EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXX)



-Quiere saber si sois dioses
-Dioses no, ingleses que es lo más parecido




El HOMBRE QUE PUDO REINAR (The man who whould be king). USA, 1975. Dir John Huston con Sean Connery, Michael Caine, Christopher Plummer, Saed Jaffrey

Que John Huston merece estar en cualquier lista junto a los más grandes directores de la historia del cine es algo que no admite la más mínima discusión. Pero, ojo, que aquí nos encontramos también ante un autor al que un sector de la crítica de ayer y hoy se empeñó y se empeña en castigar catalogando su obra de irregular. Y todo porque en su filmografía, junto a un buen puñado de clásicos del séptimo arte, hallamos también algunos títulos que no están a la altura hasta el punto de resultar impropios de alguien de su categoría. Huston proyecta sobre su propia producción su pasión por la vida; en su caso, los rodajes son a veces un simple pretexto para poder organizar una juerga entre viejos amigos que hace tiempo que no se ven, cuando no una excusa para hacer las maletas y plantarse en África a cazar elefantes y a pillar de paso un par de buenas borracheras.

En lo que sí parece haber mayor unanimidad y consenso es en considerar a Huston como el artista que mejor ha sabido retratar en el cine al personaje del perdedor. Detrás de esta figura arquetípica con larga tradición en la gran pantalla, gracias especialmente a géneros como el cine negro o el western, se esconde a menudo una visión romántica e idealizada de la que Huston rehúye a sabiendas. No obstante, en las películas del director los perdedores son, en el fondo, triunfadores, pues la derrota es siempre sinónimo de una vida coherente y basada en principios que se llevan hasta las últimas consecuencias.

John Huston nace el 5 de agosto de 1906 en Nevada, Missouri, hijo de la periodista Rhea Gore y del actor Walter Huston, toda una leyenda en Hollywood que precisamente ganará el único Oscar de su carrera gracias a trabajar a las órdenes de su vástago en El tesoro de Sierra Madre. Al separarse sus progenitores, John se va a vivir con su madre y su abuela, aunque no pierde nunca el contacto paterno. En sus años mozos, John hizo de todo: fue boxeador – llegando incluso a ganar algún campeonato-, periodista, agregado militar y hasta vivió la bohemia de París ejerciendo como pintor ambulante. “He sido un hombre que ha vivido muchas vidas” reconocerá posteriormente en su autobiografía.

En el cine, y gracias a la ayuda de su padre, Huston empieza interviniendo como extra en películas como La tormenta (William Wyler, 1930), aunque pronto compagina sus apariciones delante de la cámara con la escritura de guiones. Dos de los más conocidos ya a final de la década serán Jezabel (1938) y Cumbres borrascosas (1939), ambos dirigidos precisamente para Wyler, pero podemos citar también sus colaboraciones para Raoul Walsh (El último refugio, 1941) o para Howard Hawks (Sargento York, 1941).

Huston se sienta por primera vez en la silla del director para ponerse al frente de una de las operas primas más celebradas de la historia del séptimo arte. Por supuesto, él se hará cargo también del guión de El halcón maltés (1941), adaptación del clásico homónimo de Dashiell Hammet que ya había sido llevado a la pantalla en dos ocasiones anteriores (1931 y 1936).  Huston recrea las andanzas del famoso detective de San Francisco, Sam Spade, convertido en mito gracias a la magistral interpretación que de él hace Humprey Bogart. Spade se enfrenta al misterioso caso de la supuesta desaparición de una mujer a la que reclama su hermana, aunque, en realidad, todo es una tapadera tras la cual se esconde el robo de una valiosa estatuilla del imperio español que representa la figura de un pájaro.  El detective no será el único que busca la joya, y tendrá entre sus rivales a una peligrosa banda de delincuentes internacionales que también pretende hacerse con el botín.

El halcón maltés se considera de forma casi unánime como la obra que inaugura el denominado” cine negro”, término que acuña por primera vez por estos años el crítico italiano Nino Frank. Ya antes de los cuarenta existían películas “negras”, historias protagonizadas por detectives, policías o gángsters, que presentan cierto carácter de denuncia social y exhiben una estética muy particular en la que se aprecia claramente la huella de las técnicas expresionistas provenientes de Europa. A partir del film de Huston, el género adquiere verdadera carta de naturaleza con unos códigos y unas reglas específicas.  La película opta a tres Oscars de la Academia de Hollywood, mejor película, mejor guión y mejor actor secundario, y en ella se puede oír la famosa expresión “el material con el que se forjan los sueños” que tantas veces se ha utilizado para referirse a la constitución de las propias películas. En la primera de su filmografía, Huston forja una auténtica leyenda.

