GUS MORNINS 22/6/21
“(En pleno rodaje de “Bésame, tonto”)
¡Quiero lágrimas de verdad! ¡Como las que resbalan por las mejillas de los
productores de Godard!” Billy Wilder
Hoy debería ser fiesta
en el gus porque es el cumpleaños de este señor. Hoy hubiera cumplido 115 años
y no vamos a decir mucho de él porque ya lo sabéis todo. Sólo diré algunas
cositas que tal vez desconozcáis.
Ya sabéis que era un
conspicuo coleccionador de arte. Tanto es así que, cuando Michael Caine le
visitó en su casa de Beverly Hills, se quedó alucinado de que no hubiera ni un
hueco libre en las paredes y que en el baño estuvieran apoyados en el bidé
algunas obras maestras de Mondrian. Parte de los cuadros los vendió antes de
morir. El precio fue de 32 millones 600.000 dólares.
También era un enfermizo
coleccionista de ropa. En el momento de su fallecimiento, tenía sesenta jerseys
de cachemira en el armario.
Su mujer de toda la
vida, Audrey Young, era una actriz a la que conoció durante el rodaje de Días sin huella.
Aunque su verdadero
nombre era Samuel, todo el mundo se refería a él como “Billy” o “Billie” en su
tierra natal. Su madre fue quien comenzó a llamarle así porque el niño sentía
pasión por las aventuras de Buffalo Bill.
En contra de lo que
pueda parecer por su físico, era un hombre bastante alto. Medía 1,82.
Debido a su peregrinaje
por el mundo, se dice y se comenta que,
realmente, nunca tuvo verdaderos amigos aunque él consideraba que tanto
Jack Lemmon, como William Holden y Walter Matthau eran casi su familia.
Entró en Estados
Unidos, vía México. Cuando el oficial de inmigración le preguntó a qué se
dedicaba, él dijo que a hacer películas. El oficial estampó el sello de entrada
en el pasaporte y le dijo: “Espero que
las haga realmente buenas”.
Odiaba escribir los
guiones él solo, por eso siempre necesitaba un compañero. No quería sentarse a
la máquina de escribir. Su método consistía en pasear de arriba abajo por la
habitación con un bastón en la mano e ir soltando todas las ideas que tenía en
la cabeza. El escritor en la máquina las daba forma. Si no era lo que él había
pensado, comenzaba a decir un montón de insultos para espolear la imaginación
del mecanógrafo. Por eso, muchos no soportaban escribir con él.
Todos sus guiones
comienzan con las palabras “cum Dio”
debajo del título.
La diferencia entre
Charles Brackett e I.A.L Diamond, según él, es que Charlie tenía siempre un
punto fuerte en sus argumentos y, alrededor de eso, era muy fácil construir una
historia. Diamond, por el contrario, poseía un mundo lleno de cinismo y humor y
eso estaba mucho más en línea con la forma de ser del propio Wilder.
Ingmar Bergman decía
que el mejor director del mundo era Billy Wilder.
Decía que, cuando
muriese, se le presentarían los espíritus de todas sus películas para decirle,
de una vez por todas, en qué había acertado y en qué había fallado. Esperaba
que fueran todas menos una: Aquí, un
amigo de la que decía que es la peor despedida que se le podía haber
ocurrido.
Le ofrecieron dirigir Sonrisas y lágrimas. Lo rechazó diciendo
que no creía que le gustara a la gente porque él haría que los nazis fueran
protagonistas.
Existe una novela
titulada Asesinato en Paramount, de
Gaylord Larsen, que está ambientada en Hollywood en los años cuarenta y
describe a Raymond Chandler como un detective que debe encontrar al culpable de
un asesinato que no es otro que Billy Wilder.
El caso es que son
innumerables los ratos de gozo que nos ha otorgado este señor. Os dejo con el
video en el que Billy recoge de manos de Audrey Hepburn el Oscar a la mejor
película por El apartamento.
Y como mosaico, ahí os lo dejo con dos de sus mejores amigos.
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