GOOD MORNING 23-1-2020 - CORTOGRAMAS PREGOYA
(Me cuelo en este jueves, porque veo que Junior no ha publicado aun en lo que va de año y porque no sé si podré hacerlo mañana. Pido disculpas al guiputxi por anticiparme, pero le dejo gustoso el espacio del viernes para que lo aproveche mejor de lo que yo lo habría hecho nunca.)
“El pasado puede
doler, pero tal y como yo lo veo, puedes elegir entre huir de él o aprender”.
Rafiki (El rey león).
Gusssss morninnnn cinéfilos nos dé God.
Cuando sonó el aviso de whasapp llevaba tiempo intentando
huir del pasado. Se ve que no fui lo suficientemente rápido y me cazó al vuelo. Hacia ya unos meses que
había tomado la decisión de conseguir hacer aquellas cosas que siempre había
ansiado. Recorrer otros mundos, vivir intensas aventuras, ser célibe, apuntarme
a Pilates o depilarme las cejas. Estaba casi seguro de haberlo conseguido
trabajando de sol a sol en una oficina. Pasaba el día yendo de mí despacho a la
sala de reuniones, con la adrenalina a tope tras la recepción de cada nuevo
correo electrónico que imponía nuevas obligaciones a las que se me habían
acumulado. Rodeado de papeles con los que no me apetecía tener ningún tipo de
affaire. Casi lo tenía todo, pero aquel mensaje me devolvió a tiempos que ya
creí superados.
Aquel texto suponía un torpedo en la línea de flotación de
mi nueva vida de confort: “¿A que no te
atreves con un Cortogramas pre-Goya para el viernes?” decía Dexter. Mi
primera reacción fue negarme en redondo, pero el recuerdo de los tiempos de
penuria que había pasado junto a mi compañero e imaginar su voz suplicando que
le echara una mano en tan agónicos momentos impuso en mi ánimo un resurgir del
carácter de español por los cuatro costados…”¿Que
no?, sujétame el cubata”.
Y así me puse manos a la obra sin pensar en que ya no estoy
en edad para determinadas cosas pero decidido a acallar las dudas que, sobre mi
osadía, vertía el indómito maño. Prendí fuego a todos los papeles que se
encontraban en mi mesa para generar la suficiente confusión que me permitiese
escabullirme sin que se notara demasiado mi ausencia. Y a punto estuve de
conseguirlo. Mientras todos se agolpaban en la escalera de incendios y las
alarmas se confundían con las sirenas de los bomberos, yo aproveché para llamar
disfrazarme de lagarterana y evadirme sin problemas, pero al escuchar una voz
me detuve en seco:
-“¿Alguien sabe que es
LO QUE ARDE?” Preguntó mi jefe.
-“Pues claro, es una
película española dirigida por Oliver Laxe, ambientada en tierras gallegas que
gira en torno a un hombre condenado por provocar un incendio que intenta
rehacer su vida, hasta que se desata un nuevo y violento fuego en la zona donde
está recuperando la tranquilidad con su madre, su perra y sus vacas” Me
apresuré a responder. “Está nominada a 4
goyas, entre ellos el de mejor película y mejor director” Añadí con
naturalidad.
Por un momento pensé que había descubierto que era yo quien
se escondía tras tan hábil disfraz, sobre todo cuando aulló diciendo: “pero ¿qué haces vestido así?, ¿has
terminado el informe que te pedí para ayer?” En ese momento apareció un ciclista y se
empeñó en darle agua con el bidón que
llevaba en su vehículo. Mientras mi jefe intentaba esquivarle, el ciclista me
miró disculpándose diciendo “Lo he visto
en la tele, es lo que hay que hacer con los koalas”. Aproveché para irme de
allí dándome cuenta de algo que hasta entonces me había pasado desapercibido:
mi jefe es ciertamente clavadito a un koala.
Mi destino era Málaga así que me fui a la estación decidido
a disfrutar de las VENTAJAS DE VIAJAR EN TREN. Una vez en el vagón se sentó a
mi lado Luis Tosar, que en seguida se puso a darme la chapa.
“¿Ola, ke ase?” me dijo
Yo ya no podía más con tan tediosa conversación y le
contesté lacónicamente, “Pues voy a
Málaga para cubrir la entrega de los Goya para Cortogramas. Soy Carpet_Wally,
seguramente me recordarás por las maravillosas crónicas del festival de Cannes
cuando robaron las palmas de oro, de las aventuras en Venecia con motivo
también del festival de dicha ciudad italiana, de la cobertura del festival de
Berlín, de la boda de Tom Cruise y Katie Holmes, de lo que pasó en Londres
cuando se entregaron los Bafta…”, Como vi que estaba muy interesado le
describí los pormenores de lo sucedido en cada una de esas ocasiones e incluso
de la fiesta y los estilismos de los dextercios de oro que vivimos allá por el
2017.