Huston repite con Bogart y en su segundo trabajo tras la cámara combina drama y cine bélico en A través del Pacífico (1942), una historia ambientada en los días previos al ataque japonés a Pearl Harbour. Ya en el terreno del puro melodrama, el cineasta dirige a Bette Davis - en uno de sus clásicos papeles de mala malísima- y a Olivia de Havilland en Como ella sola (1943).

Pero al igual que sucede en el caso de otros compañeros de profesión, la guerra interrumpe la carrera cinematográfica de Huston, quien, no obstante, también rueda varias piezas documentales desde el frente de batalla. La más reconocida de todas ellas, La batalla de San Pietro (1944), es todo un referente dentro del género, pero su rodaje fue trágico ya que en él perdieron la vida tres cámaras miembros del equipo. A su regreso a Estados Unidos, Huston rueda un nuevo documental, Let there be light (1946), sobre los traumas sufridos por un grupo de veteranos de guerra confinados en un hospital de Long Island tras resultar heridos en combate. El ejército estadounidense se negó en su día a su distribución, y la película, que tenía como narrador al padre del propio director, no pudo estrenarse comercialmente hasta 1980.

De regreso a la ficción, Huston vuelve a contar con su amigo Humphrey Bogart en Cayo Largo (1948), adaptación de una obra teatral de Maxwell Anderson que había sido un éxito en Broadway a finales de la década anterior. La acción de la película tiene lugar en el interior de un hotel de Florida en donde un grupo de gánsters retiene al personal y a los huéspedes del establecimiento durante el transcurso de un fuerte huracán. Se trata de la última película protagonizada por la mítica pareja Bogart - Bacall tras Tener y no tener, El sueño eterno y La senda tenebrosa; en el reparto nos encontramos además con un espléndido Edward G. Robinson en el papel de villano y con Claire Trevor que se llevó a casa el Oscar a mejor secundaria del año por su trabajo.

Ese mismo año, Huston estrena El tesoro de Sierra Madre (1948) y realiza su primera incursión en el cine de aventuras, uno de sus géneros favoritos. Nunca una película de Hollywood ha retratado de manera tan cruel y despiadada la codicia humanas como en este relato de perdedores, antiguos camaradas a quienes acaba devorando su propia ambición. Gracias a él, su autor se alzó con los dos únicos Oscars de su carrera, los que reconocían su labor como director y guionista del film. Además, como ya comentamos anteriormente, Walter Huston conquistó la estatuilla como mejor secundario. El rodaje tuvo lugar en varias localizaciones de México -la acción transcurre en ese país durante los años 20- y en él Huston llegó a encariñarse tanto con uno de los niños que trabajaban como extras que acabó adoptándolo.

La figura del perdedor aparece en otros títulos de esta época como Éramos desconocidos (1949), ambientado en la Cuba de los años 30, y La jungla de asfalto, todo un clásico del género negro y una de las películas más influyentes en el cine de atracos y robos. En ella, un grupo de experimentados delincuentes planea el asalto nocturno a una joyería, pero el destino se alía en su contra y la operación acaba en fracaso. Es fácil reconocer la huella de este film en obras posteriores que ya hemos citado aquí en más de una ocasión.

A continuación, Huston se embarca en una de las aventuras más legendarias de la historia del cine. Sin duda, el rodaje de La Reina de África (1950), merece este calificativo y el calvario que vivieron los miembros del equipo durante el mismo – un infierno tropical llegarían a calificarlo- resulta casi tan famoso como la propia película. Peleas, broncas, borracheras, enfermedades, el anecdotario que rodea la filmación es infinito y apasionante. Clint Eastwood recreó los meses que duró el proceso en su magnífica Cazador blanco, corazón negro (1990), basándose en el cuaderno de rodaje del escritor Peter Viertel, que colaboró en el guión del film, aunque finalmente no logró ser incluido en los créditos. Por lo demás, la historia de Rose Sayer y Charlie Allnut huyendo en una barcaza de los nazis surcando el río Ulanga en una vieja barcaza sigue rebosando clasicismo y mantiene intacto el encanto del primer día. Naturalmente, nada en La reina de África sería lo mismo sin ellos dos, una como siempre espléndida Katharine Hepburn, y un Humphrey Bogart pletórico conquistando su primer y único Oscar de interpretación. Es una película en cierto modo atípica en la filmografía de Huston con mensaje vital y optimista infrecuente en el director, y un sentido del humor también diferente con respecto al que ha utilizado hasta entonces.

