FERIA DEL LIBRO V


No era uno, sino dos los compañeros policías que se van a encargar de acompañarnos al coche y llevarnos a prestar declaración. Quizá piensan que si intento escapar, un sólo agente no podría evitarlo. No entiendo que teman tal cosa a la vista de mi complexión escasamente atlética. Mi práctica deportiva se reduce a repetidos ejercicios pulsando el mando a distancia de la televisión y los ocasionales alivios de las tensiones provocadas por  las ensoñaciones carnales.

El joven protesta con cierta razón. Si se va el puesto queda sólo y perderá cualquier posibilidad de incrementar sus, presumo, paupérrimas ventas. El agente parece dudar entre los protocolos de actuación que dicta el manual y la preocupación comprensible del responsable del pequeño negocio. Para complicar las cosas el agente que vía walkie se comunicaba con el ente invisible que descifraba nuestras identidades y sus antecedentes, se acerca con cara preocupada.

-          Tenemos un problema.-Dice dirigiéndose al policía encargado de la todavía no iniciada investigación.- No existe nadie llamado Jose Enrique Berzoso.

-          ¿Cómo?- Le responde su compañero que comienza a ver que el asunto le viene grande pese a su segura profesionalidad.

-          Han buscado en todas las bases de datos, no hay nadie que responda a ese nombre.-Dice dejando más interrogantes que respuestas.

-          Porque seguro que es un pseudónimo.-Creo que ha llegado el momento de que coja el timón y conduzca las pesquisas.

-          Pero…-Balbucea el agente que parece definitivamente superado. Le comprendo. Viene para responder de  un aviso de una agresión a un librero, habrá creído que se trataba de una pelea, una escaramuza, todo lo más un intento de hurto y se encuentra con un problema que requiere mucha capacidad de deducción, tacto y mente abierta. Afortunadamente yo puedo prestar una inestimable ayuda.

-          ¡¡Deténganle!!-Digo mientras señalo al joven de la cabeza vendada.  

Mi voz autoritaria produce una reacción inmediata, los policías me miran con extrañeza y no se mueven. El joven, en cambio, comienza a correr intentando esquivar a transeúntes y curiosos. Hace tiempo que no somos el centro del universo mediático, la cámara de televisión dejó de prestar atención a un delito menor y sin ese imán comunicativo la mayor parte de público dejó de interesarse. Aun así, los que pasan se detienen unos minutos a presenciar el espectáculo, cuando comprueban que no hay sangre, vísceras o cualquier otro elemento peligroso continúan su camino sin duda pensando que es una vergüenza que detengan a gente como nosotros y luego salgamos a los diez minutos por la otra puerta del juzgado. Este es  un país muy dado a los juicios reflexivos y en el que nunca se pronuncia nadie sin conocer a fondo el asunto, por decirlo desde la más fina ironía.

Pero yo no puedo criticar tal proceder porque aunque entiendo perfectamente   lo erróneo que puede ser dejarte llevar por los prejuicios y condeno a quien así se conduce, mi acusación se basa sólo en eso, en un prejuicio. Cuando el escritor me firmó la dedicatoria, intentó que yo no la leyera en presencia del joven y si no confiaba en él, es necesario averiguar los motivos. Es cierto que bien mirado es un argumento algo débil, pero el televisivo doctor House es capaz de diagnosticarte terribles y desconocidas enfermedades con  síntomas mucho menos evidentes y aplicarte tratamientos límite logrando una franca mejoría. Es cierto que muchas veces el paciente luego empeora y se sitúa a las puertas de la muerte hasta que en un brillante momento de lucidez averiguan cuál era el verdadero mal causante de los males y el cínico doctor interviene de forma sorprendente para reconocer su error inicial y proponer la solución definitiva. Mi orden de detención, que a decir verdad ha obtenido poco eco entre los agentes, ha logrado un buen resultado inicial, espero que no se produzcan complicaciones post-operatorias.

Los policías se han repuesto de la sorpresa inicial y emprenden la carrera tras el joven que aprovechando el titubeo ha obtenido una cómoda ventaja de unos 15 o 20 metros. Espero el grito de ¡Alto, deténgase!, de los agentes pero este no se produce, tampoco sacan sus armas para efectuar al menos un disparo intimidatorio, recurso también muy cinematográfico pero que sería un grave error que hubiera podido provocar el pánico generalizado entre la muchedumbre. Todos, sin embargo, echan mano de su cartuchera para impedir que les moleste la pistola cuando inician la persecución.   

La carrera del joven acaba pronto, choca con un tipo alto y ambos caen al suelo.  El hombre se levanta indignado y le reconozco de inmediato, es el macho alfa que iba con su mujer y el bebé. Parafraseando al personaje de “Aterriza como puedas”, eligió mal día para pasear por la feria del Libro. Los policías llegan hasta el joven y le inmovilizan. El macho alfa pierde toda su agresividad, creo que se siente suficientemente recompensado por  la actitud diligente de la policía y la presta captura del nuevo invasor de su territorio vital.

Como todos los agentes han formado parte de la persecución, me veo de pronto libre y sin vigilancia. Es un buen momento para diluirme entre la multitud otra vez agolpada como espectadora de los momentos de acción. Dudo si hacerlo, pero al fin y al cabo yo no tengo nada que ocultar y ahora que he tomado el mando de las operaciones no quiero quedarme sin conocer el desenlace. Me acerco al grupo. El joven ha dejado de forcejear pero intenta justificarse.

                -¡No he hecho nada!, ¡Dejadme!- Lo dicho, el enfrentamiento físico predispone para el tuteo.

