1973) protagonizada
esta última por Paul Newman. Blue Eyes encabeza también junto a Ava
Gardner el reparto de El juez de la horca (1972) que el realizador rueda
entremedias apuntándose a la moda en boga por entonces del western paródico. El
guión corre a cuenta de John Millius quien previamente se había ofrecido para
dirigir la película.
La ética y la estética del
perdedor se hace palpable en una de las grandes obras maestras de la
filmografía hustoniana. Fat City (1972) – una de mis favoritas del
director, ya lo digo- está basada en una novela de Leonard Gardner quien
también escribió el guión, y se localiza en un ambiente tan cinematográfico como
es el mundo del boxeo. Sin embargo, la
película va más allá del mito tradicional del púgil que desde la nada llega a
la cima para después volver a caer definitivamente. Sus personajes son unos
fracasados desde el principio sin ellos muy bien saberlo, y Huston los retrata
con un cariño y una ternura que conmueve. Es la primera película rodada por el
director en Estados Unidos en diez años, tras su “exilio” británico; Huston se
propuso rodar una película “a la contra”, y tanto el público como la crítica le
dieron la espalda. La apuesta era arriesgada en una época en el que ya el “neo
Hollywood” de los jóvenes talentos había obligado a reinterpretar de otra forma
el clasicismo cinematográfico.
Afortunadamente, el tiempo ha acabado poniendo las cosas en su sitio y
hoy Fat City se ve como la gran obra maestra que siempre fue. Además las
interpretaciones, especialmente las de Stacey Keach y Jeff Bridges, rozan lo
sublime.
Después de El hombre que
pudo reinar (1975) y de las fallidas Sangre sabia (1979) Y Phobia
(1980) Huston completa su filmografía con dos títulos tan populares dentro de
la misma como Evasión o victoria (1981) y Annie (1982). Todo en la primera gira en torno al fútbol y
al llamado Partido de la Muerte, un encuentro que se disputó en realidad el 9
de agosto de 1943 y que enfrentó a un grupo de veteranos del Dinamo de Kiev con
un potente equipo alemán durante la época en la que Ucrania estaba ocupada por
el III Reich. A pesar de sufrir amenazas de tortura y muerte si ganaban el
partido, los ucranianos se impusieron claramente a sus rivales sufriendo
posteriormente las consecuencias. En la ficción, la trama se desarrolla en un
campo de prisioneros y el choque tiene lugar entre un equipo de prisioneros del
bando aliado y sus propios carceleros. La conocida peculiaridad del film está
en su reparto en el que se mezclan caras conocidas del cine (Michael Caine, Max
Von Sidow, Silvester Stallone) con viejas glorias del balompié como Pelé o Boby
Moore. Por su parte, Annie debe
su fama al éxito cosechado en los teatros de Broadway, y pese a contener
números musicales de altura se queda algo por debajo de lo deseable. Al frente
de su reparto figuran Carol Burnnet y Albert Finney que repetirá con el
director en su siguiente trabajo. Casi cuatro décadas después de El tesoro
de Sierra Madre, Huston vuelve a México para rodar Bajo el volcán
(1984), adaptación de la novela homónima y semiautobiográfica de Malcom Lowry publicada
en 1947. La trama se desarrolla en las vísperas del estallido de la Segunda
Guerra Mundial, en una fecha tan especial para la nación centroamericana como
es el Día de los Muertos, y sigue durante la jornada los pasos de un antiguo
cónsul británico desplazado al país azteca, un hombre destruido por el alcohol.
A punto de cumplir ochenta
años, Huston sorprende a todos con la insuperable El honor de los Prizzi (1985) que le permite desplegar su juvenil
sentido del humor y de la ironía. La película, adaptación de una novela negra
de Richard Condon, se burla del género negro y el cine de mafias reinaugurado
por Coppola en su saga Corleone, pero en realidad Huston se vale de ella para
dejar constancia de la visión desencantada que tiene del mundo que está a punto
de abandonar. Divertida e ingeniosa de principio a fin, la obra se beneficia de
las interpretaciones de su pareja protagonista, unos sobresalientes Jack
Nicholson y Katheleen Turner que en ningún momento del metraje dejan de hacer
gala de su excelente química (y eso que acaban como acaban). La película fue un
tremendo éxito, obtuvo cuatro Globos de Oro y un total de ocho nominaciones a los
Oscars, aunque solo finalmente Anjelica Huston fue recompensada con el galardón
en la categoría de actriz secundaria.