Huston no queda nada satisfecho de su siguiente trabajo, la adaptación cinematográfica de la célebre novela de Stephen Crane La roja insignia del valor (1951), localizada en la americana guerra de secesión. Huston utiliza la planificación propia del cine negro para recrear el ambiente del campo de batalla en la que consideraba iba a ser su película más ambiciosa hasta la fecha. La Metro, sin embargo, acabó masacrando el montaje final del film, dejando su duración en 69 minutos para disgusto de su responsable principal que ese mismo año optaría al Oscar al mejor director por otro de sus films. Huston rueda Moulin Rouge (1951) en Reino Unido adaptando una novela de Pierre La Mure que abordaba los últimos años de la vida del pintor francés Toulose Lautrec. Pese a desarrollar un guión que por momentos se muestra algo inconsistente, no cabe duda de que nos encontramos ante un más que notable espectáculo musical y pictórico rodado en un majestuoso Tecnicolor.

De inclasificable puede catalogarse el siguiente proyecto que pone en marcha el director. Los críticos no se ponen de acuerdo en si La burla del diablo (1953) es un thriller, un drama o una comedia. Lo más probable es que haciendo honor a su título en castellano, el film no sea más que una burla perpetrada por sus autores hacia el espectador y los críticos. El guión, obra del propio Huston y de Truman Capote se iba escribiendo sobre la marcha día a día en el set de rodaje, y muchos lo catalogan hoy como una parodia de El halcón maltés.  El propio rodaje se habría concebido como una excusa para reunir a viejos amigos, y pese a lo excelso del reparto, la película fue un lógico fracaso comercial. Para más inri, los herederos de los derechos del film renunciaron a renovar los derechos de autor, por lo que en la actualidad éste puede verse y distribuirse libremente.

Huston se centra entonces, y hasta final de la década, en un cine de aventuras localizado en parajes más o menos exóticos, comenzando por una irregular versión del clásico de Melville Moby Dick (1956) con Gregory Peck en la piel del capitán Ahab.  A esta cinta le siguen otras como la espléndida Solo Dios lo sabe (1957), con unos maravillosos Robert Mitchum y Deborah Kerr en el reparto, Las raíces del cielo (1958) y El bárbaro y la geisha (1958).

Los sesenta no comienzan bien para el director que tiene problemas para levantar Los que no perdonan, un atípico western psicológico en el que se proponía abordar el tema del racismo en su país. Huston chocó con la United que quería darle al film un cariz más comercial aprovechando el tirón de sus dos estrellas, Burt Lancaster y Audrey Hepburn. La actriz se lesionó al caerse de un caballo en una de las escenas, y estuvo un tiempo alejada del rodaje de una película que siempre repudió; al parecer, el accidente le provocó un aborto posterior y le dejó secuelas. Una película fallida por la visión estereotipada que da de los indios, y por lo chocante que resulta ver a la Hepburn de mestiza. Suerte que la siguiente en la filmografía del cineasta es la imprescindible Vidas rebeldes (1961), con guión de Arthur Miller según su propio relato.

El rodaje fue también caótico, marcado por el clima extremo que debió soportar el equipo al rodar en el desierto de Nevada a más de 40º durante varias semanas, y por las continuas desavenencias entre Huston y la protagonista del film Marilyn Monroe, casada por entonces con Miller. Fue por cierto la última película de Norma Jean que se estrenó en los cines así como la última interpretación de otro de los protagonistas, Clark Gable que falleció apenas doce días después de finalizar la grabación del film. Montgomery Clift, otro actor marcado por la tragedia, Thelma Ritter y Elli Wallach completan el reparto de una película que sobresale por su soberbio - y desolador- retrato de personajes. Incidiendo también en el drama psicológico y con Monty Clift como protagonista, Huston rueda después Freud, pasión secreta, biopic del padre del psicoanálisis cuyo guión empezó a escribir Jean Paul Sartre, quien más tarde se apearía del proyecto en marcha.

El Huston más irónico asoma en El último de la lista (1963) un curioso divertimento en forma de intriga criminal que acaba pareciéndose al juego del “quién es quién”.  La trama que mezcla toques de thriller con comedia es predecible y el plantel de actores, encabezado por George C. Scott y Kirk Douglas, es impresionante, si bien muchos de ellos aparecen disfrazados y caracterizados resultando más o menos irreconocibles. Solo al final, durante los títulos de crédito, la estrella en cuestión – Lancaster, Curtis, Sinatra…- se despoja de su careta o su disfraz y revela al público su verdadera identidad. Un año más tarde, Huston adapta en La noche de la iguana (1964) a Tennesse Williams, ya se sabe alcohol, sudor y represiones sexuales varias en un texto que parece adaptarse al director con un guante. Richard Burton está arrollador secundado por una sensual Ava Gardner que desafía al puritanismo encarnado por Deborah Kerr y la recientemente fallecida Sue Lyon. El baño nocturno de Ava junto a dos nativos mexicanos al son de las maracas es historia del cine.