                - Entonces ¿Por qué huías?- Le pregunta el agente que también antes le trataba de usted. Se siente de nuevo seguro, está más acostumbrado a desenvolverse en este tipo de acciones que en los misterios de una investigación como la que se ha encontrado de forma casual.

                - Cuéntanos la verdad.- Indico al joven haciendo gala de mi recién adquirida capacidad de mando. El policía no parece aceptar de buen grado haber sido relevado y relegado, pero antes de que me ponga en mi sitio, el joven acepta mi invitación.

                - Me he asustado, en realidad la historia que había contado no era cierta, pero no es nada malo, no ha pasado nada. Por favor soltadme, me estáis haciendo daño.- Dice volviéndose hacia el agente que aún le tiene controlado forzando sus brazos en la espalda.  

                - Suéltale.-le dice el agente a su compañero.- pero como te muevas te calzo una hostia que los del SAMUR van a tener que hacer horas extras.- Le espeta al joven señalando su vendaje en la cabeza. Parece ser que ahora si me encuentro con policías clásicos. De nuevo se mueven en un ambiente que les resulta familiar. El otro suelta al joven pero permanece a su lado atento a cualquier movimiento extraño y dispuesto a adelantarse a su jefe si es menester cumplir la velada amenaza

                - Lo que he contado no es cierto.-Repite por fin liberado del dolor.- Si sé quién me golpeó. No es cierto que la editorial nos mandase al escritor para promocionarlo, fue el propio autor quien me pidió que le dejara exponer sus libros. Venía con una caja que contendría 10 o 12 ejemplares. Me propuso firmarlos y repartir el dinero de la venta. Como somos una librería pequeña y no acudía mucha gente a nuestra caseta, pensé que sería una buena idea y un buen reclamo. El problema surgió cuando vino este señor.- continúa mientras me señala.- y se llevó el primer ejemplar. Llevaba un par de horas y no había tenido mucho éxito ni con firma ni sin firma, así que le dije que el dinero de la venta del primer libro era para mí y que si vendía otro sería para él. Discutimos, él quería que le diera más dinero por cada ejemplar vendido. Como la cosa se empezaba a poner complicada y elevábamos el tono, decidí cerrar los portones para que no montásemos un espectáculo. Cuando terminé de hacerlo, él estaba empaquetando sus libros. Me enfadé más y se los quité de mala manera diciéndole que ahora me los quedaba todos y que no vería ni un euro. Era una tontería pero yo estaba muy cabreado. Fue entonces cuando me dio el golpe.- Descansa de su exposición. Tanto el policía como yo nos miramos algo extrañados. Es evidente nuestro cambio de actitud ante el asunto. Él empieza a sentirse cómodo ante lo que ahora parece efectivamente una disputa de lo más corriente, sin embargo yo me siento profundamente desilusionado. Estaba dispuesto a hacer trabajar a mis células grises y creo que se me ha cortado el recorrido antes de empezar a intentar que funcionasen.  

                - Pero, no entiendo nada. ¿Y por qué te has inventado la otra historia? – Pregunta el policia intentando comprender.

                - No sé. Cuando desperté del golpe y vi que el tipo no estaba y los libros tampoco, salí aturdido de la caseta. El compañero de los comics estaba también en la parte de atrás y me vio sangrando. Vino a ayudarme y me preguntó. Creo que no era muy capaz de explicarme o si lo hice no fue muy bien, le dije que el escritor no estaba y que tampoco sus libros, que me habían dado un golpe. No pensé que iba a venir la policía. Cuando llegaron me daba vergüenza de que mi comportamiento hubiera sido la causa del lio y como el hombre no había aprovechado para robarme ni nada, pensé que no estaba bien que le denunciase y le buscase un problema por algo que había provocado yo. Por eso dije que alguien me había golpeado y que cuando desperté ya no había nadie. Pensé que la cosa quedaría ahí sin más transcendencia. Hasta que llegó él.- Dice señalándome de nuevo.-, comentó lo de la dedicatoria y vi que me había metido en un problema.

                -  Pero ¿Por qué inventaste lo  de la editorial?- Le pregunto tuteándole también aunque yo no me haya peleadol. Afortunadamente, pienso a la vista de sus brazos bien trabajados a base de gimnasio o tal vez de acarrear cajas de libros en su trabajo habitual.

                -  Me puse nervioso, no sabía cómo salir del atolladero, era una solución rápida que me daba un cierto margen. Si llamaban a la editorial preguntando y lograban contactar, lo más probable es que lo dejaran estar al ver que el hombre estaba bien. Además probablemente tampoco presumiría de haberme dado un golpe y hacerme perder el sentido exponiéndose a una denuncia por daños. De todas formas estaba cada vez más agobiado, al saber que el nombre era un pseudónimo me relajé un poco, pero cuando oí lo de “deténganle”, mis nervios no pudieron más y salir corriendo sin pensarlo, fue una reacción instintiva y absurda.

                - Eso es cierto.- le contesta el policía con una mezcla de reconocimiento del error cometido por el joven  y un vanidoso ejercicio de altanería para indicar que jamás hubiese podido escapar de los agentes del Cuerpo Nacional de Policía, sometidos a durísimos ejercicios y entrenamientos de élite.- Pero… y usted ¿Por qué gritó que le detuviéramos?- A mí no me tutea. O es porque respeta mi capacidad intelectual recientemente demostrada  o porque aún no ha cogido la confianza  que conlleva un par de buenas tortas.

                Es el momento de que yo les dé algunas explicaciones que tristemente no poseo.

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