GUS MORNINS 6/6/17
“Soy
catalán, estoy orgulloso de serlo, pero también soy español y muy orgulloso de
serlo” Agustín Bardés – Arquitecto.
Quizá hoy me
extramilito con mis funciones dentro del gus y quizá, también, os guste más
bien poco que hoy, la efeméride, esté dedicada a mi padre porque se cumplen
cuatro años que me dejó. Tengo que decir que, a excepción del mismo día en que
falleció en Cullera (Valencia) donde fue a pasar unos días de vacaciones con mi
madre y con mi tía y unos primos (el nivel del mar le sentaba excepcionalmente
bien, su Alzheimer se convertía, en ocasiones, hasta en conversaciones la mar
de lúcidas) y allí es donde derramé unas cuantas lágrimas en un rincón de la
playa, una vez pude estar solo y a gusto, siempre le he recordado con una
sonrisa. Su buen humor fue siempre marca de la casa. Era un señor elegante,
algo fanfarrón (le gustaba presumir de sus edificios y algunos, de hecho, era
para que presumiera), cinéfilo a más no poder (decía que su mejor pasatiempo en
su niñez y su juventud fue irse al cine y que la primera película que recordaba
haber visto era Tarzán de los monos,
con Johnny Weissmuller), casi siempre sin enfadarse (ahora bien, si se
enfadaba, agárrate los machos) y siempre, siempre, mi guía. Más que nada porque
era pura moderación en todo lo que decía, siempre asistido por la razón,
siempre con el cariño por delante, siempre intentando que mi hermano y yo
aprendiéramos de lo que decía y de lo que le pasaba.
No nació en Barcelona,
sino en Bellpuig, un pueblecito de Lérida que yo he visitado un par de veces.
Hijo de un pastelero que llegó a ser alcalde de la ciudad allá por los primeros
años del siglo. Siendo aún un niño, se trasladaron a Barcelona, donde mi abuelo
montó una pastelería que acabó heredando una nieta (yo no llegué a probar los
pasteles de mi abuelo, pero mi prima respetó sus recetas y todos los años nos
mandaban por Navidad una caja llena de turrones hechos en la pastelería y…qué
queréis que os diga…hacían un turrón de chocolate al whisky que era para
chuparse los dedos hasta desgastarlos). El caso es que Agustín, mi padre, fue
el quinto de seis hijos. Con diecisiete años fue llamado a filas para luchar en
la guerra en el lado republicano. Destinado al Regimiento de Comunicaciones del
frente de Tarragona, fue acusado por un tal Sargento Rodríguez de pasar
información al enemigo a través de la radio cuando lo único que hacía mi padre
era sintonizar las emisoras de radio del lado nacional…para escuchar música de
jazz, especialmente Glenn Miller, que no se daba en ninguna radio republicana. De
resultas de la acusación, fue condenado a muerte en juicio sumarísimo al lado
de su cuñado, José Bonavía, presidido por Enrique Líster. Mientras esperaban la
fecha de la ejecución, una noche en la que, según él, caían todas las furias
del cielo y hacían cola para el rancho, el Teniente Ventura le dio una pistola
a mi padre y un machete a mi querido tío Pepito y les dijo: “Cuando paséis por
la vuelta de la cola, saltáis el matorral y os largáis”. Dicho y hecho,
saltaron y corrieron cuanto pudieron. El Teniente Ventura, para cubrirse las
espaldas, les dio el alto y disparó un par de veces. La noche era muy oscura y
consiguieron escapar. Volvieron a Barcelona a pie, estando durante una semana entera
perdidos por el monte. Cuando llegaron, no tenían pase de pernocta y mi padre
(maestro en el arte de la falsificación) a partir de la documentación que
tenían, falsificó los dos pases con elementos propios de la naturaleza. Les
dejaron pasar aunque mi padre siempre dijo que fue el momento de mayor terror
de su vida porque esperaba la descarga por la espalda. Llegaron a una esquina
salvadora y, nada más doblarla, corrieron como alma que lleva el diablo hasta
llegar a casa de mis abuelos. Mi padre siempre recordará cómo llamaron a la
puerta y oyó a su madre, mi abuela, exclamar: “¡els xiquets!” como presintiendo que eran ellos. Tenían un desván
y mi tío Pepito y él estuvieron allí escondidos, viviendo igual que Ana Frank,
sin hacer ruido durante el día, durante siete meses hasta que las tropas
nacionales llegaron a Barcelona. Mi padre no era fascista, nunca lo fue, pero
recordaba aquello con enorme alivio y también recordaba cómo la multitud en
Barcelona salía enloquecida a la calle porque aquello significaba la paz.
