GUS MORNINS 21/2/23

 "El final de una película es, inevitablemente, el final de una vida"

                                                                                                    Sam Peckinpah


Señores, señoras, ándense con mucho cuidado porque hoy celebramos el cumpleaños de este pistolero llamado Sam Peckinpah. Tal día como hoy hubiese cumplido los noventa y ocho años, sólo que no hubiera llegado a esta edad ni queriendo porque el pobre Sam se cuidaba bastante poco, a pesar de su innegable brillantez, de su estilo tan personal que revolucionó el cine desde su aparición, de ser uno de los máximos representantes junto a Robert Aldrich de lo que se llamó "la generación de la violencia", no hizo más que maltratarse a sí mismo y truncar una carrera que podría haber sido gloriosa (aunque ya lo sea).

El pequeño Sam nació en el seno de una familia acomodada, hijo de abogado y de rica heredera. Sin embargo, a Sam lo que le gustaba realmente era escaparse al rancho de su abuelo, Denver Church, para aprender todas las artes y modos de la vida del cowboy. El chico tenía un carácter muy difícil y estaba frecuentemente metido en peleas en el colegio. Para meterle en vereda, su padre le metió en una Academia Militar y parece que, en principio, dio bastante resultado porque en 1943, con dieciocho años, se alistó en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos y fue enviado a China para desarmar a los japoneses que se encontraban dentro de la China ocupada. No entró en combate. En 1946, ya con veintiún años comenzó los estudios de Derecho, pero conoció a una chica, Mary Selland, que, posteriormente se convertiría en su esposa y que, además, era actriz. La chica le metió el gusanillo por el teatro y Peckinpah abandonó sus estudios de Derecho y se matriculó en teatro de la Universidad del Sur de California.

Licenciándose con buenas notas (no excelentes), Peckinpah entra a trabajar como tramoyista en los estudios televisivos de la CBS, donde conoce a uno de sus grandes amigos, Don Siegel. Cuando Siegel se traslada a Hollywood, se lleva a Peckinpah con él y lo utiliza como ayudante de dirección y, ocasionalmente, como actor en La invasión de los ladrones de cuerpos. También estuvo al lado de Siegel en la estupenda Motín en el pabellón once.

Siempre bajo el padrinazgo de Siegel, Peckinpah comenzó a escribir guiones para la CBS en diversas series de televisión, como por ejemplo La ley del revólver. Y el paso lógico siguiente fue dirigir algunos de esos episodios.

En 1961, Peckinpah dirige su primera película, Compañeros mortales con una sensual Maureen O´Hara como protagonista acompañada por Brian Keith. Fue un completo fracaso porque la producción fue televisiva y la CBS estuvo encima del novato durante todo el tiempo. Peckinpah, librado del abrazo de la CBS, consiguió la financiación necesaria para rodar un western que, con el tiempo, se ha convertido en mítico: Duelo en la Alta Sierra, con Joel McCrea y Randolph Scott. Curiosamente, Peckinpah soñaba con que fuera la primera película protagonizada por John Wayne y Gary Cooper juntos. Desgraciadamente, a Cooper se le diagnosticó el cáncer que acabaría con su vida y Wayne, sencillamente, se desinteresó del proyecto en cuanto supo que Cooper no la haría. En cualquier caso, con dos vaqueros míticos de la serie B como McCrea y Scott, Peckinpah consiguió una película legendaria, un tratado sobre la honestidad y la camaradería, sobre el sendero más recto con exigua recompensa. Ganó el Premio del Festival Internacional de Cine de Bélgica, el Premio a la mejor película extranjera en el Festival Mexicano de Cine y es una de las películas depositadas como un tesoro en la Biblioteca Nacional del Congreso de los Estados Unidos.

Su siguiente película fue maldita desde el principio. La muy interesante Mayor Dundee, en la que Charlton Heston, del Ejército de la Unión, pide a Richard Harris, prisionero y perteneciente a los Sudistas, que le acompañe para cazar a unos indios que están haciendo de las suyas en la frontera con México. Peckinpah apuesta aquí por la profundidad en los personajes, pero Columbia Pictures remonta la película a espaldas de Peckinpah porque éste está ocupado rodando ya su siguiente película, El rey del juego. Cuando Peckinpah se entera de que han adulterado su obra, carga sin compasión contra los ejecutivos de Columbia y la consecuencia más directa es su despido de El rey del juego que acabaría dirigiendo casi en su totalidad Norman Jewison (también se aludieron a unas supuestas escenas de desnudo que no pasarían jamás la censura).

Peckinpah vuelve a la televisión buscando refugio porque nadie quiere contratarle después de su reacción a raíz del remontaje de Mayor Dundee (algo que, por otra parte, se nota en algunos pasajes de la película, como si faltaran trozos). 

Su siguiente película, rodada después de cinco años de ostracismo, resulta ser su auténtica obra maestra. Grupo salvaje, con William Holden y Ernest Borgnine, establece definitivamente el estilo de Peckinpah como director, con el uso de la cámara lenta en planos de duración muy corta, sin recrearse, para aumentar y trasladar el sufrimiento de los personajes al público. A Howard Hawks no le gustón nada ("en el tiempo en el que él me cuenta una película, yo cuento tres"), pero al resto del mundo le encanta ese retrato crepuscular de una época que se acaba, de un sentido de la ética que está condenado a desaparecer y de unos hombres que caminan sin remedio hacia el ocaso.