Huston que había iniciado prácticamente su trayectoria haciendo que su
padre ganase un premio de la Academia la concluía viendo a su hija recibir la
estatuilla dorada gracias su intervención en otra de sus películas.
El honor de los
Prizzi podría haber sido una más
que digna despedida del cine para ese espíritu burlón que fue siempre John
Huston. No obstante, al veterano realizador todavía le quedaba una última bala
en la recámara. Y esa bala era Dublineses (Los muertos) que realizó meses
antes de dejarnos en 1987. Huston, que
siempre llevó muy a gala de sus orígenes irlandeses, llevaba décadas intentando
llevar a la pantalla el relato de James Joyce, considerado el gran poeta nacional
en el país con más premios Nobel de Literatura por habitante. Sin duda, el
autor de Ulises se habría sentido orgulloso de esta adaptación
cinematográfica que su medio paisano rodó al borde de la muerte, postrado en
una silla de ruedas y conectado a una bombona de oxígeno a causa del enfisema
pulmonar que a la postre se lo llevaría de este mundo. El director se rodeó de
los suyos en un ambiente cálido y familiar como el de esa cena de Epifanía que
es el centro de la trama. Anjelica Huston vuelve a conmover con su
interpretación (su escena en las escaleras rompe el alma literalmente) y Tony,
otro de los miembros del clan se ocupó de guionizar este majestuoso poema que
nos recuerda la huella que la muerte deja en los vivos. El resultado es tal vez
el mejor y más sincero testamento cinematográfico que nos haya podido dejar
nadie nunca.
John Huston murió en Rodhe
Island el 28 de agosto de 1987. Unos días después, su última película se
proyectaba en el Festival de Venecia entre aplausos emocionados.
En paralelo a su carrera
como director y guionista desarrolló una apreciable carrera como actor delante
de la cámara. Además de participar como secundario en alguno de sus propios
films, destacó en papeles como los que interpretó para Otto Premminger en El
cardenal o para Roman Polanski en Chinatown.
Lahore, India, finales del siglo
XIX. El joven escritor Rudyard Kipling, que más tarde será reconocido con el
Premio Nobel de Literatura, trabaja como corresponsal local del rotativo Northern
Star cuando el país todavía forma parte del imperio británico. Una noche,
mientras trabaja a solas en su oficina ultimando uno de sus artículos, Kipling
recibe la inesperada visita de un desconocido. El individuo, que viste ropa de
mendigo, está medio ciego y luce un aspecto bastante lamentable, pide a su
anfitrión que le dé de beber para acto seguido preguntarle si es capaz de
reconocerle. Kipling no cae en la identidad del recién llegado que al instante
procede a presentarse como Peachhy Carnehan, antiguo oficial del ejército
inglés. Es entonces cuando el periodista comienza a recordar y a interesarse
por el relato de su invitado.
En realidad, Kipling y
Carnehan se habían conocido tres años antes a bordo de un tren camino de
Jodnpur. Antes, en la estación, el segundo había aprovechado un descuido del
primero en la ventanilla donde sacó su billete para robarle su reloj. Sin
embargo, tras examinar detenidamente la pieza robada, el ladrón corre hacia el
tren para devolvérsela a su dueño. Carnehan ha descubierto en el reloj una
inscripción que le identifica como miembro de la masonería, al igual que él.
Durante el trayecto, el ex oficial devuelve el reloj aduciendo que el robo lo
cometió un tercer pasajero que compartía con ellos el vagón. Sin embargo,
Kipling ya había advertido su ausencia en la propia estación.
Antes de despedirse,
Carnahan pide a Kipling que localice a un tal Daniel Dravot para darle un
recado. Dravot es el mejor amigo de Carnahan, y como él, sirvió en el ejército
como suboficial.
