GUS MORNINS 16/11/21

 "Como las estaciones del año, la vida cambia con frecuencia y de forma drástica. Diviértete mientras dure porque igual que vino, se irá, igual que se atasca, fluye"         Burgess Meredith

Vamos a homenajear a este espléndido actor que hoy hubiera cumplido los ciento catorce años.

Si hay algo a destacar de Burgess Meredith es que no era un actor cualquiera. Fue bien conocido en Estados Unidos porque, además de sus habilidades interpretativas, era un reputado intelectual. Publicó libros, escribió guiones, dirigió películas y, casi siempre, se mantuvo en un plano secundario a la hora de hacer películas, aunque también hizo algunos protagonistas destacables.

Hijo de un médico, se gradúa con notas brillantes en la Universidad de Massachussets en Arte Dramático y en 1929 ya entra en una compañía teatral de repertorio donde obtiene grandes éxitos. En 1930 ya hace uno de los papeles secundarios de Romeo y Julieta y en 1935 obtiene un resonante éxito en Broadway con Las vírgenes de Wimpole Street al lado de una leyenda teatral como Katharine Cornell, posteriormente legendaria profesora de grandes actores como Paul Newman.

Fue reclutado para servir en el frente europeo en la Segunda Guerra Mundial y acaba la guerra con el grado de capitán. Ya por entonces se le llama, debido a su experiencia en combate, para interpretar al reportero de guerra Ernie Pyle (una leyenda en Estados Unidos) en la película También somos seres humanos, de William Wellman. La película por la que Robert Mitchum recibe su única nominación al Oscar, en esta ocasión, secundario.

Antes de esa película y justito unos días antes de incorporarse a filas, Meredith trabaja en uno de los papeles protagonistas de Lo que piensan las mujeres, de Ernst Lubitsch, al lado de Melvyn Douglas y Merle Oberon. Su encarnación del pianista insoportable que arrebata la esposa al aburrido hombre de negocios es tronchantes. Excéntrico, despreciable, arrogante, creído de si mismo, Meredith realiza toda una creación.

En 1946, y ya llamando la atención por su natural inteligencia, Meredith se hace cargo de escribir el guión de Memorias de una doncella dirigida por Jean Renoir y se hace cargo de un divertidísimo papel. Él es lo mejor de la película sobre esta mujer que trata de contar sus experiencias en casa de unos alocados ricachones que tienen mucho dinero y poco cerebro. En esta película, conoce a Paulette Goddard, con la que se casa a finales de este año.

En 1949 decide probar suerte en la dirección (ya había dirigido un documental) con El hombre de la torre Eiffel, una película interesantísima, de misterio, en la que adapta a Georges Simenon y al mítico inspector Maigret en la piel del gran Charles Laughton. Meredith también se hace cargo de un papel y el último miembro del reparto es Franchot Tone. La película es interesante, pero también, en honor a la verdad, es algo precipitada en la narración, muy poco pausada. Una auténtica rareza que, además, exhibe un color no demasiado adecuado, demasiado velado para una película que trata de enseñar también las bellezas de París en medio de un misterio apasionante.

A partir de aquí, Burgess Meredith comienza a volcarse en el medio televisivo, colaborando en todos los programas posibles de teatro en directo. Alterna, de vez en cuando y de forma esporádica, sus apariciones en cine, pero son muy pocas. En 1962 se pone a las órdenes de Otto Preminger para interpretar a un oscuro funcionario de Estado que acusa al candidato a la Secretaria de Estado del Gobierno de los Estados Unidos de ser comunista en la estupenda Tempestad sobre Washington, resaltando su lado más patético y enfermizo. 

Realiza varios episodios de The twilight zone, uno de ellos, mítico, sobre un tímido ratón de biblioteca que sólo quiere que le dejen en paz para perderse entre los libros. Estalla la guerra. Todo queda arrasado. Ya no hay nadie con quien compartir el mundo. El hombre puede leer sus libros con total tranquilidad salvo por un detalle: se le han roto las gafas en el fragor de la batalla. No puede leer.

De hecho, la voz del narrador de la película En los límites de la realidad (qué infortunado rodaje), era la del propio Burgess Meredith.

Después de volver a trabajar con Preminger en El cardenal y, sobre todo, como el Comandante Egan Powell de la estupenda Primera victoria, también es uno de los tahúres envueltos en la apasionante partida de El destino también juega y es el legendario pistolero Missouri Kid abandonado en una cárcel en medio del desierto de El día de los tramposos, de Joe Mankiewicz.

En 1974 rueda a las órdenes de José Luis Borau la interesante Hay que matar a B., al lado de Darren McGavin y Patricia Neal. Es su contribución al cine español y, después de ser nominado al mejor actor secundario por Como plaga de langosta, Meredith realiza el papel por el que, probablemente, es más conocido por el gran público. Se trata del viejo preparador de boxeadores Mickey, dueño de un gimnasio, que se hace cargo de Rocky Con ese papel, Meredith consigue su segunda nominación al Oscar al mejor actor secundario.

A partir de ahí, va saltando de la televisión al cine con cierta frecuencia hasta que realiza una de sus últimas apariciones al lado de Walter Matthau y Jack Lemmon en Dos viejos gruñones. Detrás deja una larguísima carrera en ambos medios y el respeto de todos los que le aprecian en la profesión.

Antes de que se me olvide. Quizá haya un papel en televisión que le otorgó una enorme fama, a pesar de no ser, ni mucho menos artísticamente destacable. Fue el Pingüino en la serie Batman protagonizada por Adam West. Un trabajo estupendo de caracterización en una serie de la que no entiendo demasiado el éxito.

En el plano anecdótico, se puede destacar que era un enamorado del desarrollo de la inteligencia animal, especialmente de los delfines. A cuento de esto, decía que tuvo una experiencia extraordinaria con un delfín y es que estaba pasando unos días en su casa de la playa cuando creyó que alguien le llamaba por su nombre desde la orilla del mar mientras estaba durmiendo. Se levantó y se encontró con que allí estaba varado un delfín. Lo movió como pudo y volvió a reintegrarlo al océano. A partir de ese momento, aseguraba que él tenía una conexión telepática con ese delfín.

Odiaba a Franchot Tone. Adoraba a Otto Preminger. Decía que era el hombre más encantador, culto y simpático que uno se puede llegar a imaginar...cuando estaba fuera del plató. Y el más odioso y estúpido del mundo dentro de él. Le perdonaba todas sus salidas de tono.

Os dejo con muchas de las tomas falsas que hizo en Dos viejos gruñones diciendo auténticas procacidades.


Y como mosaico, os lo dejo en su caracterización del ratón de biblioteca de The twilight zone, el hombre que, cuando encuentra la paz, pierde sus gafas.



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