A la altura de Antequera empecé a pensar que los ruidos que venía escuchando desde hacía un par de horas no eran debidos al traqueteo del tren sino a los ronquidos del actor. Así que cuando llegamos a la estación de la mencionada localidad, involuntariamente le di un codazo en los testículos con todas mis fuerzas. “Ha sido por el frenazo” me excusé mientras se hacía un ovillo y se agarraba sus partes nobles retorciéndose por el daño infringido. Sin darle tiempo a recuperarse le agarré y le eché fuera del tren. “Ea, ahí te quedas, a la INTEMPERIE, y ahora te haces un neowestern español aprovechando estos desolados páramos y sus áridas tierras. Seco, que eres un seco” le dije mientras aún estaba hecho un guiñapo. Y es que no soporto los malos modos.
A la altura de Antequera empecé a pensar que los ruidos que venía escuchando desde hacía un par de horas no eran debidos al traqueteo del tren sino a los ronquidos del actor. Así que cuando llegamos a la estación de la mencionada localidad, involuntariamente le di un codazo en los testículos con todas mis fuerzas. “Ha sido por el frenazo” me excusé mientras se hacía un ovillo y se agarraba sus partes nobles retorciéndose por el daño infringido. Sin darle tiempo a recuperarse le agarré y le eché fuera del tren. “Ea, ahí te quedas, a la INTEMPERIE, y ahora te haces un neowestern español aprovechando estos desolados páramos y sus áridas tierras. Seco, que eres un seco” le dije mientras aún estaba hecho un guiñapo. Y es que no soporto los malos modos.
Por fin, llegué a mi destino. En Málaga (localidad
malacitana para más señas) se iba a celebrar la ceremonia de los 34º
(trigesimocuartos para los que saben de números ordinales) premios Goya y yo
tenía un objetivo claro, el de la cámara de fotos, el resto debía improvisarlo.
No tardé mucho en empezar a hacerlo porque un tipo apareció a toda velocidad y
se apropió de la cámara. Corrí tras de él y conseguí atraparlo, pero se negó a
devolvérmela alegando que era para su hija. Le dejé marchar, es lo menos que
puede hacer uno por LA HIJA DE UN LADRÓN, sobre todo si este te amenaza con
rajarte si no le sueltas.
Me subí a un taxí.
“¿Dónde le llevo?”
me dijo una voz femenina. La conductora era una madura pero muy bella mujer de
hermosos ojos claros y rubia cabellera.
“Pues no tengo ni
idea” Le respondí con decisión.
“Hombre, pues si le
parece le llevó a mi casa que es lo que me faltaba” Dijo ella.
Entendí que
probablemente era una psicópata que coleccionaba viajeros sin destino definido
y que yo era un ejemplar que no se encontraba con facilidad, por tanto le
contesté “Nada me gustaría más”.
“Mira tú, un ligoncete
machito de los de antes. O te bajas ahora mismo o te denuncio por acoso. ¿Hubieras
dicho eso a un taxista hombre?” me respondió agradeciendo con toda la
dulzura del mundo mi galantería.
Dudé un instante. Bajarme era sufrir por la derrota de no
haber logrado la conquista, seguir en el vehículo era la posibilidad de saborear
la victoria de llegarle al corazón. Una dicotomía, DOLOR Y GLORIA. No tardé en
decidirme, la llegada de un grupo de policías a los que acompañaba Luis Tosar,
me hizo pensar que no era buena idea quedarme en los alrededores de la
estación.
“Lléveme donde quiera,
por favor. Tengo que esconderme”. Le dije acurrucado en los asientos
traseros sin perder en ningún momento el aplomo que me caracteriza.
“Vale, pero deja de
lloriquear” me contestó poniendo en marcha el vehículo y dejando atrás la
amenaza. “Te voy a llevar con un amigo
que te ayudará”.
20 minutos después llegamos a una casa en una zona
residencial de la capital malagueña (malacitana para más señas). Nos detuvimos
frente al portón de un muro que protegía una parcela en la que se intuía que
había una casa muy grande. Al abrirse el portón apareció Antonio de la Torre.
“Hay que ocultarle,
necesita nuestra ayuda” le dijo la
taxista.
“Correcto”
contestó el actor como si tuviera interiorizado su personaje de “Primos”.