Lo cierto es que tras
abandonar las armas, Carnahan y Dravot se dedicaron a vivir del pillaje y de la
estafa, y no les fue del todo mal. Un día, los dos camaradas se presentan en la
oficina de Kipling y le hacen partícipe de un curioso proyecto que tienen ambos
y que pretenden sellar ante un testigo como si de un contrato comercial se
tratara. Su propósito, tan arriesgado como absurdo, es internarse en la región
de Kifiristán al norte del país y tratar de conquistar sus tierras. Cuenta la
leyenda que ningún hombre ha logrado llegar hasta allí desde los tiempos de
Alejandro Magno, su verdadero descubridor, que asentó allí sus tropas en el 328
a de C. Kipling les avisa que el viaje es peligroso y que en el trayecto
deberán sortear toda clase de peligros y enfrentarse a un clima extremo. Lejos
de mermar el ánimo de Carnahan y Dravot, estas advertencias les animan todavía
más.
Así que los dos granujas se disponen a
emprender su aventura, y para empezar se hacen con un importante cargamento de
armas chantajeando a un rajá de la zona. Se integran en una caravana rumbo al
desierto haciéndose pasar por un sacerdote y su sirviente loco. Ya en solitario llegan a la región de
Pusthukan atravesando las corrientes de un río de aguas bravas. En la orilla
encuentran a unos campesinos y les roban las mulas a cuyos lomos se adentrarán
en una zona montañosa donde sufren los rigores del hielo y las nieves. En el
ascenso, las mulas mueren, Davrot pierde momentáneamente la vista y los dos
amigos quedan aislados durante varios días después de un alud. Finalmente, y
tras todo tipo de penurias, la pareja llega a su mítico destino.
Su primera experiencia en
Kafiristán es presenciar el ataque a un poblado por parte de un grupo de
enmascarados a los que acaban por reducir. Allí encuentran también a Billy
Fish, único superviviente de una expedición de geógrafos ingleses que estuvo
explorando la zona tiempo atrás, y que en el futuro servirá a Carnahan y Dravot
como intérprete ante los nativos.
Los dos exoficiales deciden
quedarse en el pueblo y adiestrar a sus hombres para defenderse de los ataques
de sus enemigos. El pueblo lleva años en guerra con una tribu vecina. En el
enfrentamiento final entre ambos bandos tendrá lugar un hecho que cambiará la
vida de todos los involucrados en él. En un momento del combate, Devrot
arremete a caballo y por su cuenta contra el enemigo; es entonces cuando una
flecha impacta en su costado a la altura del corazón sin ocasionarle herida
alguna ya que la bandolera que lleva consigo repele el contacto con la piel. No
lo perciben así quienes contemplan la escena quien cree que se trata de un
milagro pues no han visto brotar sangre del cuerpo de Devrot. Los guerreros se
postran ante el soldado que no puede dejar de mostrar estupefacción por lo
ocurrido.
Más tarde, cuando se retiren
a descansar, Fish les explicará que el pueblo cree que Devrot es un dios. Según
cuenta la leyenda, tras abandonar Kafiristán, Alejandro Magno prometió que uno
de sus hijos volvería al paísen el futuro para ocupar el trono de su padre.
Ahora todos piensan que la profecía se ha cumplido y aclaman a su nuevo
monarca, un rey de propiedades divinas.
Carnahan y Devrot son conducidos a la cámara del tesoro de Alejandro
repleta de valiosas joyas. Devrot se entusiasma con la idea de huir del país
cargados con el botín, pero su compañero le insta a ser más prudente y esperar.
Como primera medida, el
nuevo rey, Sikander II, ordena que los dos pueblos que se han enfrentado entre
sí firmen la paz, y juntos formen un único ejército con el que seguir
anexionando tierras kafiristaníes. La armada avanza por el desierto hasta
llegar a una ciudad santa donde el nuevo rey será recibido por un sacerdote.
Este reconoce a Sikandar al ver que del pecho de Devrot cuelga una medalla en
la que puede leerse una inscripción perteneciente a la logia masónica. Es la
misma que Alejandro mandó esculpir sobre una piedra siglos atrás.
La ceremonia de coronación
de Devrot tiene lugar en medio de una gran solemnidad. Tras la misma, el
soberano expresa a su amigo su intención de casarse con Roxanne, una joven de
gran belleza a la que ha conocido y de la que se ha enamorado. Roxanne era
también el nombre de la esposa de Alejandro. Devrot deberá incumplir uno de los
puntos del contrato que firmó junto a su amigo en presencia de Kipling, pues
este impedía a cualquiera de los dos tener contacto con mujeres durante su
aventura (ambos se habían comprometido asimismo a no probar alcohol mientras
durase la misma).
