GUS MORNINS 17/9/19
“He
llegado a un punto en mi vida en el que puedo decir “Yo soy lo que soy porque lo soy y, si te gusto, estupendo y si no, no
puedo hacer nada”
Anne Bancroft
Siempre me ha gustado
esta mujer. No sólo porque era una actriz de bandera, sino porque era guapa y,
además, tremendamente simpática, con un sentido del humor excepcional (es algo que
se comentaba en todo Hollywood). Hoy hubiera cumplido ochenta y ocho años.
Anne Bancroft nació en
el Bronx de Nueva York bajo el nombre de Anne María Louise Italiano, de abuelos
emigrantes de Italia, de la región de Potenza. Era hija de Mildred Di Napoli,
una operadora telefónica, y de Michael Italiano, un diseñador de estampados. De
educación católica, Anne se licenció brillantemente en Arte Dramático para
pasar el Actor´s Studio, donde estudió directamente con el maestro de actores
Lee Strasberg y, de allí, al Taller de Dirección del American Film Institute.
Con estas credenciales, no es de extrañar que Anne Bancroft sintiera una pasión
especial por el teatro.
El talento y la técnica
de Anne eran algo fuera de serie. A los veintiséis años ya estaba en lo más
alto de las cabeceras de los teatros de Broadway. Tenía fuerza y belleza y una
tremenda seguridad. La obra que le proporcionó el estrellato teatral fue nada
más y nada menos que Cualquier día en
cualquier esquina, al lado de Henry Fonda (recordaréis la versión
cinematográfica protagonizada por Robert Mitchum y Shirley McLaine, una de sus
grandes amigas). Después de casi 800 representaciones, un joven director
proveniente de la televisión, Arthur Penn, le ofreció el papel protagonista de El milagro de Anna Sullivan. Después de
ganar el Tony a la mejor interpretación femenina del año, Arthur Penn no dudó
en reclamarla, en contra de la opinión de los productores que querían una cara
más conocida para el cine (aunque ella ya había intervenido en varias películas, siempre en papeles secundarios), para interpretar el mismo papel en la versión
cinematográfica del mismo título. Por este increíble trabajo, Anne Bancroft
consiguió el Oscar a la mejor actriz, que, además, no pudo ir a recoger porque
estaba representando en el teatro Madre
Coraje y sus hijos y hasta allí se lo llevó Joan Crawford, que aceptó el
premio en su nombre.
Antes de alcanzar el
éxito, Anne se había casado con un abogado de buena familia, de nombre Martin May, pero duró
apenas cinco años, consiguiendo el divorcio justo antes de dar el salto a los
escenarios. En 1961, fue una invitada de prestigio a un show televisivo. Por
allí también andaba un joven director teatral, famoso por sus comedias, que, a
escondidas, pidió a una trabajadora del programa que le dijera, por favor,
dónde iba a cenar Anne después del programa para hacer el viejo truco de
“Johnny El Encontradizo” y charlar con ella. El truco resultó y Mel Brooks y
Anne Bancroft se casaron. Su matrimonio duró toda la vida.
Mientras tanto, Anne
consiguió otra nominación al Oscar por la interpretación de la abnegada madre
de Siempre estoy sola. Perdió ante la
Julie Andrews de Mary Poppins. El
decidido carácter de Anne es lo que decidió a John Ford a llamarla para
protagonizar una de las películas más feministas de todos los tiempos, Siete mujeres, en sustitución urgente de
Patricia Neal, que había sufrido un derrame cerebral en pleno rodaje. Ford y
ella congeniaron inmediatamente. Ella, con su habitual buen humor, dijo: “Es un genio, aunque un hombre muy
solitario. Lo que más me molesta de los genios es que se van dejando las
páginas de guión tiradas por todas partes”. El papel de la valiente Doctora
Cartwright, encargada de asistir a todos los que quieran ir a una misión en la
turbulenta China de los años veinte, fue maravillosa y llena de fuerza y
descubre, a todos los que se acercan a verla, a una mujer capaz de sacrificarse
por el resto con un convencimiento impresionante. La película, aún así, fue un
fracaso en su época.
En 1967, interpretó a
la mítica Señora Robinson de El graduado,
de Mike Nichols, papel por el que obtuvo su tercera nominación al Oscar.