En el ecuador de su carrera, Huston se enfrenta a dos proyectos controvertidos.  La Biblia (1966) es un ambicioso encargo por parte del productor italiano Dino de Laurentiis quien de la mano de la Fox pretende resucitar en plenos sesenta el cine épico y religioso que había hecho furor durante la anterior década. Ayudado por otro espectacular elenco artístico, Huston recrea alguno de los pasajes del Antiguo Testamento, pero la película peca – nunca mejor dicho- de cierta grandilocuencia y acaba resultando decepcionante.  Huston es también uno de los cinco directores -acreditados- que firma Casino Royale (1967) que toma el título de la primera novela que Sir Ian Fleming dedicó al personaje de James Bond para montar una parodia en torno a las películas protagonizadas por 007.  La película en general es pesada y aburrida, aunque lo más triste es ver a tanto talento junto desperdiciado. Pero si Casino Royale fue la de arena en 1967, ese mismo año Huston puso la de cal con Reflejos de un ojo dorado, basado en la novela de Carson McCullers, muy al estilo de las piezas de Tennesse Williams. Estamos pues ante otro contundente drama psicológico, ambientado esta vez en el mundo militar, con un Marlon Brando cuestionándose su propia identidad sexual ante una esposa perversa y manipuladora. Ella es Elizabeth Taylor, y en realidad debería haber tenido como compañero a Montgomery Clift que hubiese interpretado el papel de Brando de no haber fallecido unas semanas antes de comenzar el rodaje. Un joven Francis Ford Coppola colaboró con el autor de la novela en el guión del film, aunque finalmente no figura en los créditos.

Angelica Huston debuta en la gran pantalla a las órdenes de su padre a finales de la década en Paseo sobre el amor y la muerte (1969). Tiene tan solo 16 años y con el tiempo se convertirá en una grandísima actriz, inteligente y versátil. La película con la que se presenta al público es un drama medieval que transcurre en los tiempos de la peste, y muchos críticos de la época, tal vez rizando demasiado el rizo, vieron en ella una crítica velada a la intervención norteamericana en Vietnam.

En los años siguientes y en pleno auge de la Guerra Fría, Huston aborda el cine de espías en La carta del Kremlin (1970) y El hombre de McKintosh (1973) protagonizada esta última por Paul Newman. Blue Eyes encabeza también junto a Ava Gardner el reparto de El juez de la horca (1972) que el realizador rueda entremedias apuntándose a la moda en boga por entonces del western paródico. El guión corre a cuenta de John Millius quien previamente se había ofrecido para dirigir la película.

La ética y la estética del perdedor se hace palpable en una de las grandes obras maestras de la filmografía hustoniana. Fat City (1972) – una de mis favoritas del director, ya lo digo- está basada en una novela de Leonard Gardner quien también escribió el guión, y se localiza en un ambiente tan cinematográfico como es el mundo del boxeo.  Sin embargo, la película va más allá del mito tradicional del púgil que desde la nada llega a la cima para después volver a caer definitivamente. Sus personajes son unos fracasados desde el principio sin ellos muy bien saberlo, y Huston los retrata con un cariño y una ternura que conmueve. Es la primera película rodada por el director en Estados Unidos en diez años, tras su “exilio” británico; Huston se propuso rodar una película “a la contra”, y tanto el público como la crítica le dieron la espalda. La apuesta era arriesgada en una época en el que ya el “neo Hollywood” de los jóvenes talentos había obligado a reinterpretar de otra forma el clasicismo cinematográfico.  Afortunadamente, el tiempo ha acabado poniendo las cosas en su sitio y hoy Fat City se ve como la gran obra maestra que siempre fue. Además las interpretaciones, especialmente las de Stacey Keach y Jeff Bridges, rozan lo sublime.

