GUS MORNINS 28/2/23

 "El surrealismo está presente en la mayoría de mis películas"

                                                                                               Vincente Minnelli


Ciento veinte años hubiera cumplido hoy este señor, este esteta en la corte del rey color, que llenó nuestras pantallas con un estilo inconfundible (esos "rojos Minnelli" aún no han sido igualados) que, además de los estéticos musicales a su cargo, relegando a casi un segundo plano a directores tan capaces como él, como Stanley Donen, también tiene dramas y comedias extraordinarias. No era mal director, no.

Hijo de emigrante italiano y de canadiense, Vincente Minnelli creció en el seno de una familia teatral. Su padre era el director de una compañía estable familiar de teatro, que obtuvo un cierto éxito haciendo algo parecido a lo que aquí conocemos como "cómicos de la legua", es decir, llevaba obras sencillas, de pocos personajes para ser representadas en los pueblos. Lo curioso es que hizo bastante dinero con eso y le permitió a su hijo entrar en la universidad, donde se graduó en Artes Plásticas.

Una vez graduado en la Universidad, entró a trabajar en una sastrería, pero eso le gustó poco al joven Vincente así que se buscó la vida para ser ayudante de producción en compañías de Broadway y, aplicándose y con mucho trabajo duro, llegó a dirigir musicales de estreno allá por 1935, con apenas treinta y dos años.

El productor Arthur Freed le contrata para trabajar para él, primero bajo la marca de Paramount, pero luego, Freed decide fundar su propia unidad de producción que funcionó con una cierta independencia bajo el león de la Metro. La unidad de Freed incluyó a Minnelli como ayudante de dirección de películas de Busby Berkeley hasta que en 1943 le encargó la dirección de una película modesta, Una cabaña en el cielo, un musical con un reparto íntegro de actores y actrices de color en el que destacaban Ethel Waters, Eddie Rochester y Lena Horne. La película es francamente estupenda y es como si un debutante llevara toda la vida haciendo cine.

Rescató a Judy Garland con el respaldo de Arthur Freed para dirigirla en el musical Cita en San Louis que marcó el inicio de su relación. El uso del color por parte de Minnelli causo tal impresión que la película se convirtió en un éxito fulgurante. Se casa con Judy y Freed decide probar a Minnelli en un terreno que no es musical con una película como El reloj, un romance de cuarenta ocho horas entre un marinero de permiso (Robert Walker) y una neoyorquina cualquiera (Judy Garland). Contra todo pronóstico también fue un éxito. Patina con cierto estrépido con el musical Yolanda y el ladrón, con Fred Astaire, y con el intento de dirigir a Katharine Hepburn en Corrientes ocultas ("Las peores personas que he conocido en mi carrera han sido Katharine Hepburn y Spencer Tracy"),  pero realiza un clásico perdurable con la maravillosa El pirata con Gene Kelly y con Judy Garland en plena crisis existencial. 

Decide alejarse un poco de la dirección de musicales porque es mucho trabajo y trata de salvar por todos los medios su relación con Judy Garland. Más aún debido al reciente nacimiento de su hija Liza, así que se embarca en una adaptación de Madame Bovary que pasa por ser la mejor de todas las que se han hecho nunca, y vuelve al terreno del musical con Un americano en París a mayor gloria de Gene Kelly. Minnelli rueda todas las escenas dramáticas y deja que Kelly se haga cargo de las musicales. Mientras ensaya los números y rueda su parte pendiente del montaje final, Minnelli rueda dos películas modestas que son un auténtico éxito como El padre de la novia y El padre es abuelo, con un Spencer Tracy divertido como nunca y con Joan Bennett y Elizabeth Taylor dándole la réplica. Comedias maravillosas, especialmente la primera.