Siempre tuvo una relación de amor-odio con este papel porque decía que era “un
personaje estupendo” pero que ensombreció otros trabajos que, para ella, tenían
más mérito. Quizá Anne, con su buen criterio, tuvo algo de razón.
Más tarde, interpretó a
la madre de Winston Churchill en la estupenda El joven Winston, de Richard Attenborough, retrato de la juventud
del viejo león, realizada con una enorme agilidad y papel por el que fue
nominada a un premio BAFTA.
Espaciando mucho sus
apariciones en la gran pantalla porque prefería hacer teatro, en 1975, Anne
Bancroft consiguió una nominación al Globo de Oro por su interpretación en esa
comedia deliciosa que es El prisionero de
la Segunda Avenida, al lado de Jack Lemmon. Un par de años después
consiguió otra nominación al Oscar por su papel de bailarina de ballet al borde
de la retirada en Paso decisivo,
junto a su gran amiga Shirley McLaine. En 1980 interpretó a una actriz teatral,
fascinada por El hombre elefante,
bajo producción del propio Mel Brooks.
En 1983, le ofrecieron
el papel protagonista de La fuerza del
cariño, pero ella misma recomendó que se lo dieran a Shirley McLaine porque
ella, por una vez, quería trabajar a las órdenes de su marido en la comedia Soy o no soy, versión de Ser o no ser, de Lubitsch. La película
no valía nada, pero ella estaba radiante pudiendo interpretar una comedia y dar
rienda suelta a su vis cómica. Tanto es así que, a pesar de todo, consiguió
otra nominación para los Globos de Oro.
En 1985 consiguió su
última nominación a los Oscars por su extraordinario papel en Agnes de Dios, de Norman Jewison, al
lado de Jane Fonda. Memorable es esa escena en la que las dos están en un banco
del turbulento convento que dirige Anne recordando los porros que ambas se
fumaban en su juventud.
En 1986, realizó un
memorable duelo interpretativo con Sissy Spacek en la versión teatral de la
obra Buenas noches, madre, una
auténtica gozada disfrutar de las dos, a pesar de que la película no es más que
una traslación casi literal de la obra. En España aún recuerdo estar en el
gallinero del Teatro Reina Victoria de Madrid viendo a Mari Carrillo y Concha
Velasco.
En 1987, ganó un BAFTA
a la mejor interpretación femenina del año por su sensible y maravilloso trabajo en la película La carta
final, al lado de un insuperable Anthony Hopkins. La película la produjo su
marido, Mel Brooks, como regalo de aniversario de boda.
A partir de aquí, Anne
sintió la necesidad de no demostrar nada más en el cine. Aceptó papeles
secundarios en varias películas durante dieciséis años mientras seguía
volviendo a Broadway con regularidad. Ahí están sus memorables interpretaciones
en Los demonios, de John Whiting,
basada en el libro Los demonios de Loudun,
de Aldous Huxley, sobre la posesión demoníaca de Sor Juana de los Ángeles en
una localidad francesa y por la que Anne consigue un nuevo Tony a la mejor
actriz de teatro; o también su encarnación de Regina Giddens en un nuevo
montaje de La loba, de Lillian
Hellman. Capacitada como el que más, también destacó por la dirección de varios espectáculos teatrales de éxito. La chica no paraba.
El 6 de junio de 2005,
a la edad de setenta y cuatro años, Anne fallece debido a un cáncer de útero.
La muerte pilló de sorpresa a todos cuantos la conocían pues ella llevó la
enfermedad en absoluto secreto y sólo lo sabía su marido, Mel Brooks, y el
único hijo de ambos, Max Brooks.
Aún recuerdo cuando Mel
Brooks fue invitado a un programa de televisión (creo que era con Ángel Casas)
y, de forma sorpresiva, Mel dijo que había venido acompañado de su mujer. Ella
estaba entre el público con unas gafas de sol y Casas le preguntó si le
importaba salir hasta el sofá en el que estaban sentados para hacer la
entrevista a los dos. Cuando todo el mundo esperaba que Anne saliera, ella con
una sonrisa y muy tranquilamente dijo: “No”.