Después de El hombre que pudo reinar (1975) y de las fallidas Sangre sabia (1979) Y Phobia (1980) Huston completa su filmografía con dos títulos tan populares dentro de la misma como Evasión o victoria (1981) y Annie (1982).  Todo en la primera gira en torno al fútbol y al llamado Partido de la Muerte, un encuentro que se disputó en realidad el 9 de agosto de 1943 y que enfrentó a un grupo de veteranos del Dinamo de Kiev con un potente equipo alemán durante la época en la que Ucrania estaba ocupada por el III Reich. A pesar de sufrir amenazas de tortura y muerte si ganaban el partido, los ucranianos se impusieron claramente a sus rivales sufriendo posteriormente las consecuencias. En la ficción, la trama se desarrolla en un campo de prisioneros y el choque tiene lugar entre un equipo de prisioneros del bando aliado y sus propios carceleros. La conocida peculiaridad del film está en su reparto en el que se mezclan caras conocidas del cine (Michael Caine, Max Von Sidow, Silvester Stallone) con viejas glorias del balompié como Pelé o Boby Moore.  Por su parte, Annie debe su fama al éxito cosechado en los teatros de Broadway, y pese a contener números musicales de altura se queda algo por debajo de lo deseable. Al frente de su reparto figuran Carol Burnnet y Albert Finney que repetirá con el director en su siguiente trabajo. Casi cuatro décadas después de El tesoro de Sierra Madre, Huston vuelve a México para rodar Bajo el volcán (1984), adaptación de la novela homónima y semiautobiográfica de Malcom Lowry publicada en 1947. La trama se desarrolla en las vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en una fecha tan especial para la nación centroamericana como es el Día de los Muertos, y sigue durante la jornada los pasos de un antiguo cónsul británico desplazado al país azteca, un hombre destruido por el alcohol.

A punto de cumplir ochenta años, Huston sorprende a todos con la insuperable El honor de los Prizzi (1985) que le permite desplegar su juvenil sentido del humor y de la ironía. La película, adaptación de una novela negra de Richard Condon, se burla del género negro y el cine de mafias reinaugurado por Coppola en su saga Corleone, pero en realidad Huston se vale de ella para dejar constancia de la visión desencantada que tiene del mundo que está a punto de abandonar. Divertida e ingeniosa de principio a fin, la obra se beneficia de las interpretaciones de su pareja protagonista, unos sobresalientes Jack Nicholson y Katheleen Turner que en ningún momento del metraje dejan de hacer gala de su excelente química (y eso que acaban como acaban). La película fue un tremendo éxito, obtuvo cuatro Globos de Oro y un total de ocho nominaciones a los Oscars, aunque solo finalmente Anjelica Huston fue recompensada con el galardón en la categoría de actriz secundaria.  Huston que había iniciado prácticamente su trayectoria haciendo que su padre ganase un premio de la Academia la concluía viendo a su hija recibir la estatuilla dorada gracias su intervención en otra de sus películas.

El honor de los Prizzi podría haber sido una más que digna despedida del cine para ese espíritu burlón que fue siempre John Huston. No obstante, al veterano realizador todavía le quedaba una última bala en la recámara. Y esa bala era Dublineses (Los muertos) que realizó meses antes de dejarnos en 1987.  Huston, que siempre llevó muy a gala de sus orígenes irlandeses, llevaba décadas intentando llevar a la pantalla el relato de James Joyce, considerado el gran poeta nacional en el país con más premios Nobel de Literatura por habitante. Sin duda, el autor de Ulises se habría sentido orgulloso de esta adaptación cinematográfica que su medio paisano rodó al borde de la muerte, postrado en una silla de ruedas y conectado a una bombona de oxígeno a causa del enfisema pulmonar que a la postre se lo llevaría de este mundo. El director se rodeó de los suyos en un ambiente cálido y familiar como el de esa cena de Epifanía que es el centro de la trama. Anjelica Huston vuelve a conmover con su interpretación (su escena en las escaleras rompe el alma literalmente) y Tony, otro de los miembros del clan se ocupó de guionizar este majestuoso poema que nos recuerda la huella que la muerte deja en los vivos. El resultado es tal vez el mejor y más sincero testamento cinematográfico que nos haya podido dejar nadie nunca.

John Huston murió en Rodhe Island el 28 de agosto de 1987. Unos días después, su última película se proyectaba en el Festival de Venecia entre aplausos emocionados.

En paralelo a su carrera como director y guionista desarrolló una apreciable carrera como actor delante de la cámara. Además de participar como secundario en alguno de sus propios films, destacó en papeles como los que interpretó para Otto Premminger en El cardenal o para Roman Polanski en Chinatown.




Lahore, India, finales del siglo XIX. El joven escritor Rudyard Kipling, que más tarde será reconocido con el Premio Nobel de Literatura, trabaja como corresponsal local del rotativo Northern Star cuando el país todavía forma parte del imperio británico. Una noche, mientras trabaja a solas en su oficina ultimando uno de sus artículos, Kipling recibe la inesperada visita de un desconocido. El individuo, que viste ropa de mendigo, está medio ciego y luce un aspecto bastante lamentable, pide a su anfitrión que le dé de beber para acto seguido preguntarle si es capaz de reconocerle. Kipling no cae en la identidad del recién llegado que al instante procede a presentarse como Peachhy Carnehan, antiguo oficial del ejército inglés. Es entonces cuando el periodista comienza a recordar y a interesarse por el relato de su invitado.

