GUS MORNINS 21/1/20


“Si de verdad quieres un título… ¿qué hay de malo con el de “Señor”? Si es lo que has sido siempre… ¿por qué perder esa consideración? Yo tengo un título, y es el que siempre he poseído. Y además no tiene ningún matiz político. Yo soy un caballero, y ese título me honra poseerlo”.
                            Paul Scofield al rechazar por tercera vez el título de “Sir”.
Hoy vamos a homenajear a este inmenso actor británico que no se prodigó mucho en cine, pero que en el teatro era toda una leyenda en el Reino Unido. Paul Scofield hubiera cumplido hoy noventa y ocho años.
Scofield era el hijo de un maestro de escuela y sintió una especial vocación por el mundo de la interpretación desde muy pequeño. Aún estando en edad escolar, ya entró en dos compañías de repertorio británicas y con apenas dieciocho años, se ofreció para entretener a los soldados británicos que luchaban en el frente para llevarles los clásicos. Su primer gran éxito, que le hizo estar en boca de todos, fue cuando contaba veinticuatro años, en la piel de Enrique V, de William Shakespeare. Su perfecta dicción y su majestuoso porte, absolutamente repleto de elegancia, llamó la atención de la época en pleno festival dedicado al bardo de Stratford-upon-Avon en el año 1946. Ése éxito lo fue encadenando con otras obras de Shakespeare como Trabajos de amor perdidos, Medida por medida y un recordado Hamlet. La crítica de la época llegó a decir que su voz era tan extraordinaria como el ronroneo de un Rolls-Royce y no dudaron en proclamar que habían encontrado, por fin, al heredero de Laurence Olivier.
Después de interpretar Alejandro el Magno según el texto de Terence Rattigan, se decidió a probar suerte en el cine, un medio del que desconfiaba y que le hizo cuidar mucho la elección de papeles. Su primera aparición fue en la película La princesa de Éboli, de Terence Young, al lado de Olivia de Havilland e interpretando, curiosamente, al rey Felipe II de España. Seguía sin gustarle el medio, así que volvió al teatro y tardó tres años más en aceptar un nuevo papel. En esta ocasión, le atrajo el cambió de registro. Se trataba de una película de espías en la Segunda Guerra Mundial y se llamaba Agente secreto SZ, de Lewis Gilbert, al lado de Virginia McKenna. La película, en contra de lo que pudiera parecer, no era nada despreciable y ahí ya le cogió el gusto Scofield. Sin embargo, Robert Bolt, reputado autor teatral y guionista de Lawrence de Arabia, por ejemplo, le fue a visitar a su casa para ofrecerle un papel para el teatro. Se trata de Sir Thomas More, el hombre que antepuso sus ideales y sus creencias a la voluntad de su rey, Enrique VIII. La obra era Un hombre para la eternidad (que, en la época, fue estrenada en España bajo el título de La cabeza de un traidor en el Teatro Eslava de Madrid con el gran Manuel Dicenta en ese papel). Durante tres años largos estuvo Scofield representando la obra en el West End londinense para, después, hacerlo en Broadway. Mientras tanto, en uno de los descansos, nos regala una maravillosa interpretación en la impresionante El tren, de John Frankenheimer, como el Coronel Von Waldheim, nazi aristócrata que quiere apropiarse de las obras de los impresionistas trasladándolas desde el Jeu de Pomme hasta Berlín. Un trabajo de los que dejan huella al ser un personaje que cree firmemente que el arte es para quien sabe apreciarlo y no para unos brutos que intentan, sin saber muy bien por qué, evitar el traslado de esas obras inmortales.
Al año siguiente, Fred Zinnemann no duda en llevar a la pantalla la obra de teatro que Scofield había encumbrado. Un hombre para la eternidad fue todo un éxito cinematográfico, con un reparto que incluía a Robert Shaw, Vanessa Redgrave, John Hurt, Leo McKern, Wendy Hiller, Susannah York, Nigel Davenport y Orson Welles. La película ganó seis Oscars, incluidos película y dirección y, por supuesto, el de mejor actor del año para Paul Scofield.
Aún así, Scofield no se dejó cegar por las múltiples ofertas que le llegaban para continuar su carrera en el cine. Dejó atrás a Tomás Moro y realizó una de las más impresionantes interpretaciones teatrales que se recuerdan en Londres. El rey Lear, en sus labios, se tornaba casi una obra salida de la misma mente de los dioses y estuvo cuatro largos años con ella en cartel y con la Royal Shakespeare Company, que, como sabéis, es una de las mejores compañías de teatro clásico del mundo. La dirección corrió a cargo de Peter Brook (reciente Premio Princesa de Asturias) y, una vez agotadas las posibilidades teatrales, el propio Brook dirigió su adaptación al cine con el mismo reparto de la obra, que incluía a Jack MacGowran, Cyril Cusack o Patrick Magee.