Se despidió de la bella conductora y me condujo dentro de la
casa. En el salón, en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa
y cubierta de polvo, veíase el arpa. Pero a mí no me llevó hasta ella para que
pudiera tocarla como Harpo Marx sino que se encaminó hacía la chimenea, pulsó
un resorte escondido y apareció una apertura tras la lumbre.
“Entra ahí, así no
podrán encontrarte”. Me dijo Antonio.
“Pero la chimenea está
encendida”. Objeté.
“Déjate de chorradas y
entra” Insistió.
Y lo hice, me dejé de chorradas y entré. Se me quemó el
dobladillo del traje de lagarterana pero ya estaba a salvo. Antes de que
Antonio cerrase el panel logré preguntar “Y
cuánto tiempo voy a estar aquí”.
“MIENTRAS DURE LA
GUERRA” dijo lanzando una carcajada que en ese momento me pareció
inadecuada.
Pulsó de nuevo el resorte y quedé encerrado en un cubículo
no demasiado estrecho, de hecho cabrían las uñas de Rosalía cantando el “A tu
vera”. Había luz y hacía calorcito, pero en seguida comprobé que se debía a que
no había apagado las llamas del traje de lagarterana y seguía prendido.
Quítemelo y apaguelo con furibundos golpes contra el suelo y quedeme mirando el
disfraz lamentando no poder volver a usarlo, me había dado tan buenos
servicios. El problema es que ahora estaba casi desnudo, lo único que
conservaba eran los calcetines que debido a los agujeros del dedo gordo (vulgo
tomates) ni siquiera tapaban completamente mis pies. No obstante, había podido
comprobar, al intentar apagar las llamas del disfraz, que el cubículo no era
más que un pequeño túnel que comunicaba con una espaciosa estancia. Avancé
entonces por el hueco y efectivamente entré en una habitación con una
decoración algo sobrecargada. Pensé que un decorador de interiores no le
vendría mal al magnífico actor. Aquello parecía un santuario.
Pude comprobar que allí era donde Antonio acumulaba los
premios obtenidos en su carrera como actor. Premios Feroz, premios Forqué,
premios Platino, de la Unión de Actores, del Círculo de Escritores
Cinematográficos, premios Sant Jordi, del Certamen Internacional de Cortos
Ciudad de Soria…Una barbaridad. Aquello parecía la sala de trofeos del
Bernabeu. Y sin embargo, faltaba algo…No había ningún Goya. Miré a mi
alrededor, me acerqué a una gran cortina de terciopelo rojo (ya dije que la
decoración era algo hortera) y la descorrí. Otra gran sala (aún más grande que
la anterior) de paredes doradas, con grandes lámparas de cristal y columnas
rococó apareció ante mí (Quizá necesitara dos decoradores de interior).
Allí estaba el gran tesoro. Presidiendo en una gran mesa de
mármol blanco estaban los dos cabezones, el de reparto por
“Azuloscurocasinegro” y el de mejor principal por “El Reino”. En diversos
estantes se encontraban unas placas que reconocían cada una de las restantes 11
nominaciones. En las paredes colgaban cuadros enmarcados de fotos de las
diversas galas y, debajo de cada foto, un maniquí con el vestuario completo que
llevaba en la foto, incluido los zapatos. Aproveché para tapar mis vergüenzas
con el traje azul que llevó el actor en 2019 (veasé la imagen) y comprobé que a
mí no me hacía parecer un muñeco de Lego. Me tiraba un poco de sisa, pero
comprobé con disgusto que no me apretaba en la entrepierna.
La cuestión es que lo que parecía una solución se había
convertido en un problema. El intento escapar de Luis Tosar y su gesto fiero me
había llevado a estar atrapado por la intensidad de Antonio de la Torre que, a
tenor de lo visto, tampoco parecía estar muy equilibrado. Además, una vez
cambiado mi atuendo podría despistar a los que sin duda buscaban a una
atractiva lagarterana, pero nunca a un barman de un piano-bar, que tal cosa
parecía yo con mi nueva indumentaria.
Supuse, con acierto, que no era probable que cada vez que
Antonio quisiera rememorar las noches de triunfo tuviera que atravesar las
llamas de la chimenea, así que no tardé en encontrar una puerta que daba a un
pasillo, bastante amplio, enmoquetado en rojo y de paredes empapeladas con
motivos florales en fucsia y amarillo limón (¿tres decoradores de
interior?). A izquierda y derecha de
aquel pasillo se veían varias puertas cerradas y, al final del mismo, la
balaustrada en hierro forjado de una escalera. Escuché pasos y temiendo el
encuentro con mi extraño anfitrión abrí la primera puerta que encontré a mi
derecha con la intención de ocultarme. Creí que me encontraría con otro horror
decorativo, pero afortunadamente había entrado en el cuarto de la limpieza y
lavandería. Una lavadora, una secadora, cestos de ropa, una tabla de planchar y
varios aperos de limpieza domestica dominaban una estancia bastante austera.