Ya coronado rey, Devrot
comienza a ejercer sus labores de monarca y comienza a impartir juicios
públicos en la plaza principal de la ciudad. Carnahan intenta convencerle de
que es momento de regresar a la India pero recibe una respuesta negativa, pues
Devrot parece haber encontrado su lugar en el mundo y dice que se queda.
Se celebra la boda con
Roxanne con Carnahan de padrino. Al acercarse para besar al novio, la joven,
visiblemente nerviosa, le muerde en la mejilla provocándole la consiguiente
herida. Al ver la sangre, los sacerdotes se dan cuenta del fraude ya que en
realidad han estado todo el tiempo rindiendo culto a un mortal.
Devrot y Carnahan salen
huyendo de una muchedumbre que finalmente logra atraparles. La marabunta da
muerte a Fish y condena a Devrot a atravesar un puente colgante del que irán
cortando sus cuerdas poco a poco. Viendo cercana su muerte, Devrot comienza a
entonar los acordes de una marcha militar a la que se termina uniendo su
compañero Carnahan. Finalmente, el puente cede y el falso rey cae al abismo.
Así concluye el relato de
Carnahan que cuenta también a Kipling que fue crucificado por los kafiristaníes
como castigo. Al ver que al día siguiente no había muerto en la cruz, le
dejaron marchar creyendo que se trataba de un milagro. Carnahan se despide de
su anfitrión dejándole un último obsequio que lleva envuelto en un fardo. Se
trata del cráneo modificado de su compañero muerto, tocado con la corona de
Kafiristán, el pueblo del que un día llegó a ser rey.
Rudyard Kipling escribió la
historia de El hombre que pudo reinar
en 1888 cuando contaba tan solo veintitrés años de edad. El texto era uno de
los cuatro cuentos que integraba el volumen The Panthom Ricksaw, y en él su autor, considerado por muchos como el “escritor del imperio” dejaba caer una sutil crítica hacia las
políticas colonialistas que los británicos estaban llevando en su país desde su
ocupación cuarenta años antes.
Tras varios intentos fallidos,
John Huston pudo por fin ver cumplido su sueño de trasladar el texto a la
pantalla a mediados de los setenta. Treinta años antes, el director había
barajado los nombres de Humphrey Bogart y Clark Gable para una primera
adaptación frustrada. Kirk Douglas y Burt Lancaster sonaron para una segunda
intentona, y aún hubo una tercera que habrían de protagonizar ya en los
setenta, Paul Newman y Robert Redford, aprovechando el tirón y la química que
los actores habían exhibido en Dos
hombres y un destino. Finalmente, los actores que acabarían dando vida a
Devrot y a Carnahan, fueron Sean Connery y Michael Caine, que además eran
británicos al igual que los protagonistas. Por cierto, siempre que les han
preguntado a Connery y a Caine por el papel favorito de sus carreras
respectivas, tanto uno como otro han respondido que el que les tocó interpretar
en el film de Huston. Ni que decir
tiene que la actuación de ambos está más allá del elogio. En el reparto nos
encontramos también con Christopher Plummer encarnando al propio Ruydard
Kipling que decidió introducirse como personaje en su relato; asimismo cabe
destacar la breve aparición – en el papel de Roxanne- de la esposa de Michael
Caine, Shakira Caine, quien tras quedar tercera en el certamen de Miss Mundo 1973
representando a India inició una carrera como actriz y modelo internacional.
Con
El hombre que pudo reinar, su director se despide además de uno de los
géneros a los que más esfuerzos dedicó a lo largo de su carrera como es el cine
de aventuras. Más tarde, volvería a México para rodar Bajo el volcán,
pero no cabe duda de que la novela de Malcom Lowry ofrece un tono mucho más
intimista. A destacar aquí el
impresionante trabajo de fotografía de Oswald Morris retratando el desierto
marroquí en el que en realidad se filmó la película. Huston proyecta una mirada
épica en las aventuras que viven Carnahan y Devrot sin descuidar el desarrollo
psicológico de los personajes. Con un tratamiento eminentemente clásico, El
hombre que pudo reinar sorprende por su perfecto acabado visual, gracias al
cual la cinta pudo optar al Oscar en las categorías de vestuario, montaje y
dirección artística. No logró finalmente ninguno de ellos, como tampoco se alzó
con la cuarta estatuilla a la que aspiraba, la de mejor guión adaptado.