La violencia que exhibía en Grupo salvaje asustó a los productores, que vieron en Peckinpah un filón, pero que consideraban que no podía ser tan violento. Le dijeron que eliminara toda muestra de violencia en su siguiente película, La balada de Cable Hogue, y Peckinpah, lejos de amilanarse, convirtió la película en una comedia ligera, en un poema de alucinación y derrota en la que Hogue, en el fondo, sólo es un hombre que sueña con algo que nunca podrá ocurrir.

Cuando nadie quería volver a darle trabajo en Estados Unidos, Peckinpah consigue financiación británica y se marcha para rodar la extraordinaria Perros de paja al Reino Unido, con Dustin Hoffman y Susan George. Violenta y sin concesiones, Peckinpah no duda en mostrar una violación para espolear al alfeñique que lleva un león dentro y realizar una película de defensa y venganza. Magistral y que llega a asustar en algún pasaje, los críticos comienzan a bautizar a Sam Peckinpah con el apodo de Bloody Sam.

Con el padrinazgo de una estrella de primer orden como Steve McQueen, Peckinpah dirige Junior Bonner, sobre la vida de un primera línea en el mundo del rodeo. Lejos de su violencia, Peckinpah centra su famosa cámara lenta en las estampas del rodeo y realiza una película íntima que resulta todo un homenaje a un mundo que también se acaba y que asola su propio ánimo. 

Steve McQueen estaba encantado con Peckinpah y lucha por él para que dirija otra de las cumbres del director: La huida. La película que juntó a Steve McQueen con Ali McGraw y que también cambió el mundo de los gángsters con ese tipo violento e inteligente, Skip McCoy, que se debate entre devolver el favor que le hacen sacándole de la cárcel y el hecho de que su mujer se ha llegado a vender para conseguirlo. La escopeta recortada del personaje en un hotel de la frontera con México fue, durante mucho tiempo, icónica. Por supuesto, al final de la película, la censura española colocó un cartel diciendo que los delincuentes fueron apresados algún tiempo después. El mal no podía ganar.

Vuelve al western más crepuscular con Pat Garrett y Billy the Kid, con James Coburn y Kris Kristofferson y Bob Dylan en un papel secundario y poniendo la banda sonora. Os diré algo. La película es mítica, tiene mucha fama, la gente se vuelve loca con ella. Yo no. 

Al año siguiente, realiza una de sus películas más extrañas, Quiero la cabeza de Alfredo García, con Warren Oates y Emilio Fernández. Un extraño encargo para un músico que está al final del camino y dos asesinos profesionales gays (sin caer en ningún manierismo) encarnados de forma magistral por Robert Webber y Gig Young. Muy violenta. Muy diferente. Muy negra y, a la vez, muy western. Excepcional.

Con dinero en el bolsillo porque Quiero la cabeza de Alfredo García sorprende mucho, rueda el que, tal vez, sea uno de sus mayores fracasos: Los aristócratas del crimen, con James Caan haciendo de ladrón de guante blanco. La película no funciona a ningún nivel y, a pesar de ser una producción de cierta enjundia, fracasa ostensiblemente, llegando a desaparecer de los circuitos comerciales.

Vuelve a Europa y un productor porno se aviene a financiarle una maravilla como es La cruz de hierro, con James Coburn, James Mason y Maximillian Schell. Orson Welles dijo que era la mejor película bélica que había visto en su vida. Y, desde luego, es una película con un enorme valor. Quizá sea su última gran obra a pesar de que, al final, el productor porno puso pies en polvorosa y Peckinpah tuvo que poner cien mil dólares de su bolsillo para poder acabarla.

Su adicción enfermiza al alcohol y a la cocaína le pasaba factura y se plegó al cine un poco más comercial con una película que fue un éxito comercial inesperado como Convoy, con Kris Kristofferson y Ali McGraw y que narra la rebelión de unos camioneros contra el poder déspota ejercido por un sheriff en las carreteras por las que deben transitar. Siendo un argumento de ambición más baja, Peckinpah demuestra su talento con espectaculares escenas de persecución y volcado y haciendo que la cámara lenta sea un personaje más en la historia.

Rodó algunas escenas de Golpe audaz, con Burt Reynolds y David Niven, porque su amigo Don Siegel se puso enfermo. Peckinpah, aquí, le devolvió todos los favores porque lo hizo en el mayor de los secretos para que no despidieran a Siegel. Esto, curiosamente, trascendió a algunos productores que apreciaron el gesto de nobleza de Peckinpah y se le dio la oportunidad de dirigir la que sería su última película: Clave:Omega con John Hurt, Craig Nelson y Burt Lancaster, una muy aceptable película de espías y falsos espías con la televisión de por medio que fue un absoluto fracaso. Nada más terminar el rodaje, con apenas 59 años, Peckinpah falleció de un paro cardíaco. 

Su vida íntima fue igualmente tormentosa. Se casó cinco veces...pero tres fueron con la misma mujer, la mexicana Begoña Palacios que, al fin y al cabo, fue el gran amor de su vida. Lo curioso fue la inmensa contradicción que presidía la vida de Peckinpah. Era un amante del medio natural, cuando era joven consiguió una forma física envidiable escalando montes y realizando senderismo por rutas realmente difíciles y, sin embargo, no hizo más que minar su salud con el uso y abuso de drogas y alcohol. William Holder, que también era alcohólico, se quedó sorprendido de lo que hacía Peckinpah consigo mismo y le llamó "tío loco".

Como vídeo os dejo un reportaje de unos siete minutos del gran Raúl Alda sobre Grupo salvaje Os lo recomiendo porque se puede  ver toda la constante de la obra de Peckinpah con la excusa de hablar sobre esta película.



Y como mosaico, os dejo a Peckinpah dirigiendo "in situ" a sus actores en La cruz de hierro.




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