Otros dos años para encarnar al malvado Zharkov de esa curiosísima y olvidada película que es Scorpio, con Burt Lancaster y Alain Delon en los papeles principales bajo la dirección de Michael Winner. También, ese mismo año, aceptó intervenir en la adaptación cinematográfica de la obra de Edward Albee (el de ¿Quién teme a Virginia Woolf?) Un delicado equilibrio, al lado de Katharine Hepburn, Lee Remick, Betsy Blair y Joseph Cotten, una obra difícil y que ha sido llevada a las tablas en múltiples ocasiones. Scofield declaró que había aceptado el papel simplemente por trabajar al lado de Kate Hepburn.
Y aquí, Paul Scofield casi se retira definitivamente del cine y vuelve a su amado teatro. Es reclamado por el National Theatre e interviene en múltiples obras de su repertorio, como Un espíritu burlón, de Noel Coward; Julio César y Hamlet, de Shakespeare; Volpone, de Ben Johnson; El jorobado de Notre Dame, de Víctor Hugo; La metamorfosis, de Franz Kafka; La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe e, incluso, con un montaje de nuestra Nuria Espert de Divinas palabras, del maestro Ramón María del Valle-Inclán. Durante este tiempo, trabaja con los mejores: Ralph Richardson, Albert Finney, Ben Kingsley, John Neville, Brian Cox, Tom Wilkinson, Joan Plowright, Brenda Fricker, entre otros.
Obtiene, fuera del National Theatre, resonantes éxitos con obras como Salvajes, de Christopher Hampton, al lado de Tom Conti y en 1979 toca el mismo cielo interpretando a Antonio Salieri en Amadeus, de Peter Shaffer, con Simon Callow (que en la película interpretaba a Emmanuel Schikaneder, actor y productor de La flauta mágica que hacía de Papageno) en la piel de Mozart. Son doce años en los que Scofield, prácticamente, no conoce el fracaso.
Cuando vuelve al cine, lo hace en películas pequeñas, de muy escasa distribución y dentro del cine de arte y ensayo. En 1989, Kenneth Branagh no duda en ofrecerle el papel del Rey de Francia en su impecable versión del Enrique V, de Shakespeare, y Franco Zeffirelli insiste para que sea el fantasma del rey padre en el Hamlet que prepara con Mel Gibson. En 1994, obtiene una nominación al mejor actor secundario interpretando al padre de Ralph Fiennes en Quiz Show y, dos años después, se despide del cine con El crisol, versión de Las brujas de Salem, de Arthur Miller, en la piel del juez Danforth, deseoso de ajusticiar a John Proctor basándose en pruebas más que dudosas.
Su última actuación en el cine es de 1996, pero no fallece hasta 2008, siempre trabajando en el teatro. Rechaza tres veces su nombramiento como “Sir” y lo hace con encanto y sencillez. No le gustaba que le entrevistasen y rara vez accedía a ello. Una de las razones por las cuales rechazaba el título era porque no quería salir en los periódicos más que por su trabajo. En 1943, con veintiún años, se casó con la actriz Joy Parker, que, posteriormente, devino en productora de la BBC. Su matrimonio duró toda la vida y tuvieron dos hijos, chico y chica. El mayor, Martin Scofield, es doctor y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Kent.
Es uno de los pocos actores que han ganado el Tony y el Oscar al mejor actor por el mismo papel. Su maravilloso Tomás Moro de Un hombre para la eternidad.
Obtuvo el máximo galardón de la escena inglesa en 1996 por su papel en la obra Borkman, de Ibsen.
En 2004 se hizo una votación entre todos los actores que alguna vez habían actuado en la Royal Shakespeare Company para ver cuál era la mejor interpretación que se había hecho nunca dentro de la compañía. Ganó Paul Scofield por El rey Lear. El segundo lugar fue para Judi Dench por su Lady Macbeth en Macbeth.
Aceptó el papel de O´Brien, el inquisidor de 1984, en la versión de Michael Radford, pero un accidente doméstico hizo que se rompiera una pierna. Fue sustituido inmediatamente por Richard Burton.
Era la segunda opción de Sidney Lumet para interpretar a Hércules Poirot en Asesinato en el Orient Express.
Era la segunda opción de Joe Mankiewicz para hacerse cargo del papel de Marco Antonio en su Julio César, siempre detrás de Brando que era la opción favorita.
En sus tiempos de escolar se representó Romeo y Julieta en su colegio. Él hizo el papel de Julieta.
Edward Albee y Arthur Miller le consideraban el mejor actor de todos los tiempos.
Después de ganar el Oscar por Un hombre para la eternidad supo que Fred Zinnemann no le quería a él para el papel, temeroso de que no fuera un nombre familiar para la taquilla. Quería a Richard Burton.
Richard Burton, le consideraba el mejor actor posible. De hecho, ambos fueron nominados en la categoría de mejor actor. Burton por ¿Quién teme a Virginia Woolf? Y Scofield por Un hombre para la eternidad. Burton lamentó haber sido derrotado, pero siempre dijo que si había ganado Scofield era lo más lógico.
Lo cierto es que Scofield, además de su voz, su dicción y su impecable presencia, fue un actor mayúsculo, no demasiado conocido, pero que dio lo mejor de sí mismo en todas y cada una de las interpretaciones que realizó. Aquí os dejo una auténtica joya. Un pequeño extracto de algo más de tres minutos de su interpretación en el Amadeus, de Peter Shaffer. Seguro que reconocéis el pasaje de la película y la diferencia interpretativa con respecto a F. Murray Abraham.