Acabada la guerra y,
sin dejar de trabajar, primero en la pastelería y después como meritorio en una
empresa constructora, consiguió entrar en la Politécnica de Barcelona donde
consiguió graduarse como Arquitecto, su verdadera pasión. Hizo dos o tres casas
en Barcelona y, después, por razones de trabajo se trasladó a Madrid donde
acometió la construcción de lo que popularmente se llamó las “cuarenta fanegas”, que son las
viviendas que aún están en la calle Príncipe de Vergara hasta la Plaza de Costa
Rica. Allí también construyó el cine Roma, dotado con un sistema de sonido que
no se había visto hasta entonces. Conoció a mi madre, por entonces dependienta
de una cafetería, y se casaron. Nació mi hermano en época de vacas flacas y
tenían menos dinero que uno que se está bañando, pero haciendo gala de su
talento, habló con unos y con otros y empezó a recibir encargos. Algunos muy
buenos, otros no tanto. Su bondad natural le llevó a trabajar gratis en algunas
ocasiones porque consideraba que el que debía pagarle era una buena persona.
Para los que habéis estado en Madrid o vivís aquí, él es el responsable de la
escalera forrada de cristal de la Torre de Madrid, del Hotel Sanvy, situado en
la calle Goya, de varios chalets del Parque Conde de Orgaz, de un buen puñado
de viviendas sociales de la Avda. de Portugal y de su mejor obra, situada en un
bloque de viviendas en la Avda. de América número 33, al lado justo de las
Torres Blancas, donde situó su despacho de arquitectura (uno de los más bonitos
que yo he visto nunca). Tuvo épocas buenas, no lo voy a negar, épocas malas.
Épocas aún peores donde no le veíamos el pelo y se dio cuenta y lo dejó todo
para estar más con nosotros. Me descubrió un buen montón de obras maestras del
cine que él ya conocía. Por citar algunas os diré: Vive como quieras, El tren, Música y lágrimas, All that jazz; Uno, dos,
tres; Cinco tumbas al Cairo, Perdición, Fort Apache, La diligencia, Con la
muerte en los talones, Encadenados, Rebeca, Lawrence de Arabia, El puente sobre
el río Kwai o 55 días en Pekín.
Ya os dejo de dar el
rollo con un par de cositas que hizo interesantes. Sabía música, tocaba el
piano bastante bien y en Barcelona fue director del coro del Orfeón Catalán y,
de hecho, nada más mudarse a Madrid, compuso una fantasía en jazz, muy deudora
de George Gershwin, titulada No luce mi
estrella. Hasta ahí todo podría entrar dentro de lo normal, pero es que la
ofreció al sello de Columbia…y la llegó a grabar con la orquesta de la
Columbia. Es una pieza de unos seis minutos, dividida en dos partes, grabada en
un disco de cera de 70 revoluciones por minuto. Cuarenta músicos tocando su
música. Tuvo un cierto éxito (tanto es así que todos los años, debido a la
SGAE, cobraba una cantidad más bien simbólica, pero duró desde el año en que la
grabó -1949- hasta que murió). Se quedó con unas cuantas copias del disco pero
los que los habéis tenido delante alguna vez sabéis que eran hiperfrágiles. Se
rompieron todos o los fue dando. El caso es que durante 1949 y 1950 era el
disco que se ponía en todos los cines de la Gran Vía y de estreno justo antes
de la proyección de la película en cuestión. Yo tuve la precaución de grabar en
cinta la pieza, en una de esas cintas de bobina, pero también acabó
escacharrándose. Justo antes de que entrara en la fase más aguda del Alzheimer,
vi que se subastaba un ejemplar a través de una página web. Me puse en contacto
con ellos pero ya había sido vendida. El responsable, alguien a quien estaré
siempre agradecido, me dijo que, efectivamente, había sido vendida, pero que
aún obraba en su poder y que me mandaría, via mail, una grabación del disco.