Un americano en París se estrena y obtiene tal éxito que se lleva el Oscar a la mejor película de 1951. Con todo a su favor, Minnelli consigue otro bombazo con Cautivos del mal con la que obtiene también el Oscar a la mejor película. Vuelve al musical porque siente que le debe una buena película a Fred Astaire con Melodías de Broadway 1955 en el que empareja por primera vez a Astaire con Cyd Charisse y lo vuelve a hacer con otro musical de corte muy distinto y claramente influenciado por Horizontes perdidos, de Frank Capra, en Brigadoon, esta vez con Kelly y Charisse. 

Se embarca en una espléndida película muy poco conocida como es La tela de araña, drama en un psiquiátrico en donde se van destapando las miserias de sus componentes a través de la espita que prende la colocación de unas cortinas en la sala de recreo. El reparto es espectacular con Richard Widmark, Lauren Bacall, Charles Boyer, Gloria Grahame, Lillian Gish, John Kerr, Susan Strasberg y Oscar Levant, pero la película no tiene ningún éxito. Sólo desde hace unos años se está empezando a valorar esta excelente historia de psicología, amor y drama. 

Después de un cierto fracaso intentando adaptar el musical de Broadway Un extraño en el paraíso con Howard Keel, se embarca como el único director capaz de reflejar con fidelidad e inteligencia el universo de Vincent Van Gogh en El loco del pelo rojo y, por supuesto, es la mejor versión realizada nunca de los acercamientos realizados al pintor paisbajeño. 

Después de algo muy denso, algo ligero...pero qué bueno. Mi desconfiada esposa con Gregory Peck y Lauren Bacall es una de las mejores comedias de los años cincuenta. Al fin, consigue su Oscar al mejor director con Gigi y da una lección de drama con la adaptación del best-seller de James Jones Como un torrente con unos enormes Frank Sinatra, Dean Martin y Shirley McLaine. Sigue con el drama a tope y realiza otra maravilla con Con él llegó el escándalo con Robert Mitchum, Eleanor Parker, George Peppard y George Hamilton. Vuelve al musical más modesto con Suena el teléfono con Dean Martin y Judy Holliday en el que fue su último papel para el cine.  Realiza una adaptación discutible de Los cuatro jinetes del Apocalipsis con Glenn Ford y vuelve a hacer un retrato demoledor del mundo del cine, una especie de otra cara de Cautivos del mal con Dos semanas en otra ciudad, una película de la que abominó porque se le arrebató el control del montaje final y aún así es francamente buena con Kirk Douglas, Cyd Charisse, George Hamilton y Edward G. Robinson.

Intenta hacer una comedia tierna, centrada un poco en la relación entre adultos y niños con El noviazgo del padre de Eddie en la que podemos descubrir al niño Ron Howard haciendo de hijo de Glenn Ford. Se hace cargo de Adiós, Charlie  después de ser un proyecto rechazado por Billy Wilder y le sale una comedia más que aceptable con un Walter Matthau de antología. Vuelve al drama más desgarrador con la pareja de moda del momento, Richard Burton y Elizabeth Taylor en Castillos en la arena con guión de Dalton Trumbo y aquí es donde se apaga la estrella de Vincente Minnelli. Ya le es muy difícil llevar adelante cualquier proyecto y realiza un vehículo para Barbra Streisand en Vuelve a mi lado que resulta un fracaso de tal magnitud que se le cierran las puertas de Hollywood. Sólo consigue una cierta confianza a raíz del estruendoso éxito de su hija Liza con Cabaret al darle el papel protagonista junto a Ingrid Bergman de Nina una película espantosa, anticuada ya desde su concepción, con la que se pega un batacazo de tal magnitud que ya no volverá dirigir más.

Como muestra de su sentido de la estética aquí os dejo con el vídeo del ballet de El pirata, con Gene Kelly haciendo de las suyas como Macoco, el terror de los mares.


Y como mosaico, como no podía ser de otra manera, una foto del clan Minnelli. Se divorció de Judy Garland y se casó otra vez. A pesar de su condición de bisexual, Minnelli siempre dijo que la única mujer de la que se enamoró fue de Judy Garland, aunque nunca llegó a entenderla del todo.



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