Y como mosaico, ahí lo tenéis. Como el Coronel Von Waldheim de El tren al lado de Burt Lancaster.




Comentarios

dexterzgz ha dicho que…
Qué grandísimo actor nos traes hoy en este estupendo gus. Si por algo no echo en falta tener un mayor nivel de ingles es porque no puedo decir, venga, me voy un finde a Londres al teatro a disfrutar con los grandes intérpretes que hay por allá. El cine es nuestra vida y nuestra droga, pero realmente donde se ve la valía de un actor es en el teatro. Baste la escena que nos has puesto,sin desmerecer en absoluto el Salieri de F.Murray Abraham, que para eso ganó el Oscar, lo de Scolfied es pura sobriedad.

Y que bueno recordar sus películas. Impresionante "El tren" y "Un hombre para la eternidad", una película muy adecuada para esos tiempos de tanta gilipollez y papanatismo. Tendría que ser obligatoria en las escuelas, aunque igual ahora muchos padres se negaban. Lo dicho, tiempos de gilipolleces y papanatas.

Abrazos para la eternidad
carpet_wally@gmail.com ha dicho que…
Pues es cierto, Scolfield era pura sobriedad, un interprete que llenaba las escenas sin aspavientos, ni colección de muecas innecesarias, a veces la voz, la dicción perfecta y la convicción en el personaje que interpretas es mucho más que lucimientos gestuales. ¿serían capaces los académicos de hoy día de premiar a un actor como Scolfield haciendo de Tomas Moro antes que a Phoenix y su Joker? Es muy dudoso.

Preguntaba hace poco Dex si los directores dehoy no llevan un tiempo jugando a ver quien la tiene más grande (quien es capaz de hacer algo más virtuoso, técnicamente más complicado o más espectacular). Desde que Linkater decidió que necesitaba casi 11 años para narrar en una película 11 años en la vida de un chaval, esto parece un maratón de lucimientos, iñarritu o Mendes inventándose planos secuencias totales, Cuaron y sus encuadres fijos en "Roma", los grandes angulares de Lanthimos en "La favorita"...

Pues algo parecido pasa con la interpretación, llevamos ya muchos años viendo como se premia a interpretaciones algo dislocadas: imitaciones de Freddy Mercury , de Stephen Hawkins, de Lincoln, de Churchill, de reyes tartamudos...O de Margaret Thatcher o la reina de Inglatrerra o Edith Piaf, o de una enferma de alzheimer o una de una desequilibrada Blanche Dubois moderna...

En estos tiempos Paul Scolfield sería un rara avis, un enorme y majestuoso rara avis, eso si.

Abrazos contenidos

Entradas populares de este blog

Guuud mornins, 14/05/13

EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (XLVIII)

EL CINE EN CIEN PELÍCULAS (LXV)