En realidad, Kipling y Carnehan se habían conocido tres años antes a bordo de un tren camino de Jodnpur. Antes, en la estación, el segundo había aprovechado un descuido del primero en la ventanilla donde sacó su billete para robarle su reloj. Sin embargo, tras examinar detenidamente la pieza robada, el ladrón corre hacia el tren para devolvérsela a su dueño. Carnehan ha descubierto en el reloj una inscripción que le identifica como miembro de la masonería, al igual que él. Durante el trayecto, el ex oficial devuelve el reloj aduciendo que el robo lo cometió un tercer pasajero que compartía con ellos el vagón. Sin embargo, Kipling ya había advertido su ausencia en la propia estación.

Antes de despedirse, Carnahan pide a Kipling que localice a un tal Daniel Dravot para darle un recado. Dravot es el mejor amigo de Carnahan, y como él, sirvió en el ejército como suboficial.
Lo cierto es que tras abandonar las armas, Carnahan y Dravot se dedicaron a vivir del pillaje y de la estafa, y no les fue del todo mal. Un día, los dos camaradas se presentan en la oficina de Kipling y le hacen partícipe de un curioso proyecto que tienen ambos y que pretenden sellar ante un testigo como si de un contrato comercial se tratara. Su propósito, tan arriesgado como absurdo, es internarse en la región de Kifiristán al norte del país y tratar de conquistar sus tierras. Cuenta la leyenda que ningún hombre ha logrado llegar hasta allí desde los tiempos de Alejandro Magno, su verdadero descubridor, que asentó allí sus tropas en el 328 a de C. Kipling les avisa que el viaje es peligroso y que en el trayecto deberán sortear toda clase de peligros y enfrentarse a un clima extremo. Lejos de mermar el ánimo de Carnahan y Dravot, estas advertencias les animan todavía más.

 Así que los dos granujas se disponen a emprender su aventura, y para empezar se hacen con un importante cargamento de armas chantajeando a un rajá de la zona. Se integran en una caravana rumbo al desierto haciéndose pasar por un sacerdote y su sirviente loco.  Ya en solitario llegan a la región de Pusthukan atravesando las corrientes de un río de aguas bravas. En la orilla encuentran a unos campesinos y les roban las mulas a cuyos lomos se adentrarán en una zona montañosa donde sufren los rigores del hielo y las nieves. En el ascenso, las mulas mueren, Davrot pierde momentáneamente la vista y los dos amigos quedan aislados durante varios días después de un alud. Finalmente, y tras todo tipo de penurias, la pareja llega a su mítico destino.

Su primera experiencia en Kafiristán es presenciar el ataque a un poblado por parte de un grupo de enmascarados a los que acaban por reducir. Allí encuentran también a Billy Fish, único superviviente de una expedición de geógrafos ingleses que estuvo explorando la zona tiempo atrás, y que en el futuro servirá a Carnahan y Dravot como intérprete ante los nativos.

Los dos exoficiales deciden quedarse en el pueblo y adiestrar a sus hombres para defenderse de los ataques de sus enemigos. El pueblo lleva años en guerra con una tribu vecina. En el enfrentamiento final entre ambos bandos tendrá lugar un hecho que cambiará la vida de todos los involucrados en él. En un momento del combate, Devrot arremete a caballo y por su cuenta contra el enemigo; es entonces cuando una flecha impacta en su costado a la altura del corazón sin ocasionarle herida alguna ya que la bandolera que lleva consigo repele el contacto con la piel. No lo perciben así quienes contemplan la escena quien cree que se trata de un milagro pues no han visto brotar sangre del cuerpo de Devrot. Los guerreros se postran ante el soldado que no puede dejar de mostrar estupefacción por lo ocurrido.

Más tarde, cuando se retiren a descansar, Fish les explicará que el pueblo cree que Devrot es un dios. Según cuenta la leyenda, tras abandonar Kafiristán, Alejandro Magno prometió que uno de sus hijos volvería al paísen el futuro para ocupar el trono de su padre. Ahora todos piensan que la profecía se ha cumplido y aclaman a su nuevo monarca, un rey de propiedades divinas.  Carnahan y Devrot son conducidos a la cámara del tesoro de Alejandro repleta de valiosas joyas. Devrot se entusiasma con la idea de huir del país cargados con el botín, pero su compañero le insta a ser más prudente y esperar.