Gracias a él, mi padre pudo tener, al final de su vida, un ejemplar en CD de No luce mi estrella. Fantasía en jazz.
La otra cosa
interesante es que intervino en un rodaje importante. Parece ser que durante el
rodaje de 55 días en Pekín, el equipo
de Gil Parrondo tenía verdaderos problemas para sostener el famoso decorado de
la muralla, ésa enorme que sale como la puerta de la ciudad y por donde salen
cañones por las portillas, lo podéis ver en el mosaico de hoy. Gil Parrondo le comentó a
Emiliano Piedra que tenían problemas para que aquello se sostuviese y, por pura
casualidad, Emiliano Piedra (por entonces un tipo metido en el cine que quería
producir a lo grande pero que no conseguía dar el salto) conocía a mi padre,
pues tenía una tienda de alquiler de películas en celuloide y de vez en cuando
mi padre pasaba por allí para llevarse alguna y proyectársela en su casa.
Emiliano Piedra se lo comentó, a mi padre le interesó, habló con Gil Parrondo y
allá que se fue, a los platós de Las Matas a ver qué se podía hacer.
Efectivamente mi padre (muy tuno él) confesó que no lo hizo por el dinero, sino
para ver si se podía hacer de Johnny “El Encontradizo” con Ava Gardner. No tuvo
suerte, no llegó a verla, aunque sí a Charlton Heston y a David Niven. El caso
es que sepáis que el andamio que estaba detrás de esos decorados los realizó mi
padre, un trabajo que no le llevó más de una semana porque, según sus propias
palabras, “fue relativamente sencillo”.
Se me fue el 6 de junio
de 2013 mientras dormía, para no molestar. Como última broma, le dije, así en
voz medio baja, en aquella playa y entre lágrimas, que estaba seguro que eligió
ese día porque coincidió con el fallecimiento de Esther Williams. Me juego el
cuello a que, si había un cielo esperándole (y espero con todo mi corazón que
fuera así), se puso en la cola detrás de ella para verle las piernas mientras
subía por la escalera.
El vídeo de hoy será para Ava Gardner. Al fin y al cabo, para él, era la única mujer en el mundo que era más guapa que mi madre.
Y como mosaico, ahí tenéis el decorado que ayudó a mantener en pie. Un par de años después, el propio Emiliano Piedra, viendo que le había ido el rollo cinematográfico, le ofreció poner pasta para una producción que estaba preparando titulada "Campanadas a medianoche". En ese momento, me esperaban a mí y volvían a tener menos pasta que un náufrago así que, educadamente, mi padre rehusó el ofrecimiento. Un beso, papi, espero que me estés construyendo una buena casa para cuando me toque.
Comentarios
Cullera, con la de veces que me he bañado en sus playas y he subido hasta su precioso faro. Estoy convencida de que tu padre tuvo que estar muy orgulloso de tener un hijo tan pedantón y tan especial como tú.
Un beso de cariño
low
No lo conocemos a él, pero tenemos la inmensa suerte de contar con un trocito suyo, quizás el mejor pues en los hijos depositamos todo el cariño y el trabajo de que somos capaces. Ellos, tus padres, lo hicieron más que bien, y yo me siento afortunada de se tu amiga.
Gracias, por la emoción, por la ternura, por el orgullo que desprendes en tu Gus. A veces parece que el final no será tan malo, habiendo tan buena gente esperandonos allí.