Vislumbré al fondo una trampilla a modo de gatera y, aunque
no supe realmente cual podría ser su uso, la pude abrir y comprobé que daba al
exterior de la casa. Era lo suficientemente grande por lo que pude pasar sin
dificultad y aparecí en el jardín que rodeaba el edificio. Ya había anochecido
y me quedaba solucionar como traspasar la verja y salir a la calle. Avanzando
casi a tientas llegué hasta el muro que rodeaba la parcela y me puse a andar
pegado a él intentando encontrar una salida. No había dado ni diez pasos cuando
caí en una zanja que debido a la oscuridad no pude percibir. Digamos que la
forma en que caí no tiene nada que ver con el elegante porte que lucía con mi
vestimenta, pero al menos no me había rodo ningún hueso ni ninguno de mis cinco
miembros. El agujero era bastante profundo lo que me impedía volver a subir,
por lo que seguí avanzando a través de LA TRINCHERA INFINITA (uff, esta me ha
costado) hasta que llegué a una zona que estaba cerrada con unos tablones
colocados como portezuela. Al apartarlos comprobé que la zanja seguía por
debajo del muro y llegaba a la calle exterior donde se acumulaban unas tuberías
de PVC. Aprovechándome de ellas pude izarme fácilmente tras un par de horas de
intentos infructuosos.
Cansado y no muy limpio, sacudí mi ropa, recompuse mi figura
y comencé a andar sin saber bien que rumbo tomar. Al final de la calle vi una
parada de taxis, así que me encaminé hacía allí y me monté en el único que
estaba esperando viajeros a esas horas.
“¿Dónde le llevo?” me
preguntó.
Iba a responder “Pues no
tengo ni idea” cuando me di cuenta de que la voz era la misma que la de la
hermosa mujer que me había recogido, ayudado y tratado con tanto cariño cuando
llegué a la estación. Como hay que huir del pasado o aprender de él, tal y como
reza la frase del encabezamiento, decidí hacer las dos cosas. No repetir mi
respuesta y huir de la ciudad antes de que las cosas se complicaran más.
“A la estación”,
le dije muy seguro de mí mismo. “quiero
decir a la estación de tren, no a la de autobús o a la del metro, claro, que no
sé si se sobreentendía y…”.
“Vale, pero deja de
balbucear”. Lo dicho, me trataba con
mi propia MADRE
Llegamos a la estación y cuando salía del vehículo escuché
que me decía: “Te quedaba mejor el traje
de lagarterana”.
Me volví, vi que sonreía y no lo pude evitar, saqué mi móvil
y le hice una foto.
“Fotos no” me
gritó indignada. Iba a intentar convencerla de mis buenas intenciones, pero
entre que si me quedaba a aclararlo podía perder el tren y que vi que sacaba una
barra de hierro cuando se bajaba del taxi, preferí dejarlo correr…o me puse a
correr que para el caso viene a dar lo mismo.
Finalmente, logré acomodarme en mi sitio en el vagón de
vuelta a Madrid y me relajé hasta el punto que cerré los ojos.
Cuando los abrí, estaba de nuevo en mi oficina, los papeles
seguían desparramados encima de mi mesa y escuchaba el sonido del móvil
avisándome de un nuevo mensaje de whasapp. Miré, era de Dex y decía: “¿A que no te atreves con un Cortogramas
pre-Goya para el viernes?”
“Noooooooooo”. Contesté
de inmediato.
Todo había sido un sueño, había sido un sueño muy extraño, pero
un sueño al fin y al cabo. Lo único que no acaba de comprender era que hacían
en mi despacho Antonio Resines y Belén Rueda vestidos como si se acabaran de
levantar de la cama.
Había una cosa más, la taxista me había dejado impactado,
miré el móvil, pulsé la galería y allí estaba ella. Las cosas del pasado,
incluso soñadas, siempre vuelven. Esa mujer se merecía un homenaje, de momento
yo usaré la foto que le robé como MOSAICO DE HOY.
Comentarios
Abrazos sin palabras
- Por si me necesita a cualquier hora, cualquier día.
- ¿También de noche?
- De noche, mejor. Por el día, trabajo.
En cuanto a la gala. ¿Nos apostamos algo a que van a tirar por "La trinchera infinita"? Como si lo viera.
Muy grande ese recorrido por Málaga con vestuario lagarterano (o lagarterana ¿qué sería lo propio?). Los papeles y el agobio, muchas veces, inspiran para lo mejor.
Abrazos goyescos.