GUS MORNINS 21/3/23

 "Creo que no he hecho nada bueno en el cine, aparte de que no puedo imaginarme lo que siente el espectador al verme. Eso sí, creo que he hecho muchas cosas buenas en el teatro porque es algo que me hace aprender cada vez que subo al escenario"                              Michael Redgrave

Hoy vamos a homenajear a este caballero inglés, del cual no se suele acordar nadie mucho cuando se trata de citar a los grandes actores británicos como O´Toole, Olivier, Hopkins o Finney y es algo tremendamente injusto. Además, viene muy al pelo, porque da la casualidad de que el día 20 de marzo hubiese cumplido los ciento quince años y el día 21 de marzo hizo treinta y ocho años que nos dejó.

La infancia de Michael no fue feliz. Hijo de actor y actriz, se dio la circunstancia de que su padre les abandonó harto de arrastrase por escenarios de segunda en Inglaterra y se fue a Australia a ver si allí tenía más suerte. Su madre, además, se casó en segundas nupcias con un plantador de té y Michael nunca se llevó bien con él.

Estudió en Cambridge y consiguió el título universitario de Magisterio, ejerciendo la profesión en un colegio privado de élite en Surrey. Como le gustaba el teatro desde niño, allí decidió realizar un buen montón de funciones teatrales con la colaboración con sus alumnos. Eso sí, Michael no era modesto y se reservaba para sí mismo los papeles protagonistas de obras como Hamlet, El rey Lear y La tempestad

La Liverpool Playhouse le ofreció entrar en su compañía estable y él dejó los libros y la escuela y se fue con ellos de gira por el país con la obra Consejero en leyes, de Elmer Rice, y mientras tanto se enamoró de una de las actrices de la compañía, Rachel Kempson, con la que se casó.

Michael destacaba por sí solo porque tenía una solidez y una naturalidad que muy pocos eran capaces de igualar. El Old Vic no tardó en llamarle y se incorporó en 1936 con la obra Trabajos de amor perdidos. El éxito le llegó cuando interpretó el papel protagonista de Como gustéis en el West End londinense. John Gielgud se fijó en él y le ofreció entrar en su compañía y allí, Michael brilló con obras como Ricardo II o Las tres hermanas de Chejov.

Al estallar la guerra, Michael se enroló en la Marina, pero fue licenciado por razones de salud un año después. Desde ese momento, se propuso una agenda febril de trabajo para distraer a los ingleses en una época tan difícil. Dirigió e interpretó obras como Un mes en el campo de Ivan Turgueniev, o estrenó en las tablas una obra de su amigo Peter Ustinov que obtuvo un gran éxito.

Una vez terminada la guerra, el público quiso más a Redgrave y su carrera en el teatro fue fulgurante. En su repertorio tuvo un papel preponderante Shakespeare, pero no renunció a otros autores como Graham Greene en El amante complaciente o dirigiendo a Peter O´Toole en una legendaria puesta en escena del Hamlet con la Royal Shakespeare Company.

En el cine, es evidente que el nombre de Michael Redgrave empezó a ser muy conocido a raíz de su intervención en su primera película, Alarma en el expreso, una de las mejores películas de Alfred Hitchcock en su etapa inglesa. A pesar de que, durante la guerra, intervino en pocos títulos, aún se le puede ver en esa maravilla que es Al morir la noche, una sucesión de cuentos de terror y fantasía, precursora clarísima de The twilight zone, o trabajando para Fritz Lang en Secreto tras la puerta una especie de revisitación de la Rebeca de Hitchcock,  o llevando a cabo el papel protagonista de la adaptación de la obra de Eugene O´Neill A Electra le sienta bien el luto, y enorme y tremendo como ese profesor torturado por su propia mediocridad en La versión Browning. Se le puede apreciar en un papel absolutamente genial y secundario como el anticuario Burgomil Trebisch de Mister Arkadin, de Orson Welles, o como el temible O´Connor de 1984, en la versión de Michael Anderson de 1956 o, por supuesto, como el corresponsal Thomas Fowler, desengañado del amor y de la vida en la versión de El americano tranquilo que realizó Joe Mankiewicz.

También se le puede ver, sin renunciar ni un ápice a su prestigio y sin importarle intervenir en papeles secundarios pero de indudable prestigio en películas como Misterio en el barco perdido, al lado de Gary Cooper y Charlton Heston; o como el tío ausente e irresponsable de Suspense de Jack Clayton, encomendando la educación y el cuidado de sus sobrinos a una aterrorizada Deborah Kerr; o como Ruxton Towers, el cínico y propagandístico rector de la escuela de La soledad del corredor de fondo la película señera del free cinema británico, o tremendo como el médico enganchado a la morfina en esa película tan poco conocida y tan reivindicable como es La colina, de Sidney Lumet, con Sean Connery de protagonista; o como el tío que presta apoyo a los comandos de Kirk Douglas y Richard Harris en Los héroes de Telemark, de Anthony Mann, o como el abogado defensor de Anthony Quinn en el proceso al que tiene que hacer frente de forma un tanto kafkiana en La hora 25, de Henri Verneuil, o como el loco general de Oh, qué guerra tan bonita, de Richard Attenborough, en donde intervenía toda la plana mayor del teatro británico; o como el rector que siempre vigila los pasos de Peter O´Toole en Adiós, Míster Chips, versión de Herbert Ross, o fundamental y odioso en El mensajero de Joseph Losey, o como consejero zarista en Nicolás y Alejandra, de Franklin Schaffner. Hasta el fin de su carrera en el cine, Michael Redgrave no renunció nunca a la calidad por encima de cualquier otra consideración. Y aún así, él creyó que nunca hizo nada en el cine que mereciera la pena.


Ahí os dejo un pequeño homenaje a Michael Redgrave, dejando bien claro que es uno de los actores más atractivos de la escuela británica.


Y como mosaico ahí os dejo una foto de Michael con su mujer (fueron felices aunque él tuvo una aventura muy comentada con la actriz Edith Evans) y con sus hijos. Las chicas son Vanessa Redgrave, la mayor, y Lynn Redgrave, la pequeña.


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