GUS MORNINS 18/4/23

 "A Alfred Hitchcock nunca le gustó mi trabajo para Recuerda. Decía que era una música que iba en la misma dirección que su película. Desde entonces, no le volví a ver".            Miklos Rozsa


116 años cumpliría hoy este insigne compositor, uno de los tipos que más oídos inolvidables nos ha regalado dentro de la historia del cine, con un formato clásico a más no poder y especialista en bandas sonoras cargadas de epicidad (palabro que últimamente está muy de moda) que describen a hombres más grandes que la propia vida.

Miklos Rozsa era húngaro de nacimiento y fue un alumno muy aventajado de música. El único problema es que tenía un padre que no quería que fuera músico, sino químico y cuando el joven Miklos le planteó la posibilidad de ir a estudiar música a Leipzig, el padre le propuso un trato: podría ir a estudiar música a Leipzig siempre y cuando también estudiara Química. Miklos aceptó y allá que fue. 

En Leipzig recibió lecciones de Marcel Dupré, el cual vio tanto talento en el joven Miklos que le aconsejó continuar sus estudios en el Conservatorio Internacional de Música de París. Miklos hizo las maletas y en 1932, con veinticinco años, se mudó a la capital del Sena.

Allí, en París, conoce al compositor Arthur Honegger, el cual le convence para que dedique sus esfuerzos al cine, ya que se están buscando desesperadamente compositores teniendo en cuenta que aquellos años son los albores del sonoro. Le recomienda que vaya a Londres para estudiar la técnica de la composición para el cine. En 1940, el productor Alexander Korda se lo lleva a Hollywood, donde iba a establecerse por culpa de la guerra en Europa, y, desde entonces, Miklos vivió allí.

Miklos Rozsa se sitúa dentro de la tradición postromántica con un desbordante poder melódico con una suntuosa orquestación de raíz wagneriana. En su primer trabajo en Hollywood para Alexander Korda, El ladrón de Bagdad, de Raoul Walsh, Rozsa consiguió su primera nominación al Oscar. Al año siguiente, repite con su trabajo para Julien Duvivier en Lydia. Al año siguiente vuelve a estar en la terna con su banda sonora para la excelente Cuando muere el día de Henry Hathaway y aún al año siguiente suma otra más con la partitura para El libro de la selva de Zoltan Korda. 

A partir de ahí, su prestigio no hace más que crecer. Trabaja con Billy Wilder en la climática banda sonora de Cinco tumbas al Cairo, y vuelve a ser candidato al Oscar con la impresionante banda sonora de Perdición. Y consigue otras tres nominaciones seguidas por Una dama en el Oeste de George Archinbaud, Canción inolvidable de Charles Vidor y Días sin huella, otra vez con Wilder. Por fin consigue su primera estatuilla con ese trabajo que a Alfred Hitchcock no le gustaba nada porque le parecía redundante en Recuerda, bellísima banda sonora que mezcla el romanticismo más exacerbado con el laberinto mental en el que se tiene que mover el protagonista.

Vuelve a obtener otra candidatura por la banda sonora de Forajidos, de Robert Siodmak, y se lleva otro calvo de oro por su trabajo en Doble vida, de George Cukor, esa extraña película con Ronald Colman de protagonista acerca de un actor que se llega a creer realmente que es Otelo.

Se suceden películas inolvidables como La ciudad desnuda de Jules Dassin, La costilla de Adán de George Cukor o La jungla de asfalto de John Huston y vuelve a ser candidato al Oscar con la monumentalidad que llegaría a ser marca de la casa de Quo Vadis?, de Mervyn Le Roy, con Ivanhoe de Richard Thorpe y con el extraordinario trabajo que hace para Joe Mankiewicz en Julio César.

Después de El loco del pelo rojo de Vincente Minnelli y de la estupenda música que compone para Tiempo de amar, tiempo de morir de Douglas Sirk, consigue su obra más imperecedera con la impresionante y escalofriante banda sonora de Ben-Hur, una de las partituras más bellas escritas jamás para el cine. 

Consigue captar el espíritu de la España profunda e histórica en su mágica partitura para El Cid, de Anthony Mann e introduce su obra clásica Concierto para violín y orquesta como tema principal para La vida privada de Sherlock Holmes de Billy Wilder, una maravilla de lirismo poético. De su última época, cabría destacar el espléndido trabajo que hace para Providence la extrañísima película de Alain Resnais con Dirk Bogarde y John Gielgud.

Su último trabajo acaba por ser esa paliza que se da Carl Reiner para contarnos un caso negro con la participación de todas las figuras míticas de los años cuarenta y que se llama Cliente muerto no paga, con Steve Martin de protagonista.

Después de trece años retirado, fallece en 1995 en su casa de Los Ángeles a la edad de 87 años.

Rozsa es uno de esos grandes compositores que nos ha dado el cine. Pocos ha habido mejores que él (quizá John Williams, quizá Jerry Goldsmith), pero ha dejado un puñado de partituras inolvidables que forman parte de la banda sonora de nuestros sueños,mucho más que de nuestras vidas.

Os dejo con la única grabación que he podido encontrar de la versión que hizo John Williams del desfile de cuádrigas de Ben-Hur tal y como se interpretó en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 mientras desfilaban las delegaciones de todos los países participantes en el Estadio Olímpico. La piel carne de gallina.


Y como mosaico, una foto de tres grandes. De izquierda a derecha John Williams, el gran André Previn y Miklos Rozsa.



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