Como primera medida, el nuevo rey, Sikander II, ordena que los dos pueblos que se han enfrentado entre sí firmen la paz, y juntos formen un único ejército con el que seguir anexionando tierras kafiristaníes. La armada avanza por el desierto hasta llegar a una ciudad santa donde el nuevo rey será recibido por un sacerdote. Este reconoce a Sikandar al ver que del pecho de Devrot cuelga una medalla en la que puede leerse una inscripción perteneciente a la logia masónica. Es la misma que Alejandro mandó esculpir sobre una piedra siglos atrás.

La ceremonia de coronación de Devrot tiene lugar en medio de una gran solemnidad. Tras la misma, el soberano expresa a su amigo su intención de casarse con Roxanne, una joven de gran belleza a la que ha conocido y de la que se ha enamorado. Roxanne era también el nombre de la esposa de Alejandro. Devrot deberá incumplir uno de los puntos del contrato que firmó junto a su amigo en presencia de Kipling, pues este impedía a cualquiera de los dos tener contacto con mujeres durante su aventura (ambos se habían comprometido asimismo a no probar alcohol mientras durase la misma).

Ya coronado rey, Devrot comienza a ejercer sus labores de monarca y comienza a impartir juicios públicos en la plaza principal de la ciudad. Carnahan intenta convencerle de que es momento de regresar a la India pero recibe una respuesta negativa, pues Devrot parece haber encontrado su lugar en el mundo y dice que se queda.

Se celebra la boda con Roxanne con Carnahan de padrino. Al acercarse para besar al novio, la joven, visiblemente nerviosa, le muerde en la mejilla provocándole la consiguiente herida. Al ver la sangre, los sacerdotes se dan cuenta del fraude ya que en realidad han estado todo el tiempo rindiendo culto a un mortal.

Devrot y Carnahan salen huyendo de una muchedumbre que finalmente logra atraparles. La marabunta da muerte a Fish y condena a Devrot a atravesar un puente colgante del que irán cortando sus cuerdas poco a poco. Viendo cercana su muerte, Devrot comienza a entonar los acordes de una marcha militar a la que se termina uniendo su compañero Carnahan. Finalmente, el puente cede y el falso rey cae al abismo.

Así concluye el relato de Carnahan que cuenta también a Kipling que fue crucificado por los kafiristaníes como castigo. Al ver que al día siguiente no había muerto en la cruz, le dejaron marchar creyendo que se trataba de un milagro. Carnahan se despide de su anfitrión dejándole un último obsequio que lleva envuelto en un fardo. Se trata del cráneo modificado de su compañero muerto, tocado con la corona de Kafiristán, el pueblo del que un día llegó a ser rey.




Rudyard Kipling escribió la historia de El hombre que pudo reinar en 1888 cuando contaba tan solo veintitrés años de edad. El texto era uno de los cuatro cuentos que integraba el volumen The Panthom Ricksaw, y en él su autor, considerado por muchos como el escritor del imperio dejaba caer una sutil crítica hacia las políticas colonialistas que los británicos estaban llevando en su país desde su ocupación cuarenta años antes.

Tras varios intentos fallidos, John Huston pudo por fin ver cumplido su sueño de trasladar el texto a la pantalla a mediados de los setenta. Treinta años antes, el director había barajado los nombres de Humphrey Bogart y Clark Gable para una primera adaptación frustrada. Kirk Douglas y Burt Lancaster sonaron para una segunda intentona, y aún hubo una tercera que habrían de protagonizar ya en los setenta, Paul Newman y Robert Redford, aprovechando el tirón y la química que los actores habían exhibido en Dos hombres y un destino. Finalmente, los actores que acabarían dando vida a Devrot y a Carnahan, fueron Sean Connery y Michael Caine, que además eran británicos al igual que los protagonistas. Por cierto, siempre que les han preguntado a Connery y a Caine por el papel favorito de sus carreras respectivas, tanto uno como otro han respondido que el que les tocó interpretar en el film de Huston. Ni que decir tiene que la actuación de ambos está más allá del elogio. En el reparto nos encontramos también con Christopher Plummer encarnando al propio Ruydard Kipling que decidió introducirse como personaje en su relato; asimismo cabe destacar la breve aparición – en el papel de Roxanne- de la esposa de Michael Caine, Shakira Caine, quien tras quedar tercera en el certamen de Miss Mundo 1973 representando a India inició una carrera como actriz y modelo internacional.