Besos celestiales.
Albanta
Los recuerdos de la guerra me traen a la memoria las vivencias de mis 2 abuelos, fallecidos ya, uno estuvo encarcelado en un hospital de Bilbao y decía que aunque estaban presos, las monjas les trataban muy bien, y el otro huyó de la guerra a Francia para terminar peleando en Alemania en la otra guerra y cuando nadie daba un duro por su regreso apareció vivito y coleando, eso sí, con heridas por todo el cuerpo.
Abrazos nostálgicos
A menudo tiramos de efemérides para retratar a un director, actor, actriz, guionista o músico de ese arte que significa tanto en nuestra vida. Son nuestros mitos, nuestras leyendas, nuestros iconos.
Nunca (o casi nunca) le hemos dedicado el gus a quien, en realidad, más ha significado en nuestra vida, a alguien que está muy por encima de todos esos artistas legendarios, mucho más referentes, mucho más adorados.
Un repaso maravilloso que es difícil terminar de leer con los ojos secos. La vida de los "normales" es a veces mucho más interesante que la de los ídolos. Son los verdaderos héroes, no montan a caballo ni luchan contra los indios, no enamoran sucesivamente a algunas de las mujeres más hermosas del planeta, no conviven a diario con gente talentosa y poderosa, no son los más perspicaces ni los más duros...son simplemente gente que se gana la vida con mucho esfuerzo y saca a delante a una familia y transmite a sus hijos unos valores que valen (valga la redundancia) su peso en oro.
Eres rico, Bardés, tener a alguien como el que describes cerca durante mucho tiempo es una millonada. Recibiste su cariño, su sabiduría y su ejemplo...y algo debiste quedarte porque así lo demuestras. El que escribes es un gran homenaje, tu forma de ser es un homenaje mucho mayor.
Yo no me llevaba demasiado bien con mi padre. Le quería más de lo que pensaba, me di cuenta de ello cuando le diagnosticaron un cancer incurable y rompí a llorar desconsolado, a solas, como un niño, cuando ni él ni mi madre estaban cerca. Era un hombre humilde, no demasiado culto, valoraba el esfuerzo en el trabajo y sobre todo la responsabilidad, eso le hizo pasar de ser un cartero más de los que iban portal a portal a ser jefe del servicio de la correspondencia urgente (el máximo cargo a que se podía aspirar sin tener título universitario). Era un hombre serio, poco hablador, cumplidor pero un referente en la familia y los amigos, su manera de afrontar los problemas le daban un lugar preeminente en esa cuestión y siempre que alguien tenía algo que le preocupase acudían a él, esperando su consejo o su intervención como si fuera un patriarca gitano o un juez Salomón para dilucidar lo que era justo o no. Pero yo no llegué a tener una buena relación con él.
Pero yo no llegué a tener una buena relación con él. Nuestros caracteres eran demasiado diferentes. Yo era demasiado expansivo, siempre dispuesto a la sonrisa o la risa, mientras que él era más reflexivo y poco amigo de las juergas. Estudié poco y mal, controlando mucho mis esfuerzos, mientras que él exigía compromiso constante. Yo sabía que lo que hacía bastaba, pero él no. Finalmente cuando terminé mis estudios me fui a la mili y al poco de terminar cuando al fin logré entrar a trabajar, él enfermó y se fue en 4 meses. Nunca pudo ver como perduraba en mi trabajo, como fui aprovechando las oportunidades y sé que ahora estaría orgulloso de mi, pero no pudo verlo. Esa es una de esas cosas que te duelen para siempre.
En cualquier caso, lo dicho, si vuelves la vista atrás te das cuenta de que fueron verdaderos héroes, condenados a vivir en un tiempo maldito y sobrevivir con menos de lo que hoy nos gastamos dándonos un lujo en un buen restaurante. Ellos fueron así y sin duda nos hicieron así.
Un abrazo para tu padre, sin duda muy merecido.
Gracias Lobo.