Casas repreguntó y ella, con la sonrisa sin caerse de la boca, volvió a decir: “No, usted no me puede preguntar nada. Ya me
preguntará mi marido esta noche en el hotel”.
Otro de los papeles que
rehusó fue el de Ellen Burstyn en El
exorcista. La razón era que estaba embarazada de Max.
Siempre dijo que el
mejor director con el que había trabajado era Arthur Penn.
Es una de las
poquísimas actrices que tiene la cuádruple corona. Es decir, es ganadora del
Oscar, del Tony, del Emmy y del BAFTA.
Quizá, la razón por la
que no quiso salir a la palestra en el programa de Ángel Casas es que no le
gustaba el directo en televisión. De hecho, fue a un programa del mismo corte
en Estados Unidos y, cuando la llamaron para salir al set, palideció. El
regidor le preguntó que qué le pasaba y ella dijo: “No me gusta la televisión en vivo” y el regidor le dijo: “Relájese y cuente hasta cinco. Vaya a la
mesa y procure ser natural”. El regidor se quedó mudo cuando comprobó que
Anne, efectivamente, se puso a contar en voz baja hasta cinco. Fue a la mesa y
contestó todas las preguntas con monosílabos. No dejaba de ser una broma para
aterrorizar a todo el mundo porque ella presentó en varias ocasiones los Premios
de la Academia sin ningún problema.
Paul Simon cantó su
melodía Mrs. Robinson en su funeral.
El veneno de la
interpretación se le metió dentro cuando, a la tierna edad de cuatro añitos,
participó en una representación escolar de Los
tres ositos.
Cuando Mel Brooks,
judío, le dijo a su madre que iba a contraer matrimonio con una chica católica,
ella dijo: “Tráela, seguro que es una
buena chica. Mientras tanto, meteré la cabeza en el horno”.
Al respecto de su
matrimonio con Mel Brooks, declaró en cierta ocasión: “Cuando estoy sola en casa y le oigo que llega a la puerta e introduce
la llave, tiro un cojín al aire y me digo:¡ Ay, Dios mío, va a empezar la fiesta!”
Poseía un especial
talento para imitar los movimientos y andares de otros. Sólo con verlos ya
sabía cómo hacerlo. Siempre dijo que era uno de sus trucos favoritos para
animar las fiestas.
Decía que en Hollywood
nunca ocurría nada divertido. Y que una de las cosas más divertidas que le
ocurrieron fue en un viaje a Méjico. Le aburría conducir durante horas y,
cuando llegaba a una población de carretera, le gustaba abrir la ventanilla del
coche y gritar: “¡Hola, chicos! ¡Aquí
estoy!”. Al final del día, paró en un motel y se encontró con que la
seguían cinco coches repletos de hombres que querían ligar con ella.
Mel Brooks confesó en
cierta ocasión, que detrás de la inventiva para escribir tanto Los productores como El jovencito Frankenstein había
muchísimas ideas de Anne Bancroft.
Quizá no se puede
terminar mejor que con una frase que decía ella misma:
“La
vanidad es muy mala. Llegó un momento en que creía que todos los guiones que me
ofrecían eran los mejores, que cada película que hacía era insuperable, y que
yo era la mismísima Greta Garbo. Hasta que empecé a mentirme a mí misma y me di
cuenta de que los guiones que me ofrecían eran basura, que las películas eran
horribles y que yo era sólo Anne Bancroft. Eso me salvó la vida”.
Pues por esa mujer que
“solo” era Anne Bancroft. Aquí tenéis una demostración de lo enrollada que
podía ser.
Y como foto, ella, al
lado de Patty Duke en el papel que le dio el Oscar. Enorme actriz.
Comentarios
Como siempre, me encanta las anécdotas que cuentas sobre su vida.
Delicia de gus.
Besos
low
Un placer de gus.
Abrazos de reconocimiento
Y lo primero disculparme. Una importante operación empresarial en la que estoy inmerso (sólo como currante, que de llevarme grandes comisiones nada de nada) me tiene completamente imposibilitado de compaginar mi vida laboral con la cortogramil. No sólo apenas comento sino que además no puedo recomendar estrenos ni animarme con vuestros guses salvo en momentos muy fugaces.
Volveré, como decían aquellos. Os vigilo de cerca.
Abrazos casi sin medias (tintas)