Con El hombre que pudo reinar, su director se despide además de uno de los géneros a los que más esfuerzos dedicó a lo largo de su carrera como es el cine de aventuras. Más tarde, volvería a México para rodar Bajo el volcán, pero no cabe duda de que la novela de Malcom Lowry ofrece un tono mucho más intimista.  A destacar aquí el impresionante trabajo de fotografía de Oswald Morris retratando el desierto marroquí en el que en realidad se filmó la película. Huston proyecta una mirada épica en las aventuras que viven Carnahan y Devrot sin descuidar el desarrollo psicológico de los personajes. Con un tratamiento eminentemente clásico, El hombre que pudo reinar sorprende por su perfecto acabado visual, gracias al cual la cinta pudo optar al Oscar en las categorías de vestuario, montaje y dirección artística. No logró finalmente ninguno de ellos, como tampoco se alzó con la cuarta estatuilla a la que aspiraba, la de mejor guión adaptado.

Y es que la odisea de Kipling es también, como dijimos, la historia de la evolución emocional e interior de sus protagonistas. Las andanzas de Carnahan y Devrot tienen algo de quijotescas, y la trama sirve a Huston para abordar algunos sus argumentos favoritos: la amistad y la camaradería, pero también la codicia y por supuesto la derrota o la debilidad humana ante la tentación que supone el poder.  Por si fuera poco, el cineasta insertó en su obra un ingrediente que no había aparecido en las grandes epopeyas filmadas durante la época anterior como era el uso de la ironía y el sentido del humor. Todo el universo del director condensado en una sola película que además desmantela prejuicios sobre el género de acción y aventuras. Quizá, con alguna excepción como la de Spielberg y su saga de Indiana Jones, y perdido entre la vacuidad de los efectos especiales, el cine ha olvidado definitivamente el espíritu a partir del cual surgieron títulos como El hombre que pudo reinar.





Comentarios

carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
¿Qué es esto? ¿Lagrimean mis ojos?

Será que estoy sensible tras las fiestas navideñas. Será que que estoy contento por el regreso tardío del gus en este 2020. O será, muy probablemente, que el maravilloso gus de hoy está dedicado a quien está dedicado y a la película que el gran maño ha elegido.

Si Dex reconoce que "Fat City" es una de sus preferidas del director, yo ya he reconocido en muchas ocasiones que Huston es uno de mis directores preferidos de la historia del cine.

Hay directores a los que hay que reconocer un maravilloso acabado técnico, un espectacular uso de la luz, del color, de la puesta en escena. A otros un increíble sentido del ritmo o de obtener las mejores interpretaciones de sus actores. Algunos son referencia por la forma de contar las historias o porque sus innovaciones o firma de mirar cambiaron la forma de hacer cine. otros por su forma de traspasar la pantalla y lograr que el espectador entre en las imágenes...

Un poco o un mucho de todo eso lo tiene Huston. Su entrada en el cine con "El halcón maltés" puede ser junto a "Ciudadano Kane" la ópera prima más notable de todos los tiempos. El virtuosismo técnico de algunas de sus películas o escenas de ellas se puede valorar desde el intimismo de "Dublineses" hasta la espectacularidad de "Evasión o victoria" (sigue siendo, y ya ha pasado mucho tiempo, la mejor película sobre fútbol que se ha rodado). El ritmo de "La jungla de asfalto", por poner un ejemplo, es perfecto para lo que se cuenta, no es apabullante sino que está medido a la perfección acelerando o parando el tempo tal y como exige la narración para que el espectador entre en esa historia del atraco perfecto que se va torciendo a cada momento.¿Los actores? Hepburn y Bogart en "La reina de África" destrozarían al más pintado con dos interpretaciones míticas, dos únicos actores (casi) que se comen 90 minutos de antología.

Y lo de traspasar la pantalla es para mi, la marca de la casa de Huston. Y "El hombre que pudo reinar" lo reúne todo. Unos personajes que se te hacen colegas, dos sinvergüenzas buscavidas con los que no puedes más que empatizar pese a todos sus defectos. Dos interpretaciones magistrales, un sentido del ritmo maravilloso, escenas mágicas (la angustiosa escena de las nieves y el frío dejan en pañales a cosas muy posteriores como "Everest",por poner un ejemplo) y el sentido de la aventura traspasa la pantalla, descubrimos nuevos mundos con esos ingleses locos, llegamos a la cima y caemos con ellos, disfrutamos y gozamos cada momento y en los momentos trágicos entonamos la canción hasta morir con honor.

Qué maravilla. Mil gracias amigo. esto es entrar en el nuevo año con el mejor pie. Desde ya, mi gus preferido de toda esta increíble lista de genialidades que nos has ido regalando.

Abrazos desde el puente.


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