Y
es que la odisea de Kipling es también, como dijimos, la historia de la
evolución emocional e interior de sus protagonistas. Las andanzas de Carnahan y
Devrot tienen algo de quijotescas, y la trama sirve a Huston para abordar
algunos sus argumentos favoritos: la amistad y la camaradería, pero también la
codicia y por supuesto la derrota o la debilidad humana ante la tentación que
supone el poder. Por si fuera poco, el
cineasta insertó en su obra un ingrediente que no había aparecido en las
grandes epopeyas filmadas durante la época anterior como era el uso de la
ironía y el sentido del humor. Todo el universo del director condensado en una
sola película que además desmantela prejuicios sobre el género de acción y
aventuras. Quizá, con alguna excepción como la de Spielberg y su saga de
Indiana Jones, y perdido entre la vacuidad de los efectos especiales, el cine
ha olvidado definitivamente el espíritu a partir del cual surgieron títulos
como El hombre que pudo reinar.
Comentarios
Será que estoy sensible tras las fiestas navideñas. Será que que estoy contento por el regreso tardío del gus en este 2020. O será, muy probablemente, que el maravilloso gus de hoy está dedicado a quien está dedicado y a la película que el gran maño ha elegido.
Si Dex reconoce que "Fat City" es una de sus preferidas del director, yo ya he reconocido en muchas ocasiones que Huston es uno de mis directores preferidos de la historia del cine.
Hay directores a los que hay que reconocer un maravilloso acabado técnico, un espectacular uso de la luz, del color, de la puesta en escena. A otros un increíble sentido del ritmo o de obtener las mejores interpretaciones de sus actores. Algunos son referencia por la forma de contar las historias o porque sus innovaciones o firma de mirar cambiaron la forma de hacer cine. otros por su forma de traspasar la pantalla y lograr que el espectador entre en las imágenes...
Un poco o un mucho de todo eso lo tiene Huston. Su entrada en el cine con "El halcón maltés" puede ser junto a "Ciudadano Kane" la ópera prima más notable de todos los tiempos. El virtuosismo técnico de algunas de sus películas o escenas de ellas se puede valorar desde el intimismo de "Dublineses" hasta la espectacularidad de "Evasión o victoria" (sigue siendo, y ya ha pasado mucho tiempo, la mejor película sobre fútbol que se ha rodado). El ritmo de "La jungla de asfalto", por poner un ejemplo, es perfecto para lo que se cuenta, no es apabullante sino que está medido a la perfección acelerando o parando el tempo tal y como exige la narración para que el espectador entre en esa historia del atraco perfecto que se va torciendo a cada momento.¿Los actores? Hepburn y Bogart en "La reina de África" destrozarían al más pintado con dos interpretaciones míticas, dos únicos actores (casi) que se comen 90 minutos de antología.
Y lo de traspasar la pantalla es para mi, la marca de la casa de Huston. Y "El hombre que pudo reinar" lo reúne todo. Unos personajes que se te hacen colegas, dos sinvergüenzas buscavidas con los que no puedes más que empatizar pese a todos sus defectos. Dos interpretaciones magistrales, un sentido del ritmo maravilloso, escenas mágicas (la angustiosa escena de las nieves y el frío dejan en pañales a cosas muy posteriores como "Everest",por poner un ejemplo) y el sentido de la aventura traspasa la pantalla, descubrimos nuevos mundos con esos ingleses locos, llegamos a la cima y caemos con ellos, disfrutamos y gozamos cada momento y en los momentos trágicos entonamos la canción hasta morir con honor.
Qué maravilla. Mil gracias amigo. esto es entrar en el nuevo año con el mejor pie. Desde ya, mi gus preferido de toda esta increíble lista de genialidades que nos has ido regalando.
Abrazos desde el puente.